ANTROPOLOGÍA DE LA DISCAPACIDAD Y DEPENDENCIA

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V.-  LUZ DE AMANECER

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V-1. DEL NIÑO AL HOMBRE, PASANDO POR EL PAJARO.

De nuevo el niño como eslabón hacia el hombre. El niño con discapacidad, que parece aún más entrañable. Se publicó este escrito en el num. 32 de MINUSVAL, correspondiente a Noviembre de 1979, Año del Niño.

 

DEL NIÑO AL HOMBRE, PASANDO POR EL PAJAR 

El hombre no es sólo un niño que se ha hecho grande. Es, sobre todo, un niño que ha aprendido a volar. La magia de este vuelo es rito de iniciación, bautizo que permite la entrada en un culto hasta entonces desconocido por el neófito. Algo muy triste sucede cuando un niño, a veces muchos niños, todos los niños minusválidos, por ejemplo, no pueden desvelar del todo los misterios que se les irían ofreciendo a lo largo de este vuelo. Sin embargo, no solamente son los niños minusválidos los que pueden fallar. Algo ocurre que impide o dificulta a casi todos los niños del mundo el esfuerzo obligado de volar.

Los aspectos a estudiar en el niño son, sin hipérbole, infinitos. Uno de ellos, facetado a su vez con una inmensidad de matices, es el de su evolución. El paso de niño a hombre, que a tantos pensadores ha preocupado. La transformación en adulto, que a veces tiene apariencia de evolución armónica y a veces de cambio tempestuoso. Es, de todos modos, evolución, como la del árbol que ha perdido su apariencia de arbusto. O la del manantial, tan distinto cuando, más grande y más quieto, se ha transformado en río.

En esta evolución que marca el paso de niño a adulto algo está ocurriendo. Tal vez sea un conjunto de gradaciones intermedias que se van sucediendo una a otra. Pero tal vez exista algo más, acaso la creación de un ser diferente, de transición. El niño, al hacerse hombre, abandona un sueño para conquistar una realidad. Como el pájaro, que abandona su mundo y se lanza a volar en busca de nuevas tierras. Pero algo sobreviene a veces, y es que el pájaro no emigra, no cambia su tierra vieja y ya estéril por una nueva. Ese vuelo, su vuelo, se pierde. La transición, no importa cual sea la causa, no se realiza. El pájaro nunca será el mismo pájaro que sería si hubiese volado. Acaso el ejemplo sirva para los niños, cuyo paso a la edad adulta puede decirse que se hace a través de una forma de vuelo. Un vuelo que nadie, si no es cada individuo por sí mismo, puede volar. Si este vuelo no se realiza, todo habrá cambiado. Cabe pensar que algo, la prisa tal vez, o la indiferencia, está haciendo que el niño, que muchos niños, pasen directamente a ser hombres sin ser pájaros en medio.

 

EL VUELO DEL NIÑO: SER HOMBRE

Los dos estratos biológicos, soma y espíritu, que componen, junto al alma, la personalidad humana, han de reposar. Lo hacen, uno y otro, cíclicamente. Cuando el soma, abandonando su actividad, entra en reposo, el espíritu se independiza y e1 sujeto cae en el ensueño o en e1 sueño, según que esta independencia sea parcial o total. Del mismo modo, cuando los estratos somáticos se independizan del espíritu, realizan actos automáticos cuando esta independencia es total. Si no lo es, se producen situaciones de ensueño, representadas por el juego y el deporte. De aquí que hayamos definido al deporte como “ensueño a nivel proteico”. La liberación de uno de estos estratos, por ruptura o semirruptura de las ligaduras existentes entre ambos, significa, por tanto, reposo para el otro. La más estudiada, la liberación del espíritu, se simboliza, desde hace milenios, en el vuelo. Esta liberación representa dejar independiente lo ideativo, que se dedica a crear, crear sólo, sin necesidad de manifestarse. Lo mismo, en sentido contrario, sucede en el juego y el deporte. Lo manifestativo se enriquece en sí mismo y por sí mismo, liberado en gran parte del freno que supone el tener que decidir, que crear una respuesta antes de responder. En esta mezcla de sueños y ensueños evoluciona el niño. Crea su propia personalidad. A expensas, sobre todo, de su fantasía. Necesita que esto sea así. Necesita, simbólicamente, volar. El vuelo, el ensueño, es una liberación y, a la vez, una etapa que no puede faltar. Que tampoco, por supuesto, debe llegar más allá de lo necesario. El problema de Icaro es que voló -fué niño- demasiado tiempo. Lo cual sucede con muchos niños minusválidos, que se mantienen, por fallo de lo Ideativo, en lo Manifestativo, en lo Captativo o en las conexiones entre los estratos, siendo niños demasiado tiempo. La solución tal vez sea no dejarles acercarse demasiado al sol, pero es mejor ofrecerles un sol que no queme sus alas de cera.

El vuelo del niño le lleva hasta la meta lejana: ser hombre. Aún entonces el vuelo ha de continuar, porque el hombre, el hombre-niño, ha de seguir volando, volando siempre, para ser un hombre mejor. Saint Exupery fue toda su vida un poeta, poeta-niño, poeta de la niñez, porque volaba cuando soñaba y soñaba cuando volaba. Lo mismo sucede con Richard Bach. Juan Salvador Gaviota no es sino un niño que quiere ser hombre. En los cuentos infantiles el pájaro es siempre figura principal. El ruiseñor, la paloma, el cuervo, el gigantesco “roc”, son símbolos, más o menos claros, de elevación espiritual, de etapa hacia lo desconocido, de liberación de lo terrestre. De evolución. El mito del Ave Fénix representa volver a nacer, es decir, volver a ser niño. El niño que saca los ojos a un pájaro se automutila sin saberlo; es un niño marcado que, siguiendo su destino, se marca aún más profundamente. Porque en el adulto el vuelo en sueños puede representar, en gran parte, evasión. En el pájaro, en el niño, el vuelo significa siempre destino.

El alma, la porción inmortal de cada persona, viene representada por un pájaro en los mitos más antiguos y en los más modernos. También la ascensión de tipo chamánico, en general en busca de una comunicación con los espíritus. Un vuelo es siempre la ascensión a los cielos, presente en gran número de mitologías. En general, sólo son unos pocos, elegidos, los que lo consiguen, ya se trate de taoístas, alquimistas o budistas (“arhat”). Un claro símbolo de abandono del cuerpo está en el vuelo astral. El alma permanece unida por un cordón de plata o de oro, idea que recoge el Eclesiastés.

De menos trascendencia es la levitación, vuelo al fin y al cabo. La levitación de los magos, de las brujas, de Zarathustra, de Mahoma, encierra la búsqueda de un nuevo estado, más allá que el de hombre. Los místicos suponen este estado claramente mejor y así su vuelo es un vuelo de ansiedad, casi de pasión.

Las implicaciones religiosas, queda claro, son muy abundantes en la mitología del vuelo humano, de su simbolización en un pájaro. Ello puede significar que la religación de cada niño dependerá también de este “ser” o “no ser” pájaro. La faceta religiosa es, para mí, inseparable en la estructura total de la personalidad humana. Aunque sea para negarla, el hombre la necesita y nunca es hombre completo sin ella. Aquí puede haber una clave importante para la realización y comprensión del Homo religiosus. Y para el niño en el que este hombre va a nacer.

 

DESARROLLO DE LA FANTASIA EN EL NIÑO

El vuelo es siempre viaje. Conlleva una partida y también una llegada. Desde ser niño, por ejemplo, a ser hombre. Sin vuelo, sin ser como un pájaro, la partida, pero sobre todo la llegada, no se van a dar. Ello requiere la conjunción de dos factores: una voluntariedad, un querer volar de cada individuo y, a la vez, unas condiciones suficientes apropiadas para este vuelo. Condiciones que en más y en menos faltan en cada niño minusválido.

La voluntad de volar surge de una toma de conciencia. Es algo instintivo, pero también resulta de la huella genética dejada por millones de generaciones. Los pertrechos para el vuelo, en cambio, vienen dados por la educación, el ambiente, la normativa vital en que se desenvuelve cada individuo que va a emprender un vuelo o que está realizándolo ya. En este segundo grupo de factores la responsabilidad es general. Por ello, conviene hacer su estudio. La evolución del niño puede hacerse bien de manera armónica, bien con carácter tempestuoso. Por lisis o por crisis. Pero lo cierto es que el niño puede hacerse adulto de una manera lenta, progresiva, como el árbol, o de forma rápida, casi explosiva, como la mariposa. El primer sistema obliga a la paciencia, al esfuerzo, a la forja lenta de la personalidad. El segundo abre paso a la inconsciencia, a la irresponsabilidad, al desconocimiento de lo que se tiene y de su origen. Es claro que el primer sistema es el mejor, pero es claro también que hace falta tiempo para que pueda ser llevado a cabo. Como en el buen vino, que ha de seguir un lento proceso de sedimentación y crianza. Lo cual no puede hacerse cuando se tiene prisa. La prisa es un factor que hace que el niño se transforme en hombre sin sedimentar, sin esfuerzo. Alguien proporciona lo que aparentemente necesita y el niño, sin poner nada de su parte, lo utiliza en su transformación. Una transformación por lo menos muy dudosa. Como la del pájaro que nunca llegó a volar. La vida moderna facilita estos cambios rápidos, casi súbitos. Resulta curioso ver que los países anglosajones han cuidado siempre mucho el desarrollo de la fantasía de sus niños. Santa Claus, Peter Pan, Mary Poppins, Alicia, la Madre Gansa, los protagonistas innumerables de las narraciones ilustradas... Paul Bunyan, gigante americano, construye el río Mississippi y las cataratas del Niágara. El Dr. Doolittle habla con los animales. La mejor forma de visitar Suecia es, sin duda, a lomos de un ganso. Los ejemplos serían inacabables. Entre nosotros todo esto se ocultaba. A lo sumo había acceso a los viejos (fuera de hora) cuentos de Perrault o de Grimm. El «Juanito» y el Catecismo eran la base de todo. Pero no se advertía que eran norma, no fantasía. Comportamiento, nunca evolución. Aún recuerdo la prohibición, en mi infancia, de las películas de Tarzán y las novelas de “La Sombra”. El niño español siempre ha tenido dificultades tremendas para emprender el vuelo.

