LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA II

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Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía

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Université Jean Moulin - Lyon 3

 

PARTE SEGUNDA.- FILOSOFÍA DE LA CIENCIA Y TEORÍAS DEL CONOCIMIENTO

CAPÍTULO 2.- FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

 

La mente no «copia» simplemente un mundo

La siguiente cita nos permite presentar una descripción del método científico cuya concepción haría  retirar la negación del título de esta sección.

Si tratamos de imaginar cómo utilizaría el método científico una mente de poder y alcance sobrehumanos, pero normal por lo que se refiere a los procesos lógicos de su pensamiento ... el proceso sería el siguiente: En primer lugar, se observarían y registrarían todos los hechos, sin seleccionarlos, sin no hacer conjeturas a priori por lo que se refiere a su importancia relativa. En segundo lugar, se analizarían, compararían y clasificarían los hechos registrados y observados, sin más hipótesis o postulados que los que necesariamente supone la lógica del pensamiento. En tercer lugar, se harían generalizaciones inductivas referentes a las relaciones clasificatorias o causales que hay entre los hechos. En cuarto lugar, la investigación posterior sería tanto deductiva como inductiva, utilizando inferencias realizadas a partir de las generalizaciones previamente establecidas. [1].

La concepción inductivista ingenua de la ciencia que se recoge en la cita tiene ciertos méritos aparentes. Su atractivo reside fundamentalmente en la proximidad a ciertas impresiones populares sobre el carácter de la ciencia. En particular, al hecho de que, en la vida ordinaria, se otorga existencia a aquello que se «ve» o se percibe por los sentidos y se interpreta el contenido de aquella con semejante proceder. De este modo, se concibe que esta inducción ingenua permite un conocimiento fiable sobre los hechos y, también, la capacidad para explicar y predecir, aunque en este último caso sobre la base de una lógica deductiva. Pero, debe quedar claro que en este contexto la lógica deductiva por sí sola no actúa como fuente de enunciados verdaderos acerca del mundo. La deducción se ocupa de la derivación de enunciados a partir de otros enunciados dados.

Sin embargo, el pavo inductivista de Bertrand Russell nos permite abrir una vía de duda acerca de la posible justificación de este modo de proceder para con la ciencia. Esto es, impide justificar el principio de inducción apelando a la lógica. De acuerdo con Chalmers (1982, pp 27-9), las argumentaciones lógicas válidas se caracterizan por el hecho de que, si la premisa de la argumentación es verdadera, entonces la conclusión debe ser verdadera. Esto es así en el caso de las argumentaciones deductivas, pero no es evidente para las inductivas. Las argumentaciones inductivas no son lógicamente válidas. No se da el caso de que, si las premisas de una inferencia inductiva son verdaderas, entonces la conclusión deba ser verdadera. Es posible que la conclusión de una argumentación inductiva sea falsa y que sus premisas sean verdaderas sin que ello suponga una contradicción. «La inducción no se puede justificar sobre bases estrictamente lógicas».

Una segunda vía de duda consistiría en derivar de la propia experiencia el principio de inducción. Ahora se quiera inferir un enunciado universal que afirma la validez del principio de inducción a partir de cierta cantidad de enunciados singulares que registran aplicaciones con éxito del principio en el pasado. Pero, la argumentación es circular, pues se pretende justificar la inducción empleando el mismo tipo de argumentación inductiva cuya validez se supone necesita justificación. He aquí el tradicional «problema de la inducción».

En modo alguno acaban aquí las desventajas del inductista ingenuo. Otras desventajas proceden de la vaguedad y equivocidad de la exigencia de que se realice un «gran número» de observaciones en una «amplia variedad» de circunstancias. La primera se tratará de resolver, en parte, por medio de la retirada a la probabilidad. Aunque como trataremos de ver en otro apartado la solución no es exitosa. Nos dedicaremos ahora a la segunda.

