LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

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Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía

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Université Jean Moulin - Lyon 3

 

CAPÍTULO 9.- LA IMPORTANCIA DE LA DEMANDA Y DEL CORTO PLAZO ECONÓMICO: John Maynard Keynes

 

Introducción

 “John Maynard Keynes no sólo se relacionó con las instituciones más tradicionales y prestigiosas, sino que, además, formó parte de la élite de todas las instituciones en las que participó. Seguramente no hubo un momento en su vida en que no contemplara al resto de Inglaterra, y a buena parte del mundo, con gran distanciamiento. Se educó en el mejor Colegio inglés, Eton, donde fue un «Colleger» (la élite intelectual de la institución) y miembro de «Pop» (la élite social). Estudió y fue «Fellow» en King’s, uno de los principales centros universitarios de Cambridge, así como miembro de aquel selecto grupo de intelectuales llamado «Los Apóstoles». Como funcionario estuvo en el Tesoro, el departamento más importante de los relacionados con temas internos. Tuvo una conexión muy estrecha con un Primer Ministro y aconsejó a otros muchos. Como discípulo favorito de Marshall, se encontró en el centro de la economía académica inglesa. Como presidente de la National Mutual Life Assurance Society perteneció al corazón de la oligarquía financiera del país. En el terreno artístico, militó en el grupo de Bloomsbury, el círculo cultural más influyente de Inglaterra. Cuando se dirigía a una audiencia educada, siempre lo hacía revestido de una autoridad indiscutible. En gran medida alcanzó esta posición gracias a su deslumbrante inteligencia y a su genio práctico. Pero ya desde los comienzos de su vida contó con ventajas considerables que le ayudaron a recorrer cómodamente las etapas a las que sus talentos le destinaban. No hubo problemas de cuna o de acento. Entre tales ventajas la principal fue haber nacido en Cambridge, ser hijo de John Neville y Florence Ada Keynes, y crecer rodeado de una comunidad de intelectuales.”

Con estas palabras inicia Robert Skidelsky (1983) el recorrido biográfico de Keynes y en ellas se sintetiza la personalidad de éste y el contexto de su formación que le permitirían desempeñar el papel que llegó a alcanzar. Éste tuvo lugar en un terrero para el que no había recibido una especial preparación inicial. Tal y como dice el biógrafo antes citado en un capítulo posterior:

“Como la mayoría de los economistas de la época, Keynes comenzó a enseñar Economía sin tener un título universitario en la materia. Su aprendizaje se redujo a un trimestre de trabajo como graduado, bajo la supervisión de Marshall. En la Oficina de India había ocupado su tiempo libre trabajando sobre Probabilidad. Aceptó un cargo docente en Economía no por creer que la Economía iba a ser su ocupación durante el resto de su vida, sino porque quería volver a Cambridge. Casi todo lo aprendió sobre la marcha. En comparación con lo que sucede actualmente, había poco que aprender y además no era difícil. La mayoría de los economistas británicos anteriores a Marshall eran hombres educados con un solo libro, los Principles de John Stuart Mill. También los sucesores tendieron a nutrirse de un libro único, los Principles de Marshall, más la tradición oral y las alegaciones de Marshall ante un par de Comisiones Reales y algunos fragmentos publicados privadamente, del pensamiento del Maestro. ... Sus conocimientos los obtuvo no tanto de la lectura como por el análisis personal de los problemas y la discusión de los mismos con otras personas. De este modo adquirió una comprensión profunda de un territorio teórico bastante limitado.”

El influjo de Keynes y lo keynesiano ha sido enorme. La presencia de Keynes en el mundo contemporáneo se manifiesta por doquier. De un modo directo y claramente visible se manifiesta en la configuración y la sustancia de la teoría económica, pese al rechazo que en la actualidad produce para una amplia parte de la profesión. También se manifiesta en las concepciones de política económica y social y en rasgos institucionales de países y organizaciones internacionales. La superior influencia de Keynes en relación con otros autores es debida a una conjunción de circunstancias, científicas y  extracientíficas, que se da pocas veces en la historia. La influencia de su obra depende tanto de la naturaleza objetiva de ésta como de la naturaleza de la secuencia de circunstancias históricas con las que la obra se va enfrentando, sin olvidar las amplias posibilidades interpretativas que permitía.

La obra de Keynes y la estructura keynesiana, en sus distintas versiones, constituían a la vez una ruptura y una continuidad con el pasado. Una ruptura, al menos, por tres grupos de motivos. En primer lugar, abarca un campo y pone un énfasis que hace diferir de manera importante su punto de vista del de las doctrinas opuestas. En segundo lugar, es nueva porque destruye en parte las viejas teorías. Y, en tercer lugar, es innovadora en la medida en que sustituye el cuerpo de teoría que destruye, con el consiguiente reemplazamiento de conceptos y categorías. “Sustituye el interés convencional por los mercados, y los precios individuales por una mayor atención hacia las magnitudes agregadas. Sustituye las funciones individuales de demanda por una función de demanda global, una función de consumo y una función de inversión realmente notable. Sustituye la teoría del interés convencional por la doctrina de la preferencia por la liquidez. Sustituye el supuesto de una tendencia hacia el pleno empleo por el equilibrio de subempleo. Finalmente, sustituye la hacienda pública neutral del pasado por las doctrinas intervencionistas de la moderna teoría fiscal. Las perspectivas, los instrumentos y las medidas de política económica resultan, pues, alterados.” (Lekachman, 1964).

Pero, este mismo autor nos dirá que “no puede negarse que una gran parte de la estructura keynesiana había sido anticipada, a veces con un notable grado de elaboración.” Esta continuidad se refiere a la técnica, a los instrumentos y a las teorías específicas y se da, principalmente, en relación con la Economía marginalista.

La ruptura y continuidad de la obra de Keynes y las varias posibilidades interpretativas que ofrece, principalmente la Teoría General, dan lugar a corrientes de pensamiento económico divergentes. Las más fácilmente reconocibles serían, por una parte, la síntesis neoclásica o el keynesianismo de la síntesis, y por otra los economistas a sí mismos denominados postkeynesianos. Los primeros remarcarán la continuidad del pensamiento de Keynes, los segundos erigirán la bandera de la ruptura. De unos y otros tendremos que ocuparnos. Pero antes conviene mostrar algunas de las ideas del propio Keynes.

 

La Teoría General

La Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero presenta un modelo macroeconómico de una economía cerrada. El modelo implícito se compone de identidades, relaciones de comportamiento y ecuaciones. En él, los diferentes mercados se presentan interrelacionados, de modo que sus respectivas situaciones -de equilibrio o desequilibrio- se determinan simultáneamente. Sin embargo, como advierte Luis Ángel Rojo (1984), Keynes no siempre vio así su propio modelo y, con frecuencia, lo utilizó acusando huellas profundas de Marshall y del análisis del equilibrio parcial de éste.

El origen de la Teoría General se encuentra en la resolución de las críticas que desde diferentes orígenes se suscitaron al Treatise. Para Keynes no era más que la evolución natural de sus propias ideas. Las más relevantes de esas críticas se referían al inadecuado tratamiento otorgado a las variaciones a corto plazo de la producción. Las consecuencias de ello eran que, por una parte, no se tenía en cuenta la posibilidad de que el nivel de producción variase como consecuencia directa de cambios en la demanda, sin necesidad de variaciones en los precios; y, por otra, que se ignoraba que las variaciones en el nivel de producto actúan como una fuerza equilibradora de la demanda y la oferta agregada (esto es, de la inversión y el ahorro agregados).

La corrección de éstas suponía, por una parte, aceptar que, ante caídas en la demanda agregada de bienes y servicios, el nivel de producción y empleo pueden caer, adelantándose a los movimientos de precios. Y, por otra parte, reconocer que la contracción del producto y la renta real induce una reducción endógena de la oferta de ahorro, de modo que la inversión y el ahorro programados acaban igualándose a un nivel de producto inferior al inicial y la economía acaba encontrándose en una situación de equilibrio de renta, aunque el tipo de interés no haya descendido o no lo haya hecho en la cuantía necesaria para restablecer la situación de pleno empleo.

La introducción de estas correcciones y el consiguiente reconocimiento de la función equilibradora de las variaciones a corto plazo en la producción, requerían la introducción de nuevos conceptos y relaciones funcionales. Por ejemplo, la presentación de una función de consumo agregada, según la cual, la demanda de consumo en términos reales depende establemente de la renta real y de que la propensión marginal a consumir con respecto a la renta tenga un valor positivo pero inferior a la unidad; ésta es, la teoría de la demanda efectiva. A éstas, en su propio desarrollo, Keynes y otros autores incorporaron elementos conceptuales adicionales. Son el caso de la incertidumbre y las expectativas, el reconocimiento de que los agentes económicos actuaban en un contexto que imponía costes de transacción, el multiplicador (con valores superiores a la unidad, pero inferiores a infinito), la propensión marginal a ahorrar e importar, ... De todas ellas, el mensaje central de la Teoría General remite a la teoría de la demanda efectiva, que tiene su núcleo en las proposiciones, según las cuales, las variaciones en el nivel de la demanda agregada en términos reales inducen variaciones en la producción y el empleo y las variaciones inducidas en la producción conducen a nuevas posiciones de equilibrio de renta.

