LA CIUDAD EN LA HISTORIA: COMPARACIÓN, ANÁLISIS Y NARRACIÓN EN LA SOCIOLOGÍA HISTÓRICA DE MAX WEBER

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Ramón Ramos Torre

UCM

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Resumen:

Este trabajo aborda el estudio de "La ciudad" de Max Weber desde un punto de vista metodológico. Muestra de un comparativismo extremado y en apariencia autosuficiente, el texto de Weber pone ejemplarmente en evidencia los límites de la pura comparación en el campo de la sociología histórica. Para hacerlo más inteligible se hace un triple recorrido: el primero muestra los resultados y límites de la estrategia comparada que lo domina; el segundo rescata su estrategia analítica; el tercero muestra su estructura narrativa de fondo. La propuesta final es que sólo es posible hacerlo plenamente inteligible si se toman en consideración las tres estrategias y su combinación.

 

Summary:

This paper analyses Max Weber’s "The City" from a methodological point of view. This Weberian text is a case of radical and appearently self-sufficient comparative social research that shows paradigmatically the limits of a pure comparative historical sociology. To make it more intelligible a threefold path is followed: the first shows the results and limits of its dominant comparative strategy; the second reveals its analytic strategy; the third shows its deep narrative structure. The final proposal is that it is only possible to make it completely inteligible if one takes into consideration the three strategies and their combination.

 

Max Weber es un punto de referencia crucial en la actual sociología histórica. Padre póstumo y modelo de esa línea de indagación, encarna también sus dificultades y titubeos. Es ésta la perspectiva desde la que voy a hacer una aproximación a su obra. Tiene por finalidad rastrear en un caso ejemplar ciertos problemas de articulación de la comparación, el análisis y la narración que, según he argumentado en otro trabajo (Ramos 1993), son acicate permanente de la tarea heroica de la sociología histórica y definen su paradoja constitutiva. Mi aproximación a Weber es, pues, muy selectiva: me interesa en su vertiente metodológica. Más en concreto, pretendo mostrar cómo en su obra se asiste a una articulación trabajosa y tensa de aproximaciones narrativas, comparativas y analíticas al estudio de lo socio-histórico. En razón de lo específico del tema a tratar e intentando aproximarme a lo que bien podría ser considerado un experimentum crucis, selecciono como objeto de análisis un texto de su ingente producción intelectual que plantea especiales dificultades de lectura, como se podrá comprobar a lo largo de la exposición.

El texto al que me refiero fue publicado en 1921 por primera vez bajo el título "la ciudad" en el Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik y reapareció en Economía y Sociedad, en la sección dedicada a la sociología de la dominación bajo el título "La dominación no legítima (tipología de las ciudades)" (Weber 1969: 938-1046). Se trata de un extenso trabajo que en castellano también ha sido publicado como libro autónomo (Weber 1987), perteneciente, dentro de la periodificación que Mommsen (1981: 213 ss) propone para los trabajos históricos de Weber, a la segunda época dominada por la utilización cuasi-compulsiva del método comparado. Ha sido objeto de múltiples comentarios monográficos centrados tanto en sus propuestas sustantivas como en su especificidad metodológica y está reconocido como un texto de enorme interés sustantivo por la información que proporciona, pero también especialmente oscuro y desvertebrado que, en razón de lo que Elias (1982: 35-6) denominaba el "comparatismo extensivo" de su autor, parece errar sin sentido por continentes y siglos de historia humana a la caza de peculiaridades del mundo urbano. Me parece especialmente relevante justamente por estas razones: su enorme interés sustantivo desde un punto de vista histórico-sociológico, su apuesta desmedida y sin tasa a favor de la comparación y su inmediata oscuridad, que necesita ser despejada. Intentaré reconstruirlo atendiendo a sus especificidades metodológicas y situándolo en el marco de los problemas metodológicos y textuales que arrastra consigo la sociología histórica que en él se anuncia.

Por el título del epígrafe de Economía y Sociedad parece que el texto trata del problema de la "Dominación no legítima" o por usurpación y que al hilo de esa problemática se abre a una indagación histórica sobre la ciudad que se concreta en una compleja tipología urbana. Un problema exclusivamente político y una tipificación de la ciudad en la historia: tales parecen ser los centros exclusivos de atención del texto. Me pregunto si esto basta para caracterizarlo y hacerlo inteligible. A mi entender no basta y alego una doble razón.

La primera se refiere a la problemática de la dominación no legítima: es claro que la preocupación política es máxima y dominante en el texto, pero también lo es que aparece al lado de temas y problemas de otro orden, entre los que es fundamental el genérico del capitalismo y, especificando más, el de la relevancia de la ciudad en el surgimiento del capitalismo. La segunda hace referencia a la tipología urbana: está claro que se trata de un tema central y que estructura todo el texto, pero también ha de quedar claro que Weber no se limita a proponernos, sin ir más lejos, una tipología histórica de las ciudades; la suya no es tan sólo una labor clasificatoria.

¿Cuál es pues su centro de interés? ¿Por qué Weber se introdujo en esta larga y difícil investigación histórico-sociológica? ¿Es simplemente una muestra más de su erudición en el campo del saber histórico sin especial proyección sobre el resto de su obra? Éstos son los interrogantes que se podrán resolver al final del camino que ahora se emprende. Lo que ha de quedar claro desde el inicio es que el texto que nos interesa no muestra a las claras y a un primer vistazo sus cartas.

Para ir aclarando las cosas, entremos ya en el problema de orden metodológico que justifica la atención que se le brinda. Una lectura incluso apresurada muestra que no estamos ante un texto narrativo que se dé a contar, siguiendo la flecha del tiempo, las características de las ciudades en la sucesión histórica. No es, pues, una historia (narrativa) de las ciudades al modo de la historiografía del XIX. También es evidente que no estamos ante un texto analítico que proponga una teoría sociológica de las ciudades que se llenara de contenido histórico. Estamos, por el contrario, ante un texto de arquitectura muy específica: en él domina la comparación y lo hace de forma muy visible, obvia para cualquier lector. ¿Significa esto que estamos ante la comparación en estado puro y que las otras variantes discursivas carezcan de presencia o sólo la tengan de forma testimonial? No: a mi entender, la correcta comprensión de este texto, de las tesis que en él propone Weber, sólo se logra si consideramos la copresencia de las otras variedades discursivas sin descartar la que aparece más oculta, la puramente narrativa.

Esta es la hipótesis de lectura que lanzo y en función de ella estructuro la exposición en tres partes. Una primera está centrada en la lógica de la comparación; la otra en la estrategia analítica weberiana; la última en su trama narrativa. Es evidente que según se pasa de lo primero a lo segundo y de esto a lo tercero nos desplazamos de la superficie más visible del texto hacia niveles cada vez más ocultos. Pero ocultación no significa irrelevancia. Lo que al final se verá es cómo tan sólo la copresencia de las tres estrategias permite dar cuenta de este trabajo crucial de la sociología histórica clásica; y esto es así a pesar de su apuesta decidida por una de ellas y de su textura decididamente comparativa.

 

1. Lógica del método comparado: la estrategia weberiana de la comparación extensiva y singularizante.

Sartori (1971: 6) propone sensatamente que a la hora de analizar un texto que opta por la comparación hay que fijarse en el modo en que resuelve los tres problemas de fondo con los que se enfrenta: ¿qué comparar?, ¿cómo hacerlo? y ¿para qué? Centrándonos en este texto de Weber se puede esbozar unas primeras respuestas: lo que se comparan son ciudades a lo largo de la historia; se hace mostrando sus diferencias y semejanzas; y el fin buscado es hacerlas en sí mismas inteligibles y convertirlas en base de inteligibilidad de algo que las desborda que, como se verá, no es otra cosa que el peculiar destino histórico de Occidente. Pero vayamos por partes y abordemos una a una la contestación concreta a esos interrogantes.

El primer tema es el objeto de la comparación. He adelantado que se trata de estudiar la ciudad a lo largo de la historia. Eso está claro para cualquier lector y fija el material empírico-historiográfico que hace posible su escritura. La información que utiliza Weber es desbordante. Y lo es tanto que parece tener sentido en sí misma, de forma que cualquier apunte adicional sobre peculiaridades propias de las ciudades en la historia mundial debería tener su espacio en el texto, ser atendida, etc. Es como si la erudición histórica o la recopilación exhaustiva de información tuvieran sentido en sí mismas.

