LA PINTURA ARGENTINA EN EL PERÍODO 1810 - 1830

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Una primera época en el desarrollo artístico

Las actividades relacionadas con la pintura fueron muy escasas en los primeros veinte años del período patrio, porque no existía una tradición local, a diferencia de lo acontecido en otros países hispanoamericanos como México o el Perú. Es indudable que la suma de varios factores concurrentes permiten establecer en un medio social las condiciones requeridas para el desarrollo artístico. Además de las personas señaladas para cumplir con la difícil tarea de la creación plástica, se requiere una tradición en este aspecto del arte, como también los medios necesarios para el adiestramiento —escuelas, talleres, elementos materiales— y un público interesado en esas manifestaciones. Ninguno de estos elementos positivos se daban en nuestro medio en la época que nos ocupa. Con excepción de la pintura, el grabado y la literatura, las restantes actividades fueron casi nulas y conviene destacar que la escultura es de reciente data, pues en épocas de la Revolución de Mayo y de las guerras de la Independencia, el arte escultórico se reducía a la obra de imagineros y retableros religiosos que trabajaban para las congregaciones e iglesias.
La pintura surgió sin el aporte indígena y basada en una tradición europea, tanto desde el punto de vista técnico como de los factores expresivos.

"Desde los comienzos de su arte —escribió Julio Payró— las obras realizadas por los argentinos han podido diferir por el acento, el tema o la calidad de aquellas que se creaban en el Viejo Mundo, mas no se distinguen de éstas por lo que llamaremos "el lenguaje", o sea por las formas de expresión empleadas. Desde las técnicas (lápiz, pluma, miniaturas, temple, acuarela, óleo, aguafuerte, litografía, etc.) hasta el estilo, la factura, la composición y demás factores expresivos de un dibujo, un grabado o un cuadro, lo que se produjo en el siglo XIX en nuestro país tiene inconfundible raíz europea."

Esto no significa desconocer la influencia del medio geográfico y humano local, pues incluso los artistas extranjeros reflejaron con bastante acierto el ambiente criollo. En el primer cuarto de vida independiente, el arte pictórico de nuestro país ofrece ciertas particularidades propias de los artistas o aficionados extranjeros que nos visitaron. En general, se observa en los trabajos un propósito documental, un deseo de perpetuar gráficamente nuestros paisajes, costumbres o personajes característicos. Para aquellos europeos, todo lo que estuviera relacionado con nuestro medio despertaba la curiosidad de lo pintoresco.
En la época que nos ocupa, los pintores —todos extranjeros— fueron muy pocos, y sus obras, escasas. Deben mencionarse al francés Juan Felipe Goulu, al suizo José Guth y al inglés Emeric Essex Vidal. Estos artistas pintaron o dibujaron personajes de la época, o bien escenas y costumbres típicas. Practicaron un arte documental, orientado hacia un simple naturalismo.
En el campo del grabado pueden recordarse tres artistas nacidos en nuestro medio: el correntino Manuel Núñez de Ibarra, el porteño Gregorio Ibarra y el potosino Juan de Dios Rivera. Entre los extranjeros se destacaron el ginebrino César Hipólito Bacle y el francés Juan Bautista Douville.
Luego de cerrar sus puertas la escuela del Consulado propiciada por Belgrano, pasaron varios años antes que el religioso Paula Castañeda abriera en el convento de los Recoletos —fines de 1814— un nuevo establecimiento destinado a la enseñanza pública del dibujo. Más tarde, la escuela fue trasladada al edificio del Consulado y luego funcionó en el Colegio de Ciencias Morales para finalmente pasar a depender de la flamante Universidad de Buenos Aires.
En un medio precario e indiferente a las actividades artísticas como era el de Buenos Aires en el período que nos ocupa, sumado a la intranquilidad política, merece destacarse la primera exposición de cuadros famosos, inaugurada en marzo de 1829. La iniciativa correspondió a José Mauroner —francés o español—, extraño personaje que importó cuadros y organizó exposiciones dejando el recuerdo de un valioso aporte a nuestra formación estética.

 

Juan Felipe Goulu (1795-1855)

Nacido en Francia —probablemente hijo de un miniaturista parisiense—, se radicó un tiempo en el Brasil, donde fue profesor de los príncipes de Braganza. Hacia el año 1815 y por el temor de las fiebres malignas, pasó a Buenos Aires donde vivió por espacio de cuarenta años, hasta su muerte. Goulu se había especializado en la miniatura, pero también se destacó por sus retratos al óleo, de mayor tamaño. Alternó su labor artística con la enseñanza particular, aunque de una actividad comercial obtuvo su medio de vida; más tarde, pudo subsistir gracias a su hija, que daba lecciones de dibujo y música. Su maestría en la miniatura se observa en la que representa a la señorita Dominga Rivadavia —emparentada con el presidente—, la cual se destaca por la policromía de los tonos cálidos y la perfección en el dibujo. También la de Cirila Crespo —más tarde la madre del pintor Eduardo Sívori— cuyo rostro refleja las virtudes de esta joven inteligente y bondadosa.
Entre los óleos más conocidos pueden citarse el retrato de tamaño natural de la señora Carmen Zavaleta de Saavedra y la media figura del general Lucio Mansilla, que se conserva en el Museo Histórico Nacional. La última obra presenta la serena expresión del rostro del valeroso militar que defendió la Vuelta de Obligado.
Goulu fue buen representante de la escuela francesa, muy sobrio en el uso del color, y puede afirmarse que su paso por el Buenos Aires de aquella época marca un importante episodio dentro de nuestra cultura artística.

 

Emeric Essex Vidal (1791-1861)

Este marino y pintor costumbrista inglés visitó el Río de la Plata en dos ocasiones entre los años 1816 y 1829. En Buenos Aires le llamaron la atención la vida y costumbres de sus habitantes y observó con interés el aspecto de la ciudad como también el paisaje rural. Pintó a la acuarela buen número de motivos y escenas de gran valor documental en todo lo relativo al ambiente e indumentaria de la época. Sus obras representan el punto de partida de una iconografía de Buenos Aires prolijamente documentada.

"Con las pinturas de Vidal —escribe su biógrafo Alejo González Garaño— tenemos por vez primera un panorama casi completo de lo que era Buenos Aires alrededor de 1820, pues su autor reprodujo exactamente lo que sus ojos vieron; podrán discutirse artísticamente, pero jamás negar su alto valor documental."