 

HOMBRES DUEÑOS DE SU PERSONALIDAD

El niño de otros países no, hasta ahora. Podía cursar esa etapa secreta, que también vivió Cristo, en que cumple su formación. En que realiza su vuelo. Cuando reaparece es ya un hombre, con responsabilidades de hombre y tarea de hombre. Pero hoy día las cosas se le han puesto demasiado fáciles, lo cual es tan negativo como ponerlas demasiado difíciles. La cinematografía, la televisión, se lo dan todo hecho. El niño actual no se molesta en volar. ¿Para qué, si los héroes que está viendo todos los días lo hacen mucho mejor?. No hay necesidad de esfuerzo. De golpe, fácilmente, se puede pasar a ser hombre.

Sin embargo, la realidad no ha cambiado. El niño sigue obligado al esfuerzo. A realizar el vuelo necesario que le transforme en hombre. Sé del caso de dos niñas de cinco y siete años que se mareaban en el coche de su padre hasta que empezaron a montar en bicicleta. Desde este momento los mareos desaparecieron por completo al subir en el coche. Su esfuerzo les hizo ser mejores, acercarse más a la meta. Esto es siempre así. El problema es que no lo vemos. La técnica hace que maduren más pronto nuestros niños. La prudencia y el respeto a la naturaleza nos debe impulsar a ponerles los medios para que hagan uso, mediante esfuerzo, de su propia fantasía. Para que, como desde el principio de la humanidad, todos los niños, también los niños minusválidos, sean pájaros una temporada antes de ser, de verdad, hombres. Sólo así conseguiremos la aparición de hombres completos. De hombres dueños de todas las facetas de su personalidad.

 

V-2 EL MEDICO ANTE EL MINUSVALID0.

Una de las necesidades más acuciantes del ser humano con minusvalía está en contar con un médico verdadera­mente especializado, conocedor de los problemas que atañen a su situa-ción. La atención médica es el primer eslabón de su “entrada en sociedad”. Ello obliga a  cambiar los esquemas habituales de aten­ción médica. Este es­crito fué publicado en Noviem-bre de 1980 en el num. 36 de MINUSVAL.

 

EL MEDICO ANTE EL MINUSVALIDO

De lo mágico a lo científico.

La misión de sanar está llena de tras­cendencia. Tanto para el que la recibe como para el que la imparte. Por eso, al principio, el acontecer médico se en­tronca en lo religioso y se hace mito, ri­tual y, a veces, hasta dogma. Luego, el quehacer científico va prestando al misterio su andamiaje lógico, hasta que el largo camino luminoso desemboca en la medicina moderna. Pero lo mágico, por fortuna, se resiste a morir. A ve­ces, incluso, se impone de nuevo, llegan-do a dominar la situación. Cada rama médica se ve compulsada, al menos al nacer, por una dualidad que la lleva de lo científico a lo escatológico, de lo tras­cendente a lo mágico. Esta oscilación entre lo romántico y lo doctrinal sirve para ir enlazando la trama laboriosa del aprender y el conocer, el intuir y el sa­ber.

Ante el minusválido, la medicina mo­derna, es decir, su rama denominada medicina rehabi-litadora, o rehabilitación médica, o medicina de minusvalías, se ha venido a encontrar  tam-bién ante esta dualidad. Por herencia y por tradición, se va a tender primero hacia lo luminoso, lo mágico, lo mitológico. Sólo después va a intentarse la búsqueda de lo científico. Aquí, más que en otras ramas del saber, acaso por la aureola literaria, religiosa, que ha venido rodeando al minusválido, las ideas antiguas, lo ya existente, se resisten a dejar paso a lo nuevo, a lo que, necesariamente, debe de venir. En rehabilitación en general, en medicina rehabilitadora en particular, estamos to­davía intentando liberarnos de la primera etapa mágica y asomarnos a la siguiente etapa científica. Los problemas que se plantean en el curso de esta pendencia pueden ser analizados en una doble ver­tiente:

La necesidad que siente el minusvá­lido de una determinada ayuda por parte de la medicina y las soluciones que la medicina ha de dar al compromiso deri­vado del hecho de haber aceptado al minusválido como cliente.

 

NECESIDAD POR PARTE DEL MINUSVALIDO DE UNA DETERMINADA AYUDA MEDICA

Cualquiera que sea su minusvalía, el momento cronológico de aparición o es­tablecimiento de la misma o las circuns­tancias causales que la motiven, el pri­mer soporte que va a necesitar el mi­nusválido en su proceso de entronque social es el que pueda brindarle un mé­dico. Un médico, por supuesto, que en verdad entienda acerca de los diferentes problemas planteados por las formas típicas de minusvalía. El encaje social y laboral definitivo se va a retrasar, va a ser incompleto o no se va a dar nunca si falta este apoyo médico espe­cializado.

Esta ayuda médica especializada ha de venirle al minusválido en función de la existencia de una serie de presupues­tos, sin los cuales ese engarce social pretendido es posible que ni siquiera pueda ser iniciado. Comencemos, en función de la importancia que la ley con­cede, por la valoración de la minusvalía. Se es minusválido o no según se supere o no se alcance la cifra legal de 33 % de discapacidad. Es preciso un médico que sea capaz de esta valoración, capaz de distinguir ese umbral antes desconocido que transforma lo patológico en etioló­gico. El amputado por haber sufrido una embolia arterial es minusválido en tanto a la amputación. La enfermedad causal o “pathos” se ha convertido en “aitia”, causa, lo mismo que antes hubo una “aitia” causal de aquella embolia. Valo­rar la embolia y no la amputación, la po­lineuritis de los troncos nerviosos y no la alteración funcional de la mano es uno de los más graves errores cometidos en las tablas AMA, subsanado en nuestro  sistema personal de valoración de minus­valías.

En segundo término, el minusválido le pide al médico soluciones lógicas. Esti­mulación de lo evolutivo y no su frenado en la deficiencia mental; habilidad máxima en la deficiencia motora, pongamos por caso. Si el médico frena medicamentosamente el proceso evolutivo o crea desequilibrios con sus acciones quirúrgicas, e1 minusválido se va a ver defraudado. Aunque sea él quien se haya equivoc­ado acudiendo directamente a un neurólogo o un ciruja-no. Otros aspectos, que sólo de pasada cabe comentar, son los que se refieren a la orientación profesional y al seguimiento del minusválido. Es mucho lo que tiene que colaborar el médico verdaderamente experto en minusvalías en la solución de los múltiples problemas que se van plan­teando en este terreno. Descansar tan solo en el psicólogo es cómodo pero irreal.

 

SOLUCIONES MEDICAS A LOS PROBLEMAS DERIVADOS DE LA SITUACION DE MINUSVALIA

Para poder llamarse especialista en minusvalías un médico debe saber valo­rar, pero tam-bién diagnosticar, pronosticar y tratar cada situación minusvalidante que se le plantee. Los puntos clave de su formaci­ón son, ante todo, sentido humanista; es decir, criterio de conside-ración de persona global del minusválido, con olvido de la tendencia localista de otros espe-cialistas; sentido clínico y a la vez sentido social; noción de enfoque di­recto, en función de la minusvalía y no de la enfermedad causal, suponiendo que ésta haya existido. El médico rehabilitador es el único entre todos las mé­dicos capaz de comprender que en el minusválido el “pathos” inicial se ha he­cho “aitia” y que su “pathos” actual es el propio vivir.

La medicina rehabilitadora es oficial en España bajo la denominación gené­rica de “Rehabi-litación”. La buena in­tención inicial se quedó aquí. Una ver­dadera medicina rehabilitadora todavía sigue sin existir. Se piensa en terapéuti­cas a ciegas, coma las de la llamada Medicina Física; en acciones manuales; en ejercicios terapéuticos y hasta en ma­saje o acupuntura. En todo menos en una verdadera especialidad, ordenada en función de la existencia de unas si-tua­ciones de minusvalía. El resultado es claro. Esta especialidad médica no ha conseguido en-trar aún en la etapa científica. Sus raíces se mantienen vivas dentro de las viejas normas  clásicas, las originales, las primigenias. El diagnosti­car o valorar bien la minusvalía es un problema que no preocupa. El curar se hace mágico, taumatúrgico, casi casual. Claramente estamos ante una especiali­dad en la que todavía predomina lo mi­tológico sobre lo científico.

 

LA DUALIDAD MAGIA-CIENCIA SIGUE HOY REAL Y LATENTE

La dualidad magia-ciencia sufre varia­ciones en uno u otra sentido según el juego reciproco de varios factores socio­lógicos, de índole cultural sobre todo. En épocas de decadencia o desmayo cientí­fico la opinión pública se vuelve hacia el polo de atracción eterno de lo numinoso. Por el fondo religioso de sus orígenes todo esto es más claro aún en medicina. El médico debe inspirar confianza, im­buir seguridad, mantener un estado de fe. Esta es su magia eterna, que deriva del gran secreto a voces de su entrega humana. Pero no seria médico completo si, a la vez, su trabajo no se basara en el conocimiento, en la investigación, en el estudio, hasta un limite posible, de cada paciente, de cada caso individual. Si no es capaz de poner también en juego el otro secreto importante, el de su en­trega científica.

En la época actual, no nos engañe­mos, lo científico está, al menos entre nosotros, en decadencia. Al fallar la me­dicina científica toma incremento la me­dicina mágica, entendiendo por tal, so­bre todo, la que busca una curación por el medio que sea. Ya que el médico no con-sigue averiguar lo que le sucede a su paciente, puesto que ignora los meca­nismos patogenéti-cos de un proceso que en otras manos podría ser curado (es paradigmático a este respecto la que está ahora sucediendo en relación con la artrosis), busca, al menos, la atenuación de los síntomas. Resulta un éxito miti­gar un dolor cuya causa se desconoce, quitar una fiebre cuyo origen sigue siendo un misterio. El paciente se ha hecho a esto y sólo pide que le alivien sus molestias; le importa bien poco la eficacia clínica de su médico, en gran parte porque no está acostumbrado a contar con ella. Así, ideas como la en­ternecedora del “ojo clínico” han que­dado enterradas en el recuerdo, arrum­badas en la historia. Por eso tal vez la frecuente confusión de un especialista con otro de rama ajena por parte de los pacientes. Muchos minus­válidos acuden a un cirujano sin advertir que con ello le invitan tácitamente a que actúe. En realidad, rara vez una minusva­lía va a tener indicación quirúrgica. Dan fe de esto la legión de sujetos con una deficiencia, sobre todo mental o motora, intervenidos una y otra vez con espe­ranzas siempre renovadas y resultados progresivamente deprimentes. Pero el fracaso médico recae sobre todos los médicos.

