¿DEMOCRACIA O DEMOCRACIA MORBOSA?

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Análisis  sobre  la génesis  del totalitarismo y su proyección actual bajo la forma de una dictadura netocrática.

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Alejandro de Haro Honrubia
Universidad de Castilla La Mancha

 

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Hace poco tiempo que tuvimos que elegir a nuestros representantes políticos locales, provinciales y autonómicos. Una de las pocas situaciones y momentos donde verdaderamente se puede decir que hace acto de presencia esa efímera realidad que denominamos democracia. Ahora bien, no sé hasta qué punto nos hemos preguntado alguna vez si cabe la posibilidad de que una forma de gobierno democrática a todas luces se haga realidad, o lo que es lo mismo: ¿es posible la democracia?. La pregunta puede generar todo tipo de opiniones de la más diversa índole, si bien es cierto que también supone de por sí que la democracia nunca ha existido, sino que se constituye en un ideal normativo o prescriptivo –en el sentido en que lo plantea la Filosofía Política–, por el que debemos luchar y trabajar. Pero voy más lejos, en la medida en que comparto la convicción de Rousseau de que una verdadera democracia jamás ha existido ni existirá. Hoy día existen muchas cosas que hacen imposible que se de una auténtica democracia, tal y como más adelante procuraré mostrar.

El que se diera una democracia también sería una situación un poco “injusta” si nos atenemos al significado etimológico del término, del griego demos (pueblo) y Kratein (gobernar), es decir, el gobierno del pueblo. No es conveniente que el pueblo, la masa,  sin más ejerza el gobierno o la autoridad política, en la medida en que no está capacitado ni cualificado para llevar a cabo esta labor. Que el pueblo gobernara supondría desconsiderar, valorar negativamente y no reconocer a aquellos individuos que destacan por encima del resto por sus capacidades, habilidades, aptitudes, preparación, etc. Dice Ortega: “existen en la sociedad operaciones, actividades, funciones (...) que son, por su misma naturaleza, especiales, y, consecuentemente, no pueden ser ejecutadas sin dotes también especiales. Por ejemplo: (...), las funciones de gobierno y de juicio político sobre los asuntos públicos” [1] . Si bien es verdad que el quehacer demagógico de nuestros políticos actuales no es muy alentador.

Estoy totalmente convencido de que la mejor forma de organización política que el hombre haya podido fundar o crear ha sido la democracia liberal [2] en su vertiente representativa. Siempre debe haber una minoría que, elegida democráticamente por el electorado, represente al pueblo (democracia representativa).

Valga este breve esbozo a modo de introducción para decir que a lo largo de la siguientes páginas intentaré reflexionar acerca del concepto de democracia desde que se instituyó como tal, es decir, desde que apareció en la antigua Grecia, cuna de la civilización occidental. También analizaré la reflexión que Ortega y Gasset realiza acerca del concepto de democracia en el marco de su pensamiento elitista –y en relación con otros autores–, haciendo hincapié en una de la tesis fundamentales del filósofo, a saber, que la democracia a degenerado en democracia morbosa o hiperdemocracia debido al imperio y dictadura de la vulgaridad o de la mediocridad uniformadora, que, a su vez, es alimentada por los medios de comunicación de masas bajo la forma de una dictadura netocrática –término que más adelante analizaré–. Partiendo del análisis del concepto orteguiano de democracia morbosa –que para Ortega conduce al plebeyismo–, también expondré cuáles fueron los orígenes del totalitarismo en Europa. Para acabar analizando las tensiones a las que se ve sometida la democracia actualmente, sobre todo por la aparición de una nueva forma de totalitarismo: el imperio del informacionalismo.

 

El elitismo en el contexto de la democracia clásica griega y romana.

Si bien es verdad que nos han enseñado y trasmitido que las democracias de las ciudades-estado de la Grecia clásica y de Roma durante los primeros años de la República eran democracias directas y participativas, donde todos los ciudadanos tenían voz y voto en las Asambleas que se celebraban a modo de consejos municipales, no es menos cierto que este supuesto gobierno democrático griego y romano se asentaba sobre un sistema esclavista y machista, y también elitista. En la antigua Grecia, las mujeres [3] y los esclavos no tenían derechos políticos, ni civiles, ni religiosos, es decir, no eran considerados ciudadanos, por lo que no podían participar en el espacio público (Ágora), en las instituciones, en las asambleas, etc. Si bien, en la Grecia clásica hubo autores que con su pensamiento abrieron el camino a la democracia y autores que se lo han cerrado aun pretendiendo lo contrario. Los primeros pensadores reflexionaron acerca de los distintos regímenes políticos y de cuál era para ellos el mejor, el más óptimo. Estos pensadores se movían en un ámbito prescriptivo-normativo –ámbito del deber ser–, pues teorizaban acerca de cual debería ser la forma de organización política ideal que debieran encarnar las ciudades-estados.

