MÉTODO DE INTELECCIÓN ESTRATÉGICA - Relación Creencia, Cultura y Sociedad

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Luis  Heinecke  Scott

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2005

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G.2.16. Idea de Decadencia.

En el marco de las realidades derivadas del impacto que causan la aplicación del liberalismo inmoderado y no oportunamente corregido, junto a un capitalismo industrial no racionalizado, es a partir de la constatación de la realidad de vida que concreta y cotidianamente experimentan los pueblos, que surgirá la conciencia de un drama: la dignidad y la misma integridad de la existencia humana estaba amenazada.

La situación era muy compleja y grande la confusión. Por una parte, en el pasado medioevo, objetivamente las personas vivían en comunidad en el campo, estaban protegidas por el estatuto que constituía el régimen feudal (en virtud de cual tenía deberes, pero también derechos) y la vida tenía un sentido trascendente. Por otra, la Ilustración había incumplido la gran promesa de que el ser humano, dotado de razón absoluta iba a ser sabio, rico, moralmente superior, viviría en paz perpetua y progreso indefinido, esto es, en un estado de terrenal y eterna felicidad. Ahora, en medio de la emergencia de las masas, de hecho las personas se encontraban en una urbe extraña y enajenante, experimentando la pobreza sino la miseria, además de la explotación, el hacinamiento, el delito, el alcoholismo, las drogas y la sífilis, en un marco de soledad, angustia, desesperanza y depresión, por ende, en un estado de profunda desesperación.

De esta forma., contrariamente a lo prometido por el racionalismo y el positivismo, no se percibe un ser humano mejor y, a escala de masas, vive peor. Aunque efectivamente la sociedad presente ciertos adelantos formales, la condición del ser humano experimentada en términos de masa, acelerada y progresivamente se hace cada vez más trágica y dolorosa. Por tanto, se percibe que la llamada “civilización” no sólo está enfermando y debilitando al hombre, sino que le está degenerando y aniquilando. Aunque forjada como inquietud interior y anterior, durante el siglo XIX se consolida socialmente una idea fundamental, derivada de la evolución objetiva de la vida misma: la civilización occidental experimentaba un proceso decadencia, esto es, de declinación o caída orgánica que implicaba su ruina, situación que inexorablemente implicaba su destrucción final.

De hecho, en las décadas de 1870 y 1880, socialistas y conservadores temían que, a causa de la concentración de capital gestada por el sistema capitalita liberal, la sociedad industrial creara un “país de ricos y un país de pobres”. En este mismo sentido, el conservador Benjamin Disraeli acuñaría la expresión: “Dos naciones”. Aún más, John Ruskin consignaba que  el capitalismo industrial volvía a la gente “insalubre, pobre y fácil presa de la muerte”. Con el tiempo, la percepción de realidad era decepcionante, al punto en que un personaje novelesco de Aldous Huxley, sentenciaría: “De pronto todo se ha desfondado”.

Entonces, en vista de que la decandencia no es sino el anticipo del colapso y la muerte, las mejores y más cultivadas mentes de Europa, particularmente las más progresistas y sin distinción de nacionalidades, afanosamente se abocaron a identificar las causas de la decadencia y, simultáneamente, a encontrar una respuesta ante el proceso que sólo podía culminar en el colapso y extinción de la cultura occidental y, por extensión, con el mismo poderío de Europa. La radicalidad de las respuestas elaboradas para contener y superar el proceso de decadencia fueron proporcionales a la percepción de amenaza proveniente del proceso de decadencia que tuvieron los hombres de ese tiempo y en aquel espacio.

De esta forma, compleja y trascendentemente se gestan, desarrollan y articulan los movimientos que sustentan la teoría de la degeneración, la teoría del pesimismo racial, la teoría del pesimismo histórico y la teoría del pesimismo cultural. Cada uno de ellos constituía un esfuerzo, estimado noble e imprescindible, por identificar las causas de la decadencia y determinar las operaciones humanas destinadas a enfrentarlas y superarlas, como condición necesaria para evitar el colapso y la muerte de la razón y poderío de Occidente.

Sin tener presente el fundamento y el sentido esencial de estos movimientos del siglo XIX, es simplemente imposible comprender completa, consistente y coherentemente la realidad del siglo XX. Sin una consideración objetiva y debida de éstos movimientos, el siglo XX aparece como mera acreditación de una incomprensible irracionalidad humana. Sin embargo, una intelección completa de éstos en el marco del devenir, permite comprender suficientemente la racionalidad de las acciones emprendidas por esos hombres, en este tiempo y en el espacio del mundo.

En rigor, si bien la problemática de la decadencia fue aparentemente superada tras el descrédito sufrido por la teoría de la degeneración y la teoría del pesimismo racial a raíz de la derrota de las fuerzas del llamado “Eje” durante la segunda guerra mundial,  en realidad la cuestión de la decadencia fue sólo acallada y pretendidamente avasallada por el desarrollo material de los años cincuenta en adelante. Sin embargo, las realidades y tendencias proclamadas desde el siglo XIX y realizadas durante el siglo XX, continúan vigentes. Es más, tienden a agudizarse. La problemática de la decadencia continúa siendo una cuestión fundamental y no resuelta para la civilización occidental. Los referidos movimientos aún mantienen vigencia vital y, aunque actúan con relativa sutileza, de hecho cuentan con aún mayor poder. Así lo prueba la controversia ideológica entre modernidad y posmodernidad, expuesta en el marco agravado de la era nuclear, la crisis ecológica y el predominio del estructuralismo y el deconstruccionismo.

 

G.2.16.a. Teoría de la Degeneración

Asumiendo las premisas del  darwinismo, en orden a que todas las especies evolucionan por selección natural y los especimenes más aptas sobreviven según su capacidad para adaptarse al medio ambiente y legan a los descendientes los rasgos adaptativos, lo cual conduce al desarrollo gradual de especies biológicas superiores a partir de especies inferiores y más simples, se entiende que el ser humano no es excepción a la norma de la naturaleza. Por tanto, las leyes de la naturaleza rigen de modo absoluto la vida del ser humano y surge así el llamado darwinismo social.

A la época, la analogía entre evolución y civilización en el sentido liberal clásico, como un proceso continuo de mejoramiento, era marcada y obvia. La selección natural podía encararse como un proceso que inevitablemente mejoraba una especie. De hecho, Darwin escribió: “Así, de la guerra de la naturaleza, de la hambruna y la muerte, se sigue directamente el propósito más alto que somos capaces de concebir, a saber, la producción de animales superiores”. Esta era la visión optimista de la selección natural, habitualmente asociada con el darwinismo social, según el cual, en palabras del biólogo decimonónico W. R. Greg, “los mejores especimenes de la raza (humana)... perpetúan la especie y propagan un tipo de humanidad cada vez mejor y más perfecto”. En su tiempo, el poeta líricoQuintus Horatius Flaccus (65 a.C. – 8 d.C.) ya había proclamaba: “Bello, bueno, perfecto”.

En la teoría de Darwin existía una eventualidad negativa que sus contemporáneos captaron de inmediato. La evolución significaba que la historia natural de las especies, incluidos los seres humanos, ya no era fija e inmutable. Aún más, como lo indicaba en 1880, Edwin Lankeste, quién consideraba que la humanidad estaba acostumbrada a creer que necesariamente progresa y está destinada a progresar aún más, debía advertirse que, al estar los hombres están sometidos a las leyes generales de la evolución, éstos tanto pueden  progresar como degenerar. 

De hecho, a la vista cotidiana estaba lo monstruoso, aquello que sale del curso de la naturaleza, para comprobarlo duramente. Si históricamente lo humano llamado monstruoso siempre estuvo presente, hasta fines del siglo XVIII, los debates teóricos acerca de los monstruos se centraban en los cuerpos cuyas características eran exageradas, raras y excepcionales. A la época, mientras se vinculaba la ceguera y la sordera con una inteligencia inferior, el ilustrado Diderot planteaba que los ciegos pertenecían a la categoría de los monstruos; los niños retrasados eran mezclados con sordomudos y ciegos en instituciones. Sin más, los enanos eran considerados de una especie diferente. A los niños siameses también se les consideraba monstruos y los inválidos eran vinculados de manera inevitable con la anormalidad radical. Para unos la monstruosidad estaba en los gérmenes y se debía pretender penetrar en los deseos divinos insondables; para otros la monstruosidad se debía a accidentes de las leyes de la naturaleza que revelaban la complejidad del mundo. Etienne y Isidore Geoffroy Saint – Hilaire tuvieron que recordar que los monstruos nacidos de seres humanos pertenecían a la humanidad, explicándose que esta circunstancia obedecía a leyes racionales que debían ser buscadas dejando a Dios a un lado.

Por tanto, el siglo XIX está lleno de cuerpos deformes que constantemente se exhibían de manera pública. Si bien la exposición de monstruos humanos era una práctica muy antigua, en este tiempo se relaciona con las salidas que las familias hacían los domingos a contemplar monstruosidades. Se exhiben variedades de deformidades, de modo que en grandes ciudades se fundan museos y organizan ferias y circos itinerantes que exhiben la monstruosidad, transformándolos la práctica popular en negocio. En 1869, Víctor Hugo creó el personaje de Gwynplaine, un niño desfigurado con un rictus permanente y grotesco, que le habían producido traficantes que compraban niños y les practicaban operaciones en cara o cuerpo, según el objetivo perseguido o solicitado, y los revendían en el mercado de monstruos, las ferias. Guy de Maupassant daría cuenta del tráfico de niños que se desfiguraban deliberadamente.

Así, pronto, del cuerpo monstruoso se deriva al cuerpo degenerado. El degenerado reunía todas las taras y éstas siempre se inscribían en el cuerpo. El alcoholismo era el prototipo: se bebe en los medios pobres, se transmite la tara a los hijos y eso provoca degeneraciones. La degeneración también comprendía la criminalidad. El microcéfalo, el idiota, el enano, quien sufría de criptorquidia, el cretino, el epiléptico, el palúdico, el escrofuloso, el tuberculoso, el raquítico, el aquejado de bocio se influía en la “afección” de la degeneración. Sin más, Thomas Huxley, discípulo de Darwin, tras realizar investigaciones pioneras con fósiles de dinosaurios, ratificaría: “Es erróneo imaginar que evolución significa una tendencia constante hacia una mayor perfección... La metamorfosis regresiva es tan viable como la progresiva”.

Aún más, según la evolución darwiniana, el medio ambiente no mejora directamente la raza ni la adaptabilidad de la especie, sino que todo depende de las características innatas de los individuos, los cuales, si sobreviven, legan esos rasgos a sus vástagos. Por otra parte, el mismo medio ambiente puede causar graves daños al interferir en la normal competencia por los recursos y las parejas deseables, o al impedir que los mejores especimenes pasen a primer plano. Esto era particularmente cierto en la sociedad humana, que introducía nuevos elementos artificiales en la ecuación evolutiva. En su posterior “Ascendencia del Hombre” (1871), Darwin mismo temía que el crecimiento de la civilización atentara contra la selección natural.

Aún más, al tampoco ser fija la herencia porque ésta también está sujeta a evolución constante, se da la posibilidad de salvajismo en la civilización. Aún antes de Gregor Mendel, los estudiantes de genética sabían que la reproducción era un complejo proceso de similitud, por el cual los cisnes blancos producen cisnes blancos, pero también de diversidad, por el cual los cisnes blancos a veces producen cisnes negros.

Entonces, si para el darwiniano todos los seres humanos, al margen de su raza o status cultural, descendían de los simios, esto abría la posibilidad de que los rasgos físicos y mentales que habían permitido al hombre adaptarse a un ámbito salvaje, fuera en el pasado remoto (el cazador Neanderthal) o en el presente (el guerrero watusi), pudieran legarse inadvertidamente a descendientes modernos y civilizados. El zoólogo darwiniano, Henry Maudsley, lo explicaba con la observación de que existe “realmente un cerebro bestial dentro del hombre”, lo cual permitía “identificar el salvajismo en la civilización, así como podemos identificar el animalismo en el salvajismo”.

Precisamente, los biólogos del siglo XIX hablarían de “atavismo” para referirse a esta supervivencia bestial, por la palabra latina atavus, antepasado remoto. El atavismo enseñaba que todo organismo tenía ciertas características “perdidas” que podían reaparecer en ciertas condiciones y se legarían a los descendientes. La teoría atavista existía antes de Darwin, pero su teoría de la evolución parecía confirmarla, al igual que la genética mendeliana posteriormente.

En definitiva, el atavismo seria la piedra fundamental de la teoría de la degeneración. Conforme a esto, el atavismo presentaba la aterradora posibilidad de que una saludable familia de clase media de pronto engendrara un bruto retrógrado. Si bien la mayoría de los teóricos convenían en que esta clase de atavismo era poco frecuente, surgía la pregunta, ¿Qué sucedería si de repente ciertas condiciones específicas hacían aflorar esas características perdidas en toda la especie, que luego las legaría a sus descendientes? De darse tal posibilidad, el proceso de la herencia podía obrar súbita e inexplicablemente contra los intereses de la especie. La selección natural se convertiría en una trampa. Lo peor reproduciría indiscriminadamente más de lo peor en una disolución atávica de la raza humana. En definitiva, tal acontecer podía generar un proceso de degeneración de la raza humana y caída radical de la civilización humana. En consecuencia, el estudio de la evolución no sólo podía rastrear el ascenso de las especies a través del tiempo sino, como lección fundamental, en el caso de los antiguos imperios y civilizaciones, su declinación y caída.

Así entonces, para el observador experto, los avances económicos y sociales del siglo XIX parecían conspirar contra el progreso humano en vez de favorecerlo. La teoría de la degeneración presentaba una imagen pesimista de la civilización moderna. A fines de siglo, la teoría de la degeneración había sacudido profundamente la confianza del liberalismo europeo en el futuro, dejándolo expuesto a sus enemigos. La degeneración se definía como el desvío morboso respecto de un tipo original. Se sostenía que “cuando un organismo se debilita bajo toda suerte de influencias nocivas, sus sucesores no semejan el tipo saludable y normal... sino que forman una nueva subespecie”, que con creciente frecuencia lega sus peculiaridades a su prole. Los médicos, biólogos, zoólogos y antropólogos (miembros eminentes de las nuevas profesiones científicas) fueron los primeros en advertir que en condiciones adecuadas el debilitamiento afectaría al hombre moderno.

En 1890 cundía la opinión de que una marea de degeneración barría el paisaje de la Europa industrial, creando a su paso una multitud de trastornos que incluían el incremento de la pobreza, el delito, el alcoholismo, la perversión moral y la violencia política. Con pocas excepciones, los científicos más preocupados por la degeneración tenían opiniones políticas progresistas e incluso ideas socialistas. La oposición a la teoría de que la herencia determinaba la conducta social no provenía de la izquierda sino de la Iglesia Católica y las fuerzas tradicionalistas.

La degeneración planteaba la posibilidad de que la sociedad industrial moderna estuviera creando un nuevo “bárbaro interior”. Los liberales llegaron a la misma conclusión que los socialistas: las transformaciones sociales y económicas normales en la civilización moderna ya no constituían progreso, sino lo contrario. Por tanto, la sociedad contemporánea no podía sobrevivir sin la intervención de la ciencia moderna y el Estado burocrático. En definitiva, el darwinismo y la teoría de la degeneración dieron por tierra con toda noción de que la civilización pudiera servir como un proceso de refinamiento y mejoramiento de la especie.

De hecho, hacia 1900 influyentes sectores de la comunidad intelectual habían perdido la fe en la capacidad autorrenovadora de la civilización occidental. El tejido social moderno ya no parecía brindar ninguna protección para la especie humana. Por el contrario, se temía que el complejo funcionamiento de la civilización desencadenara un repentino retroceso, un descenso en un caos más terrible que el “salvajismo” precivilizado. Aún para el darwiniano más confiado, el pasado evolutivo del hombre constituía un lastre hereditario ya que aquejaba a la humanidad con una multitud de rasgos salvajes e irracionales que la ciencia debía desbrozar mediante la eugenesia o algún otro medio para que la raza humana sobreviviera.

Las condiciones sociales reinantes en el siglo XVIII no fueron tan malas, al punto de disminuir la tasa de mortalidad, incorporar a la dieta el consumo de azúcar, chocolate, café y el té, mejorando incluso las condiciones de higiene. No obstante, la sociedad del siglo XVIII conoció la violencia y la brutalidad, resabios del Renacimiento. A pesar de la severidad de las leyes penales, los crímenes alevosos eran comunes. En las ciudades populosas, bandas de individuos recorrían las calles haciendo de las suyas, mientras que los salteadores de caminos infestaban los alrededores. Subsistiendo el juego, deportes groseros y el duelo, de hecho aumentó el consumo de alcohol y la embriaguez se apoderaba de las clases pobres. No serían éstas realidades ausentes en el siglo XIX. Por el contrario, se harían aún más complejas y se proyectarían al siglo XX.

 

Grecia y Roma. Las referencias históricas para las prácticas de control de la degeneración son relevantes. En Esparta, desde su nacimiento el espartano pertenecía al Estado y debía vivir en función de la colectividad. Los niños débiles o enfermos debían perecer. Un hombre sabio era comisionado por los espartanos o “iguales” para lanzar a los acantilados a los niños deformes. En la democrática Atenas, Sócrates consigna que “las mujeres darán hijos al Estado desde los veinte a los cuarenta años, y los hombres… hasta los cincuenta y cinco años”. Luego, el ciudadano que engendre después de este plazo será “culpable de injusticia y de sacrilegio” y el hijo será considerado ilegítimo. Ello por cuanto la obligación del ciudadano es dar a la patria “una progenie más virtuosa y más útil”. Platón mismo constata que los hijos contrahechos y deformes debían ser encerrados en un punto oculto.