Surgido el desengaño, el paciente que pide ser aliviado busca este alivio como sea. Por quien sea, y de aquí la preponderancia que toman en épocas como la presente los “sanadores” extraoficiales. La vuelta a lo primitivo es, prácticamente, total. El médico, el sanador oficial, entra también, por supuesto, en este juego de la terapéutica a ciegas, con técnicas como las del ejercicio terapéutico, los “masa­jes”, las manipulaciones, las “puntu­ras”, bien con los de-dos bien por medio de agujas o grapas, e incluso recurre a los ultrasonidos, las ondas cortas o el radar cuando busca en ellos esta acción de curación “a ciegas”. Pero esto le obliga a aceptar que jue­guen también personas ajenas a la me­dicina. Así, para todos, sin distinción, el curar se hace mágico, taumatúrgico. Casual.

 

LA MEDICINA REHABILITADORA, POCO PROPENSA A LAS TAUMATURGIAS

En el mundo de los minusválidos y las minusvalías todo esto puede ser más o menos grave que en otras ramas de la medicina, pero lo que sí resulta es todavía más frecuente. En ello influye la opi­nión pública, sobre todo la opinión pú­blica de los estamentos rectores. Un alto dignatario, por ejemplo, recomienda a un paciente con una deficiencia a nivel raquídeo que acuda a un quiropráctico. La gimnasia está todavía a la orden del día, y lo cierto es que sería ideal que pudiéramos convertir a cada minusvá­lido en un émulo de Nadia Comaneci. Los más vivos se dan cuenta, sin em­bargo, de que esto pasará y cambian el nombre a las técnicas de siempre, dando a luz la llamada “psicomotrici­dad”. La idea de que los deficientes en general, los mentales en particular, de­ben ser enviados precozmente al espe­cialista en minusvalías, se disfraza bajo el nombre de “estimulación precoz”. Lo curioso es que los estamentos rectores secundan todas estas ideas, olvidan­do, en cambio, el camino verdadero. Es de temer que cuando ya haya sufi­ciente número de especialistas en minusvalías para atender la demanda médica exis­tente y se aprenda lo que de verdad es psicomotricidad, alguien invente otra forma de retroceso y se le escuche.

Lo curioso es que la medicina rehabili­tadora es muy poco propensa a estas taumaturgias de segunda fila, taumatur­gia de sauna y de peloides, de contactos manuales o ejercicios libera-dores. En el minusválido tiene escasa aceptación lo intermedio. La alternativa es clara: o el milagro o la Academia de Medicina. O Lourdes o un médico rehabilitador. Si algún minusvá-lido se deja arrastrar hacia una magia determinada es por influencia de la opinión pública general. La moda del momento influye en todos, también en los minusválidos, insuflando fe. Una fe que también debe envolver al tauma­turgo sincero. Como ante el mago o el sacerdote. El creyente debe tener fe. El mago o el sacerdote también. Y es te­ner fe, por ejemplo, cuando tantos fra­casos se dan en el tratamiento de las deformidades de columna vertebral, el preten-der solucionar el problema por la simple acción de las manos. El hecho es conmovedor, pero el juego mágico-lógico debe inclinarse en el segundo sentido lo antes posible.

El problema, por supuesto, está en contar con suficientes médicos especia­lizados en minus-valías. Hasta ahora ello no ha sido intentado. Las plazas desti­nadas a rehabilitación son cu-biertas por especialistas de otras ramas. Minusváli­dos mentales y mixtos continúan ingresa-dos en centros para enfermos menta­les, “tratados” por fisioterapeutas “diri­gidos” por los psi-quíatras de la entidad, con ausencia total del verdadero piloto de la nave. En la Universidad domina lo mágico de una manera muy clara. La opinión pública, esencialmente en las al­tas esferas, aporta la resistencia que la masa opone siempre a todo lo nuevo. Pero el hecho es incontrovertible: el mi­nusválido necesita un especialista mé­dico en minusvalías y la medicina se lo debe ofrecer. El camino a seguir es el rigurosamente científico, hasta que, poco a poco, vaya quedando lo mágico reducido a su verdadera dimensión y a su peregrino encanto. A lo largo de ese camino el médico que, de verdad, pretenda convertirse en especia­lista en minusvalías, debe ir aprendiendo muchas cosas, descubriendo muchas incógnitas, desvelando muchos miste­rios. El punto de partida de todo está seguramente en un solo hecho, en una situación que, por desgracia, continúa pasando casi inadvertida:  respeto al minusválido.

 

V-5 TAMBIEN ELLOS SON ATLETAS OLIMPICOS.

El derecho a practicar un deporte durante el tiempo libre es equivalencia y consecuencia del derecho a desem­peñar un trabajo. Se publicó este escrito en DEPORTE 2000, num.113, en Noviembre de 1979 y se reprodujo en la Editorial del número 23 de MIINUSPORT, en Febrero de 1980. Se recoge aquí el texto completo de esta Editorial.

 

En diversas ocasiones y por distintos colaboradores se ha tratado en esta revista el tema que el Dr. Hernández Gómez aborda hoy.

En esta misma sección se ha reiterado el carácter olímpico de nuestros deportistas. Pero nunca había sido expuesto con la rotundidad y elegancia con que lo hace Ricardo Hernández. Es por ello y por expresar el sentir de todos cuantos hacemos MINUSPORT que lo traemos a nuestra EDITORIAL.

 

TAMBIEN ELLOS SON ATLETAS OLIMPICOS

Está muy extendida en España la idea de que nuestros atletas olímpicos consiguen escasísimas medallas. El esfuerzo de los rectores del deporte, sin duda constante, se afila y exacerba ante cada nueva confrontación olímpica. En apariencia los frutos que obtienen son el desencanto y la resignación. Pero la realidad es otra. Hay un número apreciable de medallas obtenidas por atletas españoles en las Olimpiadas. Los atletas minusválidos. El igno­rarlo no cambia el hecho. El conocerlo puede llegar a anular muchas desilusiones.

Para que este conocimiento sea real, motivado, es preciso antes conseguir, en todos los niveles, que se conciencie una situación que, por ser nueva, es metabolizada muy lentamente por la sociedad en general. Prescindiendo de otras facetas socio-económicas o humanitarias, es decir ciñéndonos exclusivamente al cometido deportivo, los minusválidos que son selec-cionados para competir en una Olimpiada poseen tres características básicas, que también comparten los atletas olímpicos españoles no minusválidos: Ser olímpico. Ser deportista. Ser español. Cada una de ellas ofrece matices que, aunque muy de pasada, conviene revisar.

A)    El minusválido como atleta olímpico

Dentro de le consideración de atleta existen diversas clases, independientemente del tipo de competición. Hay atletas masculinos, femeninos, infantiles, de una y otra edad, etc Se marcan edades, pesos, condiciones biológicas. Cada grupo compite con independencia de los demás. Nunca hombres contra mujeres o niños. Con los minusválidos amantes del depone sucede igual Componen un grupo genérico, minusválidos, dentro del que se ordenan según unas características tipificadas. Por ejemplo, parapléjicos, o ciegos, o amputados, oligofrénicos, paralíticos cerebrales, etc, en una posibilidad clasificatoria que todavía no ha agotado sus enfoques. Pero el hombre, la mujer o el niño, cada uno en su grupo, son considerados atletas. El parapléjico, el ciego, el deficiente mental no, salvo, por supuesto, en los medios especializados.

El derecho de cada minusválido es practicar un depone, si ello le agrada, es el mismo que tiene cada ciudadano de cada país. Una vez superada la primitiva idea del “ejercicio terapéu-tico” se entra con Guttmann, desde 1948, en la senda verdadera del deporte por el deporte. El atleta minusválido es un atleta como cualquier otro Con unas limitaciones que se le respetan y unas condiciones que se le exigen. Lo cual le lleva, de un modo lógico, a participar en el deporte olímpico. Ello ocurrió en 1960, en la Olimpiada de Roma. Desde entonces, salvo en casos de fuerza mayor, los atletas minusválidos han competido en cada país organizador de la Olimpiada en 1964 (Japón), 1968 (Israel, por dificultades climatológicas en México), 1972 (Alemania Federal) y 1976 (Canadá). En 1980, como en 1968, será un país distinto al oficial en este caso Holanda en lugar de Rusia, el organizador Hay que tener en cuenta que la Olimpiada para minusválidos exige unas estructuras arquitectónicas, técnicas, sanitarias, etc, que requieren, no sólo un alto nivel rehabilitador, sino una independencia de acción que las instalaciones olímpicas normales no pueden en forma alguna ofrecer De aquí que cada país organizador haya celebrado los dos aspectos de cada Olimpiada en ciudades diferentes o en etapas cronológicas distintas.

B)     El minusválido como deportista

El deportista, minusválido o no, es un ser humano con matices propios. Matices que  derivan de su amor a la práctica deportiva que ha elegido. Del hecho de haber decidido huir de unas obliga­ciones para entrar en unas ocupaciones apetecibles. Porque el deporte es fuente de belleza, de autosatisfacción para todos, incluidos los minusválidos. Alguna vez puede ocurrir que un minus­válido busque mejorar, a través de una práctica deportiva, su propia situación de minusvalía. Ello es, ciertamente, humano, pero no es auténticamente deportivo.

En la práctica deportiva reside una de las maneras más nobles de emplear el ocio. El ocio, que no es desentendimiento pasivo, sino situación sociológica “activa” (CAMUÑEZ), cons-ciente. Si alguien, minusválido o no, elige emplear su tiempo libre en una práctica deportiva, no sólo ejerce un derecho humano, sino que merece, si es que de verdad actúa con seriedad, la denominación, también seria e importante, de deportista.