Con ágil y certero pincel, Vidal observó el panorama de Buenos Aires desde distintos puntos de vista, y como bien ha dejado escrito este artista foráneo resultarán aceptables estos diseños, por ser hasta la fecha —1820— las primeras ilustraciones gráficas de esos lugares. Reprodujo fielmente El Fuerte "desde la cabecera del malecón en una tarde de verano"; parte del amplio edificio de la Aduana, los Carros aguateros que bajaban al río para proveerse del líquido, la iglesia de Santo Domingo y en primer plano varias porteñas saliendo del templo —de gran valor para apreciar la moda femenina de la época—, el Mendigo a caballo, una Vista general de Buenos Aires desde la Plaza de Toros, etcétera. También representó escenas características de nuestra campaña; dos vistas del actual San Isidro; Pulpería en el campo; La caza de ñandúes, etcétera.

En el año 1820, veinticuatro acuarelas de Vidal fueron publicadas en Londres —con lujosa encuadernación— bajo el título de Ilustraciones pintorescas de Buenos Aires y Montevideo ("Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Montevideo") acompañadas por comentarios y explicaciones del autor.

 

EL GRABADO

Manuel Pablo Núñez de Ibarra (1782-1862)

Es el primero de nacionalidad argentina y su obra —propia de un precursor— no fue muy destacada. Durante su larga vida alternó el oficio de platero y orfebre con el de grabador; también se ocupó de la enseñanza del dibujo, pues trabajó en la Escuela del padre Castañeda.
En 1818 el Cabildo de Buenos Aires le encomendó un grabado del general José de San Martín "con los atributos significativos de sus victorias" y de inmediato se dedicó a representar en una lámina de bronce la imagen del prócer montado en su caballo. Concluida la tarea, la plancha se utilizó para imprimir "en papel de marca mayor" varios ejemplares en negro y otros coloreados, que se ofrecieron en venta al público al precio de cuatro reales. Si bien el trabajo es de importancia dentro de la iconografía sanmartiniana, desde el punto de vista artístico no demuestra la pericia del grabador. La figura del prócer carece de expresión y sólo el caballo indica movimiento. También fue autor de tres retratos del general Manuel Belgrano —su amigo— y uno de Bernardino Rivadavia. Además de dos estampas, una con la imagen de Santa Rita y otra —de mejor calidad— que representa a San Telmo, el patrono de los navegantes.
Ibárra marchó a Corrientes —su provincia natal— donde se ocupó en la enseñanza del dibujo y de su labor de orfebre, como lo prueba la empuñadura de su sable, con motivos de platería, que el Congreso de aquella provincia obsequió al general José María Paz después de su triunfo en Caaguazú.
Puede afirmarse que con el trascurso del tiempo, su habilidad en el grabado disminuyó y así la imagen de la Virgen de Itatí —de pie, con los brazos unidos en oración— es de una ingenuidad singular y recuerda los primeros trabajos salidos de los talleres misioneros. Ibarra falleció en Buenos Aires, ciudad a la cual regresó después de la batalla de Caseros.

 

Juan de Dios Rivera (1760-1843)

Descendiente de incas —su madre estaba emparentada con Túpac Amaru—, nació en Potosí y durante algún tiempo trabajó en la Ceca (Casa de Moneda) que funcionó en esa ciudad. Fue un hábil grabador y nos ha dejado como muestra un pequeño retrato del rey Fernando VII, que representa al monarca español de perfil —bastante bien logrado— del cual se reprodujeron ejemplares en papel y sobre seda, que fueron distribuidos con motivo de la jura de ese soberano en Buenos Aires (agosto de 1808).
Su trabajo más destacado fue una reproducción efectuada en el año 1808, de un trofeo de plata, denominado Lámina de Oruro, que el cabildo de esa ciudad envió al de Buenos Aires en reconocimiento al triunfo obtenido por los habitantes de la última en las invasiones inglesas. La obra —muy correcta en su conjunto— fue empleada para ilustrar un folleto que hizo imprimir el cabildo.
Rivera grabó también varias medallas, el escudo del Consulado y el sello que utilizó la Asamblea del año 1813. Como de este último deriva nuestro escudo, puede afirmarse que el artista potosino fue el autor material, aunque nada indica que imaginara el tema del dibujo de dicho símbolo patrio.

 

LA ESCUELA DE DIBUJO DEL PADRE CASTAÑEDA

Belgrano estimuló la enseñanza del dibujo en el Río de la Plata y a su iniciativa se debe la creación de la escuela que funcionó en el edificio del Consulado.
En los primeros años del período revolucionario, la enseñanza artística resurgió debido a los esfuerzos del inquieto religioso fray Francisco de Paula Castañeda, guardián de los recoletos franciscanos.

Con espíriru mordaz y polémico, criticó la incultura de su época y sostuvo que de nada valían los triunfos de las armas si el pueblo permanecía cautivo de la ignorancia.
Consideraba que la "grafidia" (el dibujo) era "la madre y maestra de todas las artes" y que nadie debía ignorar sus conocimientos, "pues de lo contrario se expone a mil errores".

En el año 1802 habia cerrado sus puertas la Escuela de Dibujo del Consulado y desde ese momento el virreinato careció de un establecimiento destinado a la enseñanza de la mencionada disciplina. A fines de 1814, el padre Castañeda destinó dos aulas del convento de los recoletos franciscanos (situado al lado de la iglesia del Pilar) para escuela de dibujo. Se propuso —son sus palabras— "infundir en la masa del pueblo el hábito de las artes gráficas".
En aquella época, el lugar estaba apartado del centro de la ciudad, pero este inconveniente no impidió que unos dieciocho alumnos asistieran a las lecciones dictadas por un improvisado maestro, el platero madrileño Ibáñez de Alaba.

 

Su traslado al edificio del Consulado

Para permitir el ingreso de mayor número de jóvenes, el padre Castañeda solicitó al Cabildo y al Consulado un local más céntrico y entonces el último organismo le cedió un amplio salón, además de mesas, bancos y otros elementos necesarios.
El 10 de agosto de 1815 reabrió sus puertas la Escuela de Dibujo, ahora en el edificio del Consulado. Las autoridades no costearon los gastos y las clases fueron dictadas —en forma honoraria—por los maestros José Ledesma y Vicente Muñoz; como ayudante se desempeñó al platero correntino Manuel Núñez de Ibarra.