Desde los orígenes de la filosofía, allá en Grecia, alrededor del siglo V a. C,  muchos han sido los pensadores que han teorizado acerca de las distintas formas de gobierno de la sociedad. La mayoría de ellos abogaban por que la dirección de la vida social recayera en manos de una minoría de hombres ilustres, doctos para tales labores, y es que, si por algo se caracterizó el pensamiento griego, fue por ser elitista. Esta distinción entre los pocos egregios y los muchos vulgares tiene una larga tradición en el pensamiento social y político de carácter conservador. Desde Heródoto, Tucídides, Isócrates, Heráclito, Platón, pasando por Salustio, Cicerón, Tácito, etc., se han tenido palabras de desprecio hacia las masas, hacia el vulgo. En el Renacimiento cabe destacar la figura de Maquiavelo, y en nuestros días son objeto de mención los grandes teóricos del elitismo, y los críticos de la sociedad y cultura de masas, entre los que se encuentra el propio Ortega y Gasset. Platón es el primer gran representante del pensamiento político elitista [4] . Si bien es cierto que fue Heródoto el primero en establecer la distinción entre tres posibles sistemas de gobierno: el gobierno de uno (monarquía), de unos pocos (oligarquía) y de muchos (democracia). Heródoto aboga en un principio por el gobierno de uno sólo: “Pues de los tres regímenes sujetos a debate, y suponiendo que cada uno de ellos fuera el mejor en su género (es decir, que se tratará de la mejor democracia, de la mejor oligarquía y del mejor monarca), afirmo que este régimen es netamente superior. En efecto, evidentemente no habría nada mejor que un gobierno único, si se trata del hombre de más valía; pues, con semejantes dotes, sabría regir impecablemente al pueblo y se mantendrían en el mayor de los secretos las decisiones relativas a los individuos” [5] . Esta es la primera vez que en la literatura griega aparece esta reflexión sobre los posibles regímenes políticos. Sigue con tal distinción Platón (influido por el elitismo y la ética órfico-pitagórica), quien propone un gobierno regido por magistrados-filósofos, por sabios, o sea, una filosocracia como gobierno ideal, y así lo expone en su obra La República: “A menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía, y que se prohíba rigurosamente que marchen separadamente por cada uno de estos dos caminos las múltiples naturalezas que actualmente hacen así, no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano; tampoco antes de eso se producirá, en la medida de lo posible, ni verá la luz del sol, la organización política que ahora acabamos de describir verbalmente” [6] . Parece evidente que Ortega había leído con atención La República, cuyo Mito de la Caverna es uno de los lugares clásicos del aristocratismo intelectual defendido por Ortega [7] . Si bien es cierto que no se debe entender la aristocracia orteguiana en el sentido de la concepción elitista platónica del gobierno de los mejores, pues esto supone un solemne disparate histórico, amén de una frívola hermenéutica que raya en la mala fe [8] . Más adelante, Aristóteles, en la línea de su maestro, distinguió entre las tres formas de gobierno. Aunque Aristóteles, que fue más realista que su maestro Platón, sabía que el gobierno de los mejores era algo muy complicado, posición que Platón adoptó ya en sus últimas obras, más concretamente en El Político y Las Leyes. Aristóteles distinguía entre el saber teorético o contemplativo, patrimonio de una minoría, y el saber poiético o productivo, propio de la muchedumbre indocta y vulgar: “Puesto que nos encontramos investigando sobre el régimen mejor, y éste es aquel bajo el cual la ciudad sería especialmente feliz, y la felicidad, se ha dicho antes, sin virtud no puede existir, es evidente que en la ciudad más perfectamente gobernada y que posee hombres justos en sentido absoluto y no relativo al principio de base del régimen, los ciudadanos no deben llevar una vida de trabajador manual, ni de mercader (pues esa forma de vida es innoble y contraria a la virtud), ni tampoco han de ser agricultores los que han de ser ciudadanos (pues se necesita del ocio para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas)” [9] . Es patente que el pensamiento de estos filósofos griegos se caracterizaba por su defensa de un aristocratismo social, de un modelo social configurado sobre la base de una jerarquía de funciones,  ya que casi todos ellos defendían que lo óptimo sería que una élite de individuos preparados y bien formados fueran los responsables de la dirección y rectoría de la polis, y no tenían en muy buena consideración un gobierno democrático.

 

La posición de Ortega y otros pensadores ante la democracia.