La exposición y extensión de estas ideas exigía, según Keynes (1936), “huir de la tiranía de las formas de expresión y de pensamiento habituales. Las ideas aquí desarrolladas tan laboriosamente son en extremo sencillas y deberían ser obvias. La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de nosotros.” De ahí que la Teoría General se inicie con una crítica a «Los postulados de la Economía clásica».

 

Crítica a la Economía prekeynesiana

J.M. Keynes parte de la crítica a lo que denomina Economía clásica prekeynesiana, que incluye a nuestros economistas clásicos junto con los marginalistas. En el breve capítulo primero nos dice: “Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que suponen son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.”

Para Keynes, la teoría clásica solamente es aplicable en un mundo con ocupación plena, un caso especial, en el que no existe el desempleo involuntario. Por consiguiente, es inaplicable en un mundo donde existe este último tipo de desocupación. En ésta, “los hombres se encuentran involuntariamente sin empleo cuando, en el caso de que se produzca una pequeña alza en el precio de los artículos para asalariados, en relación con el salario nominal, tanto la oferta total de mano de obra dispuesta a trabajar por el salario nominal corriente como la demanda total de la misma a dicho salario son mayores que el volumen de ocupación existente.” (Keynes, 1936, cursiva en el original).

Este tipo de desempleo no puede existir en la teoría clásica de la ocupación. Esta descansa en dos postulados: a) el salario es igual al producto marginal del trabajo; y, b) la utilidad del salario, cuando se usa determinado volumen de trabajo, es igual a la desutilidad marginal de ese mismo volumen de ocupación. Este último postulado supone que los trabajadores están en posición de fijar por sí mismos su salario real. Keynes criticará estos postulados, así como aquel referente a la ley de Say en que la oferta crea su propia demanda en el sentido de que el precio (valor) de la demanda global es igual al precio (valor) de la oferta global para cualquier nivel de producción y de ocupación.

 

El principio de la demanda efectiva

Keynes presenta un bosquejo de su teoría del siguiente modo:

“cuando aumenta la ocupación aumenta también el ingreso global de la comunidad; la psicología de ésta, es tal que cuando el ingreso real aumenta, el consumo total crece, pero no tanto como el ingreso. De ahí que los empresarios resentirían una pérdida si el aumento total de la ocupación se destinara a satisfacer la mayor demanda de artículos de consumo inmediato. En consecuencia, para justificar cualquier cantidad dada de ocupación, debe existir cierto volumen de inversión que baste para absorber el excedente que arroja la producción total sobre lo que la comunidad decide consumir cuando la ocupación total se encuentra en dicho nivel; porque a menos de que exista este volumen de inversión, los ingresos de los empresarios serán menores que los requeridos para inducirlos a ofrecer la cantidad de ocupación de que se trate. Se desprende, por tanto, que, dada la propensión a consumir de la comunidad, el nivel de equilibrio de la ocupación, es decir, el nivel que no induce a los empresarios en conjunto a ampliar o contraer la ocupación, dependerá de la magnitud de la inversión corriente. El monto de ésta dependerá, a su vez, del incentivo para invertir que depende de la relación entre la curva de eficiencia marginal del capital y el complejo de las tasas de interés para préstamos de diversos plazos y riesgos.

Así, dada la propensión a consumir y la tasa de nueva inversión, sólo puede existir un nivel de ocupación compatible con el equilibrio, ya que cualquier otro produciría una desigualdad entre el precio de la oferta global de la producción en conjunto y el precio de su demanda global. Este nivel no puede ser mayor que el de la ocupación plena, es decir, el salario real no puede ser menor que la desutilidad marginal del trabajo; pero no existe razón en lo general, para esperar que sea igual a la ocupación plena. La demanda efectiva que trae consigo la plena ocupación es un caso especial que sólo se realiza cuando la propensión a consumir y el incentivo para invertir se encuentran en una relación mutua particular. Esta relación particular, que corresponde a los supuestos de la teoría clásica, es, en cierto sentido, una relación óptima; pero sólo puede darse cuando, por accidente o por designio, la inversión corriente provea un volumen de demanda justamente igual al excedente del precio de la oferta global de la producción resultante de la ocupación plena, sobre lo que la comunidad decidirá gastar en consumo cuando la ocupación se encuentre en ese estado.” (Keynes, 1936).

En definitiva, el volumen de ocupación está determinado por la intersección de la demanda global y la función de oferta global, porque es en ese punto donde las expectativas de ganancia del empresario alcanza su máximo. El valor del producto que los empresarios esperan recibir en el punto de intersección de la función de demanda global con la función de oferta global se denomina la demanda efectiva. Ésta, en vez de tener un valor de equilibrio único, es una escala de valores, todos ellos igualmente admisibles. Por tanto, el volumen de empleo es indeterminado.

El carácter innovador y de ruptura de los planteamientos de Keynes se reconoce cuando se compara con el «análisis clásico». Para Keynes, el salario monetario resulta de las negociaciones entre trabajadores y empresario y, por tanto, tiene lugar en el mercado de trabajo; y, la demanda efectiva de bienes y servicios determina los niveles de producción y de ocupación y el salario real. Mientras que en el modelo clásico en el mercado de trabajo se establece el salario real, y la tensión entre demanda y oferta de trabajo se encarga de llevar dicha variable al nivel de equilibrio que iguale ambas. En esta posición de equilibrio clásico, el nivel de empleo sólo aumentará si los trabajadores aceptan una reducción del salario real -por medio de una bajada en el salario monetario; intentar una mejora del empleo a través de un aumento de la demanda efectiva resultará inútil, pues los trabajadores no aceptarán la necesaria caída del salario real (Rojo, 1984).

Las proposiciones básicas del sistema keynesiano de la ocupación son las siguientes:

a)     el ingreso -monetario y real- depende del volumen de ocupación N.

b)    la relación entre el ingreso de la comunidad y lo que se espera se gaste en consumo (D1) depende de la propensión a consumir. Y, por tanto, dada ésta, el consumo del nivel de ocupación -al depender del ingreso de éste.

c)     el volumen de empleo N que los empresarios deciden emplear depende, por una parte, de cuanto se espera gastará la comunidad (D1) y, por otra, de cuanto se espera que dedicará a nuevas inversiones (D2). La suma de ambas constituye la demanda efectiva.

d)    la suma dedicada a nuevas inversiones resulta de la detracción a la oferta global del consumo de la comunidad.

e)     en equilibrio el volumen de ocupación depende: de la función de la oferta global; de la propensión a consumir, y del volumen de inversión. f)      el volumen de ocupación no puede exceder de aquel valor que reduce el salario real hasta igualarlo con la desutilidad marginal de la mano de obra.

Cuando la ocupación aumenta, el valor del consumo hará lo propio, pero no tanto como la demanda efectiva, pues cuando el ingreso aumenta, el consumo lo hará también pero menos. Por tanto, si no ocurren cambios en la propensión a consumir, la ocupación no puede aumentar, a menos que al mismo tiempo el volumen gastado en nuevas inversiones crezca de tal forma que llene la diferencia entre el valor de la oferta global y el valor del consumo. Por consiguiente, el sistema económico puede encontrar en sí mismo un equilibrio estable con un volumen de ocupación inferior a la ocupación completa.

 

Categorías keynesianas (1): expectativas, eficiencia marginal del capital y fluctuaciones

Keynes introduce en el segundo libro de la Teoría General un conjunto de nuevas categorías analíticas que conviene tener presente y entre las cuales cabe destacar, además del principio de la demanda efectiva, las expectativas, la propensión a consumir y la eficiencia marginal del capital. respecto a las expectativas, como ya veíamos en Menger, la producción está destinada a satisfacer el consumo y además exige tiempo. El empresario tiene que anticiparse a las demandas futuras del consumidor. “..., el empresario ... tiene que hacer las mejores previsiones que estén a su alcance sobre lo que los consumidores podrán pagarle cuando esté listo para abastecerlos ... después que haya pasado un período, que puede ser largo; y no le queda más remedio que guiarse por estas expectativas si es que desea producir algo por medio de procesos que llevan tiempo.” (Keynes, 1936).

Para Keynes, estas expectativas de las que dependen las decisiones de negocios son de dos tipos: a corto plazo y relacionadas con el precio que un manufacturero puede esperar obtener de su producción terminada en el momento que se compromete a empezar el proceso que la producirá; y a largo plazo y relacionada con lo que el empresario puede esperar ganar en forma de rendimiento futuro, en el caso que compre producción terminada como adición a su equipo productor. “El volumen de ocupación que las empresas individuales ofrezcan será consecuencia de todo este conjunto de previsiones.” Pero dada, la existencia de fricciones, un cambio en las expectativas -sean a corto o a largo plazo- no producirá inmediatos efectos sobre la ocupación.

“Así, los cambios en las previsiones pueden llevar a un crecimiento gradual en el nivel de ocupación hasta llegar a la cúspide, para después descender al nivel correspondiente al nuevo periodo largo. Lo mismo puede suceder si el nuevo nivel es igual al anterior, siempre que la modificación comporte un cambio en la dirección de la demanda que haga anticuados ciertos procesos existentes y sus equipos. Igualmente, si la nueva ocupación a largo plazo es menor que la inicial, el nivel de ocupación durante la transición puede descender durante cierto tiempo por debajo del que se alcanzará. Por eso, al desarrollarse un simple cambio en las previsiones, es capaz de producir una oscilación de la misma clase y perfiles que un movimiento cíclico.” (Keynes, 1936).

