LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

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Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía

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Université Jean Moulin - Lyon 3

 

CAPÍTULO 11.- MONEDA, EXPECTATIVAS Y NO-MERCADO

El monetarismo

 

Introducción

Una primera escuela monetaria, constituida por H. Simons, L. Mints y P. Douglas, contribuyó durante los años cuarenta y cincuenta a la reflexión sobre la política económica y sus relaciones con el dinero. Sin embargo, no llegaron a elaborar una auténtica teoría del dinero, pero sus trabajos se constituirían en la fuente de los desarrollos que realizarían Milton Friedman, P. Cagan y R. Selden.

El monetarismo contemporáneo tiene su génesis en una reacción a la teoría de la síntesis neoclásica. Emana de la teoría cuantitativa del dinero, pero su creatividad conceptual y teórica va más allá de ésta. K. Brunner (1968) expresaba, en la Review of Federal Reserve Bank of St. Louis, los ejes del credo monetarista:

“En primer lugar, los impulsos monetarios son determinantes en las variaciones de la producción, el empleo y los precios. En segundo lugar, la evolución de la masa monetaria es el índice más seguro para medir el impulso monetario. En tercer lugar, las autoridades monetarias pueden controlar la evolución de la masa monetaria en el curso del ciclo económico.”

El auge del monetarismo se produce principalmente a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta. Éste va parejo con el reconocimiento de la inflación como el problema principal de las economías industriales avanzadas (Johnson, 1978). En este reconocimiento jugará un papel destacado el cuestionamiento de la existencia -a largo plazo- de la Curva de Phillips, esto es, la posibilidad de un intercambio entre tasa de paro y tasa de inflación. En definitiva, lo que se estaba poniendo en tela de juicio eran las políticas de gestión de la demanda agregada inspiradas en la doctrina de la síntesis neoclásica.

En opinión de Lester C. Thurow (1983), el ascenso del monetarismo como modelo de política económica para combatir la inflación no refleja tanto su dominio intelectual como el hecho de que, en términos políticos, nadie está dispuesto a aplicar el remedio fiscal de aumentos de impuestos y reducciones de gasto público para controlar y reducir la inflación. Además, el monetarismo tiene otro gran atractivo, también político. Sus defensores tienen todavía una gran fe en que la inflación desaparecerá una vez que el gobierno controle una sola variable: la oferta monetaria. Es posible que surja una breve recesión moderada, pero la economía regresará pronto al pleno empleo.

Para Milton Friedman la inflación tiene siempre la misma causa: un crecimiento anormalmente rápido de la cantidad de dinero en relación con el volumen de producción. Por esta razón, la política monetaria no debe constituirse en una política coyuntural, sino que, por el contrario, debe otorgársele un carácter estructural. Y la regla a adoptar en este sentido es simple: la tasa de crecimiento de la masa monetaria debe ser fija y la elección de su cuantía debe hacerse a partir de la media del nivel de precios que de un modo estable existe a largo plazo.

Frente a este carácter estructural de la política monetaria, la política fiscal y presupuestaria, en ausencia de acciones monetarias que la acompañen, tiene poca influencia sobre el gasto total y sobre la producción y el nivel de precios. La causa última de ello se encuentra en el comportamiento de los agentes económicos y en su capacidad de anticiparse a los efectos de dichas políticas. Las expectativas de los agentes y la estructura de fricciones de transacción son los elementos más importantes del modelo de equilibrio general expuesto por Friedman.

El fundamento de la construcción teórica de Friedman es un modelo de equilibrio general walrasiano con fricciones de transacción. La presencia y naturaleza específica de estas fricciones determinan el alejamiento de las soluciones de equilibrio de ese modelo con respecto de las soluciones de equilibrio del modelo walrasiano puro. La solución de equilibrio general, en su modelo con fricciones, para el mercado de trabajo agregado equivale a una tasa de desempleo que puede ser perfectamente positiva. La cuantía de la tasa depende de la naturaleza e intensidad de las fricciones de transacción presentes. Elementos tales como la legislación laboral, determinadas regulaciones legales, etc., constituyen los elementos que hacen mayor el valor de la tasa de desempleo friccional.

Los agentes económicos fridmanianos efectúan transacciones intemporales a la luz de sus expectativas sobre el futuro. Este es uno de los componentes más acertados del modelo de Friedman. Los continuadores de su pensamiento han desarrollado significativamente el papel de las expectativas. Pero los agentes de Friedman parecen tener, todos ellos, singulares cualidades intelectuales y cognoscitivas. Perciben, entienden y obtienen las consecuencias correctas de sus percepciones y ello de modo sistemático y permanente. Todos los agentes, excepto el gobierno, son idénticamente capaces de aprender a realizar correctamente sus expectativas. Los agentes aprenden a anticipar correctamente la política gubernamental y carecen de ilusión monetaria. Así, a largo plazo no existe posibilidad alguna de sustituir, por medio de la política económica, entre inflación y desempleo. Este largo plazo es el tiempo suficiente para que los agentes anticipen correctamente la inflación. La tasa de desempleo de equilibrio es la tasa de paro natural. Para reducirla debe actuarse sobre los elementos de organización que están detrás de las fricciones de transacción.

Éstas, junto a la formulación de la teoría de la renta permanente, son las aportaciones principales del monetarismo representado por Milton Friedman. Pero existen otras versiones que compartiendo una buena parte de estas ideas económicas introducen ciertas matizaciones. Así, por ejemplo, cabe destacar a J. Rueff y su monetarismo metalista. Para este autor, teniendo la inflación una causa monetaria, la única manera de luchar contra ella es retornar al patrón oro, con lo cual, según su opinión, se garantizaría un vínculo entre la esfera monetaria y la economía real. Por otra parte, el monetarismo presupuestario, representado por Karl Brunner y Allan Meltzer, otorga cierto papel a la política fiscal y presupuestaria. Para éstos, la moneda no sería simplemente un velo, sino que tendría una incidencia en la economía real. La política monetaria sería insuficiente para definir un contexto de crecimiento sano, por ello se requiere controlar el déficit público y la presión fiscal (Brunner, 1988).

Un monetarismo más radical sería el representado por Hayek y su propuesta de desnacionalizar la emisión de moneda. Por último, debe destacarse como una continuación de las ideas de Milton Friedman el monetarismo de las expectativas racionales. J.F. Muth, en los años sesenta, y Lucas, en los setenta, reformularon la noción friedmaniana de expectativas adaptativas que suponía que, a corto plazo, los agentes económicos podían ser víctimas de ilusión monetaria. Las expectativas racionales significan que, por el contrario, la autoridad monetaria no dispone de ningún medio que le permita esperar engañar sistemáticamente a los agentes económicos (infra).

 

Reglas frente a discreción en la política monetaria

La proposición monetarista de que los movimientos en el stock monetario son los determinantes más importantes de los movimientos en la actividad económica y de que el desarrollo de la oferta monetaria es el indicador más digno de confianza de las acciones monetarias corrientes ha hecho surgir la cuestión de cuáles son las guías para la instrumentación de la política monetaria. En este sentido, la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Debería la política monetaria ser instrumentada de forma más discrecional o debiera instrumentarse de forma que los políticos anunciaran públicamente una determinada tasa de crecimiento monetario?

Para los monetaristas, a diferencia de Keynes, la economía es inherentemente estable gracias al funcionamiento del mecanismo de precios relativos, de manera que no hay necesidad de una política de estabilización o de una política monetaria discrecional con esta finalidad. En un artículo publicado en febrero de 1936 en el Journal of Political Economy, titulado “Rules vs. authorities in monetariy policy”, H. Simons dijo que: “En un sistema de libre empresa necesitamos obviamente unas reglas del juego definidas y estables, especialmente respecto al dinero. Las reglas monetarias deben ser compatibles con un funcionamiento razonablemente suave del sistema.”

Friedman llega a una conclusión similar. Señala que la libertad de actuación de las autoridades monetarias debería ser restringida porque las fluctuaciones económicas observadas provienen de variaciones erráticas en el stock monetario. El curso de los movimientos en el stock monetario es el principal factor que influye en las variaciones de la actividad económica en el ciclo económico. Sostiene el punto de vista de que la autoridad monetaria, al elaborar su política, presta demasiada atención a la situación económica del momento y demasiado poca al resultado a largo plazo de sus acciones, cuando la situación económica puede ser completamente distinta.

Friedman presta la mayor atención al significado de algunos retrasos temporales que determinan, en último extremo, la efectividad de la política monetaria. Si las autoridades monetarias quieren luchar contra un cierto fenómeno económico, puede ser concebible que sus intervenciones monetarias produzcan un efecto sólo en un momento en que la perturbación inicial está ya eliminada por otras fuerzas económicas. En estas circunstancias, las acciones monetarias producen un efecto procíclico de reducción de la estabilidad económica más que de incremento de la misma. Basado en la existencia de un retraso temporal variable y largo con respecto al impacto de la política monetaria y debido a su creencia en las fuerzas estabilizadoras del mecanismo del mercado y del comportamiento estable de las relaciones en el sector privado, Friedman prefiere una tasa fija de crecimiento de la oferta monetaria, sin tener en cuenta la situación económica del momento, más que una política monetaria discrecional. Sostiene el punto de vista de que las autoridades monetarias deberían elaborar un esquema monetario que, por una parte, restaurara un sentido de mayor estabilidad en el comportamiento económico y, por otra parte, evitara la situación en la cual las acciones monetarias se convierten en causa de inestabilidad económica. Con respecto a la magnitud de la tasa de crecimiento monetario Friedman dice: “La tasa precisa de crecimiento, así como la oferta monetaria total precisa, es menos importante que la adopción de alguna tasa expuesta y conocida.”

 

El proceso de transmisión de los impulsos monetarios

Como hemos dicho, los monetaristas suponen que el sector privado se caracteriza por relaciones de comportamiento estable y que las fluctuaciones en la actividad económica son producto de intervenciones gubernamentales. Esto significa que cambios en los precios relativos o en los rendimientos de diferentes activos financieros y físicos -dinero, cuentas de ahorro, a plazo, bonos, acciones, bienes de capital y demás- absorberán los impactos exógenos y de ese modo harán que el sistema económico converja hacia una nueva situación de equilibrio. El proceso de transmisión monetarista se caracteriza por procesos de sustitución puestos en funcionamiento por el mecanismo de precios relativos y de las variables stock. Las carteras de valores de los individuos se componen de dinero y activos financieros y reales. El proceso de sustitución atañe a la sustitución mutua entre los diferentes activos, entre los ya existentes y los nuevos, y entre la compra de activos físicos y la obtención de servicios de los activos implicados. La idea central es que un exceso de demanda de cualquier activo se dirigirá a aquellos activos con los cuales tiene la mejor relación de sustitución. Después de una perturbación inicial en la cartera de valores, el equilibrio sólo se restablecerá cuando un ajuste adecuado de precios relativos y rendimientos haya tenido lugar, de tal forma que la demanda y la oferta de cada componente sean iguales. Las decisiones de los agentes económicos sobre sus carteras de valores dan una explicación de la relación entre el sector financiero y el real de la economía porque la riqueza total está compuesta por activos reales y financieros.

Siguiendo a J.J. Sijben (1980), el proceso monetario a través del cual los impulsos monetarios actúan sobre las variables reales es como sigue: cuando los bancos centrales persiguen una política monetaria expansiva comprando fondos públicos a corto plazo del sector privado, el equilibrio de la cartera de valores de los agentes económicos se verá perturbado, pues esta acción del banco central inicialmente implicará un exceso de oferta de los saldos de caja reales que los individuos querrán eliminar buscando un sustituto que produzca interés. Hasta el punto que la sustitución se dirija a los bonos ocurrirá un exceso de demanda de los mismos y un aumento de precio de estos activos financieros. En consecuencia, el rendimiento de los bonos en relación con el rendimiento de otros activos financieros competitivos en la cartera, tales como acciones, disminuirá. De acuerdo con la hipótesis de sustitución mutua, un posterior ajuste de cartera tendrá lugar y la demanda de acciones aumentará. Un incremento de los precios de las acciones significa un alza en los precios de los bienes de capital existentes por encima de los precios de los valores nuevos. Esta diferencia de precios sirve de incentivo para incrementar la actividad inversora y conduce a una expansión de la producción de bienes de capital. Este impulso inversor da lugar a un incremento de la actividad económica a través del funcionamiento de los tradicionales procesos multiplicador y acelerador. Nuevamente, entonces, los agentes económicos han sustituido bienes de capital recién emitidos por bienes de capital existentes.

 

El proceso de la oferta monetaria

En la teoría keynesiana ortodoxa, en la cual se pone de relieve la función de demanda de dinero -teoría de la preferencia por la liquidez-, la oferta de dinero se considera como una variable exógena. El supuesto de oferta monetaria autónoma implica que el banco central siempre puede aplicar los instrumentos disponibles de política monetaria de tal forma que la cantidad de dinero sea la deseada. Aquí se da una relación simple y mecánica entre la oferta monetaria y los activos completamente líquidos -base monetaria- creados por el banco central. Con ello se deja de prestar atención al hecho de que el proceso de la oferta monetaria es esencialmente el resultado de una continua interacción entre el comportamiento monetario del sistema bancario, el gobierno y el público con respecto a la composición de sus carteras.

Por el contrario, los monetaristas dan por sentado que la oferta monetaria está también determinada por factores endógenos. Esto significa que la oferta de crédito del sistema bancario comercial basado en el principio de maximización de beneficios y el comportamiento de la cartera es crucialmente dependiente de los rendimientos de los diferentes activos financieros. De este modo, la oferta monetaria está determinada, en parte, endógenamente y resultará de la interacción entre las actividades del banco central, el ministerio de hacienda, los bancos comerciales y el sector privado con respecto a la composición de sus carteras. En este contexto, podemos referirnos a la composición de los bancos comerciales respecto al exceso sobre sus reservas obligatorias, a las acciones individuales respecto a sus preferencias entre dinero y depósitos a la vista y a plazo, y demás. Haciendo uso de los instrumentos de política monetaria, el banco central altera el equilibrio, y a través de esta alteración surgirán cambios en la oferta monetaria. Para Brunner (1968), “este programa sugiere la interacción de público y bancos en la determinación del crédito bancario, tipos de interés y stock de dinero, en respuesta al comportamiento de las autoridades monetarias.”

Sin embargo, sobre la base de estudios tanto teóricos como empíricos, los monetaristas concluyen que las autoridades monetarias pueden controlar los movimientos de la cantidad de dinero y que la oferta monetaria es un buen indicador de la importancia de las acciones del banco central sobre los objetivos más importantes del sector real de la economía.

Cuando se sostiene que la base monetaria es el factor dominante a tener en cuenta en las variaciones de los objetivos más importantes -nivel de producción, empleo y precios- resulta obvio que las relaciones entre los instrumentos de política monetaria y cantidad de dinero deben ser analizados. Los monetaristas dan por sentado con respecto al mecanismo de la oferta monetaria que la base monetaria es una guía adecuada para la política monetaria porque el nivel de esta variable puede ser controlado por el banco central. Cambios en la base monetaria no procedentes de las intervenciones del banco central pueden ser considerados como insignificantes cuantitativamente (Sijben, 1980).