C) El minusválido como español

En la Olimpiada cada deportista queda acogido bajo una bandera. Si triunfa le acompañan unas notas musicales. El himno de su patria. Todo ello le emociona, le exalta. Sus triunfos y los triunfos de sus compañeros se convierten en comunes. Muy recientemente, en la octava asamblea del ISOD, coincidente con los Juegos Internacionales celebrados en Stoke Mandeville, se ha conse­guido que el idioma español sea aceptado como oficial junto al inglés, francés y alemán. El triunfo, y las medallas conseguidas, palían la tristeza por la ausencia de paralíticos cerebrales en el equipo español. Aherrojados, como los oligofrénicos, en sistemas anticuados que siguen pretendiendo pervivir. En una Olimpíada no se lucha por un club sino por un país. Las medallas que se consigan, por quien sea, deben ser de todos. Pertenecen, en nuestro caso, a España. Para ella han sido obtenidas por olímpicos españoles, militantes de una Federación única e indivisible.

El análisis de matices parece suficiente. Queremos llamar le atención de los cuidadores de la administración general y de la administración deportiva en particular. De los periodistas deportivos. De los practicantes de todos y cada uno de los deportes, olímpicos o no. De todos los españoles en general. Las medallas que hasta ahora han conseguido en las Olimpiadas en que han participa­do nuestros atletas minusválidos, las que, sin duda, van a conseguir en la Parolimpiada de 1980, son también medallas olímpicas. El podio al que suben, la llama que matiza sus gestas, son olímpicos. El himno y la bandera que les envuelven son los de España. Ignorarlo no es sólo injusto sino inconsecuente. Seguramente, torpe, inhábil, dado que se renuncia a una prueba que justifica un esfuerzo general y una labor al frente de la organización deportiva.

Conseguir que sea más rápida la aceptación de su verdad favorece, qué duda cabe, a los depor­tistas minusválidos. Pero favorece, sobre todo, a aquellos capaces de encontrar en sus triunfos un motivo nuevo de orgullo y de satisfacción.

 

V-4 CONCEPTOS SOBRE REHABILITACION LABORAL.

El Trabajo es un derecho supremo y una obligación común a todos los seres humanos. Como ejemplo de estos aspectos, tan esenciales en Rehabilitación, incluimos la colaboración ofrecida en la Mesa Redonda sobre Rehabilitación Laboral que tuvo lugar en el Hospital Central de la Cruz Roja de Madrid en Marzo de 1973. Fue publicado en la Revista Iberoame-ricana de Rehabilitación Médica en el num. 3 del vol. IX, en el mes de Julio del mismo año.

 

CONCEPTOS GENERALES SOBRE REHABILITACION LABORAL

El proceso de Rehabilitación comienza en cada caso al establecerse la secuela invalidante y concluye al lograrse la máxima estabilidad sociolaboral de cada sujeto invalidado. La reha-bilitación es, por tanto, una especialidad médica que comienza a actuar cuando dejan de ha-cerlo las demás, pero, sobre todo, es una especialidad con una orientación, la laboral, de la que carecen casi todas las otras. Rehabilitación laboral es final de carrera, meta, propó­sito y designio; es el enfoque constante de todos nuestros esfuerzos, de todas nuestras acciones. Al-go connatural e inseparable, como una partícula lingüística, del concepto y la práctica de re-habilitación. Rehabilitación viene a ser como un viaje; de Madrid a Barcelona, por ejemplo. Cada kilómetro recorrido es imprescindible en el avance, pero la esencia del viaje, sus moti-vos, su finalidad, están en la llegada a Barcelona. Quedarse antes es per­derlo todo, por mucho que se haya andado. Es una frustración, compara­ble a la de muchos inválidos, que también se quedan a las puertas de su destino. Resultaría, por tanto, más correcto hablar de “aspectos laborales de la rehabilitación” que de “rehabilitación laboral”, pero esta última expresión es, todavía, mejor comprendida por la generalidad y de aquí, sin duda, que se haya preferido en esta mesa redonda. En cierto modo, la de­nominación pasa a ser secundaria cuando el concep-to que se quiere expresar está, como en el caso presente, suficientemente claro. También el Curso que contribuimos a realizar hace unos años en “La Paz”, primero seguramente de este tipo celebrado en España, se llamó “Rehabilitación profesional”. Entonces los conceptos estaban mucho menos claros de lo que, por fortuna, lo están en el momento presente.

Queda claro que “rehabilitación laboral” es la etapa final, obligada, del proceso rehabilita-dor, a través de la cual se cumple el asentamiento real del inválido en la vida activa. Es lo mismo que sucede con los niños y, sin em­bargo, aunque está admitido en relación con ellos no lo está para la genera­lidad en lo que se refiere a los inválidos. Cualquier persona sabe que a un niño hay que enseñarle a andar, a hablar y a leer; que hay que educarle, formarle y poner los medios, por último, para que aprenda un oficio o curse una carrera. A nadie se le ocurre dejar de hacer esto. A nadie se le ocurre, por lo menos, negar que deba hacerse. Al minusváli-do, niño o adulto, en cam­bio, sí se le niegan estas posibilidades. Todavía sí. No se piensa aún hoy casi nunca en sus posibilidades como ente social, que debe bastarse a si mismo. Se hacen campañas propagandísticas, generalmente a favor de niños, inválidos-niños, que tienen mejor prensa que los inválidos-adultos, pero nadie se da cuenta de que las empresas siguen siendo reacias a admitir a ningún deficiente físico, ni mucho menos mental. Nadie se ocupa de hacer ver a los empresarios, a los directivos, a los gerentes, que no se trata dc contratar seres perfec-tos, sino individuos capaces de desempeñar eficazmente una tarea.

Ahora bien, no todos servimos para todo. La clave está aquí, en conocer para qué es útil cada inválido. Averiguarlo es uno de los cometidos esen­ciales de la rehabilitación. Les ruego que no olviden nunca esta idea: reha­bilitación es una especialidad médica nacida para ayudar a los inválidos, mentales, sensoriales o físicos, en todos los aspectos posibles, hasta que se cumpla su destino final, que es laboral. Para ayudarles en su lucha, porque, para todos los hombres, vivir es luchar contra la vida para defenderse de la muerte. “Vida es lucha, método es camino”, como dijo don Miguel de Unamuno. Por eso la clave, hoy por hoy, se encierra seguramente en el hallazgo de una aptitud y en su medida. Encontrar capacidades, no inca-pacidades, y medirlas, noción que motiva mi término discapacidad y su con­cepto: alteración de la aptitud o suficiencia que corresponde a cada ser humano. Medir, aún más, antes que capacidades residuales, capacidades matizadas, lo que corresponde de lleno al médico rehabi-litador, único espe­cialista dedicado por completo al estudio de discapacidades y a la convi-ven­cia con discapacitados. En las valoraciones, tal como se hacen todavía, hay un enorme desajuste. Los distintos especialistas imbricados llegan a hacer un desmontaje de cada sujeto explorado, pero el montaje final, el ensamblaje como ente real de proyección, se les escapa por completo, lo que no puede suceder en el médico especializado en invalideces, que sólo de modo ocasio­nal precisará recabar algún dato complementario, oftalmológico o quirúrgico, por ejemplo.

Somos los médicos rehabilitadores los destinados a medir de forma más lógica y efectiva las aptitudes de nuestros pacientes, lo cual, de por sí, cons­tituye un trabajo apasionante. Imaginemos lo que significaría poder medir, de verdad, la inteligencia, los instintos del ser humano, atributos que sólo nos llegan indirectamente a través de las respuestas de unas manos, unos ojos o unos oídos no siempre en situación de respuesta. Solamente conside­rando a cada sujeto como ente total, como auténtica personalidad holística, llegaremos a vislumbrar algo, a encontrar los oportunos factores de con­versión. Desde hace años intento asomarme a este hontanar oculto de la personalidad humana sin haber podido pasar todavía, con mi baremo cine­siológico, cada vez más completo, eso sí, de los niveles de expresión. Al menos es un camino, porque medir mejor la psicomotricidad del ser humano es acercarse un poco más a la voluntad que la pone en marcha.

Como conclusión, me voy a permitir hacerles algunas recomendaciones relacionadas con rehabilitación en general, pero que aclaran en gran me­dida este concepto de rehabilitación laboral. En primer lugar, que no con­sideren a esta especialidad como una forma de terapia, sino como un enclave importante de Medicina Social, dedicado precisamente al individuo disca­pacitado de cualquier origen (congénito, por enfermedad o por accidente) y localización (mental, sensorial, expresiva  o motórica). En segundo término, que no vean a nuestra espe-cialidad sino como una metódica de acción sobre un individuo, nunca sobre una porción de éste, como puede ser un brazo, una rodilla o una inteligencia. Muchas veces he comentado que es fácil descubrir en el len­guaje profesional quién domina o no una especialidad. Los que hablan de “rehabilitación” de la mano o la columna vertebral se denuncian fácil­mente a sí mismos como desconocedores de lo que es rehabilitación. Por último, les vuelvo a insistir en la necesidad de que no consideren terminada la posible rehabilitación de determinado inváli-do si no se ha conseguido una estabi­lidad laboral, tan completa como sea posible, del mismo, lo que es cierto para todos los inválidos, cada uno en su nivel posible de acción. Los errores de los demás, de los que no conocen aún bien lo que es rehabilitación, pueden ser subsanados por los que nos dedicamos a ella. Pero los errores nuestros, de los que estamos inmersos en su mundo apasionante, van a ir directa­mente en contra de todos los minusválidos, hiriéndoles todavía un poco más.

 

V-5 LAS RAICES DEL HOMBRE.

Publicado en MINUSPORT, en su  número 85, de Abril de 1989.

 

LAS RAICES DEL HOMBRE

Se advierte en la humanidad ac­tual una fluida tendencia hacia hechos, costumbres, apariencias, maneras y aún conceptos de tiempos pasados. Lo arcaico, lo remo­to, parecen estar de moda, aunque sea bajo disfraces de pretendida moderni­dad. La novela de aventuras ha adop­tado en nuestra época una forma espe­cial, habitualmente conocida como “Ciencia Ficción” o “Ficción Científica”, pero algunos de los títulos más conoci­dos, como “El Señor de los Anillos”, los libros de “Dune” o de “Conan”, o las aventuras de lord Valentine o los Príncipes de Ambar, entre otros mu­chos, contienen un registro primitivo, in­cluso prehistó-rico, de combates a es­pada, de ejércitos de lanceros, de lu­chas medievales. Todo lo cual tras-cien­de también en la otra forma fundamen­tal de cultura de nuestro tiempo, la cinematográfi-ca. Se produce así una cu­riosa mezcolanza de flechas y cerbata­nas con robótica o rayos láser, en mu­chos momentos deliciosa.