Tenemos aquí una explicación del ciclo económico. Pero ello exige un predominio de las expectativas a corto plazo. Pues el nivel de ocupación depende, en todo tiempo y en cierto sentido, no sólo del estado actual de las expectativas sino de las que existieron durante un determinado período anterior. Sin embargo, las expectativas pasadas que todavía no se han desarrollado están incorporadas en el equipo actual de producción, con referencia al cual el empresario tiene que tomar sus decisiones presentes, y sólo influyen sobre éstas en la medida en que están incorporadas en la forma que se ha dicho. Por tanto, se deduce de esto, a pesar de lo anterior, que la ocupación presente puede explicarse correctamente diciendo que está determinada por las expectativas de hoy, consideradas juntamente con el equipo productor actual (Keynes, 1936).

Sin embargo, para obtener a partir de las expectativas una explicación del ciclo económico es necesario dilucidar la relación entre las de corto plazo y las de largo plazo. Para Keynes, “Rara vez pueden evitarse las referencias expresas a las expectativas corrientes a largo plazo; pero frecuentemente será inocuo omitir las de corto plazo, en vista de que, en la práctica, el proceso de revisión de las expectativas de corto plazo es continuo y gradual y se realiza en su mayor parte teniendo a la vista los resultados obtenidos; ... Pero, la influencia de cada tipo de expectativa difiere según el tipo de bien. “..., no debemos olvidar que, en el caso de los artículos durables [como son los bienes de capital], las expectativas a corto plazo del productor se basan en las expectativas corrientes a largo plazo del inversionista y que es propio de la naturaleza de las previsiones a largo plazo el que no pueden ser revisadas a intervalos cortos a la luz de los resultados obtenidos.” (Keynes, 1936).

El estado de expectativas a largo plazo depende, no sólo de los pronósticos más probables que podamos realizar, sino también de la confianza con que hagamos la previsión -de qué magnitud estimamos la probabilidad de que nuestro mejor pronóstico sea por completo equivocado-. El estado de la confianza tiene importancia porque es uno de los principales entre los factores que determinan la eficiencia marginal del capital, que es igual que la curva de demanda de inversión.

“Es importante entender la dependencia que hay entre la eficiencia marginal de un volumen determinado de capital y los cambios en la expectativa porque es principalmente esta dependencia la que hace a la eficiencia marginal del capital quedar sujeta a ciertas fluctuaciones violentas que son la explicación del ciclo económico.” (Keynes, 1936).

Keynes define la eficiencia marginal del capital como la relación entre el rendimiento probable que se espera de un bien de capital y su precio de oferta o reposición, es decir, la que hay entre el rendimiento probable de una unidad más de capital y el costo de producirla. Se define en función de la expectativa del redimiendo probable y del precio de oferta corriente del bien de capital. Depende de la tasa de rendimiento que se espera obtener del dinero si se invirtiera en un bien recién producido.

Resulta evidente que la tasa real de inversión corriente sería empujada hasta aquel punto de la curva de demanda de inversión en que la eficiencia marginal del capital en general sea igual a la tasa de interés de mercado. Se deduce, pues, que el incentivo para invertir depende en parte de la curva de demanda de inversión y en parte de la tasa de interés. No obstante, aceptando Keynes que la demanda de inversión es elástica al tipo de interés, cree que esa elasticidad, aunque grande, no es decisiva.

“La curva de la eficiencia marginal del capital es de fundamental importancia porque la expectativa del futuro influye sobre el presente principalmente a través de este factor (mucho más que a través de la tasa de interés). El error de considerar la eficiencia marginal del capital principalmente en términos de rendimientos corrientes del equipo de producción, lo cual sólo sería correcto en una situación estática en que no hubiera cambios futuros que influyeran sobre el presente, ha dado por resultado la rotura del eslabón teórico entre el presente y el futuro. La tasa de interés misma es, virtualmente, un fenómeno corriente; y si reducimos la eficiencia marginal del capital al mismo status, nos cerramos la posibilidad de tomar en cuenta de una manera directa la influencia del futuro en nuestro análisis del equilibrio existente.” (Keynes, 1936).

Keynes insiste reiteradamente en que, al tratar de la importancia de la eficiencia marginal del capital, no debe incurrirse en el error de confundir el rendimiento probable del capital con su rendimiento corriente. Esto puede mostrarse señalando el efecto que tiene la expectativa de modificación del valor, que en el caso del dinero permite, además, presentar el argumento que relativiza la importancia del tipo de interés en la demanda de inversión. La expectativa de una caída en el valor del dinero alienta la inversión y, en consecuencia, el empleo en general, porque eleva la curva de la eficiencia marginal del capital, es decir, la curva de la demanda de inversiones; y la expectativa de un alza en el valor del dinero es deprimente, porque hace bajar la curva de la eficiencia marginal del capital.

Según Keynes, el error que se comete generalmente, está en suponer que los cambios probables en el valor del dinero reaccionan directamente sobre la tasa de interés, en vez de hacerlo sobre la eficiencia marginal de un volumen dado de capital.

“Los precios en los bienes existentes siempre se ajustarán por sí mismos a los cambios en las previsiones concernientes al valor probable del dinero. La importancia de tales cambios en las expectativas reside en sus efectos sobre el deseo de producir nuevos bienes, a través de su reacción sobre la eficiencia marginal del capital. El efecto estimulante de la expectativa de precios mayores no se debe a que eleven la tasa de interés (lo que sería un medio paradójico de estimular la producción -en la medida que la tasa de interés sube, el incentivo queda neutralizado en la misma extensión-), sino a que eleva la eficiencia marginal de un volumen dado de capital.” (Keynes, 1936).

Según Vicarelli (1977), una peculiaridad de la noción keynesiana de eficiencia marginal del capital, debida al nexo que instaura entre presente y futuro a través de las expectativas, es la de captar los efectos que variaciones esperadas de los precios determinan sobre las inversiones corrientes. Expectativas de disminución (o de aumento) del valor del dinero causan, a través del efecto sobre las rentas netas esperadas, aumentos (o disminuciones) del valor de la eficiencia marginal del capital y, por tanto, a paridad de tipo de interés, de la demanda de inversión. El nexo entre inflación (o deflación) esperada y nivel presente de actividad económica, está detrás del análisis de la relación, propuesta por Fisher (1930), entre el tipo de interés nominal y tipo de interés real. Pero tal análisis no logra aclarar de modo satisfactorio la influencia que las variaciones del nivel de los precios futuros ejercen sobre el nivel de actividad presente. Para que las expectativas de inflación puedan manifestarse sobre las opciones presentes de inversión en nuevos bienes de capital, en vez de agotarse en un proceso de ajuste de cartera que reequilibre el tipo nominal, corregido por la tasa de inflación, al tipo real, es necesario que incidan directamente sobre la conveniencia de invertir; y esto sucede en el análisis basado en la eficiencia marginal del capital.

“La razón de que el futuro económico esté ligado con el presente se encuentra en la existencia de equipo duradero. Por tanto, el hecho de que la expectativa de futuro afecte el presente a través del precio de demanda del equipo duradero, concuerda y se conforma a nuestros principios generales de pensamiento.” (Keynes, 1936).

Ésta es la razón que hace de la demanda de inversión el componente más volátil y dinámico y principal responsable inmediato de las fluctuaciones de la demanda, la actividad y la ocupación.

El comportamiento de los otros dos componentes de la demanda en una economía cerrada es, comparativamente, distinto y, sobre todo, para Keynes, no está afectado por la expectativa sobre el futuro. El gasto público es un componente exógeno sometido, en principio, a los criterios de la política fiscal y presupuestaria del gobierno. El consumo privado constituye el eje de la teoría de la demanda efectiva que señala el carácter equilibrador de los movimientos de la producción y la renta agregadas reales.

 

Categorías keynesianas (2): la propensión a consumir y el multiplicador

La propensión a consumir keynesiana es la relación funcional existente entre un nivel de ingreso dado y el gasto de consumo para dicho nivel de ingreso. Y la suma que la comunidad gasta en consumo depende a) del monto de su ingreso, b) de otras circunstancias objetivas que lo acompañan, c) de las necesidades subjetivas y las inclinaciones psicológicas y hábitos de los individuos y d) de los principios según los cuales se divide el ingreso entre los individuos. Los dos primeros son factores objetivos, los restantes son subjetivos.

De entre los factores objetivos, Keynes cita: a) un cambio en la unidad de salario; b) un cambio en la diferencia entre ingreso e ingreso neto; c) los cambios imprevistos en el valor de los bienes de capital, no considerados al calcular el ingreso neto; d) cambios en la tasa de descuento del futuro (esto es, la relación de cambio entre los bienes presentes y futuros); e) cambios en la política fiscal; y f) cambios en las expectativas acerca de la relación entre el nivel presente y el futuro del ingreso.

De su exposición, llega a la conclusión de que en una situación determinada, la propensión a consumir puede considerarse como una función bastante estable. Los cambios imprevistos en el valor de los bienes de capital pueden hacer variar la propensión a consumir, y las modificaciones sustanciales en la tasa de interés y en la política fiscal pueden producir cierta diferencia; pero los factores objetivos que pudieran afectarla, si bien no deben despreciarse, no es probable que tengan importancia en circunstancias ordinarias.