¿No hay, pues, ningún principio selectivo que discrimine lo relevante de lo irrelevante? Sí lo hay, aunque no aparezca inmediatamente en la superficie, sea complejo y no siempre sea respetado. Y lo hay porque es evidente que Weber se interesa por la estructura de las ciudades en la historia y que al hilo de ese interés centra su atención en sus más variados aspectos institucionales: económicos, políticos, jurídicos, religiosos, culturales, estructura de clases o estamental, etc. Desde este punto de vista, la indagación comparada sobre la ciudad es selectiva en el sentido de que, falta de interés por los tradicionales acontecimientos político-militares, centra su atención en la estructura institucional del mundo urbano a lo largo de siglos de historia. Ahora bien, hay más: son muy visibles otros dos centros de atención. En efecto, por un lado, es absolutamente decisiva en el texto la comparación de los procesos de constitución, desarrollo y crisis de las ciudades (en algunos casos con un grado elevado de precisión, como en el de Venecia) (Weber 1969: 977-82). Y, por el otro, se hace también crucial la contextualización del análisis, es decir, la ubicación de las ciudades en marcos sociales más amplios (estatal, inter-estatal, económico, cultural) cuya misión es hacer inteligible su estructura y los procesos de cambio que sufre. Así pues, el riquísimo material histórico está sometido a una triple selección que podemos denominar estructural, genético-dinámica y contextual. Weber utiliza, pues, un cedazo que selecciona lo que es atendible y relevante, discriminándolo de lo que es puramente anecdótico y debería ser orillado. Por lo menos, tal es la matriz de construcción del texto.

Si éste es el objeto de la comparación, el interrogante que surge inmediatamente es ¿cómo opera, es decir, cómo se compara lo que ha sido seleccionado? No creo exagerar si adelanto que se hace de tal manera que provoca la desesperación y desorientación del lector. La razón es que el proceso comparativo parece errático (se pasa de unos temas a otros sin explicar por qué), es potencialmente infinito (nunca parece que se ha llegado a una conclusión definitiva), hay continuos saltos en el tiempo, se mezcla lo que parece irrelevante con lo que resulta claramente sustancial, etc. Esta impresión no es desdeñable; más bien resulta sintomática. Y lo es porque es la impronta que deja en el lector la metodología implícita de Weber. Intentaré desentrañarla atendiendo tanto al significado weberiano de la comparación, como a los límites del análisis comparado y al nivel lógico del material que se procede a comparar.

Nuestra idea intuitiva de la comparación (que puede estar por detrás de algunas de sus codificaciones metodológicas) es simple: mostrar las semejanzas de lo semejante y las diferencias de lo diferente. Es evidente que está también en Weber, pero administrada de manera más compleja e interesante. En realidad, lo que propone es mostrar hasta qué punto lo que es diferente (Ciudad antigua y medieval, por ejemplo) es semejante y hasta qué punto lo que es semejante (Ciudad medieval del Sur y del Norte, por ejemplo) es diferente. En razón de ello, toda muestra de diferencias es provisional hasta que no se alcance el plano de la semejanza, momento en el que el proceso de indagación se reorienta de nuevo hacia la diferencia. Esto convierte al texto en potencialmente infinito, pues no parece que debiera haber ninguna estación de descanso o destino final: la dialéctica de la diferencia y la semejanza parece destinada a ser un Ulises sin Ítaca.

Pero el juego no se lleva hasta estos extremos. Weber alcanza aparentemente el objetivo buscado cuando llega a la singularidad histórica: las características individuales e irrepetibles de una situación histórica ubicada espacio-temporalmente. Ejemplos serían Atenas en los tiempos de Pericles, de Clístenes o Roma en tiempo de los Gracos: un espacio urbano concreto, con instituciones peculiares y dominado por la personalidad política de líderes también singulares. Parece así que el objetivo es siempre la diferencia y que, en pos de ella, Weber se convierte en un historiador erudito siempre atento al rasgo que hace de un conjunto de hechos históricos un momento irrepetible de la historia de la humanidad.

¿Es entonces Weber un anticuario de la ciudad que acumula miles de detalles historiográficos en pos de la singularidad del mundo social-histórico? No hay duda que ésta es la impresión a la que llega el lector, atrapado en su inclemente máquina de erudición histórica. Pero si el lector no desespera y atiende cabalmente, encuentra algo que rebasa esos estériles límites. Pues, en efecto, es firme en su recorrido por la historia la idea de que lo es que es singular e irrepetible es también, o puede resultar, inteligible. No hay que quedarse en la simple descripción de lo único, sino que se puede ir más allá hacia un tipo de observación que hace inteligible lo particular sin negarlo en sí. La manera de acceder a ese nuevo estrato de lo histórico-social es obvia: por medio de construcciones intelectuales que no tienen la pretensión de calcar la realidad, de mostrar su esencia, sino de hacerla inteligible o, dicho en las palabras de uno de sus textos de reflexión metodológica, "de conferir un orden al caos de aquellos hechos que hemos incluido en el ámbito de nuestro interés" (Weber 1984: 143). Son los tipos ideales y son, pues, éstos los que intervienen en la comparación.

En efecto, Weber no sólo compara casos históricos singulares, sino también lo que denomina tipos. Y lo hace de dos maneras: comparando tipos entre sí (por ej.: ciudad oriental y occidental) o comparando los tipos con los casos históricos que son subsumibles en ellos (por ej.: Colonia y la ciudad medieval). Esos tipos son tipos ideales. No puede extrañar que aparezcan en la arquitectura profunda de un texto weberiano, pues sabido es que definen sus señas diferenciales de identidad metodológica. Debería, pues, estar claro en qué consisten, pero lo que ocurre es exactamente lo inverso: los desacuerdos menudean tal vez porque el mismo Weber, que tanto insistió en esta estrategia metodológica, no dejó nunca claro o en una formulación definitiva qué entendía por aproximación típico-ideal. No entraré ahora de lleno y en profundidad en los debates weberiológicos sobre el tipo ideal, pero como no puedo evitar el tema, lo aproximaré en el plano de análisis en el que estamos situados. La pregunta se hace así muy concreta: ¿qué y cómo son los tipos ideales tal como aparecen en este texto?

Aparecen en tres variantes fundamentales: a) Como tipos basados en generalizaciones empíricas: en este caso se toman en consideración ciertos rasgos que se muestran comúnmente y se apuesta por la probabilidad de que ese rasgo se muestre en un universo. El análisis mostrará si ello ocurre o no. Las cláusulas recurrentes son "por lo general", "normalmente", etc. b) Como tipos ideales propiamente dichos que muestran una construcción ideal y dotada de un máximo de inteligibilidad en relación a la cual las distintas realidades empíricas se desvían. Son tipos cuyo valor es puramente heurístico y que hay que justificar teóricamente, es decir, aducir las razones que hacen legítimo el principio selectivo por el que se ha optado para construirlos. Contrastados con la realidad histórica, ésta mostrará que lo histórico-concreto es la combinación de múltiples tipos ideales, es decir, que es heterogénea en su inmediatez. c) Como algo situado indecisamente entre ambas posibilidades, siendo así mezcla de generalizaciones empíricas y de construcciones intelectuales.

La diferencia entre las dos variantes fundamentales es de nivel lógico. Mientras en la primera se procede en términos de inducción y generalización histórica, en el segundo se procede en términos de construcción propiamente dicha, desconfiando así de las puras inducciones y las generalizaciones empíricas. Ahora bien, hay algo común a ambas y es que en ningún caso se pretende que las tipificaciones sean reflejo o calco socio-historio-gráfico de nada. De ahí que la comparación que los utiliza acabe siempre por mostrar en lo histórico-concreto grados de desviación o heterogeneidad y concluya subrayando su singularidad. La inteligibilidad de la historia no se hace así incompatible o contradictoria con la afirmación, muy arraigada en Weber y la tradición de la historiografía del XIX, del carácter singular de lo socio-histórico.

Fijados ya el qué y el cómo de la comparación, hay que adentrarse en la determinación de su finalidad. ¿Para qué procede Weber a una comparación compulsiva de las formas de la ciudad en la historia? Se anunciaba antes: el fin buscado consiste en ordenar el universo estudiado, hacerlo inteligible y eventualmente hacer también inteligible aquello para lo que ese universo es relevante y por lo que ha sido seleccionado.

La tarea de ordenar el material estudiado es la parte más visible del texto. Tiene dos objetivos: por un lado, ordenar estructuralmente las ciudades; por el otro, ordenar los procesos históricos que se sitúan en su génesis y transformación. Hay pues, una ordenación lógico-estructural que es el punto de partida de otra de tipo genético-histórico. Si en el primer caso se nos dice qué tipos de ciudad ha habido en la historia, en el segundo se nos hace inteligible cómo han surgido y cómo han dado lugar a novedades que las han transformado. Presentaré lo característico de ambos casos.