La tendencia se muestra así mismo en facetas más elevadas, como las de religación y búsqueda de contenidos es­pirituales, facetas que no pueden ser su­plantadas por ninguna tec-nología, por progresista y avanzada que sea. Se in­daga en lo más antiguo para actualizarlo o para darle enfoques más en consonan­cia con la forma de vivir actual, mante­niéndose así vivos nombres que compo­nen una larga cadena de “iniciados”, que junta el pasado con el pre-sente. Iniciados en esas doctrinas genéricas habitual­mente englobadas bajo la denominación de esotéricas. Algunos eslabones de esta cadena serían Hermes Trismegisto, Buda, Pitágoras, Platón, Salomón, Plutarco, San Pablo, Plotino, Giordano Bruno, Arnau de Vilanova, Ramón LluIl, Paracelso, Roger Bacon, Swedemborg, John Dee y, más en nuestros días, Helena Patrovna Blavatski, Alice Bailey o Dion Fortune. Sin olvidar a escritores como nuestro marqués de Villena, Bulwer Lytton o Walter Scott.

Innumerables jóvenes de hoy día conocen de estos personajes y de sus doctrinas, de Gur-dejeff, de Aurobindo, de Krishnamurti, bastante más de lo que cabría pensar Lo que la moda “oficial” ofrece no satisface a muchos. Los no convencidos buscan otros ca­minos o, por lo menos, protestan. Juan Miró vió como era rechazado en Mannheim por la multitud uno de sus tipicos frontispicios, como prueba de que en arte no hay antiguo y moderno sino bueno y malo.

Hay gran cantidad de personas que a veces se dejan engañar. Pero no siempre. Al no serles ofrecido algo aceptable bucean en el pasado. No hay duda de que la mayor parte de las gigantescas formas escultóricas actua­les son muy inferiores a los Moais de la Isla de Pascua. Cuando el Robot pro­duce desengaños se vuelve a Conan. O a Don Quijote. Flash Gordon repre­senta en muchas cosas más el pasado que el futuro. La música sincopada in­tenta impo-nerse pero son legión los se­guidores de Ricardo Strauss y su “Zarathustra”. Siempre habrá el clásico doble entendimiento aristotélico: pasivo o “pathetikos” y activo o “poiethikos”. Todas las cosas, hasta las más dispa­res se unen, dijo Thomas Hardy: “El bien con el mal, la gene-rosidad con la justicia, la religión con la política”. Y un ejemplo de ello es la humanidad actual.

Como dicen dos conocidos autores de “Ciencia Ficción”, Pohl y Kornbluth, con el progreso de la publicidad la po­esía lírica ha perdido categoría y el hombre actual, obligado a “planificar” en lugar de “crear” se da cuenta de ello. Y busca nuevos derroteros y los halla en sus raíces, en todos los ante­cedentes válidos que han precedido su presencia en la Tierra. Pero al mirar hacia su pasado lo que hace el hom­bre en realidad es dirigirse hacia la na­turaleza, su naturaleza, la naturaleza de todos. Hacia la clave que creó la vida y hacia las claves que la vida creó para verse mantenida e impulsada.

Las raíces auténticas del hombre nacen siempre de la naturaleza. Por eso lo normal es que, cuando se en­cuentra defraudado y perdido, la bus­que. En cambio, cuando, de forma cons-ciente o inconsciente, va en con­tra de la naturaleza,  va también en contra de sí mismo. Lo cual puede ocurrir solo por ignorancia o incultura, o por avaricia, en una forma de medrar devorándose a sí mismo, o por insociabilidad, dentro ya del terreno de las so­ciopatías, donde huir de los otros es huir de uno mismo y destruir a los demás una forma de suicidio.

Estos estamentos negativos consti­tuyen una parte mínima de la humani­dad, aunque sus acciones puedan al­canzar gran importancia. La inmensa mayor parte de los seres humanos está vuelta hacia sus orígenes, hacia la única o incontrovertible forma de ser hombre, siempre la misma, desde el comienzo, para todos. Los escrúpulos hacia unos hipotéticos orígenes antro­poides van siendo aplacados por ha­llazgos que remontan la aparición del hombre en la tierra más y más atrás. Incomparablemente antes de que hi­ciera su aparición en este planeta cualquier especie de simios. No hay que tener ningún temor a enfrentarse a los orígenes; nuestras raíces están en  la naturaleza. Si contemplamos a aquel hombre de hace millones de años nos veremos a nosotros mismos. Los cam­bios que hayan podido darse son solo matices, como los que nos separan en razas. Las razas, que aparentemente establecen grupos diferen-ciados en la humanidad, no pasan de simples es­tructuraciones en la ordenación cromosómica, apenas apreciables. Lo único que cambia entre los hombres es su forma de pensar, voluntaria e inaliena­ble. Respetar este derecho es unirse por la comprensión, otra de nuestras posibles y más importantes raíces.

Lo cual es tan válido para el hombre con discapacidad como para todos los demás, ya que las raíces les son comunes. La unión entre los hombres es uno de los mejores caminos para conseguir el que hemos llamado “prodigioso don del equilibrio”. El seguir apartando del conjunto social a los discapacitados no es buscar posibles raíces en el pasado, sino pervivir en un error, que también los errores enraízan con facilidad y no siempre es fácil distinguir.

Atender y respetar las propias raíces no es volver atrás, retroceder a situaciones mejores, a épocas más halagüeñas. Pensar que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es padecer de melancolía, de insatisfacción, renunciar a la lucha que es vivir, cediendo a la entrega, antesala de la muerte. Es rechazar la aventura insustituible del futuro que nos aguarda. La humanidad actual se da, en gran medida, cuenta de todo ello. Resucitar la idea del “médico de familias” es humanismo, no vuelta al pasado. Cuanto haya de útil en ese pasado debe ser recogido y utilizado para construir los nuevos edificios de la vida futura. Ser hombre es pertenece a un tronco único, común. Y ese tronco no puede renegar de unas raíces que le transmiten, esen-cialmente, vida.

 

V-6 MINUSVALIA Y CULTURA.

El tema básico de este trabajo fue tratado en las Jornadas sobre Discapacidad y Bibliotecas, según se cita al comienzo del texto, y fue publicado, junto al resto de apor­taciones, por el Centro de Coordinación Bibliotecaria del Ministerio de Cultura, Madrid,1988. Esta es una versión ampliada y vió la luz en MINUSPORT, números 84 (Febrero) y 87 (Septiembre) de 1989.

 

MINUSVALIA Y CULTURA

La premisa de la igualdad de oportunidades para todos obliga, entre otras cosas, a proveer de un fácil acceso a la cultura a todos los seres humanos, tengan o no discapacidad. Las dificultades son mayores cuando ésta última existe. En Marzo de 1988 tuvieron lugar, en el Castillo de las Navas del Marqués, unas Jornadas sobre Bibliotecas y Discapacidad organizadas por el Centro de Coordinación Bibliotecaria del Ministerio de Cultura y la Se-cretaría Ejecutiva del Real Patronato de Prevención y de Atención a Personas con Mi-nusvalía, con la colaboración de FUNDESCO, INSERSO, Ministerio de Educación y Ciencia, ONCE y SIIS. El presente escrito se ha elaborado utilizando nuestra aportación a aquellas Jornadas, “Discapacidades en la movilidad y la percepción”, por entender que el contenido real del tema excede de los límites que entonces hubo que marcar.

Es indudable que el progreso de la humanidad está en razón directa con el grado de cultura conse­guido por las gentes de cada genera­ción en cada momento, en cada país, en cada raza, en cada sociedad. La cultura ofrece una base fundamental a la evolución del hombre. A las entida­des administradoras del bien común corresponde por tanto facilitar la ad­quisición de cultura, haciendo que ésta resulte accesible y utilizable. Nada mejor para ello que recogerla en esos grandes almacenes de secretos que son las Bibliotecas. Es rara la exis­tencia de buenas bibliotecas privadas realmente importantes. A lo sumo, al­gunos profesionales reúnen, en can-ti­dad y calidad, colecciones de volúme­nes de una determinada especializa­ción. Las Universi-dades, los Colegios Profesionales, las Fundaciones, los Archivos, los Museos, dependientes de entidades oficiales o privadas, cuentan con buenas bibliotecas, pero, en general, no suelen ser asequibles sino a un grupo limitado de personas y, además, suelen estar orientadas con preferencia hacia una rama determinada del saber humano. De aquí que la célula de ofreci-miento del saber más caracterizada, por polivalente y por asequible, sea la Biblioteca Pública. Especial mención merecen las Hemerotecas, entidades públicas de valor inapreciable, verda-deros almacenes de datos, que no sólo de papel.

Porque lo cierto es que al hombre se le forma en las aulas, pero los afa­nes que le van forjando se cumplen sobre todo en estos núcleos, depósitos de sabiduría, a los que tiene dere-cho a acceder. Con amor a la sabiduría y con libertad para conseguirla. Porque en cuanto surge una verdadera sofofilia, la apetencia ha de ser correspondida, por parte del saber, mediante su entre­ga a quien lo requiere. Todo esto con­duce a una bivalencia: la del hombre que se sirve del libro, la del libro que sirve al hombre. Hay que conseguir compaginar el afán de adquirir conoci­mientos con la posibilidad de que estos conocimientos existan y sean ad­quiridos. Sin este mutuo concierto el engranaje que hace avanzar al hom­bre en la vida quedaría obstruido. Ambos aspectos deben ser enfocados por separado.

A.- El hombre ante el libro.

