LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

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Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía

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Université Jean Moulin - Lyon 3

 

CAPÍTULO 7.- LA ESTATICA Y EL EQUILIBRIO: La Economía marginalista

 

Introducción

La inmensa mayoría de la literatura especializada, pese a utilizar la expresión «revolución marginalista», niega que el marginalismo fuese efectivamente revolucionario, en el sentido de un cambio súbito y rápido. Más bien parece tratarse de un movimiento lento, de una larga transición que tendría sus inicios en las dos primeras décadas del siglo XIX, pero se evidenciaría a principios del siglo XX.

El que se retrasara tanto tiempo la aceptación del análisis marginal refleja tanto la inercia y la resistencia al empleo de las matemáticas, como una doble falta de comunicación: la poca atención prestada a las aportaciones de los que trabajaban fuera de una incipiente comunidad científica que estaba en vías de alcanzar una consideración profesional y la insuficiente información existente dentro de esta comunidad y de una rama nacional a otra (Spiegel, s.d.).

A la vuelta del siglo, esta revolución había hecho su camino, tanto la estructura conceptual de la Economía como su método diferían enormemente de la Economía política de los clásicos. Los cambios en los objetivos y problemas de la investigación forzaron, al tiempo que estuvieron propiciados por cambios en los conceptos y categorías analíticas. Se abandonó la teoría del valor-trabajo y, con la ayuda de un nuevo principio unificador, se consiguió la integración de las teorías del consumidor y de la empresa y, también, la integración de las teorías del valor y de la distribución, que en el pensamiento clásico habían sido relacionadas sólo en forma muy tenue. El principio unificador, del que se podía disponer ahora, era el principio marginalista. Este principio resultaba útil también si se aplicaba a la teoría de los precios y a la teoría de los mercados, y señalaba el camino hacia el establecimiento de posiciones óptimas teóricas, o equilibrios, en las que productores y consumidores pudieran maximizar magnitudes tales como la satisfacción o los ingresos netos. Se dio menor preponderancia al crecimiento económico. En su lugar, el intento de fijar las posiciones de equilibrio se hizo suponiendo unas cantidades totales de recursos determinadas. La Economía política se convirtió en la ciencia que trataba de la colocación de una determinada cantidad de recursos totales, con lo que dejó de prestarse demasiada atención a la cuestión de cómo determinar dicha cantidad y de cómo incrementarla (Spiegel, s.d.).

A partir de 1870, los economistas empezaron a proponer, de manera típica, una oferta dada de factores productivos, determinada independientemente por elementos ajenos al alcance de su análisis. La esencia del problema económico consistía en intentar descubrir las condiciones que hacían posible distribuir unos servicios productivos dados entre usos competitivos con resultados óptimos, en el sentido de maximizar las satisfacciones de los agentes económicos. Esto hizo que no se tomaran en consideración los efectos de los aumentos, en cantidad y calidad, de los recursos y de la expansión dinámica de las necesidades, efectos que los economistas políticos clásicos habían considerado como el sine qua non del bienestar económico creciente. Por primera vez, la Economía se convirtió realmente en la ciencia que estudia las relaciones entre fines dados y medios escasos dados que poseen usos alternativos. Concepción que alcanzaría su máxima expresión años más tarde con la obra de Lionel Robbins (1932). Pero, a partir de aquel momento, al decir de Blaug (1968), la teoría clásica del desarrollo económico fue sustituida por el concepto de equilibrio general dentro de un marco esencialmente estático.

La importancia de la teoría de la utilidad marginal consistió en proporcionar el arquetipo del problema de la distribución con una efectividad máxima. Poco después, el mismo enfoque se extendió de la unidad de consumo a la empresa, de la teoría del consumo a la teoría de la producción. La teoría de la utilidad marginal proporcionó gran parte de la excitación descubridora en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XIX. Pero lo que realmente señaló la línea divisoria entre la teoría clásica y la economía moderna fue la introducción conceptual del análisis marginal (Blaug, 1968).

El principio en discusión es el de igualación de valores marginales: al dividir una cantidad fija de cualquier cosa entre un cierto número de usos competitivos, la distribución «eficiente» requiere que cada cantidad del dividendo sea repartida de tal manera que la ganancia obtenida al destinarla a un uso sea igual a la pérdida causada por el hecho de retirarla de otro. Tanto si nos referimos a la asignación de una renta dada entre un número determinado de bienes de consumo, como a la de una cantidad fija de dinero entre cierto número de factores productivos, o a la de un período de tiempo entre el trabajo y el descanso, el principio siempre es el mismo. Además, en cada caso, el problema de la asignación posee una solución máxima tan solo si el proceso de trasladar una unidad del dividendo a un único uso, entre todos los posibles, se halla sujeto a resultados decrecientes.

En la teoría de la economía doméstica se obtiene una situación óptima cuando el consumidor ha distribuido su renta dada de tal manera que las utilidades marginales de cada unidad monetaria de compra sean iguales; la ley de la utilidad marginal decreciente asegura la existencia de dicho óptimo. En la teoría de la empresa se obtiene un resultado óptimo cuando se igualan los productos físicos marginales de cada unidad monetaria gastada en la compra de factores; la ley de la productividad marginal decreciente desempeña, en este caso, el mismo papel que el de la utilidad marginal decreciente en la teoría de la demanda. Ambos ejemplos no son más que aplicaciones particulares del principio equimarginal. Toda la economía neoclásica no es más que la formulación de este principio en nuevos contextos, junto con la demostración cada vez más amplia, de que, en presencia de condiciones definidas, la competencia perfecta produce, realmente, una distribución equimarginal de gastos y recursos (Blaug, 1968).

Los economistas teóricos dirigen su atención al análisis del comportamiento económico, enfocándolo sobre el de las unidades que toman decisiones y sobre la forma en que las elecciones de los agentes económicos se convertían en un proceso ordenado. Con esta concentración sobre el comportamiento de las pequeñas unidades del sistema, la microeconomía pasó al centro de la escena (Barber, 1967).

En la nueva Economía, la teoría de la distribución fue relegada a un simple aspecto de la teoría general del valor. Se recompensa a los factores porque son escasos en relación con los deseos de los consumidores de los bienes que aquellos pueden producir. El proceso de producción y distribución sólo tiene importancia en cuanto modifica la posibilidad de elección de los consumidores. La demanda de factores es una demanda derivada; dada la oferta de factores y dados sus coeficientes técnicos de transformación, los precios de los servicios productivos y de los bienes de consumo vienen determinados por los deseos de los consumidores. Por lo tanto, no parece que haya lugar para un análisis especial de valor de cada uno de los factores de la producción. Precisamente las mayores críticas de los escritores de este período contra los autores clásicos se basan en que éstos elaboraron una teoría especial de la distribución.

Los economistas clásicos escribieron frecuentemente como si la distribución precediera, en un sentido causativo, a la valoración de los productos. Por el contrario, los primeros marginalistas, en especial los miembros de la Escuela Austriaca, afirmaron que el orden causal era el inverso, de tal manera que la renta de los factores productivos sería el resultante de los precios en el mercado de los productos.

La teoría económica marginalista consiguió, en opinión de Blaug (1986), mayor generalidad y economía de razonamiento al explicar, sobre la base de un solo principio, tanto los precios de los factores como los del producto. Abarcó tanto los bienes reproducibles como los no reproducibles, tanto los costes constantes como los costes variables. Pero, en ocasiones, se tornó más restrictiva que la economía clásica.