El padre Castañeda pronunció el discurso inaugural y entre otros conceptos afirmó: "No basta que los niños aprendan los rudimentos de la religión católica que por dicha nuestra profesamos, no basta que sepan leer, escribir y contar, pues todas estas habilidades pueden aprenderlas de día, preciso es también que la noche se emplee en la instrucción y enseñanza del dibujo o grafidia."

Debido a la falta de recursos económicos, fray Francisco dispuso publicar y vender el discurso inaugural, con lo que obtuvo algo más de quinientos pesos, que destinó al mantenimiento de la escuela.
En julio de 1817 fue designado director el "profesor de dibujo, pintura histórica y retratista al óleo" José Guth, que poco antes había arribado de Europa. La incorporación de este artista extranjero no significó un mayor progreso para el establecimiento. Sólo se destacó por haber organizado una exposición con trabajos de los alumnos, a la que asistieron el Director Supremo, funcionarios y público.
Amparado en la indiferencia oficial, la actividad de Guth fue escasa, lo que motivó su separación del cargo, en setiembre de 1819. El Consulado justificó la medida

por  las exigencias económicas del artista, *'su falta de aplicación, Constante desidia y poco esmero". Esta situación, sumada a los problemas políticos de aquella época, determinaron el cierre de la Escuela de Dibujo.

 

Reapertura en el Colegio de Ciencias Morales

A comienzos del año 1820, el padre Castañeda inició una violenta campaña desde uno de sus periódicos —"Despertador Teofilantrópico y Misticopolítico"— destinada a lograr la reapertura de la Escuela de Dibujo. La acción periodística logró sus propósitos, por cuanto el Consulado dispuso trasladar el establecimiento al Colegio de Ciencias Morales y llamar a concurso de oposición para ocupar el cargo de director. En octubre de 1820 fue designado el grabador francés José Rousseau, "sujeto de cualidades recomendables" según el periódico "La Gazeta".

La escuela dispuso de un salón amplio y bien iluminado. Dice al respecto el padre Castañeda: "Tres hermosas ventanas que le suministran la luz necesaria para los que quieran dibujar y para la noche están preparadas las arañas correspondientes. La sala está cubierta de cuadros que contienen entre cristales no sólo la multitud de láminas grabadas en Francia, sino también las que en estos tres meses han dibujado los candidatos y cedido generosamente para el adorno de la escuela."
En lugar de bancos, los alumnos dispusieron de setenta atriles y buena cantidad de material didáctico.

La actuación de Rousseau fue breve, como veremos seguidamente.

 

La Cátedra de Dibujo

Cuando se creó la Universidad de Buenos Aires —gobierno de Martín Rodríguez— la Escuela de Dibujo junto con la Academia de Matemáticas pasaron a depender en dicha casa de estudios, del Departamento de Ciencias Exactas.
Establecida la Cátedra de Dibujo, Rousseau fue desplazado de su cargo y en su lugar se nombró nuevamente a José Guth, que esta vez cumplió mejor actuación. Varias de sus iniciativas merecen recordarse, entre ellas la necesidad de formar profesores de dibujo y crear un Museo de Bellas Artes.

Guth sostuvo ante el presidente Rivadavia la necesidad de establecer dos ciclos (elemental y superior) a través de cuatro años de estudio, con el objeto de formar profesores de dibujo.
Por medio de un informe que elevó a la superioridad, se mostró partidario de abrir un museo de cuadros y estatuas; también bregó por el fomento de las vocaciones artísticas y propuso remplazar el tradicional método de la copia de grabados por modelos en vivo o en yeso.
Estas iniciativas no prosperaron debido en gran parte a la situación externa de nuestro país —en guerra contra el Brasil— y los problemas económicos derivados.

Entre sus numerosos discípulos se destacaron los futuros pintores Carlos Morel y Fernando García del Molino. Guth continuó enseñando hasta el año 1828, en que abandonó la cátedra por enfermedad.
Ocupó su puesto el profesor italiano Pablo Caccianiga, el que también proyectó —sin éxito—un plan destinado al fomento de las bellas artes. Junto con el arquitecto italiano Carlos Zucchi propició la creación de una " Escuela particular de artes aplicadas". En 1828, la "Gazeta Mercantil" anunció la apertura de dicho establecimiento, el cual —por la escasez de alumnos— fue incorporado a la Universidad y en esta forma surgió una nueva cátedra de dibujo.

El plan de estudios de la escuela era muy ambicioso para aquella época, pues figuraban la arquitectura civil y militar, la perspectiva, geometría, topografía, ornato y paisaje.

Disponía seguir el célebre "Tratado de los cinco órdenes de la arquitectura" de Barozio da Vignola, como también de otros destacados estudiosos (Vitrubio, Palladio, Serli).
Zucchi (1791-1858) había llegado a Buenos Aires en 1827 —italiano de nacimiento— y ocupó el cargo de Arquitecto del Gobierno. Fue autor de numerosos proyectos de obras públicas y privadas.
Hombre irritable, sostuvo incidentes con nuestras autoridades y entonces pasó a Montevideo, donde allí también se enemistó con funcionarios.

 

EL PRIMER INTRODUCTOR DE PINTURAS

La más antigua exposición de cuadros en Buenos Aires

En época de la dominación española habían llegado al Río de la Plata pinturas procedentes de Europa, pero esos trabajos —bastante escasos— tenían carácter religioso y eran de discreta calidad artística. En consecuencia, resultó toda una novedad la primera colección de cuadros europeos con obras de maestros del Renacimiento, que abrió sus puertas en Buenos Aires, el 8 de marzo de 1829. El episodio es de suma importancia cultural dentro del tema que nos ocupa, debido a lo precario del medio, con luchas políticas fratricidas y problemas externos.
Las pinturas —más de trescientas— eran propiedad de José Mauroner (probablemente nacido en Francia), quien salió de Europa en 1825 y debió detenerse, con su bella colección de cuadros, cerca de dos años en Montevideo, debido a la guerra que se libraba contra el Brasil. Se trasladó luego a Río de Janeiro y ya firmada la paz, llegó a Buenos Aires en noviembre de 1828. La exposición se inauguró en las salas del Colegio de Ciencias Morales, al lado de la iglesia de San Ignacio, en la llamada "Manzana de las Luces".
El periódico "La Gaceta Mercantil" anunció en esta forma la apertura de la exposición:
Don José Mauroner, dueño de una soberbia colección de cuadros para cuya reunión ha empleado treinta años de su vida, se propone presentarla al público el domingo próximo en las salas del Colegio de Ciencias Morales, a que le ha acordado el gobierno. Esta galería, la primera que se ve llegar a la América meridional, está abierta todos los días desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde. Los billetes de entrada se distribuyen en la librería de la calle de la Universidad N° 54, a peso cada uno. Estamos persuadidos que el público acudirá con ansia para admirar todos los primores reunidos en el citado local."