Para Keynes, el hecho de que, dada  la situación económica general, el gasto en consumo dependa principalmente del volumen de producción y ocupación, justifica que no se consideren los otros factores en la función general, propensión a consumir, porque, mientras los demás pueden variar, el ingreso total es, por regla general, la principal variable de que depende el consumo. En consecuencia, el consumo depende principalmente del volumen de ingreso total, y los cambios en la propensión misma son de importancia secundaria.

Respecto a la forma normal de la función, cabe decir que el consumo aumenta a medida que crece el ingreso, aunque no tanto como éste. La relación entre el incremento del consumo y el incremento del ingreso de un hombre es positiva pero menor que la unidad. De este modo, un ingreso creciente irá con frecuencia acompañado de un ahorro mayor; y un ingreso en descenso, acompañado de un ahorro menor, en mayor escala al principio que después.

Para Keynes, fuera de los cambios de corto periodo en el nivel del ingreso, resulta evidente que un mayor nivel absoluto de ingreso se inclinará, por regla general, a ensanchar la brecha que separa al ingreso del consumo. Esto impulsará casi siempre a ahorrar una mayor proporción del ingreso cuando el ingreso real aumenta. “... consideramos como regla psicológica fundamental de cualquier sociedad actual que, cuando su ingreso real va en aumento, su consumo no crecerá en una suma absoluta igual, de manera que tendrá que ahorrarse una suma absoluta mayor, a menos que al mismo tiempo ocurra un cambio en los otros factores.” (Keynes, 1936).

El menor crecimiento del consumo que podía preverse en una economía en crecimiento tendría para Keynes consecuencias desafortunadas. Pues, para él el consumo es el único objeto y fin de la actividad económica. Las oportunidades de ocupación están necesariamente limitadas por la extensión de la demanda total. Ésta puede solamente derivarse de nuestro consumo presente o de nuestras reservas para el consumo futuro. Siempre que se produzca un objeto durante el período, con la intención de satisfacer el consumo posteriormente, se pone en movimiento una expansión de la demanda corriente. Ahora bien, toda inversión de capital está destinada a resolverse, tarde o temprano, en desinversión de capital. Por tanto, el problema de lograr que las nuevas inversiones de capital excedan siempre de la desinversión de capital en la medida necesaria para llenar la laguna que separa el ingreso neto y el consumo, presenta una dificultad creciente a medida que aumenta el capital. Las nuevas inversiones sólo pueden realizarse como excedente de la desinversión actual del mismo, si se espera que los gastos futuros en consumo aumenten.  Cada vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos agravando la dificultad de asegurar el equilibrio mañana. Una propensión a consumir descendente en la actualidad, sólo puede amoldarse al provecho público si se espera que algún día exista una propensión mayor a consumir.

Keynes expone esta misma idea refiriéndose al gasto público:

“Se presenta comúnmente como objeción a los planes para aumentar la ocupación por medio de inversiones patrocinadas por la autoridad pública la de que así se está creando una dificultad para el futuro. «¿Qué haremos -se pregunta- cuando hayamos construido todas las casas, caminos, casas consistoriales, centros distribuidores de energía eléctrica, sistemas de suministro de agua y otras cosas por el estilo, que se espera puede necesitar la población estacionaria del futuro?» Pero no se entiende con igual facilidad que el mismo inconveniente se presenta con las inversiones privadas y la expansión industrial; particularmente con la última, desde el momento que es mucho más fácil advertir la pronta saturación de la demanda de nuevas fábricas y equipos, que aisladamente absorben poco dinero, que la demanda de casas habitación.” (Keynes, 1936).

¿Es este argumento la esencia de una crisis de realización con la que inevitablemente debe enfrentarse la economía? Y, ¿tendrá idéntico resultado que las crisis de acumulación anunciadas por los economistas políticos clásicos? Evidentemente, el contenido de la explicación difiere sustancialmente. Para estos últimos se trataba de una caída en la tasa de beneficios. Este mecanismo no opera en el caso recién expuesto. Tampoco se trata de una insuficiencia de demanda efectiva que lleva al sistema económico a una situación de equilibrio con desempleo. Ésta sería una situación pasajera, fácil de resolver con las recetas típicamente keynesianas. Se trataría más bien de una tendencia estricta del propio sistema económico.

Este tipo de tendencia encaja en ciertas explicaciones de la crisis económica y de la situación económica de los años ochenta de las economías industriales avanzadas. Así, para Piore y Sabel (1984), el fenómeno de la postguerra más a largo plazo y que más consecuencias tuvo fue la saturación de los mercados de bienes de consumo en los países industriales. A finales de los años sesenta, el consumo interior de bienes que había dado lugar a la expansión de la postguerra había comenzado a alcanzar sus límites; esta saturación era especialmente clara en Estados Unidos, pero fue extendiéndose al conjunto de economías occidentales.

Una salida para las empresas, ante esta situación de saturación y estancamiento del consumo de bienes industriales, fue el aumento de la exportación y la consiguiente alza en la interpenetración de las economías occidentales. Las exportaciones son un componente de la demanda que está ausente en la exposición de la Teoría General. Sin embargo, en la medida que la mayoría de estas economías atravesaría por esta misma situación, las exportaciones no significaban una modificación en esta tendencia, salvo que se incorporasen otras economías al masivo consumo (los países en desarrollo y/o las antiguas economías centralmente planificadas). Esto no sucedió en la cuantía necesaria. Lo cual podría ser descrito, dentro del esquema del texto de Keynes, como una situación de insuficiente demanda efectiva a escala mundial.

Más allá de la validez de este último punto, existen dos aspectos que es necesario tener presentes. Por una parte, Keynes descarta la posible modificación en la composición de la oferta global. Y, por otra, como mostraron los análisis de Milton Friedman (1957), Franco Modigliani (1949) y James Tobin (1951), la función de consumo de Keynes era excesivamente simple. Posteriormente analizaremos cuanto se dice en la Teoría General sobre la función de la oferta global. Veamos ahora qué aportaciones adicionales tiene este texto respecto a la función de consumo.

Los alicientes subjetivos y sociales que determinan lo que se ha de gastar o, mejor dicho, que impulsan a los individuos a abstenerse de gastar sus ingresos responden a ocho motivos: precaución, previsión, cálculo, mejoramiento, independencia, empresa, orgullo y avaricia. Además de estos de índole individual, los gobiernos, instituciones y sociedades de negocios retienen una parte de sus ingresos por motivos de empresa, liquidez, mejoramiento y prudencia financiera. Para Keynes estos componentes subjetivos y sociales de la propensión a consumir no comportan una alteración de su función de demanda de consumo y la base principal de los alicientes subjetivos y sociales cambia lentamente, mientras que las influencias a corto plazo de las alteraciones en la tasa de interés y los demás factores objetivos son con frecuencia de importancia secundaria, se llega a la conclusión de que los cambios a corto plazo en el consumo dependen en gran parte de las modificaciones del ritmo con que se ganan los ingresos y no de los cambios en la propensión a consumir por parte de los mismos. En definitiva, la simple función de consumo de Keynes tiene como variable dominante la renta.

Similar relación existe entre los ingresos y la inversión a través del multiplicador. Señala la relación entre el incremento registrado en el nivel de renta de equilibrio y la variación en la demanda de inversión. Además, bajo ciertas simplificaciones, esta relación también puede establecerse entre la ocupación total y la ocupación directa dedicada a inversiones. “Este nuevo paso es parte integrante de nuestra teoría de la ocupación, ya que, dada la propensión a consumir, establece una relación precisa entre la ocupación y el ingreso totales y la tasa de inversión.” (Keynes, 1936).

 

La función de oferta global y la función de ocupación en la Teoría General: El crecimiento económico

El contenido de la Teoría General se refiere casi completamente a la demanda y presta muy escasa atención a cuanto fue el objeto de los economistas políticos, esto es la producción y las condiciones en que tiene lugar. Keynes, como se refleja en la siguiente cita, cree que muy poco se pueda aportar a este último aspecto:

“El objeto final de nuestro análisis es descubrir lo que determina el volumen de ocupación. Ya hemos establecido la conclusión preliminar de que el volumen de ocupación está determinado por el punto de intersección de la función de oferta global con la función de demanda global. La función de oferta global, sin embargo, que depende principalmente de las condiciones físicas de la oferta, lleva consigo pocas consideraciones que no sean ya familiares. La forma puede ser poco conocida, pero los factores que hay en el fondo no son nuevos. ... Pero, en general, lo que se ha descuidado ha sido la parte correspondiente a la función de demanda global.” (Keynes, 1936).

La mayor parte del texto está dedicado a esta última función. Sin embargo, además del capítulo 20, Keynes dedica algunos párrafos a la primera de las funciones. Así, por ejemplo, Keynes opera con una función que liga el consumo (C) con el ingreso (Y) correspondiente a un nivel dado de ocupación (N). Pero, esta relación, como el mismo reconoce, está sujeta a una objeción, pues

“... Y no es función única de N, que es igual en cualquier circunstancia: porque la relación entre Y y N puede depender (aunque probablemente en grado mucho menor) de la naturaleza precisa de la ocupación. Es decir, dos distribuciones desiguales de una ocupación total determinada (N) entre diferentes ocupaciones (debido a la forma diferente de las funciones de empleo individual) ... podrían conducir a diferentes valores de Y.” (Keynes, 1936).

