LA ÚLTIMA AVENTURA DE ROBERT K. MERTON    (In memoriam)

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Félix Ortega

Profesor de Sociología

Universidad Complutense de Madrid

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 1.      La extraña fortuna de un manuscrito

A principios de 2003 moría uno de los grandes sociólogos del siglo XX, el estadounidense Robert K. Merton. Pocos meses antes, en noviembre de 2002, aparecía la que puede considerarse su última (y casi póstuma) obra. Se trata de un libro escrito en colaboración con Elinor G. Barber (especialista en historia francesa del siglo XVIII, desaparecida en 1999) y editado por primera vez en todo el mundo,  en lengua italiana, con el título Viaggi e avventure della Serendipity (Il Mulino, Bologna, 2002, 469 pp.). Estamos ante una obra sorprendente en muchos aspectos, y no sólo porque que no haya sido el inglés, idioma original del manuscrito, la lengua empleada para dar a conocer al público un trabajo de extraordinaria importancia. Lo es aún más debido a que los Viaggi fueron terminados de redactar nada menos que en 1958 y desde entonces han permanecido inéditos. Pero vayamos por partes.

Que la primera edición haya sido en italiano es bastante seguro que se deba a las afinidades electivas de R.K. Merton por este país, cuya comunidad sociológica, entre otras cosas, consiguió que se le otorgara el Premio Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales, y a los más que buenos oficios profesionales de su  mundo editorial. Como Merton señala varias veces en el libro, ha sido la constante presión, amable y persuasiva, de dos colaboradoras de la editorial Il Mulino la que le llevaron a él, y a E.G. Barber antes de morir, a tomar la decisión de encargarles lo que durante décadas no concedieron a otros. En efecto, la existencia del manuscrito era conocida porque a él se hace mención en otras publicaciones anteriores del sociólogo ahora recién fallecido. Y, sin embargo, el preciado don no recayó sino fuera del circuito angloparlante. Lo cual tiene ya algunos significados importantes. Uno de ellos dice mucho acerca del dinamismo de un sistema editorial como el italiano, con un público ciertamente muy limitado. Su capacidad para la búsqueda y selección de obras importantes sigue siendo un rasgo inveterado desde los ya gloriosos tiempos del malogrado G. Feltrinelli.

Otro atañe a nuestra comunidad sociológica, la española, extraordinariamente fragmentada y altamente preocupada por el control del poder académico (y algún otro si se tercia), y con pocas inclinaciones a dotarse de coherente entidad como grupo científico y profesional. Por desgracia para nosotros, aquí hemos ido siempre en pos de la última moda y poco o nada nos hemos preocupado por establecer sólidos vínculos con los “gigantes” de la profesión. Como anécdota puede servir el repasar la lista de los sociólogos foráneos a quienes nuestras universidades han otorgado el doctorado “honoris causa”. En el caso de Merton, cuando alguien se acordó de él, ya no estaba en condiciones de recibirlo.  

En fin, nada mal nos vendría reflexionar sobre la obsesión, a la que sociólogos con mando en plaza han contribuido poderosamente a modelar, por publicar en lengua inglesa. No seré yo quien discuta su necesidad y utilidad, pero no hasta el punto de contribuir a la profecía que se autocumple de que quien no publica en inglés no existe. Merton ha dado un ejemplo de que es posible salir de ese círculo vicioso. El que el gesto provenga de un autor consagrado en el mundo de habla inglesa lo hace más relevante. El problema reside en otra parte, claro está, y no es otro que el de los criterios y la calidad que la propia comunidad sociológica española ofrece a la hora de hacer sus elecciones editoriales, ya sea en el sector privado o en público. Con las pocas excepciones de rigor, los catálogos de libros de sociología traducidos a nuestra lengua suelen suscitar más el estupor que el reconocimiento.  Pero ésta es otra historia, y la que ahora me interesa destacar es la que relatan los autores de los Viaggi.

La por ahora única edición existente recoge íntegramente el manuscrito tal y como lo dejaron Merton y Barber en 1958. Al mismo se han añadido una Introducción debida a J.L. Shulman (amigo de Merton y especialista en el Renacimiento), y un Prefacio y un Postfacio del propio Merton. El Postfacio, en parte de carácter autobiográfico, es una no menos valiosa aportación al conjunto del libro, y en él encontramos algunas de las últimas (o revisadas) ideas de Merton antes de morir. En las 100 densas páginas del mismo se reconstruye el proceso de escritura del libro, se añaden datos y reflexiones actuales y se muestra la importancia que la palabra “serendipity” ha alcanzado en el mundo científico en la orientación típicamente mertoniana de su sociología de la ciencia. Pero este Postfacio contiene también los últimos impulsos vitales de su autor: su extensión, la renuencia que se percibe por doquier a poner el punto final como si con la prolongación del mismo se estuviera concediendo un plus de vida, la confesión final de que ha de dejarlo para someterse a otra (la última) operación, el desconcierto por la catástrofe del 11 de septiembre... La recuperación del  manuscrito parece haber dotado al viejo Merton de una nueva capacidad para replantearse no pocos de los temas que le ocuparon a lo largo de su dilatada vida.  En mayo de 2002 Merton da cuenta en su Prefacio de haber culminado esta tarea completamente, ya que escribe en el mismo que conoce la traducción italiana y el formato definitivo del libro.