De acuerdo con lo anunciado las obras habían sido realizadas por maestros de la categoría de Rafael, Ticiano, Tintoretto, Velázquez, Murillo y otros. Los periódicos "El Tiempo" y el "British Packet" publicaron crónicas elogiosas sobre la muestra.
Un ejemplar del catálogo se conserva en la Biblioteca Nacional. En la tapa se anuncia "una rica colección de cuadros al óleo y antiguos" y en las primeras seis páginas Mauroner destaca la importancia que revisten las obras a exponer "para el progreso de los pueblos". En las siguientes pueden leerse el título, nombre del autor y el tamaño de la tela medida en pulgadas. Para mayor claridad, lo expuesto está clasificado por escuelas.
Hasta el momento se duda de la autenticidad de las pinturas traídas a Buenos Aires. "Lo prudente —afirma Francisco Palomar— sería pensar que pudo muy bien tratarse de réplicas ejecutadas por copistas excelentes, tal vez reproducciones llevadas a cabo en los propios talleres y por discípulos de aquellos eminentes maestros."

 

LA LITOGRAFIA

Se llama litografía al arte de dibujar o escribir con un lápiz graso y tinta especial sobre una piedra caliza preparada al efecto, con el propósito de reproducir ejemplares.

La litografía fue inventada en 1796 por Luis Senefelder, nacido en Praga. Se basó en la propiedad de la piedra litográfica de retener las grasas y al mismo tiempo de mantener la humedad, por medio de un procedimiento químico adecuado.
Senefelder utilizó un lápiz graso (compuesto de jabón, cera y negro de humo) para dibujar sobre la piedra litográfica y luego sometió el trabajo a un procedimiento químico. Después de entintarlo, extendió papel encima y lo presionó por medio de una prensa.
La litografia es una forma especial del grabado.
Las piedras que sirven como matriz son de origen calcáreo, a base de silicio, carbonato de calcio y óxido de hierro.

En su época, la litografía significó un notable progreso para las artes gráficas, por cuanto el procedimiento resultó más rápido y económico que el utilizado para imprimir con moldes de madera y metal.
En el año 1824, el gobierno de Buenos Aires contrató al tipógrafo inglés Juan Beech con el propósito de introducir en nuestro país los adelantos europeos en materia de impresión. Con el mencionado arribaron diversos elementos, entre ellos una máquina litográfica, todo lo cual permaneció sin utilizar, debido probablemente a que Beech ignoraba el oficio.
Los primeros impresos litográficos en nuestro medio se deben al francés Juan Bautista Douville, y más tarde se destacaron el ginebrino César Hipólito Bacle y el porteño Gregorio Ibarra. El lápiz y la piedra litográfica permitieron reproducir acontecimientos, retratos y costumbres urbanas y rurales. Por la rapidez de su ejecución, también fue un medio de propaganda política al permitir que muchas hojas impresas fueran conocidas en buena parte de nuestro territorio.

 

Juan Bautista Douville

Este litógrafo, naturalista y etnógrafo francés se estableció en el año 1826, con una librería en la calle La Piedad N" 95 (hoy Bartolomé Mitre). Según relata en sús memorias, encontró una prensa litográfica en el comercio de un amigo inglés y el hallazgo le sugirió la idea de publicar los rostros de figuras destacadas de la época.

Escribe Douville: "Yo no había nunca ejercido el arte de la litografia pero había visto trabajar obreros que a él se dedicaban. Dibujaba, además, bastante bien, y como poseía algunas nociones de química, esperaba llegar a fabricar los lápices que me fueran necesarios."

Se asoció con su compatriota, el buen dibujante Luis Lainé y reprodujo la efigie del almirante Guillermo Brown, con tanto éxito que hubo de lanzar una segunda tirada, que salió a la venta al público en marzo de 1827. A este retrato le siguieron los de los militares Carlos de Alvear, Lucio Mansilla y Antonio González Balcarce.
Por el año 1835, Douville se alejó de Buenos Aires y se ignora su actividad posterior.

 

César Hipólito Bacle (1794-1838)

Nació en Ginebra cuando esa ciudad pertenecía a Francia. Litógrafo, cartógrafo, naturalista y botánico, arribó a nuestro país en el año 1825.

Asociado con el dibujante Arturo Onslow abrió en 1828 —calle Victoria N° 148— un establecimiento litográfico denominado "Bacle y Cia.", taller que imprimió en forma de cuadernos los Principios del Dibujo, primera obra didáctica destinada a la enseñanza de la mencionada disciplina, publicada en Buenos Aires. A fines de 1829, el establecimiento adquirió rápido progreso, por cuanto el gobierno designó a la firma "Bacle y Cía." con el título de Impresores litográficos del Estado. El taller desarralla una activa labor durante diez años y en determinadas épocas contó con más de treinta obreros, tres prensas y ciento cincuenta piedras litográficas. Allí se publicaron retratos de personajes civiles y militares, las primeras caricaturas, proclamas, tarjetas, miniaturas, almanaques, programas ilustrados de teatros, músicas, letras de cambio, planos topográficos, etcétera. En su trabajo, Bacle contó con la gran colaboración de su esposa Paulina Macaire, del mencionado Onslow, de Hipólito Moulin, de Julio Daufresne y otros litógrafos.
En 1830 apareció la primera parte de Colección General de las marcas de ganado de la provincia de Buenos Aires y en 1833 publicó Trajes y costumbres de la provincia de Buenos

Aires —dos álbumes de 46 láminas— que contienen un valioso aporte documental relativo a la sociedad de aquella época.