La función de la oferta monetaria nos muestra que el stock de dinero en la economía viene determinado por las siguientes variables:

1.     El volumen de base monetaria ofertado por la autoridad monetaria (B),

2.     Los porcentajes de reservas obligatorias con respecto a depósitos a la vista (rd) y con respecto a los depósitos a plazo (rt), fijados por el banco central,

3.     La proporción deseada de moneda en circulación (c) determinada por el público no bancario,

4.     La proporción deseada de depósitos a plazo (t) determinada también por el público no bancario, y, por último,

5.     La proporción entre reservas en exceso (e) deseadas, determinada por el sistema bancario.

1 + c

M =  ---------------------- B   

     rd + rt t + e + c

Desde este simple análisis de la oferta monetaria se puede obtener la conclusión de que los cambios en la magnitud del multiplicador monetario, [(1 + c) /( rd + rt t + e + c)], son esencialmente decisiones sobre la cartera de valores hechas por los bancos comerciales, el ministerio de hacienda y el público. Este comportamiento monetario depende del desarrollo de la actividad económica, de los tipos de interés del mercado y de las expectativas sobre el futuro. Los cambios en la base monetaria van asociados a actuaciones de política monetaria del banco central -políticas de descuento y de mercado abierto  y cambios en las reservas obligatorias-. Estos cambios en la base monetaria pueden influir en los tipos de interés que pueden dar lugar a un cambio del valor numérico del multiplicador monetario.

El enfoque teórico sobre la riqueza en el proceso de la oferta monetaria ha conducido al punto de vista de que el sistema bancario, al igual que el público, deben ser considerados como categorías que económicamente calculan en lugar de agentes económicos que actúan técnica y mecánicamente. El montaje de la base monetaria y el porcentaje obligatorio de reservas realizado no son determinados exclusivamente por instrumentos de política monetaria sino también por las decisiones racionales respecto a la cartera de valores del sistema bancario y del público. En este sentido, la teoría de la oferta monetaria descrita enlaza perfectamente bien con la reformulación de la teoría cuantitativa como explicación teórica del efecto riqueza sobre la demanda de dinero. “Aunque parezca que de nuestro análisis se deduce que el stock monetario está también determinado por factores endógenos, expresados por variaciones en la magnitud del multiplicador de la oferta monetaria, los monetaristas todavía mantienen el punto de vista de que, en equilibrio, la oferta monetaria es una variable económica exógena y controlable. La evidencia empírica apoya el punto de vista de que los movimientos en la base monetaria dominan a los movimientos en la oferta monetaria total.” (Sijben, 1980).

 

Expectativas racionales y la nueva macroeconomía clásica

El contexto del surgimiento del concepto de «expectativas racionales»

A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta surgieron en la Universidad de Carnegie-Mellon dos escuelas de pensamiento divergentes. Herbert A. Simon estaba, por aquel período, trabajando en la noción de la racionalidad limitada, enfatizaba la limitada capacidad de cálculo del hombre a la hora de tomar decisiones. Al mismo tiempo, John F. Muth trabajaba en otra dirección y desarrollaba el concepto de las expectativas racionales. Ambos trabajaron en problemas de programación de la producción y de administración de los inventarios de la empresa.

Para Steven M. Sheffrin (1983), aunque el desarrollo de esas dispares doctrinas de racionalidad limitada y expectativas racionales, por diferentes autores, podría considerarse simplemente una coincidencia histórica, es más probable que el interés existente en torno a un mismo conjunto de problemas condujese a los dos investigadores por sendas diferentes a la búsqueda de una misma solución.

Para John Muth pronto fue evidente que supuestos diferentes relativos a la formación de las expectativas de los precios podían alterar radicalmente la dinámica de los precios de mercado. Éste era un tipo de problema que podía denominarse como la «interacción entre las expectativas y la realidad». El ejemplo más conocido era el teorema de la telaraña de la agricultura.

Si los agricultores basan sus expectativas de precios en el precio del último año, surgirá la posibilidad de una fuerte inestabilidad de la producción y de los precios. Supongamos que una ola de mal tiempo durante un año destruye parte de la cosecha de forma que los precios aumentan por encima de lo normal. Si los agricultores esperan que se mantenga el nivel de precios, cultivarán más de lo usual y cuando la cosecha resultante sea recogida los precios caerán por debajo de lo normal. Si, a su vez, se espera que persistan precios bajos, los cultivos serán menores de lo normal, lo que dará lugar a un menor output y a precios más altos. Esas oscilaciones de los precios pueden aumentar o disminuir a lo largo del tiempo, dependiendo de los parámetros de las curvas de demanda y oferta.

Otros esquemas de expectativas de los precios conducirían a comportamientos dinámicos diferentes de la producción y de los precios [1]. Lo cual condujo a que los trabajos tanto teóricos como empíricos descansasen de manera crítica en la especificación exacta de los mecanismos de las expectativas de los precios. En este contexto, el progreso de la Economía parecía requerir un conocimiento operativo y cuantitativo de cómo se forman las expectativas de las variables fundamentales. Desgraciadamente, en opinión de Sheffrin (1983), “esta teoría verificada de la formación de las expectativas no existía entonces ni tampoco hoy.”

Si los modelos son tan sensibles a la formación de las expectativas, la falta de una teoría general de las expectativas resulta una situación bastante insatisfactoria. Muth en su artículo de 1963, “Las expectativas racionales y la teoría de los movimientos de los precios”, se dio cuenta de la existencia de este problema.

“Para hacer la dinámica de los modelos económicos completa, se han utilizado varias fórmulas de expectativas. Existe, sin embargo, poca evidencia que sugiera que las relaciones consideradas se parezcan al modo en que la economía funciona.”

Muth sugirió que los economistas están frecuentemente interesados en cómo pueden cambiar las expectativas en determinadas circunstancias y, por lo tanto, no pueden quedar satisfechos con fórmulas de expectativas fijas que no cambian cuando, por ejemplo, lo hace la estructura del sistema. Si el sistema económico subyacente cambia, es de esperar que los agentes económicos, al menos después de cierto tiempo, cambien el modo en que formulan sus expectativas.

Pero esta posibilidad no era reconocida por los tradicionales modelos de formación de expectativas. De ahí que Muth propusiese la contrahipótesis siguiente:

“Yo sugeriría que las expectativas, desde el momento en que constituyen predicciones informadas de acontecimientos futuros, son esencialmente iguales a las predicciones de la teoría económica relevante. Aun a riesgo de confundir esta hipótesis puramente descriptiva con un juicio acerca de lo que las empresas deberían hacer, llamaremos a tales expectativas «racionales».”

Con ello, Muth supuso de hecho que los modelos económicos existentes no suponían suficiente racionalidad en el comportamiento de los agentes económicos. Una manera de asegurar dicha racionalidad es insistir en que las expectativas de los agentes económicos son consistentes con los modelos utilizados por parte de los economistas para explicar su comportamiento. La idea fundamental es que es posible suponer que los agentes económicos forman las expectativas de las variables económicas utilizando el verdadero modelo que realmente determina esas variables. Esto asegura que el comportamiento del modelo es consistente con las creencias de los individuos acerca del funcionamiento del sistema económico. Y éste es el punto básico de Muth. Dicho en otros términos, la esencia del enfoque de las expectativas racionales es que existe una relación entre las creencias de los individuos y el comportamiento estocástico real del sistema económico.

Aquí conviene distinguir entre las variables exógenas y aquellas otras endógenas. Las predicciones de los agentes económicos no afectan a los valores reales de las primeras, pues son por definición aquellas que están determinadas fuera del sistema. Por el contrario, las expectativas o predicciones de las variables endógenas afectarán a la dinámica de las variables endógenas. La hipótesis de las expectativas racionales se aplica tanto a unas variables como a otras, pero es más interesante para las endógenas. Las expectativas son racionales si, dado el modelo económico, dan lugar a los valores de las variables que igualan, por término medio, a las expectativas. Las expectativas divergen de los valores reales sólo a causa de la incertidumbre impredecible del sistema. Si no hubiese incertidumbre, las expectativas de las variables coincidirían con los valores reales, habría previsión perfecta. La posible existencia de incertidumbre en los sistemas económicos, permite que las hipótesis de las expectativas racionales difiera de la previsión perfecta.

Por otra parte, no se exige que todos los individuos tengan expectativas idénticas para permitir utilizar la hipótesis de las expectativas racionales. Basta que las expectativas de los individuos estén distribuidas alrededor del valor esperado verdadero de la variable a predecir. Esto permite abordar la hipótesis de las expectativas racionales desde el punto de vista del arbitraje. En esencia, esto significa que, en los mercados ordinarios, no se requiere que todos los individuos respondan a las señales de los precios para mantener un sistema de precios eficaz. Basta, por el contrario, que un puñado de individuos participe en el arbitraje de los mercados con el fin de asegurar, por ejemplo, que el precio de venta sea el mismo. La aplicación de este principio sugiere que si existiese cualquier beneficio económico derivado de la obtención y análisis de la información para predecir el futuro, podría suceder que algunos individuos adoptasen esta estrategia. Si tiene lugar un arbitraje suficiente, el mercado puede comportarse como si fuera racional, aunque muchos de los individuos en el mercado adopten simplemente una actitud pasiva.

Muth consideró la hipótesis de las expectativas racionales como una hipótesis de economía positiva. Antes de encadenar las expectativas de los individuos condenándolas a un mundo de limitaciones y de restricciones, podría ser útil para la ciencia económica, según Muth, explorar precisamente la alternativa contraria.

La hipótesis de las expectativas racionales ha sido criticada por ser, entre otras cosas, inconsistente con la noción subjetivista de probabilidad; por ser una descripción inadecuada de la racionalidad de procedimiento, y por ser una hipótesis no suficientemente general para incluir el aprendizaje y el comportamiento adaptativo.

 

La nueva economía clásica y la política económica

Dado que las conclusiones de las teorías de la hipótesis de las expectativas racionales no dependen de la introducción de las expectativas reales al análisis económico, sino del supuesto de que los mercados alcanzan rápidamente el equilibrio, a menudo se considera a la escuela de las expectativas racionales como un retorno a la «Economía clásica de los años veinte». Una Economía prekeynesiana, pero posterior a la Economía política. De ahí la denominación de «Nueva Economía Clásica».

Esta Nueva Economía Clásica ha proporcionado algunas ideas y conceptos adicionales de naturaleza tanto teórica como empírica a diferentes áreas de la Economía. Aunque se ha aplicado especialmente a la macroeconomía, a los mercados financieros y a modelos de comportamiento microeconómico, su influencia sobre los métodos y los problemas ha hecho que ésta se extienda a otros campos de investigación económica.

Si bien los ejemplos originales de Muth pertenecían al campo de la microeconomía, el mayor interés de las expectativas racionales se ha producido en el área de la macroeconomía. “Parte de este interés se originó debido a los evidentes fracasos de la macroeconomía convencional de los años setenta. La estanflación y la persistente inflación creó un clima receptivo para las nuevas ideas en este campo.” (Sheffrin, 1983).

Otros factores importantes para la expansión de la hipótesis de las expectativas racionales fueron las perturbadoras proposiciones que surgieron de la nueva macroeconomía -clásica-. Una de éstas afirmaba que el comportamiento predecible de las autoridades monetarias no tendría ningún efecto sobre el nivel de producción o de otras variables reales en un sistema macroeconómico representativo.

Esta proposición ha absorbido la atención de muchos economistas y ha desencadenado el surgimiento de nuevas ideas macroeconómicas de autores no pertenecientes a la hipótesis y, muy especialmente, de autores procedentes de la síntesis o de tradiciones keynesianas. Así, para los partidarios de las expectativas racionales no existe ninguna oportunidad sistemática para el mejoramiento de la actuación económica. Esta creencia no se basa en estudios empíricos, sino en la aseveración apriorística de que, si existieran oportunidades sistemáticas, quienes toman las decisiones privadas ya las habrían aprovechado y eliminado. Quienes toman las decisiones privadas saben tanto como quienes toman las decisiones públicas y, por definición, no existen oportunidades para que los nuevos miembros del mercado obtengan tasas de rendimiento por encima del promedio. Y si tales oportunidades no existen, nadie podrá mejorar la actuación económica existente.

Ciertamente, para la hipótesis de las expectativas racionales, la información no es completa ni perfecta. La carencia de una información correcta, como veremos, es una de las causas principales de las perturbaciones estocásticas, de los ciclos económicos. Por supuesto, sin información correcta, la economía pierde su carácter determinista. Pero, la información disponible para los responsables de las actuaciones públicas no es mejor que la información disponible para quien toma las decisiones privadas. Los agentes económicos tienen acceso a la misma información o a los mismos modelos, siempre relevantes, y aprenden a prever rápidamente lo que podrían hacer los que elaboran las políticas públicas. Si éstos usan ciertos tipos de modelos econométricos para pronosticar los eventos económicos y luego intervienen en la economía sobre la base de tales pronósticos, los actores económicos privados saben lo que van a hacer los responsables de las políticas públicas. Cuando los agentes económicos privados toman decisiones, lo hacen en el entendimiento de que los gobiernos intervendrán en la economía en ciertas circunstancias. En consecuencia, una decisión de actuación pública efectiva no tendrá ningún resultado nuevo sobre las decisiones de los agentes económicos privados. El efecto de la actuación ya ha sido incorporado en las decisiones iniciales sobre la base de los valores esperados.

La nueva información puede alterar las decisiones, y los cambios inesperados de la economía deberán generar una información nueva. Pero no hay razón para creer que las autoridades públicas podrán generar nueva información acerca de la economía existente que no esté en disposición de quienes toman decisiones privadas. En consecuencia, la nueva información es un evento aleatorio.

Pero alcanzado este extremo, debe advertirse un corolario, como recuerda Thurow (1983), poco conocido de las proposiciones de la hipótesis de las expectativas racionales: aunque quienes toman las decisiones privadas saben lo que harán los responsables de las políticas económicas, la ineficacia resultante de las políticas monetarias y fiscales no conduce a la conclusión de que tales políticas deberían ser abandonadas. Si fuesen abandonadas inesperadamente, el propio abandono tendría consecuencias sobre la economía, ya que constituiría un acontecimiento aleatorio inesperado. Por lo tanto, la decisión de no intervenir en una recesión con el estímulo monetario y fiscal podría hacer que la recesión empeorara, aunque la intervención misma no pudiera eliminar la recesión. En consecuencia, quienes elaboran las políticas económicas deben continuar tomando las decisiones que ya están tomando, como si no fuese cierta la hipótesis de las expectativas racionales.

Pero las contribuciones de la hipótesis de las expectativas racionales a la macroeconomía no se han limitado al problema de la oferta agregada. Las cuestiones planteadas en estas discusiones afectaron a los fundamentos básicos que justificaban la utilización de los modelos empíricos econométricos. Esencialmente, la aplicación coherente de la hipótesis de las expectativas racionales cuestiona un supuesto fundamental implícito en la utilización de todos los modelos económicos. “Para decirlo de forma sencilla, parece que las ecuaciones de los modelos económicos no permanecen invariables ante los cambios de la política; o, en otras palabras, los modelos económicos cambian a medida que se contemplan situaciones diferentes de la política económica.”  (Sheffrin, 1983).