Para acabar este preámbulo, resta por añadir algo más: las razones que pudieron tener Merton y Barber para, una vez concluido su minucioso análisis sobre la “serendipity”, dejarlo en el limbo del olvido editorial. Una respuesta plausible es la que ofrece J.L Shulman en la Introducción. De ella retengo únicamente los testimonios que aporta del propio Merton: que este manuscrito, recogiendo algunas ideas ya empleadas por él en Teoría y estructura social (1949) habría servido para elaborar otra obra posterior, en este caso sólo de Merton, la titulada A hombros de gigantes (1965). El argumento no es, al menos para mí, muy convincente, y el propio Shulman habla del “misterio” que rodea a la no publicación para acabar remitiéndose a lo único que importa: el manuscrito ahora recuperado y su contenido. Si al manuscrito añadimos el Postfacio mertoniano dicho contenido puede agruparse en tres grandes temáticas: la reconstrucción de la historia de la palabra “serendipity” desde sus orígenes, dando cuenta al mismo tiempo de los múltiples significados que se le irán atribuyendo a medida que aumenta su difusión; el papel que la “serendipity” tiene en los procesos de investigación, creación e innovación; el replanteamiento de todos estos aspectos que Merton lleva a cabo en el Postfacio escrito más de 40 años después. De todo ello daré cuenta en las páginas siguientes.

2.
      Orígenes, difusión y significados de  “serendipity(*)

La palabra “serendipity” es acuñada por Horace Walpole en una carta que escribe  en 1754 a Horace Mann. La toma prestada de un relato proveniente de Oriente (de India o Persia), que en Occidente es traducido por primera vez en la Venecia del XVI con el título Pereginnaggio di tre giovani, figliuoli del re di Serendippo. A principios del XVIII el relato-fábula pasa al inglés como The Three Princess of Serendip. La palabra, nombre con que se conocía también al antiguo Ceilán, viene a significar para Walpole el descubrimiento continuo, por casualidad y por sagacidad, de que cosas que no se están buscando. Con su nueva palabra, Walpole iba a contribuir de manera relevante a subrayar el papel que la casualidad tiene en algunos procesos de valiosos descubrimientos.

Del meticuloso rastreo histórico que Merton y Barber hacen tanto de la leyenda de los Tres Príncipes cuanto de sus conexiones con otras leyendas nada diré. Tan sólo señalo un dato que tiene importancia para comprender el uso social de las palabras, cambiante con los valores, las costumbres y el clima de opinión de cada época y de cada sociedad. Se trata de que después 1754, la palabra no vuelve a ser empleada en un escrito hasta 1833, fecha en la que se publican las cartas de Walpole a Mann. Ahora bien, no es hasta 1875 cuando la palabra vuelve a ser utilizada, en este caso por Edward Solly, un químico y anticuario que convencido por propia experiencia de los felices y fortuitos descubrimientos que tienen lugar en la vida, comprendió el atractivo de la palabra walpoliana y así lo hizo público en la revista “Notes and Queries” (una revista victoriana concebida para anticuarios, bibliófilos y eruditos). Desde entonces hasta 1958, fecha de finalización del manuscrito de Merton y Barber, se registraron alrededor de 135 usos públicos de la palabra. Las razones del largo silencio y de la posterior recuperación y éxito de “serendipity” tienen que ver con las transformaciones de las mentalidades sociales. En concreto, afirman nuestros autores, una larga parte del siglo XX inglés estuvo dominado por la moral victoriana, una mezcla de utilitarismo y evangelismo, que consideraba al sujeto humano como profundamente racionalista, seguro de sí mismo y responsable de sus acciones. Mal podían ser aceptadas las ideas de un personaje como Walpole, visto como frívolo, irrelevante y “afectado”. Por el contrario, en el último tramo del XIX, los tardovictorianos y los eduardianos parecían estar bastante menos seguros de sí mismos, experimentaron crisis morales desconocidas por la generación precedente, y apreciaban (como Walpole) la grandeza de las pequeñas cosas.

Los primeros ambientes  donde “serendipity” penetra con cierta pujanza son los círculos humanistas y literarios, pero no así en los del mundo científico. Es cierto que en los medios científicos de la época victoriana  ya se discutía sobre el papel de los descubrimientos accidentales en la investigación, si bien a los mismos sólo se les concedía alguna relevancia en las fases iniciales. Por otro lado, el empleo de neologismos - como sucede con “serendipity”- se consideraba una monstruosidad totalmente inaceptable. Es en los ambientes literarios y en general entre los diletantes donde, con posterioridad a 1875, la palabra tendrá aceptación y amplia difusión. Y una de las primeras preocupaciones consistió en otorgarle un preciso significado. El cual no hizo sino seguir ampliándose para oscilar entre las cualidades atribuibles al descubridor (“talismán”, “sagacidad accidental”, “habilidad natural”, “talento”) o las condiciones externas favorables (“fortuna”). Pero se pusiera el énfasis en uno u otro aspecto, los humanistas consideraban el descubrimiento accidental como un proceso total, completo en sí mismo; era el principio y el fin de la experiencia. Por el contrario, los científicos, en torno a los años 30 del pasado siglo, al asimilar la palabra (de la mano del fisiólogo Walter B. Cannon), entenderán que el descubrimiento accidental por sí mismo cuenta poco si no está integrado dentro de la racionalidad científica.