La reflexión de Ortega acerca de la democracia, en el marco de su pensamiento elitista, se puede cruzar con las opiniones que otros pensadores contemporáneos y también elitistas tienen acerca de la misma. A este respecto, cabe destacar a Gaetano Mosca (1858-1941) y Wilfredo Pareto (1848-1923). El pensamiento de ambos autores se caracteriza por encontrarse dentro del denominado elitismo clásico o tradicional. Ambos pensadores consideran utópico o imposible un gobierno democrático, en cuanto gobierno directo del pueblo. Para Mosca y Pareto, la distinción entre dirigentes y dirigidos es insalvable. Las masas son incapaces de ejercer el gobierno de sí mismas, por lo que el poder siempre está en manos de una minoría [10] . El punto de vista de ambos pensadores italianos es realista, pues pretenden analizar y describir la realidad político-social antes que expresar cómo debería ser.

En lo que se refiere a las relaciones que se pueden establecer entre Ortega y Mosca, hay que decir que las discrepancias son mayores que las posibles coincidencias, ya que el segundo nos habla de un elitismo político y el primero de un aristocratismo social con ciertas implicaciones políticas. Para Mosca, la élite está compuesta por una minoría de individuos que detentan el poder público y la autoridad en una sociedad, o sea, es como una auténtica clase social, la clase dirigente o gobernante, frente a la clase gobernada o sometida. Esta élite, debido a su unidad, se asegura el poder político y la influencia cultural sobre la mayoría mal organizada. La élite presenta una jerarquización, en la medida en que en ella se observa un núcleo dirigente que desempeña las funciones de liderazgo en su seno [11] .

Tanto Ortega como Mosca vienen a coincidir en que toda sociedad se divide en dos grupos, si bien en Ortega más que de dos grupos hay que hablar de dos tipos humanos, de dos clases de hombres o de dos funciones sociales. En el pensador español la distinción tiene un sentido fundamentalmente antropológico y, posteriormente, sociológico, mientras que para Mosca lo tiene exclusivamente político. Ambos pensadores tienen una visión pesimista del hombre común, del hombre medio, es decir, manifiestan una clara desconfianza hacia la capacidad intelectual y moral de las masas. La distinción entre una minoría excelente y una mayoría vulgar e indocta, aparece tanto en Ortega como en Mosca. Los dos pensadores son partidarios del liberalismo y la democracia representativa, aunque son más liberales que demócratas. También se oponen a fascismo y comunismo como movimientos de masas y primitivismo político [12] .

Ortega sostiene la defensa de una democracia política unida a un modelo aristocrático social, alertándonos del peligro que supone la extensión de la democracia a otras esferas de la vida social. Para Mosca y Pareto la democracia directa, en cuanto gobierno del pueblo, es imposible, pues siempre hay una elite gobernante. Según ambos pensadores todo régimen social es aristocrático. Bien es verdad que aunque para Mosca la mayoría nunca puede gobernar, la democracia, según este autor, puede funcionar como fórmula política, como idea legitimadora del poder político, pero nunca como realidad. Mosca es un liberal antidemócrata, pero no se opone al sistema representativo. Para Pareto, “la elite está formada por los mejores, por los que tienen más éxito en cada actividad social. Su fundamento es, pues, el hecho de la desigualdad humana tanto psíquica y moral como intelectual” [13] . Una de las diferencias que según Pareto existe entre la élite y la no élite, y que coincide aproximadamente con Ortega, consiste en su diferente modo de actuar. La élite adopta una conducta puramente racional, mientras que las masas se dejan llevar por sentimientos y pasiones más bajas, son movidas a la acción por fuerzas ciegas. Tanto Ortega como Pareto señalan el fundamento antropológico de la noción de élite. También coinciden todos ellos al señalar que la élite no se identifica con una clase social determinada, sino que está formada por todos aquellos individuos que sobresalen en cualquier actividad social. Pero la minoría de Ortega no ejerce violencia sobre la masa, sino influjo, atracción. En Ortega no se trata de una teoría del conflicto social como en Pareto [14] , si bien es cierto que tanto Ortega como Pareto dotan a la noción de élite de un valor cualitativo. 

En Ortega hablaríamos de élites de influencia y no de poder, en cuanto ejercen influencia sin ocupar ningún puesto de autoridad o de poder. Para Ortega, las élites deben influir con su ejemplaridad sobre la colectividad. No son élites políticas ni económicas, sino que son élites con una gran fuerza interior, o sea, con un gran poder espiritual. Las élites de Ortega, aun cuando muchos pensadores así lo hayan querido ver, no se deben interpretar desde una perspectiva de elitismo político. Ortega concibe las élites en un sentido espiritual, donde la dirección espiritual que reclama para las minorías no está fundada en ningún privilegio social, sino en la ejemplaridad y la competencia, sin la que no puede darse una sociedad sana y bien vertebrada [15] . La aportación que Ortega y Gasset realizó en este campo es de gran relevancia, sobre todo por la vigencia actual de sus propuestas. Su teoría de las élites queda indisolublemente unida a su defensa de la democracia liberal como la más óptima forma de organización política.

 

La importancia de la democracia morbosa en el origen de los movimientos totalitarios.