También Bacle fundó varios periódicos, entre ellos el "Boletín de Comercio" (1830) y cinco años más tarde, el "Diario de Anuncios y Publicaciones de Buenos Aires" —primero en aparecer con ilustraciones— y luego el "Museo Americano", también con numerosos grabados.
Cuando se produjo la intervención francesa en el Río de la Plata, Rosas acusó a Bacle de entregar planos militares al extranjero y lo envió a presidio. El artista enfermó en la cárcel y falleció a poco de recuperar la libertad (4 de enero de 1838).

 

Gregorio Ibarra (1814-1883)

Abrió un comercio de litografía y librería que llamó Litografía Argentina. En el año 1837 fundó el "Boletín Musical", primer periódico que circuló en Buenos Aires dedicado a esa actividad artística. Allí reprodujo composiciones musicales de Pedro Esnaola, Juan Bautista Alberdi, Remigio Navarro y algunos otros. También retratos litográficos de autores, críticas literarias y artículos de diverso carácter.

En 1839, la Litografía Argentina publicó bajo la dirección de Ibarra los álbumes titulados Serie Grande y Serie Chica, trabajos que le dieron fama.
La denominada Serie Grande comprende dos vistas de la ciudad de Buenos Aires, tres reproducciones de edificios públicos (Fuerte, Cabildo y Recova Vieja) y ocho láminas costumbristas dibujadas por el artista Carlos Morel.
La Serie Chica consta de 24 láminas poco originales, por cuanto con excepción de dos de ellas, ya habían sido publicadas por Bacle en sus Trajes y costumbres de la provincia de Buenos Aires.
Adicto al gobierno de Rosas, el litógrafo fue en esa época segundo jefe del Batallón de Serenos. Luego de la batalla de Caseros, emigró a Montevideo y fundó en esa ciudad —año 1853— la "Librería Argentina".

 

LA PINTURA ENTRE LOS AÑOS 1830 Y 1852

Carácter del período

Al ocuparnos de la actividad pictórica de nuestro país en los primeros veinte años de vida independiente, dijimos que los artistas —todos extranjeros— fueron muy pocos y sus obras escasas.
En el período comprendido entre 1830 y 1852, los trabajos aumentan en cantidad y mejoran en calidad. Nuevos artistas extranjeros con técnicas europeas arriban a nuestro país, entre ellos Carlos Enrique Pellegrini, Augusto Monvoisin, Lorenzo Fiorini, Mauricio Rugendas, Amadeo Gras y Adolfo D'Hastrel. Entre los primeros pintores argentinos figuran Carlos Morel, García del Molino, Benjamín Rawson y Prilidiano Pueyrredón.
No obstante los diferentes temperamentos y los diversos orígenes, técnicas y méritos, estos artistas pintaron, dibujaron o grabaron personajes de la época, tipos autóctonos, escenas y costumbres. Envuelven sus obras una singular semejanza y un sentido de equilibrio que siempre caracterizó a nuestra pintura. Han sido llamados "los precursores". Un elemento característico de este período es el predominio del retrato destinado a evocar la imagen de variados personajes de la época. Su empleo declinó en las últimas décadas del siglo debido a la aparición del daguerrotipo o antecesor de la máquina fotográfica. Aunque algunos dejaron los pinceles para trabajar con el nuevo invento, con todo, la pintura de retrato continuó, pero con menos intensidad que en los primeros tiempos.

El retrato fue un género lucrativo, por cuanto sus modelos pertenecían a la clase adinerada que pagaba bien a los artistas.
Por su parte, el pintor de costumbres —en búsqueda de inspiración— se aproximó a las clases humildes para reproducir los típicos personajes de la ciudad y del campo, el paisaje urbano y rural.

Otro carácter del período que nos ocupa se encuentra en la escasa pintura de inspiración religiosa. Con excepción de algunas obras, los resultados en este aspecto son muy modestos.
En esta etapa, el movimiento artístico se nucleó en torno a la ciudad de Buenos Aires, la cual acaparó las más importantes manifestaciones estéticas para irradiar —en movimiento inverso a lo ocurrido en tiempos del período hispánico— su influencia hacia el interior.

 

LOS PINTORES EXTRANJEROS

Se citan a continuación algunos destacados pintores extranjeros que actuaron en nuestro medio en la época que nos ocupa. En su mayoría, estos artistas fueron ignorados por sus países de origen; en consecuencia, aunque nacidos en el exterior, podemos considerarlos incorporados a todo lo nuestro. A través de las obras de estos pintores foráneos, que hoy se conservan en galerías y museos, tenemos una imagen viviente de próceres, intelectuales y políticos, como también de paisajes y elementos populares argentinos.

 

Carlos Enrique Pellegrini (1800-1875)

Este ingeniero, arquitecto, retratista y litógrafo francés nació en Chambery (Saboya). Estudió dibujo en la Escuela Politécnica de París y más tarde se graduó de ingeniero hidráulico. En la última ciudad fue contratado —a pedido de Rivadavia— para dirigir en nuestro medio varias obras públicas.
Arribó a Buenos Aires en noviembre de 1828 y el entonces gobernador Dorrego le encargó los planos de un muelle de desembarco, proyecto que no pudo llevarse a la práctica por la situación política y económica imperante en el país, agravada por la guerra contra el Brasil. A partir de 1829 y en los ratos de ocio de su forzosa inactividad, Pellegrini comenzó a aplicar su gran talento de dibujante y de pintor aficionado. En verdad realizó una obra que superó sus intenciones.

En principio le atrajo el aspecto de la ciudad en que fijaría su residencia hasta su muerte. Pintó a la acuarela los edificios que rodeaban la Plaza de la Victoria: el Cabildo, la Catedral, la Recova Vieja y los Altos de Escalada. También le interesaron los interiores de las iglesias o las fachadas, como la de San Francisco. Incluyó en sus obras los elegantes salones porteños, las escenas de costumbres y los motivos campestres.
En 1830 y por causa de dificultades económicas, abrió un taller de pintor retratista. Observador minucioso y gran fisonomista, adquirió rápido prestigio y fue considerado el artista de moda de una distinguida clientela.
Escribió Pellegrini en una carta: "Tardo dos horas en realizar un retrato, gano de cien a doscientos pesos diarios y entre los seis mil franceses aquí residentes, soy el más apreciado y el que frecuenta más asiduamente la alta clase."
En un año de trabajo pintó doscientos retratos, por los que cobró unos diecisiete mil pesos. Continuó con esta labor, casi ininterrumpidamente, hasta 1 837.