La ordenación estructural se logra en dos pasos sucesivos. En primer lugar, se fija el concepto trans-histórico de ciudad, tarea fundamental ya que permite distinguir lo que propiamente ha de ser considerado como tal en la historia, de lo que, siendo muy semejante, no lo es propiamente. El segundo paso consiste en establecer el conjunto de criterios históricos que permiten diferenciar tipos de ciudades. La labor es, pues, sencilla, clásica, aristotélica: definir el género ciudad y distinguir en su seno sus especies históricas. Evidentemente, la labor primera es condición de posibilidad y llave para la segunda, pues sólo si se sabe qué es propiamente una ciudad puede proponerse cuáles son sus variantes significativas.

El primer parágrafo del texto se adentra en esa labor de definición genérica, constituyendo una muestra desesperante de lo que se planteaba anteriormente: escudado en una desbordante erudición histórica, Weber se solaza en dar vueltas y revueltas en cuyo curso propone, contrasta históricamente y muestra las posibles variantes de los criterios utilizables en este campo. Al final, el exhausto lector recibe una propuesta que permite definir el género típico-ideal de la ciudad a lo largo de la historia. Atendamos a sus propuestas concretas:

"Hablaremos de 'ciudad' en sentido económico cuando la población local satisface una parte económicamente esencial de su demanda diaria en el mercado local y, en parte esencial también, mediante productos que los habitantes de la localidad y la población de los alrededores producen o adquieren para colocarlos en el mercado. Toda ciudad en el sentido que aquí damos a la palabra es una 'localidad de mercado’ [..] Pero, administrativamente, [..] la ciudad, lo mismo en la Antigüedad que en la Edad Media, dentro y fuera de Europa, constituye una clase especial de fortaleza y guarnición [..] No toda ‘ciudad’ en sentido económico ni toda fortaleza [..] constituye un ‘ayuntamiento’ [..] Para ello era necesario que se tratara de asentamientos de un carácter industrial-mercantil bastante pronunciado, a los que correspondían estas características: 1) la fortaleza, 2) el mercado, 3) tribunal propio y derecho, por lo menos parcialmente, propio, 4) carácter de asociación y unido a esto, 5) por lo menos, una autonomía y autocefalia parcial, por lo tanto, administración por autoridades en cuyo nombramiento los burgueses participaban de algún modo" (Weber 1969: 939, 945, 949).

Los criterios definitorios son claramente tres: una ciudad es siempre un asentamiento (permanente) de mercado; una ciudad ha sido (históricamente) un recinto fortificado; una ciudad ha sido (típicamente) un ayuntamiento. Así pues, la conjunción del asentamiento de mercado, el recinto fortificado y el ayuntamiento constituyen sus diferencias específicas frente a otras formas de asentamiento económico, militar y político en la historia. Es evidente que son heterogéneos: económicos, administrativo-militares y jurídico-políticos. Lo que inicialmente no deja claro Weber es cuál es la razón de centrar la atención en esos criterios y en su combinación. ¿Por qué ésos y no otros? ¿Por qué su específica combinación? ¿Son resultado de una análisis puramente semántico-empírico: lo que significa ciudad en el lenguaje y/o lo que nos muestra la evidencia empírica? Habrá que aparcar por ahora la contestación a estas preguntas, ya que sólo se puede alcanzar cuando se va más allá de la pura comparación y nos adentremos en la analítica y la narrativa del texto weberiano.

Está claro, por otro lado, que el alcance histórico de los criterios seleccionados es también muy distinto: el primero abarca la historia pasada y presente (las ciudades fueron, y siguen siendo, asentamientos de mercados), mientras que el segundo y tercero están circunscritos históricamente (no son aplicables a las ciudades después de la época moderna, salvo casos marginales). Si esto es así, entonces el concepto de ciudad, aparentemente trans-histórico, no se puede aplicar a la ciudad sin más (¿son ciudades en sentido weberiano las ciudades actuales?), ni al conjunto de la historia (en la Europa occidental a partir del XVIII las ciudades dejan de ser recintos amurallados), sino sólo a una parte de la historia. ¿Qué parte de la historia?; más relevante aun: ¿la historia de qué o quién? Veremos en su momento que se está refiriendo a la historia pre-contemporánea de Occidente. Por lo tanto, la propuesta ordenadora de Weber promete más de lo que cumple: no es aplicable sin más fuera de coordenadas espacio-temporales precisas.

Esta particularización espacio-temporal es tanto más relevantes cuanto que si se atiende a la definición weberiana y, por lo tanto, identificamos a la ciudad por la conjunción del mercado, el recinto fortificado y el ayuntamiento, resulta que no ha habido propiamente ciudades en Oriente, ya que en este caso ha faltado propiamente uno de los criterios cruciales: la autonomía político-jurídica de los asentamientos urbanos. Podemos así concluir que la acotación de la semántica de la ciudad es aun más claramente restrictiva, sesgada; resulta incluso etnocéntrica.

¿Qué razones se aducen para justificarla? Weber nunca la justifica explícitamente. Ahora bien, y según podremos comprobar, es lo que con Kermode (1983) podríamos llamar el sentido de un final, es decir, un motivo puramente narrativo, lo que explica sus sesgos. Ese final al que lleva la historia, y que está dominando la semántica y tipología de la ciudad, es claro porque domina la entera obra weberiana: la especificidad de Occidente y el papel estratégico de la ciudad occidental en la génesis crucial del capitalismo, el derecho y el Estado racionales. Más adelante habrá ocasión de comprobarlo.

Pero pasemos a la tipología de las ciudades históricas. Los tipos que propone tienen estatuto muy distinto. En unos casos son puras generalizaciones empíricas de base espacial (ciudad china, egipcia, india, francesa, española, etc.). En otros parecen aproximarse al estatuto del tipo ideal. Son los que interesan. En este sentido, los tipos en los que se centra el texto son Ciudad Oriental, Occidental, Antigua, Medieval, del Sur, del Norte. Están genética y lógicamente relacionados. Genéticamente porque parece que la ciudad occidental emerge como diferencia en relación a algo que la había precedido en el tiempo, la ciudad oriental; a su vez, en el tipo de la ciudad occidental se suceden la ciudad antigua y la medieval, la cual, a lo largo del tiempo, conoce el surgimiento de dos tipos también sucesivos, la ciudad medieval del sur de Europa y la ciudad del centro y del norte. Pero está también emparentados en términos lógicos desde un punto de vista que va de lo más genérico a lo más concreto. Y así, en el nivel más genérico se sitúan tipificaciones ideales trans-históricas como la ciudad oriental y la occidental. En un nivel de mayor especificidad se sitúan las ciudades antigua y medieval. Y ya en un nivel de alta concreción histórica, las dos variantes de esta última: la ciudad del sur y centro-nord-europea.

Este doble nivel de relación es fundamental para comprender la doble lectura que permite la tipología de Weber. Se trata de una tipología que es tanto sistemática como genética. En ambos casos se utilizan las mismas variables para distinguir los tipos. Esas variables se utilizan como variables nominales clasificatorias en el primer caso: generan un cuadro de posibilidades lógicas que se puede rellenar con el material histórico, sin indicar ningún recorrido temporal. Por el contrario, se utilizan como bifurcaciones históricas en el segundo: suponen implícitamente la presencia de una encrucijada o situación coyuntural que ha abierto un camino histórico innovativo. Es evidente que se relacionan con algo que va más allá de los tipos y se encamina hacia los procesos y, en términos discursivos, hacia la narración.

Las variables utilizadas para construir los tipos son especificaciones de los criterios utilizados para definir típico-idealmente a la ciudad. Y son especificaciones porque hacen referencia a aspectos de la vida urbana relacionados con las actividades económicas o con la institucionalización de las actividades político-militares, es decir: los criterios cruciales para definir el género ciudad. Se pueden reconducir a las tres variables siguientes:

La existencia (o no) de la ciudad como entidad jurídica autónoma, dotada de autocefalia y afirmada, en relación a cualquier poder extraurbano, como poder ilegítimo. Esta variable podría ser denominada: AUtonomía.

La actividad predominante dentro de la ciudad, según sea un asentamiento de propietarios de tierras que practican la guerra de botín o comerciantes y artesanos que practican la guerra defensiva: ACtividad.

La relación socio-económica entre la ciudad y el entorno rural, según sea o no un asentamiento de estamentos exclusivamente urbanos no reconocidos como iguales por los estamentos extraurbanos: ASentamiento.

Se consideran, pues, tres variables que, por economía argumentativa, paso a denominar Autonomía (AU), Actividad (AC) y Asentamiento (AS). Si distinguimos en cada caso dos situaciones (+=presencia de la variable; -=ausencia de la variable) entonces podemos construir los tipos y especificaciones tipológicas que aparecen en el cuadro siguiente que pretende ordenar el ingente material con el que trabaja Weber en este y otros textos históricos en los que se aborda el problema histórico de la ciudad:

TIPOLOGÍA SISTEMÁTICA DE LAS CIUDADES: VARIABLES Y TIPOS.