Una vez expuesta la consideración de Ortega acerca de la democracia en el contexto de su pensamiento elitista, y también en relación con otros autores, me voy a centrar en lo que el pensador madrileño denomina hiperdemocracia o democracia morbosa, que es consecuencia de la crisis espiritual y cultural de finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. El concepto de democracia morbosa es asociado por Ortega a las consecuencias tan desastrosas que conlleva la propia rebelión e imperio de las masas, donde acontece que “el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera (...). La masa arroya todo lo diferente, egregio e individual. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre el riesgo de ser eliminado. Todo el mundo era la unidad compleja de masa y minorías especiales. Ahora todo el mundo es masa.” [16] . Todo el mundo es masa por varias razones, aunque principalmente, debido a que las masas así lo han querido, en cuanto han tergiversado lo que determinados hombres ilustres hicieron por ellas. En el siglo XVIII una pléyade de hombres egregios lucharon por los derechos de las masas, por la igualdad jurídica de todos los individuos; pero las masas hicieron degenerar esa igualdad en igualitarismo, en la medida en que afirmaron que todos somos iguales en todo los ámbitos, el intelectual, el moral, el social, etc. En esto consiste la hiperdemocracia o democracia morbosa que Ortega critica –frente a la vieja democracia, donde la igualdad lo era sólo en el ámbito político y jurídico–. Tal situación conduce al plebeyismo. El pensador madrileño sostiene que los hombres somos desiguales, con la única excepción del aspecto jurídico-político en el que se establece la igualdad de todos los hombres ante la ley. Ortega, a través de sus textos, se enfrentará contra la anarquía y sinrazón de las masas, y contra todo afán de nivelación y homogeneización, pues esto supone la crisis de la democracia. Ortega es un liberal-demócrata. Su pensamiento social se encuadra en el marco de las doctrinas liberales como, por ejemplo, las de J.S. Mill y A. Tocqueville, así como de John Locke, padre del liberalismo político, y de Montesquieu. Si bien, el gran problema que Ortega planteó para nuestro tiempo es la imposición de lo vulgar sobre lo excelso, de la sinrazón sobre la razón, del totalitarismo sobre la verdadera democracia, o lo que es lo mismo, de la democracia morbosa sobre la vieja democracia, pues el exceso de libertad y el igualitarismo conducen al totalitarismo de las masas. Cuando un soberano se sitúa por encima de las leyes y actúa según su propia voluntad y capricho, se convierte en un tirano, pues algo semejante ocurre con la masa y, especialmente, con el hombre masa, pues éste hace de la democracia una dictadura, o sea, de soberano pasa a ser tirano, ya que impone sus propias decisiones, opiniones y voluntad. Sospecho que Ortega consideraba que el germen o raíz de las ideologías de los movimientos totalitarios se encuentra en lo que él denominaba democracia morbosa –entre otras cosas–, en la medida en que de las propias masas –del vulgo más concretamente– surgió la figura de un tirano. Valga como ejemplo la situación por la que Hitler accedió al poder: fue elegido por las masas, es decir, porque la mayoría así lo quiso democráticamente. Hablaríamos de un régimen fascista con un base democrática, aun cuando esto parezca una contradicción in terminis. Fascismo y comunismo, en cuanto movimientos representativos de hombres masa hacen entrar en crisis, y se oponen, a la democracia liberal. Hitler y Stalin contaban con la confianza de las masas, las cuales apoyaban y veneraban a los dictadores. Como bien dice Hannah Arendt: “los movimientos totalitarios pretenden organizar a las masas, no a las clases, como los antiguos partidos de intereses de las Naciones-Estados continentales (...). Los movimientos totalitarios dependen de la pura fuerza del numero” [17] y supusieron el final de los gobiernos democráticos, del sistema de partidos y de las Naciones-Estados europeas, y tuvieron un gran éxito entre las masas. Se trata de movimientos antiburgueses, en la medida en que fueron fruto de la crisis ideológica burguesa, del individualismo burgués y del declive de las Naciones-Estados.