“... por ejemplo, consideró la oferta de trabajo como un dato. Además, su jactancia de una mayor economía de medios teóricos fue reduciéndose poco a poco en las décadas subsiguientes. La contribución de Böhm-Bawerk a la teoría del interés puede reducirse a la proposición de que el mercado de capital presenta problemas únicos, a causa de la omnipresencia del factor descuento temporal. Marshall observó y estudió las «particularidades del trabajo». En cada caso se aducen elementos especiales, ausentes en la mayoría de los mercados de productos, para explicar las características de los mercados de trabajo y de capital. Estas dificultades desaparecen en su mayor parte cuando la oferta de recursos es un dato al empezar el análisis. Pero, tan pronto, como abandonamos el reino del análisis a corto plazo y nos adentramos en las cuestiones clásicas de la acumulación de capital y crecimiento de la población, la pretensión de que la teoría de la distribución no es sino un aspecto particular de la teoría del valor parece tener solo significación formal.” (Blaug, 1968).

Un último aspecto a destacar de la economía marginalista, que tendrá gran incidencia en el futuro proceder de la profesión, fue el uso de las matemáticas. Aunque no todos los autores marginalistas de esta época hiciesen uso de las mismas, su modus operandi se prestaba fácilmente a su uso en el análisis económico.

 

La vertiente anglosajona del marginalismo: William Stanley Jevons

Nacido un año después de la muerte de Malthus, y sólo siete años mayor que Marshall, William Stanley Jevons no recibió, a diferencia de muchos de sus antecesores y contemporáneos, una formación en ciencias morales, sino en matemáticas, biología, química y metalurgia. Esta formación, con toda seguridad, influyó en su modo de proceder en Economía: el desarrollo de conceptos estadísticos, su amplia aplicación en el análisis económico, el uso de gráficas, y la aplicación de las matemáticas al estudio de la economía.

En 1871 se publicaron los Grundsätze de Menger y la Theory de Jevons, y tres años más tarde los Élements de Walras. Pero durante quince años a partir de aquella fecha nadie se dio cuenta de la similitud de los tres libros. Jevons murió en 1882 sin saber que Menger había publicado una obra acerca de la teoría de la utilidad, la cual se parecía prodigiosamente a la suya. Por otra parte, el libro de Jevons sigue estrechamente tanto el orden como la sustancia de su breve Notice of a General Mathematical Theory of Political Economy enviado, en 1862, a la sección F de la British Association for the Advancement of Science. El ensayo pasó inadvertido y no fue publicado. Cuatro años más tarde aparecía en el Statistical Journal, donde ocupaba una extensión de casi cinco páginas.

En la Notice se encuentra el núcleo de todas las ideas posteriores. Un cálculo hedonístico permite poner en los dos platillos de la balanza la utilidad del consumo y la desutilidad del trabajo. El precio de la mercancía no viene determinado por su utilidad global, sino por la comparación entre la utilidad marginal de su consumo o, como aquí se expresa, «el coeficiente de utilidad [que] es la relación entre el último incremento u oferta infinitamente pequeña del objeto y el incremento de placer que produce», la desutilidad marginal de su producción, «el trabajo [siendo] realizado, en intensidad y en duración, hasta que un ulterior incremento hará más fatigoso que placentero el incremento de producto así obtenido. La cantidad es valorada por la suma de utilidad cuyo disfrute es diferido. Como hay que suponer que en el trabajo concurra la ayuda de algún capital, el tipo de interés está siempre determinado por la relación en la que un nuevo incremento está con el incremento de capital con el que ha sido producido». Una frase final indica la amplitud de su distanciamiento de la escuela clásica: «El interés del capital no tiene relación con la ganancia absoluta del trabajo, sino con el aumento de ganancia que permite el último incremento de capital.

La Theory desarrolla la promesa hecha en la Notice: «reducir el problema central de esta ciencia en forma matemática», introduciendo diagramas y enunciando la tesis en forma matemática con un uso frecuente de los símbolos del cálculo diferencial. Para Keynes (1972), el libro es el primer tratado que presenta en una forma acabada la teoría del valor basada en evaluaciones subjetivas, el principio de la utilidad marginal y la técnica actual de uso corriente del álgebra y de los diagramas.

Para mostrar las diferencia entre el análisis de Jevons y el de sus predecesores, baste tomar la siguiente cita de la Teoría de la Economía política:

El hecho es que el trabajo una vez consumido no influye sobre el valor futuro de ningún artículo: desaparece y se pierde para siempre. En el comercio, el pasado es siempre pasado, y cada vez partimos de cero, estimando los valores de las cosas a la luz de su utilidad futura. La industria es esencialmente prospectiva, nunca retrospectiva, y es raro que el resultado de una empresa coincida exactamente con las primeras intenciones de sus promotores.

Pero, si bien el trabajo no es la causa determinante del valor, es, en gran número de casos, la circunstancia determinante, en el modo siguiente: El valor depende únicamente del grado final de utilidad. ¿Cómo podemos modificar este grado de utilidad? Teniendo mayor o menor cantidad de mercancías para consumir. ¿Y cómo obtener una cantidad mayor o menor de ellas? Consumiendo más o menos trabajo al hacer provisión de ellas. Según esta concepción, entre trabajo y valor existen dos estadios. El trabajo influye en la oferta, la oferta influye en el grado de utilidad que regula el valor, o la relación de intercambio. Para que no haya posibilidad de error sobre esta serie importantísima de relaciones, la repetiré en forma tabular, como sigue:

El coste de producción determina la oferta;

La oferta determina el grado final de utilidad;

El grado final de utilidad determina el valor.

 

La escuela austriaca: Carl Menger

A propósito de Carl Menger, Friedrich A. Hayek (1935) decía: “La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores olvidados, cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron redescubiertos cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por otros. Es también rica en notables coincidencias de descubrimientos simultáneos y de singulares peripecias de algunos libros. Pero difícilmente se encontrará en esta historia, ni en la de ninguna otra rama del saber, el ejemplo de un autor que haya revolucionado los fundamentos de una ciencia ya bien establecida y haya conseguido por ello general reconocimiento y que, a pesar de todo, haya sido tan desconocido como Carl Menger. Apenas si existen casos paralelos al de los Principios, que tras haber ejercido un influjo firme y permanente hayan tenido, debido a causas totalmente accidentales, tan limitada difusión.” Por su parte, Joseph A. Schumpeter (1954) nos dirá que “Menger ... pertenece al género de aquellos que han sido capaces de demoler la estructura preexistente de una ciencia para asentarla sobre fundamentos totalmente nuevos.”

El hecho de que William Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras descubrieran casi al mismo tiempo y cada uno por su lado el principio de la utilidad marginal es tan conocido que no es necesario insistir en ello. No obstante, el codescubridor austriaco del denominado principio marginal y de la teoría subjetiva del valor, muestra claras diferencias con el economista británico. “A diferencia de Jevons, Menger desarrolló su argumento más en función de unas necesidades subjetivamente sentidas, que en función del placer.” (Spiegel, s.d.).

La discusión por Menger del valor y de la naturaleza de los bienes ocupa aproximadamente la mitad del contenido de sus Principios de economía política. El resto está dedicado a la exposición de las teorías de los precios y del dinero. “Su teoría de los precios resultó, sin embargo, fragmentaria, ya que, ..., no incorporó a su análisis ni los costos, ni la oferta, y lo desarrolló además en condiciones de trueque, en vez de servirse de la ayuda de las funciones o curvas de demanda.” (Spiegel, s.d.; Hayek, 1935).