¿Qué se ha de considerar como variación significativa en las circunstancias? ¿Sobre qué bases se pueden considerar superfluas ciertas circunstancias y otras básicas? La inducción no puede ofrecernos respuestas. “Las variaciones que son significativas se distinguen de las que son superfluas apelando a nuestro conocimiento teórico de la situación y de los tipos de mecanismos físicos operativos. Pero admitir esto es admitir que la teoría desempeña un papel vital antes de la observación.” (Chalmers, 1982, p 31).

¿Es fija y neutra la experiencia sensorial? ¿Son las teorías simplemente interpretaciones hechas por el hombre de datos dados? Esta es la pregunta que podemos hacernos siguiendo a Kuhn. Sus respuestas son que las operaciones y mediciones que realiza un científico en el laboratorio no son «lo dado» por la experiencia, sino más bien «lo reunido con dificultad». No son lo que ve el científico, al menos antes de que su investigación se encuentre muy avanzada y su atención enfocada. Más bien, son seleccionadas para el examen sólo debido a que prometen una oportunidad para una elaboración fructífera. “La ciencia no se ocupa de todas las manipulaciones posibles de laboratorio. En lugar de ello, selecciona las pertinentes para la yuxtaposición de un paradigma con la experiencia inmediata que parcialmente ha determinado el paradigma.” (Kuhn, 1962; pp 197-8).

Si las teorías o los paradigmas son previos a la experiencia inmediata, e incluso contribuyen a seleccionarla y definirla, deberíamos acaso centrarnos en esta cuestión y dejar de lado el interrogante respecto a qué papel juega o le resta para y en la investigación científica. Convendrá buscar una respuesta a esto último y, tal vez, con ello nos aproximemos al papel que desempeñan las teorías y los paradigmas.

 

Solo hay lo dado

En la postura del positivista se dividen las proposiciones significativas en dos clases: las proposiciones formales como las de la lógica o las matemáticas puras, que decían eran tautológicas, y las proposiciones fácticas, que se requería fueran verificables empíricamente. Se suponía que estas clases contenían todas las proposiciones posibles, de suerte que si una oración no lograba expresar nada que fuese formalmente verdadero o falso, ni expresar algo que pudiera someterse a una prueba empírica, se adoptaba el criterio de que ella no constituía una proposición en absoluto; podía tener un significado emotivo, pero literalmente carecía de sentido. “Es gibt nur das Gegebene” (“Sólo se da [hay] lo dado”).

El criterio de verdad o de falsedad de una proposición se hallará en el hecho de que, en circunstancias definidas (dadas en la definición), ciertos datos estarán presentes o no estarán presentes. Si soy  incapaz, en principio, de verificar una proposición, esto es, si ignoro en absoluto cómo proceder o lo que tengo que hacer para averiguar su verdad o su falsedad, entonces evidentemente ignoro lo que efectivamente dice la proposición y seré incapaz de interpretarla, y de advenir, con ayuda de definiciones, de las palabras a posibles experiencias, ya que en la medida en que sea capaz de hacer lo anterior, seré también capaz de enunciar, por lo menos en principio, su método de verificación (aun cuando, frecuentemente, a causa de dificultades prácticas sea incapaz de realizarlo). “La enunciación de las circunstancias en que una proposición resulta verdadera, es lo mismo que la enunciación de su significado, y no otra cosa. Y ..., esas “circunstancias tendrán finalmente que ser descubiertas en lo dado. El significado de toda proposición en última instancia tendrá que ser determinado por lo dado, y no por cosa alguna distinta.” (Schlick, 1932-33; p 93).

Una proposición posee un significado enunciable, sólo cuando muestra una diferencia comprobable entre la situación de que sea verdadera y la de que sea falsa. Una proposición que refiera una situación del mundo y la misma en los casos de ser la proposición verdadera y falsa respectivamente, es una proposición que no comunica nada sobre el mundo, es una proposición vacía, no es posible otorgarle significado. Ahora bien, sólo tenemos una diferencia verificable cuando ésta se realiza en lo dado, ya que sin género de dudas verificable no significa otra cosa que «capaz de ser exhibido en lo dado». Por ende, “Lo que da un significado teorético a un enunciado no son las imágenes y pensamientos a que pueda dar lugar, sino la posibilidad de deducir de ella enunciados perceptivos, en otras palabras, la posibilidad de su verificación”(Carnap, 1935; p 10).

