MÉTODO DE INTELECCIÓN ESTRATÉGICA - Relación Creencia, Cultura y Sociedad

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2005

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G.2.16.b. Teoría del Pesimismo Racial

En el marco de un darwinismo predominante, sumado a las cada vez más evidentes consecuencias sociales negativas del capitalismo liberal y la revolución industrial, gradual pero progresivamente se desarrollará y proyectará el movimiento del “racialismo”. Si bien al racialismo le sería útil la premisa evolucionista referida a que el hombre no es excepción en el orden natural y que por tanto cabía aceptar la existencia necesaria de razas fuertes y aptas para la vida, y razas débiles no aptas para la vida, necesariamente destinadas a la extinción por determinación de la misma naturaleza, en definitiva confrontará al evolucionismo en tanto éste sostiene el origen del hombre a partir de seres inferiores y su progreso hacia formas cada vez más avanzadas e infinitamente perfectibles, susceptibles de engendrar seres continuamente superiores.

En oposición al mito evolucionista, el racialismo afirmará la perfección originaria de la raza y su posterior decadencia. De esta forma, la historia no era ya una marcha ascendente hacia la perfección, sino un descender de las condiciones normales y radiantes de los orígenes, para sumirse en la decadencia. La historia del hombre, que es la historia de las razas, no es sino una historia de la decadencia de formas superiores de civilización y existencia. El racialismo entiende que, partiendo del punto más alto, la humanidad tiende por fuerza hacia abajo y, como los cuerpos pesados, tiende a ello con una velocidad creciente. Esta caída se caracterizaba por una materialización progresiva, esto es, se concretaba en un proceso de alejamiento creciente de su superior condición espiritual original y de radical aproximación a lo puramente material y cuasi animal. El racialismo advertirá que no debía confundirse el progreso técnico material, con progreso humano, razón por las cual debía hablarse más de involución que de evolución.

Teniendo presente que todas las narraciones de la antigüedad acreditan que los primeros humanos fueron seres divinos, celestes y maravillosos, el racialismo concebirá la realidad primigenia de una “edad de los dioses”, en que la raza era absolutamente pura. Luego ésta devendría en una “edad de los héroes”, en que las mezclas raciales eran débiles en fuerza y número. Sin embargo, sobrevendría luego una “edad de las noblezas” en que no se reúnen ya ciertas facultades para, finalmente, ser ésta sucedida por una “era de la unidad”, en la cual tiene lugar la confusión definitiva de los diversos troncos raciales, la mezcla indiscriminada de todas las razas, implicando una época de regresión radical.

El racialismo rechazará el mito evolucionista sosteniendo que la raza pura se encuentra en el origen, surgiendo posteriormente las mezclas y la decadencia. Sostendrá asimismo que el hombre no proviene de un ser semi – animal y salvaje, sino de razas superiores, creadoras de culturas de un alto nivel espiritual. La idea de la realidad sobrehumana de la raza, como fuerza espiritual que se integra en la realidad física y anímica concreta, a las cuales armoniza y da forma, no admitirá coexistencia con la concepción de un origen animal, antropoide, del ser humano. Ello por cuanto el dogma evolucionista implica la liquidación del más alto patrimonio de las razas, de su tradición y todo aquello que representa valores espirituales. Con el evolucionismo, el “ser divino descendido” pasa a ser sólo un “mono sublimado”.

Consecuentemente, la raciología comprenderá la historia de un modo vivo y dinámico, concretada en el encuentro, lucha, mezcla, ascenso y decadencia de razas diversas, las cuales actúan como fuerzas a un tiempo humanas y superhumanas.  De esta forma, el racialismo entenderá que todos los factores históricos, como las ideas motrices, las instituciones sociales y estatales, las creencias religiosas, las civilizaciones y culturas, no son factores aislados, sino que van ligados unos a otros, estando todos centrados y fundamentados en la esencia de la raza. De modo históricamente trascendente, el racialismo se concebirá en rebeldía contra el mito evolucionista y dos de sus mayores concreciones contemporáneas: el materialismo, el progreso y su realidad capitalista.

Con semejantes criterios, una parte muy importante de las personas intelectualmente más calificadas de aquél tiempo asumirán el racialismo. Estos, sin distinción de nacionalidad, posición filosófica, ideológica o política, con convicción identifican como causa de la decadencia de la cultura y civilización occidental la mezcla entre razas superiores e inferiores. Determina que, al mezclarse razas superiores con inferiores, éstas contaminan a la superior, degradándola y degenerándola al punto provocar su debilitamiento, caída y extinción.

De esta forma, se constituye un trascendente movimiento racialista, el cual se proyecta con una visión pesimista, el pesimismo racial, y se empeñará tanto en poner término al proceso de mixtura racial como en procurar establecer una decisiva raza superior capaz de restablecer el orden original. Ambas operaciones eran concebidas como medios imprescindibles y condiciones sine qua non para salvar la cultura y civilización occidental. Desde fines del siglo XIX, la raza se convirtió en la idea fundante de la organización social con prescindencia de otra, y en premisa de la comprensión de la naturaleza de la nación y el Estado, principalmente en Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

 

Movimiento Racial Europeo.

 

Publio Tácito. Publius Cornelius Tácito (55 – 120), gran historiador, senador, cónsul y gobernador romano, en el libro V de su “Historiae” se refiere a los judíos como raza codiciosa que siente “odio implacable contra el resto de los hombres”. Tácito los tiene por “los peores hombres que existen” y los califica de “pueblo abominable”.

 

Martín Lutero. Teniendo presente lo expuesto en la Epístola a los Romanos y la tesis del “pueblo deicida” desarrollado desde el siglo IV, Martín Lutero (1483 - 1546) da cuenta del modo de concretar el pensamiento que rige en su tiempo. Además, la cristiandad de los siglos XII y XIII, es la de una Iglesia peregrina y el ansia de purificación que la anima se expresa en una lucha continua contra los herejes y los no cristianos. En el transfondo de esta actitud está el presagio de que el tiempo del mundo se acercaba al fin.

Así, en su escrito “Sobre los Judíos y sus mentiras” (1543), Martín Lutero proclamará inequívocamente: “No es mi propósito pelearme con los judíos... mucho menos me propongo convertir a los judíos, porque eso es imposible... Desde su juventud ellos han sido nutridos con veneno y rencor contra nuestro Señor...”. Agrega Lutero: “Hay una cosa sobre las que ellos fanfarronean... y eso es su descendencia de los primeros seres del planeta... Y Cristo mismo lo declara en Juan 4 : 22, “porque la salvación proviene de los judíos”. Es entonces por esto que se vanaglorian de ser ellos los más nobles sobre la tierra. En comparación con ellos y en sus ojos nosotros los gentiles (goyim) no somos humanos... Nadie les puede sacar el orgullo de su sangre y de su descendencia de Israel... Nuestro señor los llama “cama de víboras”, aún más Juan 8 : 39 dice: “Si fueran hijos de Abraham, hacían lo mismo que él hizo. Ustedes son de su padre, el diablo... miserables y malditos no cesan de ser un engaño para ellos mismos y para nosotros los cristianos”.

Sentencia pues Lutero: “Son estos judíos seres muy desesperados, malos, venenosos y diabólicos hasta la médula, y en estos mil cuatrocientos años han sido nuestra desgracia, peste y desventura, y siguen siéndolo... Son venenosas, duras, vengativas, pérfidas serpientes, asesinos e hijos del demonio, que muerden y envenenan en secreto, no pudiéndolo hacer abiertamente... Hay que quemar sus sinagogas o escuelas; y lo que no arda ha de ser cubierto con tierra y sepultado, de modo que nadie pueda ver jamás ni una piedra ni un resto... Hay que destruir y desmantelar de la misma manera sus casas, porque en ellas hacen las mismas cosas que en sus sinagogas. Métaseles, pues, en un cobertizo o en un establo, como a los gitanos... Hay que quitarles todos sus libros de oraciones y los textos talmúldicos en los que se enseñan tales idolatrías, mentiras, maldiciones y blasfemias... Hay que prohibir a sus rabinos – so pena de muerte – que sigan enseñando... No hay que reconocerles a los judíos el salvoconducto para los caminos... Hay que prohibirles la usura, confiscarles todo lo que posen en dinero y en joyas de plata y oro, y guardarlo... A los judíos y judías jóvenes y fuertes, se les ha de dar trillo, hacha, azada, pala, rueca, huisco, para que se ganen el pan con el sudor de su frente...”. Termina declarando Lutero: “Yo... he hecho mi deber: ahora que otros hagan el suyo. Yo no tengo culpas...”.

 

Giordano Bruno y Ulrich Megerle. En su tiempo Filippo Bruno, conocido como Giordano Bruno (1548 - 1600), se refería al pueblo judío como “la nación más indigna y podrida del mundo, de la más baja y puerca naturaleza y espíritu”. Después, el católico austriaco Ulrich Megerle (1644 - 1709),  quien al ingresar a la orden  de los agustinos descalzos adoptara el nombre de Abraham de Sancta Clara y accediera a altas posiciones ya que llegó a ser designado predicador de la corte imperial de Viena en 1677 por Leopoldo I, sin más exaltó el germanismo y el antisemitismo.

 

Francois Bernier y Carolus Linnaeus. A fines del siglo XVII la idea de “raza” era relativamente nueva. Hasta ese momento, el término era sinónimo de “linaje” o personas que descendían de un individuo, tal como en la idea de la “raza de Abraham” o en el concepto francés de “noblese de race”, que se centraba en la idea que la nobleza auténtica (a diferencia de la nobleza adquirida por función o compra) se basaba en la transmisión de ciertas virtudes aristocráticas, tales como el sentido del honor a través de las generaciones.

No obstante, el concepto moderno de “raza” apareció en 1684, época en que los holandeses ocupaban África del Sur. El concepto fue utilizado por el médico francés Francois Bernier al clasificar razas de pueblos con diferencias físicas y psíquicas, las cuales debían ser consideradas premisas para “una nueva división del mundo”. Sin embargo, quien definió la “doctrina de la raza” fue Carolus Linnaeus (Carl von Linné, 1707 – 1778), naturalista sueco que dividió la especie humana en cuatro razas: indios, europeos, asiáticos y negros.

 

Erasmo, Diderot, Voltaire, Kant y Thompson. Erasmo de Rotterdam, en sus escritos demuestra una hostilidad antijudía profundamente arraigada hasta el punto de alegrarse por la expulsión de los judíos de Francia; la antítesis entre judaísmo y cristianismo es la antítesis entre carne y espíritu. Una notable parte de los Ilustrados siente hostilidad contra el judaísmo. El materialista Denis Diderot (1713 – 1784) ataca a los judíos a causa de sus prácticas religiosas y al judaísmo como fundamento del cristianismo. Asimismo, el resentimiento antijudío es una constante en el padre de la tolerancia, Voltaire, donde su personaje Cándido es “engañado por los judíos”. Esta postura está también en Edward Gibbon (1773 – 1794), Hermann Reimarus (1694 – 1768) y el mismo Immanuel Kant (1724 – 1804). Por su parte, el mismo J. J. Rousseau escribió en el “Emilio, o de la educación”: “Todo patriota odia a los extranjeros”. El reverendo Thomas Thompson, primer educador europeo en Costa de Oro, en 1778 escribe: “Demostración de cómo el mercado africano de esclavos negros es congruente con los principios de la Humanidad y las leyes de la religión revelada”.

 

Johan Blumenbach y Georges Cuvier.  A principios del siglo XIX, Johan Friedrich Blumenbach (1752 - 1840) y Georges Cuvier (1769 - 1832) crean la disciplina denominada antropología, la cual procuraba comprender los orígenes de las diferencias fisiológicas y procuran decidir si las razas eran especies diferenciadas o variaciones del mismo tipo humano. Formulan así la propuesta de una triple división de la humanidad en razas orientales o mongoles, negroides o etíopes y blancas o caucásicas.

Sin embargo, pronto los europeos comenzaron a usar la diferenciación racial o fisiológica para explicar diferencias culturales. Se suponía que la pertenencia a una u otra raza significaba la adquisición de rasgos mentales y morales de ese pueblo. Así, la civilización, es decir, la marcha de la barbarie a la civilización moderna, adquiría una nueva base empírica: la raza. Como extensión del iluminismo, todo el progreso humano se remitía a una sola causa. Entonces, mucho antes que Darwin, la teoría racial argumentaba que las leyes del progreso no eran políticas ni económicas, sino biológicas.

 

Robert Turgot. La idea de progreso aparece como tema constante en los Ilustrados, pero especialmente en el filósofo francés A. R. J. Turgot, quien afirma que la historia es una marcha progresiva de la humanidad. En esta perspectiva, es Turgot quien sugiere que este proceso civilizador había alcanzado su cumbre en la Europa moderna. Sostenía que Europa había logrado superar la parte bárbara y salvaje de su personalidad colectiva y ello implicaba la primacía de lo racional y científico. De allí que el progreso fuese una posesión exclusivamente europea. La cultura occidental seguía el camino de la “marcha hacia adelante”.

 

Henri – Claude de Rouvroy de Saint Simon e Immanuel Kant. En “Un Sueño” (1803), Henri – Claude de Rouvroy de Saint Simon (1760 - 1825), republicano considerado uno de los fundadores del socialismo, estructura una “religión sansimoniana” y señala: “El Consejo central y... los Consejos de grupo... sabe que los europeos son los hijos de Abel; sabe que el Asia y el Africa están habitados por los descendientes de Caín. Observa lo sanguinario que son los africanos; nota la indolencia de los asiáticos; estos hombres impuros no han conseguido, en sus primeros esfuerzos, acercarse a mi divina previsión. Los europeos reunirán sus fuerzas y liberarán a sus hermanos griegos de la dominación de los turcos”.

Por su parte, el reconocido filósofo Immanuel Kant (1724 – 1804) escribe en 1764: “Los negros del África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleve por encima de lo insignificante.  Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas, parece tan grande en las facultades espirituales como en el color”.

 

Johann Herder. A fines del siglo XVIII, el alemán Johann Gotfried Herder (1744 – 1803) afirma que la naturaleza se encuentra dispuesta de tal manera que, en cada etapa, puede desarrollar dentro de sí misma organismos superiores en una cadena selectiva. Siguiendo las líneas del pensamiento evolucionista, Herder sostuvo que el factor de especialización del universo físico era el sistema solar, cuya acción pasa de éste a la tierra, de ésta a la vida orgánica puramente vegetativa, derivando a su vez ésta a los organismos animales y luego al mismo hombre, al cual considera único capaz de construir una ciencia y una ética.

Johann Herder ve en la historia de la humanidad el camino de formación hacia aquella humanidad para cuya inteligencia es insuficiente la razón. En este contexto, Herder argumenta que cada pueblo desarrolla una identidad muy similar a la identidad personal que cada uno construye como ser individual. Según Herder, cada pueblo posee intereses fundamentales por los que se preocupa, y ciertos talentos o capacidades que desarrolla en relación con sus intereses, así como ciertos sentimientos o estados de ánimo habituales. Todo ello se armoniza en un rico tejido de prácticas que preservan y perpetúan la identidad.

Asimismo, entendiendo Herder que el propósito de la naturaleza al crear al hombre es constituir un ser racional y moral, apreció que la humanidad no es única sino diversa y formuló una teoría de especialización consistente en que la humanidad se halla dividida en razas, donde cada una de ellas posee su propio orden de valores ante la vida y, por tanto, existen razas superiores e inferiores. Herder considera que en cuanto ser natural, el hombre se divide en razas, cada una de ellas estrechamente relacionada con su medio ambiente geográfico y cada una con características físicas y mentales moldeadas por ese ambiente. Así, cada raza, una vez formada, es un tipo específico de humanidad que tiene características propias y permanentes, que no dependen de su relación inmediata con su ambiente sino con sus propias peculiaridades congénitas. Por lo mismo, las facultades sensoriales e imaginativas de las diferentes razas están genuinamente diferenciadas. Así, cada raza tiene su propia concepción de la felicidad y de su propio ideal de vida. 

Pero Herder observa que esta humanidad racialmente diferenciada es, a su vez, una matriz de la que emerge un tipo más elevado de organismo humano, a saber, el organismo histórico, o sea, una raza cuya vida en vez de permanecer estática se desarrolla con el tiempo en formas cada vez más altas. Concluye Herder que la raza blanca establecida en Europa occidental es la que posee la cualidad de ser histórica ya que, por sus peculiaridades geográficas y climáticas, muestra un dinamismo creador capaz de progreso. Consideró que sólo en Europa la vida humana es genuinamente histórica, mientras que en China, India o con los nativos de América no hay verdadero progreso histórico, sino sólo una civilización estática inmutable o una serie de cambios en que viejas formas de vida son reemplazadas por nuevas formas sin ese desarrollo ininterrumpido y acumulativo que es peculiaridad del progreso histórico. Simultáneamente, Herder observa que el “Volk” había creado una “cultura popular” viviente que, a pesar de sus humildes orígenes entre campesinos y artesanos, definía un arte “genuino”. La “cultura popular” contenía el germen del “Volkgeist” o espíritu del pueblo alemán.

 

Johann Fichte. A partir de la lógica dialéctica del idealismo subjetivo, Johann Gottlieb Fichte (1762 – 1814) sostendrá que “la pereza y el temor al esfuerzo es la fuente de todos los vicios”. Por tanto, la tarea moral consiste en la acción moral denodada, aquella que imprime al mundo el sello del espíritu. Y es acción moral aquella que resuelve toda sensualidad en intuición racional y toda fuerza en libertad. La moralidad consiste en una progresiva espiritualización del mundo. El hombre que se abandona a las pasiones, en realidad es un sujeto pasivo. Advierte asimismo que sólo en la sociedad hay derecho, sintiendo el hombre el deber de obrar moralmente dentro de sí. Por ello, las acciones morales sólo son posibles si en el mundo externo hay hombres semejantes al que tiene tal calidad moral. El derecho en la sociedad es el derecho primario de la libertad, el derecho a la fuerza que protege la libertad y el derecho positivo del Estado. La sociedad es pues como la iglesia en que se santifica el carácter del hombre. Pero Iglesia y Estado son sólo “instituciones necesarias” que, con el progresivo desenvolvimiento, se transformarán en Iglesia y Estado de la razón.

Este discípulo de Kant,  concibe una estructura de lógica dialéctica del concepto, lo cual le sirve para la periodización de la historia y, definitiva, sostener una significativa filosofía de la historia. Todo concepto, piensa Fichte, tiene una estructura lógica que comprende tres fases: tesis, antítesis y síntesis. El concepto está primero contenido en una forma pura o abstracta; luego genera su propio contrario y se realiza como una antítesis por la negación del contrario, resultando luego una síntesis de superación histórica. Entonces, siguiendo en esto a Kant, afirma que el concepto fundamental de la historia es la libertad racional, el cual, como cualquier otro concepto, debe desarrollarse a través de estas etapas necesarias.

De ahí desprende que el principio de la historia corresponde a una época en que la libertad racional está ejemplificada en una forma simple o inmediata sin ninguna oposición. Aquí existe la libertad como un instinto ciego, libertad de hacer lo que a uno le venga en gana, razón por la cual la sociedad es una encarnación concreta del estado de naturaleza, sociedad primitiva en la que no hay gobierno, ni autoridad, sino sólo gente que hace, hasta donde lo permiten las condiciones, lo que les parece bueno.

Luego, de acuerdo con los principios del mismo Fichte, una libertad de esta especie sólo puede convertirse en una libertad más genuina generando su contrario. Así, por necesidad lógica, surge una segunda etapa en que la libertad del individuo se limita libremente a sí misma mediante la creación de una autoridad contrapuesta a ella, la autoridad de un gobernante que le impone leyes que no ha hecho. Este es el período del gobierno autoritario, donde la libertad misma parece haber desaparecido, pero no ha desaparecido en realidad. Sólo ha llegado a una nueva etapa en la que ha creado su propio contrario a fin de convertirse en libertad de un tipo nuevo y mejor, es decir, convertirse en lo que Rousseau llamaba libertad civil para distinguirla de la libertad natural.

Pero el proceso de la libertad no acaba aquí. La posición ha de cancelarse por medio de una tercera etapa, una etapa revolucionaria en que la autoridad es rechazada y destruida no porque sea abusiva, sino simplemente porque es autoridad. El súbdito ha llegado a sentir que puede prescindir de la autoridad y tomar el gobierno en sus propias manos, de modo de ser súbdito y soberano a la vez.

Por tanto, no es la autoridad lo que se destruye; lo que se destruye es la relación meramente externa entre la autoridad y aquel sobre quien la autoridad se ejercita. Así, la revolución no es anarquía, es el apoderamiento del gobierno por los súbditos. En lo sucesivo la distinción entre gobernar y ser gobernado existe todavía como distinción real, pero es una distinción sin diferencia: las mismas personas gobiernan y son gobernadas. Aprecia pues Fichte que la idea del individuo como poseyendo dentro de sí una autoridad sobre sí mismo es, en su forma primera y más tosca, la idea revolucionaria esencial.

Con todo, aplicando la “teoría práctica de la ciencia”, saludando la revolución francesa y reconociendo los principios de autarquía y soberanía, en su momento desarrolló un concepto de Estado ideal. El Estado vigila y dirige toda la economía; señala a cada ciudadano su trabajo; lleva la inspección de bienes y tierras; produce y dirige la producción; determina el número de profesionales y excluye a los incapaces; fabrica el dinero; marca los precios y sostiene un “Estado comercial cerrado”. En definitiva, el Estado debía gobernar con al solo objeto de la justicia y la prosperidad de los gobernados y el Estado debía ser una unidad económica en sí.

Así, en tiempos de la invasión napoleónica que humilló al pueblo alemán e inflamó el nacionalismo, Fichte proclamó el ideal de una Alemania unificada y poderosa asumiendo la tarea de dirigir el mundo civilizado. Con todo, la ascensión del pueblo alemán no había de esperarse de las armas, sino de la nueva educación de la juventud. Para mantener esa juventud en su idealismo, hay que separarla del ambiente apestante de los viejos. Del logro de esta educación depende todo, pues el pueblo alemán es un “pueblo primigenio” con una “lengua primigenia”. Es más, Fichte afirma que los alemanes son el pueblo cuyo destino determina el destino de todo el mundo. En 1800 escribiría: “Es vocación de nuestra raza unirse en un solo cuerpo, donde todos poseerán una cultura similar que será la más elevada y perfecta, civilizada, de la historia”. Sentencia por tanto Johann Fichte: “El mundo antiguo con su esplendor y grandeza… se ha hundido por causa de la propia indignidad y del poder de vuestros padres… Sois vosotros, de entre todos los pueblos nuevos, en los que de una manera más decisiva radica el germen del perfeccionamiento humano… Si se hunde vuestra esencialidad se hundirá también con vosotros todas las esperanzas de todo el género humano de salvarse del abismo de su mal… Si vosotros os hundís, se hunde toda la humanidad sin esperanza de futura restauración”.

 

Freidrich Hegel. En conformidad a su idealismo dialéctico, Georg Willhelm Friedrich Hegel (1770 – 1831) entiende que el fin inmanente de la historia es la automanifestación o autoconciencia del espíritu, que consiste en su libertad absoluta. Por tanto, para Hegel, el sentido de la historia universal es la conquista de la libertad pues “libertad” y “conciencia de la necesidad histórica” coinciden plenamente. Esta es una libertad que no consiste solamente en el aumento de conocimientos ni en el dominio de la naturaleza, sino en el desarrollo de la razón moral del hombre. Esta marcha no es sólo formal sino que revela una transformación profunda de la relación entre el hombre y la libertad. A partir de esta premisa, Hegel concibe un esquema general de la historia, implicando que ésta efectivamente comenzó en el Este pero sigue su marcha de Oriente a Occidente, de manera que Europa constituye la meta de la historia. En esta perspectiva, Hegel sostiene que, en Oriente, desde la infancia las cosas aparecen envueltas por la fatalidad; sólo uno era libre y los demás siervos. En Grecia y Roma sólo algunos eran libres. Pero, después, con la madurez del cristianismo y su superación de la irracionalidad, sólo en Occidente se alcanza la libertad completa. Es por ello que, para Hegel, el cristianismo constituye el eje de la historia. Los escritos juveniles de G. W. F. Hegel están llenos de furor antijudío.