Platón da cuenta que Esculapio no prescribía tratamiento alguno a “los cuerpos radicalmente enfermizos” y no creía “conveniente alargarles la vida y los sufrimientos por medio de un régimen constante de inyecciones y evacuaciones”, de modo de no ponerlos “en el caso de de dar al Estado súbditos que se les pareciesen”. Esculapio, considerado un “hombre político”, determinaba que “no deben curarse aquellos que por su mala constitución no pueden aspirar al término ordinario de la vida marcado por la naturaleza, porque esto no es conveniente ni para ellos ni para el Estado”. En el libro tercero de “La República” se habla de establecer en ella “una medicina y una jurisprudencia que… se limiten al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y un alma bella. En cuanto a aquellos cuyo cuerpo está mal constituido, se los dejará morir”.

Aún más, Platón agrega: “Es preciso, según nuestros principios, que las relaciones de los individuos más sobresalientes de uno u otro sexo sean muy frecuentes, y las de los individuos inferiores muy raras; además, es preciso criar los hijos de los primeros y no los de los segundos, si se quiere que el rebaño no degenere Todas estas medidas deben ser conocidas sólo por los magistrados, porque de otra manera sería exponer el rebaño a muchas discordias… Dejaremos a los magistrados el cuidado de arreglar el número de matrimonios, a fin de que haya siempre el mismo número de ciudadanos, reemplazando las bajas que se produzcan en la guerra, las enfermedades… Se sacarán a la suerte los esposos, haciéndolo con tal maña, que los súbditos inferiores achaquen a la fortuna y no a los magistrados lo que les haya correspondido… Los jóvenes que se hayan distinguido en la guerra o en otras cosas, se les concederá… el permiso de ver con más frecuencia a las mujeres. Éste será el pretexto legítimo para que el Estado sea en grande parte poblado por ellos”.

Más aún, Teognis de Mégara, poeta del siglo VI antes de Cristo, que consideraba que la raíz profunda de los males de su tiempo estaba la condición abyecta del pueblo y en el enriquecimiento de las clases bajas, da cuenta del pesimismo trágico de los griegos clásicos al sostener: “¿Sería mejor para los niños no haber nacido? Pero aunque eso fuese lo óptimo, si ya nacieron, lo mejor que les podría suceder  es traspasar las puertas de Hades cuanto antes”.

En Roma, el emperador Augusto consagró sus energías no sólo a remozar las estructuras del Estado y embellecer la capital, sino también al “renacimiento del antiguo espíritu romano”. Ello por cuanto fue honrando las virtudes antiguas que el pueblo romano se hizo digno de mandar al mundo. Con tal objeto, Augusto acometió la reforma de costumbres rehabilitando a la familia, base de toda sociedad sana. En aquel tiempo, la mujer romana no constituía una base familiar. El lujo y la sed de placeres habían corrompido a las mujeres tanto como a los hombres. Al salir de casa y lanzarse al mundo exterior, la matrona ganó en espontaneidad y amabilidad, pero no sólo abandonó su altivez innata, sino también su castidad. Con ello se consideró que la familia estaba herida de muerte. La romana confiaba a sus esclavas los trabajos domésticos y la educación de sus hijos. Asimismo, la vida familiar era una parodia. De hecho los lazos conyugales eran considerados obligaciones provisionales tan fáciles de romper como de contraer. Los romanos hicieron del divorcio un deporte.

A pesar de sus propias contradicciones, Augusto combatió mediante decretos esta ansia de placeres y su consecuencia: la degeneración de la aristocracia y la degradación social. Intentó recrear una aristocracia selecta destinada a las supremas funciones del Estado. Augusto prohibió los matrimonios de los senadores y sus descendientes con esclavos libertos y de dudosas costumbres, los cuales eran cada vez más frecuentes. Por esta vía, la extinción de las rancias familias nobles era inevitable y de hecho fueron sustituidas por sangre nueva y provinciana. Pese al celo reformador de Augusto, la vida romana continuó entre excesos y corrupción. Determinado estaba el destino del Imperio.

 

Louis de Bonald. Louis Gabriel Ambrosio, Vizconde de Bonald (1754-1840), político y filósofo francés precursor de la sociología y fiel exponente del pensamiento católico tradicionalista en los años posteriores a la revolución francesa, ya en su tiempo daba cuenta del impacto social del industrialismo. Apreciaba Bonald que si bien la industria efectivamente había aumentado la riqueza material del país, también ésta producía  descontento cívico y  decadencia moral. Constataba que los miembros de las familias empleados en la industria “trabajan aislados y frecuentemente en diferentes industrias. No conocen de su amo más que lo que les ordena y poco que les paga. La industria no alimenta a todas las edades ni a todos los sexos. Es verdad, emplea al niño, pero frecuentemente a expensas de su educación o antes de que sea suficientemente fuerte para ese trabajo. Por otra parte, cuando un hombre ha alcanzado la vejez y ya no puede trabajar, es abandonado y no tiene otro pan que el que puedan proporcionarle sus hijos o darle la caridad pública… El obrero industrial trabaja en condiciones sedentarias y de apiñamiento, manipula una manivela, acciona la lanzadera, recoge los hilos. Pasa su vida en sótanos y desvanes. Se convierte en una máquina. Ejercita sus dedos, pero nunca su mente. Todo degrada la inteligencia del trabajador industrial”. En su momento, Bonald también había advertido con fuerza respecto del impacto del ateísmo, al que consideraba germen seguro de una revolución que acabaría con toda relación con Dios.

 

Joseph Gall. Los jefes de las congregaciones sacerdotales de Egipto, lo mismo que los filósofos griegos, en una palabra, los hombres iniciados en las ciencias elevadas de la antigüedad, se dedicaron a leer en el semblante, en el cráneo, en el cuerpo del hombre, la predestinación con que éste venía al mundo. También Platón y Aristóteles trataron estos asuntos. Después, ya en el siglo IX de nuestra era, el médico, filósofo y científico persa Abu Ali al-Husain ibn Sina-e Balji (980 - 1037), llamado en Occidente Avicena, intentó específicamente la localización de las facultades cerebrales. En el siglo XIII Alberto el Grande (1193-1280), obispo de Ratisbona, dibujó una cabeza en la cual procuró determinar el sitio en que radican las diferentes facultades humanas; colocó el sentido común en la frente o en el primer ventrículo; el juicio en el segundo; la memoria y la fuerza motriz en el tercer ventrículo del cerebro. Análogas tentativas se hicieron en Italia a fines del siglo XV. Pedro de Montagna publicó en 1491 su obra, adornada con una lámina que representaba la cabeza, en la cual había trazado el sitio del sentido común y de la imaginación. En 1562 Luis Dolei estructuró un sistema semejante. Posteriormente Descartes, Gardon, Willis, Boerhaave, Kant, Bonnet, Vicq-d'Azyr y otros publicaron trabajos que contribuyeron poderosamente a consolidar estas nociones fundamentales.

De esta forma, el médico alemán Joseph Francis Gall (1758 - 1828) se especializará como fisiólogo y neuroanatomista, procediendo a continuar el estudio de la localización de las funciones mentales en el cerebro. Gall llegará a considerar  el cerebro como una agregación de órganos, correspondiendo a cada uno de ellos una diversa facultad intelectual, instinto o afecto, gozando éstos de mayor energía, según el mayor desarrollo de la parte cerebral que les corresponde. Con tal fundamento, cerca del año 1800, Joseph Gall desarrolla la “craneoscopía” (de “cranium”, cráneo, y “scopos”, visión) como método para determinar la personalidad, desarrollo mental y facultades morales de los sujetos a partir de la forma del cráneo.

Además, tras establecer tipos y subtipos de cráneos, Gall visita cárceles y aprecia que los condenados a muerte tenían deformaciones craneanas. Concluye así que las causas de la criminalidad  están en la forma del cráneo. Si Gall concibió y dibujó un mapa cerebral compuesto por 38 zonas, identificará la séptima de ellas como aquella que causa de la criminalidad. Gall sostiene específicamente que el subdesarrollo intelectual es causa de delito. Aunque la craneoscopía fue anatemizada por la Iglesia Católica y estimada como ciencia inválida por el napoleónico Instituto de Francia, Gall se convirtió en una celebridad en los salones intelectuales parisinos. Aún más, la craneoscopía de Joseph Gall fue bien aceptada en Inglaterra, país dónde la clase gobernante la utilizó para justificar la inferioridad de los dominios coloniales, incluyendo en ellos a Irlanda y a las posiciones en Norteamérica. La “craneoscopía” de Gall sería luego renombrada “frenología” o estudio de la mente y el carácter por la forma del cráneo  (de “phrenos”, mente - inteligencia, y “logos”, tratado) por el también médico alemán Johann Spurzheim (1776-1832), uno de sus discípulos. Más tarde otros procurarían validar esta tesis bajo la denominación de “caractereología”.

En este contexto también se proyectará la categoría de la “fisionomía” (del griego “physis”, naturaleza, y “gnomon”, juzgar e interpretar), cuyo principal promotor fue el pastor suizo Johann Caspar Lavater (1741-1801), especialista en la lectura fisiognómica centrada en el desciframiento del perfil humano. Las principales fuentes de las cuales Lavater pretendió extraer la “confirmación” de sus ideas eran los escritos del italiano Giambattista della Porta (1535-1615) y del médico y filósofo inglés Sir Thomas Browne (1605-1682). En su obra “Religio Medici”, Browne plantea la posibilidad de discernir cualidades internas a partir de la apariencia del rostro. Allí afirma: "Existe ciertamente una Fisionomía… pues hay ciertos caracteres en nuestros rostros que llevan en ellos el lema de nuestras almas, en los cuales incluso un analfabeto puede leer nuestras naturalezas”.

 

Cesare Lombroso. En tanto ya la Liga Pitagórica (Pitágoras, 582 – 497 a.C.) seleccionaba a sus integrantes considerando su apariencia exterior porque creían que de la disposición corporal podían sacarse conclusiones respecto del carácter, durante  noviembre de 1870 el médico judío - italiano y miembro del Partido Socialista Italiano, Cesare Lombroso (1835 - 1909) investigaba la relación existente entre la conducta desviada y la fisionomía. En aquel tiempo, al realizar la autopsia del cuerpo perteneciente a un célebre malhechor que había desafiado a las autoridades y horrorizado al público durante décadas antes de ser capturado y ejecutado, reparó en que la sección occipital del cráneo del criminal revelaba una pronunciada cavidad allí donde se unía con la columna, la misma clase de cavidad que se encuentran en los “animales inferiores, incluidos los roedores”. Lombroso proclamó entonces: “De pronto creí ver, iluminada como una vasta llanura bajo un cielo llameante, el problema de la naturaleza del criminal, un ser atávico que reproduce en su persona los feroces instintos de la humanidad primitiva y los animales inferiores”.

De esta forma, el cuerpo del homicida revelaba las características propias de “los criminales, los salvajes y los simios”, tales como enormes mandíbulas, pómulos altos, insensibilidad al dolor, vista muy aguda, tatuajes, “pereza excesiva, amor por las orgías y la irresponsable búsqueda del mal por sí mismo”. Lombroso estaba convencido de haber hallado la clave para un problema que había empezado a inquietar a otros miembros de la profesión médica: el temor a la “degeneración”, es decir, la posibilidad de que la población de Europa ya no pudiera enfrentar físicamente las exigencias de la vida civilizada.

En esta perspectiva, las instituciones formales de la vida civilizada no desempeñaban un papel significativo en la modelación del destino humano; en cambio, ese destino estaba determinado por procesos biológicos ocultos. Afirmaba Lombroso: “Nos rigen leyes silenciosas que nunca dejan de operar y que gobiernan la sociedad con más autoridad que las leyes inscritas en nuestros estatutos”. Por tanto, el hombre occidental enfrentaba la posibilidad de que bajo su superficie civilizada se encontrara una explosiva mezcla de barbarie y crueldad. Una poderosa imagen comenzó a rondar la imaginación liberal: dentro de cada hombre acechaba una bestia durmiente que en ciertas condiciones podía saltar de su guarida a la luz del día.

Es en este sentido que el médico italiano Cesare Lombroso sostuvo que este salvaje retrógrado era el criminal moderno. Lombroso partía de la misma premisa que los antropólogos raciales: las características físicas tales como la longitud, la forma del cráneo y los rasgos faciales indicaban diferencias culturales o psicológicas. Con todo, Lombroso advierte que la distinción entre sujetos desviados y normales, es decir, entre el degenerado criminal y el varón europeo “normal” idealizado, orgulloso producto del progreso liberal,  no era maliciosa o arbitraria, sino que surgía de las fuerzas del desarrollo histórico que articulaba descendencia biológica y progreso social.

Así, es después de la renombrada autopsia del malhechor que sus investigaciones pronto incluyeron a cientos de prisioneros, delincuentes convictos (mujeres incluidas) y reclutas del ejército italiano e implicaron el uso de todas las técnicas e instrumentos que constituían la última moda en antropología y teoría racial: craniómetro y calibradores para medir la anchura del cráneo y calcular el importantísimo índice cranial; estetómetro y algómetro para medir la sensibilidad táctil, además el dinamómetro, el campímetro y una multitud de dispositivos de nombre científico (incluido un predecesor del detector de mentiras), los cuales se convirtieron en equipo estándar en la criminología lombrosiana.

Haciendo Lombroso fe absoluta en los datos cuantitativos derivados de los estudios anatómicos (tal como en general las “ciencias sociales” durante la última parte del siglo XIX acreditaron su fascinación con los números como la economía, la sociología, la eugenesia y la misma ciencia racial), y usando básicamente el modelo evolutivo gradual de Darwin, Lombroso deduce de sus investigaciones que el hombre blanco es superior por herencia a los no blancos. Considera así Lombroso que los africanos eran los humanos originales, pero luego la especie siguió un inevitable desarrollo ascendente, de negro y pardo a amarillo y blanco. Por tanto, los desarrollos raciales eran paralelos al curso de la civilización, de lo primitivo a lo moderno. En definitiva, los europeos blancos eran el ápice evolutivo de la especie humana y la encarnación de los dones intelectuales y morales del hombre. Escribiría pues el judío y socialista Lombroso en “El hombre blanco y el hombre de color” (1871): “Sólo nosotros, los blancos, hemos alcanzado la máxima simetría corporal”.

Sin embargo, los logros de la civilización blanca está amenazada por el ataque de la reversión biológica. Ello por cuanto en ocasiones aparecían dentro de la población general individuos atávicos cuya conducta salvaje e irracional los apartaba de la norma evolutiva. Su desvío respecto de esa norma los convertía en criminales en la sociedad civilizada, mientras que en la sociedad salvaje no habrían llamado la atención. Según Lombroso, el “crimen, para el salvaje, no es una excepción sino la regla general”. En consecuencia, el criminal nato “era un criminal nato porque era un salvaje nato”.

Por tanto, para Lombroso, la criminalidad en la civilización moderna era un anacronismo, un vestigio conductual de una época más primitiva. El criminal exhibía síntomas patológicos específicos que Lombroso y degeneracionistas posteriores denominaron conducta “antisocial”, porque erosionaba la estructura y las necesidades de la sociedad civilizada moderna.

Sin embargo, posible era distinguir a los salvajes que hay en la sociedad mediante lo que Lombroso identifica como ciertos signos físicos o “estigmas” que revelaban al observador experto él atavismo del criminal nato, el “moralmente insano”. Estos incluían una frente baja y curva; ojos duros y evasivos; orejas grandes con forma de manija; una nariz plana o curvada hacia arriba y una mandíbula prominente (“como en los negros y los animales”); grandes incisivos medios, pies prensiles y brazos largos y simiescos, una barba escasa y calvicie. Aún más, Lombroso incluso enumeraba características físicas específicas que se asociaban con delitos específicos: por ejemplo, los ladrones solían tener narices “negroides”, torcidas o planas, mientras que las de los homicidas eran rectas y aguilinas, “como el pico de un ave de presa”. Los homicidas y los violadores solían tener cejas pobladas, mientras que los falsificadores tenían ojos pequeños, nariz grande y una “singular y estereotipada expresión de afabilidad”. Lombroso sostenía que con mirar a un recluta del ejército italiano podía predecir si terminaría entre rejas por desacato. Asimismo, el criminal nato, como el salvaje, también presentaba insensibilidad al dolor y una tendencia a la venganza, la pereza y la traición. el criminal tenía una actitud cínica hacia la vida y su inteligencia solía ser baja. Sin más, todos estos rasgos formarían parte de la descripción típica de los delincuentes en un nuevo género literario de fines del siglo diecinueve, el relato policial.

Conforme al pensamiento de Lombroso, el criminal nato, es decir, el individuo atávico o “moralmente insano”, sólo constituía un tercio de la población de delincuentes. Los demás eran “criminaloides”, personas que no eran físicamente distintas de la población normal pero en quienes diversos factores ambientales podían desencadenar una respuesta atávica. A juicio de Lombroso, nada podía hacerse con el auténtico criminal nato, salvo aplicar la pena capital. El hecho de que existan seres tales como los criminales natos, orgánicamente adecuados para la insidiosa y atávica reproducción no sólo de hombres salvajes sino incluso de los animales más fieros, cierra a toda piedad, sintiéndose la tendencia a justificar su exterminio.

