LA FILOSOFÍA POLÍTICA EN EL PENSAMIENTO DE HANNAH ARENDT         página 3

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Trabajo realizado por Francisco ÁVILA Fuenmayor, Profesor Titular de la UNERMB.
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LA LABOR Y EL TRABAJO COMO ACTIVIDADES DEL SER HUMANO EN LA VIDA ACTIVA  

    Las tres actividades del ser humano que conforman la esfera de la vita activa, son la labor, el trabajo y la acción. El homo faber que fabrica y trabaja sobre, diferenciado del animal laborans que labora y mezcla con, que fabrica la interminable  variedad de cosas que constituyen el artificio humano. Sin embargo, en la actualidad no sólo es difícil distinguir lo que es labor o trabajo sino que ante la desaparición del trabajo en su forma más elaborada, el homo faber está cediendo su puesto al animal laborans. Arendt coloca un ejemplo adecuado, a favor de la identificación de labor y trabajo. Este es el cultivo del suelo, que pone de manifiesto la labor transformándose en trabajo.

 

    En este aspecto, el material trabajado procede de manos humanas que lo han obtenido de su ámbito natural, acabando con un proceso de vida, a diferencia de los frutos del campo; en el caso del árbol para que nos suministre madera o bien interrumpiendo uno de los procesos más lentos de la naturaleza, como el caso del hierro. Podemos decir, enfáticamente, que el homo faber ha sido un destructor de la naturaleza utilizando la violencia. Son múltiples los casos en los que el hombre en su condición de fabricador de productos y al utilizar tecnologías inadecuadas, interrumpiendo los procesos naturales para producir cosas artificiales, ha destruido bosques completos y pulmones vegetales, que han implicado el aumento de la temperatura media en la tierra. Dicho incremento ha sido consecuencia del aumento del dióxido de carbono y otros gases en la atmósfera, conocido como efecto invernadero.

     El homo faber que actúa como dueño del mundo y como si tuviese poder sobre todo lo mundano, no podría, en su afán de construir el artificio humano, utilizar  otra manera, en la cual disminuya ostensiblemente, la acción depredadora,  es decir, la violencia del hombre sobre la naturaleza. A pesar de que comparto la idea de la inevitabilidad de la violencia ejercida por el homo faber al enfrentarse a la naturaleza, la complemento diciendo que puede ser controlada y atenuada para evitar los excesos que han dañado la tierra. Ésta ha reaccionado en contra de contra de su tirano.

     En este aspecto, cabe manifestar que los efectos negativos sobre el ambiente y la salud, que se derivaban de ciertos procesos tecnológicos, se han convertido en motivo de gran preocupación de amplios sectores de la población  e hicieron que la salud de la población y la preservación del ambiente fuesen (y siguen siendo), los problemas que obligaron a las primeras regulaciones públicas de los temas científicos y tecnológicos.      

     Sobre este tema, han escrito otros autores, particularmente, Edgardo Lander 35. Hannah Arendt, en cuanto a este aspecto del problema, responsablemente había expresado en el prólogo de La Condición Humana: “Este hombre futuro – que los científicos  fabricarán antes de un siglo, según afirman – parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal como se nos ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por decirlo así, por algo hecho por él mismo. No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para poner en duda nuestra capacidad de destruir toda la vida orgánica de la tierra” 36. El poder del homo faber es tal, como afirma G. Comesaña, que “podríamos decir que al homo faber sólo lo limitan sus capacidades y talentos individuales y el “piso natural” en el cual sus obras se asientan y del que parten. El olvido de este último límite es la causa de la destrucción ecológica, que pone en peligro la misma vida natural del hombre y por supuesto todo su artificial mundo de cosas” 37.       Otra de las características principales del mundo de cosas que constituye el artificio humano, es que se trata de objetos para el uso que tienen ese carácter durable para establecer la propiedad (John Locke) o el valor para el intercambio mercantil (Adam Smith) o la prueba de la naturaleza humana (Karl Marx). Su uso adecuado  dan  al

artificio humano la solidez y la estabilidad necesarias para albergar a la criatura mortal que es el hombre.