Con la excepción del citado capítulo 20, Keynes en su texto de 1936 desarrolla su análisis considerando como si Y estuviera determinado únicamente por N. Con ello se pierde el posible desarrollo del argumento según el cual el ingreso estaría determinado por la estructura de las ocupaciones, o dicho en otros términos, la estructura productiva. Sin embargo, algunos elementos pueden encontrarse en este texto.

Keynes define la función de ocupación como la inversa de la función de la oferta global. El objetivo de aquella es relacionar el volumen de demanda efectiva que pesa sobre una empresa o industria dada o la industria en su conjunto, con el volumen de ocupación, cuya producción tenga un valor de oferta comparable con dicho volumen de demanda efectiva. De este modo, si un nivel de demanda efectiva orientada hacia una empresa cualquiera, crea en ella un volumen de ocupación, la función de ocupación estará dada por Nr = Fr (Dsr). Lo que quiere decir que Nr hombres estarán empleados en la industria r cuando la demanda efectiva sea Dsr.

“Hemos supuesto en lo que va dicho que a cada nivel de demanda efectiva total corresponde una distribución concreta. Ahora bien, a medida que los gastos globales varían, el gasto correspondiente a los productos de una industria individual no cambiará, por lo general, en la misma proporción -en parte debido a que los individuos no aumentarán proporcionalmente la cantidad de productos que compran a cada industria a medida que suban sus ingresos, y en parte porque los precios de los diferentes bienes responderán en grado desigual a los aumentos de los gastos hechos en ellos.

“De esto se deduce que el supuesto sobre el cual nos hemos basado hasta aquí, de que los cambios en la ocupación sólo dependen de modificaciones en la demanda global efectiva ..., es sólo una primera aproximación, si admitimos que hay más de una manera de gastar un aumento de los ingresos; porque el modo en que supongamos se distribuye entre los diferentes bienes el crecimiento de demanda global puede influir considerablemente sobre el volumen de ocupación. Si, por ejemplo, la elevación de la demanda se dirige principalmente hacia los productos que tienen gran elasticidad de ocupación, el aumento global de ocupación será mayor que si el aumento de demanda va a productos con poca elasticidad de ocupación.

“Del mismo modo, la ocupación puede bajar sin que haya ocurrido ningún cambio en la demanda total, si la dirección en el lado de la demanda se modifica en favor de los productos que tienen una elasticidad relativamente baja de ocupación.” (Keynes, 1936).

Pero, como ya hemos dicho, en el desarrollo de la Teoría General, Keynes apenas tiene en cuenta estos argumentos. Habrá que remitirse al Treastise on Money para encontrar un desarrollo sobre la importancia de la estructura de la ocupación. Este último texto representa la base de la mayor parte de la teoría neokeynesiana del crecimiento económico. Pero la Teoría General marcó de forma definitiva la evolución posterior del análisis del crecimiento económico.

El problema del crecimiento base de la Economía política, había sido abandonado por los economistas marginalistas. Su resurgimiento de la mano de la obra de Keynes y de los desarrollos de los años cuarenta marcaron lo que sería la moderna teoría del crecimiento económico. “..., para el mundo de la postguerra, que combatía con recetas keynesianas el peligro de las crisis cíclicas, pero que necesitaba realizar un importante esfuerzo de reconstrucción, el problema del crecimiento era algo primordial. Para los nuevos regímenes socialistas y las antiguas colonias que intentaban, a su vez, alcanzar a los países occidentales, el problema del crecimiento también sería básico.” (Fanjul, 1985).

La naturaleza de los problemas que planteaba la Teoría General implicaba la consideración de variaciones en la producción. El alejamiento del estudio de los problemas microeconómicos de asignación y el interés en los determinantes de la variación de la producción y de la ocupación, conducen al análisis de la variable tasa de crecimiento, lo cual exige el desarrollo de un análisis dinámico.

El primer intento de dinamizar y adaptar la explicación de la Teoría General al largo plazo recayó en las manos de Harrod (1939, 1948). Cuyo modelo es el inicio de la carrera de la moderna teoría del crecimiento económico. Carrera que estará marcada por una clara división entre dos grandes ramas. Una que basará sus explicaciones del crecimiento en el lado de la demanda y, otra, que considerará que las variables explicativas del crecimiento se encuentran en la oferta. Serán, en esencia, los economistas postkeynesianos y los economistas de la síntesis neoclásica. En los primeros modelos, “El problema se me presentó como la generalización de la Teoría general; es decir, como el desarrollo a largo plazo del análisis a corto plazo de Keynes.” (Robinson, 1956).

Entre las múltiples diferencias entre ambos enfoques figuran la mayor preocupación de los keynesianos por el problema de la distribución, las distintas posturas sobre la racionalidad del comportamiento de los agentes y sobre los supuestos del equilibrio competitivo, la diferente forma de tratar la tecnología, que dio lugar a la polémica sobre la función de producción y el tratamiento del capital. No obstante, la diferencia fundamental que separa ambos modelos radica en que el neoclásico se refiere al caso de una economía que se desarrolla bajo condiciones de pleno empleo de los factores.

Sin embargo, las diferencias entre ambos enfoques no se ciñen al tratamiento del crecimiento económico, sino que por el contrario abarcan un amplio espectro de la teoría y la política económicas. Ambos en cierto modo se consideran herederos de Keynes, sobre todo los postkeynesianos. La síntesis neoclásica considerará al keynesianismo como un caso especial de su teoría general. De hecho, la versión keynesiana en la que se han venido educando las últimas generaciones de economistas es la de la síntesis. Por otra parte, existe un tercer enfoque presente en el desarrollo de las ideas keynesianas, el monetarismo. Sin embargo, éste sirvió para poner en tela de juicio la validez de las ideas de Keynes.

 

El papel del estado en el sistema keynesiano

El sistema keynesiano conlleva un ataque a los principios sobre los que se sostenía la confianza en los habituales instrumentos y objetivos de la política económica. La instrumentación ortodoxa -vía controles monetarios- aparecía bajo la perspectiva keynesiana como insuficiente para llegar a ser efectiva. La capacidad gubernativa para influir en el tipo de interés e incidir en el comportamiento de la inversión -vía monetaria- era insuficiente. Cuando aparecía la trampa de la liquidez, no podría reducirse el tipo de interés. Aunque las autoridades monetarias pudieran aumentar la masa monetaria, eran incapaces de controlar y actuar sobre la demanda. Además, si las expectativas empresariales eran altamente volátiles, podría darse la circunstancia -bastante probable en el esquema keynesiano- de que las reducciones de los tipos de interés no tuviesen efecto alguno sobre la inversión y no llegaran a alterar el pesimismo de los empresarios.

En este contexto, las políticas fiscales, fundamentalmente en su vertiente de gasto público, podían favorecer la estabilidad económica y el pleno empleo. El Estado debía hacer un uso deliberado del déficit presupuestario para aumentar la demanda efectiva. El gasto público financiado mediante endeudamiento tendría efecto favorable sobre la demanda total sólo en la medida en que produjera un aumento neto en el gasto total. Si los proyectos propulsados por los gobiernos desplazaban simplemente a los del sector privado, no se daría crecimiento económico alguno. De ahí la importancia de una situación alejada del pleno empleo.

Además, Keynes fue capaz de reconocer la existencia de cambios institucionales significativos que alteraban no sólo la naturaleza y lógica de funcionamiento de una economía capitalista, sino también el que debería ser el modo de actuar del gobierno. Así, por ejemplo, los sindicatos, en su opinión, deberían considerarse agentes de negociación legítimos y reconocer su papel en la determinación de los salarios como un hecho institucional establecido. Sostuvo que la reducción de salarios no ofrecía ninguna posibilidad de remediar el desempleo. Tal estrategia agravaría posiblemente más el problema al reducir la demanda efectiva.


CAPÍTULO 10.- DOS MARCOS CONCEPTUALES POSTERIORES A KEYNES

La síntesis neoclásica-keynesiana

 

Introducción

J.M. Keynes proporcionó un marco conceptual distinto al heredado. Subrayaba la incertidumbre a la que se enfrentan los agentes y la volatilidad de las expectativas, consideraba las demandas de inversión y de dinero como altamente inestables, con elasticidades respecto al tipo de interés muy baja en el primer caso y muy alta en el segundo; lo cual relegaba a una posición secundaria a la política monetaria. El modelo tenía imperfecciones, como el venir referido a una economía cerrada, cuya corrección, junto con el esfuerzo por depurarlos de los rasgos debidos a la gran depresión, irían abriendo el camino a una rehabilitación del pensamiento marginalista. No obstante, como ya había pasado con la llamada revolución marginalista, la constitución de la gran síntesis no fue inmediata y requirió un desarrollo desde los trabajos de Hicks y Hansen (1937) y Don Patinkin (1956) hasta los autores de los manuales de macroeconomía de los años setenta.