Pero las inferencias de ello pueden ser drásticas para la propia hipótesis y ello en varios sentidos. En principio, si se compara al agente económico con el buen economista profesional, el cual se considera que posee el modelo relevante que describe el funcionamiento económico; si un cambio en la política económica conlleva una modificación en algún sector de la economía, el modelo pierde eficacia y, por consiguiente, el agente no dispone durante algún momento de tiempo del verdadero modelo de la economía y sus expectativas pierden el calificativo de racionales. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, cuantos mayores cambios introduzcan las actuaciones públicas y todo lo mayor que sea el número de sectores que alcancen, mayor podrá ser la efectividad de las políticas públicas. En este contexto, no tendrán los mismos efectos las políticas que simplemente reduzcan la tarifa del impuesto sobre la renta, que aquellas otras que modifiquen la base o alteren en mayor medida el sistema tributario.

 

La explicación del ciclo económico

Robert E. Lucas tomó y desarrolló el concepto de Muth en varios artículos en los años setenta hasta colocarlo en la vanguardia del pensamiento económico. Especial interés tiene en este sentido la explicación del ciclo económico. Una presentación simple del modelo de Lucas sería como sigue: los agentes individuales competitivos toman decisiones con información imperfecta. Los agentes son productores representativos, que producen un único bien para el mercado. En ese mundo, el precio de venta de la única mercancía del agente individual puede ser identificado con el salario real. Cada día el agente se levanta, observa el precio de venta de su mercancía y decide el número de horas que desea trabajar. Un día cualquiera de su vida económica, el agente se enfrenta al siguiente interrogante: ¿cómo debería responder ante un incremento en el precio de venta de su producto? Una respuesta completa depende de ciertas consideraciones cruciales acerca del cambio en el precio. Éste es permanente o temporal y es un cambio en el nivel absoluto de precios o, por el contrario, es un cambio en los precios relativos.

A la pregunta de cómo un individuo reconoce si los cambios son transitorios o permanentes, la respuesta lógica es pensar que debería confiar en su experiencia pasada. Si la mayor parte de los cambios pasados en su precio de venta han sido permanentes -transitorios- es razonable suponer que el cambio actual será permanente -transitorio-. En términos técnicos, podemos relacionar su inferencia a las variantes relativas de los componentes permanentes y transitorios. Y, en la situación de que las experiencias hayan sido de ambos tipos, el individuo atribuirá parte del incremento a factores permanentes y parte a factores transitorios. Su oferta de trabajo -o su producción- variará sólo en función del componente percibido como transitorio, pues es de esperar que ofrezca más trabajo -producto- cuando su precio aumente y menos cuando disminuya.

En el paso de la situación individual al nivel agregado, la hipótesis introduce un supuesto de compensación entre agentes. Cuando los gustos cambian, existen innovaciones de productos y de proceso, es natural esperar que algunos productores mejoren su situación mientras que otros empeoren la suya. Los primeros aumentarán su oferta, los segundos la disminuirán. “La suerte de los individuos puede ser bastante variada en este mundo, pero no hay razón para esperar grandes cambios en la suerte que corre toda la economía.” (Sheffrin, 1983). [2]

No existen razones para pensar que en ese mundo no se produzcan fluctuaciones, pero ésas no serían las causas. Para poder explicar el ciclo, Lucas introduce el otro tipo de duda que los individuos tienen acerca de la naturaleza en el cambio de los precios. Una duda respecto a si dicho cambio se refiere a los precios relativos o al nivel general de precios. Ahora, el productor resolverá este nuevo problema de señal del mismo modo. Si la mayor parte de los movimientos de los precios ocurren a causa de fluctuaciones en el nivel general de precios, el productor sospechará que la mayor parte de los cambios de su precio reflejan la inflación general más que cambios en los precios relativos.

Aquí es esencial que los individuos no tengan demasiada información, pues en caso contrario serían capaces de diferenciar perfectamente entre cambios en el nivel general y cambios en los precios relativos. La carencia de toda la información está justificada: ésta requiere tiempo y dinero, pero las oportunidades de beneficio requieren actuar con rapidez, pues en caso contrario se desvanecen. Los productores deben responder rápidamente a las posibles oportunidades de beneficio y probablemente no merece la pena el coste de obtención de la información económica global precisa.

Debido a la posibilidad de confundir los niveles de precios agregados con los relativos, se pueden desarrollar con facilidad fluctuaciones económicas globales. Supongamos un stock monetario que incrementa de forma no anticipada el nivel general de precios. Los productores, en función de su experiencia pasada, atribuirían parte del cambio de su precio al cambio en el nivel de precios agregado y parte a un cambio en los precios relativos. En la medida que consideren que este último es transitorio, aumentarán su empleo -o su producción-. Puede que, individualmente, cada productor incremente muy poco el empleo, pero la economía en su conjunto puede incrementarlo notablemente.

Una implicación de esta teoría sería la siguiente. Si comenzamos en una economía con una historia de inflación estable, los responsables de la política económica podrían inducir expansiones con facilidad provocando alguna inflación no anticipada. Si continúan con esta política, la tasa de inflación se volverá cada vez más volátil. Esta mayor volatilidad hará más difícil instrumentar en el futuro políticas similares, pues los agentes responderán menos a este tipo de inflación inducida. Aprenderán a desconfiar y, por consiguiente, la trampa sólo es posible al principio, y el gobierno comprobará pronto que cada vez es más difícil realizar este tipo de engaños en el futuro. La inferencia de esto es que sólo gracias a que existen retrasos variables entre dinero y precios pueden producirse ciclos económicos, ya que el conocimiento del stock monetario pasado no es en ese caso suficiente para predecir perfectamente el nivel de precios actual.

Sin embargo, para Lucas, incluso la no-neutralidad monetaria no da razones suficientes para explicar la persistencia del ciclo económico. Su explicación requiere introducir elementos adicionales. Una primera explicación se basa en la existencia de costes de ajustes. Si los individuos no se dan cuenta de la existencia de errores de predicción hasta varios períodos más tarde, sus errores de predicción pueden estar correlacionados. Los individuos no tienen modo alguno de saberlo y, por consiguiente, no pueden corregir este error sistemático.

Una segunda explicación descansa en el stock de inventarios. Un incremento no anticipado de la masa monetaria producirá un aumento no anticipado del nivel de precios. La empresa, al notar que parte del cambio del precio puede ser un cambio del precio relativo, incrementará la producción y también reducirá su stock inventarios. Una vez que la empresa ha reconocido que fue engañada por el incremento en el nivel de precios agregado, deseará proseguir produciendo normalmente, pero su stock de inventarios estará por debajo de sus niveles normales. La empresa seguirá produciendo por encima del nivel normal hasta reponer su stock de inventarios a niveles normales. El error inicial puede conducir a que el nivel del output esté por encima de lo normal durante un período largo. Sin embargo, esta explicación presupone el mantenimiento de una idéntica política de inventarios a lo largo del tiempo.

Una tercera explicación de la persistencia en las fluctuaciones descansa en los cambios de la inversión y, por tanto, del stock de capital, que pueden ocurrir cuando los agentes son engañados por los movimientos de precios agregados. En definitiva, los costes de ajuste, la acumulación de capital y los inventarios pueden explicar por qué el output y el empleo pueden exhibir persistencia, pero no explicar este comportamiento en el caso del desempleo.

Dos tipos de explicaciones del desempleo han sido introducidos. Una primera afirma que la tasa de desempleo refleja meramente el nivel de los salarios disponibles en la economía en el período corriente. Si los salarios están por debajo de lo normal durante varios períodos, los buscadores de empleo pueden decir que están buscando empleos al salario normal. Por tanto, la persistencia en la tasa de desempleo puede reflejar simplemente la persistencia de los movimientos en el salario real. Una segunda explicación descansa en la teoría de la búsqueda. Esta teoría asigna un salario de reserva. El buscador de empleo aceptará el empleo si el salario que le ofrecen es igual o superior al de reserva. Por tanto, existe cierta probabilidad de que no encuentre un empleo durante un periodo determinado y continúe buscándolo. Esto implica que una fracción de los desempleados permanecerá desempleada, lo cual explica en parte la persistencia del desempleo. Ahora bien, la mejor posición para llevar a cabo una política de salario de reserva es la de ocupado y no la de desempleado. Esto hace que las explicaciones de la persistencia del desempleo no sean tan persuasivas como las que explican la persistencia del ciclo. Junto a ello, está el hecho de que la evidencia empírica no confirma plenamente la hipótesis de las expectativas racionales. En palabras de Sheffrin (1983):

“El jurado no ha resuelto todavía la cuestión de qué tipo de modelo con expectativas racionales, si alguno lo hace, proporciona una descripción empírica útil de la economía.”

 

La “gestalt” subyacente a los modelos

Para Sheffrin, lo que está en juego entre keynesianos y la nueva macroeconomía clásica son dos visiones o descripciones radicalmente distintas de los precios y de los mercados y de su funcionamiento en la economía. Para un keynesiano, en las modernas economías capitalistas, los mercados responden lentamente al exceso de demanda y oferta, particularmente, al exceso de oferta. Esto hace a la economía susceptible de sufrir prolongados períodos de desempleo y de exceso de capacidad. Las decisiones de inversión están frecuentemente gobernadas por factores intangibles, tales como el estado de las expectativas a largo plazo sobre la salud y el clima de los negocios. Incluso si los mercados fueran flexibles, los ajustes de los precios pueden de hecho ser desestabilizadores. Los ajustes de los precios demasiado rápidos pueden crear incertidumbre y condiciones poco adecuadas para los negocios.

En cambio, en el caso de la hipótesis de las expectativas racionales, los mercados se consideran como sensibles barómetros e indicadores de la situación corriente y futura y como procesadores eficientes de la información económica. Está en juego demasiado para que las expectativas de los acontecimientos futuros sean irracionales: el motivo del beneficio funciona aquí como lo hace en otras áreas de la economía. La economía dedica sustanciales recursos a la obtención de información en torno a los fenómenos futuros y paga las buenas predicciones.

Cada una de estas dos visiones del mundo se sustentan en conceptos distintos. La primera, keynesiana, lo hace con el concepto de incertidumbre, mientras que la segunda lo hace en aquel, bien distinto, de riesgo. Los partidarios de las expectativas racionales tratan de expresar el futuro por entero dentro de un marco de probabilidad esperada donde hay riesgo pero no-incertidumbre. Un mundo incierto es fundamentalmente diferente de un mundo riesgoso. Pero los partidarios de las expectativas racionales, y gran parte del resto de los economistas, actúan como si el mundo fuese siempre riesgoso pero jamás incierto. (Thurow, 1983).

 

Las nuevas aportaciones de Chicago

Aunque parte de los autores de la Nueva Macroeconomía Clásica acabaron instalándose en la Universidad de Chicago, hablar de las nuevas aportaciones de ésta equivale a centrar la atención en tres autores: Theodore W. Schultz, Gary Becker y George Joseph Stigler, tres premios Nobel, que han hecho significativas contribuciones a la teoría del consumo y a la denominada teoría del capital humano. Esto es, han centrado su análisis en una nueva conceptualización de consumo y del capital humano.

Theodore W. Schultz destaca en primer lugar por su contribución, desde la ortodoxia, a la Economía del desarrollo económico. En este campo, centró su atención en la importancia del sector agrícola en los países menos desarrollados. Comparte, en 1979, el premio Nobel de Economía con Arthur Lewis, con el cual se encuentra bastante distante por lo que se refiere a sus ideas económicas. Schultz se opone a los modelos teóricos que privilegian la inversión material. Para él, es necesario invertir en capital humano. Enfatizará, junto con Gary Becker, el positivo impacto de la educación y de la formación -capital humano- sobre la innovación y la productividad.

El análisis del capital humano se inicia con una revisión al concepto de capital. Inspirado en el trabajo de Irving Fischer, Schultz enfatizará la distinción entre capital como retorno de la producción y capital como asignación del tiempo. En este último sentido, es en el que encaja la figura del capital humano. Esta representación del capital humano será recogida y desarrollada ampliamente por Gary Becker. Este autor será quien lleve al máximo nivel de desarrollo la teoría del capital humano y, quien desarrolle una nueva teoría del consumo a partir de la concepción del capital como una asignación de tiempo.

No obstante, antes de presentar brevemente el contenido de estas aportaciones, merece la pena mostrar la concepción que de la Economía tiene Gary Becker. Para él la Economía es una ciencia de los comportamientos humanos y en esta dirección se ha ido desarrollando:

“La ciencia económica entra en un tercer período. En el primero se consideraba que la economía se limitaba al estudio de los mecanismos de producción y de consumo de bienes materiales, y no iba más allá -la teoría tradicional de los mercados-. En un segundo momento, el ámbito de la teoría económica ha sido ampliado al estudio de los fenómenos mercantiles, es decir, aquellos que dan lugar a intercambios monetarios. Hoy, el campo de análisis económico se extiende al conjunto de los comportamientos humanos y de las decisiones a estos asociadas. Aquello que define a la Economía, ya no es el carácter mercantil o material del problema a tratar, sino la naturaleza misma de este problema: toda cuestión que implique un problema de asignación de recursos y de elección en el contexto de una situación de escasez  ... puede ser tratado por el análisis económico.” (“The Economic Approach to Human Behavior”, CNRS, París, cf. Benhamou, 1988).

Con esta concepción del análisis económico, claramente influida por los planteamientos iniciados por Robbins (1935), Becker desarrollará su teoría del capital humano y del consumo.

Las actividades que influyen en las rentas monetarias futuras, y que son de tipo monetario y no monetarias, son designadas por Gary Becker con la expresión de inversiones en capital humano. Las numerosas formas que pueden revestir estas inversiones incluyen: la educación escolar, la formación profesional, los cuidados médicos, las migraciones, la búsqueda de información sobre precios y rentas.

Las motivaciones de esta inversión en capital humano son, sin duda, el beneficio esperado o la tasa de rendimiento esperada. A cada persona se le supone una curva de demanda decreciente que representa los beneficios marginales y una curva de oferta creciente que representa los costes marginales de financiación de una unidad monetaria adicional del capital invertido; la inversión óptima en capital -humano- queda determinada en el punto de intersección de ambas curvas.

De este modo, las desigualdades de salarios quedarían explicadas por las diferencias en las inversiones de capital humano que realizan los individuos. Becker muestra que el proceso de elección individual entre el presente y el futuro determina si éste continúa con sus estudios o, por el contrario, elige obtener una renta inmediata. Subyace la idea de un diferente coste del tiempo en los diversos momentos de la vida, lo cual permite explicar, en opinión de Becker, la distribución entre tiempo de estudio y tiempo de trabajo remunerado.

[El concepto de capital humano] ayuda a dar cuenta de los fenómenos tales como las diferencias salariales según las personas y según los lugares, la forma de los perfiles de los salarios según la edad, la relación entre edad y salarios, y los efectos de la especialización sobre la competencia. Por ejemplo, porque los salarios observados contienen una recompensa del capital humano, la gente gana más que otros simplemente porque invierte más en ellos mismos. Porque la gente más capaz tiende a invertir más que otros, la distribución de los salarios es desigual.” (Becker, 1975).

Con este tipo de razonamiento, Becker tiene presente en todo momento el coste de oportunidad del tiempo, pues educarse y formarse es renunciar al ocio o al trabajo remunerado. El coste del tiempo tiene un precio de mercado, esto es una tasa salarial. El individuo de este modelo opera continuamente entre elecciones de ocio, de trabajo y de inversión en capital humano. Y estas elecciones no son más que asignaciones de tiempo. Y en estas asignaciones de tiempo sustenta Becker su nueva conceptualización del consumo.