Pero en el caso del criminal ocasional, sin embargo, era posible una respuesta científica más humanitaria. A fines del siglo diecinueve Lombroso abogaba por una reforma penal que reclamaba la excarcelación en el caso de ofensas menores o delitos pasionales, un sistema de libertad condicional y penal que enfatizara el trabajo de rehabilitación y el tratamiento más que el castigo, consideraciones especiales para las delincuentes femeninas (1898, La infractora femenina), un sistema de justicia especial para los jóvenes, y asistencia legal designada por el tribunal para los infractores pobres, todos los objetivos de la reforma penal progresista durante los próximos cien años. Sin más, las teorías de Lombroso se convirtieron en obsesión para los políticos e intelectuales progresistas de Italia, Inglaterra y Estados Unidos.

Bajo el paraguas lombrosiano, la gama de conductas antisociales o atávicas hereditarias pronto se expandió para incluir la impotencia, la masturbación, la homosexualidad e incluso los trastornos nerviosos (neurastenia) y la histeria. Sin embargo, según el enfoque lombrosiano, estas formas de desvío social eran enfermedades, como la epilepsia. El criminal o desviado social requería tratamiento, no castigo. El afán de castigar al ofensor era en sí un instinto primitivo, argumentaba Lombroso, que no tenía lugar en una comunidad civilizada. Lombroso murió en 1909 y no vivió para ver sus ideas incorporadas a la práctica legal. Pero su asistente, Enrico Ferri, desempeñaría un papel protagónico en la reforma del código legal italiano, bajo Benito Mussolini. El código fascista de 1930, con su énfasis lombrosiano en el “tratamiento” y rehabilitación de los ofensores, se contaba entre las reformas mas admiradas y progresistas de Benito Mussolini, en la Italia fascista. En definitiva, el criminal o pervertido no era culpable por su conducta.

Cuando Cesare Lombroso publicó “Hombre Criminal” en 1876, de hecho encontró un público receptivo en círculos intelectuales y políticos progresistas, dentro y fuera de Italia.  El hombre civilizado moderno se encontraba en un punto de intersección entre dos procesos evolutivos inexorables: su descendencia biológica a partir de los simios, y su progreso como ser social que iba de la barbarie a la civilidad. Por tanto, el gran debate decimonónico acerca de “natura y cultura” estaba en el corazón de la teoría de la degeneración.

 

Benedict Morel. Benedict Morel (1809 – 1873), fundador de la escuela francesa de la teoría de la degeneración, no veía la intersección entre el hombre y su entorno moderno bajo la luz benigna de Lombroso sino, por el contrario, como potencialmente peligrosa, capaz de amenazar la vida civilizada.

A partir de sus estudios sobre cretinismo (retardo mental), que por lo demás Lombroso había usado para desarrollar sus propias teorías, Morel  da un giro a la teoría de la reversión hereditaria. Para él, la degeneración no era aislada ni se limitaba a ciertas familias, como pensaba Lombroso, sino que formaba parte de un proceso más amplio, de una creciente circunstancia de la sociedad industrial moderna.

Morel y sus seguidores argumentaban que los factores ambientales podían ser más importantes que la herencia para activar el proceso degenerativo, lo cual era manifiesto entre las clases bajas: los obreros, los pobres, los desempleados (aquello que Marx llamaba el proletariado y los liberales franceses denominaban “las clases peligrosas”) eran los portadores de los estigmas del progreso. Eran los “tullidos de la civilización”, que amenazaban inundar la sociedad con su número creciente.

La guerra franco-prusiana de 1870-1871, que derivó en una súbita y total derrota de Francia a manos de los alemanes, una guerra civil y la destrucción de París por los revolucionarios obreros de la Comuna, escandalizó y aterró a la elite intelectual de Francia. Los críticos franceses describían los hechos con los mismos tintes apocalípticos que la generación de Gobineau había usado para describir 1848. Sin embargo, apelaban al lenguaje de la ciencia, y no al poder vitalista y el mito racial, para explicar lo que había sucedido. Por tanto, el temor a una “France degénerée” (anónimo de 1872) impregnaba los debates acerca de todos los aspectos de la política social, incluidos el alcoholismo, la ilegitimidad, el delito y la baja tasa de natalidad, además de la corrupción política. El resultado fue un intenso proceso de introspección y reproches nacionales, donde Morel y Lombroso se aplicaban indiscriminadamente para explicar por qué Francia parecía estar al borde del colapso moral y cultural.

 

Hipolyte Taine. Implicando una visión conservadora, el historiador Hipolyte Taine (1828 - 1893), gran admirador de Lombroso,  en un extenso estudio iniciado en 1873 y completado en 1894 (Los orígenes de la Francia contemporánea) sostuvo que el curso de los acontecimiento en el  siglo XIX revelaba la existencia de un proceso de degeneración fisiológica que erosionaba la salud política y cultural de Francia. Afirmó pues Taine que “gérmenes”' (término decimonónico para los genes) destructivos habían entrado en la corriente sanguínea francesa a través de las turbas revolucionarias de 1789, “causando fiebre, delirio y convulsiones revolucionarias”. En consecuencia, Francia se encontraba en un estado crónico de inestabilidad política y crisis social.

 

Charles Feré. Para 1888, Charles Feré (1852 - 1907) sostuvo que los factores ambientales explicaban el incremento del desvío social. La vida urbana moderna, con sus condiciones insalubres, su ritmo frenético y sus complejas exigencias, estimulaba excesivamente los nervios de los débiles mentales y las clases bajas, causando agotamiento y propensión a los actos irracionales, incluido el delito. Por tanto, Feré concluyó que la misma sociedad industrial estaba creando un “capital patológico”. Según Feré, tal como una mina carbonífera acumula escoria, “los impotentes, los locos, los criminales o delincuentes de toda laya deben considerarse como el desecho de la adaptación, los inválidos de la civilización”, siendo preciso controlarlos o purgarlos antes que dominaran a sus productivos huéspedes.

 

Emile Zola. De igual modo, en el otro extremo del espectro político, el progresista radical, Emile Zola (1840 - 1902), concibió una serie de veinte volúmenes de novelas sobre la familia Rougon­ – Macquart, considerándola cual estudio de la degeneración y la interacción entre herencia y medio ambiente. A través de su familia ficticia, Zola mostraba cómo los estigmas degenerativos de Lombroso se podían rastrear en sucesivas generaciones, hasta culminar en “La Déblácle” (titulo de la última novela de la serie) política y social de 1870-1871.

De esta forma, a juicio de Zola, la “barbarie” del campesinado francés y la clase obrera industrial era el correlato del rapaz “cani­balismo” de sus opresores burgueses capitalistas y de la declinación fisiológica y pérdida de carácter de la clase dominante de Francia. En definitiva, para Zola, la degeneración era una catástrofe colectiva que apretaba a toda la sociedad en su abrazo mortal. Precisamente, Zola advierte que en 1870 la Francia decadente era dirigida por un degenerado clínico, Napoleón III, quién es descrito en “La Débácle” como “un espectro de rostro cadavérico, ojos sin lustre, rasgos apergaminados y bigote descolorido”. El emperador estaba a la cabeza de una derrota que no sólo era estratégica y militar sino médica y fisiológica: “¡Qué derrumbe de todo el ser de ese hombre enfermo, ese soñador sentimental, callado mientras aguardaba su perdición!”.

 

Max Nordau.  La idea de degeneración será ampliada en tanto se le asocia con la cultura y sus agentes, específicamente con los intelectuales degenerados. En 1892, el médico judío - austriaco y demócrata igualitarista admirador de la revolución francesa, Max Nordau (1849 - 1923), publicó “Degeneración”, libro que dedicó a Cesare Lombroso. A pesar de su enorme tamaño, el texto se convirtió en éxito internacional y pronto se publicó en una docena de idiomas.

Teniendo en vista la experiencia de vida de Charles Baudelaire y los poetas franceses “decadentes”, Oscar Wilde, Manet y los impresionistas, Ibsen, Tolstoi, Zola, Wagner y Nietzsche, el crítico doctor Nordau expandió el análisis lombrosiano para mostrar que “los degenerados no siempre son criminales, prostitutas o lunáticos, (sino que) con frecuencia son autores y artistas”. Llegó a la conclusión de que la evolución obligaba a la elite artística e intelectual de Europa a producir “arte degenerado” (expresión que Nordau haría famosa) y, por tanto, todos eran víctimas de mórbidos “estados mentales subjetivos”. Consideraba Nordau que el degenerado artista moderno, al igual que el criminal, carecía de sentido moral ya que “para ellos no existe ley, decencia ni pudor”. El sentimentalismo y la histeria impregnaban sus obras y su perspectiva debido a su endeble estado nervioso. Advertiría que “los degenerados y dementes son los discípulos predestinados de Schopenhauer”.

En esta perspectiva, haciéndose eco de lo que Tocqueville había dicho cuarenta años antes, Nordau apreció decisivamente: “El pesimismo es la nota clave de la época”. El pesimismo era resultado de una corrupción patológica general que afectaba a la sociedad moderna.

Consideró Max Nordau que la única esperanza de la civilización europea eran sus trabajadores. Los aristócratas y los ricos estaban más allá de toda esperanza por cuanto “los degenerados se encuentran principalmente en las clases altas”. En cambio, los granjeros, peones y pequeñoburgueses, hombres que trabajaban con sus músculos y mujeres que se quedaban en casa para criar a sus hijos, preservarían la vitalidad de la especie, así como cierta moral tradicional. Su conclusión era que la opulencia de Europa había socavado la vitalidad y el aplomo, dejando un tendal de desequilibrados y degenerados morales. Apreció por tanto que la vida activa y el trabajo físico conducirían a una “civilización consagrada a la verdad, el amor al prójimo y la jovialidad”.

De esta forma, a fines del siglo diecinueve, esta alabanza del esfuerzo físico pasó a integrar una intensa campaña a favor del ejercicio. Médicos, maestros, filántropos y políticos decidieron que los ejercicios al aire libre podían contrarrestar las peligrosas fuerzas de la degeneración. Sus beneficios físicos fomentarían el bienestar moral, además de revivir la raza. Los deportes y ejercicios se pusieron de moda. Los clubes atléticos proliferaron en Alemania, mientras que el movimiento juvenil alemán se identificaba con las excursiones con mochilas por bosques y montañas. El furor de las bicicletas y las carreras de ciclistas en Francia (que aún sobrevive en el “Tour de France”), del rugby y del fútbol en Inglaterra, de los parques nacionales y el béisbol en Estados Unidos, formaban parte del deseo de crear una sociedad de hombres y mujeres saludables que, en palabras de Nordau, “se levanten temprano y no estén cansados antes del atardecer; con la cabeza despejada y los músculos duros”. Es más, Nordau contribuyó a fundar el “Journal of Jewish Gymnastics” y enfatizó la importancia de crear una cultura de “judaísmo musculoso” para enfrentar la acusación de que los judíos eran una raza de degenerados físicos.

En definitiva, las teorías de Nordau dieron un nuevo giro al tema de la intersección entre la evolución biológica del hombre y la evolución histórica de la sociedad. Se presentaba una nueva perturbadora posibilidad: aún los especímenes humanos saludables que vivieran en una sociedad civilizada avanzada degenerarían en un tipo físico y moral e inferior a menos que se tomaran medidas correctivas. Si bien Nordau, como Lombroso, era optimista acerca del futuro, pero el optimismo se justificaba cada vez menos.

La teoría de la degeneración insinuaba que la sociedad industrial moderna se desplazaba hacia un nivel de “progreso” cuyo ritmo la especie humana ya no podría seguir. En la década de 1890 varios pensadores sugirieron que la civilización moderna era presa de fuerzas ocultas que el orden social y político normal no podía controlar. La afirmación lombrosiana de que “nos rigen leyes silenciosas que gobiernan la sociedad con más autoridad que las leyes inscritas en nuestros estatutos”, cobraría nueva significación en la obra de Gustav Le Bon, Emile Durkheim y Max Weber. Desde esa época la degeneración ya no se trataría como una anomalía, sino como una consecuencia normal de la civilización, una parte inevitable de la vida moderna.

El mismo judío – austriaco Max Nordau anticipaba y preconstituía trascendentes reflexiones posteriores. Con fuerza afirmaba: “Cuanto más numerosos son los individuos que tienen el instinto del heroísmo, del desinterés, de la abnegación personal, la fuerza vital de una nación es más poderosa. El desfallecimiento, no sólo de una familia, sino de un pueblo, empieza con la preponderancia del egoísmo, señal inequívoca del agotamiento de la vitalidad en la especie”.

 

Werner Sombart. A fines del siglo XIX, el antimodernismo y el temor al futuro prevalecían en muchas naciones. En este contexto, el sociólogo Werner Sombart (1863 - 1941) planteó: “En la vida urbana se cortan los vínculos originales entre el hombre y la naturaleza... El hijo de la ciudad... ya no conoce el canto de los pájaros y jamás ha examinado un nido; no conoce el significado de las nubes que surcan el cielo; ya no oye la voz de la tormenta ni del trueno... La nueva raza vive una vida artificial... una complicada mezcla de instrucción escolar, relojes de bolsillo, periódicos, paraguas, libros; desechos cloacales, política”.

En 1911 Sombart publicó un ensayo titulado “Tecnología y Cultura”, sosteniendo que las dimensiones mecánica y humana de la vida estaban trabadas en un conflicto insoluble. Sombart declaraba que las máquinas y la potencia mecánica eran enemigas de lo orgánico y lo espiritual. El cambio tecnológico llevaba al ser humano allende “los límites de la naturaleza viviente”. Además, la máquina era la criada del capitalismo, una expresión de su racionalismo frío y calculador. El triunfo de la tecnología traería una “viscosa marea de mercantilismo” y la producción masiva de objetos “duros, fríos, inertes” que solo parecían beneficiar al empresario. En la tradición de la crítica cultural alemana, la maquinaria industrial no es emblema de progreso sino de alienación y degradación.

Además, Werner Sombart veía el liberalismo como la ideología del materialismo y la gran empresa. Consideraba que éste representaba y explotaba “los bajos instintos del hombre, la codicia, el afán de posesión, la búsqueda del oro”, creando un universo moral a partir de aquello que los alumnos de Sombart llamaban, “mentir y engañar” (“Lug und Trug”). Aún más, vinculando el liberalismo y el capitalismo, Sombart  precisó: “El comerciante aborda la vida preguntándose ‘¿Qué puedes darme?’... el héroe aborda la vida con la pregunta ‘¿Qué puedo darte?’”. La contradicción quedaba pues expuesta ya que, por una parte, el héroe se sacrificaba voluntariamente por los demás y encaraba el mundo como un deber y una obligación a la comunidad y el “Volk”, mientras el comerciante sólo veía oportunidades para el lucro. En consecuencia, en la comunidad de genuina cultura, el comerciante era un “extraño”. Advertía asimismo Sombart que con su enseñanza rabínica, los judíos habían sido los promotores del capitalismo, lo que explicaba su papel decisivo en la economía moderna. En definitiva, Werner Sombart planteaba en 1911 que Alemania pronto mostraría al resto de Europa “que hacer con nuestras masas... y cómo salvar a la naturaleza humana de la máquina”.

 

Georg Simmel. Por su parte, el también sociólogo Georg Simmel (1858 - 1918) entendía que el liberalismo privaba a los seres humanos de todo sentido trascendente de la vida. Postuló que la racionalidad formal del capitalismo producía, vía circulación del dinero, una inversión de medios y fines. Enseñaba que la crisis mundial formaba parte de “la lucha de la vida” contra las formas viejas y decrépitas que intentaban constreñirla. De esta forma, según Simmel, ahora los hombres enfrentaban una cruda opción nietzscheana entre lo viejo y lo nuevo, entre la vida y la muerte, creando la guerra “aquello que podríamos llamar una situación absoluta”. Entre sus los estudiantes más cercanos a Georg Simmel estaban Sigfried Kraccauer, Karl Manheimm y los comunistas críticos Gregory Lukács y Ernst Bloch. Simmel influiría además sobre Martin Heidegger y los teóricos del neomarxismo, Walter Benjamin y Theodor Adorno.

 

Arthur Moeller van den Bruck. Por su parte, Arthur Moeller van den Bruck (1876 - 1925) escribía: “Los liberales se ven como individuos aislados. Buscan sólo su ventaja personal en el presente”. Moeller indicaba por tanto que el liberalismo “ha socavado civilizaciones, ha destruido religiones, ha arruinado naciones. Entonces, rechazando como anticuado e inadecuado el nacionalismo alemán bismarckiano anterior, en 1922 Moeller elaboró su propia visión idealizada del futuro de Alemania: un gran imperio germánico centroeuropeo que él llamaba tercer Reich”, el cual conciliaría a todas las clases sociales y superaría las contradicciones de la historia alemana. Este futuro “tercer Reich alemán” (continuación del Imperio alemán medieval, o primer Reich, y del segundo Reich de los Hohenzollern) debía ser socialista, en el sentido de gozar de una unidad orgánica de autosacrificio además de ser enemigo del capitalismo decadente y estaría animado por una vital generación joven. Hasta 1932 la expresión “tercer Reich” no se asociaba con Hitler y los nazis, sino con Arthur Moeller van den Bruck.

 

Impacto literario. Análogas imágenes de degeneración y atavismo aparecen en Inglaterra socializadas a través de dos nuevos géneros literarios: el relato policial y el relato de horror.