En la economía descrita por el modelo de Keynes, los mecanismos de mercado no tendían a ajustarla a una situación de pleno empleo. La razón no estaba en la rigidez a la baja de los salarios nominales, sino en la inflexibilidad del tipo de interés, resultado de la preferencia por la liquidez del público, y de la incapacidad de los tipos de interés alcanzables para suscitar una demanda de inversión suficiente en situaciones de fuerte incertidumbre. De este modo, la rehabilitación del pensamiento marginalista exigía detectar en el modelo de Keynes los factores que podían desviar la economía, en el corto plazo, de las sendas de normalidad, pero que no fuesen persistentes en el largo plazo. Así, la confianza de los empresarios podía ser importante y hundir a una economía en una depresión a corto plazo; pero a largo plazo tenderían a ceder ante factores y fuerzas más objetivos. La demanda de dinero debía mostrar una mayor estabilidad relativa frente a lo dicho por Keynes, sin trampas de liquidez y sin elasticidad elevada al tipo de interés. Las fuerzas reales de la productividad y la frugalidad tendrían a situar el tipo de interés a un nivel normal a largo plazo, aunque factores monetarios pudieran mantenerlo desviado de la normalidad de pleno empleo en el corto plazo.

Una vez introducidas estas piezas, junto con la curva de oferta en el mercado de trabajo, se disponía de un modelo neoclásico de equilibrio general, que describía una economía con tendencia a la posición de equilibrio con pleno empleo a largo plazo a través del juego de los mecanismos de mercado competitivos. Se obtenía así un equilibrio macroeconómico que completaba la teoría del equilibrio general microeconómico trazada por Walras y Pareto.

En la economía competitiva descrita por el modelo de la síntesis, los agentes continuaban sus transacciones hasta que los precios equilibrasen las ofertas y las demandas de los mercados correspondientes; a largo plazo, era impensable un hundimiento de las expectativas o una rigidez del tipo de interés, no era posible la trampa de la liquidez, la plena flexibilidad de precios y salarios aseguraría la tendencia de la economía al equilibrio con plena utilización de los factores productivos a largo plazo. Bastaría, sin embargo, con introducir la noción de inflexibilidad de los salarios monetarios en el corto plazo para que el modelo pudiera generar situaciones de equilibrio de renta con paro involuntario, en respuesta a desfallecimientos de la demanda agregada en el período corto (Rojo, 1984). Se obtenía de este modo la síntesis neoclásica, cuyas máximas figuras, dentro de una amplia bibliografía, serían Hicks (con su artículo de 1937: “Mr. Keynes and the Classics: A Suggested Interpretation”), Modigliani (“Liquidity Preference and the Theory of Interest and Money”, 1944) y Patinkin (Money, Interest and Prices, 1965); sin olvidar a Samuelson, cuyo libro de texto conformará el punto de inicio de la formación de generaciones de economistas en todo el mundo.

El modelo neoclásico, con plena flexibilidad de precios y salarios y tendencia a alcanzar el vector de precios correspondiente al equilibrio con pleno empleo a largo plazo, se presentaba como el caso teórico general; el modelo de Keynes, con rigidez a la baja de los salarios monetarios capaz de provocar situaciones de equilibrio con subempleo, aparecía como un caso teórico especial, aplicable al corto plazo -aunque se aceptaba que el caso teórico especial era más realista en sus supuestos y, por tanto, de mayor valor en la economía aplicada. En resumen, el modelo teórico a corto plazo -keynesiano- se presentaba como derivado del modelo general a largo plazo -neoclásico- mediante la introducción de un supuesto específico -la rigidez a la baja de los salarios-; el modelo neoclásico ofrecía un integración de la teoría del valor y la teoría de la renta y, a través de él, la macroeconomía aparecía fundamentada en la microeconomía más tradicional.

El esquema teórico básico estimuló, por una parte, la búsqueda de los fundamentos microeconómicos de la macroeconomía y, por otra, los estudios empíricos orientados a contrastar y depurar las hipótesis articuladas en el modelo. Además, a partir de este marco conceptual, parecía posible formular e instrumentar políticas macroeconómicas con una elevada fundamentación científica. Esta formulación de políticas se vio facilitada por el esquema IS-LM.

 

Hicks-Hansen y el modelo IS-LM

La curva IS es simplemente el lugar geométrico de todas las combinaciones posibles de r e Y (tipo interés y renta) que son consistentes con la igualdad del ahorro planeado y la inversión planeada. Por su parte, dados el acervo monetario y el nivel de precios, la curva LM muestra todas las combinaciones posibles de r e Y que hacen que el público esté dispuesto a retener el acervo de dinero en existencia.

El punto de intersección de las curvas IS y LM satisface la doble condición del equilibrio monetario: el ahorro planeado es igual a la inversión planeada; y, además, la cantidad de dinero deseada es igual a la oferta efectiva de dinero. Mientras que la curva IS corte a la curva LM desde arriba, este punto de equilibrio será estable. Un desplazamiento de la curva LM hacia la derecha se debe a un incremento de la oferta monetaria o a un desplazamiento hacia arriba de la curva de preferencia por la liquidez subyacente. Debido a la naturaleza de la demanda especulativa de dinero, la curva LM se vuelve crecientemente elástica a tasas de interés menores. En consecuencia, los incrementos iguales del acervo monetario generarán reducciones de r cada vez menores e incrementos de Y también menores.

Por su parte, un desplazamiento de la curva IS hacia la derecha refleja un desplazamiento hacia arriba de la función de demanda de inversión subyacente o un desplazamiento hacia abajo de la función de ahorro. Esto elevará Y de forma moderada y r en forma sustancial si la curva LM es inelástica; si la curva LM es elástica, se elevará Y en forma sustancial r en forma moderada. En otros términos, una menor propensión al ahorro eleva el ingreso mediante un aumento de la demanda de bienes de consumo, lo que genera nuevos aumentos del consumo y de la inversión por la vía del multiplicador. Una cantidad mayor de dinero está atada ahora en saldos de transacción y precaución, lo que desvía fondos de los saldos especulativos mediante un aumento de la tasa de interés. La elasticidad de la demanda de dinero para estos saldos determinará la medida en que deba elevarse la tasa de interés para igualar la demanda de dinero que no ha cambiado.

Siguiendo a Rudiger Dornbusch y Stanley Fischer (1984), las principales características de la curva IS son las siguientes:

1)     La curva IS está formada por las combinaciones de tipo de interés y niveles de renta con las que el mercado de bienes está en equilibrio.

2)     La curva IS tiene la pendiente negativa porque un incremento del tipo de interés reduce la inversión planeada y, por tanto, reduce la demanda agregada, reduciendo así el nivel de equilibrio de la renta.

3)     Todo lo menor que es el multiplicador y menos sensible es el gasto de inversión a las variaciones del tipo de interés, más inclinada es la curva. Puesto que la pendiente de la curva IS depende del multiplicador, la política fiscal puede afectar a dicha pendiente. El multiplicador depende del tipo impositivo: un incremento de éste reduce el multiplicador. En consecuencia, cuanto más elevado sea el tipo impositivo, más inclinada es la curva IS.

4)     La curva IS se traslada cuando varía el gasto autónomo. Un incremento del gasto autónomo (un incremento de las compras del sector público, por ejemplo), traslada la curva IS hacia la derecha.

5)     En los puntos situados a la derecha de la curva hay exceso de oferta en el mercado de bienes y en los puntos situados a la izquierda de la curva hay un exceso de demanda de bienes.

Por otra parte, las principales características de la curva LM son las que siguen:

1.     La curva está formada por las combinaciones de tipos de interés y niveles de renta con las que el mercado de dinero está en equilibrio.

2.     Cuando el mercado de dinero está en equilibrio, también lo está el mercado de bonos. Por tanto, la curva está formada por las combinaciones de niveles de renta y tipos de interés con las que el mercado de bonos está en equilibrio.

3.     La curva tiene pendiente positiva. Dada la oferta monetaria fija, un incremento del nivel de renta, que eleva la cantidad demandada de dinero, tiene que ir acompañada de una subida del tipo de interés. Esto reduce la cantidad demandada de dinero y, de esta forma, mantiene equilibrado el mercado monetario.

4.     La curva se traslada cuando varía la oferta monetaria. Con un incremento de la oferta la curva se traslada hacia la derecha.

5.     En los puntos situados a la derecha de la curva hay un exceso de demanda de dinero y en los punto situados a la izquierda hay un exceso de oferta.

Los ajustes hacia el equilibrio quedan recogidos en el siguiente gráfico.

Este esquema permite realizar con suma facilidad diferentes ejercicios sobre las incidencias de las diferentes políticas económicas. Así, por ejemplo, una política monetaria expansiva crea un exceso de oferta de dinero, al que el público se ajusta tratando de reducir sus tenencias de dinero mediante la compra de otros activos. En el proceso los precios de los activos aumentan y sus rendimientos disminuyen. Dado el supuesto de que los mercados de activos se ajustan rápidamente, la curva LM se desplaza hacia la derecha y, en el nuevo punto de equilibrio (intersección entre la curva IS y la nueva curva LM), el mercado monetario se vacía y el público desea mantener la mayor cantidad de dinero en términos reales, porque el tipo de interés ha disminuido suficientemente. No obstante, en el nuevo punto hay un exceso de demanda de bienes. El descenso en el tipo de interés, dado el nivel inicial de renta, ha hecho que la demanda agregada aumente, por lo que las existencias empiezan a disminuir. En respuesta, la producción aumenta y nos empezamos a desplazar hacia arriba a lo largo de la nueva curva LM. Se produce un aumento del tipo de interés durante el proceso de ajuste, ya que el incremento de producción eleva la demanda de dinero y este incremento tiene que ser frenado por la elevación de los tipos de interés.