 

VARIABLES:

AU AC AS TIPOS DE CIUDAD

+ + + Ciudad Medieval Centro-Nord-Europea

+ + - Ciudad Medieval Mediterránea

+ - + Ciudad Occidental Antigua (¿Atenas?)

+ - - Ciudad Occidental Antigua (Roma)

- + + ¿Ciudad China?

- - + ¿...?

- + - ¿Ciudad India?

- - - Ciudad Oriental

AU= Autonomía: Ayuntamiento (+) vs ciudad con funcionarios estatales o señoriales (-).

AC= Actividad dominante: Ciudad gremial (+) vs ciudad de propietarios rurales/soldados (-).

AS=Asentamiento: Asentamiento de estamentos exclusivamente urbanos (+) vs asentamiento de estamentos urbanos y rurales (-).

El mapa tipológico es simplemente tentativo e intenta reconducir a una matriz simple la ingente información, las consideraciones y reconsideraciones que Weber hace a la luz a lo largo de este y otros textos en los que se aborda el problema de la ciudad. Los tipos tienen, por otro lado, distinto estatuto lógico, yendo desde tipos muy abstractos (ciudad oriental en general) a tipos más concretos (la polis ateniense en tiempos de Pericles). Está claro, además, que el mapa está dinamizado por una relación de inversión lógica de las notas que definen a los dos tipos polares: por un lado, la ciudad medieval nord-centro-europea, que se sitúa, aunque ciertamente con variantes relevantes, en el camino del capitalismo, y, por el otro, la ciudad oriental. Entre medias se sitúan los distintos tipos en los que faltan una o dos de las notas que caracterizan a la ciudad medieval del norte y centro de Europa. Evidentemente se trata de una pura organización lógica en la que el tiempo y el desarrollo concreto de la historia han desaparecido. Son pues, expresión de una aproximación exclusivamente estructural que habrá de ser compensada reintroduciendo el tiempo histórico.

Esta tipología sistemática va de la mano de otra de carácter genético que plantea la relación de los tipos fundamentales a lo largo del tiempo histórico. Al igual que ocurre en otros textos de espesor histórico de Weber, encontramos también aquí un esquema que plantea el desarrollo histórico como una sucesión de bifurcaciones, uno de cuyos ramales supone la emergencia de una novedad histórica de gran trascendencia histórico-evolutiva. El siguiente cuadro recoge esa tipología genética:

TIPOLOGÍA DINÁMICA DE CIUDADES: VARIABLES Y TIPOS.

1. Primera bifurcación: de los asentamientos

Aldeas y burgos señoriales

Ciudades

2. Segunda bifurcación: de la ciudad

Ciudad oriental

Ciudad occidental

3. Tercera bifurcación: de la ciudad occidental

Ciudad antigua

Ciudad medieval

4. Cuarta bifurcación: de la ciudad medieval

Ciudad medieval mediterránea

Ciudad medieval nord-centro europea.

 

 

Bifurcaciones históricas:

1. Mercado o fortaleza (aldeas y burgos señoriales) vs Mercado y fortaleza (ciudades)

2. Heteronomía (ciudad oriental) vs Autonomía (ciudad occidental)

3. Gremio de guerreros (ciudad antigua) vs gremio de artesanos y mercaderes (ciudad medieval)

4. Asentamiento burgués-señorial (ciudad del sur) vs asentamiento sólo burgués (ciudad nord-central).

Por lo que se presenta en el cuadro, la historia comparada muestra que ha habido cuatro bifurcaciones fundamentales en el desarrollo de la ciudad. En cada una de ellas se ha afirmado una novedad sin precedentes que, con el paso del tiempo, ha generado otras bifurcaciones, que a su vez han generado una novedad radical, etc., etc. La forma o esquema de la bifurcación se itera y domina el desarrollo histórico. En la primera bifurcación se contraponen las aldeas o burgos, que constituyen simples asentamientos de mercado o lugares fortificados, a las ciudades propiamente dichas que unen lo que hasta entonces estaba separado. La segunda gran bifurcación enfrenta los destinos de la ciudad oriental y la occidental. La primera carece de autonomía jurídico-político-militar en razón de su sujeción a poderes externos, mientras que la segunda sí accede a ese nivel en razón de causas que difieren a lo largo de su historia. La tercera bifurcación enfrenta a dos variantes de la ciudad occidental. La primera es básicamente un gremio de pequeños propietarios de tierras que son guerreros autónomos dedicados a actividades de pillaje tendentes a expandir espacial y humanamente (esclavos, siervos) el ámbito de su dominio, mientras la segundo está formada por gremios de artesanos y comerciantes que realizan una política exclusivamente defensiva para preservar su autonomía de las apetencias de los poderes estatales que se sitúan en su entorno. La cuarta y última bifurcación separa a las dos variantes de la ciudad occidental medieval: la del sur, en la que se asientan también los señores que tienen tierras y enclaves fortificados en el exterior del recinto urbano o incluso de las tierras comunales y la del centro-norte de Europa que está sólo habitada y administrada por los gremios y guildas, sin presencia en su recinto de los señores ‘feudales’.

Hasta aquí llega la tipología sistemática y genética de las ciudades. Pero el texto, en su afán comparativo, no se limita a mostrar semejanzas y diferencias de tipos urbanos, sino que también compara, aunque de forma más limitada, procesos de transformación en el seno de esas estructuras. Esta comparación se desarrolla en distintos niveles de concreción histórica, pero en lo más relevante se adentra en el contraste de procesos típicos. En algunos casos, el texto se limita a esbozar esa comparación. En otros se desarrolla suficientemente, como ocurre cuando se comparan las derivas históricas que permitieron pasar de la ciudad de linajes a la ciudad plenamente autónoma o las distintas pautas de desarrollo de la ciudad democrática o incluso cuando se fija el modelo y las variantes del entero ciclo de surgimiento, esplendor y decadencia de la ciudad propiamente occidental. Dando cuenta de él, Weber resalta que las ciudades autónomas fueron siempre un intermezzo (Weber 1969: 1033) histórico que desembocó típicamente en la pérdida de la autonomía municipal a manos de un Estado poderoso. A pesar de las diferencias (la ciudad antigua desaparece a manos de un Imperio; las ciudades del sur a favor de pequeños estados; las del norte a favor de estados patrimonial-burocráticos), este destino común es de enorme importancia. Marca la tragedia de la historia de la ciudad que, como veremos, es fundamental en la narración implícita en el texto.

Alcanzamos así los límites de la estrategia comprada que, llegando casi al exceso, Weber pone en marcha en este texto hasta dominarlo punto por punto. Parece así, como ha comentado Antoni (cit. en Janoska-Bendl 1972: 54) que "la sociología se disuelve completamente en historia". La afirmación es desmesurada, pues si se atiende adecuadamente resulta que Weber deja entrever que la comparación no puede tener sentido en sí misma, no puede ser autosuficiente, sino que demanda algo que está por fuera de ella y constituye su eventual terreno de validación. Ese algo es tanto su objetivo como su fundamento y sólo lo puede proporcionar lo que comúnmente llamamos teoría, es decir, el específico modelo analítico que permite fundamentar los criterios utilizados para comparar y hacer inteligible lo que se ha ordenado utilizándolos. Hemos de entrar así en ese estrato del texto de Weber en el que la aproximación analítica al estudio de lo histórico hace su presencia.

 

2. La aproximación analítica al estudio de lo socio-histórico.

Si el resultado de la comparación es doble (estructuras urbanas y procesos de cambio), la analítica de la ciudad ha de abordar ambos problemas. Por lo tanto lo que hay que indagar es, por un lado, cómo explica Weber la cambiante estructura de las ciudades que estudia a lo largo de la hª. La otra pregunta es obvia: supuesta la explicación de lo anterior, ¿cómo explica los procesos que se dieron en tales estructuras? Habrá que introducirse sucesivamente en ambos temas. Una vez resueltos, y atendiendo a las causas concretas que Weber aduce para explicar la estructura y dinámica de las ciudades en la historia, se podrá abordar la reconstrucción del complejo modelo analítico que tiene en mente conectando así con las propuestas de la weberiología más solvente. Es evidente, por lo demás, que ese modelo analítico desborda el material sobre la ciudad para tener una proyección sobre el conjunto de su sociología histórica.

El punto de partida es, pues, dar cuenta de las diferencias que Weber ha encontrado en la historia de la ciudad: sus variadas estructuras institucionales. En esta tarea de explicación, el centro de atención es la variable en la que ha insistido tanto a la hora de definir el género ciudad como al fijar las bases para distinguir sus tipos: la autonomía urbana. Pero siendo la tarea central, no es la única. Queda la explicación de las otras dos variables decisivas en las tipologías sistemática y genética: la actividad preferente y el asentamiento estamental diferencial.