Finalmente, debe destacarse que Menger prefería interpretar las relaciones económicas como causales y, de acuerdo con este criterio, definiría a los bienes como cosas útiles que pueden entrar a formar parte de relaciones causa-efectos, con respecto a la satisfacción de las necesidades humanas. En opinión de Spiegel, la moderna economía no ha adherido a esta idea de Menger y ha preferido una interpretación en forma de relaciones de interdependencia mutua.

En 1871, Carl MENGER llamaba utilidades o cosas útiles a aquéllas que tienen la virtud de poder entrar en relación causal con la satisfacción de las necesidades humanas. En aquellas cosas en que el hombre reconozca esta conexión causal y tenga, al mismo tiempo, el poder de emplearlas en la satisfacción de sus necesidades, las llamó MENGER bienes. Así pues, en su opinión, una cosa alcanza la cualidad de bien si en ella confluyen las cuatro condiciones siguientes, a saber: a) existencia de una necesidad humana; b) que la cosa tenga cualidades que la capaciten para mantener una relación o conexión causal con la satisfacción de dicha necesidad; c) un conocimiento por parte del hombre de esta relación causal; d) un poder de disposición sobre la cosa, de tal modo que pueda ser utilizada de hecho para la satisfacción de la mencionada necesidad. En definitiva, cuando no confluyen todas y cada una de estas cuatro condiciones una cosa no alcanza o pierde su cualidad de bien (Menger, 1871).

Sin embargo, esta relación de las cosas con los hombres no es, ni debe ser, necesariamente una relación inmediata. Puede ser también una relación mediata. De ahí que Menger nos hable de bienes de primer orden, bienes de segundo orden, de tercer orden, ... y bienes de órdenes superiores. “Este orden indica tan sólo que un bien -contemplado desde la perspectiva de una determinada utilización del mismo- tiene una relación causal unas veces cercana y otras más distante respecto de la satisfacción de una necesidad humana, y que no se trata, por tanto, de una propiedad inserta en el bien.” “Lo primordial, a nuestro entender [nos dirá Menger], es la comprensión de la conexión causal entre los bienes y la satisfacción de las necesidades humanas y de la relación causal más o menos directa de los primeros respecto de las segundas.” (Menger, 1871).

 

La escuela de Lausana: Léon Walras

A pesar de la similitud de los resultados obtenidos por los tres autores, en opinión de Henri Denis, la obra de Walras se impone, pues si bien no ha aportado nada auténticamente nuevo en el terreno de la explicación de los fenómenos económicos, ha propuesto, por el contrario, una formalización del problema económico que tiene una gran importancia. Así, la economía política pura de Walras consiste en la construcción de un modelo matemático que permite definir, en forma precisa, la situación en la que tiende a establecerse una economía basada en el intercambio libre de los productos, en la venta libre de la fuerza de trabajo, en la libre circulación de los capitales y en el arrendamiento libre de la tierra. El conjunto de su Economía teórica se apoya en dos supuestos: por una parte, toda unidad económica tiende a maximizar su utilidad; y, por otra, que la demanda de cada bien debe igualar su oferta. Walras y Jevons comparten la insistencia en el uso del lenguaje matemático-económico.

A Walras, Cournot le sirvió de punto de partida. Descubrió que la curva de demanda de éste, que representa en función del precio las cantidades demandadas, sólo es aplicable estrictamente al intercambio de dos bienes, pero que en el caso de más de dos ofrece únicamente una aproximación. Por su parte, al principio se limitó al primer caso y se ocupó de deducir con toda exactitud la curva de oferta de uno de los bienes a partir de la curva de demanda del otro; al llegar aquí, dedujo los precios de equilibrio de cada uno de ellos a partir del punto de intersección de sus dos curvas. Partiendo de éstas, que se refieren a las cantidades totales de los bienes considerados en el mercado en cuestión, determinó la demanda individual y las curvas de utilidad para las cantidades correspondientes a cada unidad económica particular, llegando así al concepto de utilidad marginal, pilar fundamental de su sistema.

De este planteamiento inicial se siguen ulteriores problemas en una cadena ininterrumpida de razonamientos. En primer lugar, el problema del intercambio de más de dos bienes, que presenta para su formulación científica más dificultades de las que se puede imaginar. A continuación, Walras se plantea el problema de la producción, yuxtaponiendo al mercado de bienes de consumo en cantidades determinadas, que hasta aquí había sido considerado aisladamente, un mercado de factores de producción construido de manera análoga. Ambos mercados se conectan, por una parte, a través del entrepreneur ne faisant ni bénéfice ni perte y, por otra, mediante el hecho de que el total de los ingresos obtenidos con las ventas de los bienes de producción, en condiciones de competencia perfecta y de equilibrio, deben igualar al total de los ingresos procedentes de las ventas de bienes de consumo. Si se tiene en cuenta, por un lado, que cada persona implicada en el cambio debe maximizar su utilidad y, por otro, que los llamados coeficientes de producción varían de manera definida, entonces la teoría de la interacción entre el costo y la utilidad, y con ella el principio fundamental del curso unitario del proceso económico recibe así una solución sencilla y brillante.

La importancia de Walras radica en que fue el primero en intentar construir, mediante un sistema de ecuaciones, un modelo completo del equilibrio general de los precios y de los cambios. Este equilibrio se define como una situación tal en la que ni los consumidores ni los productores tengan interés en modificar las cantidades de bienes y servicios que demandan o que ofrecen en los diversos mercados, lo cual permite considerar esta situación como una situación normal, que únicamente podrá ser modificada por la intervención de causas exteriores al sistema de cambios.

En la construcción del modelo, Walras utiliza la ley de igualación de las utilidades marginales ponderadas de los bienes con los precios de los productos. Para expresar matemáticamente los factores de los que depende la oferta de bienes, utilizó la teoría de los servicios productivos de Jean-Baptiste Say. Considerar las cantidades de servicios ofrecidos en la situación de equilibrio como funciones de los precios de los bienes y servicios, basándose en una ley igual a la precedente (la venta de una unidad de un servicio comporta para su poseedor una privación de utilidad).

La oferta de servicios es una función del precio de éstos. Walras supone que las cantidades de servicios productivos necesarios para la fabricación de una unidad de cada bien son magnitudes determinadas a las que denomina coeficientes de fabricación. De esta forma puede decir que existe una relación precisa entre los precios de equilibrio de los diversos bienes y las cantidades demandadas de los diferentes servicios.

En la primera edición de su obra, Walras admitía que los coeficientes de fabricación son magnitudes constantes, independientes de los precios de los servicios productivos. Más tarde completó su modelo introduciendo la idea de la variabilidad de los coeficientes de fabricación. Éstos, dice, son unas determinadas funciones de los precios de los factores de producción, puesto que cada empresa emplea una cantidad tal de cada servicio, de forma que su productividad marginal sea igual a su precio. Esto es, la ley por la cual las productividades marginales de los factores de producción deben ser siempre iguales a sus precios. De este modo se determina las cantidades de los distintos servicios empleados en las diferentes empresas, es decir, los coeficientes de fabricación.