A medida que se difunde de los humanistas a los científicos y después a ámbitos como el periodismo y las empresas y organizaciones, la palabra cambia en su significación según el marco de referencia al que pasa a pertenecer. Y si durante las últimas décadas del XIX hubo un gran interés en fijar su preciso significado, después tal pretensión se abandona debido a la imposibilidad de cualquier control normalizador. “Serendipity” es una palabra inventada y como tal caprichosa; hay en ella, desde sus orígenes walpolianos, un toque de frivolidad y de humorismo que no ha abandonado nunca. Es, en segundo lugar, una palabra que más allá de sus propiedades denotativas y connotativas ofrece un atractivo en gran medida basado en la dificultad de descubrir (al menos fácilmente) qué significa, así como en sus indudables cualidades musicales.

La incorporación de la palabra a los diccionarios tampoco contribuyó de modo eficaz a clarificar las potencialidades significativas de “serendipity”. Recogida por vez primera en la edición de 1909 del The Century Dictionary and Cyclopedia, la “sagacidad accidental” para encontrar cosas interesantes tiene en este diccionario un marcado carácter humorístico, y en ella se mezclan la “feliz facultad” personal con la “fortuna”. En otros diccionarios posteriores (de los que Merton y Barber dan cuenta con amplitud y exactitud) la palabra adquiere significados diversos. De todos ellos es el The Oxford English Dictionary el que proporciona una información más sistemática y rigurosa de la palabra. Es precisamente en la edición de 1933 de este diccionario en la que Robert Merton se encuentra por primera vez con el término, que prontamente le será de gran utilidad en la construcción de su teoría sociológica.

Pero hay otras vías de acercamiento al significado de “serendipity” que emplean los autores de este libro. La primera de ellas tiene que ver con el uso que de ella se hace dentro de los diversos círculos sociales que la convierten en parte de su repertorio lingüístico. La palabra en tal caso adquiere el valor de un símbolo de identificación, de pertenencia; una palabra especializada que distingue a cuantos son “in-group” profesional e intelectualmente. Así, para los coleccionistas en general  la “serendipity” les es muy familiar ya que suele darse una fuerte discrepancia entre esfuerzos y resultados, siendo sus éxitos muchas veces golpes de fortuna inesperados. Entre los escritores la palabra ha sido ampliamente utilizada, lo que indica su potencialidad expresiva: de hecho aparece casi siempre como un divertimento que el autor utiliza para despertar la atención de sus lectores. Estos escritores no siempre proporcionan su significado, y en casos extremos (como el de un periodista que escribe con el seudónimo “The Spectator” en un periódico americano), se confiesa explícitamente desconocerlo y su uso es justificado como un mero pasatiempo. Los estudiosos de la literatura apenas se ocupan de ella, lo que indica  que la consideran frívola, extravagante y sin un preciso significado. Fueron los médicos humanistas (el ya mencionado W. Cannon en primer lugar) quienes transfirieron “serendipity” de los ambientes literarios a los de la ciencia; y lo hicieron no tanto por ser conscientes (que ya lo eran) del rol de los descubrimientos accidentales en el progreso de la ciencia, sino porque comprendieron las ventajas de llamar con un nombre nuevo (y fascinante) a este fenómeno. El descubrimiento de “serendipity” dentro de las ciencias sociales corresponde a uno de los autores de este libro, R. K. Merton. Apasionado lector de diccionarios la encuentra en uno de ellos y queda prendado de la misma en primer lugar por su cualidad de neologismo. Pero de inmediato lo la pone en relación con su concepción de la investigación empírica. En un artículo aparecido en 1945 Merton afirma que en este tipo de investigación hay siempre un componente de “serendipity” ya que se descubren, por fortuna o sagacidad, resultados en los que no se había pensado. En 1949, su obra Teoría y estructura sociales otorga ya una plena legitimidad al uso sociológico de la palabra. Que será recogida enseguida por diversos sociólogos, tales como A.W. Gouldner, B. Barber, H. Becker  y D. Glasser entre otros. Para los científicos dedicados a la investigación aplicada dentro del mundo empresarial la “serendipity” era un término que justificaba sus aspiraciones a escapar de los rígidos controles de los laboratorios y que cuestionaba algunos de los criterios de eficacia por los que se regían las inversiones en investigación. En fin, para los escritores científicos (periodistas, historiadores de la ciencia y algunos científicos), si bien “serendipity” sigue significando  descubrimientos inesperados, es también una palabra que les permite ofrecer a sus lectores el lado más humano, y por tanto más familiar, de la ciencia.            