Pero estrictamente hablando, el significado de una proposición acerca de objetos físicos, sólo se agotaría mediante un número indefinidamente grande de posibles verificaciones; de esto ha de inferirse que en último análisis nunca es posible demostrar que dicha proposición sea absolutamente cierta. En realidad, se acostumbra reconocer que aún las proposiciones de la ciencia que poseen mayor certeza, siempre son consideradas como hipótesis, constantemente abiertas a mayor precisión y a perfeccionamientos. “De este modo, el significado de todo enunciado físico, queda finalmente alojado en una interminable concatenación de datos y, por ende, el dato aislado carece aquí de interés. De ahí que si alguna vez dijo un positivista que los únicos objetos de la ciencia son las experiencias dadas, es innegable que estaba equivocado; lo único que el científico busca son las normas que regulan las conexiones entre las experiencias y mediante las que éstas pueden ser previstas. Nadie negará que la única verificación de las leyes naturales radica en el hecho de que permiten formular predicciones exactas; de esta manera, queda refutada la objeción corriente de que lo inmediatamente dado, que cuando más puede ser objeto de la psicología, falsamente queda convertido en objeto de la física.” (Schlick, 1932-33, p 98). 

 

Realidad a priori versus realidad a posteriori

Al titular como “Es gibt nur das Gegebene” (“Sólo se da [hay] lo dado”) el apartado donde hemos presentado algunas ideas del positivismo lógico, el lector podría pensar que lo que se ha dicho es el sentir común de esta posición. Esto no es del todo correcto, pues no todo lo dado de esta corriente filosófica ha sido examinado y puesto sobre el tapete. Tampoco, hemos mencionado algunos puntos encontrados entre sus miembros. Resaltar uno de ellos es nuestro interés inmediato.

“Entre las doctrinas metafísicas que carecen de sentido teorético he mencionado también el positivismo, a pesar de que en ocasiones se ha designado al Círculo de Viena como positivista. Es dubitable si tal designación resulta adecuada para nosotros. De cualquier manera, nosotros no afirmamos la tesis de que sólo lo dado es real, que es una de las tesis principales del positivismo tradicional. El nombre de positivismo lógico parece más adecuado, pero también puede dar lugar a equívocos. En todo caso lo importante es entender que nuestra doctrina es lógica y no tiene nada que hacer con las tesis metafísicas de la realidad o irrealidad de cosa alguna.” (Carnap, 1934, p 14). Entonces, cuál es el papel que juega la «realidad». Si éste no es un papel a priori; ¿puede serlo a posteriori?

Para responder a esta posibilidad, saldremos del marco del positivismo lógico y nos remitiremos a otros autores. Empecemos con Karl R. Popper y su obra La lógica de la investigación científica. La tarea de este texto remite exclusivamente a la lógica del conocimiento. Ésta para Popper consiste pura y exclusivamente en la investigación de los métodos empleados en las contrastaciones sistemáticas a que debe someterse toda idea nueva antes de que se la pueda sostener sistemáticamente. En absoluto trata la cuestión acerca de cómo se le ocurre una idea nueva a un investigador o persona (Popper, 1934).

Pero antes de introducirnos en los escritos de Popper quisiéramos exponer algunos puntos relacionados con el «problema de la inducción». En particular, uno, sobre la importante distinción popperiana entre verificación y falsabilidad; y, dos, sobre un punto relativo al problema de la inducción que no hemos abordado.

Dado el silogismo hipotético: “si Blaug es un experto filósofo, sabrá cómo usar correctamente las reglas de la lógica; Blaug sabe como usar correctamente las reglas de la lógica, luego Blaug es un experto filósofo (cosa que no es cierta).” En consecuencia, es lógicamente correcto «establecer el antecedente», pero «establecer el consecuente» es una falacia lógica. Lo que si que podemos hacer, en cambio, es «negar el consecuente» y esto sí que es siempre lógicamente correcto. Si expresamos: Si Blaug no usa correctamente las reglas de la lógica, estaremos lógicamente justificados para concluir que no es un experto filósofo.