Pero su concepto del consumo parte de una crítica a la teoría microeconómica tradicional. Para Becker, la debilidad de la teoría de la elección tradicional es que parte de las diferencias de gustos para explicar los comportamientos sin llegar a dar cuenta de la formación de estos gustos ni prever sus efectos. Becker quiere, por el contrario, explicar la formación de los gustos que son considerados como dados por la teoría microeconómica usual. Para ello toma en cuenta el hecho de que la utilidad no procede directamente de los bienes y de los servicios comprados en el mercado, sino que es el resultado mismo del comportamiento del consumidor que elige y produce él mismo sus propias satisfacciones teniendo presente una serie de restricciones.

Los bienes que se adquieren en el mercado, para ser consumidos, requieren también ser producidos por el propio consumidor por medio de un proceso de producción que consiste en la combinación de los bienes comprados en el mercado y el tiempo que dedica el propio consumidor en el hogar. En este contexto de análisis, todos los bienes del mercado son inputs utilizados por el proceso de producción del sector no mercantil. La demanda del consumidor de bienes del mercado es una demanda derivada análoga a la demanda del consumo intermedio de las empresas para el caso de un factor de producción cualquiera.

En un análisis próximo a éste, K. Lancaster (1991) dirá que el consumidor no compra los bienes por ellos mismos, sino que los compra por los servicios que estos bienes proporcionan. Estos servicios son las características de un bien. El consumo es pues una actividad que exige tiempo, y cuyos factores de producción son los bienes adquiridos en el mercado y el tiempo asignado por el consumidor en dicha actividad. El resultado de la misma son los productos -output- que no son más que un conjunto de servicios que generan utilidades.

De este modo, se hace comprensible, por una parte, la indiferencia del consumidor frente a las sustituciones posibles en los actos de consumo y, por otra, una percepción de la innovación como la aportación de nuevas características a un bien o a un conjunto de bienes sustituibles que proporcionan los mismos servicios consuntivos. Desde este punto de vista, el proceso de desarrollo conocido por las economías industriales avanzadas puede ser caracterizado también por una sustitución de las técnicas de consumo, en general, de más intensivas en tiempo -cuando la economía doméstica realiza en su interior la mayor parte de las etapas de transformación- a más intensivas en bienes -cuando obtiene del mercado ya transformados una buena parte de los bienes que antes elaboraba por su cuenta- (Anisi, 1987). Y otro rasgo de esta caracterización consistiría en el hecho de que muchos de los inputs que adquiere una economía doméstica para realizar sus actos de consumo no se destinan mayoritariamente a satisfacer necesidades instantáneas, sino que más bien permiten satisfacer necesidades humanas a lo largo de un período de tiempo más o menos prolongado. Son éstos una especie de bienes de equipo, más o menos sofisticados tecnológicamente, que son requeridos en muchos de los procesos de consumo.

Este análisis del consumo acarrea severas objeciones para el análisis microeconómico tradicional. La conceptualización tradicional de que un consumidor soberano es capaz de clasificar sus preferencias de manera racional e independiente y de mantenerlas a largo plazo, se vuelve teórica y empíricamente irrealista. Becker presenta una teoría de la formación de las preferencias que afirma que los cambios de comportamiento son debidos a las variaciones en los precios relativos y en los costes de oportunidad. Su función de producción doméstica está determinada por estos dos factores. Para Becker y Stigler, los cambios en los gustos y las preferencias entrañan costes importantes. Costes referidos al capital, pues pueden suponer desinversiones importantes (“De Gustibus non est disputandum”, American Economic Review, mars, 1977).

G.J. Stigler complementa la teoría del consumo de Lancaster y de Becker con la introducción de los costes de adquisición de información y del tiempo que ésta supone. La información pura y perfecta es una ficción, para comprender mejor la realidad del consumidor es necesario tener en cuenta el coste de adquisición de las informaciones y el coste del tiempo necesario para adquirirlas.

“El coste de la búsqueda, para un consumidor, es aproximadamente proporcional al número de vendedores observados, pues el principal coste es el tiempo. Este coste no necesariamente será el mismo para todos los consumidores. ..., el tiempo tendrá más valor para una persona que disponga de altos niveles de renta.” (Stigler, 1961).

Esta aproximación, que constituye uno de los fundamentos de la moderna teoría económica de la información, conduce lógicamente a un análisis de la publicidad.

“La publicidad es un bien, el moderno método que permite identificar a compradores y vendedores. La identificación de estos últimos reduce considerablemente los costes de búsqueda. Pero la publicidad tiene sus límites. En sí misma constituye un gasto que es independiente del valor del bien en cuestión ...

“El efecto de la publicidad sobre los precios es equivalente a la introducción de una suma importante de búsqueda por una gran proporción de compradores potenciales.” (Stigler, 1961).

Stigler muestra que pueden existir diferentes precios de equilibrio compatibles con la eficiencia económica. Esto proviene del hecho de que la adquisición de la información y los costes de transacción no son nulos.

Evidentemente, la introducción de la existencia de costes de adquisición de información abre una fructífera perspectiva para otros campos de investigación.

“La identificación de los vendedores y el descubrimiento de sus precios son simplemente un escalón del amplio papel que la búsqueda de información juega en la vida económica. Problemas similares existen para el descubrimiento de buenas fuentes de beneficios en materia de inversión, y para la elección de una industria, un lugar, un trabajo para el asalariado.” (Stigler, 1961).

En este sentido, esta perspectiva resulta pertinente en un área como la de la Economía de la innovación tecnológica, donde el objeto de estudio, la tecnología, consiste esencialmente en información. Sin embargo, éste no ha sido un campo de especial estudio por parte de los representantes de la Escuela de Chicago. Si que lo han sido, por el contrario, y especialmente en el caso de Stigler, los campos relativos a la economía industrial y a la reglamentación.

 

La Teoría de la Elección Pública o Public Choice

Aunque pueden fecharse los orígenes de la Escuela de Virginia en la segunda mitad de la década de los cincuenta, los principales desarrollos y difusión de sus ideas se producen fundamentalmente a partir de los años setenta y, muy especialmente, en los ochenta. En 1986, J.M. Buchanan, máximo representante de esta corriente, recibe en solitario el premio Nobel de Economía. Una de las lagunas más significativas de las corrientes centrales en el pensamiento económico y, muy especialmente en el caso del neoclásico, es una ausencia de análisis del Estado. La falta de este análisis se vuelve más sorprendente en pleno siglo XX, cuando el peso del Estado y de los procesos de no-mercado ha aumentado significativamente su peso en las sociedades occidentales.

Pero además del cambio cuantitativo, se exige también un cambio cualitativo en la percepción del Estado. Pensar que es un simple garante de las reglas de juego, tal vez, era posible con anterioridad. Pensarlo hoy sería una actitud de suma negligencia intelectual. La Teoría de la Elección Pública nace de la necesidad de comprender la complejidad de ese agente económico que además de fijar las reglas de juego, es al mismo tiempo árbitro y jugador.

A finales de los años sesenta, J.M. Buchanan manifiesta claramente la pérdida de confianza en la creencia de que las autoridades gubernamentales, constreñidas por la estructura constitucional de las sociedades democráticas, respondían básicamente en su actuación a los valores y preferencias de los ciudadanos.

“Perdí mi fe en la eficiencia gubernamental al observar la explosiva carrera en gastos y nuevos programas manejados por los agentes políticos aparentemente en su propio interés y divorciados de los intereses de los ciudadanos ... El Gobierno de los Estados Unidos parecía tomar el aspecto de un Leviatán  autoimpulsado y, simultáneamente, se desarrollaba una anarquía emergente en la sociedad civil. ¿Qué estaba ocurriendo y cómo podría mi modelo explicativo aplicarse a la nueva realidad de los últimos años sesenta y principios de los setenta?” (Buchanan, 1986).

El modelo explicativo de Buchanan y de sus inmediatos colaboradores (W Nutter, G. Tullock, R.E. Wagner, G. Brennan, V. Vanberg, D. Lee, R.D. Tollison, M. Crain, entre otros) ha permitido desarrollar un nuevo análisis económico de las instituciones y procesos políticos que ha quedado plasmado en las diversas contribuciones de la así llamada Teoría de la elección pública. Este análisis ha ido configurando un nuevo marco conceptual e interpretativo de los procesos de no-mercado.

La teoría de la elección pública consta de dos ejercicios teóricos que resultan de aplicar, convenientemente modificados o ampliados, los conceptos y métodos del análisis económico neoclásico al estudio de las instituciones y procesos políticos que caracterizan y podrían caracterizar a las sociedades desarrolladas con sistema político democrático (Toboso, 1992). No obstante, existen ciertas diferencias entre los conceptos del análisis económico neoclásico y de la Teoría de la Elección Pública. En palabras del propio Buchanan:

“Permítaseme comenzar destacando lo que el enfoque de la Public Choice no es ... éste no constituye una aplicación particular de los instrumentos y métodos estándar, aunque se aproxime a ser algo de eso. El programa de la Public Choice constituye un enfoque o perspectiva de la política que surge de una ampliación-aplicación de los instrumentos y métodos del economista al estudio de la toma de decisiones colectivas o de no-mercado. Esta afirmación es por sí sola, sin embargo, inadecuadamente descriptiva porque, en orden a alcanzar tal perspectiva, algún enfoque particular de los existentes en la ciencia económica habrá de ser elegido.” (Buchanan, 1983).

Conviene ahora mostrar los elementos de esa proximidad conceptual entre el análisis económico neoclásico y la Teoría de la Elección Pública. En esencia, la proximidad tiene lugar por el uso de esta última, con mayores o menores modificaciones, de algunos de la terminología y los postulados metodológicos del primer tipo de análisis. Así, el primero es un postulado motivacional reconocido como el principio del individualismo metodológico, que hace a la Teoría de la Elección depositaria de la tradición intelectual que inspira la obra de C. Menger, F.A. Hayek o L.V. Mises.

“En lo que se refiere a la acción humana, es indiscutible que existen entidades sociales. Nadie se atreve a negar que las naciones, los estados, los ayuntamientos, los partidos y las comunidades religiosas constituyen elementos realmente existentes que influyen en el curso de los acontecimientos humanos. El individualismo metodológico, lejos de rechazar la importancia de tales entidades colectivas, considera que es una de sus principales tareas el proceder a describir y analizar su aparición y desaparición, sus estructuras cambiantes y su funcionamiento. Y para ello escoge el único método capaz de resolver estas cuestiones satisfactoriamente.” (Mises, 1949).

“El individualismo metodológico como método de análisis sugiere simplemente que toda teoría, todo análisis se resuelve finalmente en consideraciones a las que hace frente el individuo como agente decisor.” (Buchanan, 1979).

“Como sugiere mi definición, la Teoría de la Elección Pública es metodológicamente individualista, en el mismo sentido en que lo es la Teoría Económica.” (Buchanan, 1979).

Si los individuos son las unidades básicas de análisis, los gobiernos o instituciones políticas, al igual que cualquier otra institución, se conciben únicamente como complejos procesos o arreglos institucionales a través de los cuales los individuos toman decisiones colectivas, decisiones públicas o decisiones conjuntas. La política o el gobierno se conciben como un complejo conjunto de interacciones individuales bajo determinadas instituciones. Interacciones que resultan, básicamente, del intento por parte de los individuos de conseguir colectivamente aquellos objetivos propios comúnmente deseados.

Así pues, frente a otros tipos de análisis de los procesos políticos y de las instituciones, las unidades básicas de análisis de la Teoría de la Elección Pública son los individuos que toman decisiones. Se asume o supone que los participantes en esos procesos de decisión y actuación pública orientan su comportamiento sobre la base de los dictados del criterio de racionalidad (instrumental) que se conoce como el postulado motivacional del homo-oeconomicus. Obviamente, la utilización de tal postulado tiene una gran influencia en los análisis comparativos realizados y en las inferencias y propuestas de reforma constitucional elaboradas. Los resultados son bien distintos cuando los economistas o los especialistas en Ciencia Política adoptan en sus trabajos o teorías el supuesto de que los individuos participantes en las instituciones políticas están motivados por el logro del interés general, es decir, por lo que se conoce como el criterio de racionalidad o postulado motivacional del homo-benevolens (Toboso, 1993).

De este tipo de análisis se desprende una serie de críticas tanto al Estado, a los procesos políticos como a la propia burocracia. Respecto al primero de estos, la Teoría de la Elección Pública reconoce que el mercado presenta fallos, pero también remarca abiertamente que el sector público no es necesariamente el mejor sustituto del mercado. Admitir que el mercado es imperfecto no conduce necesariamente a defender una intervención y regulación de los intercambios por parte del sector público. Por otra parte, los procesos políticos son conceptualizados como un mercado político donde existen intercambios. Para Buchanan (1983), el proceso político y el mercado son procesos análogos. En cada uno de los procesos los individuos buscan la satisfacción de sus propios objetivos, cualesquiera que éstos sean, a través de su participación en la interacción social.

Cuando los procesos políticos se conciben de este modo, y se sustituye el postulado motivacional del homo-benevolens en busca del interés general por alguna definición del interés propio, como postulado motivacional del comportamiento humano en los diversos roles de elección pública (votantes, políticos, burócratas, etc.), se llega a un análisis positivo que describe un mundo de la política altamente nocivo y nada halagüeño.

Un ejemplo de esto podríamos encontrarlo en la obra de James M. Buchanan y Richard E. Wagner (1977):

“Podría argumentarse que los ciudadanos han llegado a esperar pan y circo de sus políticos. Si sus políticos no ofrecen tales cosas, elegirán a otros políticos en su lugar. En vista de estas perspectivas, hay pocos políticos dispuestos a negarse a ofrecer pan y circo. Después de todo, ¿no es más agradable cumplir que rechazar los deseos de su electorado? Es mucho más satisfactorio dar que rechazar, especialmente si no es necesario contar con el coste de la dádiva. ¿A quién no le gustaría desempeñar el papel de Santa Claus? Cuando un ciudadano particular no puede o no quiere rechazar estos deseos, sin embargo, es él quien debe soportar el coste de sus acciones. Los políticos, no obstante, actúan por todo el electorado. Su locura es nuestra locura.”

La conceptualización del proceso político implícita en los modelos, teorías y proposiciones elaboradas bajo la Teoría de la Elección Pública se caracteriza, entre otros elementos, por concebir los procesos políticos como relaciones de intercambio complejo entre muchos individuos. Cuando la interacción política se modela como una complejo proceso de intercambio entre muchas personas, en el que aquélla se concibe como un medio a través del cual se tratan de satisfacer las diversas y posiblemente divergentes preferencias individuales (mediante algún mecanismo o regla que amalgame o combine las mismas y permita derivar resultados concretos), se facilita o permite centrar la atención del análisis en los procesos de interacción mismos y sus características, en lugar de hacerlo sobre los resultados generados.

“La perspectiva constitucional (con la que he sido asociado tan íntimamente) surge de una forma natural de la aplicación del programa de investigación o paradigma del intercambio al estudio de la política. Para mejorar el funcionamiento del proceso político es necesario mejorar o reformar las reglas e instituciones, el marco bajo el que tiene lugar el juego de la política.” (Buchanan, 1983).

De ahí, en parte, que los elementos positivos del análisis se acompañen en ciertas ocasiones de valoraciones normativas sobre presuntos fallos de los procesos políticos y posibles reformas constitucionales que presuntamente pudieran mejorar el funcionamiento de las instituciones.