 La segunda forma de entender esta palabra es plantearse sus implicaciones morales. Porque el problema de los descubrimientos accidentales se liga al de buena o mala suerte en general, y a la necesidad de dotar de sentido a una irracionalidad que permite ser a unos afortunados y a otros desafortunados. Y todavía más: queda por dar respuesta al problema de la responsabilidad (personal o colectiva) por la obtención de felices descubrimientos fortuitos. Se trata en suma de plantearse el gran tema del bien y del mal y de la parte que en su desarrollo desempeña el ser humano. ¿Es libre o depende de alguna suerte de presdestinación a azar ciego?. ¿Es capaz de dominar racionalmente el ambiente natural y social o, por el contrario, está sometido a fuerzas que escapan de su completo dominio y comprensión?. Merton y Barber no dan, como era previsible, una respuesta a tal cúmulo de dudas. Pero basándose en la “serendipity” y en la orientación sociológica que preside todo su análisis, sostienen que el modo de explicar algunos de estos problemas debe buscarse en la posición social de los individuos. Según ellos, hay individuos que han de afrontar situaciones que contienen un alto grado de “incertidumbre estructurada”, mientras que para otros las posiciones que ocupan se caracterizan por contener un mínimo de tal incertidumbre. Así, por ejemplo, un trabajador ferroviario encargado de los cambios de vías ha visto  cómo su incertidumbre se reducía, con los avances tecnológicos, a la mínima expresión. Pero la incertidumbre no es suficiente para dar cuenta del suceso o del fracaso imprevistos; éstos sólo se convierten en problema en la medida en la cual el individuo se considera responsable del uso eficaz de los conocimientos y recursos puestos a su disposición. Es lo que sucede con  los médicos y los científicos sociales y naturales, si bien conviene matizar que a los primeros se les exige más responsabilidad y por lo mismo no se les toleran los fracasos imprevistos. Es entre los científicos donde los resultados imprevistos pueden tener una relevancia mayor; de lo que se trata, en su caso, es de contribuir al progreso, el cual puede lograrse de acuerdo con lo previsto o no. Lo que pone de relieve el lugar privilegiado de los descubrimientos accidentales en el mundo científico.

 

3. Ciencia y “serendipity”

Acabamos de ver la tardía recepción por parte de los científicos de la palabra en cuestión. A pesar de ello, será el mundo de la ciencia el responsable de otorgarle un sentido más pleno, al tiempo que la introducción del término en su campo contribuirá poderosamente a dar vigor a no pocos debates. De entrada, las ciencias en general parten de una premisa bien alejada de la “serendipity”: su lógica se basa en la creencia de que es posible la racionalidad empírica y de que la regularidad preside la dinámica de los fenómenos observados. Conforme a tal presunción, las ciencias han elaborado modelos y diseños que establecen relaciones causales que pueden analizarse y controlarse en el proceso de la investigación. Y consecuentemente, los informes que dan cuenta de los resultados científicos ofrecen una imagen en la que no hay ningún lugar para lo imprevisto, fortuito o anómalo. Pues bien, ha sido  la perspectiva “serendipitosa” la que ha puesto en cuestión este esquema. Pero también, como hemos de ver siguiendo a Merton y Barber, ha servido para cuestionar la respuesta radical que en la mera casualidad quiere encontrar la posibilidad de avances científicos.

En los orígenes mismos de las ciencias naturales aparece la discusión sobre el lugar que en ellas ocupan los descubrimientos accidentales. Así,  en los siglos XVII y XVIII se otorgaba ya por parte de algunos científicos una especial relevancia a los descubrimientos imprevistos, particularmente en las primeras fases de cualquier ciencia. Más adelante, en el XIX,  el conocido físico Ernst Mach consideraba que se habían infravalorado las circunstancias accidentales bajo las cuales tenían lugar bastantes descubrimientos científicos. En ese mismo siglo, Pasteur, que situaba a la teoría el lugar central en el desarrollo de la ciencia, venía a reconocer que en los descubrimientos (en concreto alude al del telégrafo) lo imprevisto y la casualidad favorecen a la mente preparada, que no es otra que aquélla que se encuentra en actitud receptiva hacia lo fortuito. Pero otros biólogos franceses como C. Bernard y Charles Robert Richet conceden a la “serendipity” un papel mucho más decisivo: el primero porque afirma que si se encuentra un dato que contradice una teoría, es ésta la que debe abandonarse a favor del dato; el segundo al señalar que el rol del científico cuenta poco y que son los acontecimientos no previstos los que sirven para llevarle al descubrimiento.

Dado que la casualidad juega un innegable papel en el progreso científico, ¿cuál es su legitimidad dentro del mismo?. O para decirlo con las palabras de Merton y Barber, la “serendipity”, ¿es mérito individual o fortuna?. Tener fortuna en el campo científico implica un juicio sobre la capacidad individual, ya que ello supone aceptar que los resultados no son merecidos por la competencia del científico, y  por tanto escaso crédito pueden proporcionar las acciones de alguien que sólo se rige por la casualidad. Mas tener “serendipity” también presenta una vertiente positiva cuando se la vincula al trabajo sistemático de personas competentes. En tal caso, la fortuna sólo sonríe a quien realmente se lo merecen. Es esta última interpretación la que usó Walter Cannon, quien como ya se ha dicho fue el primer científico en usar la palabra “serendipity”. De manera bastante generalizada los científicos van a admitir que sin unas cualidades personales e intelectuales determinadas difícilmente la “serendipity” jugará algún papel en sus prácticas. Mas dadas estas condiciones personales, lo imprevisto ayudará de manera fundamental a mejorar el trabajo de hacer avanzar la ciencia. De manera que los descubrimientos accidentales tienen sentido y repercusiones siempre y cuando el científico tenga entre sus cualidades  capacidad de iniciativa, coraje, curiosidad, imaginación, determinación, asiduidad y sagacidad. Vistas así las cosas, lo fortuito parece serlo menos.