El mecanismo de transmisión puede sintetizarse en el siguiente esquema:

El aspecto clave en este mecanismo de transmisión se encuentra en la sensibilidad de la demanda a los cambios en los tipos de interés. Cuando el público está dispuesto, dado un tipo de interés, a mantener cualquier cantidad de dinero que se ofrezca, nos encontramos en la situación de la trampa de la liquidez. La curva LM es horizontal y las variaciones de la cantidad de dinero no la trasladan. La política monetaria no afecta ni al tipo de interés ni al nivel de renta; carece, pues, de poder de influencia.

Otra situación distinta es la representada por el caso clásico. La curva LM es vertical. Ahora la política monetario produce el máximo efecto, mientras que la política fiscal no produce ningún efecto. La curva LM vertical se asocia a veces a la opinión de que en la determinación de la producción el dinero es lo único que importa.

Por lo que se refiere a la política fiscal: un incremento del gasto público aumenta la demanda agregada en cada nivel de tipo de interés y, como consecuencia, traslada la curva IS hacia la derecha. En el nuevo punto, hay un exceso de demanda de bienes. La producción aumenta y, con ello, el tipo de interés porque la expansión de la renta da lugar a un aumento de la demanda de dinero. Existe un exceso de demanda de saldos reales. A medida que el tipo de interés aumenta, el gasto privado se va reduciendo. El gasto de inversión planeado por las empresas disminuye debido a la elevación de los tipos de interés y, como consecuencia, la demanda agregada desciende.

El resultado final de todo el proceso es un incremento de la renta, la producción y los tipos de interés. La cuantía de estos efectos depende de las pendientes de las curvas IS y LM y del tamaño del multiplicador. La renta aumenta más y los tipos de interés aumentan menos, cuanto más plana es la curva LM. La renta aumenta menos y los tipos de interés aumentan menos, cuanto más plana es la curva IS. Y, la renta y los tipos de interés aumentan más cuanto mayor es el multiplicador y, por tanto, mayor es el traslado horizontal de la curva IS.

Si la economía se encuentra en la situación de la trampa de la liquidez, la política fiscal adquiere la mayor eficacia. La curva LM es horizontal, un incremento del gasto público produce su pleno efecto multiplicador sobre el nivel de equilibrio de la renta. El tipo de interés no varía como consecuencia de la variación del gasto público y, por tanto, el gasto de inversión no se reduce. No hay amortiguación de los efectos del incremento del gasto público en la renta. Por el contrario, si la economía se encuentra en la situación clásica la política fiscal carece de eficacia. Un incremento del gasto público no produce ningún efecto en el nivel de equilibrio de la renta, solamente sube el tipo de interés.

Si la situación de la economía se acerca más al caso clásico o a la situación de la trampa de la liquidez ha sido tema de discusión por parte de la profesión. Keynes pensaba en términos de esta última. Los autores de la síntesis neoclásica defenderían más bien una situación como la clásica. Pero, con independencia de este tema, lo que si resulta claro es que este modelo simple, con sus receptivas extensiones -que no presentaremos aquí-, constituyo el modelo básico en el que se educaron las nuevas generaciones y, como no, también fue el modelo que inspiró las politicy mix. Pero, también este modelo será el destino de las críticas del monetarismo.

Antes de pasar a analizar el contenido del modelo monetarista, conviene no obstante recordar que en la conformación de la síntesis neoclásica-keynesiana han contribuido un número destacado de economistas en diferentes campos de la ciencia económica. Merece especial mención los casos de Don Patinkin por sus críticas a la teoría monetaria de Keynes y la restauración del papel de la teoría cuantitativa del dinero en la economía, así como la explicitación del mercado de trabajo. Por otra parte, debe mencionarse el papel que ha jugado P.A. Samuelson, no únicamente por su contribución directa al desarrollo de líneas de investigación en teoría económica, sino por la amplia expansión que han tenido sus ideas a través del libro de texto Economía. Asimismo, debe mencionarse a R. Solow por una contribución al desarrollo de la teoría -neoclásica- del crecimiento económico. Pero también antes de presentar y analizar las propuestas monetaristas, debe presentarse el contenido de otra propuesta asimismo heredera, en buena medida, del pensamiento de Keynes, cual es la Economía postkeynesiana.

 

La economía postkeynesiana

Introducción

La Economía postkeynesiana agrupa, en realidad, a un conjunto heterogéneo de economistas, cuya característica común es el intento de rescatar y desarrollar elementos de la «revolución keynesiana» que permanecieron inconclusos o quedaron relativa o enteramente olvidados en la «gran síntesis». Se trata de recuperar ciertos conceptos básicos del pensamiento de Keynes e incorporar otros nuevos con los que, en su opinión, completase el lenguaje de una economía keynesiana.

Los componentes del grupo proceden de diversas tradiciones económicas disidentes con la síntesis neoclásica: los institucionalistas americanos [1]; marxistas europeos; sraffianos o neoricardianos [2]; algunos miembros de la teoría francesa de la regulación [3]; y, los más próximos colaboradores de J.M. Keynes. Su trabajo, tomado conjuntamente, es un intento de ofrecer una alternativa coherente y global a la ortodoxia predominante en la teoría económica. No obstante, como reconocen sus propios miembros, “el paradigma incipiente es más un programa de búsqueda, con improductivas líneas de investigación entrelazadas, que un cuerpo de conocimientos completamente desarrollado” (Eichner, 1978).

El punto de partida del análisis postkeynesiano son las ideas de Keynes y de Kalecki, y es difícil discernir quién fue el que ejerció mayor influencia. Cada uno de ellos dio origen a dos ramas del keynesianismo clásico: una que parte de la perspectiva monetaria de Keynes y otra del análisis kaleckiano del sector real. El primero hace hincapié en la incertidumbre que rodea a la inversión en una economía monetizada. El segundo en los efectos de la inversión y del ahorro sobre la distribución de la renta y otros aspectos, desempeñando ambas variables un papel esencial en el análisis de la producción a lo largo del tiempo en un sistema económico monetario. Paradójicamente, fue el análisis del sector real de Kalecki el que sirvió de base a posteriores trabajos de Cambridge. No obstante, el punto de despegue de la teoría postkeynesiana es la ampliación temporal de la idea keynesiana de incertidumbre. Keynes limitó casi exclusivamente su razonamiento a los efectos a corto plazo de la inversión, es decir, a su papel de impulsor de la demanda efectiva. Prestó poca atención a las repercusiones a largo plazo.

Así, el primer paso en el desarrollo de un análisis propiamente postkeynesiano fue el dado por Harrod en su trabajo sobre la dinámica del crecimiento económico (Harrod, 1939). Pero, en realidad, tuvieron que transcurrir dos décadas para que dieran sus frutos los intentos de llevar al largo plazo las ideas de Keynes.

En 1956 vieron la luz dos escritos esenciales. La acumulación de capital de J. Robinson y el artículo de Kaldor, “Alternative Theories of Distribution”, aparecido en la Review of Economics Studies. Los dos, conjuntamente, marcaron los albores de un cuerpo postkeynesiano bien diferenciado. Ambos se inspiraron en la diferenciación entre salarios y beneficios del trabajo de Kalecki para explicar un aspecto esencial de la dinámica del crecimiento ligado a la distribución de la renta. Se trataba del hecho de que un incremento en la tasa de crecimiento, a consecuencia del mayor nivel de inversión que implicaba, se vería necesariamente acompañado por una participación superior de los beneficios en la renta nacional.

 

La crítica inconclusa a Marshall

Teniendo en cuenta la riqueza del aporte metodológico que constituye el análisis de la demanda efectiva, es importante observar cómo su aplicación se restringe por una serie de principios marshallianos que perduran en la obra de Keynes. Entre ellos conviene destacar, ante todo, el concepto de empresa atomística en un mercado competitivo. Lo cual indica que Keynes no incorporó en su obra la crítica de Sraffa al análisis marshalliano, ni todos los desarrollos de la teoría de la competencia imperfecta que antecedieron a la Teoría General. Además, para los postkeynesianos, la crítica de Keynes a la teoría neoclásica de los salarios y el interés no lo condujeron a otra formulación de la teoría de la distribución y los precios sobre la base del principio de la demanda efectiva.

¿Qué determina entonces la distribución del ingreso y los precios relativos? Para los postkeynesianos, no es posible responder a esta pregunta sin una conceptualización de la tasa o margen de ganancias. O, en palabras de J. Robinson (1978), “la clave de una teoría de la distribución se encuentra en las relaciones entre las condiciones técnicas y la cuota de los beneficios en el valor total de la producción”.

El problema básico de la teoría keynesiana es así la ausencia de conceptos que permitan un correcto análisis de la empresa, los precios y la distribución firmemente sustentada en los conceptos de incertidumbre y demanda efectiva. La ausencia de estos conceptos condujo a los seguidores de Keynes en dos direcciones opuestas. Por una parte, conceptos procedentes de la teoría neoclásica y, en particular, del análisis walrasiano se intentaron compaginar con el análisis keynesiano del corto plazo, dando lugar a la «síntesis neoclásica».