 

August Comte. El positivista francés y padre de la sociología contemporánea, August Comte (1798 – 1857), sostiene que el progreso humano está presidido por una ley histórica de valor universal que implica la sucesión lógica del estado teológico (infancia), al estado metafísico (juventud) y de éste al estado positivo o aquel que corresponde a la etapa de la madurez. En este sentido, siendo el progreso movimiento antes que resultados, éste pasa a constituirse en valor absoluto dentro de la historia. Por tanto, el progreso no es uniforme ya que no todos los tiempos son iguales y la diversidad de circunstancias influye en el grado de felicidad posible. Concluye Comte que no todos los pueblos participan en igual medida en la historia.

Entiende el positivista francés, August Comte, que la raza blanca occidental es la única porción de la humanidad que ha podido alcanzar la etapa positiva. Estima por tanto Comte que es a la raza blanca europea a quien corresponde ejercer una verdadera dirección histórica pues son sus  condiciones biológicas las que la hacen superior a las demás. Precisamente, su superioridad biológica es lo que le ha permitido alcanzar el nivel de la ciencia positiva.

 

Carl Carus y Gustav Klemm. Carl Carus (1789 - 1869) argumentaba que los europeos se aproximaban al ideal clásico de belleza física más no los no europeos, lo cual era indicio de su superioridad predestinada. Los europeos blancos eran la “gente diurna” que reflejaba la claridad de la luz vital del sol. Los pueblos negroides, en cambio, eran la “gente nocturna” cuya tez de ébano revelaba una naturaleza caótica y oscura. Gustav Klemm (1802 - 1867) afirmaba en 1852 que los desarrollos culturales de la historia consistían en la difusión y desarrollo de distintos tipos raciales. No obstante, argumentaba que la diferencia entre las razas no era el color de la piel sino los rasgos “activos” o “pasivos” de éstas. Gustav Klemm diría así respecto del hombre blanco: “Sólo nosotros hemos otorgado el derecho humano a la vida, el respeto por los ancianos, las mujeres y los débiles”. Con todo, para Klemm y Carus, la historia es inevitablemente una historia e mestizaje. Pero este mestizaje no era malo. Al contrario, siguiendo el Iluminismo, Klemm creía que el avance del europeo, desde el salvajismo a la libertad, se podía atribuir a sucesivos niveles de mezcla racial.

 

William Jones, Thomas Young, Friedrich Schlegel y Christian Lassen. Hacia 1788, el inglés Sir William Jones descubre las profundas similitudes gramaticales entre el sánscrito, el griego, el latín, el persa, así como entre los idiomas germánicos y celtas. Jones sugiere por tanto que todos esos pueblos compartieron rasgos culturales. En 1813, Thomas Young denominó “indoeuropea” a esta lengua madre. A partir de entonces se llamará “ario” al pueblo que la hablaba. En 1861, el lingüista alemán F. Max Müller consagra esta denominación.

Por su parte, en 1803 Friedrich Schlegel afirma que el sánscrito era la lengua original compartida por todas las civilizaciones del este y oeste, y que sus hablantes históricos, los conquistadores arios nómades de la India, eran los auténticos antepasados de griegos, romanos y otros fundadores de la cultura occidental. Esta idea de Schlegel captura la imaginación de orientalistas y filósofos europeos. La idea de una extinta raza de seres perfectos que brindaban al mundo su conocimiento se remonta a los griegos y al mito de la Atlántida. Esta tesis arianista echó raíces en terreno fértil. Los arios se convirtieron en los fundadores originales de la civilización antecesora de griegos, romanos y egipcios.

Por su parte, Christian Lassen afirma que estos arios errantes presentaban las virtudes de la Europa preburguesa. Poseían gran belleza física, gran talento intelectual, coraje, sentido del honor y expresaban su nobleza de espíritu y vitalidad, capaces de equilibrar imaginación y razón. Eran hombres con hondas raíces emocionales en la tierra y no en centros urbanos ni el comercio. Eran virtuosos, libres de corrupción y valores falsos. Esa virtud era su legado a sus descendientes. En este punto, la teoría aria o “indogermánica” se fusionaba con la teoría racial. En esta perspectiva, August Pott sentenciaba que la “marcha de la cultura... siempre ha seguido el curso del sol”.

 

Joseph Arthur de Gobineau. Joseph Arthur de Gobineau (1816 - 1882) contraviene el darwinismo predominante y establece una premisa fundamental: “La humanidad no es infinitamente perfectible”. Sería entonces la mezcla de la hipótesis histórica de Augustin Thierry con la teoría de la raza aquello que proporcionó a Gobineau los fundamentos para afirmar que toda la cultura europea surgía de un solo tipo biológico, el blanco ario o indogermánico. Entonces, precedido por Bou­lainvilliers con su ensayo sobre la nobleza francesa publicado en 1723, desde su perspectiva romántica Gobineau advierte que, en vez de ser el ápice de progreso biológico del hombre, la Europa moderna era una realidad de degeneración total. Gobineau entiende que esta realidad es el resultado de la mezcla racial pues el hombre moderno era un “degenerado” debido al cruce entre arios y tipos humanos menos vitales.

Según Gobineau, el hombre blanco es la raza más vital pues posee una fuerza o esencia vital que se transmite a descendientes, explicando el origen de la creatividad y la civilización humana. En este mismo sentido, el hombre blanco disfruta de una mayor armonía de energía física, inteligencia y escrúpulos morales. Los portadores de ese vitalismo orgánico eran los ancestros de la raza blanca europea, a quienes Gobineau llamó “arios”, término que provenía de los estudiosos orientalistas.    

Aprecia Gobineau que la historia “nos muestra que todas las civilizaciones derivan de la raza blanca, que ninguna puede existir sin su ayuda”. Esta presencia constituiría la aristocracia de cada civilización y serían diez las grandes civilizaciones que derivarían de los arios: India, Egipto, Asiria, Persia, Grecia, Roma, China y la América precolombina, con aztecas y mayas. Sin embargo, Gobineau aprecia que, aún habiendo otorgado los dones de la civilización, los pueblos arios desaparecerían como grupo distintivo.

Expresando los ideales del romanticismo y definiendo una política reaccionaria ante el Iluminismo, Gobineau sufre el influjo de la época del orientalismo romántico en Europa y rechaza el letargo de una vida moderna que provoca una “náusea somnolienta”. Advierte Gobineau que los pueblos europeos y no europeos premodernos, parecían irradiar una vitalidad que la civilización moderna había diluido o destruido. Gobineau dirá: “El dinero lo ha matado todo”. Afirma pues que la sociedad está gobernada sólo por dos fuerzas: “El oro y el placer... el dinero domina los negocios, el dinero regula la población; el dinero gobierna... el dinero es el criterio para juzgar la estima que se debe a los hombres”.

Aún más, para Gobineau, el proceso civilizador era un proceso de corrupción, simbolizado por la mezcla racial. Gobineau, autor del ensayo sobre “Desigualdad de las Razas Humanas”, entiende que los protagonistas de la historia son las civilizaciones y que cada una de ellas es producto de una raza, razón por la que raza y civilización son términos equivalentes. Proclama pues Gobineau que todas las razas decaen al ponerse en contacto y mezclarse con otras inferiores. Según el pensamiento de Gobineau, ésta es la causa sustantiva de la decadencia de las civilizaciones, la cual es un hecho natural que no cabe resistir.

Gobineau precisa que no todas las razas se encuentran igualmente dotadas para la tarea civilizadora. Es más, algunas carecen por completo de esta capacidad. Especifica Gobineau que la raza aria posee en su más alto grado esta capacidad civilizadora. Sin embargo, se ha mezclado con razas inferiores forzada por la historia y, por tanto, su hora está a punto de cumplirse. A medida que la sangre aria original se diluya, aún las masas mestizas serán totalmente absorbidas. Dirá Gobineau: “La especie blanca desaparecerá de la faz de la tierra”. La reemplazarán otras razas –amarillas, pardas, rojas- borrando su recuerdo para siempre. Los seres humanos “no habrán desaparecido pero habrán degenerado por completo... privados de fuerza, belleza e inteligencia”. Gobineau sostiene: “Las naciones, o mejor, los rebaños humanos vivirán en adelante entumecidos en unidad, como los búfalos rumiantes en los charcos de las marismas pónticas”. Afirma Gobineau: “Tal vez ese temor, reservado para nuestros descendientes, nos dejaría fríos si no sintiéramos, con secreto horror, que las manos del destino ya están sobre nosotros”.

Gobineau acusaba al cristianismo de esta bancarrota moral. En vez de valorar la fuerza, el valor y el autosacrificio, como los antiguos, la moral cristiana “ha declarado expresamente su preferencia por los débiles y los ruines por encima de los fuertes”. Esto habría permitido que cierta flaqueza de espíritu penetrara la corriente cultural de Europa, dejando una estela de mediocridad. Precisa Joseph Arthur de Gobineau: “El hombre no desciende del mono, va hacia él”.

El éxito de Joseph Arthur de Gobineau en Alemania se debió a Richard Wagner, quien se interesó por sus obras en 1876. El las difundía entre jóvenes artistas, músicos e intelectuales del círculo de Bayreuth. Entre ellos, el alemán Ludwig Schemann y el inglés Houston Steward Chamberlain, quienes lo asimilarían y transformarían en un evangelio político para una Alemania moderna en un contexto de motivaciones wagnerianas.

 

Richard Wagner. Tras experimentar desde niño la pasión por las artes, luego de estudiar en Leipzig y haber vivido una juventud tempestuosa, Wilhelm Richard Wagner (1813 - 1883) se convierte en un relevante compositor, director de orquesta, poeta y teórico musical alemán. Con la destacada influencia de Ludwig van Beethoven entre otros, Wagner ha de produce importantes composiciones, principalmente operáticas, tales como Las hadas, La prohibición de amar, Rienzi, El holandés errante, Tannhäuser, Lohengrin, El Anillo del Nibelungo, Idilio de Sigfrido, La Valquiria, El oro del Rihn, Tristán e Isolda, Los Maestros Cantores de Nuremberg, El crepúsculo de los dioses y su última obra, Parsifal, drama basado en las leyendas del santo Grial.

En tanto en  los estados alemanes independientes de la época se desarrolla y proyecta un fuerte movimiento nacionalista que reclama tanto la libertad como la unificación nacional alemana, siendo un entusiasta político Richard Wagner se relaciona con medios anarquistas, llegando a frecuentar a Mikhail Bakunin. Así, al estallar la revolución de 1848 y ser reprimida ésta por el rey Federico II con el apoyo de Prusia, Wagner se ve forzado a huir a Francia y Suiza. No obstante, la carrera de Wagner tomaría un giro inesperado en 1864, cuando el rey Luis II de Baviera accede al trono a la edad de 18 años. El joven rey, que admira la obra de Wagner desde su infancia, procede a proteger y apadrinar al músico. Tras años de esfuerzo y gracias a la ayudad financiera de su benefactor, Wagner conseguiría finalmente inaugurar en 1876 su personalísimo Festival de Bayreuth en la ciudad homónima.

En el plano privado, habiendo sido abandonado por su primera mujer, la actriz Minna Planer, en abril de 1865 Cosima, hija de Franz Liszt y casada con Hans Guido von Bülow, da a luz una hija de Wagner. El escándalo hace crecer la presión sobre el rey para que expulse a Wagner de la ciudad. Luis II llega a pensar en abdicar para seguir a Wagner en el exilio, pero el músico logra persuadirlo. Tres años después, Cosima se divorcia y contrae matrimonio con Wagner. Esta resultará ser una relación fundamental pues ambos conformarán el Círculo de Bayreuth, el cual actuará como centro catalizador de particulares ideas acerca del arte, la cultura y la política.

Significación particular alcanza este hecho puesto que, si ya desde el segundo imperio alemán los trabajos de Wagner habían sido asimilados por corrientes políticas nacionalistas, éste es el tiempo en que Schopenhauer influye decisiva y duraderamente sobre él y además éste desarrolla una intensa amistad con Friedrich Nietzsche, aunque esta relación terminaría transformada en enemistad a causa de que el filósofo consideraba que “Wagner transigía gradualmente con todo lo que yo desprecio, incluso el antisemitismo”. Aún más, en el círculo bayreuthiano se introdujo y desarrolló un nacionalismo biologizante que se irradiaría socialmente. Fue esencialmente representado por el francés Arthur de Gobineau, que impresionó a Wagner, y el inglés Houston Stewart Chamberlain. Ambos propagaron la superioridad de una "raza aria" frente al judaísmo. Mientras Chamberlain se casaría en 1908 con Eva, la hija de Wagner en carta a Gobineau del 27 de marzo de 1881, Cósima relata: “No hemos hecho nada más que hablar de Ud. y de su Ensayo desde mediodía, cuando mi marido ha venido a contarme el placer e interés que ha encontrado al leer el Capítulo XIII (Las razas humanas son intelectualmente desiguales), que le ha absorbido desde su inicio. ¡Parsifal ha sido arrinconado para leer sus libros!. No sabría expresar cuanto amamos y admiramos esta obra capital”. En otra carta dirigida a Gobineau el 16 de enero de 1881, Cosima agrega: “Cada vez que miro a mi esposo me convenzo de la pureza de su raza… Veo al mundo germano, como al romano, podrido de elementos semitas lo que me fastidia tremendamente”.

En el contexto de una Europa en que los judíos tenían históricos y numerosos enemigos por  razones de orden religioso, político, económico, mediando la poderosa influencia de Cosima, Wagner desarrolla un riguroso antisemitismo. De esta forma, en septiembre de 1850, Wagner publicó en el diario musical de Leipzig (bajo el seudónimo de F. Freigedank) su opúsculo “El judaísmo en la música”. Es éste Wagner expone: “No se trata aquí de decir algo novedoso, sino más bien de explicar la impresión inconsciente de repulsión íntima que se manifiesta una realidad existente…  vamos a buscar el motivo de la aversión popular que se manifiesta, aún en nuestros días, hacia el elemento judío… En el terreno de la política pura, no estamos en conflicto real con los judíos; hasta les hemos acordado la facilidad de fundar un reino en Jerusalén, y en cuanto a esta materia, tuvimos que lamentar que el Sr. Rothschild sea demasiado inteligente para convertirse en Rey de los judíos, y haya preferido, al contrario, como se sabe, quedar como el judío de los reyes… No es lo mismo allí en donde la política se convierte en una cuestión social: la situación particular de los judíos provocó desde hace tiempo necesidad humana de justicia, a partir del momento en que se despertó en nosotros la conciencia más clara de nuestra aspiración hacia la liberación social… Pero cuando luchábamos por la emancipación de los judíos, combatíamos más bien por un principio abstracto que por un caso determinado… nuestro celo en reclamar la igualdad para los judíos era más el resultado de una excitación producida por un estado de espíritu general que de una real simpatía; y a pesar de todos nuestros discursos y de todos nuestros escritos a favor de la emancipación de los judíos, sentíamos siempre, en nuestro contacto material y práctico con ellos, una repulsión involuntaria. Llegamos aquí al punto que nos acerca a nuestro tema: debemos explicarnos la repulsión involuntaria que nos provoca la persona y la manera de ser de los judíos…”.

Continúa Wagner: “En el orden presente de las cosas de este mundo, el judío ya está más que emancipado: reina y reinará mientras que el dinero siga siendo la potencia contra la cual se estrelle toda nuestra actividad y todos nuestros esfuerzos…No necesitamos dar la prueba de que el arte moderno se ha judaizado Lo más urgente es emanciparnos de la opresión judía, debemos reconocer que la cosa más importante es estimar nuestras fuerzas en vista de esta lucha en pro de la liberación… El judío que, como es sabido, tiene su Dios muy particular, nos sorprende primero, en la vida ordinaria, por su aspecto exterior; a cualquier nacionalidad europea que pertenezcamos, él presenta algo desagradablemente extraño a esa nacionalidad El judío habla la lengua de la nación en la que vive, y en la que vivieron varias generaciones anteriores a él, pero la habla siempre como un extranjero…: involuntariamente deseamos no tener nada en común con un hombre que tiene esa apariencia… Lo que nos repugna particularmente es la expresión física del acento judío… En esta lengua, en este arte, el judío solamente puede repetir, imitar, pero no hablar realmente como poeta, ni tampoco crear obras de arte… indigencia de expresión notable… El judío jamás se anima en un intercambio de impresiones con nosotros, solamente lo hace cuando interviene el interés puramente egoísta de su vanidad y de su provecho”.

Wagner indica además: “Es natural que la aridez natural de la naturaleza judía alcance su apogeo en el canto… La facultad de concepción concreta de los judíos no les ha permitido nunca ver surgir entre ellos a artistas plásticos… El judío, que es incapaz de revelarse artísticamente a nosotros, por su apariencia exterior y por su lenguaje, con más razón por su canto, a pesar de eso logró imponerse en el gusto popular en cuanto a la música, que es la categoría del arte moderno más difundida…. Nuestra cultura moderna, que sólo es accesible para el hombre de fortuna, no les resulta algo prohibido, sobre todo teniendo en cuenta que había caído el uso de convertirse en un artículo comercial de lujo. A partir de entonces, aparece en nuestra sociedad el judío cultivado, cuya diferencia con el judío inculto y grosero debe subrayarse. El judío cultivado se tomó todo el trabajo posible para despojarse en las señas características de sus vulgares correligionarios: en muchos casos juzgó necesario para alcanzar su meta, ayudarse por medio del bautismo cristiano para lavar todo rastro de se origen. A pesar de todo su celo no recogió los beneficios esperados, y solamente contribuyó a aislar completamente al judío culto haciendo de él un hombre seco, árido, a tal punto que perdimos nuestra antigua simpatía por él y por el destino trágico de su raza… Lo que el judío cultivado, en la situación anteriormente citada, tenía para expresarse si quería manifestarse en el arte, no podía ser más que chatura y trivialidad… Rechazado… en la forma más hiriente por ese pueblo, el judío culto… es devuelto a su propia raza”.

Precisa además Wagner: “El judío jamás poseyó un arte propio, en consecuencia, tampoco una vida suministrando materia al arte. Una materia de arte de significación humana general no puede, aún hoy, ser encontrada en la vida judía… Por más inclinados que estemos en figurarnos la nobleza y la belleza de este servicio religioso en su pureza original, debemos reconocer con evidencia que sólo se transmitió hasta nosotros con las alteraciones más repugnantes. Allí, después de miles de años, nada se desarrolló por efecto de una vida interior, sino que todo, como en el judaísmo en general ha quedado rígido y estático tanto en el fondo como en la forma… Un judío puede ser dotado del mismo talento específico más hermoso, poseer la educación más perfecta y más amplia, la ambición más elevada y más delicada, sin poder jamás, por medio de todas esas dotes, obtener ni una sola vez que nuestro corazón y nuestra alma se vieran embargados por esa impresión incomparable que esperamos del arte… el lenguaje de Beethoven sólo puede ser hablado por un hombre total, fuerte y ardiente”.

En el texto “Heroísmo Cristiano” de 1881 Richard Wagner continúa: “Después de habernos percatado de la necesidad de una regeneración del género humano, cuando pasamos a considerar cuales son las posibilidades de una purificación del mismo, nos encontramos con dificultades por todas partes. Cuando hemos intentado explicar su decadencia con una corrupción de su sustancia física, teniendo en este punto con nosotros a los más esclarecidos sabios de todos los tiempos, que creyeron reconocer el motivo de la degeneración en la alimentación animal que pasó a sustituir a la vegetal, hemos sido llevados a concluir necesariamente que una mutación fundamental a sobrevenido a nuestro cuerpo, y que la corrupción de la sangre ha traído consigo una corrupción del temperamento y de las cualidades morales… Uno de los hombres más inteligentes de nuestro tiempo ha intentado, también él, explicar esta decadencia, deduciéndola de una corrupción de las sangres; olvidando completamente la cuestión de la alimentación, la ha interpretado únicamente como efecto de la mezcla de razas, de la cual las más nobles han obtenido más daño que ventajas las demás. El cuadro complejo que el Conde de Gobienau nos ofrece del evento de la decadencia de las estirpes humanas… tiene un enorme poder de convicción. No podemos negar nuestro reconocimiento a la tesis según la cual el género humano se compone de razas irreconciliablemente desiguales; las más nobles de entre ellas han conseguido dominar a las menos nobles, pero, mezclándose con ellas no han elevado su nivel, sino que se han hecho a sí mismas menos nobles. Ciertamente un fenómeno de esta naturaleza puede considerarse ya suficiente para esclarecer las razones de la caída; y él hecho de que nos parezca desconsolador no debería cerramos a su comprensión. Es razonable, efectivamente, admitir que el ocaso de nuestro planeta es algo cierto Y que se trata solamente de una cuestión de tiempo; por ello, debemos también habituamos a la idea de que el mismo género humano está destinado a desaparecer en un determinado momento. Para nosotros, sin embargo, la verdadera cuestión está fuera de todo tiempo y espacio; nuestro problema es si el mundo tiene significado moral. Preguntémonos, por tanto, antes que nada, si queremos acabar como bestias o como dioses”.

Precisa Wagner: “A este fin, nos pondremos en primer lugar el problema de cuales son las características de aquella raza más noble, que se extravió entre las menos nobles, perdiéndolas. A pesar de toda la claridad que haya aportado la ciencia de estos últimos años al problema de la natural descendencia de las razas humanas más bajas de las especies animales a ellas más afines, haciéndolo francamente popular, es difícil explicar una derivación de la llamada raza blanca de la negra y de la amarilla. Mientras las amarillas se consideraban a sí mismas derivadas de los monos, los blancos se consideraban engendrados por los dioses y se juzgaban los únicos llamados al señorío del mundo. Que no tendríamos historia alguna de la humanidad si no hubiesen existido las empresas, las victorias y las creaciones de la raza blanca, ha sido totalmente demostrado por otros; y se puede también aceptar el considerar la historia del mundo como resultado de la mezcla de la raza blanca con las estirpes de los amarillos y de los negros, allí donde éstas últimas entran en la historia, en tanto que se modifican gracias a la mezcla, y pasan a asemejarse a la raza blanca. La degeneración de la raza blanca se deduce del motivo de que, incomparablemente inferior en número a las razas más bajas, se vio obligada a mezclarse con ellas, perdiendo, como hemos dicho ya, más pureza ella misma, con lo que las demás ganaran al ennoblecer, a sus expensas, sus sangres… No desconocernos el absurdo de la hipótesis, según la cual el género humano está destinado a llegar a una total y homogénea igualdad, y admitimos que una tal homogeneidad no puede aparecérsenos sino como una imagen francamente espantosa…”.