Bajo estos regímenes impera los colectivo sobre lo individual, lo que hace que se produzca la masificación y colectivización de la vida humana. El sistema de clases deja paso a un sistema de masas que, inorganizadas, inestructuradas e indiferentes políticamente, apoyan estos movimientos totalitarios y, más concretamente, a sus líderes, con los que se llegan a identificar. El hombre masa es un individuo que destaca en estos movimientos de masas. La psicología de este hombre vulgar domina la atmósfera de estas formas de gobierno autocrático. El hombre masa lleva a cabo un abuso de las libertades democráticas. Es la época de las masas y de este hombre despreocupado. Una situación que ya fue anunciada por los sociólogos, políticos e investigadores de comienzos del siglo XIX. El imperio y dominio de las masas del que Ortega nos habla está indisolublemente unido a la hiperdemocracia, y la consecuencia de todo este proceso es, tal y como ya anunciaron diversos pensadores de la antigüedad, el advenimiento de una tiranía en forma de dictadura, tal y como ocurrió en Alemania, Italia y Rusia con Hitler, Mussolini y Stalin respectivamente. Estos líderes de masas salieron del populacho, haciendo de la sociedad un ente atomizado, masificado y estatalizado, en tanto que los totalitarismos se definen por ser sistemas organizadores de masas de individuos atomizados y aislados, y buscan la lealtad y obediencia del individuo como base psicológica para llevar a acabo la dominación y control total de la raza humana [18] . En el caso del hitlerismo, se produjo una manipulación del superhombre o el hombre de raza superior nietzscheano, en la medida en que se entendió en un sentido biológico, es decir, como hombre superior llamado a conquistar y dominar el mundo [19] . Si bien, para Nietzsche el concepto de superhombre debe entenderse en un sentido ético y no biológico. Nietzsche está contra todo determinismo biológico y racial. Su concepción del superhombre soporta connotaciones ético-valorativas.

 Para llevar a cabo este dominio absoluto, los movimientos totalitarios ponen en funcionamiento la maquinaría estatal, que ejerce un control absoluto sobre todas las esferas o ámbitos privativos del individuo. El líder totalitario es el funcionario de las masas, el que las conduce, lo que también supone una alianza [20] entre el populacho y la élite [21] . El hombre masa, instrumento de la maquinaría violenta del Estado, actúa mediante la acción directa, violenta, de la que nos habla Ortega, lo que está en directa consonancia con el terrorismo y el activismo de los movimientos totalitarios [22] . Y ¿quién es ese hombre masa? Según Ortega es un hombre despreocupado, alterado y que se deja llevar. Ortega pone como ejemplo de hombre masa al hombre burgués, en tanto que se trata de un individuo que es especialista en una parcela de la ciencia pero que actúa con petulancia o atrevimiento en aquellas otras áreas o parcelas para las que no está cualificado. Para Hannah Arendt el hombre masa es el filisteo, es decir, “el burgués aislado de su propia clase, el individuo atomizado que es el resultado de la ruptura misma de la clase burguesa” [23] . La crisis del mundo burgués, el imperio de las masas y la dictadura del hombre masa son fenómenos característicos del siglo pasado. Las masas proceden de ese Estado capitalista e individualista burgués del siglo XIX, donde también tuvieron su origen los movimientos nacionalistas [24] –y también los movimientos antisemitas–, que degeneraron en nacionalismos extremos, radicales y excluyentes, de acuerdo con ese sentimiento romántico de etnicidad. Y la crisis del universo burgués, la ignorancia y abnegación de las masas hizo que éstas buscaran desesperadamente a un líder.

Resumiendo, el exceso de libertad y el dominio del populacho dio lugar a auténticas tiranías, en la medida en que la ignorancia, la indiferencia y la incultura de las masas, las convirtieron en caldo de cultivo para que un demagogo emergiera y las ideologizara. Es significativo, al respecto, lo que Platón decía en boca de Sócrates en su obra La República: “Por lo tanto, la libertad en exceso parece no deriva en otra cosa que en la esclavitud en exceso para el individuo y para el Estado (...). Es razonable, entonces, que la tiranía no se establezca a partir de otro régimen político que la democracia, y que sea a partir de la libertad extrema que surja la mayor y más salvaje esclavitud” [25] .

 

Conclusiones y valoración  personal.

A lo largo de esta exposición he tratado de realizar una reflexión sobre el concepto de democracia tal y como se planteó en la antigüedad y en el pensamiento de Ortega. Asimismo, he intentado analizar el término orteguiano de democracia morbosa y su afinidad con los orígenes del totalitarismo, la dictadura de las masas y el peligro que supone el exceso intervencionismo estatal. Si bien es verdad que en los últimos tiempos no es el Estado el mayor peligro, sino que, por el contrario, son las empresas y las grandes multinacionales las que suponen, debido a su gran potencial económico, un peligro para los propios Estados, lo que está en directa consonancia con el profundamente estudiado fenómeno de la globalización. La globalización se caracteriza por ser un modelo de crecimiento y desarrollo económico –basado en la especialización y la diversificación–, o lo que es lo mismo, de acumulación de riquezas pero desigual reparto de las mismas. La acumulación de capital y riqueza se concentra cada vez en menos manos. Actualmente, los Estados se enfrentan a poderes económicos y fácticos que no pueden controlar, en tanto que desbordan a los propios Estados. Ante esta situación, los Estados han decidido incorporarse al “carro” de la globalización, aun cuando ésta lo que crea son cada vez más desigualdades y desequilibrios socio-económicos en el mundo. Esta situación hace que sea imposible el que se de una verdadera democracia cosmopolita.