     El carácter durable  no es absoluto, puesto que el simple uso de dichas cosas las agota progresivamente y finalmente también decaen. Abandonada a sí misma o descartada del mundo humano, la silla será nuevamente madera, ésta se deshará y regresará a la tierra, de la cual salió el árbol que fue arrancado a la naturaleza para convertirse en el material sobre el que trabajar y construir. No obstante, es bueno insistir en que mientras la destrucción es el fin inherente a todas las cosas de consumo, lo que el uso agota es el carácter duradero.

    Esta sólida permanencia del producto es, como afirma G. Comesaña, “consecuencia de la reificación, aspecto fundamental de la actividad del homo faber, mediante la cual un nuevo objeto, producto de nuestro trabajo, se  erige  cada  vez ante nosotros, y ya constituido como parte nueva del mundo nos hace frente, se independiza y nos ofrece incluso resistencia. Los objetos-productos están hechos para durar, para permanecer, no para ser consumidos. Esta permanencia, resultado de la manufactura humana, no es por supuesto neutra y gratuita. El objeto fabricado está destinado al uso, al servicio y comodidad del ser humano, a darle estabilidad y confianza e incluso a preservar su identidad en el interior de la naturaleza cambiante. 

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      35   En este aspecto recomendamos el libro de Edgardo Lander: La Ciencia y la Tecnología como Asuntos Políticos: Límites de la Democracia en la Sociedad Tecnológica. Ed. Nueva Sociedad. Caracas, 1994.        

      36     LCH,  p.15   

      37   Cfr. Comesaña S., Gloria. “El Trabajo como productor del artificio humano en Hannah Arendt”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía. Núm.14,pgs. 99-129. Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid, 1997.

 
   
En medio de cíclicas transformaciones de la vida biológica y del orbe natural, están allí los objetos diversos que nos hacen frente, que nos rodean y sostienen día tras día, uniéndonos incluso a veces, como un hilo invisible, a las generaciones anteriores. El artificio humano tiene su razón de ser además precisamente como hogar o escenario idóneo de la acción (actos y palabras), que es en última instancia deriva el sentido humano de toda la obra creadora del homo faber. Si no fuera el lugar apropiado a la acción y el discurso, el mundo de cosas fabricadas no sería un artificio humano, sino un montón de cosas sin relación”  38.

     Según lo dicho en el párrafo anterior, ningún trabajo puede hacerse sin útiles, sin instrumentos, en consecuencia, el nacimiento del homo faber y de un mundo de cosas que conforman el artificio humano, son contemporáneos del descubrimiento de los útiles e instrumentos. Los útiles fortalecen y multiplican la fuerza humana hasta casi reemplazarla como en los casos en que las fuerzas naturales, la energía hidráulica o la electricidad caen bajo el dominio humano, permitiendo aumentar la fertilidad del animal laborans permitiendo el incremento en la cantidad de bienes de consumo. En cambio, la calidad de las cosas fabricadas, desde el más elemental objeto de uso hasta la obra maestra artística mejor acabada, necesitan de la existencia de útiles o instrumentos adecuados. A partir de éstos, el homo faber habría podido comenzar a levantar un mundo duradero y estable.  

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         38   Ibid., p. 106.                     

 

    Volviendo a la instrumentalidad, vemos que los útiles e instrumentos son objetos tan intensamente mundanos que su empleo ha servido como punto de referencia para clasificar a civilizaciones enteras. Pero su carácter mundano se hace más evidente cuando se usan en los procesos de la labor, ya que son las únicas cosas que sobreviven  al proceso de la labor y del consumo. A tales efectos, para Arendt, “el hombre, en la medida que es homo faber, instrumentaliza, y su instrumentalización implica una degradación de todas las cosas en medios” 39, para lograr un fin.  Consecuencia de dicha actitud del homo faber con respecto al mundo, los griegos, en su período clásico, le dieron el nombre de banáusico, que traduce vulgaridad de pensamiento y actuación de conveniencia, al campo de las artes y de los oficios, en el cual el hombre trabaja con instrumentos para la producción. Incluso, de tal denominación no escaparon ni siquiera, los grandes maestros de la arquitectura y escultura de dicha civilización.