 

Alfred Marshall

Para Keynes, Marshall fue el primer gran economista de «pura sangre» que existió, el primero que consagró su vida a la construcción de la Economía como ciencia en sí, asentada en fundamentos propios, y con el mismo alto nivel de precisión científica de la física o la biología. Pero, más aún, resultó imposible que, después de él, la Economía volviera a convertirse en una de tantas materias del bagaje del estudioso de filosofía moral, en una de tantas ciencias morales. Marshall no quedó satisfecho hasta que alcanzó una victoria completa en 1903 con la creación de una facultad y un tripo separado para la Economía y las materias afines de ciencia política. Y, ello a pesar de que llegó inicialmente a la Economía a través de la Ética, como él mismo reconoció en un esbozo retrospectivo de su historia intelectual que tomamos de Keynes (1972):

“De la metafísica pasé a la ética y vi que no era fácil la justificación de las condiciones existentes de la sociedad. Un amigo, gran lector de obras de lo que entonces se llamaban ciencias morales, repetía una y otra vez: «¡Ah!, si supieras algo de Economía política, no hablarías así!». De modo que leí la Economía política de Mill y quedé entusiasmado. Tenía dudas sobre la justificación intrínseca de la desigualdad, no tanto de las comodidades materiales, cuanto de la oportunidad. Luego, durante las vacaciones, visité los barrios más pobres de diversas ciudades y recorrí una calle tras otra mirando los rostros de los más humildes. Inmediatamente después decidí abordar con todas mis energías el estudio de la Economía política”

 

Los Principios

Para Blaug (1968), la importancia de la aportación de Marshall se ve condicionada por el punto de vista. Juzgada con las estrictas exigencias de la teoría económica actual, es una obra que deja bastante que desear. Marshall, en su esperanza de que le leyeran los hombres de negocios, escondió en notas y apéndices los aspectos más destacables de sus Principios de Economía, utilizó una lenguaje que impedía resaltar los aspectos novedosos de los trillados.

Los Principios constituyen un estudio de la teoría estática microeconómica, pero recuerda continuamente al lector que ésta no puede captar las cuestiones vitales de la política económica. Para Marshall era necesaria una «biología económica»: el estudio del sistema económico como un organismo que evoluciona en el tiempo histórico. Por esta razón, esta obra está llena de comparaciones entre el mundo económico, el mundo físico y el mundo biológico. Sirva como ejemplo la siguiente cita extraída de sus Principios:

“existe, al menos, una unidad fundamental de acción entre las leyes de la Naturaleza en el mundo físico y en el moral. Esta unidad central se manifiesta en la regla general, que tiene pocas excepciones, de que el desarrollo del organismo, ya sea social o físico, envuelve una subdivisión siempre creciente de funciones entre sus diferentes partes, por un lado, y una más íntima relación entre ellos, por otra. Cada parte se basta cada vez menos a sí misma, depende cada vez más de las restantes partes, de modo que cualquier desorden que se produzca en una de las partes de un organismo altamente desarrollado afectará también a todas las demás.”

Sin embargo, siguiendo a Blaug, debe juzgarse también su aportación no sólo por la resolución de viejos problemas sino también por el estímulo que proporciona a los estudiosos posteriores. En este sentido, los Principios de Marshall es uno de los libros mejores y más duraderos en la historia de la Economía.

La contribución de los Principios puede presentarse esquemáticamente en cinco puntos. En primer lugar, cierra una vieja polémica relativa a la determinación del precio y el papel que en ésta jugaban la demanda y el coste de producción. Después del análisis de Marshall, para la mayoría de la profesión, no hubo nada más que decir al respecto. Con conceptos gemelos de oferta y de demanda, Marshall disponía de los necesarios elementos para explicar la formación del precio. En el punto de intersección de ambas curvas quedaba determinado el precio de equilibrio. Marshall comparó estas dos curvas a las hojas de unas tijeras y observó que sería igual de razonable discutir sobre si es la hoja de arriba o la de abajo la que corta un papel, como si es la utilidad o el coste de producción quien determina el valor.

De este modo, en apariencia tan simple, barrió de golpe una buena parte de los conceptos de la Economía política clásica. Ahora, la esencia de un sistema económico no consistía en la producción de bienes sino en la satisfacción. Se tornó innecesaria la búsqueda de una medida invariante de valor y, por ello, desapareció una de las problemáticas terminológicas mayores de la Economía política clásica. La medida del valor era la que el público manifestaba en sus actos de compra. También sirvió para cerrar otros debates en torno a conceptos que no hemos aludido, como los bienes materiales e inmateriales, el trabajo productivo y el improductivo, dejaron de ser tema de discusión.

 

Marginalidad y sustitución

Frente a esta pérdida de conceptos, surgieron o se consolidaron otros. La idea general que subyace de que el valor se determina en el punto de equilibrio entre demanda y oferta se va extendiendo hasta descubrir todo un sistema copernicano, gracias al cual todos los elementos del universo económico se mantienen en su lugar mediante contrapesos e interacciones mutuas. La teoría del equilibrio económico se consolidó y se convirtió en un instrumento de pensamiento eficaz gracias a dos poderosos conceptos subsidiarios: la de la marginalidad y la de la sustitución.

El concepto de marginalidad se extendió más allá del original campo de la utilidad para describir el punto de equilibrio en condiciones dadas de todo factor económico que pueda ser susceptible de pequeñas variaciones respecto a un valor dado, o en su relación funcional a un valor dado. La noción de sustitución se introdujo para describir el proceso mediante el cual se restablece o alcanza el equilibrio. La idea de sustitución marginal no era aplicable únicamente a las alternativas de consumo, también existían dichas alternativas entre los factores de producción. Este modo de proceder obtuvo resultados extraordinariamente fecundos.

Pero algo más puede añadirse:

“...podemos recordar la doble relación que los diversos agentes de producción guardan entre sí. Por una, son a menudo rivales: cualquiera que sea más eficiente que otro, en proporción a su coste, tiende a sustituirle, y de ese modo, limita el precio de demanda del mismo. Y, por otra parte, cada uno de ellos constituye el campo de empleo para los demás; no existe campo de empleo para uno de ellos que no sea proporcionado por los demás; el dividendo nacional, que es el producto conjunto de todos y que aumenta con la oferta de cada uno de ellos, es también la única fuente de demanda para cada uno de los mismos.”

Y,

“ [la] dependencia de los salarios de cada grupo de trabajadores, del número y de la eficiencia de los demás, constituye un caso especial de la regla general que establece que el medio ambiente (o coyuntura) desempeña un papel coordinado, al menos, con la energía y capacidad del hombre en la regulación del producto neto, al cual sus salarios se aproximan bajo la influencia de la competencia.

“El producto neto al cual se aproximan los salarios normales de cualquier grupo de trabajadores debe calcularse suponiendo que la producción se ha llevado hasta el límite, en que lo producido puede venderse precisamente con un beneficio normal, pero no más, y debe calcularse con relación a un trabajador de eficiencia normal, cuya producción adicional proporcione a un patrono de capacidad, fortuna y recursos normales, un beneficio normal, pero no más.” (Marshall, 1920).

 

Sustituibilidad, producción y tiempo lógico

La sustituibilidad conecta con la teoría de la producción marshalliana. Ésta recogía dos cuestiones: el modo en que cada productor combinaría los factores productivos; y, el ajuste que el empresario llevaría a cabo si se alteraran las condiciones del mercado. La primera no generaba ningún problema analítico–conceptual grave: desde un punto de vista técnico, cualquier volumen de producción podría obtenerse con varias combinaciones de factores productivos. Un proceder racional llevaría a elegir la combinación que minimizase los costes. La segunda cuestión es más complicada técnicamente. En ella tiene su encaje el concepto de sustituibilidad, el uso de las condiciones coeteris paribus, y la introducción del tiempo marshalliano.

