GUERRA Y SOCIEDAD

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Alberto Piris
General de Artillería / Diplomado de Estado Mayor, Madrid

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Una correspondencia biunívoca

Una simple constatación basada solo en el análisis histórico permite deducir, en principio, que entre guerra y sociedad existe una correspondencia biunívoca que ha quedado bien establecida a lo largo del tiempo. Esta relación es de tipo funcional. Se podría establecer, esquemáticamente, del siguiente modo: la sociedad genera la guerra y ésta, a su vez, conforma los parámetros básicos de aquélla.

 En efecto, sin pretender desarrollar un exhaustivo análisis de las causas de la guerra, lo que se halla fuera del ámbito de este texto, está sobradamente comprobado que la sociedad, articulada a lo largo de la historia en muy diversas formas, de las que la más moderna es el estado soberano que se erige en protagonista de las relaciones internacionales del momento actual, se ha venido sirviendo sistemáticamente de la guerra para alcanzar determinados objetivos o fines. Dicho de otro modo, hay una clara relación funcional entre la sociedad, como elemento protagonista y motivador, y la guerra, como instrumento al servicio de aquélla. Queda así definido uno de los aspectos de la correspondencia recíproca antes mencionada.

 Pero la relación entre ambos términos también se establece en sentido contrario, con la guerra como elemento activo y la sociedad como sujeto pasivo. El fenómeno bélico ha sido el principal elemento conformador de los parámetros sobre los que se estructuran las sociedades del presente. Sobre este segundo aspecto se suele reparar menos frecuentemente, pero basta observar que la mayor parte de las fronteras que definen hoy el mapa político mundial son resultado de algún conflicto resuelto por la fuerza de las armas. Y también consecuencia de diversas guerras, ganadas por unos y perdidas por otros, son otros elementos sociales tan poco relacionados entre sí como la lengua o la religión dominantes, los recursos y el poder económico de los grupos humanos y la hegemonía dentro de ellos de ciertos sectores (tribus, etnias, clases sociales, etc.).

 Esta doble correspondencia, que como antes se ha dicho es de tipo funcional, puede considerarse simétrica e incluso podría definirse gráficamente como un peligroso circuito cerrado de realimentación, cuando la guerra conforma los parámetros de la sociedad, y ésta, no satisfecha con algunos de ellos, recurre de nuevo a la guerra para modificarlos en su favor. Cabe afirmar que la historia universal contiene innumerables ejemplos de este fenómeno, muchos de los cuales se presentan con gran realismo en la historia bélica de Europa.

 Pero la relación expresada anteriormente no es única. Existe una segunda conexión entre los dos términos aquí comentados que, al contrario de la anterior, es profundamente asimétrica. Así como la primera define una vinculación funcional entre ambos elementos, con una clara relación de causa a efecto, esta otra se basa en su naturaleza propia. Se trata de un vínculo que suele pasar bastante desapercibido. Para ponerlo de relieve basta considerar que tanto la guerra como la sociedad se hallan estrechamente implicadas en el desarrollo de los seres humanos desde sus estadios más primitivos hasta la situación actual de la evolución antropológica, aunque ninguna de ambas sea una característica exclusiva de ellos, puesto que los dos términos (guerra y sociedad) pueden ser aplicados, si bien con ciertas limitaciones, a algunos animales. Pero la humanidad se relaciona de modo distinto con la sociedad y con la guerra. Ésta es esencialmente un fenómeno social, una actividad de los seres humanos organizados en sociedad, y no puede prescindir en modo alguno de esta cualidad. No cabe concebir la guerra sin la existencia previa de las sociedades humanas que la puedan utilizar en su provecho. Habría otras cosas, pero no la guerra tal como viene siendo registrada en los anales de la humanidad. Por el contrario, la sociedad es la estructura de los seres humanos organizados de uno u otro modo, que de ninguna forma necesita de la guerra para subsistir, aunque durante milenios haya venido haciéndolo. Es perfectamente concebible una sociedad no inclinada hacia el fenómeno bélico. Dicho de forma simplificada, y a modo de resumen: la guerra es necesariamente social, pero la sociedad no es necesariamente belígena. Los objetivos que logra a través de la guerra puede conseguirlos por otros medios muy diversos. Que esto no haya sido un rasgo dominante en el pasado histórico de la humanidad no impide que lo pueda ser en el futuro.