Si de una parte la “serendipity” ha de basarse en ciertos atributos del científico, de otra queda por dilucidar las dosis de los mismos que resultan compatibles con el desarrollo de la ciencia. En este caso  encontramos también amplias coincidencia entre los estudiosos de la ciencia: la legitimidad de los descubrimientos accidentales ocupa un puesto menor, pero variable en su importancia según se otorgue más relevancia a la teoría (la casualidad es aquí casi descartada) o a la investigación empírica (en la que el juego de lo imprevisto puede alcanzar un peso específico notable).

Aun hemos de dilucidar el modo que la ciencia tiene para percatarse de la aparición y de la verificación de la “serendipity”. Lo cual lleva a Merton y Barber a plantearse dos aspectos de la cuestión. El primero de ellos se refiere a la organización y programación de la investigación. Un proyecto y un plan de trabajo rígido y obsesivo es en este campo mucho más paralizante que en otros aspectos de la vida; aunque permite verificar o descartar hipótesis con exactitud, impide abrirse a sorpresas enriquecedoras. Se trata del tipo de investigación empírica, muy abundante en ciertos campos científicos con pretensiones de exactitud extrema, caracterizada por el riguroso despliegue de las técnicas y procedimientos establecidos por el paradigma dominante, pero cuyos resultados en realidad poco o nada aportan al progreso del saber. Por el contrario, el diseño de planes no absolutamente estructurados facilita la percepción y el dar cabida a datos eventualmente relevantes. Lo cual no significa en modo alguno que el científico abandone  el rigor y el sistema.

En segundo lugar, la “serendipity” posibilita que el científico, al estar favorablemente predispuesto para ver nuevos aspectos y obtener resultados no previstos, enriquezca  la teoría  incorporando nuevas ideas. Como el propio Merton ya había analizado en un trabajo precedente al libro que comento (y recogido dentro de su Teoría y estructura sociales) el modelo de  la “serendipity” consiste precisamente en observar, dentro del proceso de la investigación, que un dato es imprevisto, anómalo y estratégico. El dato imprevisto origina un subproducto casual que no se esperaba dentro del plan inicialmente previsto.  Es anómalo porque resulta incongruente en relación con la teoría dominante o con los hechos ya establecidos. Y se convierte en estratégico porque tiene implicaciones que inciden sobre la teoría generalizada, al descubrir la dimensión universal que tiene el inesperado dato particular.

Hay una variante de la “serendipity” en el terreno científico algo diferente de la que hemos analizado hasta ahora. Se trata en este otro caso no de plantearse las peculiaridades del trabajo del científico, sino la influencia que sobre el mismo ejercen aquéllos que pueden hacerlo: las instituciones que financian y definen los objetivos y cuantos administran los fondos de investigación.  En suma, nos enfrentamos al papel de la “serendipity” en la política científica. Los administradores de la investigación pueden ser autoritarios o permisivos; otorgar un grado alto de autonomía a los científicos o por el contrario convertirlos en una parte más al servicio de la organización. En virtud de la elección adoptada, los descubrimientos accidentales gozan de legitimidad o no. Merton y Barber siguen en este punto al físico Irving Langmuir, quien advertía de los daños de una  excesiva programación en el campo científico y de la conveniencia de que los administradores de la investigación se limiten a definir las líneas más generales posibles a los científicos que actúan bajo su dirección. Como el propio Langmuir afirmaba, no se puede planificar el descubrimiento; pero es posible planificar el trabajo que conducirá probablemente a lograrlo. Es posible organizar los centros de investigación de manera que aumenten las posibilidades de que emerjan acontecimientos valiosos. Y para ello es necesario otorgar un amplio margen de libertad a los científicos. Mas este déficit de planificación contribuye a aumentar, sin duda, las incertidumbres y la probabilidad de fracasar. Pero el fracaso aparecerá con gran probabilidad si no se concede ninguna oportunidad a la casualidad.

Ciertamente no todos los que han reflexionado sobre el tema coinciden con este planteamiento. Merton y Barber dan cabida a otras voces que en el creciente papel atribuido a la “serendipity” no ven un síntoma de vitalidad, sino de parálisis científica. Mas no se agota aquí la discusión. Porque es posible otra perspectiva sobre el problema de la política científica diferente a la de la administración entendida como el grado de autonomía concedida a los científicos. En efecto, se trata de a quién apoyar dentro de la comunidad científica. La respuesta en tal caso es que cualquier tipo de ayuda selectiva corrompe el trabajo de los científicos, al definir éxitos y asignar premios que vienen a ser incompatibles con el adecuado disfrute de la ciencia. Debe apoyarse en medida bastante similar a cuantos grupos y personas se dedican a la ciencia, rehuyendo competitividades o prioridades innecesarias.

4.
      Las condiciones mertonianas para el desarrollo de una valiosa “serendipity”

Hasta aquí he recorrido las páginas que corresponden al manuscrito concluido en 1958. ¿Cuáles son las aportaciones al mismo del Postfacio que R.K. Merton añade en 2002 a la primera edición con el título “Riflessioni autobiografiche su Viaggi e avventure della Serendipity”?. De entrada no es una revisión del texto original (al que Merton denomina “texto-cápsula-del-tiempo”), con cuyo contenido se identifica. Se trata de un amplio ensayo (que como ya he dicho tiene 100 páginas) en el que aborda fundamentalmente tres aspectos de la “serendipity”: (1) su descubrimiento de la palabra; (2) el uso de la misma después de 1958; (3) las condiciones del trabajo científico e intelectual que hacen posible (y probable) su aparición en forma de descubrimiento importante pero fortuito.