También es característico de estos fenómenos de los que he venido hablando la figura del hombre masa, en tanto que el propio sistema económico-capitalista y consumista actual –que se basa en un imperialismo económico depredador– está “creando” hombres masa, en cuanto individuos depositarios de una lógica consumista, individualista, insolidaria, egoísta e hipócrita, pues sólo buscan y miran por su propio beneficio y bienestar [26] .

Ortega nos habló de que el hombre masa domina la vida pública y política de Occidente, y razón llevaba, en la medida en que los políticos se comportan, las más de la veces, como verdaderos hombres masa. La forma de actuar de nuestros políticos y la imagen que de los mismos nos ofrecen los Mass Media, nos hace tener una consideración y opinión de los mismos muy poco alentadora. Los medios están logrando existir con independencia de los políticos electos, a lo que se une el mito del desprecio a los políticos por parte del electorado. La sociedad en la que vivimos contempla a los políticos elegidos como un grupo de individuos corruptos que sólo miran por sus intereses y los de su partido, y que no realizan las tareas para las que fueron elegidos por el pueblo libre y democráticamente. El número de votantes ha descendido desde los años sesenta en la mayoría de las democracias occidentales. Los medios de comunicación se constituyen en guardines de la arena política [27] , y de acuerdo con principios netocráticos o mediáticos, ejercen el control total sobre el proceso político dentro de la sociedad de la información en la que nos hallamos inmersos. La imagen que de los políticos tenemos, el desprecio moral que la gente siente por la clase política corrupta debilita aún más la posición de los políticos –éstos deben adaptarse a las órdenes de sus nuevos dueños, a saber, los Mass Media–, y conlleva la muerte de la democracia representativa. Hablaríamos de la dictadura de los Mass Media en la medida en que fabrican y moldean la opinión pública y las leyes. Los medios de comunicación de masas configuran nuestra visión del mundo de la realidad y de nosotros mismos, así como también elaboran la imagen que de la élite política quieren que tengamos. A través de las encuestas de opinión, donde las preguntas están redactadas previamente por los medios, en función de unos intereses y propósitos, se insta a la población a pensar de un forma determinada, es decir, se dice a la gente qué es lo correcto pensar [28] . Podríamos decir que los Mass Media vienen a ser como aquella conciencia colectiva –conjunto de representaciones colectivas y públicas– de la que nos hablaba Durkheim en Las Reglas del método sociológico. Es decir, que los medios de comunicación de masas actúan como verdaderas fuerzas, fenómenos o hechos sociales que se imponen a los individuos, instándoles –bajo la forma de una presión social coactiva y coercitiva– a pensar, sentir y actuar de una forma determinada, estandarizada. La televisión, la radio, la prensa [29] , etc., establecen verdaderas pautas socio-conductuales a las que el individuo adapta su comportamiento en sus múltiples formas. Los Mass Media ejercen tal presión y coacción sobre los sujetos que apenas dejan a los mismos capacidad de elección y decisión [30] . Esta dictadura de los medios también conlleva que el torrente y la sobrecarga de información transmitida sea muchas de las veces incoherente, con el objetivo de mantener el control social. La transición del capitalismo al informacionalismo supone que el fenómeno de la mediatización se generalice. Los medios de comunicación de masas constituyen una nueva estructura de poder al servicio de la nueva clase dominante, a saber: la netocracia. Los netócratas se caracterizan porque manejan la información y controlan los poderes mediáticos con mayor rapidez que manejan la propiedad o la producción de bienes [31] .

            En el momento presente se dan múltiples situaciones  que hacen imposible que nos acerquemos a ese ideal democrático; a saber,  la influencia que los poderes fácticos, económicos y políticos, de información, etc., ejercen sobre la vida cotidiana de las personas. La manipulación informativa y de las conciencias, la corrupción política, la desatención del votante popular, etc., ponen en riesgo o imposibilitan la realización de una verdadera democracia. Aunque formalmente se viva en un régimen democrático, en la práctica la acción democrática se lleva a cabo únicamente a través del voto delegado: el votante vota (valga la redundancia) una vez cada cuatro años y se desentiende de su voto en la medida en que ya no le pertenece a él, sino a quien él ha delegado, que puede hacer con su voto lo que le venga en gana. A la democracia usual hoy se la llama “formal” porque la participación efectiva del pueblo, pese a la supuesta soberanía popular, se ha visto gravemente comprometida por la inspiración individualista del Estado liberal y la consiguiente marginación de los grupos populares. Es más, vivimos una situación cuanto menos paradójica, en tanto que el gobierno, elegido por el electorado, no sólo no coincide con éste, sino que, por el contrario, y esto es lo más chocante, se opone al sentir del pueblo que libre y democráticamente lo ha elegido. Una situación que hemos podido comprobar recientemente a la luz de determinados acontecimientos que no es necesario que aquí cite, pues son más que conocidos por todos. Si bien es verdad que en la crisis de la democracia juega un papel importante la impotencia y la perdida de poder de los políticos a manos de los medios de comunicación. Éstos se encargan de que la población sienta desprecio a nivel moral o ético por los políticos [32] . Los Mass Media obnubilan a la población, en la medida en que impiden que los individuos que la conforman desarrollen un espíritu y pensamiento críticos. Una situación que, en parte, se podría subsanar a través de la educación y de la cultura. Si bien es cierto, que el problema con el que nos encontramos es que estamos inmersos de lleno en una crisis de los principios generales de la cultura y de la educación. A lo que se une, tal y como decía Marcuse, que “la mera supresión de todo tipo de anuncios y de todos los medios adoctrinadores de información y diversión sumergiría al individuo en un vacío traumático en el que tendría la oportunidad de sorprenderse y de pensar, de conocerse a sí mismo (o más bien a la negación de sí mismo) y a su sociedad” [33] .