Los retratos —más de quinientos— no constituyen una serie repetida, sino que cada uno de ellos tiene características propias. Realizados en su mayoria a lápiz, el autor completó el dibujo de las ropas con tintas trasparentes.

Estas obras deben considerarse una valiosa biografía iconográfica de la época, que adquiere mayor valor por su gran contenido artístico. Entre los numerosos trabajos podemos citar los cuadros que reproducen a Juan Manuel Fernández de Agüero, donde se aprecian la sonrisa irónica del personaje y sus ojos vivaces; a la suave belleza de la señora Pilar Spano de Guido —madre del poeta Carlos Guido— y al canónigo Saturnino Segurola. Pellegrini también ensayó la miniatura, la pintura al pastel y al óleo. En esta última forma, los trabajos son discretos, como el retrato del gobernador santafesino Estanislao López.

Discípulo de Bacle, abrió un taller que llamó Litografía de Artes, donde publicó gran número de estampas, entre ellas la titulada Minuet en casa de Escalada. Veinte trabajos salidos del taller litográfico fueron incluidos en un álbum sobre costumbres gauchescas denominado Recuerdos del Río de la Plata (1841).
En el año 1837, Pellegrini abandonó su actividad artística y compró una estancia en Cañuelas, donde se dedicó a las tareas del campo. Después de la batalla de Caseros, regresó a Buenos Aires y en 1853 fundó la "Revista del Plata" sobre temas agropecuarios.

En 1840 contrajo matrimonio con María Bevans; un hijo de ambos fue más tarde presidente de la República.
El ingeniero artista proyectó obras públicas, puertos, ferrocarriles, mataderos y saladeros. Fue miembro del Consejo de Instrucción Pública y propuso la creación de las facultades de Ingeniería (1855) y de Ciencias Económicas (1858).
Como arquitecto, su obra principal fue la construcción del antiguo Teatro Colón.
Pellegrini falleció en Buenos Aires, el 12 de octubre de 1875.

 

Augusto Quinsac Monvoisin (1790-1870)

Fue uno de los más destacados pintores que llegaron a nuestro país en el siglo XIX. Nació en Burdeos y desde muy niño mostró inclinación por el dibujo. Estudió en su ciudad natal y luego se trasladó a París, en cuya Escuela de Bellas Artes ingresó en 1816. Más tarde se incorporó al taller de Guérin y allí fue condiscípulo del célebre Delacroix. En 1821 se trasladó a Roma para perfeccionarse en su arte y en esa ciudad se casó con la pintora Domenica Festa. De regreso en Francia expuso sus obras en el Salón de París, donde obtuvo varios premios.

A pesar de que era muy reconocido en los medios artísticos europeos, aceptó una invitación del gobierno de Chile y se embarcó para América del Sur. Llegó de paso a Buenos Aires en setiembre de 1842. Sólo permaneció tres meses en nuestro medio; a pesar de esto trabajó intensamente y varias de sus telas pueden calificarse de magníficas por el dibujo y colorido.
Una de las mejores obras, inspirada en nuestro ambiente, es la Porteña en la iglesia, que representa a una joven arrodillada sobre una alfombra —los templos de aquella época carecían de bancos confortables— y tras de ella, un negrito sirviente vestido de frac.
De calidad artística es la titulada Gaucho Federal, en que éste aparece desmontado frente a su caballo. El cuadro une el acierto de la descripción del personaje a una depurada técnica. Otro trabajo, el Soldado de Rosas—sentado en el suelo, apoyado sobre una destruida pared de ladrillos —se destaca por la perfección del dibujo. Además pintó al Restaurador con la indumentaria del paisano, un poncho de abrigo.
Monvoisin se ausentó de improviso para Chile en noviembre de 1842 y en el vecino país residió varios años. Regresó por último a Francia, donde falleció en Boulogne-sur-Seine.

 

Juan Mauricio Rugendas (1802-1858)

Nació en Augsburgo, hijo de una familia de artistas. Inició sus estudios con su padre, que era director de la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal, y luego se perfeccionó en la Academia de Munich. En el año 1821 y en calidad de dibujante se dirigió al Brasil con la expedición científica del Barón Jorge Langdorf. Realizó numerosos apuntes, óleos y acuarelas en los cuales reflejó también escenas y costumbres. Más tarde publicó en París una obra con cien láminas litografiadas referentes a ese viaje.
Después de trabajar en Italia, Francia y Alemania regresó por segunda vez a América, donde recorrió Méjico, Perú, Bolivia y Chile. En Buenos Aires pintó algunos retratos y cuadros de costumbres. Admirador de Esteban Echeverría, se afirma que le inspiraron temas pampeanos las descripciones del mencionado poeta.
Entre las obras sobre motivos argentinos que llevó a cabo este pintor alemán, cabe mencionar Desembarco de pasajeros frente a Buenos Aires (1845). Allí reproduce con exactitud el penoso trasbordo de viajeros y mercancías en una carreta de ruedas altas, desde el fondeadero exterior —en pleno río— hasta la ribera de la ciudad.

 

Domingo Faustino Sarmiento, que llamó a Rugendas "viejo amigo", escribió lo siguiente sobre el pintor alemán: "Su grande obra sobre el Brasil le ha dado un nombre en Europa, pero ni en Europa ni en América se apreciará por largo tiempo todavía su exquisito talento de observación, la nimia exactitud de sus cuadros de costumbres. Rugendas es un historiador más bien que un paisajista ... Humboldt con la pluma y Rugendas con el lápiz son los dos europeos que más a lo vivo han descriptu la América.''

Luego de diez meses de actividad en Buenos Aires, el artista viajó a Montevideo y Río de Janeiro; de regreso en Europa se radicó en Munich. Realizó varios trabajos por encargo de Luis I, el rey de Prusia, referentes a la América del Sur, pero la muerte de Rugendas, ocurrida en Weilheim —fines de mayo de 1858—, interrumpió esta labor.