     Es que en el proceso de trabajo, todo se decide en función de conveniencia y utilidad para el fin deseado; aquí cabe perfectamente la  conocida expresión de que el fin justifica los medios; también los produce y los organiza. Es que en el mundo utilitario del artificio humano, los  fines  se  transforman  en  medios  para  otros  fines. Así

vemos, que el fin justifica la violencia que el hombre ha ejercido y ejerce sobre la naturaleza para obtener el material con el que se construirá el producto final, en virtud del cual, se diseñan los útiles e instrumentos y se organiza el propio proceso de trabajo decidiendo los especialistas que necesita, el número de ayudantes, etc.     

     El asunto que trata Arendt, referente a la utilidad como ideal humano conlleva al modelo utilitario, en que nada tiene valor intrínseco e independiente.  El fin del proceso de fabricación, aunque es un fin con respecto a los medios con los que fue producido, nunca se convierte en un fin en sí mismo. En el caso de la silla, fin del trabajo del carpintero, pasa a mostrar su utilidad en calidad de medio para comodidad del hombre o como objeto de intercambio. La silla sólo es un medio para obtener otra cosa, que al ser alcanzada sufrirá de nuevo la misma degradación, su reducción a objeto de uso.

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        39   Ibid., p.175

 

    En esa experiencia de la instrumentalidad desbocada que gobierna el mundo total de objetos de uso y utilidad, al parecer no existe manera alguna de impedir que todos los fines se usen de nuevo como medios, alcanzando como ya dijimos, a la misma naturaleza, que ha sufrido un proceso de degradación al irrespetar sus normas, axiomas y sus leyes, despojándola de su independiente dignidad, al convertirla en simple medio para lograr una irracional utilidad. Entonces, cabría preguntarse, ¿Cómo hacer para acabar con ese utilitarismo desenfrenado, en la que reducen todas las cosas a medios, guiado exclusivamente por el afán de utilidad?  

     La autora considera como única salida al dilema de la no- significación, que se presenta en toda filosofía estrictamente utilitaria, apartarse del mundo objetivo de las cosas y considerar que en un mundo estrictamente antropocéntrico, el usuario, esto es, el propio hombre, como fin en sí mismo, que es la fórmula kantiana; como fin último, que acaba con la interminable cadena de medios y fines. De esta manera, puede la utilidad, adquirir la dignidad de la significación.

     Kant en su fórmula, también incluyó como los únicos objetos que no son para uso, a las obras de arte, que sólo proporcionan placer sin interés. No obstante, nos dice Arendt, esto no soluciona el problema, puesto que permite al ser humano, servirse de toda la naturaleza que tiene a su disposición. La solución kantiana intenta alejar al utilitarismo de la acción política. Sin embargo,  permanece atada en su raíz al pensamiento utilitario, al ámbito del artificio humano, al mundo en que “sólo la fabricación con su instrumentalidad es capaz de construir un mundo tan sin valor, como el material empleado, simples medios para posteriores fines, si a los modelos que gobernaron su surgimiento se les permite regirlo tras su establecimiento ” 40 .
 Según Arendt, la única solución a todas las paradojas del utilitarismo está en considerar la fórmula platónica: “el dios es la medida (incluso) de los simples objetos de uso” 41.                

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       40  Ibid., p.174-175. Gloria Comesaña en “El Trabajo como productor del artificio humano en Hannah Arendt”, ha corregido la traducción española; donde dice: “si a los modelos que gobernaron su toma de existencia” (coming into being) [Cfr. The Human Condition. Anchor Books. New York, 1959. P.137], ella dice “que gobernaron su surgimiento”.     