El burócrata, como cualquier productor, debe maximizar su producción teniendo en cuenta ciertas restricciones, pues sus medios son limitados. Está, como cualquier otro agente social, motivado por sus propios intereses, busca alcanzar sus propios intereses. Estos intereses incluyen el poder, la renta, el prestigio, la seguridad, la comodidad. Y para ello no duda en utilizar el presupuesto público y proponer programas públicos. De este modo resulta que el beneficio social de la acción pública resulta claramente inferior a su coste (Baslé, 1988).

Hemos dicho que la Teoría de la Elección Pública realiza dos tipos de ejercicios analíticos, que en ocasiones se confunden. El primero de ellos es un ejercicio positivo, denominado como Teoría Positiva de la Elección Pública, e incluye, básicamente, toda una serie de modelos, teorías e hipótesis explicativas y predictivas sobre las características y funcionamiento de las distintas reglas, normas e instituciones políticas existentes en las sociedades democráticamente desarrolladas. Esto es, se incluyen aquí toda una serie de teorías explicativas y predictivas del comportamiento o acciones de los individuos que interactúan bajo las instituciones políticas existentes, en cuanto votantes, candidatos políticos, miembros de un gobierno, funcionarios, integrantes de grupos de interés, ... Son análisis sobre el funcionamiento de la regla de la mayoría, sobre los efectos derivados del comportamiento de los gobiernos, sobre la burocracia, los fenómenos de búsqueda de rentas y el ciclo político económico.

El ejercicio normativo o Economía Política Constitucional se refiere a dos grandes componentes. Por una parte, está constituida por todo un conjunto de consideraciones o teorías comparativo-valorativas acerca de las características y funcionamiento de reglas, normas e instituciones políticas alternativas a las existentes por comparación con estas últimas. Por otra, está formada por el conjunto de consideraciones, teorías normativas o propuestas ofrecidas como posibles cambios o reformas constitucionales a llevar a cabo con el fin de mejorar el funcionamiento de la estructura político-institucional o de corregir los fallos presuntamente detectados.


CAPÍTULO 12.- ECONOMÍA INSTITUCIONAL, ESCUELA DE LA REGULACIÓN Y ECONOMÍA EVOLUCIONISTA

La Economía institucional

 

Introducción

Hasta el presente momento hemos podido mostrar las diferencias que existen entre las diferentes escuelas o corrientes de pensamiento económico mostrando los diferentes conceptos de base y lenguajes que utilizan. En ocasiones, la distancia que separa a unas escuelas de otras es corta, pero en cambio, en otras, éstas son significativas. Incluso en ciertos casos, pueden encontrarse diferencias de matiz entre autores que suelen catalogarse como pertenecientes a una misma corriente. El ejemplo más claro en este extremo, con toda seguridad, es el de los economistas políticos clásicos. En ambos casos, las diferencias pueden estar motivadas por las distintas preocupaciones y problemas considerados relevantes; en otros, la raíz de la divergencia en las posiciones se encuentra en un núcleo de ideas fundamentales sobre las cuales se edifica el conjunto de la perspectiva teórica correspondiente.

La corriente institucionalista es un buen ejemplo de divergencias internas en cuanto a problemáticas abordadas, conceptos utilizados, explicaciones ofrecidas y posiciones metodológicas. Divergencias que se fundamentan en las diferencias de lenguaje empleado. Un breve repaso a la literatura institucionalista nos evidencia la diversidad de planteamientos que se denominan a sí mismos institucionalistas, aunque algunas veces añadan algún adjetivo calificativo.

Una primera presentación de la economía institucionalista nos llevaría a distinguir tres aproximaciones diferentes (Gruchy, 1990). Éstas son: una aproximación temática, una aproximación paradigmática y, una tercera que tendría como nota común la diversidad. Esta última se caracterizaría por aceptar el esquema de análisis convencional o neoclásico. Sin embargo, abordaría problemas que son ignorados por el análisis neoclásico. Otra aproximación de la economía institucional enfatiza los temas de estudio e investigación. Generalmente, aquí se suelen establecer seis temas básicos que conformaría el ámbito de preocupación intelectual de los institucionalistas. Estos son: 1) el papel del gobierno, 2) la importancia de la tecnología, 3) el concepto de valor, 4) la teoría del control social, 5) el impacto de la cultura, y 6) el papel de las instituciones. Sin embargo, la debilidad de esta segunda aproximación es la ausencia de un esquema conceptual básico común que integre las diferentes explicaciones temáticas o que posibilite su aplicación a los distintos temas. Más arriba hemos caracterizado el pensamiento económico a partir de una cierta comulgación de ideas, de conceptos, de lenguajes teóricos y observacionales. Por consiguiente, el criterio de temas de investigación no es en modo alguno relevante para el establecimiento o demarcación de corrientes de pensamiento económico.

En cambio, la tercera aproximación institucionalista, sí que cuenta con una esquema básico de interpretación. En este sentido, destaca el concepto evolutivo de proceso frente al concepto estático de equilibrio. El sistema económico y su estructura funcionan en respuesta a factores políticos, demográficos, climáticos, y al avance de la ciencia y al cambio tecnológico. El rasgo más destacado de esta aproximación es su énfasis en el cambio y el desarrollo histórico (desde el punto de vista del tiempo histórico).

En la medida que el sistema económico estará siempre sujeto al cambio, surgen dos cuestiones que deben necesariamente tener alguna respuesta. Una, la dirección del cambio y sus impactos sobre el sistema económico; y, dos, quién guía o dirige el cambio. La primera cuestión, la dirección del cambio de los sistemas cultural y económico, forma parte de la cuestión de los valores básicos que guían las actividades sociales y económicas. De este modo se da pie a explicar, por ejemplo, el diferente desempeño económico que experimentan las naciones entre sí o a lo largo de su historia. Estas diferencias vendrían explicadas por la diversidad de las instituciones existentes en cada sociedad. Ésta es la conclusión del trabajo de Gruchy (1990) y la base de su defensa de la tercera aproximación institucionalista: el clarificar el significado de la naturaleza de las instituciones económicas; algo que, en su opinión, se le escapa a la economía neoclásica.

Sin embargo, la presentación de Gruchy no resuelve satisfactoriamente la cuestión relativa a las diferencias que existen entre autores que se clasifican a sí mismos como economistas institucionalistas. El rasgo común a todos ellos, es el énfasis que ponen en el papel que juegan las instituciones en la vida económica, con independencia que su tema sea el crecimiento económico, el cambio tecnológico o el medio ambiente. Por consiguiente, parece conveniente buscar otros criterios de catalogación de estos autores, diferentes a los utilizados por Gruchy, y que nos permita reconocer el contenido y características de sus respectivos lenguajes, de los conceptos y de las explicaciones que ofrecen.

 

Viejo y nuevo institucionalismo

Desde la segunda mitad de los años setenta, se produce un crecimiento de las explicaciones institucionalistas sobre distintos aspectos del devenir de la economía capitalistas. Es cierto que durante los años anteriores a la II Guerra Mundial, se dieron explicaciones institucionalista de la mano de economistas americanos como Thorstein Veblen, John Commons y Wesley Clair Mitchell. Pero, durante los años posteriores a la guerra, este viejo institucionalismo entra en crisis debido, en parte, a la revolución de la economía keynesiana y de la síntesis, pero también al auge del formalismo (matemático) en la Economía. Aunque durante estos años de crisis del institucionalismo, existieron economistas como Galbraith o Myrdal que tuvieron cierta relevancia, sus trabajos no fueron totalmente reconocidos por la mayoría de los economistas debido al consenso de estos sobre la síntesis y el formalismo. Sin embargo, la ruptura del consenso en los años setenta en la teoría económica y la percepción de una crisis en la disciplina facilitó el auge de las explicaciones institucionalistas. Pero, este auge se produjo no sólo sobre un contexto diferente al de los institucionalistas americanos, sino sobre todo sobre unas bases conceptuales (explicativas y metodológicas) diferentes. Al mismo tiempo, se producía un renacimiento del viejo institucionalismo, manifestado por un número creciente de recientes publicaciones con temas y explicaciones propios de éste. En 1966, apareció el Journal of Economic Issues de la mano de la organización de los institucionalistas americanos (Association for Evolutionary Economics) y, en 1988, se creó la asociación de los (viejos) institucionalistas europeos (European Association for Evolutionary Political Economy). Entre los autores pertenecientes al nuevo institucionalismo habría que mencionar a Kenneth Arrow, Mancur Olson, Robert Thomas, Douglass North, Armen Alchian, Harold Demsetz, Seven Pejovich, Eirik Furuboth, Ronald Coase y Oliver Williamson. Algunos de estos economistas formarían, en palabras de Hodgson (1988), la Escuela de los Derechos de Propiedad (Property Rights School).

Ciertamente, los anteriores economistas conforman un grupo no del todo homogéneo. Como ocurre también en el caso de los continuadores del viejo institucionalismo. En opinión de Hodgson (1993), pertenecerían a esta formación autores procedentes de trayectorias intelectuales cuyo rasgo común es la divergencia con los conceptos de la corrientes neoclásica predominante. Además de los estrictamente institucionalistas, Hodgson incluyen a economistas postkeynesianos, schumpeterianos, marxistas y a los miembros de la escuela francesa de la regulación. No obstante, intentando ceñirnos a los economistas institucionalistas en sentido estricto cabría citar al propio G.M. Hodgson, Daniel W. Browley, Williams K. Kapp, James A. Swaney,  Philip A. Klein, Robert W. Kling, Ann Mari May, John R. Sellers, J. Ron Stanfield. Incluso, autores como Wassily Leontief o Lester C. Thurow son incluidos como economistas pertenecientes al (viejo) institucionalismo.

Hemos dicho que el nuevo y viejo institucionalismo se diferencian, además de por el contenido de sus explicaciones, por las posiciones metodológicas. Conviene, por tanto, que pasemos a analizar el contenido de las mismas. Empezaremos por el nuevo institucionalismo, debido a la mayor proximidad con la corriente abordada en el anterior apartado, y continuaremos con el renovado viejo institucionalismo. En ambos casos, además de las características más relevantes de sus posiciones metodológicas, siguiendo el esquema hasta ahora utilizado nos adentraremos en algunas de sus explicaciones y conceptualizaciones.

 

La nueva economía institucional

En un intento de buscar posibles conexiones entre la vieja y la nueva Economía institucional, Malcolm Rutherford (1995) descarta, en primer lugar, que sean la misma cosa. Para este autor, cada una aborda las cuestiones de las instituciones y el cambio institucional desde diferentes perspectivas y con conceptos diferentes. Sin embargo, llega a identificar algunos factores comunes y, sobre todo, una similitud en la problemática abordada. Pero, los problemas para establecer un puente surgen por la imposibilidad de reconciliar el tratamiento de los aspectos como la racionalidad y el papel de las normas en el comportamiento humano o el desarrollo de una teoría del cambio cultural. Estas diferencias en los postulados motivacionales conducen a desarrollar distintos ejercicios analíticos y también a inferencias para la actuación pública claramente divergentes. Podemos caracterizar a la nueva Economía institucional a partir de su conceptualización del individuo, de las instituciones y de los mercados.

El individuo es considerado como la base de las explicaciones de la Nueva Economía Institucional. Sus pautas de conducta son tomadas como dadas e invariantes, al igual que ocurre en las explicaciones neoclásicas. No se trata de la cuestión de si se admite que los deseos y preferencias de los individuos cambian con el tiempo y las circunstancias, o no. Lo que realmente es importante es que para los fines de la investigación económica, los individuos y su comportamiento son tomados como dados y no son susceptibles de formar parte de la agenda de investigación. A partir de esta consideración del individuo, los neoinstitucionalistas intentan explicar la emergencia, existencia y performance de las instituciones sociales. Su explicación se dirige al funcionamiento de todo tipo de instituciones sociales en cuanto a interacciones entre individuos, cuyas preferencias, deseos o normas de comportamiento están dados. Las instituciones pueden afectar al comportamiento de los individuos, pero sólo en la medida que las posibilidades de elecciones o las restricciones que ofrecen o imponen. Las instituciones no pueden moldear las preferencias de los individuos.

Las instituciones, por tanto, emergen sobre la base de comportamientos individuales. Son simplemente fuentes de restricciones externas, de convenciones o posibilidades. La acción de los individuos conduce a la formación de las instituciones, pero las instituciones no alteran las pautas de conducta, deseos o preferencias de los individuos ni inciden en la formación de éstas. Son simplemente semejantes a la restricción presupuestaria que tiene cualquier consumidor en sus actos de consumo. Las instituciones no conforman pautas de conducta o de comportamiento, pero sí que inciden en la actuación de los individuos o en los actos que finalmente llevan a cabo.

Normalmente se habla del mercado como una institución donde las preferencias y objetivos individuales se expresan. El mercado resulta de la agregación de muchos intercambios individuales, sin llegar en ningún momento a estructurar, por sí mismo, la actividad económica. En cambio, para el neoinstitucionalismo, esta noción descriptiva del mercado es deficiente y no suficiente. Al presentar las instituciones como las reglas del juego en una sociedad, esto es, las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana, resulta evidente que éstas estructuran incentivos en el intercambio humano, sea éste político, social o económico.

No obstante, algunos neoinstitucionalistas en sus análisis parten de la consideración de admitir, como algo a priori, la existencia de mercados, como algo natural (Williamson, 1975). En cambio, los viejos institucionalistas y sus continuadores, considerando igualmente que el mercado es siempre una específica institución social, esto es, un conjunto de normas que definen ciertas restricciones al comportamiento de los participantes, enfatizarán que el mercado como institución económica no es un dato natural (Hodgson, 1988).

Este aspecto de los continuadores del viejo institucionalismo, les lleva a reconocer más abiertamente o a enfatizar con más ímpetu la coexistencia de formas institucionales del mercado distintas, tanto a lo largo del tiempo como en un mismo momento del tiempo. En este sentido, cabe entender el énfasis de Galbraith (1973 y 1978) en la coexistencia de un mundo próximo a la competencia perfecta y otro dominado por el capitalismo monopolista. En el primero, en la consecución de las respuestas de qué, cuánto y cómo producir intervendrían los mecanismos tradicionales del mercado; mientras que, en el segundo, el poder y su ejercicio por parte de la tecnoestructura sería uno de los mecanismos más relevantes.

No obstante, existe una característica del viejo institucionalismo que lo diferencia del neoinstitucionalismo en lo que respecta a la conceptualización del mercado en tanto que institución. Esta característica se refiere a las interacciones sociales. Para Lester C. Thurow (1984), en la reconstrucción de una teoría del comportamiento económico resulta decisiva una visión más compleja de la interacción existente entre la sociedad y sus ciudadanos. Las sociedades no son sólo sumas estadísticas de individuos ocupados en el intercambio voluntario, sino algo mucho más sutil y complejo. Un grupo no puede entenderse si la unidad de análisis es el individuo tomado por sí mismo. Una sociedad es claramente algo mayor que la suma de sus partes. Esto implica que las preferencias humanas no se determinan en forma individual, sino en forma social, lo que involucra una interacción intensa entre la sociedad y el individuo. Si el comportamiento humano del mundo real depende, en buena medida, de las expectativas que tenga una persona acerca del futuro, en la medida que éstas están afectadas por los patrones de socialización, la historial cultural, las instituciones políticas y el deseo de poder, las pautas de conducta de los humanos, sus preferencias y deseos resultarán afectados por la interacción social. Por consiguiente, como diría John Rawls (1973), las reglas de juego de un mercado -o de cualquier otra institución- no son axiomáticas, sino que deben ser fijadas por cada sociedad.