Por otra parte, los autores postkeynesianos se presentan como ampliadores de la ruptura llevada a cabo por el propio Keynes, extendiendo, para o por ello, los conceptos de incertidumbre y demanda efectiva a otras esferas. Además, rechazan como impropia la incorporación de los conceptos de Keynes en el análisis walrasiano. Pues lo más destacable de la Teoría General es que rompió el cascarón del equilibrio y pasó a considerar las características de la vida económica según la experiencia de cada momento: estableció la diferencia entre ayer y mañana. El pasado es irrevocable y el futuro es una incógnita. Sin esta distinción es imposible entender el alcance que cobran la noción de incertidumbre y el papel de las expectativas.

La incorporación del tiempo histórico, fuertemente enfatizada por los postkeynesianos, en particular por la señora Robinson (1980) lleva a una contradicción a cualquier intento de introducir los flujos de producción en el planteamiento de Walras. O bien todo el tiempo futuro queda incorporado en el presente, o de lo contrario cada individuo debe prever correctamente lo que harán todos los demás y, en consecuencia, la incertidumbre no estaría presente.

De cuanto venimos diciendo pueden resaltarse algunos postulados presentes, total o parcialmente, en el análisis postkeynesiano. En primer lugar, existen problemas de información. El tratamiento otorgado al tiempo, consecuencia lógica de la importancia dada a la incertidumbre, no hace sino decirnos que la información es incompleta. Derivado en parte de lo anterior, para los postkeynesianos la idea de equilibrio debe tomarse con mucha cautela. El hecho de que el pasado esté dado y el futuro no pueda ser conocido con certidumbre en el momento de la elección, convierte en autocontradictorio el concepto de equilibrio. Cuando un mercado está en equilibrio, todos los participantes están satisfechos de haber realizado, en las condiciones vigentes, las mejores elecciones posibles. Lo que no podrían haber conseguido de no haber conocido, en el momento de su elección, cuáles serían los resultados. Cuando un mercado reacciona ante el cambio de las circunstancias, su reacción no puede equipararse a la de una balanza ante un cambio definido de los pesos. Pues en la mayoría de las reacciones económicas el camino que sigue el mercado, en tanto se adapta a un cambio, tiene un efecto que persiste durante mucho tiempo sobre la posición alcanzada (Robinson, 1956).

Para construir un modelo causal debe partirse de las reglas y motivos que gobiernan la conducta humana. En consecuencia, se  tiene que especificar a qué clase de economía se aplica el modelo, porque diversos tipos de economía tienen distintos conjuntos de reglas (Robinson, 1960a). De ello se sigue que “la teoría económica ... no puede establecer leyes universalmente válidas. Es un método para organizar las ideas y formularse preguntas.” Así, para los postkeynesianos, antes de ser aplicadas a la experiencia histórica y contemporánea, las hipótesis deben ser sometidas a un examen de su consistencia lógica y su plausibilidad a priori. Una hipótesis acertada es la que proporciona nuevas respuestas a problemas anteriormente insolubles o formula cuestiones previamente desconocidas [4].

Para los postkeynesianos, en una economía capitalista industrial, coexisten sectores oligopolistas o de competencia imperfecta y sectores donde la competencia se acerca más a lo que suele entenderse como competencia perfecta. La competencia imperfecta resulta de la fragmentación de los mercados, fragmentación asociada a la preferencia de todo comprador por vendedores particulares, como producto de la costumbre, el contacto personal, la proximidad (más allá de los puros efectos del costo de transporte), la confianza en el vendedor, las facilidades que ofrece a sus compradores usuales, etc. La fragmentación es pues una manifestación de la inercia de las redes comerciales. Esta inercia implica que el factor limitante básico para la expansión de cualquier empresa no es el costo creciente de la producción sino el mercado de productos particulares.

De aquí derivan dos corolarios. Uno, el objetivo de la empresa no es la maximización del beneficio a corto plazo, sino la expansión de su mercado a largo plazo. Y dos, en esas condiciones puede no ser racional para la empresa alterar frecuentemente sus precios para equilibrar la oferta y la demanda. El ajuste a cambios en la demanda puede darse por medio de alteraciones en la utilización de la capacidad productiva, de los inventarios o de la fecha de entrega de los pedidos, todos estos casos se caracterizan por una cierta rigidez de precios o de los márgenes de ganancia ante alteraciones de la demanda. Otra consecuencia que deriva de la presencia de sectores oligopolistas, es la relativa fijeza de los coeficientes técnicos de producción. Lo que implica serias limitaciones a cualquier alteración salarial como vía de aumento del empleo.

 

Elementos fundamentales del análisis postkeynesiano

Frente al privilegio de los precios relativos entre las preocupaciones de los neoclásicos, para los postkeynesianos los aspectos centrales son la producción, la acumulación y la distribución, desde la perspectiva de una economía considerada en conjunto. El análisis postkeynesiano se ha preocupado de ofrecer una explicación tanto al crecimiento económico como a la distribución de la renta (ambas consideradas directamente relacionadas entre sí). El determinante fundamental es el mismo: la tasa de inversión. Lo cual se deriva de la idea subyacente de que en una economía dinámica, expansiva, los efectos renta originados por la inversión y otras fuentes de crecimiento compensan con creces los efectos sustitución resultantes de los movimientos de precios. Es decir, los cambios en la demanda, tanto agregada como sectorial, se deben más a modificaciones en la renta que a alteraciones en los precios relativos. La teoría postkeynesiana reconoce que en el corto plazo será los efectos renta los que predominen, en tanto que en el largo plazo será al menos tan importantes como los efectos sustitución [5].

Al describir un sistema económico en continua expansión a lo largo del tiempo, la teoría postkeynesiana reconoce la necesidad de distinguir entre los factores responsables del movimiento secular de la producción y los generadores de los movimientos a lo largo de la línea de tendencia. El análisis a largo plazo aísla los determinantes de la expansión secular. No se presume, en consecuencia, como lo hace el modelo de crecimiento neoclásico, que las solas fuerzas del mercado son finalmente suficientes para devolver la economía al sendero de crecimiento garantizado, es decir aquel en que la economía se expande a una tasa regular y constante. Muy al contrario, la identificación primera de los determinantes de la tasa secular de crecimiento tiene como objetivo resaltar más claramente los factores responsables de las constantes desviaciones en torno a la línea de tendencia. Con esta negación de que las fluctuaciones cíclicas se autocorrigen necesariamente, la teoría postkeynesiana permanece fiel a sus antecedentes keynesianos.

La teoría postkeynesiana otorga importancia a los factores monetarios, pues justamente es la existencia de dinero la que da significado a la diferenciación postkeynesiana entre ahorro e inversión. Es, además, la elasticidad del crédito lo que evita que el lado real de la producción sufra lo más duro de los cambios de actividad económica. En estas circunstancias el dinero importa, afectando no sólo a la amplitud del ciclo económico corriente, sino al crecimiento secular de la producción real.

La teoría postkeynesiana reconoce la existencia de sociedades multinacionales y de sindicatos nacionales. En el núcleo industrial de una economía moderna, tecnológicamente avanzada, se admite que tanto los precios como los salarios están “administrados”. Pero, aparte de este sistema de precios administrados, fijados por el vendedor, en el sector industrial, la teoría postkeynesiana también toma en consideración el sistema más flexible de precios que prevalece en los mercados mundiales de mercancías. La interacción de ambos sectores es un componente importante del proceso inflacionario. En el análisis postkeynesiano la competencia no va más allá del continuo esfuerzo que las empresas realizan por explotar las oportunidades de inversión más ventajosas.

Finalmente, cabe destacar una implicación de política económica en la que están de acuerdo prácticamente todos los postkeynesianos: no se puede controlar la inflación con los instrumentos de política fiscal y monetaria convencionales. Y es que, para ellos, la inflación no es necesariamente consecuencia de un “exceso de demanda”, sino el resultado de un conflicto más fundamental en cuanto a la distribución de la renta y la producción disponible. Los instrumentos convencionales de política económica no hacen sino reducir el nivel de actividad económica, recortando de este modo la renta y la producción distribuibles y elevando el conflicto social subyacente al proceso inflacionario. No moderan, salvo muy imperfectamente, las exigencias de renta frente a la producción disponible, de modo que el crecimiento a lo largo del tiempo de la renta nominal se iguale con el crecimiento de la renta real y no sea necesario recurrir a elevaciones de precios para equilibrarlos. Es por esta razón porque los economistas postkeynesianos han dejado generalmente de preguntarse por la necesidad de una política de rentas, para ocuparse directamente de cómo podría diseñarse una política de este tipo para que funcione efectiva y equitativamente.

 

[1] Así pueden encontrarse escritos –autodeclarados- postkeynesianos en compilaciones realizadas bajo perspectivas institucionales y estructurales. Escritos que además de compartir las páginas del texto, también comparten una serie de supuestos propios de estas corrientes.

[2] No debe olvidarse que Sraffa formaba parte del grupo de Cambrigde que colaboraba estrechamente con J.M. Keynes. A modo de ejemplo, puede mencionarse el caso de Luigi L. Pasinetti.

[3] Aunque en este caso, sería más acertado decir que ambas tradiciones - postkeynesianos y teoría de la regulación- comparten algunas ideas.

[4] Esta exigencia de consistencia lógica nos recuerda la Controversia del Capital mantenida entre autores postkeynesianos y neoclásicos y que, en última instancia, era un problema de inconsistencia lingüística.

[5] Cabe decir a este respecto que los precios relativos y la alteración de los mismos no es una preocupación importante en el análisis postkeynesiano.

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