Ya en 1818, Mary Shelley (1797 – 1851) publica uno de los clásicos de terror: “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, novela sobre las terribles consecuencias del intento de un científico de crear en forma artificial un ser humano. Al tratar de competir con lo que sólo Dios había hecho antes (crear vida humana), el científico trae gran tristeza y desgracia  sobre él mismo y sobre aquellos a quienes amaba. Víctor Frankenstein, un joven estudiante suizo de medicina, crea un ser artificial a partir de restos de cadáveres. El monstruo goza de inteligencia, pero tiene una apariencia tan horrible que es rechazado por la humanidad. Se hunde en la amargura y se dedica a matar a todos los amigos y familiares de Frankenstein. El monstruo le exige que le cree una esposa, y cuando aquel rehúsa mata a su  esposa, precisamente en la noche de bodas. El estudiante lo persigue por las extensas soledades del Ártico, pero termina siendo otra víctima suya. La novela “Frankenstein” era un grito de horror que advertía a la humanidad sobre los peligros de profundizar dentro de ciertas esferas de la ciencia, tal como el extremo de intentar crear vida humana por medios artificiales. Semejantes procederes podían ir más allá de la habilidad del hombre en controlar el resultado y liberar efectos terribles. Como en la novela, el ser creado puede volverse en contra de su creador.

Por su parte, en “El doctor Jekyll y el señor Hyde” (1886), Robert Louis Stevenson presenta vívidamente la dualidad evolutiva del hombre moderno, con el yo civilizado y socialmente útil de Jekyll, enfrentado a su yo atávico de Hyde, el cual evoca a Lombroso con sus rasgos simiescos, sus manos velludas y sus apetitos bárbaros que lo signan como una figura de horror. Jekyll mismo comprende que es la “maldición de la humanidad” y que “en el agónico seno de la conciencia, estos mellizos polares siempre deben luchar continuamente”. Concluirá Stevenson que la civilización reposa sobre la represión del animal interior.

Por su parte, Arthur Conan Doyle, conociendo bien a Lombroso y fundiendo el miedo con lo policíaco escribe “Sherlock Holmes”, detective que precisamente es experto en patologías médicas y donde encuentra al criminal buscando los signos físicos reveladores de criminalidad. Al efecto, la búsqueda de estigmas o claves visibles se encuentra en el núcleo de la técnica detectivesca de Holmes.

Sin embargo, la transformación del hombre civilizado en bestia aparece más dramáticamente en las imágenes finiseculares del hombre lobo y del vampiro. Poco después que “Degeneración” de Max Nordau popularizara la teoría lombrosiana de la degeneración y teniendo el precedente de “El vampiro” de Polidori y “El festín de la sangre” de Prest, el integrante de la sociedad demonológica “Golden Dawn”, Bram Stoker, en 1897 escribe “Drácula”. El conde Drácula es el último de una estirpe aristocrática, aunque su linaje no lleva la marca del heroísmo sino la de la degeneración. Stoker brinda una detallada descripción de la “marcada fisionomía” del conde, que sigue puntillosamente las descripciones lombrosianas del tipo regresivo, con una frente alta, “raras y arqueadas fosas nasales”, orejas puntiagudas y cejas que casi se juntan sobre la nariz. Los filosos caninos de Drácula, que también funcionan como estigma lombrosiano, delataban sus orígenes primitivos y su canibalesco apetito de sangre.

Drácula no está poseído por una fuerza demoníaca o sobrenatural, como habría ocurrido en una narración gótica romántica. Como el ladrón y el falsificador de Lombroso, es el producto desviado de una naturaleza amoral. Así entonces, los personajes humanos de “Drácula” libran una guerra por la civilización, en la que deben recurrir a métodos extremos y brutales. Es una guerra que ganan y pierden a la vez: antes de matar a Drácula, pierden a la heroína del libro, Lucy Westenra (cuyo nombre corresponde a “luz de Occidente”), que es presa de los monstruosos poderes del conde. Esta mujer modelo, normal y civilizada, queda transformada en una bestia famélica. La escalofriante aparición de Lucy como vampiro, su “dulzura convertida en inflexible y desalmada crueldad, su pureza en voluptuosa lascivia”, se convierte en la parábola de Stoker acerca de cómo el proceso de degeneración invade los protegidos recintos de la vida civilizada.

El temor a la degeneración cambió la percepción popular de las grandes ciudades industriales como Londres y París; ya no parecían una productiva matriz de oportunidades y movilidad social. En cambio, los centros urbanos se convirtieron en lugares peligrosos ya que eran un mundo donde medraban “Frankenstein”, “Drácula” y “Jack el Destripador”, expresiones de una humanidad degradada o, propiamente, manifestación de inhumanidad.

 

Gustav Le Bon. Gustav Le Bon (1841 - 1931), importante médico admirador de Jean Martin Charcot (experto francés en degeneración que también fue mentor de Sigmund Freud), inicialmente había realizado investigaciones fisiológicas sobre el tamaño del cráneo y del cerebro, estableciendo que en la sociedad moderna, el cerebro de los hombres suele ser más grande (indicio de creciente capacidad intelectual) mientras que el de las mujeres se encoge. Abandonó luego sus calibradores y craniómetros, consagrando su atención a la conducta colectiva en la sociedad industrial, sobre todo la conducta de las multitudes.

En 1895 publicó su influyente libro “La multitud”, ocasión en que advierte que la interacción entre individuo y masa produce una conducta masiva retrógrada. Apreció Le Bon que cuando los individuos se encontraban reunidos en la calle o en un mitin político, se activa un retroceso masivo a un estado primitivo. Señalaba Le Bon: “Por el mero hecho de formar parte de una multitud organizada, un hombre desciende varios peldaños en la escalera de la civilización”. Así, si bien por sí mismo “puede ser un individuo cultivado, en una multitud, es un bárbaro” y se vuelve capaz de los actos brutales e irracionales que caracterizan un disturbio callejero o una turba de linchadores. Consigna Le Bon que los “instintos de ferocidad destructora” propios de las muchedumbres, y que se plasman en sus actos criminales, no son sino “residuos de edades primitivas que duermen en el fondo de cada uno de nosotros”.

En este contexto, donde imperaba una masiva  vida urbana moderna y dominaba la política democrática, se creaban muchas oportunidades para esta clase de conducta masiva retrógrada (lo que el teórico William Trotter llamaría el “instinto gregario”), razón por la que enormes peligros se cernían sobre la sociedad industrial europea. Situación que se hacía particularmente compleja si se consideraba que en la última etapa de la civilización las masas accedían al poder. Precisamente, Le Bon advierte que el ascenso de las masas al poder constituye la última etapa de la civilización. En un eco de Jacob Burckhardt, postula Gustav Le Bon: “El advenimiento de las masas al poder marca una de las últimas etapas de la civilización occidental... Ahora su civilización carece de estabilidad. El populacho es soberano, y crece la marea de barbarie”.

En consecuencia, advierte Le Bon que el “verdadero” carácter de la democracia de masas requería un nuevo enfoque de la política pues las instituciones parlamentarias o legales tradicionales ya no pueden controlar a las masas. Ello por cuanto, a su manera atávica, la multitud busca un líder, vale decir, una figura poderosa que encauce sus energías irracionales hacia fines constructivos. Según Le Bon, el líder natural de la multitud, irradiaba la misma aura que distinguía al reyezuelo o médico brujo de una tribu primitiva. Le Bon llamaría a esto “prestigio” y, Max Weber, “carisma”. No es de extrañar que la obra: “La multitud”, haya sido atentamente leída por Adolf Hitler y Benito Mussolini.

 

Emile Durkheim. Por su parte, Emile Durkheim (1858 - 1917) estaba profundamente interesado en los principales rasgos de la teoría de la degeneración y por los efectos de lo que él llamaba “hipercivilización” sobre el hombre moderno. El gran temor de Durkheim era que la civilización moderna destruyera el material humano al eliminar el equilibrio entre las “fuerzas vitales” que mantienen con vida el organismo social.

Durkheim reflexionaba que si el organismo social es fuerte, “los individuos tienen más vigor; más fuerza de resistencia” ante los traumas del cambio social. Pero si la totalidad social pierde su equilibrio, los individuos sienten los efectos en su salud física y mental. Durkheim llega pues a la conclusión de que la gente se enferma porque su sociedad está infectada. Expresamente sostendrá que “las causas orgánicas son con frecuencia causas sociales transformadas y fijadas en el organismo”. Advirtió respecto de tendencias sociales insalubres tales como una declinante tasa de natalidad y una creciente tasa de suicidios.

Considera Durkheim que el fenómeno de la hipercivilización alimenta la tendencia al egoísmo, también la tendencia anómica y de suyo refina los sistemas nerviosos, volviéndolos excesivamente delicados. Por esta causa los individuos se hacen menos capaces de apegos firmes a objetos definidos, más impacientes ante cualquier disciplina, más propensos a la irritación violenta y la depresión exagerada.

Situación que se hace aún más grave ante una civilización que alcanza un significativo progreso eco­nómico, conocimiento científico y tecnológico, pero que las artes están despojadas de contenido moral. Con esto, hasta las mismas viejas categorías iluminis­tas como el ascenso de la cortesía, la sociabilidad y el refinamiento de los modales, quedan descartados.

En la moderna sociedad industrial, el trabajo y la división del trabajo imponen una rígida disciplina y una uniformidad que se desconocen en comunidades más primitivas. El progreso material no deja pues muchas opciones a las personas y éstas “se mueven porque deben moverse”. A no dudar, la sociedad comercial e indus­trial está estructurada para satisfacer las necesidades físicas y materiales del hombre, pero Durkheim aprecia que “lejos de servir al progreso moral, es en los grandes centros comerciales donde los delitos y suicidios abun­dan más”.

Durante 1897, en su obra “Suicidio”, que nace de la matriz de la teoría de la degeneración, Durkheim  aprecia que el suicidio, como el delito, estaba en el extremo de una escala gradual de reacciones ante la sociedad industrial moderna. Primero venía la neurastenia, luego la depresión y al fin la anomia, la sensación de alienación y desesperación que conducía al suicidio, el cual, sugiere Durkheim, era “el dinero de rescate de la civilización”.

Ante esta realidad, Durkheim estima que la solución para los efectos enervantes de la sociedad industrial no se hallaba en el individuo sino en el grupo. Aunque la sociedad moderna había destruido o corroído las viejas bases de la acción moral (restricción, contención, religión), las había reemplazado con una nueva forma, la solidaridad grupal. Así, la familia burguesa, la empresa, el sindicato y el Estado, constituyen un orden ascendiente de organismos sociales creados por la sociedad moderna para que los individuos pueden descubrir una conexión orgánica con otros y gratificar sus necesidades como seres sociables, en vez de sentirse solos y abandonados. Con todo, Durkheim señalaba que la sensación de unidad que necesita la sociedad moderna no surgirá espontáneamente, razón por la cual al Estado cabe realizar la función unificadora del organismo social, sobre todo cuando la división del trabajo tiende a fragmentarlo.

 

Movimiento de la eugenesia. La constatación de los efectos negativos de la revolución industrial y el consecuente temor a la degeneración, alteraría los horizontes del liberalismo y conduciría a la superación del mismo. El progreso en el sentido clásico de avance económico y científico ya no parecía suficiente para brindar una sociedad estable y segura. De esta forma, para 1880 el liberalismo clásico estaba en crisis porque sus premisas individualistas habían perdido popularidad en la Europa occidental. Surgieron una serie de nuevos movimientos para tratar de salvar la sociedad liberal, tomando elementos tanto del credo político socialista como del conservador. Estos incluían el nuevo liberalismo de la Inglaterra victoriana tardía, los “socialistas de sofá” de la Alemania de Guillermo y el movimiento progresista de los Estados Unidos.

Un factor clave en esta “orientación posliberal” era precisamente el miedo a la degeneración. De hecho, el supuesto de que la civilización moderna es psicológicamente enervante se convirtió en axioma estándar de las ciencias sociales y la psicología social, al igual que la afirmación de que por debajo de la declinación generada por la modernidad acechaba la parte primitiva y retrógrada del alma humana. De esta forma, la civilización liberal moderna parecía condenarse a sí misma a la extinción. Aunque los liberales de fin de siglo rechazaran la teoría racial gobiniana “vulgar” y el nihilismo nietzscheano, se estaban convenciendo de que el único modo de evitar la crisis era buscar soluciones que suplementaran o reemplazaran el liberalismo del “laissez-faire”.

Sociólogos, economistas y filósofos postliberales como Emile Durkheim en Francia, Gustav von Schmoller en Alemania y Thomas Hill Green en Inglaterra, continuaron examinando la fatídica intersección de la sociedad moderna y el hombre moderno desde el lado de la ecuación correspondiente al desarrollo social. Ellos y otros tantos trataron de demostrar que la alteración de las condiciones sociales del hombre podía producir un cambio fundamental en todos los miembros de la sociedad y salvar la sociedad de si misma. Se postuló entonces que la solución al proceso advertido radicaba en la práctica de la eugenesia o aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana. La eugenesia examinaría cómo se podía alterar el potencial biológico del hombre para que éste pudiera vivir y prosperar en la sociedad moderna.

Así, la postulación de la eugenesia se configuró como movimiento progresista de corrección y reforma social  ante el deterioro fisiológico que amenazaba Europa y Estados Unidos. Inicialmente formó pues parte de una campaña para construir aquello que los liberales progresistas de 1860 llamaban “economía social”, una sociedad armoniosa que superaría las desigualdades propias del capitalismo industrial moderno. De esta forma, el movimiento social reformista que postuló la higiene pública, la eliminación de barriadas pobres, el antialcoholismo y la emancipación femenina en Europa y Estados Unidos, de suyo estuvo asociado con la eugenesia y se basaba en los mismos supuestos posliberales.

 

Thomas Malthus. En 1793 William Godwin (1756-1836) publicó su "Investigación sobre la Justicia Política" en la que sentaba las bases de un comunismo anarquista y propugnaba que no hay límites para el incremento de la población en una sociedad en que se haya impuesto la igualdad, se sacrifiquen los intereses individuales por el bien común, reine la propiedad colectiva y se suprima el estado como institución, pues, según él, todo estado es malo porque todos se apoyan en la violencia.

Como reacción a esto, y mediando las advertencias sobre el peligro de un exceso de población que antes hicieron G. Botero (1589), A. Genovesi (1765), J. Steuart (1770), J. Townsend (1786) y G. Ortes (1790), en 1798 el economista y pastor anglicano Thomas Robert Malthus (1766-1834) publicó anónimamente la primera edición de "Ensayo sobre el Principio de la Población", obra que escandalizó tanto que el autor matizó sus aseveraciones en la segunda edición publicada con su propio nombre pero con el título de "Resúmenes sobre los Efectos Pasados y Presentes Relativos a la Felicidad de la Humanidad" (1803). Es en esas publicaciones donde nace el llamado "malthusianismo", corriente ideológica que propone la restricción voluntaria de la procreación para remediar la desproporción prevista en el futuro entre la población y los alimentos.

Según Malthus, mientras la población aumenta en progresión geométrica, la producción de alimentos se efectúa sólo en progresión aritmética y aunque Malthus confiaba en que la mejora de las técnicas agrícolas posibilitaría el aumento de la producción, afirmaba que esto no sería suficiente, a pesar de que previsibles desastres (guerras, plagas y enfermedades) redujeran el ritmo del crecimiento demográfico. Así, Malthus definió dos métodos para evitar la explosión demográfica, los métodos positivos, que aumentan la tasa de mortalidad, y los preventivos, que disminuyen la natalidad. En estos últimos los neomalthusianistas incluyeron los métodos anticonceptivos. El neomalthusianismo surge en Francia con el escritor y filósofo E.P. Sénancour (1770-1846), en Gran Bretaña con el político F. Place (1771-1854), R. Carlisle y el filósofo y economista S. Mill (1806-1873), además de emerger en los países escandinavos. En Estados Unidos, pensadores como Vogt, Pierson, Hamer y Cook llamaron la atención sobre el problema del envejecimiento de la población.

 

Francis Galton. Así entonces, la cuna del movimiento eugenista fue la Inglaterra del evolucionismo de Charles Darwin. Es más, encontró su génesis en la propia familia de Darwin. Su primo hermano, Francis Galton (1822 - 1911) acuñó el término en 1883 para referirse a una ciencia de crianza de los “bien nacidos”.

Basado en una visión liberal positivista, Francis Galton consideraba que las aptitudes adquiridas por la presión de la selección natural y la eliminación de las especies inadaptadas habían llegado a su término, y que era el momento de controlar directamente la reproducción humana. De modo que había que tomar medidas urgentes para evitar que “las razas mejor preparadas para desempeñar su rol en el teatro de la vida se vieran abrumados por los incompetentes, los enfermos, los pesos muertos”. Para Galton, la degeneración moderna no se debía sólo al medio o a la educación, sino a una mala herencia, siendo esto lo que había que eliminar artificialmente.

Para este fin, en 1870, Francis Galton fundó la ciencia de la eugenesia (del griego eu, bueno, bondad y perfección; genos, raza; y génesis, nacimiento u origen) tomando como modelo la cría de plantas y animales. Su proyecto explícito consistía en revertir “el actual estado catastrófico de la raza humana a un nivel tal que permita realizar en la práctica las utopías soñadas por los filántropos”. En 1900, la eugenesia recibiría nuevas fuerzas con el redescubrimiento de las leyes de Gregor Mendel, que especificaban la repartición de los caracteres hereditarios en las plantas y definían a los genes como determinantes biológicos últimos. Las leyes de Gregor Mendel (1822 – 1884) servían para recusar la hipótesis de Lamarck sobre la transmisión de los caracteres adquiridos. Galton sostuvo así que la eugenesia era el aspecto práctico del darwinismo teórico.

De esta forma, junto con otros darwinianos como Thomas Huxley, Galton se interesaba por el lado “retrógrado” del proceso evolutivo, pero sus preocupaciones eran más específicas y sociales. Temía que las aptitudes intelectuales que impulsaban el progreso de la civilización estuvieran mal distribuidas en la sociedad moderna y que el crecimiento de la población en las ciudades inglesas atentara contra ellas. A juicio de Galton, el triunfo de la mediocridad cultural derivado del ascenso del “hombre masivo”, implicaría una mediocridad biológica.