 

La vieja Economía Institucional y sus continuadores

Aunque ya se ha iniciado la presentación de algunos de los planteamientos de los continuadores de la vieja Economía Institucional, y ésta ha sido desmarca del neoinstitucionalismo, un primer aspecto a resaltar es que resulta bastante difícil sintetizar en pocas líneas el núcleo básico de la misma. Tanto porque las materias sobre las que se ha incidido son enormemente variadas, como porque los trabajos de sus miembros son numerosos y cubren un dilatado período (Giménez Montero, 1991). También resulta difícil la síntesis porque la amplitud de matices de conceptos utilizados exigía un extenso tratamiento.

No obstante, todos los continuadores coinciden en señalar que la publicación, en 1899, de The Theory of the Leisure Class por Thorstein Veblen marca el inicio del institucionalismo, entendido como una forma diferente de abordar el estudio de los problemas económicos. Junto a Veblen aparece John R. Commons como otro padre del institucionalismo, y el primero en bautizar a esta corriente como Economía institucional (Commons, 1931).

Para los continuadores del viejo institucionalismo, la perspectiva del intercambio limita severamente los objetivos y método del pensamiento económico convencional, y es muy engañoso respecto a la estructura real y funcionamiento del sistema económico. El proceso de intercambio implica la interacción de individuos condicionados por la cultura y estructura de la economía social. Las preferencias, capacidad, valores y principios rectores de los individuos se han formado con anterioridad a su participación en el intercambio.

Para esta corriente, no son el intercambio y la escasez los aspectos básicos del proceso económico y, por tanto, no son los conceptos sobre los cuales debe edificarse el análisis. Por el contrario, los definen en términos tecnológicos o materiales. La economía es el proceso instituido, o los acuerdos culturalmente modelados, a través de los cuales un grupo humano determinado se autoabastece en su propio interés. El objetivo es asegurar la reproducción social e instrumentar la actividad económica respecto al proceso social. En este sentido, se hace hincapié en la organización de la producción y la distribución en un grupo humano determinado.

Para J. Ron Stanfield (1983), la economía consiste en una tecnología -herramientas más conocimientos- empleada dentro del contexto de las instituciones. Este contexto es de interacción dinámica: las instituciones moldean la tecnología y viceversa. El interés característico se da en la organización social, o los ajustes, con un patrón dado, que rodean las relaciones del hombre con el resto de la naturaleza. Esto es, el estudio de las relaciones entre los hombres, mediante las que se institucionalizan las relaciones entre el hombre y la naturaleza con sentido reproductivo. La reproducción social no es simplemente la reproducción de un orden dado de cosas, pues el cambio social es incesante. Gran parte del cambio gira alrededor de la interacción entre tecnología e instituciones, especialmente el ajuste de las instituciones a los cambios tecnológicos. Los cambios en el aparato tecnológico, en la organización o conocimiento de lo social, el proceso material, crean tensiones al provocar ajuste en las costumbres, las leyes y en los principios rectores.

Este ajuste no es simplemente un problema de adecuación a los imperativos tecnológicos en un solo sentido. Es también formar o restringir la tecnología, mediante imperativos de evaluación. Este ajuste institucional es un aspecto clave del análisis de esta corriente. Y, desde este punto de vista, el problema económico es la continua reinstitucionalización de las relaciones tecnológicas dentro del contexto social. Así, la estabilidad y recurrencia del proceso económico es consecuencia del modo en que la gente actúa y está educada para actuar. Si los hombres parecen generosos en un sitio, y egoístas en otro, no es porque sus naturalezas básicas difieran, sino sus organizaciones sociales. No es la presencia de un motivo u otro lo significativo en el análisis, sino la estructura institucional en la que los motivos operan. A través de sanciones institucionales categóricas, esta estructura favorece algunas tendencias humanas, y reprime otras.

De ahí que cuanto interesa en el análisis es la sociedad como un sistema de patrones de interacción alcanzados históricamente, pues son éstos y las instituciones culturales, las que promueven o reprimen las potencialidades inherentes al ser humano. Para entender el proceso económico o cualquier otro aspecto de la vida de un grupo humano determinado, es necesario examinar sus específicos patrones culturales.

Los patrones de interacción deben ser identificados no sólo en función de su existencia concreta, espacio-temporal, sino también contabilizados en términos de su función en el conjunto social. Esto significa intentar averiguar y explicar su conexión con los otros elementos del sistema social, así como el proceso que garantiza su continuidad.

Así pues, “en este enfoque se trata el comportamiento económico como un proceso cultural, y la tarea consiste en desarrollar un análisis económico intercultural.” Al enfatizar el papel del orden institucional en el proceso económico como un garante de la estabilidad y la continuidad, se insiste en la comparación de situaciones históricas esmeradamente documentadas. “Dicha comparación capacitará al análisis institucional para tratar las instituciones económicas como rasgos culturales, como expresiones de valores humanos que surgen de patrones concretos de interacción social.” (Stanfield, 1983). La norma valorativa de la economía institucional se basa en la reproducción social y en una mayor importancia del proceso de la vida humana. Reproducción social significa que la sociedad se reproduce bajo un interés colectivo. La norma valorativa de la reproducción implica que la distribución es una parte esencial de la función económica, puesto que no se mantienen las vidas a menos que se obtenga una renta suficiente para ello. Por consiguiente, el principio que subyace al mantenimiento de la renta no es tanto la equidad, basada o no en nociones de igualdad, mérito o interés humano, sino la necesidad de estabilizar el proceso reproducción social.

 

La Teoría de la Regulación

Introducción

Puesto que “nunca ha habido ninguna sociedad que exista a medias o en fragmentos: una sociedad existe siempre como un todo, como un conjunto articulado de relaciones y funciones todas las cuales son simultáneamente necesarias para que la sociedad exista como tal, pero cuyo peso sobre la reproducción es desigual. Esto es lo que hace que la reproducción de tal o cual tipo de sociedad no pueda proseguir más allá de determinadas variaciones o alteraciones de las relaciones sociales que las componen y de la base material sobre la que se apoya.” (Godelier, 1984).

Esta cita de Godelier sintetiza bastante bien la concepción global que de los procesos sociales y económicos tiene la Escuela francesa de la Regulación. Ésta se constituye de aportaciones de otros enfoques -marxistas, keynesianos, institucionalistas, ... pero también cuenta con sus propias realizaciones. Es un enfoque relativamente joven que tiene su presentación pública en la obra de Michel Aglietta (1976): Régulation et crises du capitalisme: l’expérience des États-Unis [3]. Aquí manifiesta el autor que:

“Estudiar un modo de producción es poner al descubierto cuáles son las relaciones determinantes que se reproducen en y por las transformaciones sociales, así como las formas bajo las que lo hacen, y las causas por las que esa reproducción se ve acompañada de rupturas en diferentes puntos del sistema social. Hablar de la regulación de un modo de producción es intentar expresar mediante leyes generales cómo se reproduce la estructura determinante de una sociedad. El objeto de la presente obra es el estudio de las leyes de regulación del modo de producción capitalista. Dicho estudio se llevará a cabo a partir de un análisis histórico de la economía norteamericana a largo plazo.”

La mocedad del enfoque ha supuesto una continua extensión de la problemática de estudio y el surgimiento de nuevos conceptos y categorías analíticas. No obstante, aquella no ha impedido el surgimiento de distintos planteamientos en su seno. Principalmente dos: los trabajos de la escuela parisina, representada por Robert Boyer, y las realizaciones del grupo regulacionista de Grenoble, cuyo principal exponente sería G. Destanne de Bernis.

Nos centraremos principalmente en los trabajos de los regulacionistas parisienses y trataremos de mostrar los conceptos y categorías claves de su análisis, así como el modo de articularlos. Para ello, procederemos partiendo de la problemática inicial sobre la cual trataron de ofrecer respuestas y sobre la que se enmarca gran parte de la construcción conceptual que proponen.

 

La variabilidad espacio-temporal como punto de partida

El punto de partida de los análisis de la Escuela de la Regulación es: la variabilidad en el tiempo y en el espacio de las dinámicas económicas y sociales.” (Boyer, 1987). Tres paradojas se inscriben en esta cuestión general. En primer lugar, ¿por qué y cómo, en una formación económica dada, se pasa de un crecimiento fuerte y regular a un casi estancamiento y a una inestabilidad de los encadenamientos coyunturales? Toda la dificultad se debe al hecho de que la mayoría de los economistas admiten el carácter autorregulador de los mercados. Si tal es el caso, la crisis no es más que un accidente debido a la conjunción imprevisible de azares infelices o el resultado de interferencias sociopolíticas. Pero, ¿cómo comprender la dinámica de largo plazo de las economías de mercado, sin destacar los cambios de sus relaciones con el conjunto del sistema sociopolítico, que a veces estabilizan y otras desestabilizan la coyuntura? Así por ejemplo es necesario explicar por qué, después de la II Guerra Mundial, fue posible un crecimiento sin precedentes en los viejos países industrializados. Y esta explicación no puede reducirse meramente al funcionamiento de los mercados.

En segundo lugar, en el transcurso de una misma época histórica, ¿cómo explicar que crecimiento y crisis adopten formas nacionales significativamente diferentes, incluso que se profundicen los desequilibrios en ciertos países, mientras que en otros se afirme una relativa prosperidad? La historia de las tres últimas décadas pone de manifiesto las grandes diferencias existentes entre países. El crecimiento económico experimentado por los países dominantes de la OCDE desde mediados de los años cincuenta ha sido distinto en cada caso concreto. Después de 1973, se observaron tendencias opuestas entre los países de vieja industrialización y los nuevos países en vías de industrialización. Por último, desde 1982, la heterogeneidad de las evoluciones respectivas de los USA, del Japón y de Europa, manifiestan de manera patente la desigualdad de las tasas de crecimiento y de desocupación.

Por último, ¿por qué más allá de ciertos invariantes generales, las crisis revisten aspectos contrastantes a través del tiempo y son diferentes, por ejemplo, en el siglo XIX, entre las dos guerras y en nuestros días? Por ejemplo una comparación, término a término, de la crisis de los años treinta y de la de los años setenta, sugiere que la permanencia de ciertas características -sobreproducción, disminución de la rentabilidad, nivel récord de la tasa de interés real y de la desocupación ...- ocurra junto con notables diferencias: primero, continuación y luego estabilización de la inflación -en oposición a una deflacción rápida y brutal-, divergencia en el perfil coyuntural -ausencia de depresión acumulativa- y en los intercambios internacionales -continuación de la penetración del mercado interno, ausencia de contracción de las exportaciones.

 

Conceptos y categorías (I)

Para dar respuesta a estos interrogantes, se toma como punto de partida el concepto de modo de producción. El interés del concepto de modo de producción es el de explicar los nexos entre las relaciones sociales y la organización económica. Bajo este vocablo, se designa toda forma específica de las relaciones de producción y de intercambio, es decir, de las relaciones sociales que rigen la producción y la reproducción de las condiciones materiales necesarias para la vida de los hombres en sociedad. Esta definición es tan general que no puede ser confrontada de inmediato con las sociedades existentes, porque sería excepcional que un modo de producción puro represente la totalidad de las relaciones sociales constitutivas de una formación social, lo que define, ya sea la estructura en su conjunto de una sociedad dada, o bien solamente su estructura económica, es un sistema complejo y una articulación de modos de producción [4].

En el caso en que el modo de producción capitalista sea dominante, éste se caracteriza por una forma muy precisa tanto de las relaciones de intercambio, como de las de producción. En primer lugar, las relaciones de intercambio revisten la forma mercantil; la obligación de pagar en moneda instituye al mismo tiempo la restricción monetaria y el sujeto mercantil. En segundo lugar, la separación de los productores directos de sus medios de producción y la obligación en que están, por lo tanto, de vender su fuerza de trabajo, definen la especificidad de las relaciones de producción capitalistas. Pero, la categoría de modo de producción es demasiado abstracta para el análisis de realidades concretas. De ahí la necesidad de nociones intermedias como la de régimen de acumulación.

Estudiar las posibilidades en el largo plazo de la acumulación equivale a buscar las diferentes regularidades sociales y económicas con respecto a: a) un tipo de evolución de organización de la producción y de las relaciones de los asalariados con los medios de producción; b) un horizonte temporal de valorización del capital sobre la base del cual puedan deducirse los principios de gestión; c) una distribución del valor que permita la reproducción dinámica de las diferentes clases o grupos sociales; d) una composición de la demanda social que valide la evolución tendencial de las capacidades de producción; e) una modalidad de articulación con formas no capitalistas, cuando estas últimas ocupan un lugar determinante en la formación económica estudiada. En consecuencia, con la expresión de régimen de acumulación: “Se designará ... al conjunto de regularidades que aseguran una progresión general y relativamente coherente de la acumulación del capital, es decir que permita reabsorber o posponer las distorsiones y desequilibrios que nacen permanentemente del mismo proceso.” (Boyer, 1987). E históricamente se reconocen dos tipos de regímenes de acumulación: régimen de acumulación extensiva y régimen de acumulación intensiva.

Aquí, la hipótesis central es, en efecto, que la reproducción del conjunto del sistema puede tomar formas distintas. Por lo tanto, en un estudio de largo plazo es fundamental analizar con precisión los cambios cualitativos y cuantitativos que fueron necesarios para que persistan las relaciones capitalistas en general. En definitiva, el imperativo y la lógica de la acumulación pueden tomar formas muy contrastadas, cuyas consecuencias, en términos de dinámica económica y de configuración social, no son de ninguna manera equivalentes. De allí el interés por un segundo nivel de análisis que intenta pasar de las relaciones sociales en general a su configuración específica, en un país y en una fase histórica dados.

 

Conceptos y categorías (II): las formas institucionales

La noción de forma estructural -o institucional- tiene por objeto esclarecer el origen de las regularidades que canalizan la reproducción económica durante un período histórico determinado. Se define como forma institucional (o estructural) a toda codificación de una o varias relaciones sociales fundamentales. Las formas institucionales pertinentes se derivan, pues, de la caracterización realizada del modo de producción dominante. Así, respecto al capitalismo, existen tres formas institucionales que son fundamentales. En primer lugar, la moneda, quizá la más globalizadora, porque define un modo de conexión entre unidades económicas. En segundo lugar, la relación salarial, que es esencial porque caracteriza un tipo particular de apropiación del excedente. Por último, la competencia, porque ella describe las modalidades que asume la relación entre los centros generadores de acumulación. (Boyer, 1987). A éstas se añaden las modalidades de inserción internacional de las economías y la extensión y modalidad de actuación del Estado.

 

Las formas de la restricción monetaria

La moneda no es una mercancía particular, sino una forma de poner en relación a los centros de acumulación con los asalariados y otros sujetos mercantiles. Diversas modalidades de la restricción monetaria son posibles, según sea el carácter metálico o desmaterializado de la moneda, el mayor o menor desarrollo de las diversas funciones que ella cumple y la dominación de una lógica privada o pública, internacional o nacional.