“Empezamos por recordar la acción del principio de sustitución. En el mundo moderno, casi todos los medios de producción pasan por las manos de los patronos y otros hombres de negocios, quienes se especializan en la organización de las fuerzas económicas de la población. Cada uno de ellos escoge en cada caso aquellos factores de producción que le parecen más adecuados para su objeto, y la suma de los precios que paga por aquellos factores que utiliza es, por regla general, menor que la que tendría que pagar por otra serie de factores que pudiera haber empleado en lugar de aquellos, puesto que siempre que le parezca que éste no es el caso se pondrá en actividad por regla general, para adoptar la combinación o procesos menos costosos.

“Este hecho está de acuerdo con lo dicho corrientemente en la vida cotidiana, de que «las cosas tienden a ponerse en su propio nivel», de que «la mayoría de los hombres cobran poco más o menos lo que ganan», de que si un hombre puede ganar dos veces más que otros, esto demuestra que su trabajo vale más del doble», y de que «la maquinaria desalojará al trabajo manual siempre que pueda hacer el trabajo más económicamente». El principio no actúa, verdaderamente, sin dificultad; puede ser restringido por la costumbre o por la ley, por la norma profesional o por los reglamentos de las asociaciones obreras; puede ser debilitado por la falta de empresa o puede ser suavizado por la generosa resistencia que oponen a la separación de sus antiguos asociados, pero no deja nunca de actuar, y tiene su puesto en todos los ajustes económicos del mundo entero.

...

“..., si existen dos métodos para obtener el mismo resultado, uno con el empleo de mano de obra especializada, y el otro sin ella, será adoptado aquel que sea más eficiente en proporción a su coste. Habrá un límite o margen en el cual uno u otro será aplicado indistintamente, y en él la eficiencia de cada uno de ellos será proporcional al precio pagado por el mismo, teniendo en cuenta las circunstancias especiales de las diferentes regiones y de las distintas fabricas; en otros términos, los salarios de la mano de obra especializada y los de la no especializada estarán en la misma relación que sus eficiencias en el margen de indiferencia.

“Asimismo existirá entre la fuerza manual y la mecánica una rivalidad semejante a la que se produce entre dos clases diferentes de fuerza manual o de fuerza mecánica. ... En el margen de indiferencia los precios de ambas fuerzas deben ser proporcionales a su eficiencia, y, de ese modo, la influencia del principio de sustitución tenderá a establecer una relación directa entre los salarios del trabajo y el precio que ha de pagarse por cada caballo de vapor.” (Marshall, 1920).

Las distintas nociones de tiempo tenían como objetivo trazar una línea continua que recorriera y conectara las aplicaciones de la teoría del equilibrio de la demanda y de la oferta con los diversos períodos de tiempo. El primer período de tiempo establecido por Marshall era excesivamente corto para que el productor pudiese hacer un cambio en su producción como respuesta a un cambio en los precios. En el segundo tipo, permitía un cierto ajuste en la producción, modificando la intensidad con que se utilizaba la planta. Pero, para expandir la capacidad productiva, se requería del largo plazo.

La naturaleza de esta clasificación del tiempo económico carece de toda semejanza con la de los economistas clásicos. Éstos estaban interesados en el cambio histórico. El tiempo en Marshall es tiempo lógico, ajeno al calendario: el largo plazo es el espacio de tiempo suficiente para llevar a cabo el reajuste en la escala de la planta necesario para producir un nuevo equilibrio de mercado, tras la perturbación del anterior equilibrio.

El corto plazo dura demasiado poco para que pueda permitir variaciones en la capacidad, pero en cambio, es lo suficientemente largo para permitir variaciones en el grado de utilización de la capacidad. Es en el corto plazo donde el problema del tiempo es más dificultoso. En el equilibrio a largo plazo los ajustes son completos y, por lo tanto, independientes de períodos particulares de tiempo. Sin embargo, en el corto plazo, los problemas dinámicos que caracterizan a los ajustes temporales constituyen el centro del problema. Por una parte, es difícil establecer los límites de cada tipo de tiempo, pues es probable que la expansión de la capacidad y las variaciones en el grado de utilización de la capacidad existente se efectúen simultáneamente. Por otra, los ajustes en el corto plazo difieren según que la variación del precio esperada sea temporal o permanente, las expectativas afectan el proceso de ajuste. También, existe una asimetría en las respuestas de los productores respecto a aumentos o disminuciones de precios.

 

Economías internas y externas, empresa y elasticidad

Otros conceptos introducidos por Marshall son los de economía interna y economía externa. Los cuales serán sumamente fructíferos en campos como la Economía del bienestar, la Economía regional y urbana y la Economía industrial.

“Podemos dividir las economías que proceden de un aumento en la escala de la producción de cualquier clase de bienes en dos clases, a saber: primera, aquellas que dependen del desarrollo general de la industria, y, segunda, las que dependen de los recursos de las empresas a ella dedicadas, de la organización de éstas y de la eficiencia de su dirección. Podemos llamar a las primeras economías externas; y a las segundas, economías internas. ... aquellas economías externas ... pueden a menudo lograrse mediante la concentración de muchos pequeños negocios de carácter semejante en localidades particulares, o sea, como generalmente se dice, por la localización de la industria.” (Marshall, 1920).

Estos conceptos, particularmente las economías internas (de escala), tienen  consecuencias no sólo sobre la estructura industrial de la economía, sino también sobre la estructura del razonamiento económico marginalista. La presencia de economías internas de escala hace incompatible que las empresas operen en régimen de competencia perfecta. Esta conclusión de que las industrias con costes decrecientes no pueden existir en condiciones de competencia perfecta se basa en la suposición de que las curvas de oferta de las empresas individuales son independientes entre sí.

En este extremo entran en juego las economías externas. Marshall observó antes que nadie que el equilibrio competitivo puede ser compatible con las curvas de oferta descendentes si las economías externas conducen a la interdependencia entre las curvas de la oferta. Las economías externas están presentes dondequiera que un aumento del producto de toda una industria hará aumentar la cantidad que cada empresa individual está dispuesta a ofrecer a cada precio, esto es, si aquél desplaza hacia la derecha la curva de oferta a corto plazo de la empresa (Blaug, 1968).

Otro aspecto novedoso introducido por Marshall, estrechamente conectado con el anterior, se refiere a la empresa. En particular, es posible observar en sus escritos tres sentidos de la firma: uno estrechamente ligado a la figura del empresario, otro referido a la gran empresa, y finalmente, un tercero referido a la noción de empresa representativa (Maricic, 1991).

Asimismo, la teoría de la empresa marshalliana tiene dos interpretaciones posibles. Una primera en términos de equilibrio microeconómico y, una segunda que hace del productor marshalliano un actor situado geográfica, histórica y culturalmente. Parte de esta segunda interpretación, junto con otras referidas a distintas partes de los Principios, se han reincorporado en la literatura reciente de la Economía industrial y de la Economía regional y se engloban en el concepto de distrito industrial marshalliano (Becattini, 1979 y 1989; Brusco, 1990).

Finalmente, en la provisión de términos al pensamiento económico por parte de Marshall, es de destacar la explícita introducción de la noción de elasticidad de la demanda. Para Keynes (1972), se trata de un concepto sin cuya ayuda la teoría del valor y de la distribución no podrían avanzar.