Para representar la distribución de la inteligencia en la población general, Galton preparó un diagrama usando una curva con forma de campana; el genio hereditario, como la idiotez hereditaria, sólo aparecían en el extremo de la curva. Así, sólo una persona entre cuatro mil tenía las aptitudes necesarias para el avance de la civilización. La vasta mayoría mostraba a lo sumo una inteligencia mediocre. Por tanto, si los integrantes de ese grupo talentoso no lograban reproducirse en cantidad suficiente, el resultado sería la catástrofe social (jueces, estadistas, clérigos, militares, científicos, investigadores universitarios, escritores, músicos, luchadores profesionales y campeones de remo).

Galton asociaba esta inminente carencia de talentos con su temor a los efectos disgregadores de la sociedad moderna. Anticipándose a la preocupación de Durkheim por la “hipercivilización”, Galton temía que la Gran Bretaña industrial se expandiera con demasiada rapidez y se volviera demasiado compleja para los seres humanos: “El ciudadano medio es demasiado limitado para el trabajo cotidiano de la civilización moderna”. El mismo entorno social moderno planteaba exigencias excesivas al material evolutivo humano y todo sugería que no se estaban renovando los mejores sino los mediocres. Entonces, para Galton y otros eugenistas, el crecimiento demográfico normal se había convertido en una forma de selección natural negativa.

Otro zoólogo darwiniano que compartía estas preocupaciones, Edwin Lankester, explicaba que la sociedad estaba amenazada por “la reproducción excesiva de los desesperados y desesperanzados, los más pobres, los miembros más ineptos e indeseables de la comunidad”. Las clases inferiores se convertirían en una masa parasitaria, una suerte de subclase permanente de dráculas proletarios que devorarían el tejido social de la sociedad industrial.

La solución ante tal eventualidad era la práctica eugenesia. Ello suponía una política eugenésica basada en una lógica simple: “Si hombres talentosos se aparean con mujeres talentosas generación tras generación, podríamos producir una raza refinada” y eliminar el riesgo de reversión o atavismo. La eugenesia tenía la inestimable ventaja de corregir la degeneración de Occidente mediante un método tan científico como humanitario. Se afirmaría: “La eugenesia coopera con el funcionamiento de la naturaleza al garantizar que la humanidad esté representada por las razas mas aptas. Aquello que la naturaleza hace a ciegas, despacio y cruelmente, el hombre puede hacerlo discriminada, rápida y benignamente”.

A este efecto Galton desarrolló un sistema para identificar en la población inglesa a las personas más talentosas y a las menos talentosas, los “auténticos imbéciles e idiotas”, ­basándose en características observables que serían estudiadas, cuantificadas, comparadas y archivadas. Se consagró con entusiasmo a la fisiología cerebral al estilo Lombroso, armándose con un dispositivo para crear fotografías compuestas de tipos humanos ideales o “estereotipos”, epitomes de criminalidad, talento, estupidez y judaísmo. Procuró construir un “mapa de la belleza” de Gran Bretaña contando la recurrencia de rasgos encantadores en la población y tratando de desarrollar un índice cuantitativo para medir el grado de aburrimiento.

Al comienzo, esto es, a fines de la década de 1860, las investigaciones de Galton no produjeron ninguna reacción. Sin embargo, más tarde, el temor a la degeneración contribuyó a crear simpatía por la eugenesia de Galton entre radicales y socialistas; entre ellos George Bernard Shaw, H. G. Wells, Sidney y Beatrice Webb de la “Sociedad Fabiana”, el sexólogo Havelock Ellis y la feminista americana Margaret Sanger. Aún más, el movimiento eugenista atrajo personas significativas como W. R. Inge, deán de la catedral de San Pablo, y a H. G. Wells. En 1912, el socialista Karl Pearson, discípulo y sucesor de Galton, organizó la “Primera Conferencia Internacional de Eugenesia”, presidida por Leonard Darwin, hijo de Charles, a la cual asistieron importantes personajes, incluido un joven parlamentario liberal llamado Winston Churchill. De hecho, dos años antes, en 1910, el entonces Secretario del Interior, Winston Churchill, ya establecía claramente: “El rápido crecimiento antinatural de los débiles mentales unido a una restricción en el aumento de las razas enérgicas y superiores constituye un peligro nacional y racial. La fuente de esta insanía debe ser cercenada y sellada con celeridad”.

Tal como ocurriría más tarde con el control de la natalidad, se suponía que la eugenesia procuraría un antídoto contra ideas obsoletas y erradas acerca de la reproducción humana. El tradicional mensaje cristiano de “creced y multiplicaos” resultaba irremediablemente anticuado para Galton y otros eugenistas. Es más, resultaba peligroso en un mundo amenazado por la degeneración. Por ende, la oposición más enconada y las principales críticas a este movimiento provenían de los conservadores religiosos y los católicos.

En la práctica, Galton atraía a los sectores radicales porque no identificaba a los más talentosos con el abolengo; por el contrario, los excluía específicamente. Aún más, la eugenesia galtoniana, como el populismo muscular de Nordau, convertía a los aristócratas en degenerados latentes. En general los eugenistas convenían en que la clase dominante hereditaria europea era un producto de la bancarrota genética, al igual que los retardados mentales, los “idiotas mongoloides” y los irlandeses. Un colega de Galton proclamaba: “El rango y la riqueza, heredados sin esfuerzo y con absoluta seguridad, suelen producir vástagos débiles y poco inteligentes”. Así, quizá no fueran los proletarios dráculas, pero sin duda concordaban con el estereotipo sujetos como Oscar Wilde: seres humanos criados en la indolencia, con diversos trastornos nerviosos y con gustos estéticos decadentes.

En su última obra influyente, “El descenso del Hombre” (1871), Francis Galton ya indicaban la futura dirección del liberalismo científico: preocupación por los efectos enervantes de la civilización en la evolución del hombre y por el temor a la degeneración. Si bien inicialmente Galton y algunos eugenistas se sintieron atraídos por el lado “blando” de la eugenesia, expresada en el aliento oficial a la reproducción selectiva, pronto otros se interesaron por la directa aplicación de la esterilización forzada, el aborto e incluso la eutanasia.

 

John Stuart Mill. El filósofo del utilitarismo, John Stuart Mill (1806 – 1873), postuló entonces con claridad: “Todo ser humano tiene un derecho natural a ser alimentado por sus padres hasta que pueda bastarse a sí mismo. Engendrar un ser que no se puede o no se quiere sustentar es un crimen; sin duda que la sociedad debe cuidar a sus miembros enfermos o desgraciados, pero puede exigir que los sostenidos por la beneficencia pública se abstengan del matrimonio. El único medio de destruir la miseria social consiste en propagar activamente el uso de una moderación razonable y voluntaria  respecto del número de hijos a engendrar. El gobierno tiene el derecho de recurrir a tal fin dictando leyes. Nada puede mejorarse en tanto que las familias pobres que engendran no sean consideradas desde igual punto de vista que las personas que se entregan a la embriaguez o cualquier otro desorden físico”.

 

Alexander Graham Bell. El científico escocés Alexander Graham Bell (1847 – 1922), inventor del teléfono junto a Antonio Meucci y Philipp Reis, integró activamente el movimiento eugenésico en  Estados Unidos de Norteamérica. Entre 1912 y 1918 actuó como presidente del consejo científico de la Oficina de Registro Eugenésico del puerto de Nueva Cork. En 1921, A. Graham Bell fue presidente honorario del Segundo Congreso Internacional de Eugenesia, realizado con el auspicio del Museo Americano de Historia Natural.  En virtud de tal posición, Alexander Graham Bell se dedicó a la promoción de leyes que establecían la esterilización obligatoria  para los que él llamaba una “variedad defectuosa de la raza humana”.

 

Margaret Sanger. La influyente líder feminista y socialista radical,  Margaret Higgins Sanger (1879 - 1966) postuló la eugenesia forzada, la segregación, el control de natalidad y el aborto. De hecho, para promocionar una política pública basada en estas prácticas fundó la “Federación Internacional de Paternidad Planificada”. Margaret Sanger comienza afirmando que “el género femenino debe sacudirse su esclavitud… nuestro objetivo es la satisfacción sexual ilimitada sin la carga de niños no deseados… La cama del matrimonio es la influencia más degenerativa en el orden social”. La demócrata Sanger proclamará luego de modo inequívoco: “La acción más misericordiosa que puede hacer una familia numerosa por uno de sus miembros más pequeños es matarlo”. Además, expresamente postula la segregación social: “Nuestro fallo de segregar a los imbéciles, quienes están aumentando y multiplicándose – un peso muerto de basura humana – engendra imparablemente la clase de seres humanos que nunca debería haber nacido”. Determina Sanger: “Se debería detener la procreación del enfermo, del débil mental y de los pobres… La respuesta es la esterilización obligatoria… La esterilización eugenésica es una necesidad urgente… Debemos prevenir la multiplicación de esta mala estirpe”. Confiesa así Sanger: “La campaña para el control de la natalidad no es simplemente de valor eugenésico, sino que es prácticamente idéntica a las metas oficiales de la eugenesia…El control de la natalidad debe conducir en última instancia a una raza más limpia”. Por último, Margaret Sanger proclamará expresamente la “fundación de una nueva raza”.

 

Georges Vacher de Lapouge, Charles Binet – Sanglé, Charles Richet y Alexis Carrel. El antropólogo suizo Georges Vacher de Lapouge (1854 – 1936), eminente miembro de la “Sociedad de Eutanasia” de Francia, inspirado en Darwin, aplicó el principio de selección natural de las especies para explicar la desigualdad biológica de las razas y las consecuentes diferencias culturales. Como expresión de la selección natural, en 1896 publica “La Selección Social” y abogó por una práctica eugenésica que incluía la eutanasia y el infanticidio. Es Vacher de Lapouge quien por primera vez utiliza el concepto de “etnia” para designar distintos tipos raciales.

En 1918, por medio de su obra “El Haras Humano”, el francés Charles Binet – Sanglé, formuló la proposición de establecer un “Instituto de la Eutanasia” para implementar un programa de eliminación de degenerados y fatigados de la vida, mediante el empleo de anestesia y gas. En su libro “El arte de morir”, Bidet – Sanglé expone un proyecto de reglamento, según el cual la eutanasia seríia confiada a especialistas, de los cuales dependería el autorizar el derecho de morir. En un estudio de 1912, Binet – Sanglé aprecia que Jesús era un sujeto mentalmente enfermo (“Jesus Madness”).

Por su parte, el premio Nobel de medicina de 1913, el fisiólogo francés Charles Richet (1850 – 1935), sistemáticamente ocupado de temas espiritualistas como telepatía, hipnosis, materializaciones, premoniciones, cryptesthesia (sexto sentido, que capta vibraciones de la realidad), en 1919 publica “La Selección Humana”. El también premio Nobel de medicina en 1912, el francés Alexis Carrel (1873 – 1944), quien se autodenominaba protector de la especie humana, que fuera apoyado en su trabajo investigativo por el famoso aviador y experto mecánico Charles Lindbergh (1902 - 1974) y prestara servicios tanto en la Fundación Rockefeller (“Rockefeller Medical Institute”) como  para el gobierno de Vichy dirigiendo la “Fundación Francesa para el Estudio de los Problemas Humanos”, aportaría avances fundamentales referidos a la cirugía cardiovascular, injertos de tejidos y transplante de órganos y también sostendría la validez de las prácticas eugenésicas. En su obra de 1935, “El Hombre Desconocido”, Alexis Carrel propone la creación de clases biológicas, con los débiles y enfermos en un extremo y los fuertes y capaces en el otro, siendo estos últimos los que podrían vivir largo tiempo, propagar la especie y recibir nuevos órganos cuando fuese necesario. Conforme a Carrel, la selección estaría a cargo de un consejo de científicos expertos. Pregunta Carrel: “¿Cuál es la razón que impediría a la sociedad resolver el problema de los criminales y de los locos de una manera más económica?... En Alemania, el gobierno ha tomado medidas enérgicas contra la multiplicación de los tipos inferiores, de los locos y los criminales”.

 

Ludwig Woltmann. Preocupado por la declinación cultural occidental y la degeneración, el marxista Ludwig Woltmann (1871 - 1907) sigue entusiastamente a Darwin y se convierte al eugenismo racial, sosteniendo por consiguiente que sería la selección natural organizada por el Estado aquello que conduciría a la justicia social y reafirmaría la superioridad aria. El socialismo de estado era pues la forma de gobierno más apta para tomar las medidas coercitivas necesarias para un programa eugenésico sano. Woltmann incluía expresamente a los judíos europeos como objeto importante de su programa antidegenerativo. De hecho, después de 1880, y sobre todo después del juicio de Dreyfus en 1893, se consideraba que los judíos eran los principales degenerados de Europa. Bajo el microscopio de las teorías de la morbosidad degenerativa, los judíos revelaban una propensión innata a todas las enfermedades de la vida moderna, tales como la histeria, los trastornos nerviosos y la sífilis.

 

Ernst Haeckel. Por su parte, Ernst Haeckel (1834 - 1919), zoólogo de la Universidad de Jena cuando llevó las teorías darwinianas a Alemania y se convirtió en figura eminente en la eugenesia y la biología racial de ese país durante el siglo XIX. En su libro más influyente, “El enigma del Universo” (1899), Haeckel proclamó que la civilización moderna, con sus enormes avances tecnológicos y científicos, había adquirido un nuevo carácter evolutivo pero no había realizado ningún progreso en el campo de los principios sociales y morales.

Haeckel observaba que “una inquieta sensación de desmembramiento y falsedad” cundía por Europa en el último año del siglo XIX, suscitando temor a “grandes catástrofes en el mundo político y social”. Según Haeckel, esta inquietud derivaba de la misma raíz que todos los errores que afectan la cultura europea tradicional: tenían su base en la idea antropocéntrica de que el hombre es especial y está al margen del resto de la naturaleza. Señala Haeckel: “La desmedida arrogancia del presuntuoso hombre le ha hecho creer erróneamente que es ‘la imagen de Dios’, dueño de una vida eterna... y poseedor de un ilimitado libre albedrío”.

Por tanto, el hombre moderno debía abandonar “esta ilusión insostenible” y, por tanto, la religión y sus tabúes, especialmente los sexuales, si quería realizar su auténtico destino. El nuevo hombre debía ser uno con la naturaleza y la “ecología”, término inventado por Haeckel. Para él, toda la historia de la civilización occidental era sólo una parte de la “historia de la rama de los vertebrados”, que él dividía en veintiséis etapas evolutivas, desde la formación de las moléculas de carbono hasta el Homo erectus.

Si Charles Darwin había presentado la evolución biológica en función de la selección natural, que era el auténtico mecanismo del cambio en la naturaleza, en la filosofía de Haeckel ocurre lo contrario. La selección natural, la lucha a muerte por el dominio y el poder, está en función de la evolución, la cual corresponde a un sistema de crecimiento orgánico que impregna toda la naturaleza y que Haeckel llamó “monismo”. De esta forma, el monismo era un vitalismo profundamente determinista donde todas las fuerzas se desplazaban hacia una sola totalidad, incluida la comunidad humana.

Haeckel fundó así la “Liga Monista”, que pregonó el evangelio de la evolución y la selección natural en los círculos obreros alemanes. En este contexto, Haeckel también se convirtió en vocero de la eugenesia como clave para una nueva humanidad unificada y biológicamente apta. No obstante, aunque Haeckel negó enfáticamente que sus opiniones fuesen prototalitarias, la idea de la crianza científica selectiva, la eutanasia y las defensas contra los elementos degenerados tales como los judíos y los negros se convirtieron en imperativos sociales a los cuales debía recurrir el estado moderno para salvar la civilización.

Sin más, teniendo a Ernst Haeckel como presidente honorario, en 1904 se funda la “Sociedad de Higiene Racial”, institución que a comienzos del siglo XX ya tenía más de cien filiales en Alemania. Así, después de la primera guerra mundial, muchos eugenistas y biólogos raciales se sumaban al creciente consenso de que el futuro político de Alemania requería un socialismo de Estado. Sostenían que una de las prioridades de ese Estado futuro tendría que ser una política eugenista de “selección controlada” para preservar la raza alemana.

 

Heinrich von Treischke. Heinrich von Treischke (1834 – 1896) afirmará que el Estado es una comunidad moral que está llamada a educar la raza para convertirse en una nación con un verdadero carácter nacional. Por tanto, para von Treischke, estructurar un Estado es el más alto deber moral de una nación. El egoísmo social debía cesar y las personas deberían llegar a sentirse parte del cuerpo nacional. Aún más, la posesión más importante de un Estado es su energía, razón por la cual es deber del Estado aumentar su energía. En definitiva, von Treischke postula que el Estado es la base de toda la vida nacional. Con todo, el individuo carece del derecho a mirar al Estado como medio para lograr sus propias ambiciones de vida. Asimismo, toda actividad del Estado es sabia y beneficiosa si promueve la independencia de los hombres libres y del razonamiento.

Por extensión, según von Treischke, un Estado que no es capaz de formar y mantener una organización externa, merece fallecer. En esta perspectiva, von Treischke postula que la idea de la paz perpetua es una ilusión propia de caracteres débiles. Entonces, la guerra siempre es una drástica medicina para la raza humana, de modo que la debilidad nacional es un pecado del Estado. En este contexto, von Treischke reconoce que los judíos han desempeñado un papel necesario en la historia alemana, debido a su capacidad en la gerencia del dinero. Sin embargo, von Treischke aprecia que ya no son necesarios. Advierte asimismo que el judío internacional, ocultado tras la máscara de distintas nacionalidades, es una influencia desintegradora.