Es evidente que la forma monetaria mantiene relaciones estrechas con los espacios nacionales e internacional. Por un lado, la moneda constituye uno de los atributos claves de los Estados-naciones y tiende a homogeneizar un espacio de circulación de mercancías en el seno de fronteras que son esencialmente políticas. Pero, por otro lado, la iniciativa de los agentes mercantiles, o una convertibilidad instituida por las autoridades monetarias, asegura una correspondencia con otros espacios de circulación, de manera que la lógica monetaria supera el Estado-nación e impone limitaciones a su autonomía.

 

Las formas de la competencia

¿Cómo se organizan las relaciones entre un conjunto de centros de acumulación fraccionados y cuyas decisiones son a priori independientes unas de otras? La noción de forma de competencia permite responder a esta pregunta, distinguiendo diversos casos extremos. Por una parte, se encuentran los mecanismos competitivos, esto es, cuando la confrontación ex post en el mercado, es la que define la validación o no de los trabajos privados. Por otra, el monopolio, que tiene lugar cuando prevalecen ciertas reglas ex ante de socialización de la producción por parte de una demanda social que tiene una magnitud y una composición sensiblemente equivalente.

El análisis realizado por los regulacionistas pone un menor acento en los fenómenos de concentración y centralización como características de las estructuras y un mayor  sobre sus consecuencias en materia de acumulación y de dinámica de la ganancia. En efecto, lo que importa es explicar cómo contribuyen los cambios en la competencia en cuanto al pasaje de un régimen de acumulación a otro. Ahora bien, desde un punto de vista teórico, nada garantiza que estos cambios sean los más esenciales. En algunos casos, ellos van juntos con las transformaciones de la relación salarial (taylorismo y fordismo) y de la restricción monetaria (relaciones entre monopolización y monedas de crédito). En otros casos, ellos provocan estas mismas transformaciones.

 

Las modalidades de adhesión al régimen internacional

La adhesión al régimen internacional se define por la conjunción de reglas que organizan las relaciones entre una economía nacional y el resto del mundo, tanto en materia de intercambios de mercancías como de localización de las producciones, a través de la inversión directa, o del financiamiento de flujos y saldos exteriores. En este sentido, es común oponer por un lado una acumulación casi autárquica y por el otro una dinámica económica nacional que no es más que la proyección, en el territorio considerado, de una lógica que sólo encuentra su verdadera expresión a escala mundial. En realidad, los enfoques desde el punto de vista de la regulación conducen a una concepción mucho más matizada y desarrollan una serie de nociones intermedias que, partiendo del régimen internacional -es decir, de la configuración de los espacios económicos y de su conexión- define la noción de áreas estratégicas, como el conjunto formado por las potencialidades que le son impuestas por el régimen internacional.

Más allá del problema de la inserción internacional de un país dado, se plantea otra cuestión: la de las fuerzas que aseguran la cohesión del régimen internacional considerado como un todo. ¿Puede definirse el equivalente de las formas institucionales nacionales, oponer diferentes principios de cohesión y mostrar que ellos se han sucedido o combinado en el curso de la historia?

 

Las formas del Estado

El Estado aparece como la suma, frecuentemente contradictoria, de un conjunto de compromisos institucionalizados (Delorme y André, 1983). Estos compromisos una vez realizados, crean reglas y regularidades en la evolución de los gastos e ingresos públicos, según casi-automatismos que, al menos en principio, son radicalmente distintos de la lógica del intercambio mercantil.

En este sentido, las formas institucionales y los compromisos institucionalizados aparecen como estrechamente interdependientes. De un lado, las formas de la relación salarial y de la competencia no dejan de tener consecuencias en la gestión de las transferencias sociales y del gasto público, con objetivos económicos. Por otro lado, el derecho, los reglamentos y las reglas impulsadas o autentificadas por el Estado, tienen un papel frecuentemente determinante en la difusión y a veces en la misma génesis de las formas institucionales esenciales. Así ocurre en la gestión de los costos colectivos asociados al asalariado e incluso en la codificación de ciertas reglas de competencia (reglamentación industrial, sistema fiscal, demanda pública ...).

Teniendo en cuenta la multitud y la complejidad de los lazos entre las intervenciones del Estado y la actividad económica, no es sorprendente que se haya podido asociar el pasaje de un régimen de acumulación a otro, con una mutación en las formas del Estado. Circunscrito o inserto, este último es, pues, parte integrante del establecimiento, desarrollo y crisis de todo régimen de acumulación. En estas condiciones, el Estado no podría definirse como exterior al sistema económico, sin que por lo tanto se deba adoptar una concepción estrictamente funcionalista de sus intervenciones. Aquí no prevalece ni la predeterminación estricta, ni la completa autonomía de las formas asumidas por la intervención estatal.

 

La relación salarial

Con el término general de relación salarial, se quiere designar el proceso de socialización de la actividad de producción bajo el capitalismo: el trabajo por cuenta ajena. Pero pueden existir varias formas de organización de este último. Se llamará forma de la relación salarial el conjunto de  las condiciones jurídicas e institucionales que regulan el uso del trabajo asalariado, así como la reproducción de la existencia de los trabajadores. Estos dos términos definen, por tanto, el tipo de inserción del asalariado en la sociedad y el circuito económico. A priori, las diferentes formas de la relación salarial resultan de la combinación de un tipo de organización del trabajo y, más en general, de las normas de producción y de un modo de vida definido por el equivalente a un conjunto de normas de consumo.

De forma más analítica, resulta práctico descomponer la relación salarial en cinco de sus componentes:

·                     la organización del proceso de trabajo,

·                   la jerarquía de las cualificaciones,

·                     la movilidad de los trabajadores (dentro de la empresa y entre empresas)

·                     el principio de formación del salario, directo e indirecto.

·                     la utilización de la renta salarial.

A este respecto conviene realizar algunas observaciones. En primer lugar, la pertinencia de la relación salarial es mayor cuando se estudian sociedades capitalistas llegadas a la madurez, en las que la tasa de asalarización es considerable y están dominadas las demás formas de actividad. En segundo lugar, el contenido de este concepto es lo bastante amplio para que se puedan prever a priori fuertes interrelaciones entre la forma de la relación salarial y el tipo de regulación. Y, en tercer lugar, los cambios ocurridos en la organización del trabajo, en la formación de los salarios, en la forma de vida se manifiestan en la historia del capitalismo industrial, lo que hace posible formas muy encontradas de relación salarial.

Las formas de relación salarial que, históricamente, se reconocen son tres: Por una parte, la competitiva: caracterizada, además, por una débil inserción del consumo de los trabajadores en la misma producción capitalista. Por otra parte, la taylorista: que instituía una reorganización considerable del trabajo, pero sin mutaciones equivalentes en el modo de vida asalariado. Por último, la fordista: que codificaba un cierto paralelismo entre la progresión de las normas de producción y la difusión de nuevas normas de consumo. De todo ello se desprende que la relación salarial tiene relación con los diferentes regímenes de acumulación, al menos en las economías capitalistas dominantes.

 

Aportaciones y debilidades de la Escuela de la Regulación

Muchas y ricas han sido las aportaciones de esta escuela. Sus ideas se han extendido por diferentes ámbitos paradigmáticos y temáticos. Sin embargo, subsiste  una tensión entre la elaboración de categorías analíticas que permiten una lectura del pasado reciente del capitalismo y el virtual uso de las mismas para avanzar prospectivamente.

La posible debilidad del carácter prospectivo de los conceptos, se extiende también al ámbito de la política pública. Cuanto se analiza la realidad de un cierto modo holístico y como resultado de articulaciones y urdimbre de partes, las recetas no resultan fáciles, pues lo primero que se evidencia ante una propuesta de actuación es la incidencia -posiblemente negativa- sobre otras partes del sistema. Éste es, sin lugar a dudas, un punto débil de la Teoría de la Regulación. Debilidad que se ha ido subsanando con el avance teórico.

 

La creación de una Economía evolucionista

Pluralismo, metáforas y transferencias

Uno de los puntos de partida de la Economía evolucionista es la consideración de que existe una crisis en el seno mismo de esta ciencia. Esta crisis se mostraría en sus conceptos y preceptos fundamentales. Por ello, se manifiesta la opinión de que una revitalización exige nuevos conceptos y preceptos. Sin embargo, la existencia de una crisis en el seno de una ciencia no garantiza que se vayan a superar los problemas y anomalías, para pasar a un contexto teórico nuevo y superior; el progreso no es inevitable (Hodgson, 1993). Esta consideración supone, de hecho, la aplicación al ámbito de la propia ciencia económica de uno de los preceptos fundamentales de la Economía Evolucionista: la pluralidad de trayectos posibles que la evolución puede acarrear y la consideración de que la evolución no implica forzosamente el tránsito hacia niveles superiores, óptimos o de mayor eficacia y eficiencia. La pluralidad de trayectorias, en el ámbito del conocimiento científico económico, afecta tanto al resultado como al punto de partida.

Las bases conceptuales del desarrollo teórico evolucionista en Economía se encuentran en los filósofos realistas, el pragmatismo norteamericano, el organicismo y los sistemas de pensamiento de Whitehead y Hoestler, junto con elementos del viejo institucionalismo, las teorías de Keynes y de los poskeynesianos. Pero las ideas evolucionistas han tenido un notable resurgimiento en Economía durante la década de los años ochenta, sobre todo, a partir de la publicación del libro de Richard Nelson y Sidney Winter (1982): An Evolutionary Theory of Economic Change.

Pero, tal vez la característica más significativa de la Economía evolucionista, en cuanto a sus puntos de partida, sea el uso de metáforas y de la abducción  como método de construcción conceptual. La abducción emerge como una tercera categoría frente a la dicotomía entre inducción y deducción. La abducción es el proceso por el cual se establece una hipótesis explicativa. Es el único proceso lógico que da lugar a una idea nueva, ya que la inducción se limita a determinar el valor, y la deducción meramente desarrolla las consecuencias evidentes de una hipótesis pura.

Peirce vio que la transferencia aductiva de la metáfora de una disciplina a otra era una fuente importante de creatividad y novedad en una ciencia. De esta manera se razona que una fuente de creatividad en la ciencia proviene de la yuxtaposición de dos campos de referencia distintos, de tal manera que las ideas existentes que antes estaban separadas pueden fertilizar entrecruzándose. Esta yuxtaposición tiene lugar por medio de la transferencia de conceptos y preceptos de una ciencia a otra, por medio de la generación de metáforas.

 

Las metáforas biológicas en la Economía evolucionista

Las metáforas o transferencias de conceptos en Economía no afectan únicamente a la biología. En opinión de muchos autores, en el marco conceptual principal en Economía existe una base formada por metáforas mecanicistas. Pero, también las metáforas biológicas de la Economía evolucionistas no son las únicas que han tenido lugar a lo largo de la historia del pensamiento económico. De hecho, Alfred Marshall cuenta en sus Principios con continuas referencias a la biología y al mundo vivido; también Paul Krugman, en uno de sus últimos libros, se ejercita en el juego metafórico (La organización espontánea de la economía).

Para la revitalización de la Economía, la Economía evolucionista y, muy especialmente Hodgson (1993), desarrollan las metáforas biológicas basadas en ciertos marcos conceptuales de la Biología. De ello, se desprende, en opinión de Hodgson, una serie de ventajas y mejoras: ensalza una preocupación por los procesos irreversibles, por el desarrollo a largo plazo -en lugar de por ajustes marginales a corto plazo-, por el cambio cualitativo además del cuantitativo, por la variedad y la diversidad, por las situaciones sin equilibrio así como las situaciones de equilibrio, por la posibilidad de errores sistemáticos y persistentes y por el comportamiento no optimizador.

Así pues, en este mirar a la Biología se aleja la Economía evolucionista de otros planteamientos propios de lo que puede denominarse darwinismo social. Éste está sustentado en conceptos como rivalidad, competencia, egoísmo, escasez, ...; y hace apelaciones a la selección natural competitiva como forma eficiente de supervivencia. En cambio, para la Economía evolucionista, los procesos evolutivos, en un contexto económico, no conducen necesariamente a resultados eficientes u óptimos.

 

Las bases conceptuales transferibles

La evolución filogénica -una de las posibles dentro de una taxonomía evolutiva- abarca la selección natural, en la que el equilibrio probablemente no llegue a darse; la creatividad y la variedad no están forzosamente restringidos, el equilibrio puede darse de forma temporal. Las diferentes tasas de supervivencia vienen expresadas por el vocablo sortear. Y ésas pueden deberse a muchos factores, incluida la suerte. Este concepto no implica mecanismo causal específico. En cambio, el término selección implica una causalidad: un organismo sobrevive porque tiene mayor capacidad de adaptación a un entorno dado [5].

La evolución filogénica abarca toda clase de sorteos, no sólo la selección. Pero aquí nos centraremos en ésta y en selecciones análogas. Algunos de los componentes esenciales de la selección serían: En primer lugar, tiene que haber variaciones sostenidas entre los miembros de una especie o de una población. Puede haber variaciones ciegas, aleatorias o intencionadas en las características, pero sin ellas, insistía Darwin, la selección natural no puede darse. En segundo lugar, tiene que darse algún principio de continuidad o de herencia mediante el cual la descendencia tenga un mayor parecido con sus progenitores que con los demás miembros de la especie. En otras palabras, tiene que darse algún mecanismo a través del cual las características individuales vayan pasando a generaciones futuras. En tercer lugar, la selección natural actúa bien porque los organismos mejor adaptados tienen una mayor descendencia, o bien porque las variaciones o las combinaciones de genes que se mantienen a lo largo del tiempo son aquéllas que tienen ventajas en la lucha por la supervivencia. Éste es el principio de la lucha por la supervivencia. Es importante señalar que la selección evolutiva en biología se produce a través de tasas diferenciales de muertes y de nacimientos; es una cuestión tanto de procreación como de destrucción.

La aplicación de la metáfora de la selección natural a la Economía ha de hacerse en base a principios análogos. Pese a ser discutible, se puede decir que las unidades de selección en la evolución económica pueden ser los individuos, las rutinas, las instituciones o los sistemas.

 

El principio de variación

Este principio resalta el papel que tienen la variedad y la diversidad; y, su importancia es evidente cuando se piensa en términos de población. El hecho de que la evolución socioeconómica abarque tanto el comportamiento intencionado como la herencia de características adquiridas tiene suma importancia. En el ámbito de la biología y, en especial en pequeñas poblaciones, las mutaciones estocásticas se pueden acumular y causar una desviación genética. En los sistemas socioeconómicos es posible una desviación mucho más rápida, a través de imitaciones, mejoras y herencia de cualidades adquiridas. Dado que el comportamiento socioeconómico es intencionado, los sistemas de valores, las visiones del futuro, las expectativas económicas, pueden guiar y acelerar este proceso.

Utilizando términos procedentes de la biología, puede distinguirse dos fuentes de variación: por una parte, la variación autogénica que se origina a sí misma o está causada por fuerzas procedentes de la propia institución. Por otra, la aleogénica, causada por fuerzas externas a la institución.

En la evolución económica, la fuente de variación no es únicamente el errar. La evolución filogénica se produce en sistemas abiertos que pueden importar variedad de otros sistemas, o generarla a través de los actos creativos de los propios agentes. En el contexto económico esto significa que no hay únicamente un crecimiento económico cuantitativo, sino también innovaciones tecnológicas, desarrollo de nuevos productos, construcción de nuevas estructuras e instituciones, todo ello con nuevas dimensiones y vínculos. La evolución es tanto cualitativa como cuantitativa.