En situaciones todavía frecuentes, acceder a los medios de cultura y lle­gar a utilizarlos puede resultar compro­metido para aquellas personas que están sometidas a limitaciones de su aptitud, a alteraciones de su capaci­dad. Estas personas, los minusválidos, están viviendo en la actualidad el naci­miento de una organización favorable cuyo conjunto de acciones se conoce bajo el nombre de “proceso rehabilita­dor”. En este proceso confluyen espe­cialistas de diversas ramas profesiona­les: Médico, psicólogo, pedagogo, so­ciólogo, legislador, arquitecto, entre otros, que integran sus esfuerzos en ese complejo mundo de la rehabilita­ción de discapacitados. Las acciones de todos ellos se imbrican o se suce­den, coinciden o se separan en el tiempo de actuación, pero siempre se orientan hacia la máxima armónica consecución de resultados. Unas veces la acción es directa y los esfuer­zos rehabilitadores se concentran en el individuo, otras indirecta y entonces buscan la mejor adecuación que sea posible del entor-no en que aquel ha de desenvolverse. De aquí la doble vía rehabilitadora, ya clásica. Por un lado in­tentar incrementar al máximo las apti­tudes de la persona, por el otro allanar las dificul-tades con que pueda encon­trarse en el desempeño de su activi­dad.

Todas estas acciones tienden a faci­litar y armonizar el engarce Individuo-Entorno. El médico rehabilitador, por ejemplo, busca mejorar los factores in­dividuales. El legislador intenta quitar barreras y facilitar accesos. Todos deben basarse en una comprensión suficiente de la persona con minusva­lía y de sus problemas. Vale la pena detenerse un momento en el análisis estructural de la persona en general. Ello permitirá un mejor enfoque de la persona con minusvalía en particular y una mejor comprensión de sus proble­mas frente a la adquisi-ción de cultura.

En toda persona existen una estruc­tura y una aptitud, las cuales se mani­fiestan al exterior en forma de diferen­tes actuaciones. La estructura y la apti­tud de cada individuo son determinan­tes de su capacidad para realizar actos, de modo que cuando una u otra han sufrido alguna alteración, los actos realizados podrán hallarse, en mayor o menor magnitud, lejos de la eficiencia, es decir, se encontrarán dentro de una situación de deficiencia. La capacidad de un ser humano de­pende, en primer lugar, de la integri­dad de su estructura personalística y en segundo término de la aptitud que esta estructura permite. Cuando un niño lanza piedras éstas llegarán más lejos y con mayor precisión si su mano y toda la extremidad que lanza mantie-nen una integridad anatómica y ésta se halla debidamente coordinada neurológicamente. La aptitud para lanzar se verá mermada si a la mano le falta algún dedo, tiene visión defectuosa, existe un componente de atetosis o, simple­mente, lleva un vendaje en la mano o en el codo o no quiere soltar unas bolas que lleva en la mano que lanza. Así pues es más apto aquel que posee unas estructuras y unas conexiones más correctas, pero también aquel otro que concreta su esfuerzo en lo que está haciendo e incluso el que llega a vencer sus propias limitacio­nes, dado que intervienen siempre un factor de ordenación de posibilidades y, sobre todo, otro evidente de volunta­riedad. El norteamericano Mordecai Brown era en los años 40 uno de los mejores lanzadores de baseball del país a pesar de que le faltaban dos dedos en la mano de lanzar. Los ciegos, en los deportes de invierno sobre todo, son buen ejemplo de capacidad, pese a fallarles la estructura fundamental de guía, la visual.

El mejor sistema para entender estos conceptos es utilizar los que so­lemos denominar “factores integrantes de la personalidad”, es decir, Captativo, ldeativo y Manifestativo o Ins-trumental. Cuanto hace el ser hu­mano en su vida es recoger estímulos, captarlos, comprender su significado, elaborar una respuesta y plasmar esta respuesta al exterior mediante accio­nes. En el área de lo Captativo se en­cuadran las funciones visual y auditi­va, en la de lo Ideativo la función men­tal y en la de lo Manifestativo, por últi­mo, las dos funciones que permiten que cada contenido personalístico pueda traducirse al exterior, es decir, la expresi­va y la motora. Los substratos somáti­cos o estructuras que soportan lo Captativo son los sistemas visual y auditi­vo; lo Ideativo o mental se basa en las neuronas de la corteza cerebral; finalmente, lo Manifestativo depende de los complejos instrumentos neurocine­siológicos que permiten los distintos modos de lenguaje y las diferentes for­mas de traslación en el espacio.

La lesión surgida en cada una de estas zonas o sistemas va a originar un detrimento somático que se mues­tra en forma de merma funcional cuan­do se traduce al exterior. Cual-quiera que sea el detrimento (pérdida de un ojo, lesión de un área cortical, ausencia de un segmento motórico), la persona que lo sufre ve alterada a la vez su propia capacidad de de-senvolvimiento. Presenta una discapacidad. La disca­pacidad (en inglés “disability”) es, por consiguiente, una alteración de la fun­cionalidad que a cada ser humano le debe corresponder por el simple hecho de haber nacido. Deriva de modo directo de la existencia de un detrimen-to (en inglés “impairment”), una alteración estructural, anatómica, aunque a veces, como sucede en al­gunas formas de oligofrenia, no llegue­mos a captar del todo su localización.

La afectación estructural o detri­mento determina, por otro lado, que surjan, de una forma u otra, determina­das modificaciones de la aptitud del sujeto. Este se convierte en una perso­na potencialmente mermada en sus posibilidades de actuar. Si se decide a cumplir un deter-minado cometido tendrá una desventaja para llevarlo a cabo, en comparación con otra per-sona que no ostente detrimento alguno. Esta desventaja (“handicap”) limita al hombre y reduce sus aptitudes. De aquí que hayamos elegido el término limita­ción para expresar este supuesto. Limitación, traducción recomendable de “handicap”, sería la alteración o merma de la aptitud de una persona con detrimento.

La concatenación detrimento-disca­pacidad-limitación posee una nueva e importante vertiente, situada en un ter­cer nivel de actuación. La actividad o capacidad de actuar que su aptitud le permite a cada persona con minusvalía, en función del detrimento establecido, de-berá orientarse, tarde o temprano, en más o en menos, hacia el cumplimiento de tareas con-cretas, ocupacionales, labo­rales. Es entonces cuando se muestra el grado de deficiencia del sujeto. Por su componente de actividad es la deficiencia una ca­racterística mucho más obje-tiva y fácil de valorar que el “handicap”, situación que pro­ponen como base de valoración de la minusvalia ingleses y franceses,  a pesar de ser tan claramente subjetiva.

Queda por aclarar un concepto im­portante y es el de minusvalía. La dis­capacidad, como también la deficien­cia, puede ser medida. Basta para ello con contar con un sistema que permita calibrar la personalidad del ser huma­no. Determinar el grado o intensidad de la discapacidad es importante por­que en España las personas que su­peran un 33% de pérdida alcanzan una condición legal, la de minusválido, hecho que permite recibir una serie de beneficios. Minusvalía es, por consi­guiente, la palabra correcta para ex­presar la discapacidad que ha alcan­zado un ropaje legal, que cumple con los requisitos necesarios para confor­mar una figura jurídica. Discapacidad es concepto genérico, minusvalía un grado de la misma señalado por una cifra de determinada magnitud.

Estos conceptos pueden ser recogi­dos en un esquema. El centro, el nú­cleo de todo, es la discapacidad, por­que sin función, aunque sea inespecí­fica, no hay, propiamente, vida. Los demás supuestos son circunstancias que la acompañan, niveles o peldaños de la misma escalera. La clave de toda la situación la da la existencia de una alteración en alguna de las face­tas integrantes de la personalidad, re­alidad que expresa así mismo perfec­tamente la palabra discapacidad. Una palabra que, he de reconocerlo, tiene para mi un gran valor afectivo, por ser quien la ideó, allá por los años sesen­ta. Parece lógico un examen previo de este supuesto antes de entrar en el verdadero ámbito de la conquista cultural

A.- Discapacidades.

Resumiendo lo antes dicho, los niveles de alteración son como sigue:

1.- Detrimento = Alteración estructu­ral.

2.- Limitación = Modificación negati­va de la aptitud.

3.- Discapacidad = Alteración de lo funcional, de la actividad, aunque aún no específica.

4.- Minusvalía = Discapacidad con un grado tal de pérdida de la posibili­dad funcional (33 %) que alcanza lo establecido en la nor­mativa legal.

5.- Deficiencia = Discapacidad apli­cada a actividades concretas, por ejemplo profesionales.

Todo esto aclara mucho la situación de la persona con discapacidad ante la necesidad de adquirir cultura. Recordemos los tres factores, Captativo, ldeativo y Manifestativo, que inte-gran la personalidad. La alteración surgida en cada uno de ellos da origen a los diferentes tipos de Discapacidad, Minusvalía o Deficiencia: Sensoriales, Mentales, Expresivas y Motó-ricas. Una clasificación mucho más lógica que la desvaída que habla de minusvalías físicas, psíquicas y sensoriales. Las discapacidades que afectan de modo especial a la movilidad y a la percep­ción, según fue indicado en las Jornadas de Las Navas del Marqués, son las auditi-vas, las visuales y las motóricas, pero, a poco que se piense en ello, se cae en la cuenta de que también influyen en las citadas otras aptitu­des, tales las mentales y expresivas, esenciales pa-ra comprender y hacerse comprender. De aquí que resulte indi­cado especificar las dificulta-des que se les plantean a los discapacitados de cada uno de los diferentes tipos para acceder al libro y a la cultura.

I.- Discapacidades sensoriales.

a).- Auditivas. El sordo se enfrenta únicamente con problemas de informa­ción verbal, lo cual permite soluciones fáciles mediante adecuadas indicacio­nes visuales. Poco mayores dificulta­des plantean los sordomudos, que poseen también un buen medio de entendimiento con el lenguaje escrito o incluso el gestual.

b).- Visuales, Las dificultades se extienden a casi todas las áreas, desde el acceso al edificio hasta la captación de los textos, pasando por la ordena­ción de los archivos, la información y el sistema de almacenado e impresión de textos. La técnica ofrece posibilidades cada vez más amplias que es preciso ir colocando al servicio de los deficientes visuales que quieran investigar, estu­diar o, simplemente, informarse.

c).- Tactiles. Aunque las minusvalías tactiles son, con mucho, las de menor importancia en el gran grupo de las sensoriales, nos referimos a ellas para resaltar una de las dificultades que se le pueden plantear al ciego, como es la de perder la lectura digital. El ciego con su sentido del tacto alterado o que no posea dominio de la lectura digital debe recibir la información requerida de alguna de las otras maneras con que hoy día se cuenta.

II.-Discapacidades mentales.