Resumiendo, en la sociedad actual del informacionalismo cada vez se hace más difícil el que una democracia se pueda dar en toda su amplitud, en la medida en que los medios de comunicación nos ofrecen una información sesgada y manipulada: “La realidad es que el avance del informacionalismo ha alterado las condiciones para el mantenimiento de la sociedad y la democracia” [34] . La élite netocrática –todos aquellos individuos que ocupan puestos de poder y autoridad dentro de los medios–, no ha sido elegida por el pueblo democráticamente, sino que los individuos que la conforman han sido seleccionados por sus propios círculos. Aquí radica un motivo más que hace que la democracia esté en crisis. La asunción del poder por parte de los netócratas conlleva dar un golpe de muerte a un Estado ya de por sí herido [35] . La élite netocrática lidera la nueva forma de totalitarismo que supone el informacionalismo, lo que, a su vez, imposibilita poder llevar a cabo cualquier forma de realidad democrática. Ya no cabría hablar con Ortega de democracia morbosa o hiperdemocracia,


[1] La rebelión de las masas, en O.C, IV, 147. (Las citas de las obras de José Ortega y Gasset remiten a la edición en doce volúmenes de Obras Completas. Madrid, Alianza Editorial, 1983. Al título del escrito sigue en números romanos el tomo y en arábigos la (s) página (s)).

[2] Véase  Sánchez Cámara, I.: “Sobre la vigencia del pensamiento político de Ortega”, en Domínguez A., Muñoz , J. y de Salas, J. (Coordinadores): El primado de la vida (Cultura, estética y política en Ortega y Gasset), Cuenca, Servicio de Publicaciones (UCLM), 1997, p. 73: “La democracia liberal era –para Ortega– la más alta forma de organización política ideada por los hombres y que cualquier otra que pudiera ser concebida tendría que partir de ella y perfeccionarla, nunca ir contra ella. Sin embargo, liberalismo y democracia son cosas no antagónicas pero sí distintas y de rango desigual. Ortega es más liberal que demócrata (...). El liberalismo es una concepción del hombre y de la sociedad que entraña una forma de entender la política y el Estado. La principales características que lo definen son: la adopción de un punto de vista metodológico individualista, la exaltación del individuo y sus derechos frente al poder del Estado y, en general, de la sociedad, la afirmación de la supremacía de las leyes naturales sobre las estatales, la limitación de la injerencia del Estado en la vida social y económica, el predominio de la libre competencia y de la iniciativa privada, la defensa del parlamentarismo y de la división de poderes, y la idea de que toda ley entraña una limitación de la libertad individual. La libertad es la condición de todo valor (...). Por su parte, la democracia constituye para él una respuesta al problema de la titularidad del poder político. Consiste en el gobierno del pueblo ejercido por sus representantes (democracia representativa). La democracia posee carácter formal (...). La democracia es el gobierno de la opinión pública”. No obstante, hay que decir que la democracia, si nos atenemos a su significado etimológico, no ha existido nunca y muy probablemente nunca existirá.

[3] Hoy en día se están llevando a cabo muchos estudios acerca de las desigualdades y diferencias de género que anidaban en la sociedad griega y romana.

[4] Véase Sánchez Cámara, I.: La teoría de la minoría selecta en el  pensamiento de Ortega y Gasset, Madrid, Tecnos, 1986, p. 43.

[5] Heródoto.: Historia, Libros III-IV, Madrid, Gredos, 1979, pp.163-164.

[6] Platón. La República, V, 473 d-e, trad. C. Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986, pp. 282-283.

[7] Véase Lasaga Medina, J.: “La doctrina de las minorías en Ortega y sus críticos”, en Endoxa: Series Filosóficas, nº 7, 1996, Madrid, UNED, p. 243.

[8] Véase Cerezo Galán, P.: “Experimentos de nueva España”, en López de la Vieja, M.T. (Editora): Política y sociedad en José Ortega y Gasset. En torno a “Vieja y nueva política”, Barcelona, Anthropos, 1997, p. 117.