 

Julius Langbehn. En su escrito “Rembrandt como educador”, donde presenta al pintor como ejemplo de un pueblo inteligente, Julius Langbehn (1851 – 1907) considera el arte como una fuerza irracional y antiintelectualista a oponer a la razón y cientificismo burgués. Esta fuerza o poder está naturalmente enraizado en el alma colectiva del pueblo, y se manifiesta como expresión del genio popular y la fuerza vital de la nación. Y ya que el arte es lo verdadero, éste debe ser el basamento inalienable al que debe estar sometida la política. El arte es el genio del pueblo y la política debe respetar ese genio y convertirse en su servidora. Langbehn considera así que la decadencia artística es la decadencia provocada por la sumisión a los políticos burgueses y a su culto materialista y vulgar de la eficiencia económica. Langbehn proyecta pues un humanismo radical en el corpus doctrinal de los movimientos de juventud. Establecía además Langbehn: “Los judíos son un pueblo mucho más viejo que los alemanes. Representan… la etapa de desarrollo del individuo que se describe como viejo, astuto y maligno… No hay niños judíos; todo judío actual nace viejo. Es moralmente, como lo era físicamente su antepasado Isaac, un producto de la vejez. El judío moderno no tiene religión, ni carácter, ni patria… Es un pedazo de humanidad que se ha vuelto agrio. El espíritu ario de la infancia reacciona… ¡La juventud contra los judíos!”.

 

Willhelm Schallmayer.  Desde 1891, el bávaro Willhelm Schallmayer había estado haciendo advertencias sobre la “degeneración física que amenaza al hombre civilizado”. Expresaba la idea de que no podía dependerse de la selección natural como base de la “perfectibilidad” y progreso social. Según este punto de vista, la naturaleza necesitaba ser guiada y asistida por alguna forma de selección social. En este sentido, Schallmayer advertía que la selección social se estaba realizando ya en el sentido equivocado en razón de los programas de reformas sociales ayudaban a sobrevivir a individuos que de otro modo no podrían hacerlo. Por tanto, Schallmayer consideró un programa eugenésico destinado a controlar determinados aspectos de la conducta humana, siendo su propuesta principal el establecimiento de un sistema de asesoramiento y examen prematrimonial. Según su propuesta, el permiso para contraer matrimonio sería denegado cuando un médico dictaminase la presencia de rasgos hereditarios o enfermedades “indeseables” en la pareja o en uno de los contrayentes.

 

Alfred Ploetz. En este contexto, el médico y biólogo seguidor de Galton y  Spencer, Alfred Ploetz (1860 - 1940), introdujo el concepto de “higiene racial”. En 1895 publicó “La excelencia de nuestra raza y la protección de los débiles”, sosteniendo  que un humanismo mal dirigido estaba amenazando la calidad de la raza al alentar la protección de sus miembros más débiles. Ploetz concurrió a la fundación de la “Sociedad de Higiene Racial” y creó el periódico “Archivo de Biología Social y Racial”, que se convirtió en órgano principal del movimiento alemán de higiene racial o eugenesia. Ploetz acuña asimismo la expresión “selección controlada” o tecnocrática de las personas inteligentes, de manera que las personas de una sociedad civilizada pudieran propagar la especie sin temor a la catástrofe genética, incluida la degeneración. Disponía que un panel de médicos debía decidir sobre si el niño debía vivir o morir (dosis de morfina).

 

Ernst Rüdin. Siguiendo a su cuñado Alfred Ploetz, desde fines del siglo XIX el psiquiatra y genetista suizo, Ernst Rüdin (1874 – 1952), divulgaría la noción de “higiene racial”. En 1916 establecería el campo de la “biología hereditaria psiquiátrica”, concepto que evolucionaría al de “genética psiquiátrica” en los años treinta.  Además enseñaba tanto el valor de la raza nórdica en tanto factor “creador de cultura” como previene socialmente respecto del peligro de los defectos hereditarios. Indica Rüdin: “Quienquiera que no esté física o mentalmente apto no debe traspasar sus defectos a sus niños. El Estado solamente debe cuidar de los niños aptos”. Ernst Rüdin intervendría en la Sociedad Alemana de Higiene Racial, dirigiría el Instituto Kaiser Wilhelm en Berlín y Munich, el Instituto Planck y además sería director del Departamento Genealógico - Demográfico del Instituto Alemán de Psiquiatría entre 1917 y 1945. En 1933, una vez establecido el régimen nacional – socialista en Alemania, Rüdin fue designado por el Ministerio del Reich para conducir el programa de pureza racial. Las investigaciones de Ernst Rüdin fueron apoyadas por la Fundación Rockefeller.

 

Alfred Jost. En 1865, Alfred Jost publicó la obra “El Derecho a la Muerte”, sosteniendo la tesis de que la “solución final” al “problema de la población” es “responsabilidad” del Estado. Afirmó Jost que el Estado tiene el “derecho natural” a eliminar a los individuos indeseables para “guardar la nación, el organismo social vivo y sano”.

 

Eugen Fischer, Fritz Lenz y Erwin Baur. El profesor de antropología, Eugen Fischer (1874 – 1967), sostenía la superioridad racial alemana y llegó a ejercer la dirección del “Instituto Kaiser Wilhelm” para la antropología, la enseñanza hereditaria y eugenésica, creado en 1927. Después de un trabajo de investigación, en 1913 proclamaría la prohibición absoluta de uniones mixtas en las colonias africanas de Alemania. Además, junto con Fritz Lenz (1887 – 1970), quién sostenía que la raza era el “último principio de valor”, procurarían la esterilización de los “bastardos de Renania”, vale decir, de los descendientes de mujeres alemanas y soldados coloniales africanos o asiáticos, durante la ocupación de Renania entre 1920 y 1927. Luego, en 1921, Eugen Fischer, junto a Fritz Lenz y Erwin Baur, en dos volúmenes publican la obra “Herencia Humana e  Higiene Racial”, obra que fue detenidamente leída por Adolf Hitler. Así entonces, este texto serviría como base para el programa de esterilización que el nazismo aplicó en Alemania. Además, uno de los estudiantes del doctor Fischer, el también médico Hendrik Verwoed, redactaría las normas del régimen de “apartheid” en África del Sur. Cabe tener presente que los estudios de genética y genealogía que Eugen Fischer realizó hasta fines de la década de 1920, fueron financiados por la Fundación Rockefeller. En 1933, Eugen Fischer fue nombrado como rector de la Universidad de Berlín y actuó como consultor gubernamental para asuntos raciales desde el “Comité de Expertos sobre Demografía y Política Racial”.

 

Sigmund Freud. Sigmund Freud (1856 - 1939) se formó en un campo de la medicina que era crucial para la teoría de la degeneración, la neurología. Siendo discípulo de Jean Charcot (1825 – 1893), en 1885 fue a París para estudiar las “atrofias y degeneraciones secundarias” en el cerebro de los niños. Sin embargo, con el tiempo, Freud dejó de abordar los trastornos degenerativos a partir de sus causas fisiológicas y orgánicas. Llegó a la conclusión, como la mayoría de la comunidad médica más tarde, de que las explicaciones degeneracionistas de “enfermedades” tales como la neurosis y la histeria eran “un juicio de valor, una condena en vez de una explicación”, y por ende carecían de rigor y objetividad científica.

Inevitablemente, la teoría de la degeneración y su oposición implícita entre las fuerzas de la civilización y una humanidad saludable se introdujeron en las teorías de Freud. Su primer trabajo original, “La Interpretación de los Sueños”, se publicó en 1899, el mismo año en que se publicó “El enigma del universo” de Haeckel y sólo dos años después del “Suicidio” de Durkheim y el “Drácula” de Stoker. La imagen freudiana de la personalidad humana presentaba una tensión entre el yo y el superyó del hombre civilizado y su equivalente primitivo, el ello. El ello, como el señor Hyde de Stevenson, permanece oculto o reprimido en el ser humano normal y saludable. Freud escribiría así: “El yo representa todo aquello que podemos llamar razón y deliberación, en contraste con el ello, que contiene las pasiones”.

De hecho, el ello establece su dominio oculto en el inconsciente, un submundo de fantasías y sueños, de mitos y pulsiones primales (aquello que su discípulo Carl Jung llamaría el reino de los arquetipos) y, en el caso del neurótico, éste permite que este reino oculto invada su entorno psíquico normal. En este sentido, se trata de una regresión, tal como la criminalidad era una regresión para Lombroso. Por tanto, la teoría freudiana de la regresión psicológica reemplaza la degeneración fisiológica para explicar el movimiento que va de la razón y el orden a la irracionalidad y el desorden.

Es más, considera Freud que la regresión acontece en el individuo, pero también en el conjunto de la sociedad. Todo niño revive en su desarrollo el entorno psíquico de la raza humana en su conjunto, desde lo irracional y lo simple hasta lo racional y lo complejo. Y las sociedades humanas, por su parte, exhiben los mismos principios psicológicos que se aplican a los individuos comunes o los neuróticos. Así como el individuo lleva las cicatrices psíquicas de la primera infancia, las relaciones con los padres y otros traumas que ha experimentado en la vida, también la vida psicológica interior de la sociedad lleva cicatrices y lastres similares que datan del instante de su fundación.

Como Nietzsche, Freud encontraba el defecto fatal de la civilización en sus orígenes. Para Freud, ese origen es el parricidio. Este acto primordial de salvajismo, y la culpa colectiva que se siente por la muerte del padre, perdura en la culpa que generan instituciones tales como la religión y en convenciones sociales tales como los tabúes. Por ende, la sociedad moderna, sucesora de la sociedad primitiva, no es inmune a lo salvaje y lo irracional. Sus impulsos y crímenes originales sobreviven en su memoria colectiva y en las instituciones que infunden estructura y sentido a la vida social. Como decía Freud, “la mente primitiva es, en el sentido más cabal de la palabra, imperecedera”. Así, lo primitivo y lo salvaje persisten en la psique individual como parte del ello, y en el hombre social en el instinto de la horda primitiva, que emerge plenamente a la superficie en las instituciones democráticas modernas.

En síntesis, la formación cultural del hombre desmiente la afirmación de que la civilización es un estado totalmente distinto de la barbarie, pues las estructuras psicológicas internas de ambos son las mismas.

De hecho, Freud era un converso a la teoría de la recapitulación de Ernst Haeckel, que estipulaba que el desarrollo del embrión repite la historia de la evolución de la especie. Aún más, el gran estudio comparativo de las religiones primitivas de James Frazier, “La rama dorada” (que influyó profundamente sobre Freud), ya sugería que el papel del mito “irracional” y el ritual no habían desaparecido en las sociedades civilizadas.

De esta forma, la civilización, en cuanto proceso material transforma y altera lo precedente, pero en cuanto proceso psicológico, esto es, en cuanto “proceso civilizador”, no lo hace ni puede hacerlo. Para Freud, el hombre civilizado conserva los instintos primarios de su existencia salvaje. En términos freudianos, en el lado positivo, la evolución social produce madurez e independencia pues supera la sensación infantil de desamparo propia del hombre primitivo, y la necesidad de figuras paternalistas protectoras tales como dioses, papas y reyes. La civilización otorga a los individuos autonomía personal y un lugar en una comunidad más amplia de orden y deber moral. Pero este proceso también implica conflicto con los instintos vitales primitivos ya que es imposible pasar por alto en qué medida la civilización está construida sobre la renuncia al instinto, en qué medida supone precisamente la insatisfacción de instintos poderosos. De hecho, esta autorrepresión puede avanzar al punto en que la vitalidad desaparece del paisaje cultural. El hombre y su progreso social alcanzan un nuevo y fatídico punto de intersección, donde la conquista de la propia vitalidad se vuelve tan insoportable para la civilización que al fin el bárbaro emerge a la superficie, un “retorno de lo reprimido”.

Esto puede suceder en el individuo -en el neurótico y otras víctimas del “malestar”- o, más turbadoramente, en la sociedad en su conjunto, arrastrándola a su brutal y agresivo estado precivilizado, donde sólo mandan los fuertes, sin más restricciones que “su propio interés y los impulsos instintivos”. Sigmund Freud publicó “El malestar en la cultura” en 1930.

Con todo, los románticos postulaban la existencia del alma, el espíritu y la “voz interior”. Por otra parte, en el siglo XIX, Arthur Schopenhauer se transformaría en el primer filósofo en tratar explícitamente el tema de la sexualidad y la transformaría en nudo básico de su sistema pues en ella se originaba la voluntad. Explícitamente postulaba Schopenhauer: “Las partes genitales son el punto de incandescencia de la voluntad, es decir, la otra faz del mundo, el mundo como representación. En las primeras radica el principio que conserva la vida asegurándole una existencia infinita en el tiempo… El apetito sexual tiene un carácter tan diferente de todos los demás… su fuerza es de naturaleza específicamente más enérgica… La importancia del papel que desempeña en el mundo la revelación de los sexos, resorte oculto de toda la actividad humana, y que por todas partes se transparente, a pesar del velo con que la encubrimos… es el dueño legítimo del universo… Y el secreto de esto está en que el instinto sexual es la esencia misma de la voluntad de vivir y, por tanto, la concentración de la voluntad general… Los órganos genitales… el foco de la volición”. Es más, si Carl Gustav Carus ya había relacionado tempranamente no sólo la sexualidad con la psiquis y el origen de las “enfermedades del alma” con las zonas más bajas de la naturaleza orgánica, y Eduard von Hartmann ya había establecido la centralidad del “inconciente”, en la transición del siglo XIX al siglo XX sería Sigmund Freud quien finalmente lo sistematizaría a inicios de este último, pasando además a establecer la técnica del psicoanálisis.

En esta perspectiva cabe señalar que siglos antes de lo reseñado, el sofista Antifonte (480 a.C. – 411 a.C.), oligarca extremo y primer logógrafo o escritor de discursos surgido en la antigua Grecia, ya había anticipado el psicoanálisis al concebir y aplicar una técnica que podía curar con la palabra a los afligidos. Al efecto, Antifonte creó un "arte consolatorio" o “arte para liberar dolores" basado en un sistema conceptual cerrado para influir por medio del lenguaje en los hombres. Aplicando en forma terapéutica la interacción lingüística, Antifonte permitía a sus pacientes hablar de sus padecimientos y luego, por medio de la retórica, comenzaba un proceso de reestructuración de lo que el paciente sentía,  modificando la concepción del mundo que le hacía sufrir. Antifonte afirmaba que nadie podía tener una pena tan grande que no se la quite él con su discurso.

 

Charles Davenport. En Estados Unidos, el biólogo y profesor de zoología en la Universidad de Harvard, Charles Benedict Davenport (1866 – 1944), en 1910 funda en Long Island la Oficina de Registro sobre Eugenesia. Davenport promovió la eugenesia basándose en sus estudios sobre las leyes de la herencia,  recibiendo apoyo de importantes empresas estadounidenses y de entidades como la Fundación Carnegie. En el texto “Travesía de la Raza” (1929), el genetista advertía que el entrecruzamiento entre blancos y negros implicaba la degradación biológica y cultural de la raza blanca. En tanto el texto fue utilizado por muchos años en la Universidad de Harvard, al año siguiente de su publicación, Davenport fue incorporado a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

 

Julian Huxley. Julian Huxley  (1887-1975),  biólogo y ensayista inglés que será nombrado caballero del reino (Sir), es uno de los más eminentes representantes del materialismo evolucionista contemporáneo. Conforme a su creencia se hace miembro del consejo de la Sociedad Eugenésica en 1931, siendo su vicepresidente entre 1937 a 1944 y presidente de 1959 a 1962. Julian S. Huxley también se integra al comité ejecutivo de la Sociedad Eutanásica y vicepresidente de la Asociación por la Reforma de la Ley de Aborto (pro-aborto), de 1969 a 1970.

Sir Julian Huxley consigna así: "La Historia se funda hoy en la prehistoria y, a su vez, ésta se funda en la evolución biológica. Nuestra escala del tiempo ha sido modificada profundamente. Si mil años son un período breve para la Prehistoria... para la evolución significan un período insignificante, pues ésta cuenta por períodos de centenas de millones de años. Y el porvenir se extiende en la misma proporción que el pasado... La vida había progresado ya desde antes de que el hombre hubiese aparecido. Y el hombre nació por el progreso de la vida… El progreso biológico no necesita un agente especial. En otros términos, no exige intervención de un propósito divino”.

Huxley sostiene el concepto de “transhumanismo” en términos de que "el hombre es el más elevado producto de la evolución, hasta la fecha", lo cual es "consignar un simple hecho biológico". Agrega entonces: “El hombre es un fenómeno natural como un animal o una planta; que su cuerpo, mente y alma supernatural  no fueron creados sino están los productos de la evolución, y que él no está bajo el control o dirección de ningún ser o seres supernatural, pero tienen que confiar en se y sus propias energías… El hombre es el único agente de su propio destino y el único que tiene a su cargo el progreso de la vida”.

En este contexto materialista radical, Huxley agrega: “Por grupo social problemático entiendo a esa gente de las grandes ciudades, demasiado conocida por los trabajadores sociales, que parece desinteresarse de todo y continuar simplemente su existencia desnuda en medio de una extrema pobreza y suciedad. Con demasiada frecuencia deben ser asistidos por fondos públicos, y se vuelven una carga para la comunidad. Desgraciadamente, tales condiciones de existencia no les impiden seguir reproduciéndose, y sus familias son en promedio muy grandes, mucho más grandes que las del país en su conjunto. Diversos tests, de inteligencia y de otro tipo, revelaron que tienen un coeficiente intelectual muy bajo, y que están genéticamente por debajo de lo normal en muchas otras cualidades, como la iniciativa, el interés y afán general exploratorio, la energía, la intensidad emocional y el poder de la voluntad. Esencialmente, no son culpables de su miseria e imprevisión. Pero tienen la mala suerte de que nuestro sistema social abona el suelo que les permite crecer y multiplicarse, sin otra expectativa que la pobreza y la suciedad. Aquí también podría ser útil la esterilización voluntaria. Pero yo pienso que nuestras mejores esperanzas deben apoyarse en el perfeccionamiento de nuevos métodos de control de nacimientos, sencillos y aceptables, ya sea por contraceptivos orales, ya sea, quizá preferentemente, por métodos inmunológicos que exigirían inyecciones".