“Hemos visto que la única ley universal relacionada con el deseo de una mercancía por parte de una persona es aquella que establece que éste disminuye, en igualdad de circunstancias, con cada aumento de su provisión de dicha mercancía; pero esta disminución puede ser lenta o rápida. Si es lenta, el precio que la persona dará por la mercancía no bajará mucho como consecuencia de un aumento considerable en la provisión del mismo, y una pequeña baja de precio originará un aumento comparativamente grande en sus compras; pero, si es rápida, una pequeña baja de precio sólo causará un aumento muy pequeño en sus compras. En el primer caso, su disposición a comprar la cosa se expansiona bajo la acción de un pequeño aliciente: la elasticidad de sus necesidades, podemos decirlo así, es grande. En el segundo, el aliciente adicional que le proporciona la baja en el precio apenas es causa para que su deseo de comprar aumente: la elasticidad de su demanda es pequeña. Si una caída del precio, por ejemplo, de 16 a 15 peniques por libra de té aumentase mucho sus compras, un alza en el precio de 15 a 16 peniques las diminuiría también mucho. Es decir, que cuando la demanda es elástica ante una baja de precio, también es elástica ante un alza.

Y lo mismo que ocurre con la demanda de un persona tiene lugar con la de un mercado. Podemos, pues, decir de un modo general: la elasticidad (o correspondencia) de la demanda en un mercado es grande o pequeña según que la cantidad demandada aumente mucho o poco frente a una reducción de precios dada, o disminuya poco o mucho frente a un alza de precios dada.” (Marshall, 1920).


CAPÍTULO 8.- DINÁMICA Y DESENVOLVIMIENTO: Joseph A. Schumpeter

 

Introducción

Joseph A. Schumpeter (1883-1950) significó, en la Historia del Pensamiento Económico, la ruptura con la orientación doctrinaria predominante en su época. Aunque discípulo de Böhn-Bawerk, no perteneció, en absoluto, a la escuela austríaca. Tanto su metodología como los problemas considerados relevantes son antagónicos con los expresados por los marginalistas. Presenta, profesionalmente, un verdadero abanico de dedicaciones. Profesor universitario; dirigió un despacho de abogados en El Cairo; Ministro de Finanzas en Austria -en un gobierno socialista-; fundador de un pequeño banco, cuyo fracaso lo resolvió con el cambio de domicilio de Austria a Estados Unidos, donde fue profesor, contando entre sus estudiantes con P. Sweezy y P. Samuelson.

Schumpeter justificó “las visitas al cuarto trastero” -estudio de la Historia de la Ideas Económicas- por sus ventajas pedagógicas, las nuevas ideas que puede aportar y por la mayor comprensión que permite de los modos de proceder del espíritu. Así, una primera reflexión sobre el estudio de la evolución de las Ciencias Económicas se recoge en su obra Síntesis de la Evolución de las Ciencias Sociales y sus métodos, posteriormente ampliada en su Historia del Análisis Económico. Otras de sus obras son: Teoría del desenvolvimiento económico (1912) y Capitalismo, socialismo y democracia (1942). En la primera de éstas dos, estudia los factores desencadenantes del proceso de desarrollo capitalista. Y, en la última de las obras mencionadas, pasa revista a la tendencia del orden capitalista, que, en su opinión, no es otro que su desaparición, sobre cuyos escombros se erigirá, por razones sociológicas, que no económicas, el socialismo:

“... las realizaciones presentes y futuras del sistema capitalista son de tal naturaleza que rechazan la idea de su derrumbamiento bajo el peso de la quiebra económica, pero que el mismo éxito del capitalismo mina las instituciones sociales que lo protegen y crea, «inevitablemente», las condiciones en que no le será posible vivir y señalan claramente al socialismo como su heredero legítimo.” (Schumpeter, 1942).

Para Schumpeter, los dos economistas más importantes del pensamiento económico fueron Marx y Walras, y ello por distintos motivos. Respecto al primero, nos dirá que supo plantearse el interrogante adecuado, aunque su respuesta no fuese la idónea y, también, por el intento de Marx de desarrollar un modelo de desenvolvimiento del capitalismo en un sentido dinámico. Su admiración por Walras se justifica en el uso que hace del estado estacionario walrasiano, como premisa inicial para exponer su propia teoría del desenvolvimiento económico.

 

Teoría del desenvolvimiento económico

Schumpeter se separa de sus predecesores al volver a colocar la temática del desarrollo en el centro del análisis económico y considerar el proceso de desarrollo como distinto de la simple adaptación de la economía a variaciones exógenas. Este cambio de temática va a comportar un cambio de categorías analíticas, un cambio de lenguaje. Schumpeter afirma que:

“... con el término desarrollo atendemos únicamente aquellos cambios de la vida económica que no son impuestos a la misma desde el exterior, sino que surgen de su propia iniciativa, desde el interior. El simple crecimiento de la economía que acompaña al crecimiento de la población y de la riqueza, no será aquí indicado como un proceso de desarrollo. Efectivamente, ello no da origen a ningún fenómeno cualitativo nuevo, sino únicamente a procesos de adaptación, como sucede en el caso de las variaciones en los datos naturales.” (Schumpeter, 1912).

Su propósito no es otro que el “estudio de la transición de un estado de desenvolvimiento a otro”. Por consiguiente, precisa partir de un estado estacionario, que para Schumpeter será el estado estacionario walrasiano. El cual vendría caracterizado como un proceso de repetición continua, tanto en el lado de la producción como en el propio del consumo (flujo circular). En este estado, la competencia habría empujado al sistema a la posición de máximo rendimiento y esta situación se repite en infinitas ocasiones. En el mundo de la empresa -producción- se producen los mismos tipos de bienes y en idéntica cantidad; por tanto, la gestión de una unidad productiva se convertiría en un puro acto de rutina.

En definitiva, en una economía en tales circunstancias, no tienen lugar ni inversiones netas ni ahorro, no cambian las técnicas productivas, ni los gustos de los consumidores; no se modifican las cantidades demandadas y ofrecidas de los distintos bienes; ni los precios; la vida económica deviene siempre del mismo modo, es un continuo flujo circular.

Merece la pena destacar que en este estado no existe desarrollo económico; pero no quiere ello decir que no se pueda dar un proceso de crecimiento. En el estado estacionario, la economía puede crecer debido a causas exógenas. Pero, “lo que vamos a considerar es aquella clase de transformaciones que surgen del propio sistema económico, que desplazan en tal forma su punto de equilibrio que no puede alcanzarse el nuevo desde el antiguo por alteraciones infinitesimales.”.

El motor capaz de hacer pasar el sistema de esta situación estacionaria a una situación de desarrollo, es representado en la figura del empresario innovador, cuya actividad típica -la innovación- tiene el efecto de destruir el equilibrio del estado estacionario del flujo circular. Con esta ruptura de las relaciones económicas existentes, aparece el desarrollo económico. La función del empresario es la de poner en marcha nuevas combinaciones de factores productivos, esto es,  innovar. Esta función distingue al empresario del simple administrador que toma únicamente las decisiones de rutina.

Para Schumpeter, una innovación consiste en la utilización productiva de un invento. En este sentido, existen cinco tipos posibles de innovaciones:

1)     introducción de nuevos bienes o de bienes de nueva calidad.

2)     introducción de un nuevo método productivo, ya existente en un sector, que no deriva de algún descubrimiento científico.

3)     apertura de un nuevo mercado.

4)     conquista de nuevas fuentes de oferta de materias primas.

5)     establecimiento de una nueva organización en una determinada industria.

Schumpeter llama “empresa a la realización de nuevas combinaciones, y empresario a los individuos encargados de dirigir dicha realización”. Estos conceptos son más amplios y más restrictivos que los usuales. Más amplios porque “denominamos empresario, no solamente a aquellos hombres de negocios «independientes» de una economía de cambio a quienes se designa así usualmente, sino a todos los que realicen de hecho la función por la cual definimos el concepto, aún si son «dependientes», o empleados de una compañía. Como lo que caracteriza al empresario es precisamente el llevar a cabo nuevas combinaciones no es necesario que tenga conexiones permanentes con una empresa individual ... Por otro lado, es un concepto más limitado que el habitual, por no incluir a todos los gerentes, consejeros o industriales que se limitan a poder explotar negocios establecidos, sino sólo aquellos que en realidad realicen esa función (Schumpeter, 1912).