Afectan a los problemas de comprensión, de aptitud para codificar mensajes, de capacidad para transmitirlos. Ello hace necesaria, para compensarlo, la presencia de sistemas con­cretos, elementales, adecuados para estimular contenidos ideativos muy bajos. Son necesarios los libros senci­llos, las narraciones simples, quizá aún más que los cuentos para niños, las publi-caciones con ilustraciones suges­tivas. Todo ello servirá para atraer al deficiente mental a las bibliotecas, lo cual contribuirá en gran medida a ele­var su nivel evolutivo.

III.- Discapacidades expresivas.

Las dificultades en el área del len­guaje, hablado, escrito o mímico, exi­gen, acaso más que en otras formas de minusvalía, una suficiente formación del personal encargado de las Bibliotecas y los Archivos. No solo es capacidad de informar lo que se requiere. Es algo a lo que algún día se podrá llegar.

IV- Discapacidades motóricas.

Ofrecen la problemática más cono­cida, la que comienza con el acceso a los edificios y continúa con el paso de puertas, las evoluciones, el uso de pupitres, el manejo de ficheros, la obtención de los ejemplares e incluso la adecuación de los lavabos. Los casos más habituales, aquellos en los que hay que ofrecer franquicia en casi todos los aspectos, se refieren a per-sonas que manejan bastones o sillas de ruedas.

Está claro que todas las formas de discapacidad, especialmente cuando se ha alcanzado  el grado de minusvalía, conllevan una cierta dificultad para percibir y para moverse. Para adqui-rir una sabiduría, a la cual todos los hombres tienen derecho. Todos los pueblos, entre ellos el nuestro. Tan paradójico, dice Gil Albert, que es “pueblo de ignorantes que aspira a la verdad suprema”. Hay matices religiosos que están sin duda ligados a la sabiduría, para buscarla o para per­seguirla. Porque sabiduría es conocer el contenido de un evangelio cuyas palabras es-tán hechas de cultura, de búsqueda de la realidad dentro de una religión que une al hombre con el conocimiento y, como dice Gil Albert, la verdad suprema. Por eso las dificultades que afectan a los discapacitados por el hecho de tener alterada alguna de las facetas integrantes de su personalidad poseen un interés sociológico eviden­te. Si no se solucionaran de manera ade-cuada, si el acceso a la cultura no se llegara a cumplir, se podría producir una forma de incul-tura específica de las situaciones de discapacidad. La sabi­duría de la humanidad se ha trans-miti­do siempre de unos hombres a otros. Hombres capaces tanto de conocer como de comu-nicar y ello debe conti­nuar, con el mayor número posible de mensa­jes. Porque así se han con-servado desde muy antiguo, por vía oral o escrita, tradiciones que de otro modo se habrían perdido. Incluso deben per­vivir las corrientes de esoterismo, esas sabidurías ocultas, que deri-van del tronco común de las mitologías y las religiones. Hasta los escritos llamados apócrifos existen en función de un fondo de verdad, de una situación, un autor, una norma, una religión y pue­den llegar a convertirse en lo más ver­dadero si las circunstancias cambian. O son, al me-nos, estímulo, levadura que hace fermentar una masa de otro modo ázima. Si Avellaneda no hubiera publicado su Quijote apócrifo tal vez no se hubiera lanzado nunca Cervantes a es-cribir la Segunda Parte de la histo­ria de su inmortal hidalgo manchego.

Por otra parte, todo ello es patrimo­nio de la humanidad entera y nadie debe verse privado de acceder a su conocimiento. “Toma la sabiduría por compañera”, dijo Pitaco; porque “es la más estable de todas las posesiones”. Sócrates expresó que “solo hay un bien, que es la sabi-duría, y solo un mal, que es la ignorancia”. Y Aristóteles que “el saber, en las prosperidades sirve de adorno y en las adversidades de refugio”, un refugio que también le corresponde por dere­cho al discapacitado. Derecho a conocer, para poder aceptar o recha­zar, para poder cumplir la misión apa­sionante de sentir nacer la propia idea. No basta con leer lo que el autor dice. Lo importante es lo que el lector, al leerlo, piense.

B.- El libro ante el hombre.

El libro es el más perfecto compen­dio posible de sabiduría, una fuente constante de consejos, de opiniones, de razones y de deleite, en todo momento dispuestos. “Amigo ejem-plar”, le llamó Marañón. Libro amigo y a la vez amigo libro. Es, en si mismo, un estuche de signos, un compendio semiótico. La semiótica es ciencia de interpretación de los signos, en lingüísti­ca y también en clínica. Así, el lengua­je viene a ser como un síndrome, de la misma manera que la enfermedad se convierte en una forma de expresión. Hablar es, en gran parte, padecer y expresar a los demás el propio sufri­miento. El libro y el pensamiento se llegan a convertir, de esta forma, en un sufrir continuo, entreverado sin embar­go de alegrías. En ese sufrimiento agri­dulce que es vivir. Al libro le debe la humanidad (Marañón) “el noventa por ciento de sus progresos material y moral”. “No hay libro malo que no contenga algo bueno”, dijo Plinio y refrendó Cervantes.

El libro alcanza una nobleza que no tienen las normativas escritas, muchas veces convertidas en simples barreras de papel. Es difícil imaginar una humanidad sin libros. Cuesta mucho aceptar que puedan existir censuras, mutilaciones, índices expurgatorios y condenatorios; el castigo del fuego se asoma a la nada. La excelencia del libro está en la que Marañón llamó “su incapacidad para progresar”. “El libro nació perfecto, casi como nacen las obras directas de las manos de Dios” y no hay nada en la vida “que fuera mejor que lo que los libros han dicho ya”. Porque el libro es men­saje y apólogo, parábola y sentencia. Testamento. Aunque no esté escrito, como el que brinda la naturaleza o como el que Cristo nos dejó. Cristo nunca quiso escribir. Solo una vez lo hizo, sobre la arena, porque sabía que Su palabra quedaba encerrada en un libro mucho más perfecto:  El de Su ejemplo.

El libro es el único sistema posible para sujetar el tiempo. Desde el comienzo se ha pretendido conservar de alguna forma lo ya pasado. Lo con­quistado, lo padecido, lo anhelado por hombres cuya huella va a quedar úni­camente en unos párrafos, en unos signos. Que son intención y designio (designio, signo de Dios). Fueron pie­dras, pieles, papiros. Son, o serán, grabaciones, como en el libro leído, huellas encastradas en un ordenador, mensajes registra-dos mediante técnicas que aún no conocemos. Con la imprenta, el mensaje eterno consigue incorporarse, alcanzar una postura erecta. El hombre puede ver más lejos en el horizonte del saber Y se aficiona. Comienza a nece­sitar al libro, a los libros. Dijo Diógenes Laercio de Platón que mientras otros necesitaban dinero el solo precisaba libros. El libro, los libros. Para Séneca “es más importante tener buenos libros que tener muchos”. Seis doce­nas no más tenía, según Cervantes, el Caballero del Verde Gabán. En el fondo, en su Quijote, Cervantes no ata­caba a los caballeros ni a los libros de Caballería, sino a la sociedad que los olvidaba.

Un libro puede llegar a ser el espíri­tu de un hombre. Imaginemos lo que representaría para la Humanidad encontrar las obras de Sócrates, los libros perdidos de Aristóteles, algún escrito de Dante, de Cervantes, de Quevedo, de Shakespeare. Unos simples “papeles de Aspern”, de alguno de los hombres que han tenido, a lo largo de los siglos, algo que decir a los demás. La esen­cia del hombre, dijo Unamuno, está en su comunicabilidad. Que no es solo sentir la necesidad de expresar a otros nuestro contenido espiritual sino ser capaces de recibir y comprender lo que los demás nos comunican.

Por eso hemos considerado la Comunicabilidad como una de las cua­tro aptitudes de soporte de la persona­lidad (Aceptabilidad, Afectividad, Psicomotricidad y Comunicabilidad) con las que nacemos porque poseen huella genética. Las cuatro juegan en la vida de todos pero, sobre todo, en la de los discapacitados de todo tipo. No solo porque las cuatro Aptitudes de Soporte les van a permitir desplazarse, expresarse, integrarse en suma, sino porque la Voluntad que todo lo vence tiene su base en la Aceptabilidad, su núcleo en la Afectividad y la Comunicabilidad y su vértice en la Psicomotricidad. También la semiolo­gía y la etimología nos ayudan en esto. Comunicar, comunión, comunidad, provienen de la misma raíz latina. Y también comunicabilidad.

El libro, plasmación del pensamien­to, guardián de su perennidad, ofrece uno de los cauces más importantes y más ricos para que los hombres pue­dan comunicarse unos con otros, no importa la forma que adopte. Platón, Quevedo o Milton están mucho más cerca de nosotros que nuestros propios vecinos. Al libro hemos de acceder todos para leerlo y también, el que lo pretenda, para escribirlo. El dis­capacitado igual que los demás, por­que, ya lo sabemos, la discapacidad no impide crear obras maestras, ser, salvo en casos especiales, poeta, pin­tor, músico, escultor, arquitecto. Es bueno recordar entre muchos, a Homero, a Hellen Keller, a Borges. D. Francesillo de Zúñiga,  bufón de la corte de Carlos I escribió una “Crónica” y dejó un sabroso epistola­rio. Prescott, el gran hispanófilo, ambliope hasta el punto de no poder leer ni escribir, realizó su ingente labor de investigación utilizando la ayuda de diversas personas. Luis Pasteur conse­guía sus máximos descubrimientos después de convertirse en hemipléjico y Fernando Martín-Sánchez creó, entre otras cosas, una Editorial de gran envergadura desde su silla de ruedas de tetrapléjico. Poesía, hemos escrito otras veces, es decir algo importante y decirlo bien. Hay muchos ejemplos de buenos poetas, algunos citados antes, con algún tipo de discapacidad.

Todo esto enriquece las ideas de humanitarismo y de justicia social; de respeto a los derechos humanos y de conciencia de la necesidad de una buena administración en el seno de una sociedad moderna bien estructurada. Los responsables del bienestar social se deben plantear toda una problemática de acceso al libro, motivo fundamental para la reali­zación de las Jornadas sobre Discapacidad y Bibliotecas. Una vez conocidos los diferentes tipos posibles de discapacidad se está en condicio­nes de encontrar formas de resolver las dificultades.