Precisa Sir J. Huxley: “Ahora debemos estar listos a abandonar la hipótesis de Dios y sus corolarios como la revelación divina o las verdades inalterables, y a cambiar de una posición sobrenatural a una posición naturalista del destino humano…La generalización... de Darwin sobre la selección natural, hizo posible y necesario eliminar la idea de que Dios guía las fases de la vida evolutiva. Finalmente, las generalizaciones de la psicología moderna y de las religiones comparadas, hicieron posible, y necesario, eliminar la idea de que Dios guía la evolución de la especie humana mediante la inspiración o alguna otra forma de dirección sobrenatural... Freud, agregado a Darwin, alcanza a darnos una idea general filosófica... (Si el individuo) quiere aplicar sus valores morales, aparentemente absolutos, a situaciones particulares, tales valores exigirán la ayuda constante del relativismo... No se debe matar: pero es menester analizar de manera racional si ese principio concierne a la guerra, a ciertos casos de suicidio y de aborto, a la eutanasia y a la reglamentación de la natalidad... La sociedad debe utilizar racionalmente un mecanismo irracional para crear el sistema de valores que ella desea". Precisa Julien Huxley: “La visión evolucionista nos permite distinguir las líneas generales de la nueva religion que, con toda seguridad, surgirá para responder a las necesidades de la próxima era… El mundo la espera”.

Es con este fundamento que Sir Julian S. Huxley  se convierte en el primer secretario general del Consejo para la Educación, la Ciencia y la Cultura de la  Organización de las Naciones Unidas (UNESCO), de 1946 a 1948. Reveladoramente, sir Julian S. Huxley  también actúa como fundador del “Fondo Mundial para la Vida Salvaje” (World Wildlife Fund, WWF). Además, Julian S. Huxley  tuvo cuatro hijos; uno de ellos fue Aldous Huxley, el autor del libro "Un mundo feliz", sistema soñado por la Sociedad de Eugenesia.

El discípulo de Julian Huxley, el médico inglés Charles P. Blacker, quien llegó a ser presidente de la Sociedad Eugenésica, se convierte en miembro de la Comisión Real sobre la Población, es su delegado en la Conferencia Mundial sobre la Población de 1954 y se convierte en asesor en cuestiones sociales y poblacionales del Ministerio de Salud en 1958. En 1959 también llega a ser presidente administrativo de la eugenista “Federación Internacional de Planificación Familiar” (1952, Margaret Sanger). En un informe de la Sociedad Eugenésica emitido durante ese año, referido a los experimentos nazis realizados en personas vivas para desarrollar un método económico de esterilización de masas, el doctor Charles P. Blacker concluye que, en tanto dichos métodos no funcionen, "sería perfectamente apropiado continuar la experimentación con alguna de las drogas esterilizantes que fueron utilizadas por los médicos nazis".

 

John  Keynes. Lord John Maynard Keynes (1883-1946), economista inglés esencialmente anti-cristiano y fundador de la Sociedad Eugenésica en la década de 1930, es el elaborador de la doctrina keynesiana, que preconiza el control de la economía liberal por el Estado. Lord John M. Keynes fue el primer director del Banco Mundial en 1946 (“International Bank for Reconstruction and Development”). En la India, durante la hambruna de 1966, los préstamos del Banco Mundial estaban condicionados a la implementación de una política de control de nacimientos (aborto, esterilización y contracepción).

Eugenesia en Alemania. Siguiendo la política eugenésica definida desde el siglo XIX, los legisladores de la liberal República de Weimar, para demostrar preocupación pública respecto de la degeneración racial, en enero de 1920 aprueban una “Ley de Asesoramiento Matrimonial”, complementada con indicaciones que subrayaban los peligros hereditarios de padecimientos tales como la tuberculosis, enfermedades venéreas y la debilidad mental.

Luego, en el marco de la política del nazismo durante el siglo XX, el 14 de julio de 1933 el gobierno alemán dicta la “Ley para la Prevención de la Progenie Genéticamente Enferma”, siendo promulgada en noviembre de 1933 y entró en vigor el 1 enero de 1934. La ley dicta: “Toda persona afectada de una enfermedad hereditaria po­drá ser esterilizada por medio de una operación quirúrgica si, con arreglo a las experiencias de la ciencia, es de suponer con la ma­yor probabilidad que los descendientes de estas personas estarán afectos de males hereditarios graves que influyan en su constitu­ción mental o corporal”. Precisa la norma legal: “Son considerados como atacados de una enfermedad here­ditaria, en el sentido de esta Ley, todas las personas afectadas de una de las siguientes enfermedades: Imbecilidad congénita, esquizofrenia, folia circular (manía depresiva), epilepsia hereditaria, mal de San Vito hereditario (Corea de Huntington), ceguera hereditaria, sordera hereditaria, graves deformidades físicas hereditarias. Pueden ser igualmente esterilizadas todas las personas su­jetas a crisis graves de alcoholismo”. Determina asimismo la ley: “Puede hacer la petición de esterilización el que haya de ser objeto de la misma.... su representante legal... el médico oficial (y) para los individuos internados en un hospital, sanatorio o asilo o en una casa de corrección, el director del establecimiento respectivo... La solicitud debe ser hecha ante el Tribunal Eugenésico, ya sea por escrito, o verbalmente... El Tribunal Eugenésico estará adscrito a un juzgado de pri­mera instancia...”. 

Aún más, la Ley de Sani­dad Matrimonial” dictada en Alemania el 29 de Noviembre de 1935 establece un reglamento que dispone: “El otorgamiento del Certificado de aptitud matri­monial es una parte de la “Eheberatung” y se entrega por la oficina de sanidad competente (consultorio de eugenesia). Por “Eheberatung” se entienden todas las funciones diversas ejercidas por una especie de consultorio que abarca todas las cuestiones del matrimonio, conse­jos prenupciales, de puericultura, economía doméstica... Para obtener el certificado de aptitud matri­monial, cada uno de los contrayentes se hará examinar en la ofi­cina de sanidad en cuya jurisdicción tiene su domicilio... La oficina de sanidad puede negar el otorgamien­to del certificado de aptitud matrimonial, si los contrayentes no acatan debidamente las exigencias de dicho organismo de presen­tar las pruebas necesarias para juzgar sus casos... Si la oficina de sanidad tuviera conocimiento de impedimentos matrimoniales, según cláusula 1 de la ley, posterio­res al otorgamiento del certificado, puede anular dicho certifica­do, siempre que la boda no se haya realizado... Todo contrayente puede apelar al Tribunal de Sa­nidad Hereditaria contra la negación o la anulación del certificado de aptitud matrimonial”.

 

Eugenesia en Chile. Sin embargo, el impacto de la política eugenésica asumida por los principales sistemas gubernamentales trascendería Europa y Estados Unidos. De hecho, aún una década antes de las leyes alemanas, en Chile se dicta el decreto ley Nº 355, del 21 de marzo de 1925. En esta norma legal se establece que “es función del Gobierno luchar contra las enfermedades y costumbres susceptibles de causar degeneración de la raza y adoptar los medios que juzgue adecuados para mejorarla y vigorizarla”. Se dispone por tanto la constitución de una “División de Higiene Social”, dependiente del Ministerio de Higiene, Asistencia, Previsión Social y Trabajo. El decreto ley establece pues que confiere a la “División de Higiene Social el cuidado de la raza”. A este efecto la norma legal considera el establecimiento de una estructura nacional basada en “Brigadas de Higiene Social”. Se dispone así mismo la organización de una “policía sanitaria”. Aún más, se decreta que “los varones que desearen contraer matrimonio deberán presentar al oficial del registro civil, respectivo, un certificado de salud, dado por la autoridad de higiene social… sin cuyo requisito (el) funcionario no podrá proceder a la celebración del matrimonio”.

Asimismo, en el mensaje presidencial del 21 de mayo de 1939, el Presidente Pedro Aguirre Cerda, líder de la alianza comunista -  socialista - radical del “Frente Popular”, proclama: “Os conjuro a creerme que sabré respetar fielmente mi juramento Constitucional y que será mi preocupación constante fortificar la raza”. Luego, teniendo a la vista la experiencia de “Dopolavoro” de la Italia fascista y después la de “Kraft durch Freude” en la Alemania nazi, en Chile nace la iniciativa oficial denominada: “Institución para la Defensa de la Raza y aprovechamiento de las Horas Libres”. El decreto orgánico N.° 4.157, del 18 de Agosto de 1939, establece: “Considerando: Que es deber del Estado velar por el desarrollo y perfeccio­namiento de las cualidades que constituyen las virtudes de la raza; Que estas virtudes pueden fortalecerse especialmente por el ejercicio de la cultura física y la enseñanza de la vida del hogar y la relación social... Decreto: Artículo 1° - Créase una institución nacional que se denomi­nará Defensa de la Raza y Aprovechamiento de las Horas Libres... Las finalidades de esta institución, serán las siguientes: cultivo de la conciencia del valer nacional y del honor pa­trio; práctica de la cultura física como medio de conservar el vigor y la aptitud para el trabajo; observancias de las costumbres higiénicas; culto al trabajo, a la paz y a la solidaridad humana; estímulo del sentimiento de la dignidad y de la superación del individúo en la vida ciudadana y del hogar; y aprovechamiento de las horas libres por medio de entrete­nimientos y actividades honestas y educativas. Esta institución dependerá directamente del Presi­dente de la República”.

En el correspondiente discurso, el Presidente de la República, Pedro Aguirre Cerda, indica: “Conciudadanos: Comprendo, sí, que hay ideas básicas en las cuales coinciden o deben coincidir la colectividad toda… Entre estos sentimientos patrióticos está el amor a la raza, a la raza chilena, a ese conjunto social que para nosotros es todo nuestro orgullo, que lo admiramos y queremos, a pesar de los de­fectos que pudiera tener, como se quiere a la madre y a la bandera... Fortificar, pues, la raza, formarla sana y pujante, proporcio­narle la alegría de vivir; el orgullo de sentirse chileno, es un sen­timiento que nadie debe negar a nadie, cualquiera que sea el medio que unos u otros conceptúen como el más apropiado”.

También en esta perspectiva se establece un proyecto de ley de educación física. Entendiendo que se trata de una “campaña sagrada en favor de la fortificación de nuestra raza”, se define la “educación física (como) parte integran­te de la educación general y debe ser atención preferente del Es­tado en cuanto propende a la salud y vigor del pueblo. La Educación Física será obligatoria para los escolares de uno y otro sexo y deberá ser impartida a los no escolares que la pre­sente ley señala. Establécese como obligatorio el control biotipológico… La Junta Central de Beneficencia Pública y Asistencia Social pondrá a dis­posición del Ministerio de Educación Pública con cargo a la suma que se encuentra acumulada en su poder la construcción del Instituto de Reeducación Mental”. Del mismo modo, en 1940, hasta la organización comunista “Comité Popular del Deporte” celebraba la creación del comité oficial “Pro Salvación de la Raza”.

A la época, el juez de menores de Valparaíso, Luis Vicuña Suarez, postulaba: “(Llega) el momento de recordar a tanto criminal inconsciente que no hay derecho alguno para crear y seguir creando ciudadanos de sanatorio; vidas indefensas e inermes en medio del mundo fiero donde, a mayor acumulación de Códigos se contrapone más brutal predominio de  la fuerza; y a mayor suma de asistencia social cobran más impía recrudescencia los fueros del lobo y las leyes de la selva. ¿No tenemos -Ud. médico y yo Juez-, la historia fichada de familias marcadas con el prontuario del “vermoulu” inscrito en su principio germinal y que han desenvuelto sus obscuras existencias larvadas en la colmena de nuestra ciudad común, ambulando con fardos de dolor entre el Consultorio del Seguro Obrero los Juzgados penitenciales y el Lazareto, como en un ansia, inconsciente de regresar a la Nada?”.

Agregaba el juez Vicuña Suarez: “Toda la piedad y la compasión del mundo para ellas, pero ¡qué gran negocio para la sociedad si no existieran esas frecuentes aleaciones de histeria y de males venéreos! ¡y qué ganancia para la contabilidad del bienestar humano si el manantial de tanto sufrimiento hubiera visto cegada su fuente! Por lo mismo que se ama a los que sufren, se desea con fervor que no hubieran comenzado a padecer; y ese sentimiento se tra­duce científicamente en el vocablo... Eugenesia". Postula por tanto: “Eugenesia, antes que lástima... Eugenesia, primero y mejor que allanamientos y carcelazos... Eugenesia, más interesante y mas lógica que el veronal o la morfina, para esos pobres degenerados “de boite” presuicidas que mitigan falsamente las taras con que sus padres los pusieron sobre el mundo, imaginando acaso que los indemnizaban de verdad dejándoles dinero para cubrirlas... Conciencia eugenésica, valdría emanciparla de una servidumbre de mortal ce­guera y levantar saludablemente los declives en que verifica su evolución biológica e histórica”.

La Segunda Conferencia Panamericana de Eugenesia y Ho­micicultura, celebrada en Buenos Aires, Argentina, el año 1934 acordaría, entre otras mociones: "Considerando que las cualidades propias de cada nación y las generales de América están condicionadas por las característi­cas del estado social y, sobre todo, biológico de su masa poblado­ra, y que el conocimiento de estas cualidades es esencial para el presente y, sobre todo, para el porvenir del continente, resuelve:... Que se solicite de la Unión Panamericana, en la forma más respetuosa, que proceda a organizar y mantener en su "Ofi­cina Principal un Instituto de Investigaciones de la Población Ame­ricana", que se dedicará a dicho estudio en sus aspectos históri­cos, geográficos, antropológicos, estadísticos, económicos, cultura­les y eugenésicos”. Un afiche de chileno de la época destinado a la enseñanza popular proclama: “¡Piensa! La embriaguez lleva a la… degeneración de la raza. Dirección General de Información y Cultura”.

Sin más, durante 1933, el socialista y masón, Salvador Allende Gossens, publica su memoria de título profesional titulada: “Higiene Mental y Delincuencia”, en la que estima que una de las causas de la delincuencia es “la raza”, y en razón de ello precisa: “Los hebreos se caracterizan por determinadas  formas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, la usura... Estos datos hacen sospechar que la raza influye en la delincuencia... La revolución - agrega Allende - es un ‘delito colectivo patológico’ y un revolucionario es en realidad un psicópata peligroso, tanto más cuanto que los movimientos masivos y violentos que él genera provocan locuras colectivas peligrosamente contagiosas”.

En 1939, en calidad de Ministro de Salud, Salvador Allende anuncia al país el tratamiento obligatorio contra alcoholismo, alcaloides y enfermedades venéreas como parte del “trípode legislativo en defensa de la raza”. El proyecto de ley sobre contagio venéreo del 8 de noviembre de 1939 disponía la obligatoriedad del tratamiento y certificado prenupcial. En éste se consigna: “Del Certificado prenupcial: Las personas que padezcan de una enfermedad venérea en peligro de contagio no podrán contraer matrimonio. Los Oficiales del Registro Civil no autorizarán la celebración de matrimonio si los contrayentes no acompañaren un certificado de salud venérea, otorgado por el organismo respectivo del Con­sejo Nacional de Salubridad... El que contagiare a otra persona de un mal venéreo sufrirá la pena de reclusión… Se refiere a la conservación de la virilidad y desarrollo de la raza, a la salud de los habitantes y a un sinnúmero de hechos sociales que pueden considerarse fatales dentro del desenvolvimiento del estado sanitario de la nación”.

Anuncia asimismo un programa de “esterilización de los alienados mentales” cual instrumento de acción en “defensa de la raza con aspecto coercitivo compuesto por medidas eugenésicas negativas” que, si bien no alcanzó a debatirse en el Congreso, de hecho consideraba la creación de “Tribunales Esterilizadores autorizados para ordenar el uso de la fuerza pública en caso de rebeldía por parte de los pacientes”.  En éste se dispone: “Toda persona que sufra de una enfermedad mental que, de acuerdo con los conocimientos médicos, pueda transmitirla a su descendencia, podrá ser esterilizado, en conformidad a las dis­posiciones de esta ley... Serán consideradas enfermedades mentales transmi­sibles por vía hereditaria, especialmente, las siguientes: esquizofrenia (demencia precoz), psicosis maníacodepresiva, epilepsia esencial, Corea de Huntington, idiocía, imbecibilidad y debilidad mental profunda, locura moral constitucional y alcoholismo crónico... Podrán solicitar la esterilización: los directores de establecimientos manicomiales, públicos y privados; directores de Hospitales donde existan secciones para enajenados; los enfermos mentales, cuando sean mayores de edad; y los representantes legales de enfermos mentales incapaces”.

Propone pues Salvador Allende: “Créanse Tribunales de Esterilización de Primera Ins­tancia, que funcionarán en las capitales de provincias y un Tribu­nal Superior de Esterilización, con asiento en Santiago... El Tribunal Superior de Esterilización estará integra­do por el Presidente de la Excma. Corte Suprema, el Decano de la Facultad de Biología y Ciencias Médicas de la Universidad de Chile y el profesor titular más antiguo que dicte la Cátedra de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile... Todas las resoluciones que dicten los Tribunales de Esterilización serán obligatorias para toda persona o autoridad, y se llevarán a efecto, en caso de resistencia, con el auxilio de la fuerza pública”.