Ésta es, en opinión de Blaug, una de las razones por las que Popper subraya la idea de que existe una asimetría entre verificación y falsación. Desde un punto de vista estrictamente lógico, nunca podemos afirmar que una hipótesis es necesariamente cierta porque esté de acuerdo con los hechos; al pasar en nuestro razonamiento de la verdad de los hechos a la verdad de la hipótesis, cometemos implícitamente la falacia lógica de «afirmar el consecuente». Por otra parte, podemos negar la verdad de una hipótesis en relación con los hechos, porque, al pasar en nuestro razonamiento de la falsedad de los hechos a la falsedad de la hipótesis, invocamos el proceso de razonamiento, lógicamente correcto, denominado «negar el consecuente». Para resumir la anterior argumentación podríamos decir que no existe lógica de la verificación, pero sí existe lógica de la refutación (Blaug, 1980; pp 31-2).

Pasemos al segundo punto. “La obtención de generalización inductivas no es posible porque, en el momento en que hayamos seleccionado un conjunto de observaciones de entre el infinito número de observaciones posibles, habremos establecido ya un cierto punto de vista y ese punto de vista es en sí mismo una teoría, aunque en estado burdo y poco sofisticado.” (Blaug, 1980, p 33). Pero, sin embargo, en el campo de las ciencias, al igual que en las formas cotidianas de pensamiento, nos vemos continuamente enfrentados a argumentos denominados también «inductivos» y que tratan de demostrar que una determinada hipótesis se ve apoyada por determinados hechos.

Tales argumentos pueden denominarse «no-demostrativos», en el sentido de que las conclusiones no están lógicamente «ligadas» a las premisas; incluso si éstas son ciertas, una inferencia inductiva no-demostrativa no puede excluir lógicamente la posibilidad de que la conclusión sea falsa. La argumentación: «He visto un gran número de cisnes blancos; nunca he visto un cisne negro; por tanto, todos los cisnes son blancos», es una inferencia inductiva no-demostrativa que no se deduce de las premisas mayor y menor, con lo que ambas premisas pueden ser verdaderas sin que la conclusión se siga de ellas lógicamente. En resumen, un argumento no-demostrativo puede, en el mejor de los casos, persuadir a una persona ya convencida, mientras que un argumento demostrativo debe convencer incluso a sus más obstinados oponentes.

Por tanto, no debe pensarse que existe una dicotomía entre inducción y deducción. La dicotomía relevante se plantea entre inferencias demostrativas e inferencias no-demostrativas. Y, para resolver esta dicotomía conviene reservar el término de inducción a argumentos lógico-demostrativos, y el de «aducción» para las formas de razonamiento no-demostrativas. Pero, la inducción demostrativa no existe, y la aducción no es en absoluto lo opuesto de la deducción, sino que, de hecho, constituye otro tipo de operación mental completamente diferente. La aducción es la operación no-lógica que nos permite saltar del caos que es el mundo real a la corazonada que supone una conjetura tentativa respecto de la relación que realmente existe entre un conjunto de variables relevantes. La cuestión de cómo se produce dicho salto pertenece al contexto de la lógica del descubrimiento y puede que no sea conveniente dejar de lado despectivamente este tipo de contexto, como los positivistas, e incluso los popperianos, desean. Pero lo cierto es que la filosofía de la ciencia se ocupa, y se ha ocupado siempre, de forma exclusiva, del paso siguiente del proceso, es decir, de cómo esas conjeturas iniciales se convierten en teorías científicas por medio de su inserción y articulación dentro de una estructura deductiva más o menos coherente y completa y de cómo esas teorías son posteriormente contrastadas con las observaciones. En definitiva, no debemos decir que la ciencia se basa en la inducción: se basa en la aducción seguida de deducción (Blaug, 1980, pp 33-4).