En virtud de lo expuesto, durante 1883 Wagner publica “De lo femenino en lo humano” en referencia a la “decadencia de las razas humanas” y consecuentemente destaca “la importancia de los matrimonios y de los influjos de ellas derivados sobre las cualidades de las especies”. Explica Wagner: “Si nos detenemos un momento, y nos recogemos para reflexionar sobre esta idea, no dejará de espantarnos la amplitud del panorama que nos abre un punto de vista de este género. Una vez asumida la misión de examinar el elemento universalmente humano en su concordancia con el eterno elemento natural, nos vemos obligados a constatar que el único hecho decisivo es el comportamiento entre el hombre y la mujer, es decir, entre el elemento masculino y el elemento femenino. Mientras la decadencia de las razas humanas se presenta con clarísimos rasgos, las generaciones animales, salvo los casos en los que el hombre se entromete en sus apareamientos, se conservan totalmente puras: evidentemente, porque no conocen matrimonios de conveniencia, calculados en base a la propiedad o el patrimonio. Pero no conocen tampoco el matrimonio; y si es el matrimonio lo que tanto eleva al hombre por encima del mundo animal, por la evolución de sus cualidades morales, es precisamente el uso erróneo del matrimonio, para fines completamente alejados del mismo, la razón de nuestra decadencia, por debajo de los mismos animales. Una vez fijado así, quizá con singular dureza, el pecaminoso inconveniente que, en el curso de la cultura hacia la civilización, nos ha excluido de los valores que las estirpes animales mantienen inalterables a través de las generaciones, podemos considerar asimismo que hemos llegado al núcleo moral de nuestro problema”.

Prosigue Wagner: “La separación y el alejamiento del hombre de las leyes que regulan la generación animal, se han producido como consecuencia en primer lugar del hecho de que el celo asumió en él aspecto de inclinación hacia el individuo, con lo cual el instinto genético, tan decisivo en los animales, comenzó a desnaturalizarse hasta hacerse irreconciliables frente a la satisfacción ideal procurado por el ser individualmente amado. El instinto, sin embargo, parece mantener su vigor natural en la mujer, al continuar regulando el comportamiento materno, por el que ésta, aunque transfigurada por el amor ideal del hombre por su individualidad, queda más ligada que él al impulso natural, mientras que la pasión del hombre se traduce en fidelidad ante el fatal amor materno. Fidelidad en el amor: matrimonio; aquí se manifiesta el poder del hombre sobre la naturaleza. y nosotros la consideramos divina. Esa es la fuerza que forja las nobles razas… Amor- Tragedia... ”.

A fines  el siglo XIX Wagner avanza en su pensar y elabora una tesis que resultaría trascendente en los acontecimientos del siglo XX. En su ensayo “¿Qué es alemán? de 1865, Wagner intenta explicar el fracaso de la Revolución de 1848 debido al hecho de que al auténtico alemán lo representó una clase de gente que era totalmente ajena a él. Con todo, la posición de Wagner respecto del judaísmo resultaba contradictoria ya que un importante número de sus amigos y compañeros de trabajo eran judíos, entre otros su ayudante Karl Tausig, Joseph Rubinstein, Angelo Neumann y la famosa cantante Lilli Lehmann. El estreno de su último trabajo (Parsifal) se lo confió al director de orquesta Hermann Levi en Bayreuth.

En definitiva, Richard Wagner sostendrá que la compasión y el amor eran la única justificación de la superioridad. Así, la superioridad del intelecto y el sentimiento son armas al servicio de redimir el dolor del mundo, no armas para generar más dolor y justificarlo por esa superioridad. Por tanto, para Wagner, la superioridad moral aria se basa en la compasión, la conciencia ante el dolor humano y la aceptación de lo moral como superior a cualquier consideración de explotación o desprecio o falta de ayuda al dolor de los demás pueblos. En este contexto, con fuerza estimó Wagner  que la crueldad con los animales es una muestra de decadencia, de falta de estilo y espíritu elevado en los pueblos.

Aunque Wagner muere estando en Italia, su cuerpo fue repatriado y enterrado en el mausoleo de su villa de Bayreuth.  Teniendo en la mente sus óperas, Richard Wagner declaraba que aspiraba a ser juzgado “por el bien que ellas hagan a la humanidad”.

 

Arthur Schopenhauer. Arthur Schopenhauer (1788 – 1861) concibe un pesimismo sistemático y define duramente el carácter de distintos pueblos. Hablará tanto de la desvergüenza absoluta y cobardía de los italianos como de la vulgaridad moral, intelectual, estética y social de los estadounidenses, dado su origen como colonia penitenciaria. De los franceses dirá: “Las otras partes del mundo tienen monos. Europa tiene franceses. Esto nos compensa”. Denotará asimismo la pesadez, la estupidez y lo aburrido como lo propio del carácter nacional alemán. Llega a proclamar: “En previsión de mi muerte, hago esta confesión: desprecio a la nación alemana a causa de su necedad infinita, y me avergüenzo de pertenecer a ella”. Acerca de los judíos, Schopenhauer escribe: “Los judíos son, según dicen ellos, el pueblo elegido. Es muy posible; pero difieren los gustos, pues no son mi pueblo elegido. Los judíos son el pueblo elegido de su Dios, y su Dios es como pintiparado para tal pueblo. Váyase lo uno por lo otro… Dios misericordioso, previendo en su omnisciencia que su pueblo elegido sería disperso por el mundo entero, dio a todos sus miembros un olor especial que les permitiera reconocerse y encontrarse en todas partes: es el foctus judaicus”. Para Arthur Schopenhauer, los peores rasgos de la civilización occidental tienen raíces judías.

 

Bernhard Förster y Elizabeth Nietzsche. Desde 1870 el pangermanista Bernhard Förster  (1843 – 1889) ejercía como profesor en la escuela de Bellas Artes y un instituto de Berlín, pero debió abandonar su puesto a causa de sus actividades antisemitas. Förster caractrerizaba a los judíos como entidad “parásito en el cuerpo alemán”. En este contexto, y siendo parte del Círculo de Bayreuth, en 1876 Förster conoce a Elizabeth Nietzsche (1846 – 1935), hermana del filósofo Friedrich Nietzsche. Ambos se comprometen en 1883 y, aunque Elizabeth ya abrazaba estas ideas, la mutua atracción y el fuerte carácter de Förster influyeron para que ella radicalizara sus ideas germánicas y antisemitas. Si bien el círculo de Bayreuth resultaba un lugar apropiado para ambos, resultaba especial para Elizabeth ya que quien veía en la mujer de Richard Wagner, Cosima, un símbolo de lo que la mujer alemana podía realizar. 

En un comienzo Bernhard Förster no resultó antipático a Friedrich Nietzsche, pues veía en las ideas de éste una visión específicamente alemana, en la cual él mismo se había encontrado comprometido en su juventud. Sin embargo, a poco andar, su distanciamiento comenzó a hacerse cada vez más notorio, fundamentalmente por la radical posición antisemita de Förster, cuestión que a Nietzsche llegaba a ser insoportable. Si bien efectivamente Nietzsche se encontraba familiarizado con el antisemitismo del círculo de Wagner, con Förster  se encontraba con la rama práctico política del antisemitismo. En 1882 es el propio Nietzsche quien cuenta que es Förster quien lo mencionaba como militante antisemita; a raíz de ello Friedrich Nietzsche toma distancia de Förster. Su hermana sigue a su marido y se genera un abismo entre los hermanos, al extremo en que Friedrich se negó a asistir a la boda de su hermana. Escribirá Friedrich Nietzsche: “Ese maldito antisemitismo es la causa de una profunda brecha entre mi hermana y yo”.

De hecho, Förster participaba activamente en el grupo de los “Siete Alemanes” por cuya iniciativa en abril de 1881 se le hizo entrega al Canciller Otto von Bismarck (1815 – 1898) de una solicitud con 267.000 firmas pidiendo la eliminación de los judíos de los cargos públicos y de los sistemas de enseñanza. El mismo grupo fundó el “Partido del Pueblo Alemán”, el cual, explotando la creciente desilusión provocada por la crisis económica en Alemania incentivó el nacionalismo y el antisemitismo a través de todo el territorio. Sostenía el partido: “Solamente unidos todos podremos derrotar a la plaga judía”. Además, Bernhard Förster, además de wagneriano, era un naturalista riguroso que luchó denodadamente en contra de la vivisección y a favor del vegetarianismo.

En el escrito “Religión y Arte” de 1880, Richard Wagner reivindica la necesidad del establecimiento de una colonia puramente alemana en Sudamérica, en la que los judíos se encontrarían proscritos. Tal idea lleva a Bernhard Förster y Elizabeth Nietzsche a fundar en Paraguay la colonia “Nueva Germania”. Esta colonia fue concebida como Estado de reserva cuando la Alemania del viejo mundo cayera alguna vez en manos de los rusos, los judíos o los romanos. Con el matrimonio Förster – Nietzsche a la cabeza, los pioneros arios se embarcan el 15 de febrero de 1887 desde el puerto de Hamburgo a bordo del vapor “Uruguay”. Aunque al llegar los primeros enviados Förster comunica que “hemos hecho nuestra entrada solemne en la nueva región”, más tarde, en medio de un paraje inhóspito y desolador, el proyecto finalmente no fructifica, aunque la colonia subsistirá aislada. Así, tras agotarse en el esfuerzo, Bernhard Förster se suicida consumiendo veneno. Su mujer, la sobreviviente Elizabeth Nietzsche, luego de regresar en 1898 a Alemania y enajenarse primero y luego morir su hermano el filósofo, desde 1893 se haría cargo del “Archivo Nietzsche”, procediendo tanto a reivindicar decididamente la obra de su F. Nietzsche como a intervenir sus textos.

Más tarde, durante el transcurso de la primera guerra mundial, la fama de Nietzsche era innegable. Antes de partir a la batalla, los jóvenes “Wandervogel” guardaban en sus mochilas el libro “Así habla Zarathustra”. Después, fue el filósofo Alfred Baumler quien el año 1931 descubriría la filosofía nietzscheana y sistematizaría interpretaciones útiles al fundamento de la doctrina nazi. Las dificultades que representaban los juicios anti alemanes de F. Nietzsche fueron eliminados. Efectivamente Friedrich Nietzsche había escrito pensamientos políticamente impropios: “Cuando me imagino un tipo de hombre que contraría todos mis instintos, siempre me resulta un alemán. La sola cercanía de un alemán me corta la digestión… El primer ataque fue para la cultura alemana, a la que ya entonces ya miraba desde arriba con inexorable desprecio… No hay peor malentendido, decía yo, que creer que el gran éxito bélico de los alemanes prueba algo a favor de esa cultura... El espíritu alemán es una indigestión, no da fin a nada… El nacionalismo, esa neurosis nacional de la que está enferma Europa…”.

Ya de edad avanzada, ante los acontecimientos políticos que tienen lugar en Alemania, Elizabeth Nietzsche escribe en 1933: “Estamos ebrios de entusiasmo por tener a la cabeza del gobierno a un hombre tan maravilloso, a una persona fenomenal, a nuestro Canciller Adolfo Hitler. Al fin hemos encontrado esa Alemania que durante siglos nuestros poetas han descrito anhelosamente en sus poemas y a la cual todos hemos estado esperando”. Cuando en 1934 se reúnen Hitler y Mussolini en Venecia, Elizabeth Nietzsche les envía el siguiente telegrama: “El espíritu de Nietzsche envuelve este encuentro”. Cuando Elizabeth Nietzsche muere en noviembre de 1935, Adolf Hitler toma su lugar al pie del ataúd.

 

Pierre Joseph Proudhon. Con una idea de una justicia inmanente, inherente al hombre, que no necesita para sostenerse de ninguna autoridad superior, sea política o religiosa, Pierre Joseph Proudhon (1809-1864) rechaza al Estado y a la religión, se opone a la propiedad privada y crea el llamado "mutualismo" como aquel sistema social que asegura a cada hombre las condiciones materiales de su existencia. Proudhon será considerado el “padre” del anarquismo moderno porqué influyó poderosamente en la concreción ideoló­gica de esta doctrina.

En este contexto, el 24 de diciembre de 1847, el anarquista o socialista libertario, Pierre Joseph Proudhon, se refiere a los judíos como “esta raza que envenena todo”. Anuncia su intención de reclamar la expulsión de los judíos de Francia pues “el judío es el enemigo del género humano”. Establece incluso una conclusión perentoria: “Es preciso devolver al Asia esta raza o exterminarla. Citado por el propio Marx en “La Miseria de la Filosofía”, Proudhon sentencia: “El odio al judío como al inglés debe ser un artículo de nuestra fe política. De hecho, nombra a Karl Marx, a Weil, Rothschild, Crémieux y Fould, como “seres malvados, biliosos, envidiosos, agrios, etc., que nos aborrecen”.

Con todo, el verdadero nombre de Karl Marx era Kissel Mordekay. Su abuelo se llamaba Marx Leví, nombre que redujo a Marx y fue rabino en Tréveris. Tuvo dos hijos, Samuel, que se hace rabino, e Hirschel, que se convierte en abogado, llega a ser Consejero de Justicia en Tréveris, y se casa con Enriqueta Pressburg, una judío holandesa, también de linaje secular rabínico, para en 1824 bautizarse y convertirse al cristianismo con el nombre de Enrique Marx. Ellos serán los padres de Karl Marx. El gobierno de Prusia le fuerza a cambiar de religión para conservar su empleo. Señala Franz Mehring: “La abjuración de judaísmo no era sólo, en los tiempos que corrían, un acto religioso, sino que entrañaba, primordialmente, un acto de emancipación social”. Sin embargo, el mismo Marx termina identificando al espíritu judío con el espíritu utilitarista y mercantilista de la burguesía. El padre del socialismo científico anuncia entonces la solución del problema judío mediante la eliminación de sus bases socioeconómicas.

 

Fiódor Dostoyevski. Fiódor Mijáilovich Dostoyevski  (1821 1881) es considerado uno de los escritores más grandes de la literatura rusa del siglo XIX e influyó profundamente en múltiples escritores del siglo XX. Dostoievsky configuró un nihilismo trágico que desarrolló a través de una prosa realista que introdujo al narrador dentro de la obra, dejando atrás la postura externa de quien relata una historia ajena. Dostoyevski creó así una obra con una inmensa vitalidad al estructurar escenas febriles y dramáticas que se desarrollan en atmósferas escandalosas y explosivas, las cuales registraban la compleja interacción humana de personajes humildes y modestos cristianos con nihilistas autodestructivos, cínicos libertinos o intelectuales rebeldes guiados por  imperativos biológicos o sociales. Por medio de sus personajes, que de suyo encarnan valores espirituales y son, por definición, intemporales, Dostoyevski desarrolla apasionados diálogos socráticos referidos a la búsqueda de Dios, el mal y el sufrimiento de los inocentes, adelantándose su novelas trágica a la realidad del inconsciente, el surrealismo y el existencialismo. Sus “Memorias del subsuelo (1864) son escritas en la amarga voz del anónimo "hombre subterráneo".

El carácter de profeta apocalíptico, Dostoievsky  lo adopta de Vladimir Soloiev, poeta y filósofo que proponía unificar todas las iglesias cristianas bajo una nueva organización social y política subordinada a la fuerza moral de la religión. Según Soloiev, este universalismo cristiano no era incompatible con el nacionalismo, razón por la que le asignaba al pueblo ruso la misión histórica de difundir el ideal por el mundo. Asimismo, a la luz del pensamiento del paneslavista Nikolai Danilevski (1822-1885),  Dostoievsky expresaba ideas que anticipaban la filosofía spengleriana de la historia acerca de la decadencia de la civilización occidental. Según Dostoievsky, sólo los pueblos eslavos, gracias a que conservaban su espiritualidad evitarían esa caída.

En este contexto, sosteniendo la incomunicabilidad de las culturas, incluso del concepto de Dios, que también era idiosincrásico de cada pueblo, Dostoievsky  proclamaba la afirmación de lo ruso y el mantener al pueblo ruso en estado de pureza. Tal intención lo llevaba a añorar el antiguo sistema de servidumbre porque, según él, contribuía a mantener la unidad nacional entre campesinos y señores. Si bien Dostoievsky amaba a su pueblo, lejos de querer emanciparlo lo quería tal cual era, sumido en la ignorancia y la miseria. Dostoievsky proclama sin más: “No tenemos intereses de clase porque tomados estrictamente no nos corresponde ninguna clase y porque el alma rusa es más ancha que las antítesis de clase, los intereses y los derechos de clase”. Así, el nacionalismo indisolublemente ligado a la Iglesia rusa componía una teocracia, vale decir, un Estado religioso al que llamaba “socialismo ruso”. Su defensa de la monarquía absoluta, de la Iglesia ortodoxa y del nacionalismo lo alejaron a Dostoievsky tanto de los revolucionarios sociales como de los reformistas democráticos.

De esta forma, en la novela “Los endemoniados” (1870) de Dostoievsky, el personaje Shatov actúa como portavoz tanto del eslavismo como del Estado religioso. Afirmaba que el pueblo tenías una sola finalidad: la búsqueda de su Dios, irremisiblemente suyo, y la fe en él como el único verdadero. Así entonces, Dios asumía la personalidad sintética del pueblo; el pueblo era el cuerpo de Dios. De ahí la imposibilidad de encontrar un dios común a todas las naciones ya que cada uno tenía el suyo. La verdad era una y, por lo tanto, patrimonio de un pueblo; aunque otros tuvieran sus dioses propios, sólo uno podía poseer el Dios verdadero. Advertía que cuando los dioses comenzaban a ser comunes, cuando se generalizaban, moría la fe en ellos y se iniciaba la destrucción de los pueblos. En cuanto un pueblo abandonaba la creencia de que era dueño de la verdad, el único llamado a salvar el mundo, dejaba inmediatamente de ser grande. Por ello Dostoievsky denunciaba: “En Occidente se ha perdido al Cristo y Occidente cae a causa de eso, únicamente a causa de eso”.

 Shatov concluía entonces su discurso revelando que el pueblo capaz de encarnar al Dios único era el ruso, pues no había sido contaminado por la civilización, había permanecido ingenuo, niño de la tierra. Por eso Rusia tenía una misión. Dostoievsky, proyectado a través del personaje Shatov, proponía: “Revelar al mundo un Cristo ruso, desconocido en el universo y cuyo principio está contenido en nuestra ortodoxia… A mi modo de ver, es ahí donde se encuentra el principio de nuestra potencia civilizadora y de la resurrección por nosotros de toda la Europa y de toda la esencia de nuestra futura fuerza”.
Este sentido mesiánico del pueblo necesariamente implicaba sostener un nacionalismo agresivo: “Si un gran pueblo no cree en él sólo se encuentra la verdad, si no cree que él sólo está llamado a resucitar y salvar al universo por su verdad, deja inmediatamente de ser un gran pueblo para devenir una materia etnográfica. Jamás un pueblo verdaderamente grande se puede contentar con un papel secundario en la humanidad; su papel aún importante no le basta, le es necesario absolutamente ser el primero. La nación que renuncia a esa convicción, renuncia a la existencia”.

Consecuente con un nacionalismo de tal carácter, inexorablemente Dostoievsky exalta la guerra: “La guerra limpiará el aire que respiramos y que nos sofoca, sentados como estamos en la inútil podredumbre y en la asfixia espiritual… Nunca ha pasado una generación en la historia europea sin guerra. Y hay una razón que lo explica: la guerra, evidentemente, es necesaria para conseguir algún objetivo, es saludable y alivia a la humanidad… Es reconfortante pensar que este derramamiento de sangre… la guerra es a veces hasta la única salvación”.

Por extensión, Dostoievsky proyecta un significativo antisemitismo. Plantea que si el pueblo ruso era el señalado, ciertamente no había lugar para dos pueblos elegidos, esto es, dos pueblos “portadores de Dios”. A fines del siglo XIX, Dostoievsky asocia la muerte de Cristo con la codicia por el dinero y la usura de los judíos. Explícitamente vincula a los judíos con la gran banca y, a la vez, con el nihilismo, el socialismo y el terrorismo. Por cierto, los judíos en sus novelas eran individuos carentes de toda virtud. En “Diario de un escritor”, Dostoievsky afirma: “En el mundo no hay otro pueblo que tanto se lamente de su sino, que tan constantemente… se esté quejando de su degradación, de sus dolores, de su martirio como los hebreos. Aunque sólo lo hagan desde la Bolsa, es de hecho que gobiernan la política, los asuntos interiores, la moral de los Estados. Podrá haber muerto Goldstein por la idea eslava; pero hace mucho tiempo que la cuestión eslava se habría resuelto ya a favor de los eslavos si la idea judaica no tuviera tanta fuerza en el mundo…. No saben que, de querer nosotros, no podrán vencernos todos los judíos del mundo juntos; ni los millones de su dinero ni los millones de sus tropas”.

 

Gustav Le Bon. El médico, etnólogo, psicólogo y sociólogo francés, Gustav Le Bon (1841 – 1931), manifiesta su creencia en la prominencia del sentimiento y las pasiones sobre la razón en los actos humanos, sobre todo los colectivos. Además Gustav Le Bon considera su tiempo como época de las multitudes y advierte el advenimiento de éstas a la vida política en calidad de clases directoras. Ve en ellas una fuerza inmensa pero por su significado como peso muerto, no por su calificación ya que éstas son poco aptas para el razonamiento. Expresaba Le Bon: “En las muchedumbres lo que se acumula no es el talento, sino la estupidez”. Con todo, Le Bon desarrolla una concepción del alma de la raza enlazada con la teoría del alma colectiva, resaltando lo racial como fundamento del fenómeno social. Sostiene pues Le Bon que cada raza tiene su alma propia y, por extensión, establece una jerarquía entre las distintas razas.

Indica Gustav Le Bon: “La observación demuestra que los pueblos en conjunto pueden estar divididos en razas primitivas, razas inferiores, razas medias y razas superiores. Las razas primitivas, como los fueguinos y otros del océano Indico, están próximas a la animalidad y no manifiestan ningún signo de cultura. Las razas inferiores, como los negros, pieles rojas, etc., son capaces de utilizar algunos rudimentos de civilización, pero jamás pueden elevarse a una relativa altura”. Continúa Le Bon: “Por encima de las razas precedentes se colocan los pueblos amarillos del Asia, principalmente los chinos. Estos pueblos formaron civilizaciones elevadas que los pueblos indoeuropeos han superado. Sólo estos últimos constituyen las razas superiores”.

Precisa entonces Le Bon: “Todos los individuos de las razas inferiores poseen con pocas diferencias el mismo nivel mental… (Entonces) los cruzamientos pueden constituir un elemento de progreso si se efectúan entre razas superiores. El cruzamiento, por el contrario, es un elemento de degeneración cuando las razas cruzadas son muy diferentes”. Le Bon aprecia finalmente: “Cuando os españoles conquistaron América del Sur no advirtieron este peligro, y por esta causa todas las repúblicas hispanoamericanas formadas por el cruzamiento de los invasores con los indígenas y habitadas por mestizos, siempre ingobernables, no salen de la anarquía”. En este contexto, Le Bon recuerda: “Los pueblos de carácter fuerte dominaron siempre a los de carácter débil e indeciso”. Acota Le Bon: “La raza y el engranaje de las cosas diarias, son los dueños misteriosos que rigen nuestros destinos… La influencia de la raza se hace sentir”.

 

Anton Botticher. Expresando la filosofía de vida romántica alemana, Anton Botticher, figura clave del movimiento ultranacionalista germanista y conocido por su afrancesado seudónimo de “Paul de Lagarde”, afirmaba: “El núcleo de un hombre no es su razón sino su voluntad, cuya fuerza impulsora es el amor”. Creía así que la nación alemana tenía una voluntad propia, expresión de su”alma colectiva”. Pero observaba que el materialismo, la codicia de la clase media y la industrialización que avanzaba estaba corrompiendo esa alma.  El resultado era un grave desplazamiento de la tradición del “Volk” o alma nacional alemana, circunstancia que causaba una crisis cultural que privaba al pueblo alemán de su herencia e identidad. Botticher considera así: “Enfrentamos la bancarrota (espiritual). Todos nos hundiremos en la nada”.