Al explicar la emergencia de la autonomía municipal Weber apuesta por una batería de causas (internas y externas) ninguna de las cuales es suficiente, pero cuyo concurso define sus condiciones de posibilidad. Se pueden reconducir a tres: situación de interés, ausencia de tabús de trato entre los conciudadanos y ausencia o debilidad del poder político-estatal extraurbano. Me limitaré a proporcionar una muy sintética reconstrucción de este modelo explicativo.

El punto de partida es una situación de interés. Weber la aduce mostrando que la existencia de burgos fortificados en los que se ha asentado un mercado genera en los allí localizados una situación de "interés común" (ibid.: 957) que puede dar lugar a una acción socializadora que se concrete en la creación de instituciones comunes, instituidas expresamente y dotadas de autonomía. Estamos ante una explicación endógena y basada en el modelo de acción racional. Ahora bien, la situación de interés abre simplemente la posibilidad de que se desarrolle una acción socializadora. Que esa posibilidad se actualice o no dependerá de las otras variables que pueden facilitarla, obstaculizarla o incluso impedirla. Es aquí donde interviene otra variable importante en la explicación weberiana: la ausencia de "toda vinculación mágico-animista de castas y clanes, con sus correspondientes tabús" (ibid.: 959) de trato entre los miembros del grupo heterogéneo que está en una misma situación de interés. El argumento es que si por razones de distintos tipo (persistencia de lazos familiares excluyentes, organización en castas o estamentos con estatutos diferenciados) existen tales tabúes que impiden el commercium y el connubium entre conciudadanos, se bloquean las posibilidades de que de la situación de interés compartido se pase a la creación de instituciones urbanas nuevas. Tales tabúes de trato pueden impedir radicalmente la acción socializadora (caso de la India) o pueden limitar su extensión (caso de las ciudades antiguas en razón de la diferencia estamental entre el ciudadano libre y el esclavo). Si no existen, crean una situación especialmente propicia, como ocurrió en el caso de la ciudad medieval cristiana. Con todo, el cumplimiento de esta condición no es suficiente, sino que se precisa una condición adicional: la ausencia o fragmentación de un poder político externo a la ciudad que monopolice la posesión de los medios de coacción e impida su autonomía. En el caso de China esto no se dio, lo que bloqueó la posibilidad de ciudades políticamente autónomas. En el caso de la ciudad antigua ese poder estaba ausente o era muy lejano. En el caso de la ciudad medieval (salvo parcialmente en algunas ciudades italianas, donde también estaba ausente) se dio una situación de fragmentación o de impotencia administrativa de los poderes constituidos en relación a los enclaves urbanos. En este caso, tan importante como su relativa impotencia o fragmentación fue la creación de una situación de interés fiscal en razón de la cual los estados patrimoniales relativamente débiles del momento estaban interesados en fomentar la creación de las ciudades y en concederles privilegios corporativos a cambio de las ganancias esperadas.

Explicada así la autonomía con una batería de causas internas y externas a la ciudad misma y en la que se combinan razones de interés, socio-culturales y político-militares, Weber procede también a dar cuenta de las diferencias en términos de lo que he denominado antes actividad dominante. En este caso el problema es dar cuenta de la diferencia entre la ciudad antigua y la medieval. La primera es, como se ha visto, un gremio de guerreros-propietarios agrícolas que viven de sus rentas agrarias y del pillaje guerrero. La segunda es típicamente una corporación organizada por gremios de artesanos y guildas de comerciantes y que, por lo tanto, consiguen sus rentas de sus actividades productivas y mercantiles. La razón principal aducida por Weber para explicar esta diferencia no es sino una especificación de una de las variables anteriormente analizadas. Tiene que ver, no con la lógica autónoma de la ciudad, sino con su lógica contextual: la potencia militar relativa de los poderes políticos externos en el momento de constitución de la ciudad. Si esos poderes no existen o son más débiles que los que están a disposición de los ciudadanos armados, entonces la ciudad se constituirá como un núcleo de asentamiento urbano que se expande por un territorio del que sus habitantes obtienen rentas agrarias y, consecuentemente, como un núcleo guerrero tendente a la expansión militar, a la conquista de tierras, bienes y hombres-esclavos. En razón de ello se consolidará como un gremio de guerreros propietarios de tierras, botines y esclavos. El caso contrario se encarna en la ciudad medieval que surge en un momento en que hay otros poderes constituidos que son tan fuertes como ella o incluso algo más. En razón de esto, no se puede expandir sobre el territorio, ni vivir del pillaje y ha de limitar su actividad a la producción de bienes y su comercialización.

Resulta así que a la hora de dar cuenta de las variaciones en la actividad dominante -lo que es de enorme relevancia en términos histórico-evolutivos- Weber recurre a una explicación contextual (características del entorno extraurbano) y de orden político-militar. A un orden de explicación muy semejante recurre cuando intenta dar razón de las diferencias en términos de lo que he denominado asentamiento. Se trata, sin duda, de la variable que menos aclara a pesar de ser decisiva en su argumentación. La diferencia que muestra se hace crucial en el contraste entre las ciudades del sur y del norte-centro de Europa. Las primeras son el asentamiento típico de caballeros que poseen casa en la ciudad, pero también asentamientos fortificados en el campo y mantienen lazos estamentales con los caballeros de otras ciudades. Las primeras son exclusivamente el asentamiento de estratos burgueses sin ningún vínculo estamental con otros estratos extraurbanos. ¿Por qué se dieron estas diferencias? Parece que también en razón de diferencias contextuales. Los poderes extraurbanos estaban más fragmentados o eran menos potentes en el sur que en el centro y norte de Europa. En razón de ello en el norte y centro las ciudades surgieron típicamente en virtud de concesiones reales o señoriales por motivos básicamente fiscales y como enclaves exclusivamente burgueses. Las bases de poder de la nobleza estamental estaban sólidamente establecidas en el medio rural y los reyes se apoyaron en las ciudades para contrarrestarlas. Un caso peculiar y muy específico en este sentido lo representa la Inglaterra medieval.

Tenemos así el modelo explicativo de las diferencias estructurales que muestran las ciudades a lo largo de la historia: es multicausal y acepta variables internas y externas al objeto explicado. Queda ahora por especificar el modelo analítico que da cuenta de los procesos de transformación histórica que sufrieron esas estructuras. Evidentemente, está muy relacionado con lo anterior ya que lo que se acaba de reconstruir muestra también de qué forma ciertas variables estratégicas se sitúan en el proceso de génesis de las ciudades. En este caso, con todo, lo que ha de explicar Weber es la deriva de las ciudades una vez constituidas en razón de las condiciones coyunturales específicas. De aquí la conveniencia de distinguirlo del anterior.

Como se comprobó en páginas anteriores, Weber tiene la pretensión de que en el interior de los distintos tipos de ciudades que le interesan especialmente (las occidentales) se dieron procesos dinámicos típicos y compartidos, en lo que, con todo, afloran algunas variantes. Lo interesante de esos análisis es que muestran tres niveles analíticos diferentes para abordar el cambio social en el interior de las comunidades urbanas: la genérica dinámica autónoma de la ciudad, la relevancia del conflicto estamental que era típico en cada caso y, por último, la causa que, según se ha comprobado, tiene un gran protagonismo en toda su argumentación, es decir, la acción de los poderes estatales extraurbanos. Presentaré, de nuevo, de forma muy sintética sus argumentaciones.

Por un lado, Weber presenta los cambios que se operan en el interior de la ciudad como resultado de una dinámica autónoma de la ciudad que se desarrolla según la siguiente secuencia: ciudad de linajes, sinoiquismo o conjuratio que crea su autonomía político-jurídica, democratización (en grados variables), seguida de una expansión político-económica y, por último, crisis final que comporta su desaparición. Es la coexistencia de distintos grupos de interés, con específicas capacidades militar-económicas, la que explicaría esta dinámica autónoma y genérica de la ciudad. En el marco de esa lógica autónoma de desarrollo se dan diferencias según el tipo de ciudad en razón de las características específicas del conflicto estamental o de clases que le sea propio: acreedores frente a deudores y conflictos de subsistencia en la ciudad antigua; conflictos entre nobleza urbana y burguesía en las ciudades del sur; conflictos entre gran burguesía y pequeños artesanos gremiales en las ciudades del sur y del norte (ibid.: 1025 ss.). Todo esto domina el concreto resultado final: el tipo de ayuntamiento emergente, las características de la democracia urbana, su política fiscal, etc. A esto se agrega la interferencia sobre la dinámica autónoma de la ciudad de los procesos políticos extraurbanos. En razón de esta lógica contextual, a partir de un mismo tipo de ciudad se pueden dar configuraciones diferentes: por ejemplo, el feudalismo francés fue distinto del inglés (lo que se puede proyectar en términos de las diferencias que separaban a los estados patrimoniales de los distintos puntos de Europa) y esto llevó a la configuración de ciudades que fueron también relativamente diferentes en la Edad Media y, sobre todo, dio lugar a diferencias muy relevantes en su dinámica a largo plazo.