      41   Ibid., p. 109.

 

     Utilizando las palabras de Comesaña: “la divinidad es el principio supremo con respecto al cual se decide de todas las cosas” 42. Dicha salida la plantea nuestra autora, en virtud de que Platón entendió  que “(....) si se toma al hombre como medida de todas las cosas de uso, pasa a ser el usuario e instrumentalizador, y no el hombre orador, hacedor o pensador, a quien se relaciona con el mundo. Y puesto que la naturaleza del hombre usuario e instrumentalizador le lleva a considerar todo como medios para un fin....” 43, llevando en consecuencia a considerar que el homo faber instrumentaliza no sólo  el artificio humano sino también todo aquello cuya existencia no depende de él, es decir, todas las cosas existentes en la naturaleza, a las cuales considera como potenciales objetos de uso.  

     Ya hemos mencionado que el proceso de fabricación está determinado por las categorías de medios y fin, a las cuales ya nos hemos referido. La cosa fabricada, es un producto final en un doble sentido. Primero, porque el proceso de producción finaliza allí -incluso para Marx, el proceso desaparece en el producto- y en segundo lugar, porque es sólo un medio para lograr este fin. La diferencia substancial con relación a la labor consiste en que ésta produce para el  consumo,

pero la cosa que ha de devorarse no tiene la mundana permanencia de un objeto de trabajo, es decir, carece del carácter instrumental.     En este aspecto, Arendt nos dice que “(....) el fin del proceso no está determinado por el producto final, sino más bien por el agotamiento del poder laboral, mientras que los propios productos pasan de inmediato a ser medios otra vez, medios de subsistencia y reproducción de la fuerza de la labor” 44 . Esto se interpreta en palabras sencillas, que si no comemos no tenemos la capacidad de laborar ya que se nos agotarían las fuerzas o mejor todavía, el ser humano debe comer para laborar y laborar para comer. Es que los bienes de consumo aseguran la supervivencia del ser humano, puesto que son necesarias para nuestro cuerpo pero sin propia estabilidad que aparecen y desaparecen en un mundo de objetos que se usan sin consumirse. 

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       42   Ibid., p. 109.

      43   Ibid., p. 176.

      44 Ibid., p. 163.

 

    Otra cosa que podemos destacar, es que mientras en el proceso de laborar,  existe la obligación de repetir el proceso pero en lo que se refiere al proceso de fabricación, el fin llega cuando añadimos al artificio humano un producto nuevo, lo suficientemente durable como para permanecer como objeto independiente, para que el homo faber lo tenga a su disposición. Es que los productos del trabajo, considerados como cosas del mundo, garantizan la permanencia y durabilidad, sin las cuales no sería posible el mundo. Aquí en este caso, el proceso no necesita repetirse; la repetición proviene de la necesidad que posee el fabricante de ganarse el sustento diario y el de su grupo familiar o bien por una demanda del mercado, en cuyo caso utilizando las palabras de Platón, el artesano añade a su oficio, el arte de ganar dinero.                  

     Debemos dejar claro, que el término producto, se utiliza para referirnos al resultado del trabajo del homo faber, a la cosa mundana, duradera y estable que posee intrínsecamente un valor de cambio en el mercado. Este valor de cambio, es un concepto que estamos introduciendo en este trabajo, que según Comesaña, “es la posibilidad de entrar en el juego del mercado para ser intercambiada por otra” 45.  En  este  aspecto,  nuestra autora nos dice que “la antigüedad conocía muy bien tipos de comunidades humanas en las que ni el ciudadano de la polis ni la res publica como tales establecían y determinaban el  contenido  de  la  esfera  pública, y en las que la vida pública del hombre corriente estaba restringida a trabajar para el pueblo (.....) El rasgo característico de estas comunidades no  políticas era que su plaza pública, el agora, no era un lugar de reunión de los ciudadanos , sino una plaza de mercado donde los artesanos exhibían y cambiaban sus productos” 46.

     Es una característica del homo faber, como constructor del mundo y productor del artificio humano, poseer una esfera pública. Ésta es el mercado de cambio, -el último lugar de reunión relacionado con la actividad del homo faber-, en el cual  se relaciona con otros seres humanos, mediante el intercambio de productos, en virtud de que dichos productos se han producido en completo aislamiento. Es de destacar que sólo cuando acaba su producto, el trabajador (ouvrier)  puede abandonar dicho aislamiento.