Conforme al pensamiento de Botticher, el progreso aparece como un caballo de Troya de un futuro burgués sin alma. La mecanización, el socialismo y el liberalismo eran parte de lo mismo y la salud espiritual exigía escapar de esta maligna influencia. Botticher sostendrá así que sólo Alemania se oponía a la moderna desintegración cultural, social y racial de Europa. Como escritor nacionalista del siglo XIX, en su ensayo “Las actuales tareas de la política alemana”, Botticher no sólo hace un llamado para la “reubicación de los judíos polacos y austriacos en Palestina sino que, además, anticipa la emergencia de “un hombre singular, con las capacidades y la energía” de unificar a los pueblos alemanes. Precisa Botticher: “Los judíos impiden la realización de la misión racial del pueblo alemán… Cada judío es un obstáculo que representa un serio reproche a la autenticidad y la veracidad de nuestro germanismo”.

 

Houston Chamberlain. En “La génesis del siglo XIX” (1899), el inglés Houston Steward Chamberlain (1855 - 1927)  afirma que la civilización europea es obra de la raza aria, ahora constituida por teutones o alemanes étnicos modernos. Escribe: “El teutón es el alma de nuestra civilización. La importancia de toda nación, en tanto que potencia viva y actual, se halla en proporción de la auténtica sangre teutona de su población”. Considera no obstante que el ario original ha perdido su arrogancia aristocrática aunque aún exhibe dos virtudes sobresalientes: libertad y lealtad, es decir, fidelidad a sí mismo y a los demás gracias a su instinto de conservar radicalmente  su identidad y autonomía.

Pero observa Chamberlain que “el teutón no entró a la historia como un bárbaro sino como un niño”. Por su candor e inocencia “todos los poderes se conjuraron para traicionarlo y cayó como “un niño que cae en manos de viejos y experimentados libertinos”. Fueron pues los viejos europeos, esto es, los latios, galos, griegos mediterráneos y judíos, quienes conspiraron contra los germanos. Los conquistadores fueron inducidos a abrazar a sus enemigos y “contaminaron su sangre pura mezclándose con las razas impuras de los hijos de esclavos”. Así entonces, ya a comienzos del Iluminismo, la sangre teutónica original enfrentaba la disolución y la extinción, y la civilización europea corría peligro. Por tanto, si lo peor reproducía indiscriminadamente más de lo peor en una disolución atávica de la raza humana, se desencadenaría un “Völkerchaos” o caos de los pueblos.

De esta forma, Chamberlain sistematiza la incorporación de  los judíos como trascendental elemento corruptor. Los judíos eran el símbolo de una sociedad comercial sin alma. El capitalismo, el humanitarismo liberal y la ciencia estéril (“ciencia judía”) eran formas de contaminación racial, instrumentos de venganza judía.

Aún más, Houston Steward Chamberlain expone que: “Cualquiera que haya pretendido que Jesús era un judío, o bien se ha comportado como un estúpido, o bien ha mentido… Jesús no era judío”. En 1923, poco antes de escribir “Mein Kampf”, Adolf Hitler visita a Chamberlain y éste sostiene: “Hay una fuerza que viene del caos y lleva al caos, pero también hay una que está destinada a crear un nuevo mundo”, cuya dirección Chamberlain le asignaba al mismo Hitler. Durante el año 1927, Chamberlain conoce personalmente a Adolf Hitler.

 

Ernest Renan. El racionalista y liberal francés, Ernest Renan (1823 - 1892), en su obra: “Origen del Cristianismo”, categóricamente afirma que Dios no existe, niega el fundamento divino del cristianismo y da cuenta de la amenaza que representa el fenómeno de masas emergentes. Precisa así una revolución del pensamiento y la ética tan grande como la provocada por el cristianismo en su época, pero considera que ésta sólo puede ser obra de hombres de naturaleza superior. Así, en tanto Renan concibe la historia como la jurisprudencia de la acción política y al progreso como actividad intelectual, esto es, cual obra de una minoría selecta, considera que para que el progreso pueda continuar tras la ascensión de las masas, imprescindible es crear una raza superior. Renan la imaginaba como resultado de una selección fisiológica alcanzada por métodos científicos. La superioridad de dicha raza podría establecerse de un modo tan objetivo como aquella existente entre el hombre y los seres no racionales. Por ende, en razón de sus premisas, Ernest Renan relaciona la esterilidad de la igualdad con la democracia, donde ambas instancias son, por definición, incapaces de grandes realizaciones.

Renan acusará al principio democrático: "La Francia que resultó del sufragio universal es una nación profundamente materialista. Las nobles preocupaciones de la Francia de antaño, el patriotismo, el entusiasmo por la belleza, el amor de la gloria, desaparecieron con las clases nobles que representaban el alma de Francia. El juicio y el gobierno de las cosas ha sido transportado a la masa". Rechaza pues Renan el igualitarismo y subrayará su poca estima por las multitudes, que se guarda de no confundir con el pueblo: "El pecado original de toda institución democrática son los sacrificios que está obligada a hacer para satisfacer el espíritu superficial de las multitudes... De la masa no pude emerger ninguna razón para gobernar y reformar un pueblo... La cultura intelectual deja de mostrar aspiraciones y se conforma con descender al nivel de la vulgaridad". Antes había escrito en la Plegaria sobre la Acrópolis: "¡Oh, Democracia, enséñanos a extraer el diamante de las masas impuras!". Por ende, Renan no muestra clemencia con la nueva República: " Una sociedad republicana es tan desastrosa como un cuerpo del ejército que nombrase a sus oficiales: de ser elegido el peor paralizaría todas las energías… La fatalidad de la República está a la vez en provocar la anarquía y reprimirla con extrema dureza".

Considerándose a sí mismo un "conservador liberal", Renan retomaría la idea lanzada en 1814 por Augustin Thierry a favor de la formación de los "Estados Unidos de Europa" como entidad ligada entre sí por un pacto federal. Afirma Renan: "Europa es una confederación de Estados reunidos por un ideal común de civilización". Para comenzar, plantea una alianza con Alemania e Inglaterra cuyo efecto sería "conducir al mundo por las vías de la civilización liberal". También propone la formación de imperios: "La colonización es una necesidad política de primer orden. Una nación que no coloniza está irrevocablemente encaminada al socialismo, a la guerra del rico contra el pobre". Ernest Renan estaba convencido de que "la desigualdad está inscrita en la naturaleza".

 

William Flinders Petrie. Analizando el desarrollo histórico mediterráneo, el egiptólogo William M. Flinders Petrie (1853 - 1942) concluye que se habían generado ocho civilizaciones con una duración de 1300 años cada una. Advierte que lo notable es que todas ellas se desenvolvieron por etapas: arquitectura, escultura, pintura, literatura, música y mecánica, siempre en el mismo orden. Concluye pues Petrie que la vida de toda civilización está sujeta a la ley del ciclo biológico y se encuentra inevitablemente condenada a desaparecer a menos que se produzca una inyección de sangre fresca. Así entonces, según Petrie, la octava civilización, la occidental actual, se encuentra en esta coyuntura. Pero advierte que no habrá sangre fresca para revitalizarla pues la población del globo se encuentra estrechamente mezclada. Por lo tanto, la única solución sería segregar artificialmente una nueva raza superior.

 

Rudolf Virchow. Para combatir las afirmaciones y temores de la época, el biólogo alemán Rudolf Virchow (1821 – 1902), líder del partido progresista liberal, miembro fundador de la “Sociedad Antropológica Alemana” y fundador de la patología celular, en 1871 realizó un intenso estudio craneológico de escolares alemanes, señalando cuáles eran de origen judío y cuáles no. Los resultados, publicados quince años después, mostraban de manera concluyente que no existían diferencias fisiológicas entre judíos y no judíos y que el presunto tipo racial teutónico de cabello rubio y ojos azules, constituía menos de un tercio de la población del Imperio alemán, y de hecho incluía a muchos judíos. Virchow, un liberal clásico convencido, creía haber liquidado para siempre el mito de la raza aria o teutónica. Sin embargo, el enfoque antirracial de Virchow fue perdiendo terreno en los círculos antropológicos y biológicos alemanes a medida que se aproximaba el fin de siglo.

 

Wilhelm Marr. En el siglo XIX, aunque la palabra antisemitismo (“antisemitisch”) ya había sido utilizada en 1860 por el austríaco Moritz Steinschneider (1816 – 1907) para al caracterizar las ideas de Ernest Renan referentes a la asociación de las “razas de semíticas” con las “razas inferiores”, fue el periodista alemán Wilhelm Marr (1819-1904) quien, en su libro “La victoria del Germanismo sobre Judaísmo” de 1879, formalmente imprimió carácter al término “Antisemitismus”, refiriéndolo como eufemismo del odio a los judíos (“Judenhass”), entendido éste cual conducta racional y sancionada por el conocimiento científico. El libro de W. Marr llegó a ser muy popular y, en el mismo año, él fundó la “Liga Antisemita” (“Antisemiten Liga”), primera organización alemana confiada específicamente a combatir la amenaza representada por los judíos para Alemania, implicando tanto la no aceptación de su asimilación como su retiro forzado del país.

 

Guido List. El pensador austríaco Guido Karl Anton List (1848 – 1919) desarrolló un sistemático discurso sobre arianismo, combinando elementos teosóficos y ocultistas con planteamientos de pureza racial y pangermanismo. A los catorce años, Guido List renunció a su catolicismo y juró consagrar su vida a la rehabilitación de la fe pagana. Además, siendo List un alpinista recalcitrante, amaba estar en contacto con lo que denominaba "las fuerzas elementales de la naturaleza" ya que ésta era lo puro, casto y virginal que había que conservar y con la que se podía gozar reposadamente. A la vez, List resistía ferozmente todo lo que representaba el asfalto: egoísmo, economicismo, materialismo, hedonismo.

Entonces, mediando una "intuición ancestral" basada en la victoria de los germánicos sobre las legiones romanas en el bosque de los Carnutos, publicando un semanario nacionalista pangermanista que clama por la segregación de las naciones germanas del resto del conjunto eslavo, y publicando también acerca de la Alemania tribal (“Heimkehr de Jung Diether” en 1894 y “Pipara” en 1895), List llegó a editar un manuscrito relativo a la antigua lengua germánica y a su grafía (runas), mezclando en el análisis elementos procedentes de diversas gnosis ocultistas. Si bien la Academia Imperial de Ciencias no concedió gran importancia a su monografía, una revista teosófica (“Die Gnosis”), le abrió sus puertas, pasando a escribir regularmente en sus columnas a partir de entonces. En 1904 un grupo de intelectuales pangermanistas fuertemente influenciados por el teosofismo, elabora un escrito de solidaridad con List protestando por la indiferencia con que la Academia acogió su trabajo sobre la antigua lengua germánica y las runas. Incluso, para ayudar a List a proseguir sus estudios, los firmantes del manifiesto promovieron la creación de la Fundación Guido von List. Entre los miembros prominentes de esta sociedad se encontraban activistas "völkisch", exponentes de la intelectualidad antisemita, pangermanistas notorios, y buena parte de los miembros de la Sociedad Teosófica y sus grupos periféricos de carácter naturista y vegetariano. Con este apoyo List (que desde 1903 había incorporado a su nombre la partícula "von", atribuyéndose un título de nobleza que muchos cuestionaron) aborda entonces la publicación de una serie de cuadernos sobre la antigua civilización ario - germánica. Aparecidos entre 1908 y 1911 estas monografías tuvieron gran eco en los medios pangermanistas y ocultistas, hasta el punto de que el teósofo alemán Franz Hartmann comparó la obra de List a la de H.P.Blavatsky. Estos escritos llevaban títulos como: Magia de las runas, El sacerdocio entre las tribus germánicas, Papel dirigente de los sacerdotes en las tribus germánicas, Esoterismo del folklore germánico, Esoterismo de la toponimia germánica, Esoterismo de los hieroglifos y la heráldica germánica.

En este contexto, durante 1911 se constituye en el seno de la Fundación List un pequeño círculo interior: la “Orden Superior de los Armanes”. Al estallar la guerra europea, muchos de sus integrantes fueron al frente y desde las trincheras siguieron manteniendo relación con List, quien profetizaba la victoria alemana y la consiguiente apertura del "milenium". Cuando ésta no se produjo, List previó graves catástrofes para la nación. En la medida que éstas efectivamente sobrevinieron, los hombres de la Fundación List y de su círculo interior consideraron que debían afrontar debían afrontar pruebas "purificadoras" dispuestas por "la providencia", que por lo demás ellos consideraban constituida por fuerzas cosmológicas en acción. Muchos de estos hombres marcharon de los frentes del oeste a los Cuerpos Francos portando,  junto a literatura "völkisch"" (“Volk”, pueblo – nación), los opúsculos de List y selecciones de textos de H. P. Blavatsky.

Cabe consignar que, alrededor de 1870, Guido List ya contaba con un importante grupo de seguidores, dedicados a observar las fiestas paganas en los solsticios y equinoccios. Además, en 1875 habían obtenido publicidad adorando al sol bajo la figura de Baldur, dios nórdico muerto en una batalla y que luego resucitó. El rito se celebró en lo alto de una colina cercana a Viena, y terminó cuando List enterró botellas de vino, cuidadosamente colocadas para formar una svástica, signo mágico en diversas culturas de Eurasia. Si bien en 1891 es Ernst Krauss quien llama la atención del público germánico sobre el hecho de ser apreciada la svástica como símbolo exclusivamente ario, sería Guido List quien en 1908 propuso la cruz gamada como símbolo de la pureza de la sangre y como signo de conocimiento esotérico revelado por el descifrado de la epopeya rúnica de Edda.

En los años veinte, mediando la intervención de órdenes con fundamento esotérico, la svástica se convertiría en símbolo del nazismo. Fue en 1919 cuando Friedrich Krohn propone la cruz gamada (“Hackenkreuz”) dexitrógira como insignia oficial del Partido Obrero Alemán (DAP). Después, integrando su vital sentido metafísico de origen oriental, la cruz gamada negra sobre un círculo blanco fondo rojo, sería asumida de forma sinistrógira por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) y, a partir del 15 de septiembre de año 1935, se convertiría en el distintivo oficial de Alemania.

 

Otto Weininger. En 1903, el austriaco Otto Weininger (1880 - 1903) publicó el influyente libro “Sexo y Carácter”, estableciendo en él las definiciones de masculinidad y feminidad bajo el principio de que todos los seres vivos tienen una variable proporción de ambos componentes. No obstante, los sitúa como rasgos contrapuestos, siendo lo masculino moral y positivo y lo femenino amoral y negativo. Entonces, el judío Weininger, filósofo precoz, converso al cristianismo y después suicida, sostuvo la existencia de una radical correspondencia entre la femineidad y el judaísmo. Expresamente considerará “la máxima concordancia (y) similitud entre la feminidad y el judaísmo... La mujer y los judíos... su objeto es hacer pecar a los hombres”. Es más, considerará  Weininger que  las mujeres y los judíos no poseen racionalidad ni moralidad, razón por la que no merecen ni necesitan igualdad y, mucho menos, libertad.

Respecto del “problema de la mujer”, Weininger señaló: “La necesidad y la capacidad de emancipación de una mujer sólo se basan en la fracción de hombre que ella tenga....la mujer carece de la necesidad, y, por tanto, de la capacidad de emanciparse... Nada de movimientos feministas integrales, que dan lugar a ensayos antinaturales, artificiosos, en el fondo mendaces... El único enemigo de la emancipación de la mujer es la mujer... El hombre vive consciente, la mujer vive en la inconciencia... La absoluta falta de importancia de las mujeres en la historia de la música es atribuible  a... la ausencia de fantasía en la mujer... La mujer conserva únicamente una clase de recuerdos: los que se refieren al impulso sexual y a la procreación”.

Precisa Weininger: “Es exacto que la mujer carece de lógica.... La mujer es absolutamente aconceptual... El pensamiento e la mujer... roza sólo la superficie externa... El sentido de la mujer es, pues, el de ser la negación del sentido... La mujer absoluta no tiene Yo... Los chinos, desde la más remota antigüedad, han negado que la mujer tenga alma... No quiero decir que la mujer sea mala y antimoral, lo que afirmo es que ni siquiera puede ser mala, pues únicamente es amoral, vulgar... La mujer es la nada, es un vaso vacío, por algún tiempo pintarrajeado y decorado”.

Apreciará entonces Weininger que el judaísmo es cercano a la feminidad, mientras que el cristianismo refleja más rasgos masculinos. Weininger propaga por tanto la idea de que los judíos eran una raza afeminada y degenerada que estaba propagando su morbosa carencia de sentimiento espiritual y nacional en la sociedad moderna. Como las mujeres, los judíos eran “la emoción, la sexualidad y la irracionalidad encarnadas”. Concluirá pues Weininger: “He elegido el judaísmo como objeto de especial consideración porque... es el más tenaz y peligroso enemigo de los conceptos que hemos desarrollado... Los judíos parecen tener cierto parentesco antropológico con las dos razas... los negros y los mongoles. Recuerdan a los negros por el pelo ensortijado, y a los mongoles por la forma del esqueleto facial de tipo chino  malayo, así como por la coloración amarillenta de la piel”.

Agregará aún más: “Los arios más puros... no son antisemitas... No se puede odiar algo con lo que no se tengan cierta semejanza... Quien odia al judío odia en primer término al que lleva en él, y cuando lo persigue en los demás es un intento para librarse de su carga localizándola en quien le rodean... El antisemitismo de los judíos nos proporciona la prueba de que nadie que los conozca los encuentra dignos de afecto, ni siquiera ellos mismos... No hay que confundir el judaísmo con los judíos. Existen arios que son más judíos que algunos judíos, y existen judíos que en realidad son más arios que ciertos arios... Pero nadie es antisemita sin causa”.

Precisa así Weininger: “Los judíos no viven, pues, como individuos libres, dueños de sí mismos, capaces de elegir entre la virtud y el vicio, como los arios... El judaísmo es un enigma mucho más profundo de lo que algunos catequistas antisemitas creen, y sus raíces esenciales son demasiado profundas para que puedan ser descubiertas... El socialismo es ario, el comunismo judío... Pero frente al nuevo judaísmo se abre paso un nuevo cristianismo... La humanidad tiene de nuevo la elección entre el judaísmo y el cristianismo”.

 

Max von Werth y Georg von Liebenfels. En este contexto, los diversos volúmenes de “Génesis” de Max Sebaldt von Werth, que se publicaron entre 1898 y 1903, combinaban las apelaciones a la pureza racial aria con un interés casi pornográfico en la reproducción sexual eugenista.

Por su parte, Georg Lanz von Liebenfels era un ex monje cisterciense, orientalista y un converso fanático al darwinismo social racial que, en su obra “Teozoología” (1905), llegó a la conclusión de que el verdadero pueblo elegido de la Biblia eran los arioteutones. En este sentido, la caída de Adán era una parábola de la contami­nación de los arios por obra del mestizaje. Afirmaba que el Antiguo Testamento era una fábula moral acerca de la mezcla racial, pues los pueblos semitas de Canaán y Palestina celebraban perversas or­gías sexuales con pigmeos subhumanos mesopotámicos.

Por tal causa, Liebenfels entendió que el europeo moderno era el descendiente mestizo de esas uniones bestiales. Consideró no obstante que una eugenesia rigurosa posibilitaría la restauración del hombre mo­derno (Anthropozoa) a su status original de hombredios (Theozoa), con poderes superiores de visión y audición, telepatía y dominio de la energía eléctrica del cosmos. Esta perspec­tiva ariosofista influyó sobre el filósofo cortesano de los nazis, Alfred Rosenberg, y su visionario programa eugenista inspiró directamen­te los “Lebensborn” de Heinrich Himmler, los centros de reproducción aria de la élite de “Schutz Stafel” (SS). Con todo, Himmler también experimentaba con cultivos orgánicos y patrocinó jardines de hierbas orgánicas para sus “Schutz Stafel” (SS). Aún mas, Himmler también procuró que se impusieran regulaciones contra la vivisección en el Tercer Reich.

 

Karl Binding y Alfred Hoche. En 1920, con su obra “Término y destrucción de vidas carentes de valor”, Karl Binding y Alfred Hoche inician la discusión sobre la eliminación deliberada de los pacientes considerados indignos de vivir. Casi cuatro años antes que Adolf Hitler escribiera “Mein Kampf”, Binding y Hoche postulaban la eliminación de gente “sin valor” bajo la responsabilidad del Estado. Expresamente se referían a aquellos que están “del todo muertos mentalmente” y a los que “representan un cuerpo extraño a la sociedad humana… que no pueden ser recuperadas y cuya muerte es urgentemente necesaria”. Hoche, profesor de psiquiatría y director de la clínica psiquiátrica de Friburgo desde 1902, calificaba de “pensamiento erróneo” la idea de mostrar simpatía por “vidas carentes de valor”. Binding, profesor de jurisprudencia de la Universidad de Leipzig, anticipaba que, aunque se cometieran errores de diagnóstico, las consecuencias serían irrelevantes comparadas con los beneficios sociales que se obtendrían. Ambos coincidían en que llegaría el día en que la eliminación de individuos de “espíritu muerto” no sería considerado un crimen, sino un acto útil.

 

Alfred Rudolf Glauer y Alfred Rosemberg. La “Sociedad Thule” fundada por Alfred Rudolf Glauer (1875 – 1945), quien usaba el seudónimo Rudolf von Sebottendorf, sentencia en 1918: “Declaramos ahora que el  judío es el enemigo mortal y que, a partir de hoy, nos pondremos en acción”. A su vez, en su obra “El Mito del Siglo XX (1930), Alfred Rosemberg (1893 - 1946) postula la existencia de una lucha fundamental en la historia es entre la raza aria y las razas inferiores de la humanidad. Sostiene Rosenberg que la caída de las antiguas culturas se debió a la mezcla de los arios con razas inferiores. Por tal razón, la raza aria y la raza judía se hallan en antítesis. Precisó que es la raza judía la que ha creado el marxismo, la democracia, el capitalismo y la que ha corrompido, con el sistema eclesiástico etrusco-­romano-judío, el cristianismo. Afirmó, por tanto, que el propio Jesús era ario y concibió una religión germánica fundada en el misticismo alemán de Eckhart.

 

Winston Churchill. El Primer Ministro de Inglaterra y premio Nobel de literatura en 1953, Winston Churchill (1874 - 1965), claramente hablaba de la “historia de la raza humana” y de “los destinos de la raza”. Aún más, quien llegara a ser premio Nobel el año 1953, sin más postula la existencia de “razas civilizadas, de“razas directoras” e incluso de“razas enérgicas y superiores”.

W. Churchill enseñaba historia sosteniendo: “Los israelitas eran gentes útiles. Pagaban con creces su sustento. Sin embargo, su multiplicación incesante llegó a ser un estorbo creciente. El límite máximo de los depósitos se iba haciendo insuficiente, y el número de trabajadores disponibles excedía pronto el necesario para los útiles y económicos empleos. El gobierno egipcio se dispuso a limitar los nacimientos. Por varias medidas… trataron de impedir el incremento de israelitas varones. Por último, se decidieron a matar a los niños. Hubo evidentemente en esta época una gran tensión entre los principios de la vida judía y la fuerza inexorable de la civilización egipcia establecida. Fue en este momento cuando nació Moisés…”.

Es más, W. Churchill escribió sobre la conveniencia de desplazar a los negros de Australia y a los pieles rojas de Norteamérica. Dirá Churchill: “No admito que se haya dañado a esos aborígenes por el hecho de que una raza más fuerte, más sabia y consciente de su papel en el mundo, haya tomado su lugar”. Cuando en 1919 fue Secretario de Colonias declaró: “No comprendo a quienes dudan sobre el uso del gas. Favorezco decididamente el uso de gases venenosos contra las tribus incivilizadas”. Más tarde, también W. Churchill se referirá a M. Ganhdi como el “fakir”.