Antes de abordar estos tres filones, conviene detenernos brevemente en una cuestión previa, cual es la referida al significado que para Merton tiene la palabra “serendipity”. Aparte de la narración histórica que se hace en el manuscrito de 1958, y que sumariamente retoma en las “Riflessioni autobiografiche”, no hallamos ningún pasaje destinado a tal fin. Merton vuelve a proporcionarnos su modelo de “serendipity” tal y como lo formuló en 1945 (y que como he señalado aparece incluido en Teoría y estructura sociales de 1949) y que consiste en observar un dato imprevisto, anómalo y estratégico que proporciona una ocasión para el desarrollo o la ampliación de una teoría. Lo que indica que Merton ha mantenido siempre una gran consistencia en las ideas  que iba descubriendo. Ahora bien, dado que el libro Viaggi e avventure della Serendipity  aborda no sólo el papel de los descubrimientos accidentales en el campo científico, sino en prácticamente todos los terrenos, podría sernos de alguna utilidad un significado más amplio de “serendipity”. Y lo que Merton no hace, en gran medida lo proporciona J.L Shulman en su cuidadosa Introducción. Haciendo hincapié en que una parte crucial de la historia del término es su resistencia a una precisa interpretación, Shulman se aventura a darnos la suya propia: “Serendipity puede significar encontrar cualquier cosa valiosa mientras se busca otra completamente distinta, o encontrar algo que se estaba buscando, pero en un lugar o de un modo del todo inesperado. La palabra implica siempre un descubrimiento, y siempre aquello que Walpole ha llamado una ‘afortunada casualidad’ ”. En todo caso, la “serendipity” no es el descubrimiento, sino una oportunidad (casual) para llegar a descubrir.

Como se recordará por lo que he mencionado en un párrafo anterior, Merton encontró la palabra “serendipity” en el The Oxford English Dictionary, en su edición de 1933. La compra de este libro fue tan casual como el descubrimiento de la palabra dentro de él: una serie de peripecias en la que se cruzaron su economía como estudiante post-graduado de Harvard, la política empredida por F.D. Roosevelt y la habilidad vendedora de los libreros bostonianos permitieron a nuestro autor adquirir los 13 volúmenes del diccionario. De manera que este cúmulo de casualidades son definidas por Merton como “encuentros autoejemplificadores” de los orígenes y  la historia misma de la palabra “serendipity”. A partir de aquí y seducido por ella, Merton va proceder a su interpretación dentro de la teoría sociológica cuya elaboración emprende en la década de los 30. Primero, todavía sin usar el término, Merton  otorga una especial relevancia a las consecuencias no intencionales de la acción social intencional (que en gran medida se corresponden con sus “funciones latentes”): lo hace en su tesis de doctorado sobre el rol no intencional y paradójico desempeñado por el puritanismo en promover el desarrollo de la nueva ciencia que estaba emergiendo en la Inglaterra del siglo XVII (publicada con el título Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII). A continuación, en el ensayo “The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action” (publicado en American Sociological Review en 1936). Después, introduce la palabra en un par de artículos de 1945 y 1948 que se convertirían en un capítulo de su libro de 1949 Teoría y estructura sociales. El manuscrito de los Viaggi de 1958 y el posterior ensayo A hombros de gigantes (1965) son muestra elocuente del interés mertoniano por el papel de la “serendipity” en el proceso de la investigación y en la construcción de teorías.

Por cuanto se refiere a la difusión  de la palabra, que ya en 1958 era bastante generalizada, a comienzos del siglo XXI Merton nos da cuenta del imparable éxito de la misma. Para ello acude a dos fuentes: los diccionarios e Internet. A través de Internet ha podido constatar que “serendipity” se ha convertido en una palabra de uso masivo: mientras que en la década de los sesenta se había empleado tan sólo un par de veces en periódicos y revistas, en la década de los noventa aparece mencionada en más de 13 mil ocasiones. Pero Merton va un poco más allá y recurre a un archivo reservado, que no es de libre utilización en la red, el JSTOR, una base de datos que agrupa a casi dos centenares de revistas científicas y culturales. Pues bien, en este caso se ha pasado de mencionar la palabra cuatro veces en la década de los treinta, a hacerlo cerca de dos centenares y medio de veces en la primera mitad de los noventa.

En cuanto concierne a los diccionarios, hace un detallado recorrido por los de las lenguas más habladas y descubre que desde el año 1909 (en que aparece en The Century Dictionary) hasta el 2000, el término “serendipity” se ha difundido en la mayor parte de los ámbitos lingüísticos. Y lo ha hecho o bien conservando su forma original inglesa, o bien adaptándola ligeramente a la fonética de cada lengua ( por ejemplo, “serendipia” o “serendipidad” en español, “serendipità” en italiano). Pero el descubrimiento más importante se refiere a la evolución del significado mismo de la palabra. Frente a la riqueza y pluralidad que “serendipity” había mantenido desde su Horace Walpole hasta la mitad del siglo veinte,  el panorama actual nos ofrece un empobrecimiento y una contracción de su significado. Ahora se ha reducido a un estereotipo que denota casi exclusivamente un atributo personal, alguna suerte de facultad o capacidad individual. A esta transformación  Merton concede relevantes consecuencias teóricas y conceptuales. Y a ellas dirige gran parte de su análisis, la más relevante sin duda del Postfacio, en un intento de desmontarlas y de establecer cuáles son para él las auténticas condiciones que permiten el aflorar de la “serendipity”.