Obtenemos así el modelo analítico que Weber construye para dar cuenta de los procesos de cambio en la ciudad y que casa plenamente, en sus características formales y de contenido, con el que le ha permitido explicar su variación estructural a lo largo de la historia. Es posible ahora abstraerlo para fijar en forma de un modelo de ámbito más general en qué consiste la analítica weberiana de la historia, cuáles son sus peculiaridades, en qué difiere de, y qué agrega a, lo que anteriormente se ha visto como propio de su método comparado. Para hacerlo me apoyaré en los trabajos de distintos estudiosos del problema de la historia en la sociología weberiana.

La práctica analítica real o en uso de Weber puede ser reconducida a un modelo típico-ideal que tiene la virtud de presentarla como si fuera una estrategia. Ésta definiría cómo se ha de operar analíticamente para dar cuenta de un material histórico de la envergadura y complejidad del que proporcionan la historia de la ciudad, de las religiones, del poder estatal, etc. Si se atiende a lo que está implícito en lo reconstruido hasta ahora, entonces se puede codificar esa estrategia analítica como si constara de cuatro momentos o pasos, cuyo concurso permitiría aproximar adecuadamente el problema de la inteligibilidad de lo histórico y alcanzar el nivel necesario para brindar lo que solía denominar una "explicación adecuada" (Kalberg 1994: 145). Tales pasos suponen dar por descontado lo que se ha podido comprobar como su propuesta firme: la separación de lo histórico-concreto, que es singular y desde este punto de vista irracional, y lo inteligible que se contiene y despliega en el tipo ideal. Si se acepta esto, entonces la inteligibilidad de lo histórico que proporcionan los tipos ideales se construye en los cuatro pasos siguientes. Primer paso: utilización de un modelo (o haz de hipótesis) típico-ideal adecuado al caso y caracterizado por mostrar la lógica o estructura de una situación, ser dinámico y fijar pautas de desarrollo; segundo paso: utilización de una lógica contextual que permita situar al modelo estructural, dinámico y de desarrollo en un entorno concreto en el que operan otros factores; tercer paso: recurso a una lógica combinatoria que ponga en contacto en términos de afinidades electivas a distintos modelos típico-ideales que son pertinentes para el caso que se analiza; cuarto y último paso: atender a la dinámica histórica resultante conceptuándola en términos de heterogonías positivas y negativas, lo que permitirá dar cuenta de cómo se producen las novedades en la historia.

El primer paso es plenamente representativo de la aproximación típico-ideal. Consiste en construir un haz de hipótesis (idealizaciones o generalizaciones empíricas) que fijen la estructura característica de aquello que se pretende explicar sin pretender, desde luego, ni calcarlo ni agotarlo. Tal modelo estructural (el conjunto de instituciones típicas de la ciudad medieval, por ejemplo) se caracteriza adicionalmente por ser dinámico y apuntar hacia una prefiguración de su desarrollo en el tiempo. Kalberg lo ha destacado de una forma clara y ordenada. Es dinámico porque la estructura inteligible es construida tomando en consideración los conflictos que la caracterizan (entre caballeros y burgueses, por ejemplo); en razón de esto, no se supone que un tipo ideal predetermine una situación armoniosa o de estancamiento. Y es desarrollista porque, como se comprobó, presupone que en el seno de lo típico-ideal se ponen en marcha cursos típicos de transformación que pueden ser reconstruidos en etapas e incluso pueden dar lugar a un ciclo completo (el ciclo de la ciudad o el ciclo del carisma, por ejemplo).

El segundo paso es también omnipresente: va más allá de la lógica y dinámica del tipo ideal para situar la historia del objeto en su específico contexto. Supone, pues, la apuesta por una lógica contextual en la que se destaca que dos objetos históricos muy similares y, por lo tanto tipificables según un modelo idéntico pueden dar lugar a historias muy distintas en función de las características del contexto que pueden favorecer, entorpecer o impedir alguna de sus potencialidades (por ejemplo: el contexto político-militar extraurbano actúa en China como impedimento y en Grecia como favorecedor de las potencialidades de los asentamientos urbanos incipientes).

El tercer paso es también muestra ejemplar de la estrategia analítica de Weber. Apuesta por una lógica combinatoria o, dicho en una terminología que usó en alguna ocasión, por las indicaciones que proporcionan las afinidades electivas. Estas denotan una relación entre tipos ideales que se pueden predicar del objeto histórico investigado. Esa relación puede ser entre tipos ideales en el interior de una misma esfera diferenciada (carisma y burocracia en el mundo político) o entre tipificaciones que corresponden a esferas distintas (religión y política). Esas relaciones pueden situarse entre dos tipos polares: de afinidad propiamente dicha o de oposición o repulsión. En el primer caso se procede a una síntesis ‘química’ tremendamente productiva en términos históricos de elementos heterogéneos, cuya inteligibilidad la proporciona el concurso correspondiente de tipos ideales (ej.: la afinidad positiva de las religiones anti-mágicas y la comunidad urbana de culto: caso de Europa Occidental). En el segundo caso, la repulsión impide la estabilización de una situación (ej.: la interferencia de los tabús mágicos sobre la estabilización de una comunidad urbana: caso de la India). En cualquier caso, la estrategia consiste en atender a las distintas variantes de las afinidades electivas que se sitúan en alguno de los polos descritos o en algún punto intermedio entre ambos. La regla es una apuesta firme a favor de la lógica combinatoria entre tipos ideales.

El último paso conecta directamente con los resultados que la afinidad electiva produce sobre la historia. Weber recogió un concepto que había propuesto Wundt para dar cuenta de las diferencias en el decurso histórico entre las intenciones de los actores y las consecuencias de su acción -viejo tema, por lo demás, de reflexión de moralistas, filósofos de la hª y economistas modernos. Es el concepto de heterogonía o heteronomía de los fines que tematiza justamente los casos en los que emergen consecuencias no intencionales de la acción o una causalidad desigual de los valores. Desligado de la tradición de la filosofía de la historia ilustrada o del simplismo liberal, Weber destacó que la heterogonía no es sólo positiva (se genera de forma no intencional el mejor de los mundos posibles) sino también negativa (se genera de forma no intencional la ruina de un mundo de sentido). Es más, su pesimismo histórico lo llevó a resaltar como más relevante históricamente la segunda variante, lo que, como se podrá constatar más adelante, lo orientó también a conceder un primado especial en las narraciones históricas a la trama tradicional de la tragedia.

Queda así clarificada, codificada la estrategia analítica que caracteriza la práctica de construcción de conocimiento de Weber. En ese marco es posible proceder a la explicación histórico sociológica, en cuyas concreciones no entraré. Es obvio, por lo demás, que esta manera de enfrentar el problema del cómo analizar algo presupone también una cierta ontología de lo social-histórico, concebido como heterogéneo (mezcla de múltiples tipos ideales), contingente (susceptible de derivas históricas dispares), precario (abierto a reorientaciones en razón de factores no predecibles) y, en última instancia, singular (no reconducible en su totalidad a ningún modelo de inteligibilidad).

Concluyo ya este apartado. Es evidente que esta estrategia analítica no se puede reducir a (o derivar de) la estrategia comparada, con la que sin embargo se relaciona. Y es claro también que si las dos ya reseñadas son fundamentales para comprender cómo Weber construye el conocimiento en el caso de la historia de la ciudad, no son sin más suficientes. Sobre, al lado o por debajo de estas dos estrategias hay otra que tiene mínima visibilidad en el texto, pero que es crucial: la estrategia narrativa.

 

3. La aproximación narrativa de fondo.

El papel de la narración en el texto analizado parece inexistente y sin embargo es central. Captar y dar razón de esta aparente paradoja que hace que lo ausente tenga una presencia decisiva es condición para hacerlo inteligible. Con este propósito habrá que hacer una aproximación cuidadosa que vaya poniendo paso a paso las piezas del puzzle.

El punto de partida es que, como diagnosticaría cualquier lector, la narración está ausente o es marginal. En efecto, en términos claramente narrativos sólo se encuentran algunos ejemplos muy circunscritos y que cumplen un papel claramente subordinado. El más desarrollado es el que se refiere a la historia de Venecia (Weber 1969: 977-82), caso en el que aparece una narración muy sinóptica sobre su proceso histórico que va desde la disolución del Imperio Romano hasta su emergencia como gran potencia en la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Hay protagonistas, acontecimientos decisivos, resultados finales, etc., es decir, lo propio de cualquier relato historiográfico tradicional.