En 1937, aún dejando constancia de su disposición a ayudarlos ante la persecución de que eran objeto, Churchill consignaba: “Sería fácil atribuir (la persecución) a la maldad de los perseguidores, pero eso no se ajusta del todo a los hechos. Esto debe ser reconocido en cualquier análisis sobre el antisemitismo. Debería ser considerado especialmente por los propios judíos… En parte son responsables del antagonismo que sufren…”.

 

Henry Ford. Henry Ford (1863 - 1947) fue un industrial estadounidense, fundador de la compañía Ford Motor Company y padre de las cadenas de producción modernas utilizadas para la producción en masa. Siendo un inventor prolífico que llegó al número de 161 patentes registradas, con la introducción del modelo Ford T en el mercado automovilístico provocó una revolución en el transporte y en la industria de los Estados Unidos. Fue asimismo un pionero del estado de bienestar a través de la sociedad de consumo, siendo criticado por Wall Street por haber comenzado la implantación de la semana de 40 horas, por establecer un salario mínimo y por terminar con la rotación laboral al reemplazarla por una política de contratar y mantener a los mejores trabajadores, aunque era contrario a las prácticas sindicales. Como único propietario de la compañía Ford, se convirtió en una de las personas conocidas más ricas del mundo.

Durante la primera guerra mundial organizó actividad pacifista (Barco de la Paz, 1915) y luego, en 1918, uno de los más cercanos colaboradores de Ford y su secretario personal, Ernest G. Liebold, compró un oscuro periódico semanal, “The Dearborn Independent” (1920 – 1927), para que Ford pudiese publicar sus opiniones. Desde 1920 Henry Ford sostendría así un público discurso antisemita y daría comienzo a una cruzada anti-judía. Durante los años veinte se publicarían tanto “Los protocolos de los sabios de Sión” como una recopilación de cuatro volúmenes denominada “El Judío Internacional, el Mayor Problema Mundial"  (The International Jew, the World's Foremost Problem), texto que fue ampliamente distribuido y tuvo gran influencia. Aunque condenaban explícitamente la violencia contra los judíos, sin más Henry Ford fue denunciado por la “Liga Antidifamación”.

En “El Judío Internacional, el Mayor Problema Mundial", Henry Ford apreciaba: “La cuestión judía existe en los Estados Unidos desde hace mucho tiempo… los americanos lo ignoraban… Hay actualmente indicios de que tiende nuevamente a una crisis grave. La cuestión judía se relaciona no sólo con los hechos del dominio público, tales como predominio financiero y comercial, asalto al poder político, monopolización de todas las “necesidades” de la vida, influencia arbitraria en la prensa de un país, sino que penetra en la vida cultural de los pueblos, convirtiéndose de esta forma en un problema vital para las naciones… Se mezcla también en alto grado con los críticos acontecimientos en relación con las perturbaciones que mantienen a los pueblos en constante alarma. Con todo, esto no es nuevo, sus raíces retroceden hasta la antigüedad”. Precisa entonces Henry Ford en los años veinte: “De nuevo vivimos una época en que el judaísmo atrae la atención crítica del mundo… la cuestión judaica ha entrado en escena…”.

Señala Ford: “Desde su iniciación, encontramos en la historia judaica la tendencia de esta raza a erigirse como dueña de otros pueblos esclavizados… La dispersión desde hace 2500 años de los judíos entre el resto de la humanidad ha modificado fundamentalmente el plan de salvación asignado a Israel… La profesión a la que contribuye el judío en mucha mayor proporción que ningún otro pueblo, es la del intercambio comercial… lo esencial es comerciar… El judío es el único y verdadero capitalista internacional. Pero por regla general no suele proclamarlo a los cuatro vientos, sino que prefiere utilizar a los bancos y trusts no-judíos como sus agentes e instrumentos… Sociedad Anínima, Sociedad por Acciones…También el invento de la Bolsa de fondos es un producto del talento financiero judío… La difusión de los judíos a través de Europa y de todo el mundo… les dio la posibilidad de manifestarse como internacionales… El judío… se preocupa muy poco de la amistad o enemistad de los demás pueblos…”.

Constata entonces Ford que, teniendo el judío como “particularidad instintiva… la facultad de atraer ríos de oro hacia sus propias cajas”, de hecho, finalmente, “existe un súper-capitalismo… existe igualmente un super-gobierno que sin estar aliado a ningún otro gobierno actúa independientemente de todos ellos, haciendo pesar, sin embargo, su dura mano sobre unos y otros. Existe, en fin, una raza, una ínfima parte de la humanidad, que nunca ni en ninguna parte ha sido bien recibida y, sin embargo, consiguió elevarse a un poderío tal, que ni las razas más soberbias hubiesen pretendido… El resto de la humanidad, demasiado tolerante, permitió que alcanzasen un grado injusto y malsano de predominio”. Situación que Henry Ford aprecia gravísima ya que “el banquero judío internacional, que no tiene patria determinada… se entretiene en el juego de enfrentar un país contra otro”.

Agrega Ford: “Es preciso pues, tanto en Alemania como en Rusia, distinguir claramente entre los métodos de los judíos ricos y de los pobres; se ocupan unos de subyugar los gobiernos, y los otros de ganarse las masas populares, pero ambos tienden a un mismo e idéntico fin... anhelan francamente el poder… El judío pobre no podía franquear en Alemania la barrera del germanismo que se oponía a sus propósitos, sino destruyéndola. En Rusia ocurrió otro tanto… Cuando Rusia se hundió, ¿quién fue el primero en salir a la luz de los acontecimientos? ¡El judío Kerensky! Pero sus planes no fueron lo suficientemente radicales, por lo que le sucedió Trotsky, otro judío… Esto explica el porqué los judíos fomentan en todos los países del mundo los movimientos de rebeldía latentes…”. Advierte entonces Ford que “el bolchevismo en América trabaja exactamente con los mismos métodos, y en parte con los mismos agentes que en Rusia…”.

Concluye Ford que: “El judaísmo es la potencia mejor organizada del mundo, con métodos mucho más rígidos aún que del Imperio Británico. Forma un Estado, cuyos súbditos le obedecen incondicionalmente… y este Estado… se suele llamar… “Pan Judea”… La administración del Estado Pan-judío está admirablemente organizada… Los medios de dominación de este Estado pan-judaico son capitalismo y prensa, o sea dinero y difusión o propaganda… Pan-Judea puede hacer la guerra y puede hacer la paz, recurriendo en casos de resistencia a “soltar los perros” de la anarquía Que Pan-Judea disponga a su antojo de las fuentes de información del mundo entero hace que esté siempre en condiciones de ir preparando la opinión pública mundial para sus fines más inmediatos. El mayor peligro consiste en la manera cómo se “fabrican” las noticias y como se va moldeando el pensamiento de pueblos enteros en sentido pan-judaico… El escenario de la acción varía, pero el judío permanece siempre el mismo a través de tierras y siglos…”.

Advirtiendo que la “organización centralizada, creada por los judíos en Norteamérica… representa un poderío tan fuerte y homogéneo como ninguna otra institución lo posee”, Henry Ford considera el concepto de “higiene política” y exhorta a que “nuestros hijos aprendan a darse cuenta de lo que es el misterio de la raza… El proceder de la raza extraña queda patente… ”.

 

Hans Horbiger. En 1913, el científico austríaco Hans Horbiger (1860 - 1931), junto a la colaboración del astrónomo aficionado Phillip Fauth (1867- 1941), publica “La Cosmogonía Glacial” y expone la doctrina del Hielo Cósmico (“Welteislehre”). Concebida a partir de una confesada revelación, esta cosmogonía glacial constituye una visión total de la evolución visión total del universo, de la tierra, del hombre y el espíritu.

Hans Horbiger sostiene que todo descansa sobre la idea de la lucha perpetua, en los espacios infinitos, entre los elementos complementarios del hielo y el fuego, y entre las fuerzas de repulsión y de atracción que se generan a partir de ésta dinámica. Según Horbiger, es esta conflagración entre principios opuestos, esta eterna guerra en el cielo, rige a los espacios cósmicos y los cuerpos celestes, a la tierra y a toda la materia viviente del planeta y, por extensión, determina la historia de la humanidad. Concibe pues Horbiger un universo que actúa cual organismo vivo que no sostiene una existencia ascensional continua, sino que experimenta una constante serie de subidas y bajadas, de ascensos y de derrumbamientos.

La cosmogonía planteada por Horbiger, establece la existencia de un cuerpo gigantesco, una superestrella, en la constelación Columba (Pigeon) poseedora de una elevada temperatura, millones de veces mayor que el actual sol. En algún tiempo esta superestrella sufrió la colisión de otro cuerpo celestial, constituido por una gran acumulación de hielo cósmico, cuya masa de hielo irrumpió fuertemente contra la superestrella, generando una gran explosión de vapor y lanzando fragmentos a los vastos confines del Universo expansivo. Algunos de estos fragmentos estelares regresaron sobre la masa central de la superestrella, lugar donde se había originado inicialmente la explosión. Otros fragmentos, mantuvieron su posición a una distancia intermedia, transformándose de éste modo en los planetas del sistema solar.

Según los postulados de la cosmogénesis glacial, los cuerpos celestiales del sistema solar, obedecen a dos fuerzas que se desarrollan en contraposición: la fuerza primitiva e inicial de la explosión, que los proyecta; y en segundo lugar, la gravitación (implosión) que los atrae a la masa más fuerte situada en su proximidad. Éstas fuerzas son, naturalmente, dispares: mientras la fuerza de proyección inicial disminuye debido a la composición del espacio estelar, la fuerza de gravitación presenta un estado permanente, estableciendo el mecanismo por el cual una masa -en éste caso, un cuerpo celestial ó planeta- se aproxima al más próximo que ejerce su fuerza de atracción, produciéndose en éste proceso cósmico una espiral que se va cerrando.

En definitiva, de acuerdo a Horbiger, tarde o temprano, cada planeta colisionará contra el más cercano, y todo el sistema planetario, necesariamente, se estrellará en forma de hielo contra el sol, produciéndose así una vez más, una grandiosa explosión. En este instante, un ciclo se cerrará y uno nuevo se iniciará, todo comenzará de nuevo. Con estas energías, las dos corrientes o dos espirales que rigen al universo, el proceso transcurrirá desde el comienzo hasta su final, y nuevamente, el comienzo. Son las rondas o el eterno retorno referido por F. Nietzsche.

De esta forma, para Horbiger, la historia del mundo está marcada por la relación de la tierra con cuatro lunas sucesivas de este cielo. Afirma que la tierra ha captado por turnos cuatro masas de hielo cósmico, de las cuales las tres primeras han ido girando en espiral alrededor de la tierra hasta terminar cayendo sobre ella. La cuarta luna, que es la que rige en la época actual, no es más que el último de los satélites captados. La historia del globo, la evolución de las especies y toda la historia humana encuentran su explicación en esta sucesión de lunas o masas de hielo que han alcanzado la tierra. Entonces, según Horbiger, habiendo existido cuatro lunas en relación con la tierra, cuatro son las épocas geológicas. El actual mundo vive pues en el cuaternario.

Hans Horbiger sostiene que cuando cae una luna, ésta finalmente estalla y, girando cada vez más de prisa, se transforma en un anillo de rocas, de hielo y de gases. Es este anillo lo que cae sobre la tierra, recubriendo circularmente toda la costra terrestre y fosilizando todo lo que se encuentra debajo de él. Horbigger establece que en un período normal, los organismos enterrados no se fosilizan, sino que se pudren; sólo se fosilizan en el momento en que cae este anillo. Por esto ha sido posible registrar una época primaria, una época secundaria y una época terciaria. Sin embargo, como se trata de un anillo, sólo se tienen testimonios muy fragmentarios de la historia de la vida sobre la tierra, pudiendo haber aparecido y desaparecido múltiples especies animales y vegetales, a lo largo de las edades, sin que quede rastro de ellas en las capas geológicas.

Además, Horbiger afirma que, durante el período en que el satélite se aproxima y gira alrededor de la tierra a una distancia de cuatro a seis radios terrestres por unos centenares de miles de años, la gravitación cambia considerablemente, produciéndose un período de transformación en el tamaño de los seres, esto es, un tiempo de gigantismo. Dado que los rayos cósmicos son más poderosos, se producen mutaciones bruscas y los seres, aliviados de su peso, se yerguen; crecen en función del peso que pueden soportar. De este modo, las cajas craneanas se ensanchan y las bestias levantan el vuelo.

Conforme a este razonamiento, Horbiger estima que, a finales del período primario o de la primera luna, se gestaron enormes vegetales y gigantescos insectos. Después, a fines del secundario o tiempo de la segunda luna, surgieron animales gigantes, incluso mamíferos. En ese mismo momento, creados por mutación hace tal vez unos quince millones de años, aparecen los primeros hombres o gigantes. Estos gigantes eran sabios y buenos, medían unos doce metros de alto y se le suponen grandes poderes de comunicación telepática, civilizaciones basadas en el modelo de centrales de energía psíquica y material. Luego, tras finalizar la caída de la segunda luna, no queda ninguna luna en el cielo y sólo sobreviven algunos ejemplares de las mutaciones gigantes producidas al final del período secundario; éstas subsisten adaptándose y disminuyendo de proporciones.

Precisa Horbiger que durante las lunas altas se formaron las razas medianas y que, durante los milenios sin luna, aparecieron las razas enanas y sin prestigio, junto a los animales que se arrastra, como la serpiente que evoca la caída. De este modo, cuando aparece la tercera luna ya se han formado los hombres más pequeños y menos inteligentes, los verdaderos antepasados del hombre actual. Los gigantes que sobrevivieron son los que civilizan a los hombres pequeños. Horbiger recuerda que todas las antiguas religiones, tradiciones y leyendas, desde Grecia a la Polinesia, desde Egipto a México y a Escandinavia, refieren que los hombres fueron iniciados por gigantes en pretéritas épocas. Vestigios de la existencia de esos gigantes son las monumentales construcciones megalíticas extendidas sobre varios puntos del planeta. Así, para Horbiger, al momento de la tercera luna, en la era terciaria, el hombre ya tenía una civilización, moral, espiritual y tal vez técnica, que alcanza su apogeo sobre el globo.

Sin embargo, Horbiger señala que al descender la tercera luna, aumentar la gravedad y ser todas las aguas terrestres atraídas por la gravitación del satélite, el nivel de las aguas se eleva y tan solo las altas tierras serán habitables, hasta el momento del impacto lunar contra la superficie terrestre. Al desarrollarse un anillo de agua en torno a la región tropical y subir los mares, los hombres se dirigieron a las montañas con los gigantes, sus reyes. Ambas razas crean una civilización marítima mundial, la que se identifica con la civilización de la Atlántida. Existiendo dos Atlántidas, la de los Andes (Tiahuanaco) y otra en el Atlántico norte, la que describe Platón, en naves perfeccionadas los atlantes dan la vuelta al mundo, extienden la civilización por todo el orbe y conectan cuatro grandes centros: Nueva Guinea, México, Abisinia y el Tibet. Según Horbiger, esto explica tanto las similitudes existentes entre las más antiguas tradiciones que registra la humanidad, como la existencia de centros de incalculable antigüedad (Tiahuanacu, Centroamérica, Isla de Pascua, Abisinia. Egipto y el Tíbet).

Conforme a la cosmología horbigeriana, al caer finalmente la tercera luna y desencadenarse el gran cataclismo (“Götterdämmerung”, el crepúsculo de los dioses de los nórdicos), se produce el cambio del eje terrestre; el agua desciende, los océanos se retiran, el aire se enrarece, se marcha el calor y advienen las eras glaciales. Los sobrevivientes de éste catastrófico proceso planetario, degeneran por entropía y con el paso del tiempo, el conocimiento de los antiguos habitantes se transforma en mito y leyenda. La Atlántida no muere tragada por las aguas sino porque se retiran de ella. Las naves son arrastradas y destruidas, falta el alimento que traían del exterior, mueren millones de seres, los sabios y la ciencia desaparecen, la organización social se derrumba. Los supervivientes sólo pueden descender a las llanuras pantanosas. Ha terminado el reino de los reyes gigantes, los hombres sobre los que reinaban se han convertido en brutos. Así el hombre ha quedado solo, abandonado, en degeneración: una civilización humana, humanista, la civilización judeo - cristiana, minúscula y residual. Sin la presencia del satélite lunar, el destino de la tierra se determina de acuerdo a la estabilización del eje terrestre y a las nuevas condiciones climatéricas y geológicas que se instauran posteriormente. Pero Horbiger sostendrá con firmeza que se acercará otra edad, volviendo el tiempo de las mutaciones y los gigantes.

Hans Horbigger acota de manera relevante que, cuando el satélite amenaza con caer sobre la tierra y rueda a poca distancia del globo, en el período de las lunas bajas los seres vivos mejores están en la cima de su poderío vital y sin duda de su poderío espiritual. Es el momento fundamental en que el rey gigante, el hombre – dios, capta y orienta las fuerzas psíquicas de la comunidad, dirigiendo el haz de radiaciones de manera que se mantenga el curso de los astros y se retrase la catástrofe. Ésta es la función primordial del gigante mago. En sentido, el hombre, y en especial el gigante, el  hombre – dios, es responsable del cosmos entero.

Precisamente Horbiger afirmaba que, cada seis mil años, el mundo sufre una ofensiva del hielo, produciéndose diluvios y grandes catástrofes. A su vez, en el seno de la humanidad, se produce cada setecientos años una embestida de fuego. Es decir, cada setecientos años, el hombre recobra la conciencia de su responsabilidad en la lucha cósmica. Vuelve a ser religioso, en el sentido que reanuda su contacto con las inteligencias extinguidas hace largo tiempo y se prepara para las mutaciones futuras. Su alma adquiere las dimensiones de cosmos y recobra el sentido de la epopeya universal, siendo nuevamente capaz tanto de distinguir entre lo que viene del hombre – dios y lo que viene del hombre – esclavo, como de asumir la responsabilidad de arrojar de la humanidad lo perteneciente a las especies condenadas. El hombre vuelve así a ser fiel a la función hacia la cual lo elevaron los gigantes.

Señala entonces Horbiger que, en el futuro, después de milenios sin satélite y en virtud de la espiral descrita por las órbitas planetarias, el planeta Marte será atraído a la órbita terrestre para convertirse en su satélite. El planeta Marte se acercará, rozará el planeta pero, siendo muy grande para ser capturado y que comience a orbitar alrededor, arrancará la atmósfera y se dirigirá hacia el sol hasta caer en él. Los océanos se agitarán en torbellino y hervirán, bañándolo todo y la corteza estallará. Su órbita resultará mayor y finalmente, éste se verá absorbido por la atracción del sol. El paso de Marte significará la destrucción de la Tierra debido al aumento ostensible de la temperatura y a los considerables efectos gravitacionales. Tras un ciclo, el planeta tierra, muerto, se transformará nuevamente en un planeta de hielo, que asimismo será atraído al sol y junto a otros planetas que se fundirán en la masa ígnea solar hasta que estalle y de ésta manera, todo el proceso cósmico se reiniciará una vez más. Después de la colisión, vendrá la calma, el vapor de agua se irá acumulando durante millones de años, hasta que un día se producirá una nueva explosión y otras creaciones en la eternidad de las fuerzas ardientes del cosmos.

Conforme al ideal de Horbiger, la historia de la humanidad, con los grandes diluvios y migraciones sucesivas, con sus gigantes y esclavos, sus sacrificios y sus epopeyas, respondía a la teoría de la raza aria. De esta forma, los orígenes fabulosos de la raza aria, descendida de las montañas habitadas por superhombres de otra época y destinada a gobernar el planeta, quedaban establecidos. Según Horbiger, la última embestida del fuego había coincidido con la aparición de los caballeros teutónicos. Entonces, si en la tierra existen ciclos derivados de la lucha entre el hielo y el fuego, cuestión clave de la vida universal, llegaba entonces el tiempo de una nueva embestida, la del orden negro.

La doctrina del hielo cósmico de Hans Horbiger, implicando una concepción cíclica de la historia, con períodos de salud y castigo de la especie, junto a la temática oriental de las edades antediluvianas, que suponían la existencia de culturas y civilizaciones en la protohistoria, las cuales sucumbieron ante los grandes cataclismos y trastornos planetarios en el transcurso de las edades (los cuales se hallan registrados en los mitos y leyendas de diversos grupos en Asia, Europa y América), en aquél tiempo y espacio impresionaron y apasionaron a muchos. Además, con la pretensión de barrer las falsas ciencias, Horbiger y sus seguidores, con un carácter militante distribuían folletos, organizaban mítines, agitadores interrumpían conferencias de astrónomos y gritaban "¡Fuera los sabios ortodoxos, seguid a Horbiger!" El movimiento horbigeriano publicó en pocos años tres grandes obras doctrinales, cuarenta libros populares, centenares de folletos y editaban la revista “La llave de los acontecimientos mundiales”. Se proclamaba de modo amenazante: “¡Tened cuidado, formad a nuestro lado antes de que sea demasiado tarde!". Siendo resistida por algunos científicos y respaldada por otros, la doctrina de la Welteislehre” adquirió proporciones de una moda y vasto movimiento popular. La doctrina del hielo eterno se convirtió en el símbolo de la regeneración del pueblo alemán.

 

Hermann Rausching. Siguiendo las premisas de la doctrina del hielo cósmico, Hermann Rausching, el jefe de gobierno de Danzig, entiende que el proceso cósmico se plasma en fases de ascenso y fases de derrumbamiento, donde ciertas especies muestran las señales de la degeneración y, otras, son anuncio del futuro ya que portan los gérmenes del porvenir.

Aprecia Rausching que los hombres no son descendientes de los gigantes, sino que aparecieron después y fueron creados a su vez por mutación. Por tanto, ni siquiera el hombre es uno ya que la humanidad no pertenece a una sola especie. Afirma que existe una humanidad verdadera, dotada de los órganos psíquicos necesarios para desempeñar un papel en el equilibrio de las fuerzas cósmicas, destinada por tanto a la epopeya y a conocer el próximo ciclo bajo la dirección de los superiores desconocidos venideros. Y hay otra humanidad, que no es sino una aparición de tal, que ni siquiera merece este nombre, y que, sin duda, apareció en el globo en las épocas bajas y oscuras, a causa de que con la caída del satélite, inmensas regiones del mundo quedaron convertidas en cenagales desiertos. Indudablemente estas formas de existencia fueron creadas junto con los seres reptantes y odiosos, manifestaciones de una vida fracasada. Estas criaturas modernas, nacidas después del hundimiento de la luna terciaria, por brusca mutación, como un desgraciada circunstancia de la fuerza vital castigada, imitan al hombre y le envidian, pero no petenecen a la especie. De allí que los gitanos, los negros y los judíos no son hombres, en el sentido real de la palabra.

Agrega entonces Rausching: “La creación no ha terminado. El hombre llega claramente a una fase de metamorfosis. La antigua especie humana ha entrado ya en el estadio del agotamiento. La humanidad sube un escalón cada setecientos años, y lo que se juega en esta lucha, a plazo más largo, es el advenimiento de los hijos de Dios. Toda la fuerza creadora se concentrará en una nueva especie… Será infinitamente superior al hombre actual”. Ha llegado por tanto el tiempo de superar al sub – hombre y regenerar la raza completamente, de modo que posea los mismos caracteres que tenían la mística raza de los orígenes. El Reich de los mil años, espera.