Ante la realización de una innovación, el empresario ha de vencer tres dificultades:

1)     la incertidumbre.

2)     la psiquis del hombre de negocios debe hacerle capaz de superar la repugnancia de la gente por realizar algo nuevo.

3)     el empresario debe vencer la resistencia que el medio social puede manifestar ante sus innovaciones.

El acto empresarial consiste, pues, en la introducción de una innovación y conduce de este modo a la obtención de beneficios. La introducción de innovaciones supone una disminución en los costes de la empresa que la ha llevado a cabo, o bien, un incremento en el precio de los bienes producidos por la empresa. Así pues, la diferencia entre ingresos y gastos de la empresa innovadora se amplia, y es aquí, en este mayor margen, donde surgen los beneficios. Posteriormente, con el paso del tiempo, la innovación va a difundirse a toda la economía, produciéndose una disminución continua de los beneficios, hasta que llega a anularse el componente extraordinario de los mismos. El resultado final de todo este proceso es que se ha producido un aumento de la riqueza. En el caso de que la innovación no se difundiese enteramente por todo el sistema, entonces el beneficio se convertiría en una renta de monopolio.

El empresario, aunque es una figura esencial para la aparición del beneficio, no tiene por qué ser su receptor. Para conocer quién reviste efectivamente la función de empresario en una economía capitalista y, también, para reconocer a los auténticos receptores del beneficio, es necesario estudiar las fases de desarrollo del orden capitalista. Para Schumpeter éstas son:

·       Capitalismo competitivo: caracterizado por empresas no demasiado grandes respecto a la amplitud del mercado. La introducción de innovaciones se lleva a cabo generalmente con la creación de nuevas empresas.

·       Capitalismo monopolista: con empresas de grandes dimensiones, capaces de alimentar el proceso innovador por sus propios recursos, a través, no de la creación de nuevas empresas, sino de la ampliación de las ya existentes.

En el capitalismo competitivo, la figura del empresario suele recaer en el mismo propietario de la unidad productiva. Por el contrario, en el capitalismo monopolista, se rompe esta coincidencia, y el empresario puede estar representado por el director, el gestor, ..., pero nunca el propietario -accionista- realiza la función de empresario.

Respecto a la distribución del beneficio, en el capitalismo competitivo éste afluye directamente al empresario-propietario, mientras que, en el capitalismo monopolista, una vez obtenido el beneficio, el hecho de que venga más o menos percibido por el empresario es una cuestión institucional. En este caso, el beneficio pertenece a la empresa, y su distribución se convierte en un problema económico de la empresa. La indeterminación de la percepción del beneficio manifiesta que éste no puede ser considerado, en ningún momento, como una recompensa al riesgo. El riesgo es soportado por el capitalista -accionista- y no por el empresario.

 

Competencia y monopolio

La actividad innovadora tiende a constituir posiciones de cuasi-monopolio en favor de los empresarios innovadores, y éste también es un importante estímulo a la innovación. Tales posiciones, en tanto están relacionadas con la actividad innovadora, y en principio Schumpeter consideró que necesariamente tenían una naturaleza temporal y venían, con el paso del tiempo, a ser liquidadas por la actuación de la competencia. Sin embargo, con el transcurrir del desarrollo capitalista, se hacía más evidente que las posiciones de monopolio permanecían, se reforzaban y asumían un papel cada vez más relevante en las economías capitalistas. Así, en Capitalismo, socialismo y democracia, Schumpeter atenúa las tesis sostenidas en la Teoría del desenvolvimiento económico en el sentido siguiente:

“La existencia de posiciones monopolistas no excluye de hecho la competencia”. La lucha competitiva que resulta relevante es la que se explica mediante la introducción de innovaciones. Es una competencia “creada por las nuevas mercancías, por las nuevas técnicas, por las nuevas fuentes de aprovechamiento, por el nuevo sistema organizativo ... Este tipo de competencia es mucho más eficiente que el otro (que se explica mediante reducciones de precios). ... [El mismo] opera no únicamente cuanto tiene lugar de modo efectivo, sino también en tanto en cuanto es una permanente amenaza ... En muchos casos a la larga resultará un comportamiento similar al cuadro de la competencia perfecta.”

Este tipo de competencia tiende a eliminar los eventuales poderes de monopolio gozados por empresas menos eficientes. A largo plazo, se mantendrán aquellas posiciones monopolistas que sean renovadas de forma regular, a través de las innovaciones. Es un tipo de competencia tecnológica y dinámica que se plasma en el proceso de destrucción creadora. Es un proceso de destrucción por la introducción de innovaciones ya que las empresas que no se adaptan a las nuevas condiciones no van a sobrevivir; y es un proceso creador porque va a difundir sus beneficios a toda la economía.

La existencia de posiciones de monopolio cumple algunas funciones positivas; a saber: por una parte, los beneficios obtenidos por las empresas, mediante prácticas monopolísticas, pueden ser condiciones necesarias para incentivar la innovación y la posibilidad de introducir la innovación. Los monopolios no representan un obstáculo al progreso técnico, sino más bien un estímulo. Por otra parte, la rigidez en los precios, obtenida con prácticas monopolistas, puede tener efectos positivos en los períodos de depresión. Una mayor flexibilidad en los precios puede agravar las situaciones depresivas, aumentando la incertidumbre, sin favorecer una reorganización de la actividad productiva sobre bases más apropiadas a las exigencias a largo plazo, por ello no favorecer una recuperación del proceso de desarrollo económico.

 

El proceso de desarrollo cíclico

El proceso de desarrollo, cuya base se encuentra en la actividad de los empresarios innovadores, no acontece de forma uniforme, sino que tiene lugar necesariamente en forma cíclica. Efectivamente, “la alternancia de las situaciones (es decir, el ciclo económico) es la forma que el desarrollo asume en la era del capitalismo ... el movimiento del sistema económico no procede de una manera continua y sin obstáculos. Se verifican, sin embargo, movimientos contradictorios, contragolpes, sucesos de naturaleza muy diversa, que obstaculizan el camino del desarrollo.”

La razón de esto debe buscarse en el hecho de que las innovaciones no se distribuyen uniformemente en el tiempo, sino que lo hacen de modo discontinuo, a grupos o a saltos. ¿Por qué los empresarios aparecen arracimados y no en cambio de modo continuo, singularmente, en cada intervalo oportunamente elegido? Exclusivamente porque la aparición de uno o de algunos empresarios facilita la aparición de otros, y éstos la de otros todavía más numerosos de manera siempre creciente. Esto tiene lugar por diversos motivos:

a)     por la resistencia social que debe ser rota al introducir una innovación y una vez ésta se rompe, resulta más fácil introducir otras innovaciones;

b)    los empresarios son tanto más propensos a introducir innovaciones cuanto mayor es el número de aquellos que la han introducido, pues, los márgenes de incertidumbre se reducen;

c)     la introducción de innovaciones en un sector estimula el proceso innovador también en los sectores que están relacionados con él;

d)    al mismo tiempo que los primeros empresarios introducen la innovación, la demanda de bienes (sobre todo de inversión) se amplia. Es introducido en el mercado un nuevo poder de compra sobre todo a través del sistema bancario -que proporciona a las empresas innovadoras los medios necesarios para introducir las innovaciones. De esta manera se crea un clima de confianza, es decir, se originan para el conjunto del sistema condiciones de boom y, por tanto, ocasiones favorables para introducir nuevas inversiones e innovaciones.