 

Principios de herencia, selección y lucha

El principio de herencia sugiere que las unidades de selección de la evolución económica tienen que tener una cierta durabilidad y resistencia, aunque sean menos permanentes que los biológicos. Además, tiene que existir algún mecanismo que transmita las características a otras unidades. Para Veblen y Nelson y Winter, las costumbres y las rutinas son un componente estable e inerte y suelen mantener sus características más importantes constantes a lo largo del tiempo. Pese a ser más maleables, costumbres y rutinas tienen un grado suficiente de durabilidad como para poder considerar que poseen cualidades cuasi-genéticas.

Los principios de selección natural y de lucha por la existencia postulan algunos mecanismos para los cuales las unidades mejor adap­tadas pueden aumentar en número, ya sea de forma relativa o absoluta. Ve­blen y otros autores proponen que las unidades de selección en la evolu­ción socioeconómica son las instituciones, sugiriendo que algunas instituciones desaparecen porque no están bien adaptadas a su entorno so­cioeconómico general.

Sin embargo, existe la posibilidad de que una analogía estricta con la selección natural no tenga cabida aquí. Estos procesos de selección requieren un grado de estabilidad en las propias instituciones y en la naturaleza del proceso selectivo. Este proceso tiene que darse a lo largo de un período de tiempo suficientemente largo. De lo contrario, la selección no puede dar resultados consistentes. Además, existe la posibilidad de que algunas instituciones tienen menos capacidad para pasar sus características y así, «procrearse» a través de la imitación. La selección natural de las instituciones no es simplemente una cuestión de tasas de mortalidad relativas de los diferentes tipos de instituciones, sino también la probabilidad de que diferentes tipos de instituciones se establezcan al principio del proceso.

Al igual que en el caso de la evolución biológica, la selección de algu­nas entidades y la extinción de otras no implica necesariamente que las en­tidades más favorecidas sean moralmente justas, o que sean superiores en términos absolutos. Una de las razones de que esto sea así es que el proceso selectivo siempre opera en función del entorno.

 

Los conceptos de aptitud y adaptación

En biología, los conceptos de adaptación, aptitud y éxito evolutivo han sido controvertidos y problemáticos. El éxito evolutivo es una medida retrospectiva del incremento o decremento relativo de la descendencia de un linaje, como fracción de una población específica en un intervalo temporal dado. Por el contrario, la aptitud se refiere a la propensión de una unidad para triunfar en esos términos. La adaptación se refiere a cualquier carácter heredable que aumente la aptitud de una entidad dentro de un conjunto dado de entornos, o del proceso evolutivo que culmine en el establecimiento de ese carácter en la población de entidades. De este modo queda claro que la aptitud no es lo mismo que la supervivencia. Además, la idea es falsa: es posible que las unidades con mejores aptitudes no logren sobrevivir.

Si la unidad de selección general de la evolución económica es la institución, no es apropiado considerar el éxito evolutivo simplemente en términos del número de instituciones. Refiriéndose a la evolución económica en el contexto de una economía capitalista, una medida mejor del logro de una institución dentro de ese sistema sería la tasa de crecimiento de sus activos, valorada a través del mercado en términos monetarios. Sobre esta base, se puede adoptar la definición de «aptitud» de una institución económica. La aptitud de una institución económica se define como la «propensión a acumular». De forma útil, se conecta así la noción de eficiencia económica con la de crecimiento económico. Una institución adaptable es aquella que posee características que le dan una mayor propensión a invertir o a acumular mayores beneficios y a tender a revertir la mayor parte de esos beneficios en inversiones.

 

Determinismo, elección, intencionalidad y búsqueda de objetivos

Podemos definir de manera amplia el determinismo como la visión de que los resultados están condicionados por leyes causales. Se considera que el libre albedrío implica que, en determinadas condiciones, un agente puede actuar en función de una variedad de formas posibles. Esto último implica que el resultado escogido no está totalmente determinado o causado.

Las elecciones racionales que los economistas atribuyen a los agentes económicos no muestran ningún signo de razonamiento intencionado; son respuestas programadas a las circunstancias en las que se encuentran esos «agentes». Además, para que tenga sentido, la elección tiene que producirse en condiciones de incertidumbre. Si la idea de libertad de la voluntad puede establecerse de esta manera, la noción de comportamiento intencionado tiene aún más fondo y significado. Además, hay una base más clara para la distinción entre las explicaciones de los acontecimientos basándose en las intenciones humanas y las explicaciones basándose en las causalidades; es decir, que las explicaciones intencionales se distinguen de las explicaciones causales (supra).

Además, el problema radica en distinguir entre un agente humano intencionado y una máquina perseguidora de objetivos. El agente intencionado humano es esencialmente distinto porque puede cambiar sus objetivos, y lo que es más, eso puede ocurrir sin que se produzca ningún estímulo externo.

 

La teoría del caos y la indeterminación y sus límites

Nunca podremos demostrar la existencia de la indeterminación porque siempre existe la posibilidad de que esté operando un mecanismo causal desconocido y oculto. Sin embargo, lo que sí sabemos gracias a la teoría matemática del caos es que, incluso si el mundo es determinista, casi seguro que se comportaría con una aleatoriedad aparente, incluso no probabilística, y de forma impredecible. Queda pues establecida la posibilidad de un «caos determinista».

Por otra parte, no debe descartarse el hecho de que tras comportarse deterministamente, un sistema puede alcanzar un punto de bifurcación en el que se hace inherentemente imposible determinar la dirección que tomará el cambio; una leve e imperceptible perturbación podría llevar al sistema por una dirección en vez de otra. Sin embargo, existen límites a la indeterminación, pues aunque podemos considerar que la novedad y la creatividad son posibles, cada mente humana tiene poderes de imaginación y expectativas limitados. Además, estos límites serían el resultado de las experiencias y de los hábitos de pensamiento enmarcados en la cultura a la que pertenece el individuo. Por lo tanto, aunque aún hay una indeterminación real, podemos estar restringidos internamente en nuestra imaginación y elección.

Existen influencias externas que moldean los propósitos y las acciones de los individuos, pero la acción no queda totalmente determinada por ellas. El entorno influye, pero no determina completamente ni lo que busca el individuo, ni lo que puede conseguir. El individuo se rige por sus hábitos de pensamiento, pero éstos no le impiden elegir. Hay acciones que pueden no estar causadas, pero al mismo tiempo existen pautas de pensamiento o comportamiento relacionadas con el entorno cultural o institucional en el que actúa la persona. En definitiva, la acción está parcialmente determinada y parcialmente indeterminada: es en parte predecible, pero en parte es totalmente impredecible. E1 futuro económico sigue siendo incierto, en el sentido más radical; sin embargo, al mismo tiempo la realidad económica proporciona un grado de orden siguiendo determinadas pautas.

En síntesis, es deseable afirmar la importancia de la indeterminación y de la espontaneidad en la acción humana, pero también hay que reconocer sus límites. En algunas esferas y dimensiones la acción puede estar indeterminada pero no en otras. Afirmar la existencia de indeterminación no es negar sus limitaciones: la acción también está moldeada y limitada por las influencias de la cultura, las instituciones y el pasado.

 

Hábitos e instituciones

La aceptación de que la imaginación y la elección pueden estar limitadas por la cultura nos lleva a considerar la naturaleza y los límites del comportamiento intencionado consciente. La razón y la imaginación dependen de los conceptos y están limitados por las percepciones, las cuales, a su vez, están afectadas por nuestra cultura social. Sin embargo, el propósito de este argumento no es reducir la explicación de la acción humana sólo a la cultura. Y aquí entre en juego la reinstauración del concepto de hábito. Al establecer una categoría de comportamiento no deliberado es posible, en primer lugar, encontrar una base para un cierto grado de estabilidad y continuidad en la vida social; en segundo lugar, realza la idea de la elección y del comportamiento deliberativo con el que contrasta; y en tercer lugar, proporciona la base, facilitando el equivalente al gen, para desarrollar una teoría genuinamente evolucionista tanto en Economía como en las ciencias sociales. El hábito tiene un lugar en la jerarquía del pensamiento y la acción, afectando a varios niveles. Incluso los modos de pensamiento y de razonamiento más deliberados están a su vez gobernados por los hábitos de pensamiento, implicando clases de conceptos y métodos de cálculo particulares.

Puede parecer paradójico, pero la idea de una acción intencionada depende de la fijeza de una serie de conceptos, reglas y marcos conceptuales. El hábito no es un comportamiento meramente automático. Incluso el hábito menos engranado es objeto de una actividad mental recurrente y de una valoración. Esto se debe en parte a que los hábitos provocan y se entrelazan con otros hábitos. Sin embargo, esto no implica que se delibere sobre los hábitos a niveles de conciencia superiores. En cambio, se delibera sobre los hábitos a un nivel de «conciencia práctica», con la mentalidad rutinaria y del trabajo del día a día. Por lo tanto los hábitos tienen tanto aspectos intencionales como causales.

La unidad relativamente invariable es la institución social. Podemos definir las instituciones ampliamente. Esta definición se refiere a las pautas, concebidas vulgarmente, de comportamiento y de hábitos de pensamiento, de naturaleza rutinaria y perdurable, que se asocian con la gente que interactúa en los grupos o en los grandes colectivos. Las instituciones permiten un pensamiento y una acción ordenados al imponer la forma y la consistencia en las actividades de los seres humanos. En general, se sugiere que los hábitos y las instituciones desempeñan un papel evolucionista similar al del gen en el mundo natural. Se observa que las instituciones tienen un carácter estable e inerte, y que tienden a sostener y a «traspasar» sus características importantes a lo largo del tiempo. Las instituciones son consideradas como resultados o como reforzadoras de los procesos de pensamiento rutinizados compartidos por una serie de personas en una sociedad determinada.

Así pues la institución es «una invariabilidad socialmente construida», y se puede considerar a las instituciones como unidades o entidades de análisis. Esto contrasta con la idea del individuo como unidad irreducible del análisis en la economía neoclásica, y se aplica tanto a la microeconomía como a la macroeconomía. Por lo tanto, las teorías basadas en agregados se hacen posibles cuando se basan en las correspondientes instituciones sociales. El dinero es una unidad de cuenta legítima porque el dinero, en sí mismo, es un medio institucionalmente sancionado; las funciones de consumo agregadas debieran referirse a conjuntos de personas con fuertes vínculos institucionales y culturales; etcétera. Una vez más, esto contrasta con el planteamiento basado en un razonamiento a partir de axiomas que se basan en supuestas universalidades sobre el comportamiento individual. Este planteamiento basado en especificaciones institucionales, y no en universalidades ahistóricas, es característico de la economía institucional, y tiene paralelismos en ciertas economías de las escuelas marxianas y poskeynesianas.

Esto no significa, por supuesto, que se considere que las instituciones son inmutables. Las instituciones pueden, en sí mismas, cambiar, y no tienen ninguna perdurabilidad semejante a la de los genes. Lo que es importante resaltar es la invariabilidad relativa y el carácter autorreforzador de las instituciones para poder considerar el desarrollo socioeconómico como períodos de continuidad institucional interrumpidos por períodos de crisis y de desarrollo más rápido.

 

Algunas observaciones respecto a la evolución institucional

Considerando las jerarquías superpuestas de instituciones formales e informales, también es probable que la capacidad de adaptarse a los cambios, y, por el contrario, a conservar los hábitos y las rutinas, sea diferente en distintos niveles. Las acciones habituales no hay que volverlas a aprender tras una interrupción de varios meses. Si no fuese así, se gastaría demasiado tiempo en aprender de nuevo esa capacidad  tras haber dejado de utilizarla. Así pues, la «mutación institucional» no es lo mismo que la mutación genética, y no podemos suponer de manera automática que está operando un proceso de selección natural darwinista. Este último implica una acumulación gradual y la selección de pequeñas mutaciones a lo largo de grandes períodos de tiempo, mientras que en el caso de las instituciones la adaptación es mucho más rápida y existen muchas menos posibilidades de que se produzca una selección de las que fomentan la eficiencia.

Otra diferencia principal entre la evolución económica y la biológica es que los hábitos y las rutinas, que se consideran análogos a los genes en el ámbito económico, son mucho más susceptibles de sufrir cambios que los genes biológicos. Además, los genes biológicos se transmiten mediante la reproducción sexual, en tanto que en las economías se pueden adquirir y difundir hábitos y rutinas sin que se produzca una transferencia de personas. El boca a boca, las redes informales y la imitación adquieren pues suma importancia en las economías modernas.

Aunque variación y diferenciación institucional se produce mucho más rápida y extensamente que la mutación del mundo biológico, la inercia observada de la evolución cultural e institucional sugiere que existen importantes fuerzas estabilizadoras. Puesto que los procesos selectivos no asegurarán un camino riguroso hacia una mayor eficiencia, no existen fundamentos para proclamar que la evolución producirá el mejor de los mundos posibles. En cualquier sistema social existe un intercambio entre el comportamiento rutinario y las decisiones variables o volátiles de otros agentes y de los resultados de estas decisiones.

Esta visión no determinista subraya tanto el peso de la rutina y del hábito en la formación del comportamiento como la importancia de algunos elementos de deliberación estratégica y sus posibles efectos perturbadores sobre la estabilidad. Con estos ingredientes es posible prever procesos mediante los cuales, durante largos períodos, los hábitos de pensamiento y de acción reinantes se van reforzando y estabilizando acumulativamente. Pero este mismo proceso puede llevar a un brusco y rápido cambio. La propia osificación de la sociedad podría llegar a diezmar el sistema económico debido a una competencia externa más vigorosa, o podría producirse una reacción interna que acarrease un nuevo orden moderno.

 

Notas

[1] Por ejemplo, ante previsiones de caída en los precios, aumentar la producción con el objetivo de mantener un volumen global de ingresos.

[2] Ciertamente, este argumento, visto desde otra perspectiva teórica como la de Pasinetti (s.d.), no es en modo alguno sostenible. Pero en la medida que el propio Lucas no considera esta duda como explicación del ciclo, no nos detendremos en desarrollar una crítica de este punto.

[3]El origen del texto es la «Thèse» (Universidad de París I, octubre de 1974) de M. Aglietta, con el título Accumulation et régulation du capitalisme en longue période. Exemple des États-Unis (1870-1970)

[4] “La distinción entre infraestructura y superestructura, si es que retiene algún sentido, no es una distinción de niveles o de instancias lo mismo que no es una distinción entre instituciones.” (GODELIER, 1984). “Por principio, es una distinción entre funciones. La noción de causalidad en última instancia, de primacía de las infraestructuras, se refiere a la existencia de una jerarquía de funciones y no a una jerarquía de instituciones. Una sociedad no tiene arriba ni abajo y no consiste en un sistema de niveles superpuestos. Es un sistema de relaciones entre hombres, de relaciones jerarquizadas según la naturaleza de sus funciones, funciones que determinan el peso respectivo de cada una de sus actividades sobre la reproducción de la sociedad.” (GODELIER, 1984).

[5] Este punto es un error interpretativo básico que se comete en la transferencia de conceptos de la biología a la economía, pues en la primera la selección no se mide por la adaptación al entorno, sino por la capacidad reproductiva.


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