 

William Yeats. El poeta y teósofo irlandés, William Butler Yeats (1865 – 1939), partícipe de la sociedad demonológica “Golden Dawn”, del movimiento eugenésico y premio Nobel de literatura en 1927, inicialmente atraído por el socialismo espartaquista y luego por el nacionalismo, concibe la historia como un par de conos interpenetrantes o en rotación, de manera que cuando el vértice de uno de ellos se encuentra la base del otro, el proceso histórico cambia, pasa de la subjetividad a la objetividad, y el ciclo se mueve hacia atrás, hacia la subjetividad. Considera Yeats que en el siglo XX el movimiento tendía hacia la objetividad y la civilización estaba a punto de caer bajo el “influjo antitético” que obedece a “un orden inminente, expresivo, jerárquico, múltiple, masculino, duro y quirúrgico”, anticipo de la dictadura más brutal. Se trataba de un “arrogante poder sangriento” que “brotará de la raza para dominarla totalmente”. Celebrando a su “generación trágica”, Yeats proclama: “La democracia está muerta y la fuerza reclama su viejo derecho”. Ante la perspectiva del marxismo, aprecia que éste es “la punta de lanza del materialismo que conduce al asesinato inevitable”. En una perspectiva cíclica compartida con Spengler y Gentile, veía Yeats el fin grandioso de una época del mundo, “danzando al sol de un frenético tambor”, acompañado de una multitud de imágenes sangrientas y torturadas.

 

Adolf Hitler. Stefan Zweig (1881 – 1942) escribe: “Berlín se había convertido en la Babel del mundo. Bares, lugares de placer y tabernas se multiplicaban como hongos después de la lluvia… Muchachos maquillados, con cinturas artificiales… se paseaban a lo largo de la Kurfürstendamm: cada estudiante de liceo quería ganarse algún dinero y, bajo la luz difusa de los bares, se podía ver a altos funcionarios o importantes financieros haciéndole la corte abiertamente a marineros borrachos. Hasta la Roma de Suetonio no había conocido orgías semejantes a los bailes de disfraces de Barlín, donde centenares de hombres vestidos de mujer y mujeres vestidas de hombre bailaban bajo la mirada benévola de la policía. En medio del derrumbe general de los valores, una especie de locura se apoderó precisamente de esa clase media que, hasta entonces, había sido la defensora inquebrantable del orden. Las jovencitas se jactaban con orgullo de su perversión; ser sospechosa de virgindad a los dieciséis años era considerado como una vergüenza en cualquier escuela de Berlín”.

Es el tiempo de la República de Weimar y su Constitución, obra del judío Hugo Preuss. Es el momento tanto de los “Consejos de Soldados” a cuya cabeza están judíos como del levantamiento espartaquista de los judíos Rosa Luxemburg, Leo Jogisches y Paul Levi. Asimismo, tal como en la Rusia soviética y sus comisarios judíos, es el judío Kurt Eisner junto a sus pares Toller, Landauer, Mühsam, Axelrod y Leviné, quienes proclaman la socialista “República de los Consejos” en Baviera. A la vez, es el momento en que las cátedras universitarias testimonian el ascenso judío en la sociedad alemana, acreditado además en el ascenso del “Partido Demócrata” que era punto de concentración política de los judíos alemanes (Walter Rathenau). El mismo judío Eduard Bernstein escribía: “Cuando el problema  judío adquirió una forma aguda, vi. En la Internacional Socialista la fuerza liberadora que un día le traería la solución”.

Simultáneamente, también es el tiempo en que Carl Schmitt o Müller-Meiningen expresan su idea de que existe “por todas partes desintegración y corrupción”. El instante en que Friedrich Georg Jünger (1898 – 1977, hermano menor de Ernst Jünger) sostendrá que la libertad de la era republicana “es la libertad de aquel que ha perdido su alma, de aquel que está muerto”. La explicación estaba entonces en “La decadencia de Occidente” de Oswald Spengler. Es en este contexto que con fuerza emerge el nazismo. En 1928, la “Liga Pangermánica” ya exigía la segregación de los judíos en Alemania.

Con todo, cabía recordar al químico alemán Johann Rudolf Glauber (1604 – 1670), quién, además de anticipar la importancia de la química en la industria, profundamente afectado por los acontecimientos de la Guerra de los Treinta años (1618 – 1648) que implican el debilitamiento y la fragmentación del Sacro Imperio Romano Germánico, ya en el siglo XVII  había concluido que Alemania era la única potencia capaz de asegurar el orden y la paz en Europa. Para alcanzar este objetivo, Glauber propone que Alemania fuese proclamada “monarquía del mundo”, siendo fundamental para ello imponer su supremacía militar y económica sobre el resto de la tierra. Johann Rudolf Glauber postuló incluso el uso del arma química (ácidos para destruir naves y fortificaciones, además de cegar sin matar a los soldados, donde los prisioneros serían fuerza de trabajo), tanto para asegurar la primacía de Alemania como para frenar los progresos de los turcos en Europa. Como estos secretos técnicos pronto también serían conocidos por los adversarios tras su eventual empleo, Glauber prevé la existencia de sabios dedicados exclusivamente a desarrollar y perfeccionar un armamento cada vez más sofisticado.

Así, en su tiempo, Adolf Hitler (1889 - 1945), entendiendo que aprendió a “comprender y a apreciar la historia en su verdadero sentido”,  sin más escribiría así sobre la “rastrera morbidez” y “decadencia” del país y lamentaba los signos de “nuestra cultura declinante y nuestro colapso general”. Proclamará pues Hitler: “La doctrina judía del marxismo rechaza el principio aristocrático de la naturaleza… Niega así en el hombre el mérito individual e impugna la importancia del nacionalismo y de la raza abrogándole con esto a la humanidad la base de su existencia y de su cultura. Esa doctrina, como fundamento del universo, conducirá fatalmente al fin de todo orden natural concebible por la mente humana. Y del mismo modo que la aplicación de una ley semejante en la mecánica del organismo más grande que conocemos, provocaría el caos, sobre la tierra no significaría otra cosa que la desaparición de sus habitantes. Si el judío con la ayuda del credo marxista llegase a conquistar las naciones del mundo, su diadema sería entonces la corona fúnebre de la humanidad y nuestro planeta volvería a rotar desierto en el éter como hace millones de siglos. La naturaleza eterna venga inexorablemente la transgresión de sus preceptos... El mundo no se ha hecho para los pueblos cobardes”.

Concluía Hitler: “Para mí y para todos los verdaderos nacionalsocialistas no existe más que una doctrina: la de nacionalidad y patria. El objetivo por el cual tenemos que luchar es el de asegurar la existencia y el incremento de nuestra raza y de nuestro pueblo; el sustento de sus hijos y la conservación de la pureza de su sangre; la libertad y la independencia de la patria, para que nuestro pueblo pueda llegar a cumplir la misión que el Supremo Creador le tiene reservada…Solamente existe un sacratísimo derecho humano, y este derecho es al propio tiempo la más santa obligación: procurar que la sangre se conserve pura, con objeto de poder ofrecer, mediante la preservación de lo mejor de la humanidad, la posibilidad de un más noble desarrollo de estos seres. Un Estado nacional tiene, por tanto, la misión primordial de elevar el matrimonio desde el nivel de perpetua ignominia racial, para conferirle la santidad de aquella institución que está destinada a engendrar imágenes del Señor y no engendros entre hombre y mono…  No puede haber medias tintas. Será preciso tomar las decisiones más graves e implacables”.

Plasmando el sentido esotérico del nacionalsocialismo, que de hecho recogía el orientalismo histórico en Occidente, Otto Rahn (1904 – 1939) sostenía en 1933: “De Oriente provenía la humanidad. De Oriente nos vinieron los grandes mitos, el último de los cuales fue la “Buena Nueva”. De Oriente nos viene el sol… Cuando éste desaparece para los hombres tras los cirros dorados, se despierta en más de uno el deseo de volver al cielo. Quizá la nostalgia del poeta no es realidad sino añoranza del paraíso perdido, donde el hombre era la imagen de la divinidad y no su caricatura”. Nietzsche había enseñado: Hoy solitarios, ustedes, que viven separados, serán algún día un pueblo. Los que se han designados a sí mismos formarán un día un pueblo designado, y de este pueblo nacerá la existencia que supera al hombre”.

De esta forma, en aquél tiempo y siguiendo a Nietzsche,  Martin Heidegger reiteraría: “¡Dios ha muerto!”. Así pues, el ser humano se halla arrojado a la nada de la existencia, razón por la que perdido y olvidado el ser, cada alemán debía buscarlo en la adhesión a una gran tarea colectiva. En tanto que “lugartenientes de la nada”, con heroísmo y decisión los alemanes debían comenzar a construir su futuro y llenar el vacío con nuevas conquistas espirituales. Al efecto, si el saludo nazi: “Sieg Heil” significaba victoria y salvación, el mismo Heidegger concluiría: “El pueblo es nuestro ser mismo… El espíritu es el destino y el destino es el espíritu… El Führer es hoy, como en el futuro, la única realidad alemana y su única ley”. Hölderin había dicho: “En nosotros, todo se concentra en lo espiritual; nos hemos vuelto pobres para ser ricos”.

 

Thomas Mann (1875 - 1955) pensaba que el “imperialismo de la civilización” cercaba y amenazaba al espíritu alemán. Y, como según Thomas Mann “en el alma alemana, las antítesis intelectuales europeas se llevan al límite”, Alemania está perpetuamente enzarzada en “la terrible, arriesgada e irracional lucha contra la entente mundial de la civilización”. Cuando estalló la guerra, Thomas Mann le escribió a un amigo: “¿No deberíamos agradecer la oportunidad totalmente inesperada de experimentar estos poderosos sentimientos?”. Uno de los personajes de las historias de Thomas Mann advierte: “Nosotros los hombres hemos inventado el telégrafo y el teléfono y otros tantos progresos, eso sí. Pero cuando dirigimos la mirada hacia arriba, debemos reconocer y comprender que en el fondo somos gusanos, miserables gusanos y nada más”.

 

Demografía Fascista. Con el ascenso del fascismo al poder, en Italia se implanta una política fundada en la primacía de la idea de nación, validada como principio superior al individuo y a su condición de clase. En virtud de tal creencia, desde comienzos del siglo XX, con preocupación el fascismo advierte sobre “la decadencia de la fecundidad de los pueblos europeos”.

El fascismo aprecia que este fenómeno resulta ser consecuencia directa del primado de la concepción individualista y reaccionaria del liberalismo burgués, sistema ideológico conforme al cual el individuo sólo vale como tal y se impone a lo colectivo en términos de que “el interés de la vida no va más allá del inmediato bienestar personal, de la satisfacción de los deseos de una generación”. Al respecto precisa la doctrina fascista: “En un momento dado de su historia, los blancos han juzgado que ya no valía la pena de reproducirse, porque la tierra se poblaba demasiado, porque se planteaba el peligro de degollarse recíprocamente, y porque lo que interesaba no era ser muchos, sino ser pocos. Así se ha adoptado la teoría del suicidio lento, progresivo, fatal, aceptada por los cultos pueblos blancos, ignorada por los pueblos de color… (Así entonces), el liberalismo ha tomado sobre sí, ante la historia, la grave responsabilidad de la demografía, consecuencia de un siglo de hedonismo e individualismo… La mentalidad liberal no cree gran cosa en los destinos de las naciones blancas y de la civilización occidental… Desde hace un siglo y medio, esta civilización nuestra está relajada, inerte, pasiva. Los ideales liberales y democráticos la han minado… Europa ya no domina a los otros continentes; el poder mundial ya no está en sus manos”. La doctrina fascista precisa además: “El liberalismo, con su optimismo, ha despertado de su letargo a razas que envejecían; les ha infundido un sentimiento de reacción contra los blancos”. El fascismo objeta pues que el principio de vida del liberalismo olvide la relación orgánica existente entre la demografía y “la fuerza de un Estado, de una raza, de una civilización”.

La doctrina fascista advierte entonces respecto del “porvenir de la civilización europea” y proclamará que “la civilización blanca, y sobre todo la civilización europea, constituye un patrimonio espiritual y político que ha de ser defendido con energía, con fuerza, con tenacidad. Los negros, los cobrizos y los amarillos ya penetran en nuestra civilización, ya se infiltran en nuestro mundo. Los blancos han de darse plenamente cuenta de ello… La historia se desenvuelve en el espacio de siglos. Es preciso saber avizorar en el futuro para que nuestros lejanos nietos puedan vivir una vida digna de nuestros padres… Así, pues, el problema demográfico se identifica con el problema de la raza”. Si bien asocia la “decadencia del vigor demográfico, que desgraciadamente aqueja a todos los países de la civilización occidental”, a los efectos de la modernidad industrial urbana y de masas, el régimen fascista sostiene principalmente que “la crisis de la raza blanca ha de buscarse en motivos de orden moral, en transformaciones más íntimas de la conciencia de los pueblos”. Conforme a su visión, el fascismo considera que “el egoísmo… es la semilla de la cual nace la crisis demográfica de la raza blanca, es un hecho de índole moral”. Entiende pues el fascismo que la “situación demográfica de las razas blancas frente a las de color” no se reduce a una cuestión formal y material sino que, al abarcar e implicar la vida y el desarrollo de los pueblos blancos, ésta en realidad constituía verdaderamente “un problema moral, un problema político, un problema de la civilización”.

En razón de aquello, a juicio del fascismo italiano, si bien “los viejos podrán poseer mucha cordura y mucha prudencia, pero no fuerza”, el destino de la raza blanca en general y la “raza romana” en particular estaba gravemente comprometido. El mismo “Duce”, Benito Mussolini (1883 – 1945) señala: “Toda la raza blanca… (toda) la raza de Occidente, podrá ser sumergida por las razas de color, que se multiplican con un ritmo que los blancos ignoramos. ¿Están, pues, a la puerta, los negros y los amarillos? Sí, están a las puertas, y no solamente por su fecundidad, sino también por la noción que se han formado acerca de su raza y de su porvenir en el mundo”. El mismo advierte a título ejemplar: “Mientras que… los blancos de los Estados Unidos presentan un reducido cuociente de natalidad… los negros de los Estados Unidos son ultrafecundos…”.

En este contexto, la doctrina fascista establece que la misión histórica del Estado consiste en resguardar, fortalecer, desarrollar y proyectar la nación y la raza. Para ello, en el marco de “la decadencia de la fecundidad de los pueblos europeos”, al Estado cabía la vital obligación moral y político – estratégica de garantizar la “salud de la raza” y “contrarrestar el decremento de la natalidad” mediante una política de recuperación, acrecentamiento y mejoramiento de la potencia demográfica de la nación.

Benito Mussolini señala a la época: “Italia, para significar algo, tiene que tocar el umbral de la segunda mitad de este siglo con una población de no menos de 60 millones de habitantes… Sesenta millones de italianos harán sentir el peso de su fuerza en el mundo… Si disminuimos nos convertiremos en colonia… Una nación existe no solamente como historia y como territorio, sino también como masas humanas que se reproducen de generación en generación. En caso contrario, es la servidumbre, es el acabóse… Si no remontamos la corriente, todo lo que ha hecho y hará la revolución fascista resultaría perfectamente inútil, pues en un momento dado los campos, las escuelas, los cuarteles, las fábricas ya no tendrían hombres”. Mussolini recordará que las naciones envejecen, y que en un momento dado la naturaleza impondrá sus leyes inexorables. Insiste así en que las naciones envejecidas sufrirán la ruina de su población. Así, denuncia tanto la falsedad de la tesis de que la calidad puede reemplazar la cantidad como la falsedad de la tesis de que menor población significa mayor bienestar. Concluye de modo decisivo el fascismo italiano: “El primer pueblo que logre sobreponerse a la crisis será el árbitro de los destinos de Occidente”.

Sin más, en su discurso de ascensión del 26 de abril de 1927, Benito Mussolini, trata los problemas políticos y sociales que a su juicio aquejaban y debilitaban a Italia. En esta perspectiva, para contrarrestar la decadencia, Mussolini anuncia la decisión política de afrontar la “cuestión demográfica” de Italia, de suyo enmarcada en el proceso de “decadencia de toda la raza blanca”. Consecuentemente, durante dieciséis años el régimen fascista sostendrá una política demográfica centrada en políticas de fortalecimiento real de la familia, el incremento natural de los nacimientos, la disminución de la tasa de mortalidad materna e infantil, el progreso en la higiene y la lucha contra las enfermedades sociales. El principio lo indicaba el Duce: “Máximo de natalidad y mínimo de mortalidad”.

Para generar una reacción fundamental y sostener una nueva práctica nacional, la política demográfica fascista se concreta en el desarrollo tanto una línea de creación de condiciones subjetivas como una línea de creación de condiciones objetivas para el incremento de la natalidad, el desarrollo social y el fortalecimiento político del Estado.

En orden a crear una atmósfera social favorable, el régimen fascista italiano desarrolla un intenso discurso oficial consistente en la constante exaltación pública de la sana vida del campo, la sencilla y fuerte vida de los labradores, la “maternidad honrada” y un profundo sentido de paternidad. La doctrina fascista establecía  que “es preciso… que el individuo tenga el orgullo de su misión de procreador y de padre como de un deber frente al pueblo, frente a la patria, frente a la raza, frente a la sociedad toda”. El mismo Mussolini explicitaba el principio del “filósofo del Estado”, Friedrich Hegel: “No es hombre el que no sea padre”. Agregaba Mussolini: “Nada pueden las leyes, si el hombre no siente la felicidad y el orgullo de ser continuado como individuo, como familia y como pueblo, si no siente la tristeza y la vergüenza de morir como individuo, como familia y como pueblo”. Simultánea y complementariamente, el discurso del fascismo descalifica la vida egoísta de la burguesía, el urbanismo y el falso refinamiento de las grandes ciudades, la tendencia al lujo, las comodidades excesivas, la vida fácil, holgada y frívola, mostrando su lado poco espiritual y advirtiendo el peligro que implica para el porvenir de las familias, de la estirpe y de la civilización misma.

Junto a esto, para el logro efectivo logro del objetivo de fortalecimiento de la raza, la nación y el Estado, la política demográfica fascista es complementada con providencias concretas destinadas a proteger y sustentar a la familia italiana. La doctrina fascista consagra explícitamente: “Es necesario que el Estado se empeñe en facilitar la solución del problema económico que se plantea ante cada matrimonio y ante cada nacimiento; que alivie la vida económica de las familias numerosas; que proteja a las madres y a los niños; que defienda al pueblo contra las enfermedades sociales; en resumidas cuentas, que intervenga a objeto de facilitar y aliviar el mecanismo de la familia. El primer resultado podrá consistir en frenar la decadencia demográfica; el segundo, en la formación de un clima propicio a la consolidación de la conciencia demográfica. El Estado que colabora directamente con el padre de familia en el cumplimiento de sus funciones, es el instrumento más seguro y eficaz para probar… la naturaleza social del deber de procrear… El Fascismo, movido por la preocupación de las suertes económicas, morales y, en fin, políticas de su pueblo… con la política que practica… da, a los padres y madres, la concreta y cotidiana sensación de que no se hallan solos al afrontar las dificultades de la vida… Al exponer lo que antecede… definimos al Estado Fascista, en sus premisas… en su atenta y constante acción dirigida al problema demográfico y a la salud de la raza”.

Dando cumplimiento a su política demográfica, el Estado fascista establecerá estímulos al matrimonio consistentes en “premios de nupcialidad”, “premios de natalidad” y “premios demográficos” entregados por el Estados, por entidades públicas y sindicales, además de organizaciones privadas. El gobierno fascista crea asimismo la entidad paraestatal  con autonomía administrativa y funcional, la “Obra Nacional de Maternidad e Infancia”, cuya ley le encomienda el proveer por intermedio de sus órganos provinciales y municipales la “protección y asistencia de las madres y gestantes menesterosas o abandonadas; de los niños de pecho y destetados hasta su quinto año de edad, pertenecientes a familias que no puedan prestarles los cuidados requeridos por la crianza racional; de los niños de cualquier edad pertenecientes a familias menesterosas, y de los menores física y psíquicamente anormales, o bien material o moralmente abandonados, descarriados y delincuentes hasta la edad de diez y ocho años cumplidos”. Aún más, para la efectiva protección de la mujer y la infancia, la “Obra Nacional de Maternidad e Infancia” crea un sistema nacional de “Consultorios Maternales” que, atendidos por “médicos especialistas”, estaban destinados a asegurar la “asistencia sanitaria y social durante la gravidez, el parto y el puerperio”, incluyendo “revisaciones gratuitas, consejos higiénicos, asistencia pediátrica, normas de crianza, intervenciones quirúrgicas, albergue en hospitales, etc.”.

En 1923 el gobierno fascista establece el reconocimiento de la madre con el fin de inducirla a reconocer y criar a su hijo. Un decreto de 1927 perfeccionaría el sistema de asistencia a los hijos ilegítimos, abandonados o expuestos al abandono; se hizo obligatoria la asistencia a vastas categorías de tales niños, lográndose en parte importante el amamantamiento maternal y la unión del hijo con la madre, siendo posible una disminución de la muerte de hijos ilegítimos.

En 1937, el régimen fascista crea asimismo el sistema de “Asignaciones Familiares”, obligatorias y progresivas,  dándole la sociedad al jefe de familia la seguridad de que el nuevo hijo no constituirá para él una carga económica, independiente de la cantidad de hijos. Para amparar a la mujer en el trabajo la autoridad fascista dicta una ley especial que reglamenta el trabajo de las mujeres, teniendo en cuenta las condiciones físicas de las mujeres mismas y la índole de los trabajos; esta ley prohíbe emplear mujeres en trabajos peligrosos y malsanos, disciplina los horarios de trabajo y establece revisiones médicas periódicas. Para proteger y atender a la mujer que ya es madre o que lo será, el gobierno fascista crea además un “Seguro Obligatorio pro Maternidad” implicando una asignación de parto o caso de aborto, incluyendo a las trabajadoras agrícolas. El gobierno fascista también procederá a garantizar el “Derecho de Asignación en caso de Accidente en el Trabajo o de Enfermedad Profesional preñez o puerperio de las obreras y empleadas”. Aún más, la dirección fascista constituye el “Seguro contra la Desocupación” ante el desempleo involuntario del jefe de familia. Para el servicio de estas asignaciones se creó un fondo especial, formado por las cuotas de los patrones, los trabajadores y el Estado.

Desde julio de 1937 es implementado el sistema de préstamos familiares sin intereses, con pagos del 1 % mensual y con dilación de plazos y descuento por hijos nacidos. Además es creada la “Asociación de Padres con Prole Numerosa” y se conceden facilitaciones expresadas en beneficios fiscales a contribuyentes que fuesen jefes de familias numerosas. Mientras el Código Civil considera a la familia como “elemento integral de la vida social y nacional”, el Código Penal establece un capítulo especial a la defensa de la familia, castigando con particular rigor los delitos contra la familia. Las herencias que no saliesen del núcleo familiar gozaban de beneficios fiscales. También se dictarán normas de facilitación del matrimonio para integrantes de las Fuerzas Armadas.

El régimen fascista, establece asimismo providencias económicas para los jóvenes que están en edad de casarse. En 1926 se instituye asimismo el impuesto progresivo a los solteros entre los 25 y 65 años, pensándose también para el futuro un impuesto a los matrimonios infecundos, como expresión de justicia tributaria. Desde 1929 impone la preferencia en la contratación del Estado y otras entidades a empleados casados con hijos, con o sin casa, debiendo seguirse igual criterio respecto de concesiones de autorizaciones administrativas y asignaciones de “viviendas populares y económicas construidas con ayuda del Estado”. El régimen fascista consagra tanto el “Día de la Madre” como el “Día del Niño” y, a partir de 1933, en lugar de los viejos concursos de belleza infantil, se efectúan concursos de buena crianza entre las madres.

 

Movimiento Racial Estadounidense

En Estados Unidos, el mito arianista de Gobineau y otras versiones raciales de la teoría de la degeneración fueron aplicadas al mundo anglosajón y estas categorías se convirtieron en parte de la escena política de Estados Unidos. Si en un primer momento la acción se dirigió a resistir la irrupción de otros blancos católicos y no anglosajones, luego devino en oposición a otras razas para, en virtud de los últimos neogobinianos estadounidenses, culminar en la apertura de un nuevo frente de batalla, la confrontación entre blancos y negros.