 Esta percepción básica de la interrelación entre guerra y sociedad lleva de modo casi obligado a reconsiderar la teoría del conflicto, que se halla en su raíz. La guerra ha venido siendo un modo extendido de resolver conflictos, pero no es el único y llega el momento en el que se le empieza a considerar como ni siquiera racional, sobre todo desde la aparición del armamento nuclear. La sociedad humana ha vivido, vive y vivirá entre conflictos, pero éstos no han de ser forzosamente resueltos por la fuerza de las armas. Desde las teorías que consideraban la guerra como el elemento medular y vertebrador de la sociedad y que alcanzaron extraordinario auge en el primer tercio del presente siglo, hasta las que, como recuerda la Carta de las Naciones Unidas en sus primeras líneas, pretenden preservar a la humanidad "del flagelo de la guerra", se ha recorrido un largo camino en menos de medio siglo. La percepción que la sociedad tiene de la guerra es otra relación inequívocamente desigual cuando está concluyendo el siglo XX. Pocos líderes del pensamiento se atreven a propugnar la guerra como un medio racional para alcanzar objetivos sociales. A esto añade aun mayor complejidad el hecho de que la comunidad internacional de naciones haya recurrido a la guerra para establecer el respeto al derecho internacional, bajo los auspicios de Naciones Unidas, aunque sobre esta evolución, todavía incipiente, se pueda ejercer una crítica razonada y enérgica, basada en la falta de democracia y de legitimidad de muchos órganos del sistema de la ONU, lo que la lleva, a veces, a aplicar distintos baremos de actuación a problemas análogos.

 

Otros elementos complementarios: política, disuasión, ejércitos y armas

La relación entre guerra y sociedad no constituye un círculo cerrado y restringido a estos dos términos. Es necesario introducir una multiplicidad de elementos que ayudan a comprenderla. De ahí que cualquier reflexión sobre ambos conceptos tienda a extenderse casi ilimitadamente sobre un amplio campo que a veces ni siquiera es homogéneo. Para ello conviene analizar los dos sentidos de la correspondencia inicialmente expresada. El primero de ellos, es decir, el de la sociedad como elemento generador y motivador de la guerra, además de requerir el análisis de las causas de los conflictos y los métodos para su resolución - asunto al que la investigación para la paz dedica esfuerzos prioritarios -, incide de modo directo sobre la relación entre guerra y política. Es imposible eludir esta recíproca influencia: la guerra al servicio de la política, según el ideal clausewitziano, pero también la política distorsionada y perturbada por el fenómeno bélico. Si la actividad política es una emanación inmediata de la sociedad, la guerra suele interponerse entre los ciudadanos y sus gobernantes, lo que se advierte sin más que constatar cómo, en tiempo de guerra, no son las sociedades las que deciden en último término sobre sus destinos, sino los gobiernos, quienes, muy frecuentemente además, se aprovechan de la contingencia bélica para limitar muchos de los derechos políticos de los ciudadanos.