 

Lorenzo Fiorini (¿1800?-1855)

No es muy conocida la biografía de este pintor nacido en Italia hacia el año 1800. Se sabe que estudió en su patria y que llegó a Buenos Aires en 1829, donde se vinculó con la sociedad porteña. Fue excelente retratista y también se dedicó a la enseñanza de su arte, por lo cual dejó algunos discípulos.
En sus cuadros se propuso expresar la índole psicológica del modelo, sin detenerse en detalles accesorios. Entre sus numerosos trabajos al óleo —varios se han perdido— podemos citar el de la señora Dolores Posadas de Meyer y su hijo, de magnífica expresión en ambos semblantes; también el del doctor Mariano Somellera, cuadro que destaca el rostro meditativo del religioso sobre el hábito negro.
En 1854, Fiorini dejó los pinceles para dedicarse a las tareas del campo, en su propiedad de Santos Lugares. Allí pereció asesinado en 1855.

 

Amadeo Gras (1805-1871)

Nacido en Amiens (Francia) llegó a nuestro país en 1832, cuando contaba veintisiete años. Junto con su compatriota Carlos Pellegrini fue un propulsor de las artes plásticas y dispuso instalar una Escuela de Bellas Artes, para lo cual mandó buscar a Francia diversos elementos necesarios, como telas y pinturas. Sin embargo, el proyecto tan meritorio, no se llevó a cabo debido a la delicada situación política imperante.
Después de efectuar varios retratos en Buenos Aires, Gras viajó hacia el interior —Santa Fe, Tucumán, Salta, Jujuy— como también por el Uruguay, Chile y Perú. Fue una verdadera gira artística por cuanto prosiguió con su labor y pintó a varias figuras importantes de la época. Sus obras se destacan no sólo por la naturalidad sino también por la intención de penetrar en el matiz psicológico del personaje. Uno de sus retratos, el de don Facundo Zuviría y sus hijos, es de muy buena calidad artística, por la composición y los efectos del claroscuro. También había sido destacado músico, pues actuó como primer violonchelista de la Ópera de París. Este artista falleció en la mayor pobreza en Gualeguay, Entre Ríos.

 

Adolfo D'Hastrel de Rivedoux (1805-1875)

Nacio en Alsacia, hijo de un general del ejército napoleónico. Se incorporó a la marina francesa y con el grado de oficial actuó en aguas argentinas —en el asedio francoinglés contra Rosas— entre los años 1839 y 1845. Dibujante y pintor aficionado, se dedicó a tomar apuntes de los distintos países visitados en cerca de cuarenta años de viajes. El almirante Leblanc, jefe de la escuadra francesa bloqueadora, lo designó comandante de la isla Martín García, cuyo paisaje reprodujo en varias acuarelas, algunas de ellas actualmente en el Museo de Luján.
Luego de regresar a su patria, publicó en 1845 el Album de la Plata, que contiene doce acuarelas litografiadas —muy precisas—, seis de ellas referidas especialmente al Río de la Plata y una a Buenos Aires, cuyo aspecto en el año 1839 reproduce desde la rada exterior. Esta última obra es de gran valor iconográfico, pues se aprecia el aspecto de la ciudad a la distancia. También dio a conocer en otro álbum titulado Galerie Royale du Costume, once láminas con tipos característicos de nuestro país en aquella época, aunque por el tiempo trascurrido debió de guiarse por su imaginación. Pueden citarse las denominadas Estanciero y Porteña, o Dama de la República Argentina.
D'Hastrel murió en Francia en el año 1875.

 

LA PRIMERA GENERACIÓN DE PINTORES ARGENTINOS

Carlos Morel (1813-1894)

Fue el primer pintor argentino nativo que forjó su cultura en nuestro medio. El artista nació en Quilmes —de padres españoles— y cursó estudio de dibujos en la Universidad de Buenos Aires, como discípulo de José Guth y de Pablo Caccianiga. Egresó a los dieciocho años y en 1835 comenzó su actividad al pintar miniaturas asociado con su condiscípulo García del Molino. La labor de Morel sólo se prolongó hasta el año 1844. Hizo litografías, retratos, cuadros costumbristas y escenas de guerra. Sensible e imaginativo y con buen sentido de la composición puso su arte de vivo y espontáneo colorido al servicio de los temas vernáculos. Trabajó el óleo, la litografía, la acuarela y la miniatura. Entregó al editor y litógrafo Gregorio Ibarra ocho estampas con motivos indígenas y gauchescos, que fueron incluidos en la llamada " Serie Grande de Ibarra" (1841). Uno de los mejor realizados se titula La Media Caña.
De regreso de un viaje al Brasil, Morel editó en la "Litografia de las Artes" un álbum también con ocho litografías titulado Usos y costumbres del Río de la Plata. Describió las más variadas escenas campestres, la indumentaria, los bailes, las tropas de carretas, etcétera. Sus retratos litografiados revelan gran maestría, como puede observarse en el que reproduce la efigie del doctor Vicente López y Planes. Fue un hábil miniaturista y en este género cabe mencionar el retrato de Juan Manuel de Rosas y su señora, doña Encarnación Ezcurra.
Los cuadros al óleo se destacan por los grandes efectos y la coloración espontánea. Cabe citar los titulados: Carga de caballería del ejército federal y Combate de caballería en la época de Rosas.
A partir del año 1845, la labor de Morel declinó paulatinamente, afectado por una incurable demencia que sólo le permitió —en los momentos lúcidos— llevar al lienzo algunos motivos bélicos y temas religiosos.
Murió en Quilmes, en setiembre de 1894.

Se afirma que el desequilibrio mental de Morel fue consecuencia de un trágico episodio, por cuanto presenció el degüello de su cuñado Julián Dupuy, víctima de La Mazorca. Poco después, el artista debía correr la misma suerte, pero la sentencia no se llevó a cabo. La angustia de estos sucesos sería la causa de la enfermedad que debilitó la fuerza expresiva de su paleta.
Otros estudiosos niegan esos motivos como causas del trastorno mental de Morel, por cuanto sostienen que no asistió a la ejecución de su pariente ni fue condenado a muerte por los hombres de Rosas.