En una primera instancia, como “demostración” predarwiniana, la “ciencia racial” de mediados del siglo diecinueve, promovida por científicos raciales como Robert Knox y James Hunt en Gran Bretaña, más Josiah Nott y George Glidden en Estados Unidos, aseveraban que podían demostrar que el blanco y el negro, y por ende el amo y el esclavo, eran especies diferentes, cuya superioridad e inferioridad respectivas eran tan evidentes como en el mono y el hombre. Sin embargo, este proceso evolucionaría y se haría más complejo y profundo.

 

Henry Adams. Desde dos décadas antes de fin del siglo XIX,  Henry Adams había expuesto la tesis anglosajona ante influyentes círculos políticos y académicos dos décadas antes, señalando la raza como la clave del proceso de decadencia nacional. En su versión original, la idea de la “democracia anglosajona” no tenía connotaciones de exclusividad racial. Una vez que se establecía la casa de la libertad anglosajona, no importaba quien la ocupara mientras preservara el legado original de autogobierno libre y responsable. Pero surgió la duda si el sistema de libertad perduraría si sólo dependía de instintos innatos que sólo los anglosajones podían aportar. En este contexto, durante 1894, Henry Adams leyó un libro titulado “Vida y carácter nacional”, que predecía que las razas blancas aria y anglosajona serían eclipsadas por otras razas procedentes del Asia, el África y el Oriente Medio. Adams reflexionó y coincidió en que “las razas oscuras ganan terreno”  y las razas blancas deben “reconquistar los trópicos mediante la guerra y la invasión nómade o quedar excluidas, al norte del paralelo cuarenta”. Asimismo, Henry Adams previno de manera especial respecto de “los putrefactos, asexuados, codiciosos y embusteros judíos”.

 

Brooks Adams. Por su parte, Brooks Adams (1848 - 1923) también se había preocupado por las infusiones de “sangre bárbara” que contaminarían la “sangre nativa americana”, la cual no se reproducía en cantidad suficiente.

 

Movimientos antimigratorios. Sin embargo, el pesimismo racial cobró auténtico ímpetu en Estados Unidos cuando la movilidad económica del capitalismo parecía menos amenazador para la civilización americana, que la movilidad étnica de los millones de inmigrantes que habían llegado con la industrialización. De hecho, después de 1870, los inmigrantes nacidos en el extranjero constituían la mayor parte de la fuerza laboral industrial. La idea de que los inmigrantes se sumaran a un “crisol” de identidades culturales no existía en el siglo diecinueve. Por tanto, las grandes oleadas inmigratorias de fin de siglo eran “una importante fuerza de diferenciación” en la sociedad americana, separando “a los que llevan la marca del origen o legado foráneo de los que no la llevan”. Extranjeros que tenían un idioma extraño, un aspecto extraño y hasta un olor extraño llegaban en cantidad creciente, concentrándose en masas cada vez más densas en las ciudades y los inquilinatos obreros. La reacción consistió en un temor a la degeneración y la catástrofe racial.

Surgieron pues los primeros movimientos antiinmigratorios, como el “Partido Americano”, organización política protestante, antiextranjera y anticatólica que floreció en Estados Unidos entre 1852 y 1856 como reacción ante la inmigración masiva procedente de Irlanda y Alemania de mediados del siglo diecinueve.  Se concentraban en la amenaza que los católicos planteaban a un pueblo elegido protestante. Ignoraban a los judíos y no se interesaban en otras formas de distinción o identidad étnica.

Sin embargo, poco después de la guerra civil (1861 – 1865), las “crecientes hordas” del este y el sur de Europa, emplazadas “en las sórdidas barriadas de las grandes ciudades”, con sus “fieras pasiones” y costumbres foráneas, hacían que los integrantes de la aristocracia natural de Estados Unidos se sintieran como exiliados en su propio país. Los autores comenzaron a señalar un nexo entre una libertad que era anglosajona en su cimiento histórico y una presencia racial anglosajona que brindaba el “espíritu” o la “sangre” necesarias para sostener esa libertad frente a cambios disgregadores. Una línea permanente parecía separar a los “americanos nativos” anglosajones (como se llamaban a sí mismos) de los extranjeros y los no blancos.

 

J. London, H. Lodge, J. Strong, E. Ross, M. Grant. Mientras el socialista Jack London citaba la amenaza del “peligro amarillo”, el progresista Henry Cabot Lodge llevó a la política la tesis anglosajona que había aprendido como alumno de Henry Adams y contribuyó a fundar la “Liga de Restricción Inmigratoria”. Invocó la amenaza que sufría la raza nativa anglosajona para obtener respaldo para una fuerte legislación antiinmigratoria, aunque el presidente Grover Cleveland pronto la vetó. Lodge atacaba principalmente a los eslavos, los italianos y los judíos de Europa del Este.

La “Liga de Restricción Inmigratoria” y varios voceros progresistas, tales como Josiah Strong y E. A. Ross, veían a estos inmigrantes como portadores literales de degeneración. Ross describía al inmigrante extranjero en términos lombrosianos: “Hirsuto, de baja estatura... en cada rostro hay algo erróneo. Permitir que estos especímenes físicos inferiores ingresaran en el país surtiría un efecto catastrófico en “nuestra raza de pioneros”, produciendo atavismo, criminalidad y enfermedad en las ciudades industriales. Las leyes inmigratorias laxas, advertía Ross, equivalían al “suicidio racial”, un giro que se convirtió en uno de los eslóganes más populares de las dos décadas siguientes.

Por su parte, Madison Grant publica “La extinción de la gran raza” en 1916 y proyecta la idea neogobiniana de la raza teutónica como fuente de toda civilización para infundir una nueva dimensión vitalista a la idea de los estadounidenses como pueblo elegido. Pretendía demostrar que la historia de Estados Unidos era la creación de la raza teutónica o “nórdica”, a través de su rama anglosajona. Sostenía Grant que la creciente marea de inmigración no aria amenazaba la vitalidad racial y cultural. Grant preveía que finalmente la cepa nórdica de la civilización occidental sería desplazada por tipos inferiores mediterráneos y “alpinos” (europeos centro meridionales), mientras vastos “imperios de color” surgían en Oriente, India, Medio Oriente y África. Observando que una crisis grave requería soluciones drásticas, Grant proponía la eugenesia como correctivo para la declinación racial y proclamaba: “Esta generación debe repudiar totalmente el orgulloso de nuestros padres de que no reconocían distinciones de ‘raza, credo ni color’, pues de lo contrario el americano nativo debe volver la página de la historia y escribir Finis Americae”.

Sin más, desde 1907, empezando por Indiana, en muchos estados de Estados Unidos ya se habían dictado leyes de esterilización eugenésica. Además, los eugenistas estadounidenses habían penetrado lo bastante en respetados círculos académicos para hacer su “ciencia” motivo de cursos de Harvard, Columbia, Cornell, Brown, Wisconsin, Northwestern, Clark y otras Universidades. En esa época, las principales y más prestigiosas universidades privadas, incluida la de Columbia, expresaban abiertamente su oposición a la admisión de “judíos y otras razas inferiores”. Antropólogos de Harvard como Ales Hrdlicka y Ernest Otón eran defensores de la superioridad nórdica, la eugenesia y de la exclusión de los inmigrantes de Asia y Europa del sur y el este. Fundada en 1912, la “Oficina de Registro Eugenésico de Estados Unidos” mantuvo estrecho contacto con la “Sociedad de Higiene Racial” alemana y brindó la inspiración práctica para la ley de esterilización del régimen nazi de 1933.

 

Lothrop Stoddard y “Ku Klux Klan”. Así, Lothrop Stoddard se volcó hacia la organización del “Ku Klux Klan” (KKK), denominación derivada de la  palabra griega “kuklos”, el círculo. Desde la perspectiva del pesimismo racial, Stoddard por un tiempo actuó como su filósofo y definió el lema del Klan: “Cien por ciento americanismo”, invistiéndolo con un carácter de lucha por el alma de la civilización occidental.

La historia del “Ku Klux Klan” puede dividirse en dos etapas. En las postrimerías de la Guerra de Secesión, muchos sureños blancos formaron sociedades secretas para sembrar el terror entre los dirigentes republicanos y los negros cuya conducta no se atenía a las viejas pautas de subordinación. Muchas de estas sociedades se fusionaron en el “Ku Klux Klan” (KKK). Así, en abril de 1867, el “Kuklosclan” (KKK) celebró su primera reunión formal en Nashville, siendo elegido el ex general confederado Nathan Bedford Forrest como su primer director general, tomando el nombre de “Mago Imperial”.

La organización desapareció hacia 1872 ante la intervención de tropas nacionales, pero recobró su popularidad a principios del siglo XX. El Klan resurgió para predicar un “americanismo” anticatólico, antijudío, antinegro, antisocialista y antisindical. En los años veinte contaba con más de dos millones de afiliados. En 1922, hasta el Presidente Warren G. Harding, un hombre respetado por sus opiniones “liberales” sobre el negro americano, se había hecho miembro honorario. En los años veinte el miembro del Klan no se consideraba un palurdo racista. Era el guardián y el escudo de una civilización cuya joya más preciosa era el ideal estadounidense de libertad. Era el nuevo aristócrata natural de los Estados Unidos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo y las teorías raciales cayeron en descrédito, y los sentimientos nativistas perdieron terreno ante la idea de Estados Unidos como “país de inmigrantes” (titulo de un libro del joven senador John E Kennedy).

 

Howard Lovecraft.  Ante un padre juerguista y mujeriego que muere en el psiquiátrico, el estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890 - 1937) es criado en un gineco donde la madre puritana vuelca su neurosis con el hijo y lo educa en el odio al padre y de todos los hombres en general. Además le inculca que no debía jugar con los demás niños, porque eran malos, estúpidos y que él era de pura estirpe británica, extraño en un país de salvajes y asesinos. Entonces, habiendo pasando desde pequeño en la biblioteca del abuelo materno leyendo sobre religiones antiguas y primitivas, construyendo altares y remedando exóticos ritos, alimentó una personalidad neuropática, llena de pesadillas, manías y sueños atroces. A los siete años sentía pasión por la literatura macabra, pronto escribiría cuentos de terror y como adolescente ya repudiaba su siglo, marcado por la antítesis del racionalismo mecanicista y el romanticismo. Luego experimentaría una vida adulta oscura, amargada y pesimista, siempre creyendo en el dogma de la maldad del ser humano, en que nadie era capaz de comprender ni de amar a nadie. Así, desde su racionalidad de ateo puro que odiaba la luz del día,  en obras como “Los mitos de Cthulhu” y “El Necromicrón”, presentados como una religión bárbara y cruel, llena de horror arquetípico, Lovecraft advierte el misterio numinoso del cosmos y expresaría tanto la soledad cósmica como la imposibilidad de la redención. En este contexto, y padeciendo un radical miedo  a la locura y al sexo, este escritor humanista y pacifista formaría el “Círculo Lovecraft” y proclamaría su odio a la “horda italo – semítico – mongoloide”.

 

Francis Yockey. En 1948, Francis Yockey escribe “Imperium”, texto que se convirtió en documento fundamental del movimiento neonazi de George Lincoln Rockwell y está dedicado al espíritu de Adolf Hitler, “héroe del siglo veinte”. Ante la realidad de la moderna sociedad de masas, Yockey consideró que la salvación radica en un nacionalsocialismo jerárquico que impusiera una disciplina de trabajo y deber. Evocando tanto a Brooks Adams como a las teorías económicas de Lindon Larouche, que a su vez evoca la ley de la civilización y decadencia de Adams, Francis Yockey postula que la nación redentora es la nación aria, ese “primitivo estrato rubio dotado de fuerte voluntad”, que según él era el fundamento de toda la cultura occidental.

 

Ernest Siever Cox. Ernest Siever Cox fue fundador del movimiento de supremacía blanca, desde la publicación de “América Blanca” en 1925 hasta su muerte en 1963. Cox redescubrió en un contexto estadounidense todos los elementos del análisis de Gobineau sobre la decadencia occidental, implicando el reconocimiento de una aristocracia dominante aria civilizadora (los primeros colonos), denunció la amenaza racial que planteaba el cristianismo al alentar la mezcla racial y recobró algunas de las teorías raciales del vitalismo romántico. Proclamó pues Cox: “El hombre blanco es el sol que ilumina el mundo -exclama en un momento-, y el lustre de otras razas es sólo gloria refleja”.

Sin embargo, Cox ya no veía una amenaza racial en los tipos “mediterráneos” o “alpinos”. Estaba obsesionado con la “negroidi­zación” del país, que según él requería soluciones más drásticas que la mera segregación o la supremacía blanca institucionalizada. A juicio de Cox, la única solución definitiva era devolver todos los negros americanos al África y permitir que nuevas oleadas de pioneros blancos teutónicos se propagaran por los espacios vacíos. Cox encontraría respaldo para este plan en el sector más inesperado, el mismo movimiento negro.

 

William Taft. Con todo, las implicancias de la concepción de superioridad racial de los grupos blancos dominantes en territorio estadounidense excederían el orden interno de Estados Unidos de Norteamérica. De hecho, tales conceptos alcanzarían significación geopolítica a escala continental y mundial durante los siglos XIX y XX. William Taft (1857 – 1930), Presidente de Estados Unidos en el período 1909 – 1913, señalaría con claridad: “El hemisferio todo nos pertenecerá, como de hecho, ya nos pertenece moralmente, por la virtud de la superioridad de nuestra raza”.

 

Movimiento Racial Negro

El movimiento racial negro queda plasmado en lo que William Edward Burghard Du Bois postula en 1915: “El futuro será, dentro de las probabilidades razonables, aquello que los hombres de color hagan de él”. Aún más, Marcus Garvey, en 1919 proclama: “Será un día terrible cuando los hombres negros desenvainen la espada para luchar por su libertad, y ese día se aproxima... el día de la guerra de las razas”.

 

Edward Wilmot Blyden. Edward Wilmot Blyden (1832 – 1912), educador cristiano liberiano, se convirtió en figura central del nacionalismo africano del oeste y de la ideología del africanismo al defender la raza negra e intentar probar que África y los africanos tenían una historia digna y culta. Rechazó la inferioridad del hombre negro, aunque aceptó que cada raza tiene una contribución especial que hacer a la civilización del mundo. 

La meta política de Blyden era establecer un moderno Estado africano en el oeste. Vio a Liberia, colonia estadounidense independizada como República en 1847, como núcleo de tal Estado y planteó la idea de una “repatriación selectiva” desde América. Favoreció nombres y vestimenta africana, defendió el restablecimiento de instituciones educativas y culturales diseñadas específicamente para responder a las necesidades y circunstancias del africano. Consideró que los problemas de los hombres negros se solucionarían si éstos, “bajo circunstancias favorables, pueden manejar sus propios asuntos”. Advertía Blyden: “Todos saben que la base de la civilización y la literatura de hoy estaba en el Nilo y no entre la raza caucásica... Grecia tomó no solamente la civilización y literatura sino además la religión de Etiopía. Tales eran los progresos maravillosos de la civilización, la literatura y la religión en ese país que los poetas e historiadores tempranos de Grecia, incapaces de entender tal crecimiento indígena maravilloso, lo atribuyeron a la relación directa con los dioses, los cuales celebraban anualmente un encuentro con los etíopes”.

 

William Edward Du Bois. Procediendo de una familia de tez clara y sangre mixta, que había emigrado a Estados Unidos desde Haití, el menudo, elegante, con modales aristocráticos y conocimientos de latín, griego y alemán,  William Edward Du Bois (1868 - 1963), se convirtió en el sexto negro en ser admitido a la Universidad de Harvard y en 1903 predijo: “El problema del siglo veinte será el problema de la línea de color”.

Estudiando y trabajando sin cesar, Du Bois se convirtió en el activista que transformó el “problema negro” como tema residual de la Guerra Civil, en un paradigma central para interpretar, no sólo la historia de Estados Unidos, sino de la civilización occidental. Du Bois creó una nueva identidad cultural secular para el mundo no occidental, en oposición al Occidente moderno. De este modo, W. E. B. Du Bois constituye la fuente del pensamiento contem­poráneo acerca de la raza y la cultura negra. A pesar de la reputación de Martin Luther King, en el tiempo es Du Bois quien sigue siendo el principal pensador afroamericano de Estados Unidos. La presencia misma del término “african-american” refleja su influencia.

Sería el destino de W. E. B. Du Bois educarse justo mientras la perspectiva racializada blanca alcanzaba su ápice. En su escuela secundaria de Great Barrington, aprendió la versión arianista anglosajona de la historia del país. En la misma época, en la importante universidad negra de Fiske, conoció a los hijos de opulentas familias mulatas que recibían una educación humanista en griego y latín, ciencias y matemática, y que se consideraban miembros de una elite social. Como el “HeraId” de Fiske proclamó en 1889, “No somos el negro cuyas cadenas de esclavitud cayeron hace un cuarto de siglo. Hemos aprendido lo que son los privilegios y responsabilidades de la ciudadanía”. Sin embargo, ese mismo año se aplicaron las primeras leyes discriminatorias en Florida y pronto se difundieron a otros estados de la ex Confederación. Estas leyes arruinarían a esa aristocracia natural negra que Fiske había cultivado y a la cual pertenecía Du Bois, transformando a sus miembros en ciudadanos de segunda. Fue un golpe que Du Bois nunca perdonó; una imagen recurrente de sus escritos es la humillación del tranvía segregado, donde los negros acaudalados deben viajar en medio de la mugre y la sordidez mientras el jornalero blanco viaja cómodamente. La persona negra de Estados Unidos, como resumiría más tarde, “es la persona que viaja en tercera clase”.

En su momento, entre 1892 y 1894, Du Bois llegó como estudiante becado a la recién unificada Alemania. Llegó a admirar a la Alemania postliberal (incluso se dejó crecer un bigote al estilo del Kaiser y se emocionaba cuando éste desfilaba por “Unter den Linden”) porque en ese país estaba libre de la discriminación racial y las humillaciones que había tenido que soportar en su país y era aceptado como un estudioso serio y brillante. En este estado de respeto y autonomía, Du Bois recibió el influjo de los fundadores del “socialismo de sofá” (Gustav von Schmoller y Adolf Wagner), los cuales definían el capitalismo empresarial como lo amoral, rechazaban el liberalismo laissez-faire, comparaban a los obreros industriales modernos con esclavos, exigían una “economía ética” y propiciaban la nacionalización de las principales industrias. Esta imagen de un capitalismo “laissez-faire” condenado a la autodestrucción impresionó hondamente a Du Bois, tanto como la idea de una economía planificada y un “control científico” de la industria. Asimismo, Du Bois recibió el influjo fundamental de la escuela geopolítica alemana establecida por pensadores tales como Friedrich Ratzel, Wilhelm Wundt y Leo Frobenius. (Escuela de Leipzig), los cuales sostenían que la modernidad desplazaba la solidaridad orgánica del “Volk”, su alma popular o “Volksseele”. Sin más, Du Bois recogió estas ideas de la tradición académica alemana y las aplicó al problema racial de su país.

Cuando regresa a Estados Unidos en 1894, Du Bois orientó la vida intelectual de los negros estadounidenses en un nuevo rumbo. Du Bois partió de la premisa de que africanos, asiáticos, indígenas americanos y otras “personas de color” eran superiores al hombre blanco pues estas razas exhibían una vitalidad interior más profunda y una humanidad, que sus mentores alemanes llamaban “alma de la vida” (“Seeleleben”) que se plasma en el “alma del pueblo” (“Volkseele”), y que Du Bois traduciría como “soul”. Según Du Bois, las razas de color poseían una creatividad artística y cultural que era distinta e incluso superior a la de sus antagonistas y opresores blancos. En la “Princesa oscura” proclamará Du Bois: “Los pueblos más oscuros son los mejores: la aristocracia natural, los creadores del arte, la religión, la filosofía, la vida, todo... menos la máquina”.

De esta creencia fundamental, William Edward Du Bois derivó el principio de la lucha de razas. En un discurso de 1897 titulado “La conservación de las razas”, explicó que la historia era la historia de ocho grandes razas, la de eslavos, teutones, ingleses anglosajones, latinos, semitas, hindúes, mongoles y negros, donde “cada cual (lucha) a su modo para llevar a la civilización su mensaje particular; su ideal particular”. Así, entendiendo en 1897 que “quien ignora o pasa por alto la idea de raza en la historia humana ignora o pasa por alto el pensamiento central de toda la historia”, en su obra “El alma de la gente negra”, Du Bois sin más sentencia que la raza negra es el eje de la historia humana.

Precisa entonces Du Bois que en el proceso de la lucha entre las razas, los negros estadounidenses son la vanguardia de raza negra. Los negros estadounidenses eran “una vasta raza histórica que desde el alba de la creación ha dormido, pero despertaba en las oscuras selvas de la patria africana”. Así, en un contexto donde el color de la piel se convertía en signo de civilización o de carencia de ella, Du Bois formula su teoría del “décimo talentoso” de negros. Tal cantidad de la población negra, constituido por intelectuales y políticos negros, afirmaría el orgullo racial al obtener logros culturales sin “doblar una rodilla ante Baal” y conduciría a su raza a la liberación.

Al efecto, siguiendo el concepto de “Voklsseele” o el alma colectiva que determina la mentalidad de una nación en cierta etapa de la historia (Wilhelm Wundt), en 1903 Du Bois presenta a los negros americanos como un “Volk” en el sentido alemán. Entonces, en la perspectiva de la lucha de razas, según Du Bois, el “Volksgeist africano” triunfaría al fin sobre la civilización blanca, en vez de sucumbir a sus exigencias sociales y económicas. Afirma que la noción del  “Volksgeist” y la solidaridad racial eran útiles para contrarrestar “la blancura del presente teutónico” y señalar el camino hacia un nuevo nacionalismo negro.

Precisamente, para Du Bois, la raíz del “soul” o alma colectiva del negro americano estaba en el “negro spiritual”, que era para el afroamericano aquello que el “Cantar de los Nibelungos” era para el teutón o la “Odisea” para el griego. Así el “Volk” o alma colectiva incluía una memoria colectiva, constituida por fragmentos de mitos y experiencias pasadas que un pueblo retiene y lega a sus descendientes, razón por la que el “soul” revelaba la posesión de una fuerza interior o cualidades vitales y creativas capaces de resistir y superar la esclavitud y la persecución. Precisamente, para Du Bois, el “soul” se convirtió en aquello que “Kultur” era para los críticos alemanes, vale decir, una fuente permanente de estructuras vitales religiosas, sociales y políticas que señalaban el camino del futuro, alejándose de una civilización europea “artificial” e “hipócrita”.

Entendiendo que el poder destructivo del sistema blanco se manifestaba constantemente en una economía explotadora, en convenciones sociales represivas, en una manipuladora cultura política, postula que el “Volk” negro tenía que separarse de los blancos porque la visión blanca del mundo destruía el alma. Aunque los negros adquiriesen plenos derechos civiles e igualdad política, en 1960 declaró que éstos no debían adoptar los ideales americanos: “Ello significaría que dejaríamos de ser negros en cuanto tales para volvernos blancos en nuestros actos”; ello alentaría la integración física (es decir, la mezcla racial), destruiría “toda prueba física del color y el tipo racial” y así “perderíamos nuestra memoria de la historia negra”. De manera especial, Du Bois rechazó las opciones falsas de una obtusa cultura popular de radio y publicidad; al final de su vida desdeñó la televisión ya que la consideró como “entretenimiento para imbéciles”.