     Podemos decir, que en las primeras etapas del capitalismo, cuando el homo faber sale de su estado de aislamiento, aparece como mercader y comerciante y establece así el valor de cambio. Ahora, produce objetos de cambio en lugar de cosas de uso.  Aparece al lado del valor de uso, el valor de cambio. Para insistir en la distinción entre estos dos conceptos, nuestra autora nos dice en La Condición Humana que “El carácter duradero, que determina si una cosa existe como cosa y perdura en el mundo como entidad diferenciada (.....) ya no hace una cosa adecuada para el uso, sino para almacenarla de antemano con destino al futuro cambio” 47.

     El valor de cambio también llamado valor comerciable, como lo indicó Locke, es distinto de la valía o valor intrínseco, que es una cualidad objetiva de la cosa, que puede cambiar si modificamos la cosa en referencia, independientemente del juicio que alguien pueda hacer de ella. Pero Arendt, siempre destaca el valor de cambio, que es corolario de la aparición pública de la cosa en el mercado.

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           45   Cfr. Comesaña S., Gloria. “Consideraciones críticas en torno al concepto de Labor en Hannah Arendt”, Revista de Filosofía £21. CEF-LUZ. Maracaibo, 1995. p. 126. En lo sucesivo citaremos con las siglas CCL.
          46    LCH.  p. 178.

          47    Ibid., p. 181.

 

   En efecto, ella insiste en que “sólo es en el mercado de cambio en el que todo puede permutarse por otra cosa, donde todas las cosas, sean productos de la labor o del trabajo, bienes de consumo u objetos de uso, (.....) se convierten en valores 48. Podemos decir, entonces, que ni la labor, el trabajo, el capital o el material le asignan el valor de cambio a una cosa, cualidad que no puede tener un objeto en privado. Es en el momento en que aparece en la esfera pública, ya sea para ser estimado, solicitado o no, cuando lo adquiere espontáneamente.        

     En este momento conviene hacer algunas consideraciones en relación a los resultados de la labor, en virtud de que no poseen los criterios de durabilidad que sí tienen los productos del artificio humano. Si bien los resultados de la labor, son bienes de consumo, fútiles y no duraderos, destinados a ser devorados para el mantenimiento y desarrollo de nuestro ser biológico, también es cierto que debido a las tecnologías de conservación, consecuencia de los procesos de industrialización, podría llamársele producto. De esta manera, adquiere el valor de cambio en el mercado, a pesar de ser un bien de consumo. Es bueno resalta,r que hoy día, gracias a las tecnologías de refrigeración un bien de consumo, puede comercializarse, es decir, puede ponerse a la venta en la esfera pública, en cuyo caso adquiere un valor de cambio al adquirir la cualidad de producto.

     En este caso, Comesaña en Consideraciones críticas en torno al concepto de Labor en Hannah Arendt, nos dice que “la originaria labor de elaboración del alimento debido tanto a las modernas tecnologías que alargan su duración, como a su ingreso en el mercado de cambio a causa de la industrialización, ha llegado a convertirse prácticamente en el equivalente de un trabajo. Está claro que aquí no sólo hablamos del ingreso del producto de la labor en el mercado de cambio, sino de la labor misma en cuanto adquiere un valor de cambio y se realiza a cambio de un salario” 49.          

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       48   Ibid., p. 181

      49   CCL.  p. 128.

 

    De manera similar, en la época moderna,  todo trabajo tiene aspectos de la labor, como bien señala Comesaña al decir en El trabajo como productor del artificio humano, que “(....) todo trabajo se realiza a la manera de la labor y para obtener el diario sustento, la propia subsistencia, en lugar de tener como objeto el enriquecimiento del mundo del artificio humano añadiéndole nuevos objetos duraderos” 50 . La imbricación y confusión actual entre labor y trabajo, es de tal magnitud, que resulta casi imposible deslindarlos. El único aspecto relevante que los diferencia es que la labor como actividad que corresponde al proceso biológico de nuestro cuerpo, es imprescindible para el proceso de la vida, mientras que podemos, circunstancialmente, vivir sin trabajar y sin que otro(s) ser(es) humano(s) trabajen por nosotros o para nosotros.