 En el encadenamiento entre sociedad, política y guerra, no hay que olvidar un importante aspecto de esta última que no conduce al uso de las armas sino a su simple ostentación, a modo de amenaza. Blandir o asestar el arma, sin intención de utilizarla, es un recurso habitual de los seres humanos desde sus más primitivas épocas. La disuasión, siempre presente en el discurso de la guerra, cobró mayor relieve cuando llegó a tenerse por imposible el uso racional de un cierto tipo de armas, como son las nucleares, lo que obligó a desarrollar elaboradas - y a menudo irracionales - teorías sobre la disuasión nuclear. Pero la disuasión es la simple amenaza, se basa en la percepción del amenazado para producir su efecto, y de ahí que los aspectos políticos cobren especial relevancia, por encima de los propiamente militares. En último término, toda teoría de la disuasión debe tener una continuación: ¿qué se hace con las armas cuando la simple amenaza de su uso no es suficientemente disuasoria? La posibilidad de guerra es siempre un corolario inseparable de cualquier idea sobre la disuasión.
 
Pero la guerra como función al servicio de la sociedad necesita ejércitos y armas, así como una implicación de muchas partes no militares de la sociedad en el desarrollo de unos y otras. El popular término "complejo industrial-militar" no fue sino la acuñación de una percepción clara de cómo de la relación entre sociedad y guerra, que aquí analizamos desde muchos puntos de vista, surgen necesariamente los medios, humanos y materiales, que la primera ha de poner en actividad para poder desarrollar la segunda. En algunos casos, la inercia dinámica de ejércitos y armamentos se ha llegado a sobreponer a la inicial funcionalidad de la guerra al servicio de la sociedad, colocando a ésta al servicio de los intereses de los señores de la guerra y de quienes les proporcionan unos armamentos, como se ha dicho con sobrada razón, cada vez más barrocos.

 

El Estado

No puede concluirse el análisis de la primera parte de la relación ya mencionada sin aludir al estado, como estructura superior de la sociedad, y a algunos de los principios en los que se sustenta y de los que sufre también poderosas acometidas. Considérense los dos principales: soberanía estatal y autodeterminación de los pueblos. La guerra ha venido siendo el elemento supremo definidor de la soberanía estatal. El estado soberano se reserva en exclusiva la función de recurrir a la guerra. Parte de la antigua simbología que ello implicaba queda como residuo en las modernas constituciones estatales donde al jefe del estado se le sigue adjudicando el inútil papel de declarar la guerra y firmar la paz, junto con la todavía más simbólica responsabilidad de ejercer el mando supremo de las fuerzas armadas.
 
Frente a la soberanía de los estados se alza en ocasiones el derecho de autodeterminación de los pueblos, que viene a minar una zona importante de lo que en otros tiempos se consideraba una parcela reservada: la jurisdicción interna de los estados. Éstos, a menudo, recurren a la guerra para aplastar contundentemente a las partes desconexas de sus propias sociedades, a las llamadas minorías políticas o sociales. Entre los dos términos de la relación que aquí se analiza, guerra y sociedad, se intercala el poder soberano del estado, siempre que, previamente, la sociedad haya mostrado evidentes fisuras que marquen sus líneas de desintegración. Hasta dónde pueda llegar ésta y cuáles hayan de ser los grupos sociales legitimados para ejercer el derecho de autodeterminación, es cuestión de resolución difícil, por no decir imposible. El equilibrio de poderes en el seno de la sociedad indicará, en la mayoría de las ocasiones, el rumbo que tomarán los acontecimientos y los objetivos alcanzables.

 

Protagonismo histórico de la guerra

En lo que se refiere a la segunda parte de la relación ya mencionada entre guerra y sociedad, esto es, aquella por la que la guerra establece y define los parámetros básicos y esenciales sobre los que se construye y progresa la sociedad, es necesario hacer algunas consideraciones imprescindibles. Por mucho que desde ciertas posiciones intelectuales, a las que no puede negarse un importante contenido moral y ético, se pueda abominar del fenómeno social llamado guerra, es necesario aceptar que ha sido precisamente ésta la que, casi universalmente, ha definido las coordenadas en las que nacen, crecen y mueren la mayoría de los seres humanos sobre la Tierra. En otro tiempo, las fronteras mostraron evidentemente los resultados de las armas sobre el campo de batalla. Todos los países antiguos y gran número de los que han visto la luz en la segunda posguerra mundial, están limitados por fronteras definidas tras un conflicto bélico o como resultado de un reparto colonial en el que el poder de los ejércitos pesaba más sobre las mesas de negociación que la habilidad de los más sutiles diplomáticos.

