CONFESIONES Y TESTIMONIOS DE DOS GUERRAS RUINOSAS

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En nombre de la lucha contra el terrorismo, se construyen escenarios en los que se legitima la tortura y la depredación de los territorios.

 

No se trata de incurrir en el formato de vidas paralelas, porque en este caso no es apropiado. Pero, quizás, ayude a comprender mejor el contenido del texto de la confesión que el viernes un anónimo "representante militar" de Khalid Sheikh Muhammed leyó ante jueces castrenses, en la que se presentó a sí mismo como una suerte de "superterrorista".
Muhammed dijo en ese texto ser
responsable principal de la veintena de atentados más impactantes de las últimas décadas —incluyendo los del 11/S— y también como la imaginación detrás de una docena de supuestos ataques que no prosperaron, como los asesinatos de los ex presidentes estadounidenses Jimmy Carter y Bill Clinton y del papa Juan Pablo II y el secuestro en Pakistán y posterior decapitación de Daniel Pearl, un periodista estadounidense de The Wall Street Journal que investigaba al grupo Al Qaeda.
Con esa lista de acciones uno puede entender mejor el sorprendente comentario hecho por el general Peter Schoomaker, recientemente retirado como jefe del Estado Mayor del Ejército estadounidense, cuando se refirió a la captura pendiente del fantasmal Osama bin Laden diciendo:
"Francamente, no creo que sea tan importante" ¿Qué importa Bin Laden si se tiene a Muhammed?
Ironía aparte, no vale la pena entrar aquí en la verdad que cifra el testimonio de Muhammed. Durante tres años de su cautiverio fue, no un detenido, sino
un "desaparecido" —mantenido en una cárcel secreta de la CIA y negada su existencia— hasta que George W. Bush autorizó su traslado al campo de concentración de Guantánamo en Cuba.
Su confesión —entregada a la prensa, pero con extensas secciones testadas— fue recibida con escepticismo porque existe la convicción generalizada de que Muhammed
fue sometido a las torturas —físicas y psicológicas— que se han convertido en lugar común de la "guerra contra el terrorismo" en la que Bush está empeñado.
Human Rights Watch denunció rápidamente los tormentos al preso y, al menos una organización de prensa, la agencia Associated Press, ya presentó un recurso judicial para que la totalidad de la confesión
sea liberada al público con el argumento de que de otro modo es imposible evaluar su validez.
Pero, aun con estos interrogantes, supongamos que Muhammed es efectivamente responsable de muchas —si no todas, porque hay otras dudas de que haya sido materialmente posible— de las atrocidades que confesó y consideremos, sólo como ejercicio intelectual,
un caso enteramente diferente aunque no menos trágico.

Códigos de honor
Ted Westhusing era, en 2003, el mismo año en que capturaron a Muhammed en Pakistán, un teniente coronel en el Ejército de Estados Unidos que enseñaba ética y literatura inglesa en la academia de West Point. Allí gozaba de una sólida reputación intelectual y su carrera militar transcurría por la vía segura de los ascensos, según colegas y familiares.
Westhusing, un católico practicante, decidió que no podía dar clases a cadetes muchos de los cuales empezarían sus propias carreras sirviendo en Irak,
sin dar testimonio de vida de su propio esfuerzo. Así se presentó como voluntario para un traslado muy poco después de iniciada la invasión.
Sirvió allí con honor hasta el 2005, según sus jefes y compañeros, y sus méritos le valieron una promoción en área de guerra al rango siguiente —coronel— muy poco tiempo antes de tomar una decisión fatal. Entre sus tareas estaba, en las cercanías de Bagdad, la de
supervisar el rol de muchos contratistas privados a los que el gobierno de Bush hizo partícipes en la rapiña de la nueva conquista, algo que lo sumió progresivamente en la depresión. Ante sus superiores, Westhusing denunció la "codicia" de esos particulares y sus manejos turbios, algo de lo que también dejó constancia en los correos electrónicos enviados a su familia.
El 5 de junio de ese año se levantó de una reunión con contratistas y se retiró a su habitación. Allí —según una investigación oficial— desenfundó su arma reglamentaria y se disparó en una sien. No sin antes dejar una nota en la que se declaró
"deshonrado" e "incapaz de seguir soportándolo" y advirtió a sus comandantes: "Ustedes no son lo que creen que son y yo lo sé". Westhusing se convirtió en la baja de mayor rango en Irak.
Así como es conveniente aquí dejar de lado, al menos por el momento, el grado de verdad de la confesión de Muhammed, es útil no entrar en las razones para la decisión de Westhusing, muchas de las cuales permanecen en el secreto de la documentación que produjo durante su tiempo en Irak.
Tampoco es la razón de este ejercicio realizar una remanida condena de la actividad de la guerra como tal, algo que siempre suena un tanto hueco dado que es una de las acciones en las que siempre se ha involucrado la humanidad. Pero ciertamente ambos casos ayudan a percibir
la dimensión real de dos guerras ruinosas, aquella en Irak y la que Bush y los suyos libran "contra el terrorismo", en sus términos y sin plazos.
Ambos casos —que no son comparables, vale la pena insistir— permiten preguntarse por qué en nombre de la libertad y la seguridad construimos escenarios
en los que la tortura y supresión de derechos de los acusados y la desesperación terminal de buenos hombres se vuelven moneda corriente y aceptada en silencio, o casi.
Es como esa otra pregunta que se formulan algunos teóricos: si construimos democracias como el sistema más cercano a la perfección para los seres humanos y en democracia aumenta la marginación y la miseria sin solución,
¿qué clase de democracia hemos construido?

Copyright Clarín, 2007.
 

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