[9] Aristóteles.: La Política, VII, 1328b, 3-4, Madrid, Gredos, 1988, p. 421.

[10] Véase Sánchez Cámara, I.: La teoría de la minoría selecta en le pensamiento de Ortega y Gasset, Madrid, Tecnos, 1986, p. 73.

[11] Véase Rocher, G.: Introducción a la sociología general, Barcelona, Herder, 1985, pp. 517-518.

[12] Véase Sánchez Cámara, I.: op. cit., pp. 117-118.

[13] Pareto, W.: Traité de sociologie genéral, París, Payot, 1917, Volumen II, pgf. 2060.

[14] Véase Sánchez Cámara, I.: La teoría de la minoría selecta en el pensamiento de Ortega y Gasset, Madrid, Tecnos, 1986, p. 123.

[15] Véase Cerezo Galán, P.: “Experimentos de nueva España”, en López de la Vieja, M. T. (Editora): Política y sociedad en José Ortega y Gasset. En torno a”Vieja y nueva política”, Barcelona, Anthropos, 1997, pp. 117-118.

[16] La rebelión de las masas, O.C, IV,148.

[17] Arendt, H.: Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1974, p. 389.

[18] Ibid., p. 405.

[19] Ibid., p. 234.

[20] En lo que se refiere a la relación del líder totalitario –o de cualquier líder– con las masas, les remito a un libro bastante interesante al respecto, a saber: La psicología de las masas, de S. Freud.

[21] Véase Arendt, H.: op.cit., p. 407.

[22] Ibid., p. 414.

[23] Ibid., p. 421.

[24] “El nacionalismo es esencialmente la expresión de esta perversión del Estado en un instrumento de la nación y de la identificación del ciudadano con el miembro de la nación. La relación entre el Estado y la sociedad se hallaba determinada por el hecho de la lucha de clases que había suplantado al antiguo orden feudad (...). El nacionalismo, de esta manera, se convirtió en el precioso cemento que unía a un Estado centralizado y a una sociedad atomizada, y el que realmente demostró ser la única conexión activa entre los individuos de la Nación-Estado” (Arendt, H.: op. cit, p. 303).

[25] Platón .: La República, VIII, 564 a-b, trad. C. Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986, p. 411.

[26] “El proletariado del informacionalismo será, primero y sobre todo, un proletariado de consumo o, como hemos decidido llamarle, un consumariado. La característica que define a esta clase no es que juegue un papel subordinado en la producción, sino que consuma según las órdenes de los que están por encima. El trabajo pagado fue la base del sistema económico en el paradigma capitalista (...). La auténtica definición del ser humano que triunfaba era ser productivo” (Bard, A. y Söderqvist, J.: La Netocracia, Madrid, Prentice Hall, 2002, p.127).

[27] La arena política es el área social y cultural o contexto sociocultural en el que se mueven los actores  políticos implicados en un conflicto o escenario político. Incluye valores, símbolos, aspectos culturales y acontecimientos y acciones particulares, así como objetivos a los que se aspira y reglas del juego (Véase Baena, L.: “Amigos y enemigos”, en Antropología Política, Ensayos críticos, Barcelona, Ariel, 1996, p. 192).

[28] Véase Bard, A. y Söderqvist, J.: La Netocracia, Madrid, Prentice Hall, 2002, pp. 65 y ss.

[29] “El siglo XX fue una edad dorada para los medios de comunicación de masas. La tecnología hizo posible, primero a través de la radio y después a través de la televisión, llegar con el mismo mensaje a toda la nación al mismo tiempo y posteriormente,, a través del satélite, a todo el mundo. Los medios basados en el éter fueron los mejores instrumentos de propaganda que ha tenido nunca el mundo (...). La televisión desempeñó el papel principal durante la segunda mitad del siglo XX, y el dominio de la cultura de masas por parte de la televisión ha supuesto un considerable apoyo para la moribunda nación-estado (...). Todos los que somos espectadores de la televisión podemos reunirnos y comportarnos como buenos ciudadanos y consumidores, de modo que continúen girando con suavidad las ruedas del aparato productivo” (Bard, A. y Söderqvist, J.: La Netocracia, Madrid, Prentice Hall, 2002, pp. 143-144).

[30] Bajo la presión de los medios de comunicación se impide que el individuo piense por sí mismo. Los medios pretenden que el individuo opine, piense y sienta como opina, piensa y siente la gente, la colectividad, etc. Es decir, que el sujeto se adapte su conducta al se bajo la forma del se dice, se piensa, se hace, etc.,  tal y como decía Heidegger.

[31] Véase Bard, A. y Söderqvist, J.: op. cit.,  p. 139.

[32] Ibid., p. 68.         

[33] Marcuse, H.: El hombre unidimensional, Barcelona, Ariel, 1984, p. 274.

[34] Véase Bard, A. y Söderqvist, J.: op. cit., p. 71.

[35] Ibid., pp. 70-71.

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