Desde idéntica perspectiva ideológica, también en aquella la época el doctor Félix Martí-Ibáñez (1911 - 1972), psicoterapeuta y sexólogo que ejerció durante la guerra civil española (1936 – 1939) el cargo de Director General de Sanidad y Asistencia Social en Cataluña en representación de un sindicato anarquista (C.N.T.), convocaba en noviembre de 1936 a la “Conferencia de Asistencia Psiquiátrica e Higiene Mental”. Entre otros asuntos, el programa de ésta consideraba el tratamiento de asuntos como la “Difusión de las reglas de Higiene Mental y la Eugenesia” e incluso la “Esterilización de ciertos enfermos psíquicos”.

Como es posible advertir, el impacto de la eugenesia trascendía la posición ideológica particular de los sujetos, respondiendo a una convicción profunda y fuerte en los hombres de aquel tiempo. Aún más, a pesar de las graves convulsiones de las décadas de 1930 y 1940, las políticas eugenésicas serían continuadas, perfeccionadas y profundizadas. La proyección del movimiento eugenésico será sustantiva. Ya en 1951 lo indicaba Ernst Jünger (1895 – 1996): “Uno de los grandes peligros de nuestro tiempo: la superpoblación… La higiene se ve enfrentada a la tarea de poner coto a las mismas masas cuyo surgimiento hizo ella posible”.

 

Proceso con continuidad histórica.

 

William Shockley. El británico William Bradford Shockley (1910 – 1989), Premio Nobel de Física en 1956, profesor en la Universidad de Stanford y fundador de la empresa que daría origen a lo hoy es el valle de Silicon en Estados Unidos, se concentró en la investigación de la disgenia, esto es, la evolución inversa o involución causada por la reproducción excesiva de los que tienen desventajas genéticas. A finales de los años sesenta, Shockley sostuvo la existencia de diferencias genéticas entre las razas, implicando con ello la existencia de razas genética e intelectualmente inferiores. Conforme a los postulados de Shockley, los test de inteligencia mostraban un factor genético en la determinación de la capacidad intelectual, revelando que los afro-estadounidenses eran inferiores a los estadounidenses caucásicos, así como que la mayor tasa de reproducción entre los primeros tuvo un efecto regresivo en la evolución. Shockley propone entonces que las personas con coeficiente intelectual bajo los 100 puntos debían ser esterilizadas. Aún más, consideraba que las fundaciones privadas debían ofrecieran dinero a aquellas personas con hemofilia y epilepsia para que accedieran a ser esterilizadas. Esto contribuiría, según él, a detener "el brutal mecanismo de eliminación de la evolución".

 

Robert Graham. Si el filósofo del pesimismo sistemático, Arthur Schopenhauer (1788 – 1861), planteaba claramente en el siglo XIX: “La especie humana está para siempre y por naturaleza condenada al sufrimiento y a la ruina… Si gustáis de planes utópicos, os diré que la única solución del problema político y social sería el despotismo de los sabios y de los justos, de una aristocracia pura y verdadera, obtenida mediante la generación por la unión de los hombres de sentimientos más generosos con las mujeres más inteligentes y agudas, en el siglo XX, entre otros tantos contemporáneos,  Robert Klark Graham (1907-1997), eugenista y hombres de negocios estadounidense que hiciera millones desarrollando las lentes plásticas inastillables, concibió un plan maestro: salvar a la humanidad usando el esperma de los genios. Robert Klark Graham creía que "seres humanos retrógrados" estaban reproduciéndose sin control y quería revertir esta tendencia produciendo miles de genios, originados por las mentes más deslumbrantes del planeta. Reconociendo que aunque los principios del proyecto no eran populares pero postulando que éstos si eran sensatos, hacia finales de la década de los años setenta, en un búnker subterráneo ubicado en un rancho cerca de San Diego, el millonario creó el banco de esperma: "Repository for Germinal Choice", conocido como el banco de esperma de genios. Representando según él una forma de eugenismo positivo que aprovechaba las posibilidades de la genética, la meta era la mejora genética de la población humana mediante la concepción y crianza selectiva a partir de genios.

 

Frederick Osborn (1889 – 1981), estadounidense miembro del consejo consultor de la Sociedad Americana de Eugenesia, fundador junto con John D. Rockefeller del “Consejo sobre Población” que realiza campañas pro-aborto, promotor de la creación de centros de capacitación demográfica en la ONU. y gestor después de la segunda guerra mundial de una substitución estratégica del eugenismo por el cripto-eugenismo, ya establecía que, “absteniéndose de argumentar públicamente en favor del eugenismo", se procurará "buscar a los individuos genéticamente valiosos... tratando al mismo tiempo de reducir los nacimientos de quienes lo son menos". Frederick Osborn dirá: “Cuando la planificación familiar se ha extendido a todos los miembros de la población y los medios eficaces de contracepción son fácilmente disponibles... Las parejas tendrán un número de hijos acorde con sus ingresos, es decir, acorde con el valor de su calidad social".

 

Peter Sloterdijk. Peter Sloterdijk (1947), filósofo y catedrático alemán que hace suyas las propuestas de filósofos Nietzsche y Heidegger, que estudió en India con el gurú Rajneesh (luego llamado Osho), que llamó "ciencia melancólica" a la Escuela de Frankfurt y que es partidario de una Europa sólida y no sometida a las derivas de las potencias exteriores, sin más es presentado como “un visionario…  (el) nuevo y genial Nietzsche…  la nueva estrella de la filosofía mundial, que dirige la Universidad de Karlsruhe”. En este contexto, siendo Sloterdijk  conocido por su obra: “Crítica de la razón Cínica”, texto de 1983 en el que muestra los mecanismos modernos de dominación, desde la política a la cultura, de la economía a la pedagogía,  éste ha de plasmar su idea fundamental en la publicación: "Reglas para el Parque Humano". En el marco de una era biotécnica avanzada, caracterizada por los experimentos y la manipulación genética, el documento postula una política eugenésica destinada a controlar la selección de seres humanos por vía de la cría biogenética, guiada ésta por una “voluntad de poder” capaz de superar el callejón sin salida al que ha conducido el fracaso de la reforma moral del hombre emprendida por la Ilustración.

Así entonces, habiendo presentado la versión inicial de su tesis en junio de 1997 en un encuentro sobre la actualidad del humanismo (Basilea), luego refrendada en la conferencia que dio en julio de 1999 en el marco del coloquio titulado “La filosofía en el final del siglo” (Baviera), y finalmente publicada  en septiembre del mismo año, el materialista Peter Sloterdijk reclama una revisión genético-técnica de la humanidad. 

Abordando el problema del humanismo bajo la forma de una respuesta a Heidegger (1946), teniendo presente las ideas de Platón sobre el Estado como parque zoológico humano, donde una elite de sabios planifica la vida de los hombres como si de una empresa se tratara, y sistematizando las costumbres de diversas culturas en las que se eliminan a los hijos defectuosos según criterios anatómico fisiológicos, Sloterdijk plantea que "las fantasías de selección biopolítica han tomado el relevo de las utopías de justicia", de modo que al destacar los medios y posibilidades que ofrece la biotecnología, sugiere formular un “código antropotécnico”, dejando abierta la posibilidad a una “antropotecnología” en la que pueda cambiarse el “fatalismo del nacimiento” por un “nacimiento opcional” y una “selección prenatal”. Explícitamente Sloterdijk expresa: “Si a la larga sería posible algo así como la planificación explícita de las características para todo el género (humano) y si el nacimiento opcional (junto con la otra cara de la moneda: la selección prenatal) podría convertirse, para todo el género humano, en un hábito reproductor”.

Peter Sloterdijk se pronuncia entonces a favor de formar un “parque zoológico humano” controlado por la tecnociencia como elemento de planificación de todos los órdenes de la vida, en particular de un orden conforme a la selección de los más aptos. Abonando sus argumentos, Sloterdijk cita el caso del derecho al aborto que ya rige en Europa y en Estados Unidos.

 

William Gates. El abogado y filántropo William Henry Gates II (1925) participó en los congresos internacionales de eugenesia de 1921 y 1932, reunidos en Nueva York. Si bien William H. Gates actuó complementariamente en la conferencia mundial de población de 1927, cuya promotora fue Margaret Sanger y que contó con el apoyo de la Sociedad de Naciones”, en 1930 éste ingresa formalmente a la Sociedad Eugenésica Americana. Como propósito declarado, las sociedades eugenésicas de Estados Unidos e Inglaterra procuraban la esterilización de los individuos de poco valor cívico o de aquellas “personas manchadas por su origen”. William Henry Gates es el padre de William (Bill) Gates, el organizador de la multinacional tecnológica “Microsoft” (junto a Paul Allen en 1975).

Entonces, con los recursos derivados del multimillonario negocio computacional, Bill Gates orienta su intervención hacia la “salud internacional” y a este efecto constituyó tanto la Fundación William H. Gates (en honor a su padre) como la Fundación Bill y Melinda Gates. Esta última Fundación define un “plan de salud global” y, para su ejecución, convierte en sus ejecutivos a Gordon Perkin, consultor de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el área de “estrategias en reproducción humana, salud internacional y planificación familiar”, y a William Foege, ex director adjunto del Centro para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos. Es más, el mismo Bill Gates se incorpora al directorio de la recientemente estructurada “Alianza Global para la Vacunación e Inmunización” (GAVI), organización que incluye a representantes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), UNICEF, el Banco Mundial, la Fundación Rockefeller y los laboratorios productores de vacunas.

 

Paul Virilo. Al transcurrir el tiempo, en un mundo que concibe “forcluido, es decir, en el encierro”, el filósofo y urbanista ácrata – deconstruccionista francés Paul Virilo (1932), uno de los líderes de la revolución de los años sesenta, postulará la “política de lo peor”. Advierte Virilo: “En el mundo transpolítico… la guerra ya no es lo que es… (aunque) aún se pueden encontrar buenas masacres… para satisfacer nuestra cuota cotidiana de violencia. Pero, en su mayor parte, se ha desplazado del fragor de los campos de batalla para entregarse a un proceso bien delineado de preparación y organización… La “sorpresa tecnológica”… ha engendrado una economía de guerra que prolonga la guerra por otros medios tanto en tiempos de guerra como en época de paz… La guerra ya no se encuentra en la guerra misma… sino enclaustrada en los laboratorios respetables y en las agencias de investigación bien financiadas”.

Recordando que fue Einstein quien distinguió entre la bomba atómica, la bomba informática y la “bomba genética”, Paul Virilo entiende que la humanidad enfrenta “el fin del hombre como fuerza de trabajo, en provecho de la máquina… el fin del hombre como productor, el fin del hombre como progenitor, (pues) vamos hacia el engeneering, los bebés de probeta, el tráfico de esperma… los clones… Después de la revolución de los transportes y la revolución de las transmisiones, ahora, en el siglo XXI, comienza la revolución de los trasplantes intraorgánicos…”. Según Virilo, todo esto sujeto a “la idea de una eugenesia para crear hombres y mujeres de mayor rendimiento”, razón por la cual “la genética está en vías de convertirse en uno de los pilares de las grandes firmas multinacionales y biotecnológicas”. En definitiva, se trata de la génesis  de la industrialización del organismo viviente, la industrialización de la especie misma”. Es la eventualidad del “superracismo”, ya que hasta el racista, al afirmar la existencia de razas superiores e inferiores, aún a estas últimas las reconoce humanas.

Estima Virilo: Creo que (el doctor) Mengele (campos de concentración nazi) es un personaje que los grandes laboratorios farmacéuticos quisieron ocultar porque lo habían patrocinado… Dejamos muy atrás la biología para adentrarnos en el reino de la teratología, es decir: la creación de monstruos… Todo lo que está pasando ahora en genética tiene una única referencia: la eugenesia”. Aprecia además Virilo: “Para la biogenética el asunto va a ser pasar a una eugenesia total, a una eugenesia absoluta, una eugenesia del perfeccionamiento  Apunta a crear un hombre nuevo”. Finalmente sentencia el deconstruccionista Paul Virilo: “Nosotros… que somos útero, nacimos de la suciedad del semen y de la secreción vaginal. ¡Qué horror! Somos sucios… Es el fin del hombre. El fin de la humanidad. Estamos ante una época apocalíptica”.

 

Herbert Gruhl y Paul Abbey. Herbert Gruhl (1921 – 1993), uno de los fundadores más importantes del movimiento ecologista de los verdes alemanes, junto con Petra Kelly y Roland Vogt, es autor del libro “Un planeta saqueado: balance del terror de nuestras políticas”. En él afirma que las guerras internacionales por los recursos "tomarán las proporciones de una emergencia en los próximos años y los intentos para salir con bien de ello provocarán un estado de emergencia permanente". A la vista de ese conflicto permanente, se precisará "un estado fuerte", dice Gruhl, quizá uno con "poderes dictatoriales". Gruhl también afirma que este estado fuerte y potencialmente dictatorial también deberá ser militarista ya que aquellos países que "consigan llevar su preparación militar al nivel más alto manteniendo su estándar de vida bajo tendrán una enorme ventaja". Específicamente, una de las tareas esenciales de este estado militarizado será repeler "ejércitos de buscadores de trabajo" del Tercer Mundo cuya "capacidad para la aniquilación" es tan amenazadora para Alemania como una "bomba nuclear". Aún más, para Gruhl, la acción anti-inmigración no está motivado sólo por un deseo de defender los recursos sino que también es una defensa de la cultura alemana: "Cuando muchas culturas chocan en la misma zona, el resultado será que vivan unas al lado de otras, en conflicto entre ellas o…seguirán la entropía, convirtiéndose en un batiburrillo cuyo valor disminuye con cada mezcla hasta que en un último análisis no tiene ningún valor".

Desde el mismo movimiento contracultural, Paul Edward Abbey (1927 – 1989), un activista defensor de la naturaleza salvaje e inspirador del movimiento ecologista radical: “Earth First!” (Primero la tierra), argumenta que la medida de militarizar la frontera de Estados Unidos con México para parar la inmigración ilegal es necesaria para proteger "nuestros recursos" contra las inmensas hordas de refugiados centroamericanos, gente que según él son "moral, cultural y genéticamente" inferior al componente racial de la mayoría euroamericana de este país.

 

James Watson. En octubre del año 2007, el biólogo molecular James Dewey Watson (1928), Premio Nobel de Medicina en 1962, al ser codescubridor junto a Francis Crack y Maurice Wilkins de la estructura de doble hélice de la molécula de ADN, afirma públicamente que las personas de raza negra son menos inteligentes que los blancos. Watson, profesor de la Universidad de Harvard, considera que “no existe una razón de peso para anticipar que las capacidades intelectuales de personas geográficamente separadas durante su evolución se hayan desarrollado idénticamente. Nuestro deseo de fijar iguales capacidades de razón como una cierta herencia universal de la humanidad no será suficiente”. Expresamente sostiene entonces Watson: “Todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que su inteligencia (la de los negros) es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas (científicas) dicen que no es así”. Aunque reconoce que “la genética puede ser cruel” y asegura desear que todos los seres humanos fuesen iguales, Watson precisa que “las personas que tienen que tratar con empleados negros encuentran que esto no es verdad”. Es por esta causa que Watson se considera “inherentemente pesimista sobre el futuro de África”.

 

Goethe. En su obra “Fausto”, Johann Wilhelm Goethe escribe un interesante diálogo entre Mefistófeles, el doctor Wagner y un Homúnculo: “- Mefistófeles: ¿Qué está ocurriendo?... – Wagner: Declaro que el estilo antiguo de procrear es una vana necedad. El delicado punto del que brotaba la vida, la suave fuerza que surgía del interior, recibía y daba, para darse forma a sí misma y asimilarse primero a lo más cercano y luego a lo extraño, está ya privado de su dignidad. Aunque el animal todavía se solaza con ello, el hombre, mucho mejor dotado, ha de tener en el futuro un origen más noble y elevado. ¡Ved como brilla!... Ahora sí que se puede confiar en que, por la mezcla de cientos de ingredientes, compondremos la materia humana, la encerraremos herméticamente en un alambique y la destilaremos en su justa medida. Así, serenamente, la obra habrá sido culminada. ¡Todo va saliendo! La masa se va aclarando, mi convicción se confirma cada vez más. Aquello que se considera secreto en la naturaleza, voy a probarlo de modo racional, con osadía, y lo que ella antes organizaba por su cuenta, ahora lo voy a cristalizar”. Continúa describiendo el doctor Wagner: “Esto sube… es un momento estará hecho. Un gran proyecto siempre parece al principio obra de un demente… un cerebro que puede pensar bien, creará con el tiempo un pensador. Una suave fuerza hace que resuene el vidrio… tiene que surgir. Ya veo a un hombrecito moviéndose graciosamente… El misterio ha sido desvelado y está a plena luz. Prestad oídos a este sonido, se va a convertir en voz, se va a hacer lenguaje”. El Homúnculo formado se dirige a Wagner diciendo: ¿Qué tal papaíto? Ya veo que no ha sido una broma ¡Ven y abrázame con ternura contra tu pecho!, pero no lo hagas muy fuerte, no sea que se rompa el vidrio...”. Dirigiéndose a Mefistófeles, el Homúnculo revela: “Primo tú eres capaz de acortarme el camino…”. El mismo Mefistófeles sentencia finalmente: “Habrá que hacer caso al primo. Al final, dependemos de las criaturas que hemos hecho”. 

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