Para Merton la “serendipity” no puede quedar constreñida a un conjunto de meras condiciones individuales, aunque éstas no sean desdeñables. Este reduccionismo psicológico, que en el fondo no explica nada acerca de la creatividad, puede terminar en un reduccionismo más radical de carácter biológico. En tal caso los descubrimientos casuales son vistos como el resultado de alguna suerte de “talento natural” que no requeriría de preparación o entrenamiento alguno, puesto que dependería de capacidades congénitas. Con este enfoque  se acabaría echando mano, afirma Merton, a explicaciones del tipo de la sardónica tautología de Molière según la cual “el opio duerme a causa de su virtud adormecedora”. Incluso es insuficiente, sostiene Merton,  pensar como lo hacía Pasteur que lo fortuito favorece a las mentes preparadas. La mente está “preparada” sólo si se encuentra bajo ciertas condiciones ambientales, que van más allá de ella y que son todas las que favorecen la acogida favorable de los datos imprevistos. Por tanto, es necesario superar la estrecha concepción psicologista para dar entrada a la perspectiva sociológica en la comprensión de los procesos de invención y creación.

Una perspectiva que lleva a que Merton señale como una condición fundamental para el desarrollo de la “serendipity” la creación de “microambientes socio-cognitivos”. La “sagacidad” como atributo piscológico está sin duda presente en todo tipo de descubrimiento, pero no es el rasgo específico de aquel descubrimiento de naturaleza “serendipitosa”. Es el “accidente”, lo imprevisto, la característica  particular del último. Y para que el “accidente” pueda activar la sagacidad es necesario que el ambiente en el que ocurre y las subculturas que en él florecen  sean favorables a su integración en un proceso creativo más amplio que el del simple individuo, por más talento que tenga. Para dar cuenta de la importancia “serendipitosa” de estos ambientes Merton analiza el caso del descubrimiento por Thomas  Kuhn  de los conceptos claves (especialmente el de “paradigma dominante” y su aplicación a las “revoluciones científicas”) de su obra La estructura de las revoluciones científicas. Tales medios socio-cognitivos fueron la Harvard Society of Fellows y el Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Palo Alto. El clima intelectual de estas instituciones, el conjunto de científicos que allí compartieron teorías (particularmente la del psicólogo Jena Piaget) y  preocupaciones con Kuhn,  posibilitaron, entre otros factores, que éste construyera su concepto de “paradigma”, así como comprendiera el papel que la propia “serendipity” desempeñaba en los cambios de paradigmas científicos. Un término científico, el de paradigma,  por cierto también descubierto por Merton, aunque él difiere de Kuhn en que considera que todo campo científico se caracteriza porque en el mismo actúan, simultáneamente, varios paradigmas en vez de la existencia de uno solo dominante, tal y como pensaba Kuhn. Que él y Merton llegasen, por separado, a resultados similares es un indicador más de la importancia de los medios cognitivos (con climas intelectuales similares) para estimular la sagacidad de quienes a ellos pertenecen haciéndoles percibir dimensiones imprevistas de la realidad, así como un ejemplo de lo que Merton había denominado (en La sociología de la ciencia) “descubrimientos múltiples e independientes”. Éstos siempre son una consecuencia de los microambientes, y no de las meras habilidades individuales.

Un último aspecto  que Merton afronta tiene que ver con la presentación de los resultados del proceso investigador. Es este último punto una revisión extraordinariamente crítica de los imperativos formales (y no sólo formales) que hoy día rigen en el campo de las publicaciones, y que me atrevo a llamar “formato científicamente correcto”. Por de pronto, Merton considera que los escritos de los científicos suelen ser, según sus propias palabras, una “falsificación retrospectiva”. Esto es, existe una clara dicotomía entre  ciencia pública y práctica científica privada en el sentido  de que raramente encuentran algún espacio en los artículos y libros científicos los acontecimientos “serendipitosos” producidos a lo largo de la investigación. Las teorías científicas se presentan en términos rigurosamente lógicos y formales y no en el orden en el cual fueron descubiertas. La obsesiva imposición de lo que Merton denomina SSA (“artículo científico estándar”), tan extendida en el mundo de las revistas de referencia, viene a encubrir el proceso de construcción de la ciencia. Con el SSA se ofrece tanto a otros científicos, como sobre todo a los que inician su andadura en la práctica de la investigación,  esquemas ideales que en muy poca medida tiene que ver con la realidad de la investigación. Son modelos que dejan fuera aquello con lo que el científico ha de vérselas en su camino: los errores, las falsas presunciones, las intuiciones, las conclusiones aproximadas, los “felices” accidentes que se acumulan en el trabajo.  De manera que los documentos públicos de la ciencia ni proporcionan el material necesario para reconstruir el proceso de desarrollo de la ciencia, ni son un modelo adecuado de socialización científica. A partir de esta idea que Merton ya había planteado en Teoría y estructura sociales, propone ahora (siguiendo otra idea aparecida en A hombros de gigantes y en otro texto elaborado para una reunión de la Associazione Italiana di Sociologia, celebrada en 1987, en Amalfi) un nuevo esquema de presentación del trabajo científico: la OSS (“serendipity” científica obliterada). Ello requiere que la publicación de los resultados científicos refleje todo cuanto resulte significativo para dar cuenta real del trabajo que ha permitido los logros que ahora se hacen públicos. Merton cita en su apoyo al biólogo y premio Nobel Peter B. Medawar quien afirmaba que el ensayo científico en su forma ortodoxa (introducción, métodos y resultados) encarna en realidad una concepción errada y una caricatura de la naturaleza del pensamiento científico. El formato inductivo debiera ser eliminado de estos ensayos y en su lugar presentar las hipótesis que se han ido asomando (o descartando) a la mente del científico a medida que avanzaba en su trabajo..