Explícitamente no hay más, a no ser mínimos retazos de acontecimientos menudos. Sin embargo, hay dos pistas que nos pueden poner en contacto con narraciones estratégicas y subyacentes que, en última instancia, podrían ser estructuradoras parciales, pero significativas, del texto. Una pista aparece circunstancialmente y hace referencia a la significación evolutiva del material que Weber está abordando. Otra pista -que se verá que es la decisiva- tiene que ver con una expresión y una contraposición: la expresión, a la que ya se hizo mención anteriormente, es intermezzo; la contraposición es homo economicus vs homo politicus, una contraposición que es lógica (típico-ideal), real (dos especímenes humanos contrapuestos) e histórica (que se sucede a lo largo del tiempo). Tanto la expresión como la contraposición aparecen en contextos argumentativos importantes, pero no se convierten en tema en el que Weber se ponga a profundizar. La imagen de la ciudad como intermezzo histórico aparece en el siguiente y muy escueto pasaje en el que comparando la autonomía de la ciudad antigua y medieval alude, sin mayor especificación, al "intermezzo de la autonomía urbana de la Edad Media" (ibid.: 1033). La contraposición, por su parte, aparece al hilo de la comparación de la democracia antigua y medieval, momento en el que se destaca que "la situación política de los burgueses de la Edad Media les señala el camino del homo oeconomicus, mientras que en la Antigüedad la polis mantiene en periodo de esplendor su carácter de asociación militar superior por la técnica militar. El ciudadano antiguo era un homo politicus" (ibid.: 1035).

Antes de entrar en la exploración de ambas pistas, hay que resaltar que tanto al apuntar a la significación evolutiva de la ciudad como al plantear su papel de intermezzo histórico o la contraposición entre los dos homines Weber sitúa la comparación y el análisis de la ciudad en el contexto de la historia universal. Y es en razón de esto por lo que lo histórico se convierte en un material que no sólo se puede comparar o analizar, sino que hay que reconstruir narrativamente en el marco de una historia que se desarrolla a lo largo del tiempo.

Por lo apuntado por la primera pista, parece que la historia de la ciudad tiene una significación evolutiva. Evidentemente, la evolución es un proceso de cambio social que se desarrolla a lo largo del tiempo. Basta con atender a los bien fundamentados argumentos de Ricoeur (1983-5) para intuir que todo proceso temporal es susceptible de ser incorporado a una narración. Tal ha sido el caso típico de las teorías clásicas de la evolución (variantes cientistas de la tª del progreso) que, en este sentido, aparecen como herederas de los macro-relatos de la filosofía de la hª y, en razón de ello, se estructuran como macro-narraciones cuyo sujeto es la humanidad o la sociedad humana.

Pues bien, que hay llamadas en las que se subraya la significación evolutiva de la historia de la ciudad es claro en el texto de Weber, como por ejemplo cuando se pregunta por "el lugar histórico-evolutivo especial de la ciudad medieval" (ibid.: 1024). Lo que ya es problemático es que tales llamadas desemboquen en un macro-relato evolutivo, variante de la teoría del progreso. Las llamadas aparecen cuando se pregunta por la significación histórico-universal de la ciudad y, más específicamente, de sus distintos tipos. Desde su punto de vista está claro que su papel es tremendamente significativo, pues sólo en la ciudad se hicieron a la luz algunas de las innovaciones cruciales en la evolución social. Más concretamente, en gran parte el legado de Occidente y sus típicos productos (el Estado, la empresa, el derecho racionales) surgieron en las ciudades. ¿Quiere decir esto que Weber presenta la ciudad medieval occidental como un estadio en una secuencia evolutiva o, más modestamente, que presenta los distintos tipos de ciudad como sucesivos estadios de desarrollo que unirían de forma necesaria la ciudad oriental con la ciudad industrial o post-inductrial de nuestros tiempos?

La respuesta, en principio, es algo indecisa. Está claro, por un lado, que, desde un punto de vista evolutivo, la ciudad ha sido fundamental cara a la especificidad del destino de Occidente y, en razón de ello, tiene una profunda significación histórico-evolutiva. Está claro también que, siguiendo el esquema de la sucesión de bifurcaciones antes expuesto, se pueden reconstruir los tipos de ciudad como una secuencia evolutiva, una secuencia además gradacional: Oriental, Antigua, Medieval del sur, Medieval del centro-norte, Barroca, Industrial, llegando así hasta la época contemporánea. En cada estadio se introducen variaciones que apuntan a la consecución del resultado final. Así pues, desde este punto de vista, la significación evolutiva de la ciudad desemboca en la posibilidad de una reconstrucción evolutiva típica.

Ahora bien, esto no significa que Weber plantee o insinúe que haya habido una evolución endógena que tenga inscrito ese sentido. No ha sido el desarrollo interno y pre-determinado de los burgos lo que los ha convertido en ciudades de tipo oriental; ni el desarrollo de éstas el que ha desembocado en la ciudad antigua, etc. etc. Por el contrario, Weber es reacio a hablar de progreso en tal sentido y además plantea que los distintos tipos de ciudad surgieron como consecuencias improbables de coyunturas muy específicas en las que convergían lógicas sociales muy diferentes; en concreto, una amalgama de la lógica contextual y la lógica combinatoria anteriormente especificadas. No parece, pues, que se apueste en un sentido claro por una macro-narración evolutiva que cuente cómo en los modestos inicios de los burgos fortificados o los asentamientos aldeanos de mercado estaba ya inscrito y sólo a falta de desarrollarse en el tiempo el destino final de la ciudad industrial del XIX.

Hay, pues, que concluir que aunque las genéricas referencias weberianas a la evolución pudieran dar pie a postular que, por detrás de tanto énfasis en la pura comparación, se está dando cuenta de un proceso de desarrollo reconstruible narrativamente, en realidad Weber no apuesta nunca por el macro-relato de la evolución en su sentido clásico. Si esto es así, entonces se ha de recurrir a los otros indicios o pistas para encontrar estructuras narrativas.

Antes se ha documentado que Weber propone explícitamente que la ciudad ha sido un intermezzo en la historia social de la humanidad, pues, atendiendo a su definición, es claro que no ha existido siempre y, además, que pasado un cierto tiempo ha dejado de existir. El diagnóstico no puede, pues, extrañar y es claramente coherente con el tipo de análisis que realiza. Ahora bien, lo importante para calibrar lo que parece una tesis anodina y de significación muy corta es especificar lo que en este contexto significa un intermezzo y de qué manera el específico intermezzo histórico de la ciudad, de corta duración en escala evolutiva, ha sido de tremenda significación.

¿Qué significa intermezzo? Un intermezzo es algo que se sitúa, como el cristiano de Dante, nel mezzo del camin, in mediis rebus: entre algo que lo ha precedido y algo que lo sucede, disolviéndose entre medias, pero siendo la gran oportunidad, algo así como esa cristiana peregrinatio in saeculo en la que los hombres se juegan su salvación eterna. Kermode (1983) ha destacado la importancia de este motivo en la literatura occidental-cristiana que dirige las historias que cuenta hacia un final que las llena de sentido, y no hay que ser muy intuitivo para sospechar que su presencia es el signo típico de la existencia de una trama narrativa. Y es que, en efecto, presupone una historia que arranca de antes y que se resuelve después; y que, como tal historia, es narrable (White: 1973). Después se especificará qué historia; por ahora quedémonos con la sospecha de que tal historia exista.

Pero no seamos ingenuos: intermezzi históricos de este tipo hay millares. ¿Por qué se fija en él Weber? ¿Por qué se interesa por el intermezzo de la autonomía urbana? Sabemos ya que por el sentido de un final: sin la ciudad, tal como se configura en Occidente y reconfigura en la Edad Media europea, sería incomprensible el peculiar destino de la racionalización occidental. Es una de sus precondiciones históricas y hay que atender a ella. Esta es una razón de la relevancia de ese intermezzo y explica por qué se define de esa manera tan peculiar a la ciudad, identificándola básicamente con la occidental medieval: si es una precondición del tema central, entonces es claro que lo relevante es ver si esa precondición se ha dado y cómo (con qué variantes) en otros momentos históricos. El sentido de un final aclara así la analítica de la ciudad y la lógica de la comparación.

Pero hay más. El intermezzo urbano es más que una condición histórica que, por ello, se hace analítica y comparativamente decisiva. Es además un mediador evanescente y extraño que en términos narrativos es, a la vez, trágico e irónico. Esto es lo que me interesa especialmente, porque muestra la estructura narrativa de fondo del entero texto. Aclararé los términos empleados y argumentaré el diagnóstico adelantado.