Con la sola intención de completar el esquema vamos a ofrecer algunos matices prácticos relacionados con la accesibilidad a los libros y con la utili­zación de estos por parte de los disca­pacitados. Aunque la Medicina rehabi­litadora actúa mejorando en lo posible las condiciones individuales de las personas con discapacidad, a la vez posee un importante papel, al ser rama de la Medicina Social, en la atenuación de las dificultades que a aquellas tien­de a oponer el mundo en que se desenvuelven. Pero lo cierto es que, en el segundo de estos aspectos, es necesario el protagonismo de diversos profesionales extramédicos, así como la estrecha colaboración de todos los miembros en general del Equipo rehabilitador Aún más, es esta una tarea en la que se halla comprometida la sociedad entera. La aportación debe ser de todos. Solo así se conseguirá convertir en fácil lo difícil. Que el libro, la informa-ción, sean accesibles y puedan ser utilizados para la adquisición de cultura o para deleite por las personas con minusva­lía es una finalidad que requiere una compleja serie de atenciones por parte de la sociedad. Estas atenciones se pueden esquematizar del siguiente modo:

- Acceso al edificio. Acceso a las salas de lectura y a los archivos. Maniobrabilidad.

- Acceso a los libros y revistas. Colocación adecuada para un fácil alcance. Ordenación claramente com­prensible y solvente. Ficheros que per­mitan un manejo suficiente.

- Tipificación adecuada a cada forma de minusvalía de los caracteres o códigos de lectura lo cual atañe a la impresión, o grabación, o audición, o visualización, en sus diferentes modali­dades: Letra grande para ambliopes o deficientes mentales, sistemas táctiles de lectura, máquinas parlantes, etc., etc.

- Ordenación del material. Conviene distinguir dos supuestos: a) En la Biblioteca. Requiere contar con pupi­tres, mesas, asientos, espacios sufi­cientes, instalaciones adecuadas, con inclusión de las de fotocopiado u otro tipo de reproducción de originales. b) En el domicilio. Se ha introducido un factor adicional, como es el acarreo de los volúmenes, los videos, las graba­ciones, etc.

- Reproducción de originales. Cuando los sistemas disponibles no resultan accesibles a determinados minusválidos deberá contarse con per­sonas que se encarguen de ofrecer la colaboración adecuada.

- Manejo de manuscritos y docu­mentos. Los problemas son bastante similares a los que se plantean con las personas sin discapacidad. Las insta­laciones y las medidas de seguridad vienen a ser aproximadamente las mis­mas. Ladiscapacidad no está reñida con el afán investigador.

- Manejo de volúmenes especiales. Lo son por su tamaño, por su antigüe­dad, por su delicadeza de conserva­ción y manejo. Los problemas son así mismo similares a los que se plantean en el uso convencional: Reproduccio­nes, medidas de protección y seguri­dad, almacenaje, acceso, etc.

Una problemática final es la que se refiere al archivado y utilización de revistas, periódicos y publicaciones similares, ya sean científicas, cultura­les, recreativas o de cualquier otro tipo. Hay que poner especial atención a la problemática que se plantea en las hemerotecas, por la peculiar idio­sincrasia del material en ellas conte­nido. Aquí es imprescindible un buen sistema de reproducción.

El que el hombre discapacitado lle­gue a la cultura y la cultura alcance al hombre discapacitado depende de una tarea de múltiples factores que atañe a muchos profesionales. En las Jornadas que se celebraron en el cas­tillo de las Navas del Marqués se enfo­có el problema hacia el área importan­te de las Bibliotecas. Por el simple hecho de haberse emprendido un estudio del tema ha quedado automáti­camente introducido un factor social, que podría ser denominado “ocupa­cional” en el sentido más amplío del concepto. Los factores sociales consti­tuyen algunas de las claves fundamen­tales en todas las acciones rehabilita­doras, desde las médicas a las arqui­tectónicas, desde las psicológicas a las educacionales. Desde el balbuceo a la lectura. Esta presencia rica en matices, de un factor social, permite un nuevo enfoque del concepto “dis­capacidad”, enfoque que también podría aplicarse de algún modo al resto de los niveles. Con ello, el con­cepto adquiere una proyección que se refiere de modo directo a las posibili­dades de alcanzar una máxima actividad en el medio de desenvolvimiento. Los conceptos de discapacidad y defi­ciencia se aproximan, llegando casi a confundirse. Porque, bajo este enfo­que, discapacidad seria la situación personalística estable de una persona con detrimento ante el quehacer vital. Personalística. Persona. Con ello está dicho todo.

 

V-7 EL TEMBLOR DE LAS MANOS.

Un profesor de un Conservato­rio se oponía a que cierta alumna continuase sus estudios musi­cales porque poseía una discreta limitación en una mano. De este hecho nació el presente escrito, publicado en “La Caja de Música”, del Conservatorio Joaquín Turina, Vol II, num. 4, Noviembre 1995.

 

EL TEMBLOR DE LAS MANOS

No siempre hace falta que exista la total integridad somática para realizar con eficiencia una determinada tarea. La máxima de Juvenal “Mens sana in corpore sano”, mal interpretada en general, ha contribuido en gran medida a la exclusión social de las personas con discapa-cidad. Se puede superar un detrimento leve hasta conseguir convertir en eficiencia la defi-ciencia. Incluso detrimentos importantes pueden ser superados por el esfuerzo de la propia voluntad, llegándose a crear maravillosas obras arte estando ciego o dominando unas manos que tiemblan.

Tal vez no es demasiado sabido que hay muchos ciegos sordos trabajando en diversas industrias, que ha habido un piloto famoso, Douglas Bader que no tenía piernas y otro, repen-tinamente ciego mientras volaba, que pudo tomar tierra siguiendo las indicaciones que recibía por radio. Ni que Maria O´Reilly, sorda, ha sido bailarina de ballet, ni que Arnie Boldt llegó a saltar en altura 2,23 metros a pesar de no tener mas que una pierna. Quizá más conocida es Helen Keller, ciega, sorda y muda, que escribió libros y pronunció numero­sas conferencias, gracias a la ayuda que le brindó Ana Sullivan, ambliope.

Es curioso que, a veces, el afán de superación conduce por caminos insospechados. Schumann, que pretendía alcanzar el máximo como pianista, se dio cuenta de que el dedo medio de la mano, al tener más longitud, abarca­ba mejor las teclas y quiso esforzar al resto de los dedos bloqueando aquel con una tablilla de su invención. Llegó tan lejos en su entusiasmo que estuvo muy cerca de perder la función de la mano. Ello le obligó a abandonar su labor de intérprete musical y a iniciar el cometido de compositor, verdadera razón de su vida.

La mano es un instrumento incomparable. En nuestros estudios hemos comprobado que realiza la función de al menos 33 instrumentos diferentes. La capacidad más conocida es la de formar pinza, oponiendo el esfuerzo del primer dedo contra el del segundo, como cuando se coge un lápiz o un pincel, o bien consiguiendo que el primer dedo actúe apoyándose contra el resto de los dedos, como cuando se manejan el arco o las cuerdas de un violín. Pero no es necesario que los dedos estén completos. Basta con po­seer un segmento digital suficiente. Aún más. Se puede hacer buena presa sin poseer dedos. No hace mucho era bastante frecuente la acción quirúr­gica sobre la muñeca de ciegos con la mano amputada. La pinza, habitualmente llamada de Kruckenberg en atención al cirujano que la propuso, se obtenía dinamizando los extremos distales de los dos huesos del antebrazo, cúbito y radio. Estos dos extremos se oponían el uno al otro y entre am­bos era posible sujetar gran número de objetos. No solía emplearse esta intervención en los videntes, capaces de un mejor dominio espacial sin necesidad de orientarse por el tacto, lo cual convierte en más práctico el empleo de prótesis convencionales.

Pero ni siquiera es necesario poseer antebrazo. Un finlandés, con muñones de pocos centímetros colgando de cada uno de sus hombros debido a una malformación congénita, ha sido en varias ocasiones campeón y subcampeón del mundo de tenis de mesa en las competiciones de atletas minusválidos. Conviene recordar también que Ravel compuso, el único que sepamos, piezas de piano para una sola mano, a petición de un pianista al que le había sido amputada una de las suyas, la izquierda. No importa lo que falte, sino lo que se tiene, aunque sea tan solo ilusión, afán de superación.

En la conquista del dominio de las acciones motoras se suceden va­rias etapas o fases que componen una secuencia de menor a mayor perfec­ción.: Coordinación, Correlación, Capacitación, Destreza. Todas ellas pueden educarse. También la destreza, llegándose con ella a alcanzar una cota mayor o menor, de acuerdo con el propio esfuerzo, hasta lograr el virtuosismo. Que no siempre es necesario buscar. Ingres tocaba el violín para reposar su mente y es fama que lo mismo hacía Sherlock Holmes. Alguien que está esforzándose en aprender nunca sabe hasta donde va a llegar, pero lo adecuado es dejarle proseguir en su trabajo. Juzgar, llegado el momento, su realización, pero en forma alguna apartarlo porque presente un detrimento. No se apartó Goya, ni lo hicieron, con mayor mérito aún, Beethoven ni Pasteur, que realizó la mayor parte de su trabajo claramente limitado por una hemiplejia. Ni cedió Goetz de Berlichingen, que peleó a las órdenes del Emperador Carlos I, cuando perdió la mano derecha combatiendo; diseñó una mano de hierro e hizo que un herrero se la construyera, con lo cual pudo seguir manejando su espa­da y su lanza y guerreando. Era la época en que se compuso la primera Opera de la historia, el “Orfeo” de Monteverdi.

Es posible que algún estudiante de algún instrumento musical no llegue a superar la pericia de Paganini, Kreisler, Menuhin, Rubinstein, Clara Schumann, Iturbi, Alicia Larrocha, Wanda Landowska, Pablo Casals, Andrés Segovia o Narciso Yepes, entre otros muchos virtuosos que, por fortuna, son o han sido, pero si algún día se convierte también en virtuoso, será más por la fuerza de su espíritu que por la habilidad de sus manos. Dimicu, el verdadero autor del “Ora Stacatto”, era un mendigo que se ganaba la vida en las calles de Bucarest con su violín. Con su violín. Por eso pudo escucharle e inmortalizar su música Jascha Heifetz. 

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