Hasta aquí el largo Postfacio que R.K. Merton añade al manuscrito escrito conjuntamente con E. Barber en 1958, y que se nos ofrece como una “cápsula del tiempo” en esta primera edición en italiano. Si bien es verdad que muchas de las ideas contenidas en este libro ya estaban en otros anteriores, su novedad reside en el tratamiento sistemático de la “serendipity”, lo que nos ha permitido conocer sus orígenes, la difusión histórica así como las sucesivas mutaciones de su significado, y todo ello con especial énfasis en el campo científico. Es en este último aspecto en el que Merton se detiene con parsimonia en su Postfacio. De las consecuencias que para él tienen los descubrimientos valiosos y fortuitos sobre la práctica científica voy a señalar un par de ellos,  por la particular incidencia que a mi modo de ver tienen para el mundo científico español. El primero es en relación con la necesidad de organizar microambientes cognitivos estimuladores de la creación y la innovación teórica y aplicada. Para conseguirlo es necesario entender la ciencia de una manera que no es desde luego la que domina en nuestra sociedad. Se necesitarían profundos cambios en la política científica; en todo caso superar la inclinación a hacer de la misma un conjunto de decisiones improvisadas, a veces arbitrarias, y casi siempre ceñidas al logro de objetivos prioritarios de corto alcance. Pero no menos modificaciones tendrían que emprenderse en la organización de la investigación en las universidades, que en su imparable carrera a convertirse en grandes colegios de enseñanza empiezan ya a correr el riesgo de considerar la investigación como una práctica marginal.

En segundo lugar, un segundo frente en el que hemos emprendido una acelerada marcha sin rumbo es en el referido a los criterios pertinentes para valorar los resultados de la práctica científica. Me refiero a la fiebre evaluadora de la actividad científica que se ha instalado entre nosotros. Bienvenida sea siempre y cuando se haga con fundamento, para lo cual se requiere algo más que el control del “Boletín Oficial del Estado” o las prerrogativas asociadas a algún puesto político. Por lo pronto no vendría nada mal conocer mejor en qué consiste la práctica social que llamamos ciencia. Y desde luego convendría superar la funesta identificación de ciencia con “artículo científico estándar”. La generalización de un falso rigorismo formalista está llevando, desde mi punto de vista, a tres funestos resultados: la fosilización del saber científico (ceñido a repetir protocolos y procedimientos de una ortodoxia que tan mal encaja con el progreso científico); la centralidad de lo irrelevante (el empleo de amplios recursos para descubrir lo obvio); las serias dificultades para organizar medios estimulantes y favorecedores de la discusión por el predominio de grupos que a veces tienen un cierto tufillo sectario.

Pero al margen de cualquier otra consideración que pudiera suscitarnos, Viaggi e avventure della Serendipity es sobre todo un bello y estimulante libro. Robert K. Merton nos ha dejado el mejor regalo que podía hacernos antes de abandonarnos definitivamente: una reconstrucción autobiográfica de su itinerario intelectual que nos permite comprender mejor cómo han ido tomando forma algunos de los principales conceptos de su teoría sociológica. Gracias a él, incluso los que no profesamos de mertonianos podremos otear con algo más de claridad el horizonte social desde una altura que sin “gigantes” de su talla nos estaría vedado. Sólo me queda desear que los lectores en lengua española puedan disfrutar prontamente de lo que por el momento ha sido reservado a los paladares italianos. 

 

Bibliografía de R.K. Merton citada
Viaggi e avventure della Serendipity. Il Mulino, Bologna, 2002.
The Sociology of Science. Theoretical and Empirical Investigations. The University of Chicago, Chicago, Ill., 1973. (Trad. cast. La sociología de la ciencia. Alianza, Madrid, 1977.
On the Shoulders of Giants. The Free Press, New York, 1965. (Trad. cast. A hombros de gigantes. Península; Barcelona, 1990)
Social Theory and Social Structure. The Free Press of Glencoe, Illinois, 1949. (Trad. cast. Teoría y estructura sociales, FCE, México, 1964).
Science, Technology and Society
  in Seventeenth-Century England. Howard Fertig, New York, 1938. (Trad. cast. Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII. Alianza, Madrid, 1984).

 

Una selecta bibliografía sobre la “serendipity” se  encuentra en la cuidada edición original italiana de la obra de R.K.Merton-E. Barber.  

 

(*) Al no existir traducción castellana de esta obra, he preferido seguir el criterio de la edición italiana que mantiene la palabra “serendipity” en su grafía inglesa.

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