La idea de la relevancia del mediador en la obra de Weber ha sido presentada por Jameson al hilo de su lectura de otros textos weberianos de orientación comparada, en los que intenta rescatar su "estructura interna" (Jameson 1974:52), profunda, no literal. A su entender, la obra de Weber está dominada literalmente por un relato omnipresente, una historia que "cuenta una y otra vez [..] bajo los más variados disfraces y por detrás de las más dispares apariencias" (ibid.: 80). Se trata de la historia trágica del mediador evanescente en la que se cuenta cómo en las grandes encrucijadas históricas, cuando emergen innovaciones de enorme repercusión posterior (relevantes por sus consecuencias en forma de legados históricos reinterpretables), surge siempre "un agente catalítico que hace posible un intercambio de energías entre dos términos que, en su ausencia, son mutuamente excluyentes" (ibid.: 78). Es el mediador evanescente: mediador porque pone junto los polos de una contradicción histórica estratégica; evanescente porque no se mantiene mucho en el tiempo, sino que desaparece para ser sustituido por algo que estaba en lo que hizo pero no en sus intenciones. El ascetismo intramundano protestante sería un caso típico de mediador evanescente; también la figura del profeta, tan relevante en la historia de las religiones universales. El cuadro 3.2. permite visualizar la propuesta de Jameson en relación a la profecía, diferenciada de otros fenómenos socio-religiosos tan relevantes como la magia o el sacerdocio.

A mi entender, ese mediador evanescente habría también de ser calificado como extraño. Y no lo propongo por su rareza en el tiempo, por el hecho de que sea precario y no se mantenga (pues esto se recoge ya al resaltar su carácter evanescente), sino por encarnar dos lógicas sociales que hasta entonces estaban separadas y que, aun incorporadas en él, siguen manteniendo principios básicamente incompatibles. De ahí su estatuto extraño: extraño en relación a la idea común de una identidad integrada a partir de un principio único, coherente y omniabarcante; extraño por la copresencia de lo que es incompatible y en razón de esto presiona para disolver su precaria unidad. En razón de ser mediadores extraños son agentes creativos de la historia, porque, como las buenas combinaciones ‘químicas’ -que como se ha comprobado son tan importantes desde el punto de vista de la analítica weberiana de la historia- ponen junto lo que hasta entonces estaba separado. Pero su creatividad la pagan a un alto precio, pues su reino es siempre efímero y, al cabo, son sucedidos por herederos que atienden parcialmente a su legado y acaban deshaciendo el creativo nudo paradójico que ellos se atrevieron a atar.

Es evidente, por otro lado, que, si tal es su historia, esos mediadores evanescentes y extraños cumplen un destino trágico, plenamente reconstruible a partir de las notas que, desde los tiempos de Aristóteles, han definido a la tragedia. Baste pensar en dos motivos explotados típicamente por la trama trágica: la idea de la copresencia de principios incompatibles que, en razón de su lucha, dan lugar a resultados que no estaban en la intención de nadie y que acaban afirmándose como orden inconmovible de lo humano; la idea tan sofocleana del desorden clasificatorio (¿qué es Edipo?) y de cómo las distinciones primordiales son conmovidas en la acción real de los hombres. Tales motivos están en la idea del mediador y hacen que la historia en la que se cuentan sus avatares se deslice hacia la tragedia. Por ello, resulta también que el decurso histórico acaba mostrándose bajo el dominio de la ironía: pretendiendo algo y actuando consecuentemente en pos de ello emerge una novedad no sospechada que se acaba afirmando como destino no intencional.

¿Qué hay de esto en el texto sobre la ciudad? La significación de la ciudad es la de un mediador evanescente y extraño y, por eso, en razón de la narrativa privilegiada por Weber adquiere un enorme protagonismo en su reconstrucción de la historia de Occidente. En efecto, la ciudad cumple una función de mediación en el seno de una contraposición absolutamente crucial para Weber: la del homo politicus y el homo economicus. Esa oposición es, como se anunció antes, lógica (contrapone a dos tipos ideales de humanidad), real (contrapone e dos tipos de conductas empíricas) e histórica (supone dos fases sucesivas en el tiempo). El cuadro nº 3.3. permite visualizarlo.

Como mediadora extraña y evanescente, la ciudad medieval occidental y, más específicamente, la burguesía medieval unió transitoriamente lo que estaba separado: el homo economicus y el homo politicus. Gracias a ello fue posible que se procediera a una racionalización crucial de la política (que después aparece así conformada en el marco del nuevo Estado) y a una racionalización sin precedentes de la acción económica, que dejó de estar ligada al capitalismo irracional del botín o la ganancia fácil y sin continuidad. La unión de ambos se dio en ese mundo precapitalista de la ciudad dominada por la política monopólica de los gremios. El destino ulterior quiso que el triunfo del capitalismo y del Estado supusiera la ruina de la ciudad medieval que había puesto, en forma de mediador extraño y evanescente, sus gérmenes. Fue entonces, como ocurrió en el caso del profeta de la tradición judía (un ser contradictorio: poderoso por su carisma personal, pero anunciador de una doctrina universal), cuando el legado fue reinterpretado y emergió una burguesía pacata, apolítica, que se encerró en el espacio de la acción económica y dejó en manos de las poderosas maquinarias políticas la dirección de los asuntos de gobierno. Baste pensar en el Weber educador de la nación alemana y crítico del apoliticismo de su burguesía, para comprender la enorme importancia de esta verdadero meta-relato en su obra. Admirando el milagro medieval de una burguesía que se hizo política y empuñó las armas para preservar su autonomía, Weber no deja de detestar la evolución posterior, soñando con ese corto intermezzo histórico en el que se unió el hombre económico emergente y el hombre político que había engendrado ya la ciudad antigua. Esa nostalgia de la burguesía medieval, política y heroica, no es rara en quien se sentía arrojado en una época de hierro poblada de hombres sin atributos. En definitiva, y como ya apuntara Hennis (1988) entre otros, el problema que vertebra la entera obra de Weber no es sino dar cuenta del tipo humano que han engendrado el moderno capitalismo y la maquinaria estatal burocratizada, problema que le llevó a explorar sus génesis no sólo en el campo de la religión sino también en el más circunscrito de la ciudad medieval, donde encontró un modelo de humanidad que la historia posterior se encargaría de arruinar.

  

Cuadro 3.1. Esquema de Greimas: cuadro semiótico.

S


S1

 

 


_

S

 

Cuadro 3.2. Esquema de Jameson sobre el cambio religioso.

Profeta


Poder Personal

Mago


Ganancia Inmediata

Hombre moderno

 

Cuadro 3.3. Proyección del esquema Jameson-Greimas sobre la ciudad.

Ciudad medieval


Homo Economicus

Ciudad contemporánea


Homo Apoliticus

Ciudad oriental

 

4. Conclusión.

Dejo aquí la exposición sobre este trabajo ejemplar en el campo de la sociología histórica. Creo que el cuidadoso recorrido realizado ha permitido mostrar que, tratándose de un texto estructurado de forma casi compulsiva por la lógica de la comparación, no se puede entender tan sólo en esos términos. Es más, la clave decisiva para interpretarlo en el sentido más pleno de tal tarea -es decir, respondiendo a la pregunta que plantea qué nos quiso decir Weber al escribirlo-, la proporciona el nivel más escondido, apenas insinuado, el de la narración propiamente dicha. Esto confiere plausibilidad al mapa propuesto en el trabajo al que hacía referencia al inicio (Ramos 1993) como guía para adentrarse en los problemas metodológicos y textuales de la sociología histórica, sabiendo ahora que no sólo es válido para la aparecida más recientemente en la academia mundial, sino también para sus manifestaciones clásicas, como la que encarna la obra de Max Weber. Además, lo analizado permite epecificar, en una de sus variantes, las complejas relaciones entre la lógica del método comparado, la aproximación analítica y la reconstrucción narrativa de lo histórico. Como se puede comprobar en el caso ejemplar del texto sobre la ciudad, una de estas estrategias metodológico-textuales se puede convertir en matriz discursiva, pero lo hace sin poder borrar la presencia de las otras dos. Con todo, las arrincona, les niega un espacio privilegiado, lo que genera hondos problemas de interpretación en quien lo aborda. Se hace así más plausible la indicación que anuncia la insuficiencia de toda lectura que se quede en la superficie inmediata de una investigación socio-histórica, pues la labor crucial consiste en ir más allá, rescatar lo oculto, reconstruirlo y asignarle su verdadera significación que puede llegar a ser estratégica.

 

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