 

Fernando García del Molino (1813-1899)

Nació en Chile de padres españoles, pero a los seis años se trasladó a Buenos Aires y siempre se declaró argentino. Desde un comienzo mostró inclinación por el dibujo y estudió en la Universidad, en la modesta cátedra dictada por Pablo Caccianiga. Hacia el año 1830 fue discípulo de Goulu.
Se dedicó al retrato de caballete y también a la miniatura. En sus obras trató de reproducir el carácter de los modelos, sin importarle destacar sus fealdades o la rudeza de las expresiones. Manejó con habilidad el color, la forma y la armonía en la distribución de los planos. Logró la confianza de Rosas y fue uno de sus huéspedes habituales en la casa de Palermo. Lo reprodujo con su uniforme de comandante, también en la edad madura y finalmente ya anciano, cuando Rosas se encontraba proscrito en Southamptonll. Estos trabajos son los mejores de su producción .
García del Molino también pintó al óleo a otros personajes federales importantes de la época, hombres y mujeres, como el caudillo Facundo Quiroga, "de feroz hermosura", el general Félix Aldao —expresivo estudio al lápiz— y la señora Encarnación Ezcurra (esposa del Restaurador) que aparece de perfil, con el rostro arrogante y la cabellera ceñida por un moderado peinetón y un moño rojo.
Después de la batalla de Caseros poco sabemos con respecto a la vida de este artista, llamado el pintor de la Federación por cuanto ninguno ha igualado su abundante iconografía relativa al Restaurador.

 

Benjamín Franklin Rawson (1819-1871)

Nació en San Juan, hijo de un médico norteamericano. En su ciudad natal aprendió las primeras nociones de dibujo y pintura, impartidas por el francés Amadeo Gras. Luego se trasladó a Buenos Aires donde fue discípulo de García del Molino. Regresó a San Juan y, debido a su participación en la política, se vio obligado a emigrar a Chile, donde habitó en la misma casa de la familia Sarmiento. Algunos afirman que en el vecino país recibió enseñanzas de Monvoisin.
Desde el punto de vista histórico, su mejor obra es el Asesinato de Maza, donde reproduce el dramático instante en que uno de los criminales se dispone a hundir su puñal en el pecho del anciano magistrado. El trabajo fue pintado hacia el año 1860.
Uno de los cuadros más conocidos se titula Salvamento operado en la cordillera por el joven Sarmiento, donde por amistad ubicó al prócer en un episodio heroico en que no participó.

El artista evoca a los unitarios sobrevivientes de la batalla de Rodeo del Medio, que fueron sorprendidos en la cordillera por una tormenta de nieve. Recibieron socorro desde Chile y es allí donde situó a Sarmiento repartiendo pan a los vencidos por las armas y los elementos naturales.

Inspirado en la guerra contra el Paraguay, Rawson llevó al lienzo El regreso de la Guardia Nacional. Entre sus pocos temas religiosos merece citarse la gran tela denominada la Inmaculada Concepción. Uno de sus buenos trabajos es el óleo que reproduce el rostro de su hermano, el doctor Guillermo Rawson.
El artista se radicó en Buenos Aires en 1856 y desde ese momento declinó su importancia. Falleció víctima de la fiebre amarilla.

 

Prilidiano Paz Pueyrredón (1823-1870)

Nació en Buenos Aires, hijo del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Tenía doce años cuando fue llevado por su familia a Francia, donde cursó estudios en París y se graduó de ingeniero. Desde un comienzo mostró afición por la pintura, aunque poco se sabe con respecto a sus maestros en el arte. Se supone con fundamento que encauzó su vocación en las visitas a las numerosas pinacotecas europeas y que en su formación artística influyeron algunos maestros españoles —de la escuela goyesca—, como José Madrazo.
Cuando en 1850 regresó a Buenos Aires, ya dominaba los pinceles y entonces llevó al lienzo el retrato de Manuelita Rosas de Terrero, magnífico óleo que ha merecido los más elogiosos juicios de la crítica.

El cuadro es de un colorido pleno y agradable. El artista representó a Manuelita de pie, vestida con un lujoso traje de fiesta de terciopelo rojo, la cabeza ligeramente inclinada y con su mano derecha que apenas se apoya sobre una mesa.
El rostro melancólico pero bondadoso contrasta con los acentuados timbres del conjunto. La obra ha sido calificada como una sinfonía en rojo.

De holgada posición económica, Pueyrredón pudo dedicarse a la pintura —especialmente al retrato— en su quinta de San Isidro. De temperamento realista, reprodujo a sus figuras con veracidad, siguiendo en esto a la escuela clásica. Sus mejores obras las realizó con modelos del natural y es allí donde demostró sus grandes condiciones artísticas, pues no era un imaginativo. No alcanzan igual importancia los retratos que trabajó por encargo, con ayuda de un daguerrotipo, sin la presencia del modelo, en el caso, por ejemplo,de un difunto.
Los retratos al óleo son notables —su obra principal se ubica entre los años 1859 y 1866—y llevó al lienzo a destacadas figuras de la sociedad porteña. Además del ya mencionado de Manuelita, cabe citar el de Juan Martín de Pueyrredón, su padre, obra maestra que reprodujo el rostro ya anciano y enfermo del prócer y el de Cecilia Robles de Peralta Ramos y su hijo, óleo de gran valor artístico.
Basado en la realidad y con influencia romántica, Pueyrredón también interpretó con maestría en el dibujo y vigorosa expresión las costumbres campestres y el ambiente rural, sin olvidar los temas urbanos y típicos, religiosos e históricos. Pueden mencionarse: Un domíngo en los suburbios de San Isidro; Lavanderas en el bajo de Belgrano; Un alto en el campo; Recorriendo la estancia; Un patio porteño en 1850.
Al margen de su actividad pictórica, Pueyrredón ejerció su profesión de ingeniero y arquitecto. En este aspecto, fue llamado por las autoridades para asesorar y dirigir varias obras públicas que se realizaban en Buenos Aires, entre ellas, la remodelación de la Pirámide de Mayo, la terminación de las obras de la Catedral, los planos del puente de Barracas, el diseño de los parques de la estancia Pereyra Iraola, proyectó la casa de Miguel de Azcuénaga, en Olivos, hoy residencia presidencial, etc.
Pueyrredón falleció en Buenos Aires, en noviembre de 1870, a la edad de cuarenta y siete años.

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