LA MÁSCARA DE LA GUERRA

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Jean Baudrillard

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Original publicado en el diario Libération, París.
Versión en lengua española en el diario
Página 12, Buenos Aires [abril, 2003].


Ni a favor ni en contra. Más bien lo contrario es el título de la última película de Cédrik Klapissch. Ni a favor ni en contra de la guerra. «Más bien lo contrario» significa que no hay diferencia entre la guerra y la no guerra, y que antes de pronunciarse hay que estar lúcido sobre el status del acontecimiento. Esta guerra es un no acontecimiento, y es absurdo pronunciarse sobre un no acontecimiento. Antes, hay que saber qué es lo que ella oculta, lo que reemplaza, lo que exorciza. Y no es necesario buscar mucho: el acontecimiento al que se opone el no acontecimiento de la guerra, es el 11 de Setiembre.

El análisis debe surgir de esta voluntad de anular, de borrar, de blanquear el acontecimiento original, lo que convierte a esta guerra fantasmagórica, inimaginable de alguna manera ya que no tiene finalidad propia, ni necesidad ni un enemigo verdadero (Saddam no es más que un fantoche): no tiene más que la forma de una conjuración, la de un acontecimiento que es justamente imposible de borrar. Lo que hace que sea interminable, aun antes de comenzar. Abre una guerra infinita que jamás sucederá. Y es ese suspenso que nos espera en el futuro, esta actualidad difusa del chantaje y del terror bajo la forma de un principio universal de prevención.

Se pueden ver estos mecanismos en la película reciente de Steven Spielberg, Minority Report. Sobre la base de prevenir crímenes futuros, comandos policiales interceptan al criminal antes de que el acto haya pasado. Es exactamente el escenario de la guerra de Irak: eliminar el futuro acto criminal en el huevo (el uso de Saddam de armas de destrucción masiva). La pregunta que es irresistible es; ¿el crimen presumido hubiera tenido lugar? No se sabrá jamás ya que todo habrá sido prevenido. Pero lo que se perfila a través de él es una desprogramación automática de todo lo que hubiera podido pasar, una suerte de profilaxis a escala mundial, no solamente de todo crimen, sino de todo hecho que pudiera perturbar un orden mundial dado como hegemónico. Ablación del «Mal» bajo todas sus formas, ablación del enemigo que no existe como tal, ablación de la muerte. «Cero muerte» se convierte en el Leitmotiv de la seguridad universal.

Esta disuasión sin Guerra Fría, este terror sin equilibrio, esta prevención implacable bajo el signo de la seguridad se va a convertir en una estrategia planetaria. El «Mal» es el que llega sin prevenir, por lo tanto sin prevención posible. Es exactamente el caso del 11 de Setiembre y es ahí que se hace un acontecimiento y que se opone radicalmente al no acontecimiento de la guerra. El 11 de Setiembre es un acontecimiento imposible. Sucede antes de ser posible (ni las películas catástrofe lo habían anticipado, ellas al contrario agotaron la imaginación). Es del orden de lo imprevisible radical (donde se reencuentra la paradoja según la cual las cosas son posibles sólo después de haber sucedido).

La diferencia es total con la guerra que, estará tan prevista, programada, anticipada, que ni siquiera hay necesidad de que suceda. Y aún si sucede «realmente», ya habrá sucedido virtualmente, y por lo tanto no será un acontecimiento. Lo real está acá en el horizonte de lo virtual. Este dominio de lo virtual está más reforzado por el hecho que la guerra anunciada es el doble, el clon de la del Golfo (y Bush el clon de su padre). Son por lo tanto, dos acontecimientos clones que encuadran de una parte y de la otra el hecho crucial. Se comprende mejor a partir de ahí en qué la guerra es un acontecimiento de substitución, un ghost event, un acontecimiento fantoche a la imagen de Saddam.

No es prevenir el crimen, instaurar el Bien, corregir el curso irracional del mundo. Aun el petróleo y las consideraciones geoestratégicas directas no son la última razón. La última razón es la de instaurar un orden de seguridad, una neutralización general de las poblaciones sobre la base de un no-acontecimiento definitivo. El fin de la historia de alguna manera, pero para nada bajo el signo del liberalismo triunfante ni de la realización democrática como en Fukuyama, sino sobre la base de un terror preventivo que pone fin a todo acontecimiento.

El terror destilado por todos lados, el sistema terminando por aterrorizarse a sí mismo bajo el signo de la seguridad: ésa es la victoria del terrorismo. Si la guerra virtual ya está ganada bajo el terreno por el poderío mundial, es el terrorismo el que la ganó sobre el plan simbólico por el advenimiento de este desorden generalizado. Es por otra parte el atentado del 11 de Setiembre que remató el proceso de globalización, no el del mercado, de los flujos y de los capitales, sino este, simbólico, mucho más fundamental de la dominación mundial, al provocar una coalición de todos los poderes, democráticos, liberales, fascistas o totalitarios, espontáneamente cómplices y solidarios en la defensa del orden mundial.

Este terror preventivo, este desprecio total de sus propios principios llegó a un extremo dramático en el episodio del teatro de Moscú, donde todo sucedió como en el episodio de la vaca loca: se sacrifica toda la manada por precaución, Dios reconocerá a los suyos. Rehenes y terroristas confundidos en la masacre, por lo tanto virtualmente cómplices. El principio terrorista extrapolado a toda la población. Es la hipótesis implícita del poder: las poblaciones mismas son una amenaza terrorista para él. El terrorismo en su acción busca esta solidaridad de las poblaciones sin encontrarla. Pero aquí es el poder mismo que realiza brutalmente esta complicidad involuntaria.

Pero la realidad integral del poder también es su fin. Un poder integral que no se funda más que sobre la prevención, la disuasión, la seguridad y el control, es simbólicamente vulnerable: no puede entrar en el juego y finalmente se vuelve contra sí mismo. Con esta debilidad, esta flaqueza interna del poderío mundial revela el terrorismo a su manera, como una angustia inconsciente se traiciona por una acción fallida. Ahí está justamente «el infierno del poder». El 11 de Setiembre aparece, desde el punto de vista del poder, como un gigantesco desafío en el que la potencia mundial perdió el prestigio. Y esta guerra, lejos de responder al desafío, no borrará la humillación del 11 de Setiembre. Hay algo de terrorífico en el hecho que este orden mundial virtual pueda hacer su entrada en lo «real» con tanta facilidad.

El acontecimiento terrorista era extraño, de una insoportable extrañeza. La no-guerra, inaugura la inquietante familiaridad del terror.

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