     Ahora bien, conviene aquí precisar que los objetos duraderos han desaparecido, en virtud del consumo desenfrenado, que exige el desgaste o la obsolescencia rápida de todo objeto para ser sustituido inmediatamente por uno nuevo, el cual será devorado a su vez. Ya no es posible diferenciar entre uso y consumo, entre la relativa duración de los útiles e instrumentos del artificio humano y el rápido agotamiento y desaparición de los bienes de consumo, que la abundancia no hace más duraderos; En efecto, nuestra autora nos dice en La Condición Humana,  que “la interminabilidad del proceso laborante esta garantizada por las siempre repetidas necesidades de consumo; la interminabilidad de la producción sólo puede asegurarse si sus productos pierden su carácter de uso y cada vez se hacen más objetos de consumo, o bien si, para decirlo de otro modo, la proporción de uso queda tan tremendamente acelerada que la objetiva diferencia entre uso y consumo, (....) disminuye hasta la insignificancia” 51.  

     El problema está entonces en “concertar el consumo individual con una ilimitada acumulación de riqueza” 52. La solución al mismo, consiste según la autora “(.....) tratar todos los objetos usados como si fueran bienes de consumo, de manera que  una  silla  o una  mesa  se consuma tan rápidamente como un vestido y éste se gaste casi tan de prisa como el alimento” 53.  Más adelante, agrega en este mismo sentido “La revolución industrial ha reemplazado la artesanía por la labor, con el resultado de que las cosas del Mundo Moderno se han convertido en productos de la labor cuyo destino natural consiste en ser consumidos, en vez de productos del trabajo destinados a usarlos” 54. 

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        50   Comesaña S, G. Op. cit.,p. 126.

        51       Arendt, H. Op.cit., pp. 134-135.

        52    Ibid., p. 133.
        
53    ibidem.,.

        54    Ibid., pp. 133-134. 

  

    Aquí podemos decir, que en nuestra contemporaneidad, los computadores u ordenadores constituyen un ejemplo evidente de objetos duraderos de la mundana estabilidad del artificio humano, que el desgaste y la obsolescencia rápida han convertido en bienes de consumo. Dicha tecnología cambia tan rápidamente que o repotenciamos el que tenemos o adquirimos uno nuevo, los cuales están destinados a ser devorados nuevamente a su vez.

     Hemos visto en líneas anteriores que según se utilice el criterio mundano de durabilidad o el de valor de cambio, un bien de consumo puede ser considerado, aunque de manera ambigüa, como producto. Ahora nos referimos a la procreación que deja tras de sí un producto: el hijo o la hija, en donde dicha ambigüedad no tiene sentido. Aquí cabe mecionar a Marx, quien considera que “laborar y procrear son dos modos del mismo fértil proceso de vida. Para él, labor era la “reproducción de la propia vida de uno” que aseguraba la supervivencia del individuo, y procreación era la producción de “vida extraña” que aseguraba la supervivencia de la especie” 55.

     En este caso, también se aplican los criterios de duración y “valor de cambio”, ya que podemos considerar que la vida del hijo o hija, no sólo permanece durante un tiempo determinado sino que su fuerza de  labor ha de incorporarse en el mercado laboral, a cambio de un salario. Aquí vemos entonces que la procreación es la producción de “vida extraña” utilizando las palabras de Marx, posee los criterios ya expuestos de durabilidad y “valor de cambio”. Por eso coincidimos con    Comesaña, que al referirse a la vida humana nos dice “(...) dada la sociedad mercantil en que vivimos, está destinada a entrar en el mercado de labor / trabajo a cambio de un salario” 56.  

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       55    Ibid., p. 117.

      56      CCL. P. 129.


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 Weil, Eric. Logique de la Philosophie.  Vrin. París,1967

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