La aparición, en un cierto momento, de un gran número de empresarios da origen al proceso de expansión, perturba de modo relevante la evolución del sistema económico. Efectivamente, mientras la aparición de empresarios de manera continuada y las perturbaciones a ella debida, podrían ser absorbidas continuamente, aquellas determinadas por la aparición de empresas en masa requieren un proceso de absorción de características especiales y distinto. Esto es la esencia de las depresiones periódicas, que pueden ser definidas como la lucha del sistema económico para alcanzar una posición de equilibrio, como adaptación a las variaciones de los datos que se verifican como consecuencia del boom. Las depresiones aparecen como una consecuencia del boom, como una fase de reflexión, de necesaria readaptación del interior del sistema a la nueva situación que la oleada de innovaciones ha determinado.

Analicemos más de cerca el desarrollo del conjunto del proceso de crecimiento y desarrollo cíclico:

Fase de auge. La aparición de los primeros empresarios innovadores tiene el efecto de aumentar la demanda de factores productivos determinando un alza en sus precios y de los de los otros productos en cuya obtención intervienen. Los empresarios, para innovar, deben sustraer factores  productivos de los canales normales en los que, en el flujo circular, éstos se encuentran utilizados, y esto es posible por la creación de nuevo poder de compra por parte del sistema bancario. En la economía se busca producir más para hacer frente al aumento de demanda, se crea un clima de confianza que hace que el sistema bancario aparezca dispuesto a ampliar la concesión de crédito; se dan condiciones favorables para la aparición de nuevos grupos siempre más numerosos de empresarios que introducen ulteriores innovaciones o imitan las ya introducidas; la euforia general viene, además, incrementada por movimientos especulativos, que en tales circunstancias tienden a verificarse. Se determina de este modo los fenómenos típicos de la fase de expansión acelerada.

Fase de recesión. Después de cierto tiempo, llegan al mercado los resultados del proceso innovativo y del boom que el mismo ha determinado. El valor de la oferta aumenta en mayor medida que el mayor poder de compra creado precedentemente; el incremento particular de cada empresa llega al mercado casi en el mismo período de tiempo, determinando así una tendencia deflacionista. Además, en el mismo periodo, los primeros empresarios innovadores y sus inmediatos imitadores están en condiciones, utilizando los beneficios realizados, de devolver las deudas contraídas con la banca al principio del proceso innovador. La caída de los precios reduce el beneficio empresarial y el estímulo para la inversión e innovación. El proceso expansivo comienza a frenarse y, finalmente, se detiene. Tienen lugar las primeras quiebras de las empresas que no han introducido las innovaciones o lo han hecho con excesivo retraso. Los bancos no están dispuestos a conceder préstamos y, además, exigen la devolución de los anteriores. El sistema cae en una situación de incertidumbre, que dificulta la formulación de previsiones y de oportunas líneas de conducta. Ésta es una fase depresiva que, en los casos más graves, con la incertidumbre degenera en pánico y puede desembocar en crisis.

Pero, según Schumpeter, los períodos de depresión no deben juzgarse como ceses en la fase de prosperidad. Durante las depresiones, de hecho, el sistema económico tiene una forma de adaptarse a la nueva posición de equilibrio, determinando así las condiciones que hacen posible una nueva fase expansiva. Desaparecen las empresas que no consiguen adaptarse a la nueva situación. Las más eficientes, mediante oportunas reestructuraciones, se adaptan y se refuerzan. Durante la depresión, las innovaciones se difunden por todo el sistema, que se encuentra en una situación en la que la producción se ha reestructurado según las nuevas exigencias; su nivel aumenta respecto al anterior boom; los costes caen y los beneficios desaparecen en favor de los ingresos reales de las demás clases. Esto es, ha concluido el imaginario viaje tornando a un nuevo equilibrio walrasiano.

El período que debe mediar entre la adopción de una innovación y el momento en que ésta comienza a dar sus frutos bajo la forma de mercancías que se vuelcan en el mercado, varía según la naturaleza de la misma innovación y, es éste el origen de la existencia de ciclos de distinta periodicidad. Schumpeter distingue tres tipos de ciclos: a) Ondas largas o ciclo de Kondratieff, con una duración entre 54 y 60 años. b) Ciclos de Juglar, con una duración entre 9 y 10 años. c) Ciclos de Kitchin, con una duración de unos 40 meses.

 

El futuro del capitalismo: los muros se desmoronan

Para Schumpeter, el capitalismo estaba condenado a desaparecer porque está sometido a crisis periódicas y al cambio social. Pero, a diferencia del pronóstico marxiano, las razones de la crisis del orden capitalista, no son económicas, sino sociológicas. El fin del capitalismo, en opinión de Schumpeter (1942), tendría lugar por las siguientes razones (sociológicas). En primer lugar, la obsolescencia de la función empresarial, debida al hecho de que, con el avance del desarrollo capitalista, la actividad innovadora viene a ser siempre menos incierta y siempre está más reducida a un proceso de rutina. No existe una particular función empresarial y no hay necesidad de un particular tipo de ingresos para remunerar tal función. En segundo lugar, el declinar económico del empresario mina su función social y la de la burguesía. El desarrollo de la sociedad por acciones despersonalizada coloca sobre todo bajo violentas críticas el funcionamiento de la propiedad privada. La libre contratación va perdiendo su significado originario por cuanto la contratación se desarrolla cada vez más entre la gran sociedad despersonalizada y un sindicato, también despersonalizado. En tercer lugar, el capitalismo, con su propio desarrollo, produce una atmósfera social -código moral- hostil a sí mismo; y esta atmósfera produce políticas que no permiten el funcionamiento de dicho sistema. Esto es, el capitalismo produce en su seno una clase de intelectuales con formación crítica e intereses en discutir su racionalidad y la necesidad del orden capitalista existente [1] y, el desarrollo del sistema capitalista transforma las instituciones políticas y familiares sobre las que el capitalismo mismo se rige.

Por último, según la lectura de Napoleoni de Schumpeter, otra razón estaría en el siguiente razonamiento: en las economías desarrolladas se originan fuertes aumentos de la inversión pública como parte de la inversión total, o bien procesos redistributivos que desvían la distribución de la renta entre consumo y ahorro a favor del primero. Se trata de políticas indispensables al mantenimiento de la demanda efectiva a un nivel suficiente para garantizar un alto nivel de ocupación [2].

Schumpeter deduce de ello que la acumulación de capital, en el ámbito de la actividad económica privada, resulta siempre menos importante a los fines de desarrollo del sistema; por lo tanto, la posición del empresario privado resulta cada vez menos importante.

Estos y otros factores hacen inevitable el hundimiento del orden capitalista y el surgimiento de otro -el socialista- en el que el control de los medios de producción y de la misma producción es devuelto a una autoridad central; en este orden socialista, los negocios económicos de la sociedad pertenecen por principio a la escena pública y no a la privada. Este orden socialista schumpeteriano no coincide necesariamente con propuestas de otros autores o con experiencias (históricas) realmente acontecidas.

 

[1] Para Schumpeter, “racionalizamos una acción nuestra cuando nos damos a nosotros mismos y damos a los demás razones en su apoyo que satisfagan nuestra pauta de valores, independientemente de la verdadera naturaleza de nuestros ingresos.”

[2] Véase el capítulo dedicado a J.M. Keynes. 

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