 No solo las fronteras son resultado de guerras ganadas por unos y perdidas por otros. Elementos que se tienen por más íntimos y personales también dependen de las vicisitudes de los ejércitos. Las religiones y las lenguas que se hablan en la mayor parte del mundo han adquirido su predominio local como resultado del ejercicio de las armas. Análoga consideración puede hacerse sobre otros elementos culturales, y muchas pautas de comportamiento son incluso generadas por la influencia que la posguerra deja sobre muchos pueblos. Recuérdese cómo, en numerosos estados occidentales, el voto femenino, cicateramente regateado por una sociedad civil sexista, acabó siendo concedido como resultado de la participación de la mujer en las dos guerras mundiales, cooperando en la retaguardia a los esfuerzos bélicos. Lo anterior no impide tener presente que, en muchas ocasiones, el vencido asimila al vencedor y le impone sus modelos culturales, como ocurrió con la romanización de los pueblos bárbaros a la caída de Roma, pero también este fenómeno tiene su origen en la guerra.

 El acceso a territorios importantes o a recursos naturales, que unos países poseen en mayor grado que otros, es en gran parte el resultado de alguna guerra o de la amenaza de desencadenarla. Dentro de los países, también las guerras son decisivas a la hora de definir qué clases sociales, tribus, etnias, nacionalidades o grupos sociales ejercen la hegemonía política. El Vae victis! ha sido, pues, una ley implacablemente impuesta en la historia de la humanidad. Las guerras de la antigüedad proporcionaban al vencedor esclavos de carne y hueso que trabajaban para él (y esto representaba un avance sobre las anteriores épocas en que la propia carne del vencido servía de alimento al vencedor); las del presente proporcionan mercados y materias primas, imponen regímenes políticos y en formas más ocultas esclavizan también a los derrotados, aunque éstos, como los esclavos de la antigüedad, prefieran en bastante ocasiones su nueva condición.

 Es precisamente esta característica de la guerra, la de poder establecer por la violencia los parámetros sobre los que ha de vivir la sociedad que la ha perdido, la que está en el origen del peligroso círculo cerrado antes aludido.

 

Conclusión

A romper este terrible efecto de realimentación que viene sembrando sobre la humanidad un rastro ancestral de muerte y destrucción han tendido los esfuerzos por generar una sociedad libre del "flagelo de la guerra". Ésta, como fenómeno social, acompaña a la humanidad desde hace más de cinco milenios, pero no siempre ha sido así. Ni hay razón alguna para que sea tenida como algo inevitable y consustancial con el ser humano. Los conflictos, que sí acompañan siempre a la sociedad, pueden ser resueltos por confrontación o por cooperación. Nada indica que el primer método haya de ser el más racional, ni siquiera el más eficaz. De hecho, en la larga singladura del ser humano sobre la superficie del planeta, se ha recurrido durante muchos más milenios a la cooperación que al enfrentamiento. De no haber sido así, no se habría llegado al grado de evolución antropológica y dominio sobre la naturaleza observado en la actualidad. Guerra y sociedad no establecen entre sí una relación de equivalencia o igualdad. Aquélla podrá desaparecer, transformada paulatinamente, y ésta seguirá estructurada de modos y formas quizá no predecibles en el momento actual, habiendo descartado la guerra como medio funcional para alcanzar objetivos o fines. Como en muchos otros campos de las ciencias sociales, las decisiones que se adopten hoy en el ámbito de las relaciones entre pueblos y sociedades irán conformando paulatinamente los resultados reales que tomen cuerpo en el futuro. El papel que en éste desempeñe la guerra tiene una vital importancia para el porvenir de la humanidad.

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