Aunque reconoce que “el alma misma del esforzado y sudoroso hombre negro está oscurecida por la sombra de una vasta desesperación” definida por la esclavitud a que fue sometido, advierte que “en las oscuras selvas de su lucha su alma se elevó ante él, y vio en sí mismo una tenue revelación de su poder, su misión”. Por esta razón, explica Du Bois, procede un regreso a las “raíces”, de modo que tener sangre negra significa pertenecer a una cultura negra que es vital, bella, permanente y distinta de la blanca: “Esta raza tiene el mayor don de Dios, la risa. Danza y canta; es humilde; anhela aprender; ama a los hombres; ama a las mujeres. Es franca, audaz, deliciosamente humana en un mundo artificial e hipócrita”. Por esta causa, Du Bois postuló la necesidad de distanciar la cultura negra de la civilización blanca.

Du Bois proclamó por tanto que Africa constituye una totalidad histórica y cultural, razón por la que proclamó un nacionalismo panafricano. Siguiendo los pasos de los primeros nacionalistas románticos, en “The Negro” (1915) pasan a segundo plano la diversidad geográfica, las rivalidades étnicas y las dos mil lenguas y dialectos que se hablaban en el continente, para comprender Africa como “el más romántico y el más trágico de los continentes”, donde los negros africanos son presentados como “una de las razas más antiguas, perseverantes y difundidas del género humano”, donde su apariencia típica no es el “negro oscuro, feo y de cabello rizado” que presenta la propaganda blanca, sino las nobles figuras que aparecen como estatuas en la Sala Egipcia del Museo Británico: “Ojos nobles y grandes, labios carnosos pero no protuberantes ... y esa bonachona expresión de espontánea sensualidad. Este es el genuino modelo africano”. El africano típico se convirtió en un mulato de tez clara semejante a Du Bois. Afirma entonces que: “África es ante todo la tierra del mulato”, gracias a la constante mezcla de razas y pueblos en todo el continente. Entonces, para Du Bois, los africanos pasan a ser una raza vital y aristocrática a causa de la mezcla racial, no a pesar de ella.

Du Bois revivió así una expresión que había acuñado en 1922, “Africa para los africanos… A partir de ahora ya no será gobernada por la fuerza ni el poder, por ejércitos invasores ni policías, sino por el espíritu de todos sus dioses y la sabiduría de sus profetas.”

Siguiendo a antropólogos como Franz Boas y Melville Herskovitz, que en 1915 habían negado la afirmación de que las clasificaciones raciales tuvieran alguna significación biológica, Du Bois encontró un uso cultural para el concepto de raza. Anticipándose a la posición que Oswald Spengler adoptaría en “La Decadencia de Occidente” tres años después, declaró que “la raza es un concepto dinámico y no estático”. Por tanto, en el curso de la historia una raza “cambia y se desarrolla” y “forma una masa, un grupo social distintivo en historia, apariencia y en cierta medida en dones espirituales”. De aquí Du Bois deduce que los orígenes puros de la cultura pertenecen al negro, no al indoeuropeo ni al teutón. Du Bois aseguró que el negro era quien brindaba la cepa racial básica para todas las grandes culturas, tanto de la antigua Medialuna Fértil como de la misma Europa. Sostendrá Du Bois que la piel del negro “fue tempranamente blanqueada por el clima (europeo), mientras en África se oscurecía”. De esta forma, como la vital sangre negra se ha difundido por otras partes, concluye Du Bois, “bien podemos decir que los negros han estado entre los líderes de la civilización en cada época de la historia del mundo, desde la antigua Babilonia hasta la moderna América”.

Por ello, para Du Bois, el negro de Du Bois es también la encarnación de los más altos valores de la “Kultur”. Su tradición artística y folclórica reflejan un “hondo y delicado sentido de la belleza en la forma, el color y el sonido”. Citando a Leo Frobenius, Du Bois señala que la “ceremonia y la cortesía marcan la vida del negro” y que los negros exhiben una “delicadeza de sentimientos”, un “aplomo, una majestad, una dignidad, un voluntarioso empeño en cada gesto, en cada pliegue de la vestimenta”. Precisa al efecto que la religión del negro africano, el fetichismo, se corresponde con el vitalismo interior de la raza, “no es una mera e insensata degradación (sino) es una filosofía de la vida”.

Du Bois prevé un destino negro y categóricamente afirmaba: “Creer en la humanidad es creer en los hombres de color”. Al visitar el continente negro en 1932, sostiene: “África es la frontera espiritual del género humano”. Proclama su entusiasmo con raptos poéticos de vitalismo racial y sentenciará: “El hechizo del África me ha poseído. La antigua brujería de su medicina arde en mi sangre adormilada y somnolienta”. En 1926 escribió por tanto: “Somos los superhombres que se sientan ociosamente, ríen y miran la civilización. Nosotros, que francamente deseamos el cuerpo de nuestras parejas y no sentimos rubor en las broncíneas mejillas cuando lo poseemos”.

En el marco del triunfo del marxismo y el resurgimiento de una hermandad de los pueblos de color como reacción a la supremacía blanca, William Du Bois postula la decadencia de Occidente y la instauración de una  nueva “Kultur” vital. Señala que la civilización blanca “sirve ante todo para construir maravillosos ingenios para esclavizar a la mayoría, enriquecer a una minoría y asesinar a ambos” en “beneficio de la Europa blanca”, sede del “poder mundial, el dominio universal y la arrogancia armada”. Pero, en 1919, Du Bois estaba convencido de que, si bien el imperialismo y el abyecto colonia­lismo revelaba la “verdadera alma de la cultura blanca”, aún con toda su “fuerza embustera y bruta”, el mismo imperialismo constituía la mayor flaqueza de Occidente.

Advierte que los pueblos de color del mundo se alzarán y “la Guerra de la Línea de Color superará en despiadado salvajismo cualquier guerra que haya visto este mundo”. Considerando que la mayoría de los hombres del mundo son de color, postula que el  surgiendo una hermandad fuerte de sangre negra y la unidad y causa común de las razas oscuras contra las intolerables premisas e insultos de los europeos, acarrearían el fin del Occidente, “el pestilente Occidente cuyo día termina, que hiede y se tambalea en su estiércol. De hecho, con ocasión del “Primer Congreso Panafricanista” en París en 1919, que él organiza en coincidencia con las deliberaciones de la conferencia de paz sobre la cuestión de la autodeterminación de todos los pueblos, blancos y no blancos, Du Bois consigna: “A partir de este caos, puede producirse el gran despertar de nuestra raza… Si la elevación de la humanidad debe ser obra de los hombres, entonces los destinos de este mundo descansan, en última instancia, en las manos de naciones oscuras. El mundo poscolonial del siglo veinte será inevitablemente un mundo postoccidental; el colapso del imperio también provocará el colapso de la civilización occidental”.

Finalmente, entendiendo Du Bois que la “Zivilisation” erosionaba la vitalidad de la “Kultur” y que la principal virtud de la cultura negra era su repudio del liberalismo burgués, habiéndose ya volcado al marxismo en los años treinta, formalmente se afilió al Partido Comunista y celebró a Stalin como “uno de los grandes hombres del siglo veinte… un hombre grande y sencillo” y cuyo régimen era “una gloriosa victoria en la elevación de la humanidad”. Así, habiendo recibido el “Premio Lenin” y mirando a China comunista como modelo, en la dictadura marxista – leninista que se instaura en Ghana ve el ejemplo de una nueva sociedad igualitaria. William Du Bois murió el 28 de agosto de 1963. En términos estrictos, “The Negro” de William Du Bois no era sino Gobineau puesto al revés.

 

Alexander Crummell. En virtud de lo avanzado por el movimiento negro, la figura dominante del nacionalismo negro americano fue el reverendo Alexander Crummell, negro libre educado en Yale y Cambridge. Crummell había dirigido durante casi cuatro décadas un núcleo de intelectuales negros que abogaban por el retorno de los americanos negros al África para descubrir un nuevo y glorioso destino, para sí mismos y para el “Continente Negro”.

Aunque Crummell y sus nacionalistas negros (el obispo Henry M. Turner, quien consideraba la esclavitud como una bendición encubierta, porque había sacado a los negros del salvajismo para arrojarlos al mundo moderno;  Martin Delany y Edward W. Blyden, quien defendía la cultura africana aborigen y se aferraba a la visión apocalíptica del final de la civilización blanca) no lograron iniciar la gran emigración que deseaban, inspiraron a muchos intelectuales negros jóvenes con la visión de una África del hombre negro, tan poderosa como la civilización europea moderna, o superior.

Haciendo gala del nacionalismo liberal y optimista que había florecido en los círculos intelectuales europeos y estadounidenses antes de 1848, Crummell predicaba: “El principio del crecimiento y dominio en una raza, una nación o un pueblo son los mismos en todo el globo”. Así como los anglosajones y los teutones germánicos habían forjado una sociedad moderna a partir del suelo de su tierra nativa, la “predestinada superioridad del negro” obraría análogamente en África.

En razón de que para Crummell y otros nacionalistas “civilizacionistas” la cultura africana nativa no ocupaba un lugar muy alto en la escala de los valores civilizados, predecía que desde el Estado Libre de Liberia, una raza de “aventureros y emprendedores hombres de color” propagaría la “religión y los grandes propósitos de la civilización” en el continente africano. Su objetivo era elevar las masas del continente africano a una plena conciencia cívica. Esto requería un poderoso agente exterior, fuera blanco o negro. Aunque detestaba el imperialismo europeo, Crummell lo consideraba muy preferible a las condiciones primitivas que habían prevalecido en África antes de la llegada de los europeos. Crummell y sus partidarios no se avergonzaban de la deuda cultural que, según creían, los negros tenían con los blancos. Crummell veía el cristianismo, la ciencia, la filosofía y las normas de la conducta moral civilizada como dones que en definitiva transformarían la vida de los negros, no sólo de los blancos.

Los nacionalistas negros del siglo diecinueve rechazaban toda noción de supremacía blanca y enfatizaban el orgullo racial negro. En palabras del obispo Henry Turner: “Todo hombre de color que no esté orgulloso de si mismo, su color, su cabello... es una monstruosidad... y no merece el aire que respira, y mucho menos el pan que come”. Además, Crummell sostenía que los hombres negros, para elevarse al mismo nivel de sus ex amos blancos, tenían que dominar las fuerzas del progreso.

 

Booker Washington. Booker T. Washington (1856 - 1915) veía el “problema negro” con ojos estadounidenses optimistas. El presidente del “Tuskegee Institute” veía una nación de Horatio Algers negros, avanzando en silencio desde una existencia rudimentaria, por “la gloria y dignidad del trabajo común” y la adherencia al ethos capitalista. Cree que la política de segregación desaparecería una vez que se cambiaran las realidades existentes y ello ocurriría cuando el progreso económico pusiera a los negros en pie de igualdad con el resto de la sociedad americana. Washington debió enfrentar a quienes, como Wiliam Du Bois, estimaban que el progreso material sólo integraría a los negros a un capitalismo destructor del alma. De hecho fue acusado de dejarse engatusar por “el discurso y el pensamiento del mercantilismo triunfante” y de venderse a “los ideales de la prosperidad material”.  Se le reclamó a Washington que ignoraba la importancia de la raza como fuente de identidad grupal.

 

Marcus Garvey. El discípulo de William Du Bois, el inmigrante jamaiquino Marcus Garvey (1887 - 1940), en 1919, proclama con toda precisión: “Será un día terrible cuando los hombres negros desenvainen la espada para luchar por su libertad, y ese día se aproxima... el día de la guerra de las razas”.

Garvey, maestro imprentero y nacionalista negro, en 1914 organizó en su Jamaica natal la “United Negro Improvement Association” (UNIA) con la idea de generar una serie de movimientos independentistas anticoloniales en el Caribe y brindar a los negros del Nuevo Mundo los medios para regresar a sus hogares originales del África. Durante casi una década, el movimiento de “regreso al África” de Marcus Garvey conmocionó la opinión negra en Jamaica y Estados Unidos. La “United Negro Improvement Association” declaraba como parte de sus objetivos generales el “establecer una contrariedad universal entre las distintas razas; promover el espíritu de la raza, el orgullo y el amor; vindicar la caída de la raza… (y) fortalecer el imperialismo de los Estados Africanos Independientes…”.

Basado en la confianza de la victoria final de las “naciones oscuras” sobre la civilización blanca, Garvey abandona su base jamaiquina e instala una base UNIA en Harlem, Nueva York, procediendo a desarrollar un nacionalismo negro con base obrera. La próspera clase media de la comunidad negra y los arrogantes intelectuales negros tales como Du Bois, Claude McKay, Countee Cullen, Langston Hughes y Zora Neale Hurston, trataron a Garvey con desdén. Aún más, en la publicación marxista “Messenger” lo criticaron ácidamente, describiéndolo como “macizo, gordo y lustroso, con brillantes ojillos porcinos y... cara de bull-dog”. Un acaudalado médico negro comentó que la UNIA defendía a “los negros más feos de Estados Unidos”. De hecho, Du Bois llegaría a definir a Garvey como “el más peligroso enemigo de la raza negra en Estados Unidos y el mundo”. Sin embargo, el movimiento de regreso al África contaba con el apoyo de la numerosa pero pobre clase obrera negra del Harlem, que había emigrado desde el Sur y las Indias Occidentales. Los negros obreros y los inmigrantes de las Indias Occidentales que compraban el periódico de Garvey, “The Negro World”, asistían a sus mitines para cantar el himno nacional africano de Garvey, “Ethiopia, Land of Our Fathers”, y donaban sus salarios para afiliarse a la UNIA.

Reflejando las premisas de predecesores como Alexander Crummell, Henry Turner y Wiliam Du Bois, Garvey postula el nacionalismo panafricano y sentencia que Africa “fue antaño la más grande raza del mundo y se había convertido en cuna de la civilización mientras “la raza teutónica” aun vestía pieles de animales. Por tanto, el regreso a la patria africana significaría el renacimiento de esas antiguas glorias. Declaraba Garvey que la nueva África unida debía ser una nación industrial moderna y anunciaba pues que “África será totalmente colonizada por negros, como Europa lo es por la raza blanca”, ayudada por una tenaz cepa de americanos negros y pioneros de las Indias Occidentales que contribuirían “a civilizar a las tribus retrasadas del África”.

Garvey estaba tan obsesionado con la pureza racial como cualquier neogobiniano. Enfáticamente declaraba: “Creo en una raza negra pura”. A partir de esta creencia, Garvey creía que el destino de la raza negra estaba ligado a una “lucha evolutiva” entre las naciones que determinaría el futuro del siglo veinte. El negro tenía que convertirse en potencia fuerte y dominante o quedar rezagado. Si, como sostenía Du Bois, la historia era la historia de las razas más fuertes, los negros debían aprender a obrar como una raza fuerte, como “amos, propietarios y poseedores de todo lo que Dios ha creado en este mundo”. Es más, si el imperio era la marca duradera de una civilización expansiva, entonces el negro también debía “volverse imperial” y construir un “imperio racial” donde “el sol no se pondrá jamás”. Con este objeto, Garvey enfatiza el orgullo racial. Su mensaje era claro para los negros: “Tu cabello es lanoso, tu nariz es ancha, tus labios son gruesos. Esta diferencia también debe incluirse en tu visión de la vida”.

Aunque constataba que “la actitud de la raza blanca consiste en subyugar, explotar y si es preciso exterminar a los pueblos más débiles con los que establece contacto”, aprecia Garvey que la “desalmada” civilización blanca estaba débil y decadente. En un mitin de 1919 anunció: “La caída llegará, una caída que causará la ruina universal de la civilización que vemos”. Ante su público de Harlem afirmó que cuatrocientos millones de africanos negros se estaban organizando para reclamar su patrimonio. En estas condiciones visualiza que estallaría una lucha apocalíptica “entre negros y blancos en las llanuras africanas”. Garvey describía con delectación esta guerra racial mundial, de negros contra blancos y blancos contra amarillos, aunque insinuaba la posibilidad de que los negros pudieran ayudar a los blancos contra los resurgentes imperios asiáticos de Japón y China a cambio de la libertad política.

Una poderosa nación africana surgiría de este vasto y sangriento Armagedón, donde “el negro debe unirse en una gran jerarquía racial”. Aún más, la destrucción de la civilización blanca brindaría a los negros las herramientas que necesitaban (ciencia, tecnología y armamentos) para crear sus propios imperios. Postulaba Garvey: “La raza que pueda producir el mayor desarrollo científico es la raza que dominará”.

Sin más, Garvey manifestó gran admiración por el dictador italiano Benito Mussolini y profesó admiración por Adolf Hitler. Afirmó asimismo que “los de la UNIA fueron los primeros fascistas”. Además, para Garvey los judíos eran el símbolo del Occidente “embustero y mercachifle”, y las finanzas internacionales judías eran un poder que “puede destruir hombres, organizaciones y naciones”, razón por la que ningún negro estaba a salvo de ese poder. Advertía a sus seguidores sobre “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.

Este pensamiento lo indujeron a buscar un socio en un sector insólito: el “Ku Klux Klan”. El 25 de junio de 1922 Garvey concertó una cita con el Gran Dragón del Klan y ambos hombres coincidieron en que un éxodo negro de los Estados Unidos protegería la pureza de ambas razas. En 1925 Garvey escribió: “La Sociedad Americana Blanca, los clubes anglosajones y el Ku Klux Klan cuentan con todo mi respaldo en su lucha por una raza pura, así como nosotros luchamos por una raza negra pura”. El pesimismo racial creaba un puente entre estas dos formas de nacionalismo extremo, uno negro y el otro blanco.

Es en el marco de esta retórica que germina la tesis de la existencia de “El Plan”, gigantesca conspiración para exterminar a los negros mediante la difusión de la droga y el Sida, en un esfuerzo final para impedir la caída de la raza caucásica.

No obstante, el “imperio negro” de Garvey se derrumbó casi tan rápidamente como había empezado. En 1923 un tribunal federal lo condenó por fraude postal y Garvey pasó cuatro años en la cárcel, hasta que el presidente Coolidge lo indultó y ordenó su deportación inmediata. Más tarde Garvey trató de revivir su movimiento fascista negro bajo el estandarte del “fundamentalismo africano”. Dos años antes de morir, en 1940, fundó la “Escuela de Filosofía Africana” en Londres, cuyo programa de estudios rechazaba la antropología y las ciencias sociales “blancas” como racialmente tendenciosas. Enseñaba asimismo una versión africana del Libro del Génesis, donde Adán y Eva eran negros y sus descendientes negros constituían el primer pueblo elegido.

Tras la deportación de Garvey, el nacionalismo radical negro languideció en Estados Unidos. Pero el “garveísmo” fue mucho más allá de los Estados Unidos. Más que el de Du Bois, el discurso de Garvey tuvo eco fundamental entre africanos jóvenes, cultos y nacionalistas como Kenneth Kuanda de Zambia, Harry Thuku de Kenia, Kwane Nkrumah de Ghana y Nelson Mandela de Sudáfrica recibieron la influencia directa o indirecta de las doctrinas de Garvey

 

Elijah Poole. En 1933, Elijah Poole adoptó el nombre de Elijah Mohammed (1897 - 1975) y se hizo cargo de una escisión del “Templo Morisco-Americano de la Ciencia”, que sería conocido como “Nación del Islam”. Desde el púlpito, Elijah Mohammed predicó una versión milenarista del Génesis negro de Garvey. Sostuvo que los blancos caucásicos eran una “raza degenerada”, a la cual Dios había dado seis mil años de dominio para poner a prueba la fuerza y resistencia de sus hijos negros, el verdadero pueblo elegido. Sin embargo, el final de ese cautiverio babilónico se aproximaba. Los demonios blancos caucásicos y su satánica religión, el cristianismo, estaban a punto de desaparecer para siempre.

Predicó entonces que Dios, Alá en persona, era un hombre negro, el Ser Supremo de una poderosa nación de hombres negros divinos”, y que el negro era “el primero y el último, creador y dueño del universo”. Con semejante mensaje logró elevar la cantidad de afiliados de la Nación del Islam y sentenció: “La tierra le pertenece al hombre negro”.

Seguidor de la “Nación del Islam” fue el boxeador negro Cassius Clay. Este pasa de profesar la fe bautista al Islam, renunciando -según su expresión- al nombre de esclavo para adquirir el de negro: “Mohammed Ali”. El se convierte en una figura pública vital para la difusión del mensaje propio Islam negro en Estados Unidos.

 

Malcolm X. En 1948 uno de los reclutas de Elijah Mohammed le explicó a un joven maleante llamado Malcolm Little (1925 - 1965) que “el hombre blanco es el demonio”. Como negro, le dijo, “perteneces a una raza de gentes de antiguas civilizaciones... rica en oro y reyes", a la cual los demonios blancos habían robado todo, incluido su verdadero nombre. Malcolm Little se convirtió y adoptó el apellido “X” para simbolizar su falta de identidad como hombre negro en la América blanca, haciéndose famoso de inmediato. Al ser asesinado en 1967 por un comando negro, se convirtió en mártir de los separatistas negros.

Malcolm X resolvió el dilema de Du Bois acerca de las dos almas del afroamericano. Había una sola alma, un alma africana negra que los blancos procuraban destruir, tal como habían destruido todo rastro de la grandeza africana original. Aunque Malcolm X luego rompió con Elijah Mohammed y la Nación del Islam, siempre conservó esta perspectiva apocalíptica que combinaba Du Bois con Garvey. En uno de sus primeros discursos declaró: “El mundo occidental hoy enfrenta una gran catástrofe; se halla al borde del desastre”. Precisa entonces Malcolm X: “No queremos integrarnos a esos caras pálidas... esos paliduchos de aspecto enfermizo...”. Aún más, proclama que  “dos tercios de la población humana le dicen ‘¡Largo de aquí!’ al tercio minoritario, el hombre blanco, y el hombre blanco se está largando...”.

Malcolm X consideraba que con el Islam “nos hemos limpiado, hemos progresado” y proclamará: “Noé, Abraham... todos profesaban el Islam, todos eran negros... Jamás ha habido un profeta blanco”. Indica por tanto: “Cuando Estados Unidos dice “confiamos en Dios”, confían en un Dios blanco... se refieren al Dios de ojos azules, al dios rubio... Cuando hablo de Dios... me refiero al Dios negro, al ser supremo, el todopoderoso Alá”.

 

Stockey Carmichael.  Stockey Carmichael emuló a los musulmanes negros y adoptó el slogan: “Lo negro es bello”, y su frase: “soul brother”, fue  parte de un nuevo proyecto político. Los negros debían alcanzar la “autoidentidad” y la “autoafirmación” como grupo, no como individuos. En este sentido, Carmichael definió el “Black Power” como “una convocatoria para que las gentes negras de este país se unan, reconozcan su herencia y construyan un sentido comunitario”. El “Black Power” significaba además “que las gentes negras se consideren parte de una nueva fuerza, a veces llamada tercer mundo, que vea nuestra lucha como estrechamente relacionada con las fuerzas de liberación de todo el mundo”. Así, la verdadera “Kultur negra” rechazaba las pautas blancas y burguesas. El movimiento negro era pues un “movimiento político revolucionario” y se actualiza así el “panafricanismo”.

 

Louis Farrakhan. El movimiento musulmán negro de Louis Farrakhan insiste en que los negros debían convertirse en empresarios independientes. Proclama su antisemitismo y su simpatía por la guerra de Hitler contra los judíos.

En este contexto, desde los años sesenta se proyectó el movimiento del “Poder Negro”, con sus uniformadas unidades paramilitares. Finalmente, en territorio estadounidense se desató la guerrilla urbana interna. Simultáneamente se reactivó y reestructuró el movimiento de supremacía blanca, con unos 150 mil militantes y más de un millón de colaboradores y simpatizantes directos, los cuales perciben como amenaza al gobierno y al movimiento negro. Con todo, tras el asesinato de un joven negro por parte de un núcleo del KKK en 1998, nuevamente aparecen armados “Las Nuevas Panteras Negras”.

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