 

Deducción inductiva y provisionalidad

“La teoría que desarrollaremos en las páginas que siguen, nos dirá Popper, se opone directamente a todos los intentos de apoyarse en las ideas de una lógica inductiva. Podría describírsela como la teoría del método deductivo de contrastar, o como la opinión de que una hipótesis sólo puede contrastarse empíricamente -y únicamente después de que ha sido formulada.” (Popper, 1934, p 30; cursiva en el original).

De acuerdo con las tesis que Popper propone, el método de contrastar críticamente las teorías y de escogerlas, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en el contraste, procede siempre del modo que indicaremos a continuación. “Una vez presentada a título provisional una nueva idea, aún no justificada en absoluto -sea una anticipación, una hipótesis, un sistema teórico o lo que se quiera- se extraen conclusiones de ella por medio de una deducción lógica; estas conclusiones se comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, con objeto de hallar las relaciones lógicas (tales como equivalencia, deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.) que existen entre ellas.” (Popper, 1934, p 32).

Para llevar a cabo el contraste de una teoría, Popper distingue cuatro procedimientos. En primer lugar, se realiza una comparación lógica de las conclusiones unas con otras: con lo cual se somete a contraste la coherencia interna del sistema. En segundo lugar, se efectúa un estudio de la forma lógica de la teoría, con el objeto de determinar su carácter: si es una teoría empírica -científica, en palabras de Popper- o si, por ejemplo, es tautológica. En tercer lugar, debe compararse con otras teorías para averiguar si la teoría examinada constituiría un adelanto científico en caso de que sobreviviera a las diferentes contrastaciones a que la sometemos. Y, por último, cabe contrastarla por medio de la aplicación empírica de las conclusiones que pueden deducirse de ellas.

Este último tipo de contraste mencionado pretende descubrir hasta qué punto satisfarán las nuevas consecuencias de la teoría -sea cual fuere la novedad de sus asertos- a los requerimientos de la práctica, provengan estos de experimentos puramente científicos o de aplicaciones tecnológicas prácticas. Éste procedimiento de contrastar también es deductivo, pues con ayuda de otros enunciados anteriormente aceptados se deducen de la teoría a contrastar ciertos enunciados singulares -que pueden, siguiendo a Popper, denominarse «predicciones»-; especialmente predicciones que sean fácilmente contrastables o aplicables. Se eligen entre estos enunciados los que no sean deductibles de la teoría vigente y, más en particular, los que se encuentren en contradicción con ella. A continuación trataremos de decidir en lo que se refiere a estos enunciados deducidos (y a otros), comparándolos con los resultados de las aplicaciones prácticas y de experimentos. Si la decisión es positiva, esto es, si las conclusiones singulares resultan ser aceptables, o verificadas, la teoría a que nos referimos ha pasado con éxito las contrastaciones. Pero, si la decisión es negativa, o sea, si las conclusiones han sido falsadas, esta falsación revela que la teoría de la que se han deducido lógicamente es también falsa.

Conviene observar que, con este modo de proceder, una decisión positiva puede apoyar a la teoría examinada sólo temporalmente, pues otras decisiones negativas subsiguientes pueden siempre derrocarla. Durante el tiempo en que una teoría resiste contrastaciones exigentes y minuciosas, y en que no la deje anticuada otra teoría en la evolución del progreso científico, podemos decir que ha «demostrado su temple» o que está «corroborada» por la experiencia.  Y, esto es cuanto permite la propuesta popperiana. Pues, como dice su propio autor, “En ningún momento he asumido que podamos pasar por un razonamiento de la verdad de enunciados singulares a la verdad de teorías. No he supuesto un sólo instante que, en virtud de unas conclusiones «verificadas», pueda establecerse que unas teorías sean «verdaderas», ni siquiera meramente probables».” (Popper, 1934, p 33).

Así pues, las teorías no son nunca verificadas empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que nuestro criterio de demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia natural, debemos elegir un criterio que nos permita admitir en el dominio de la ciencia empírica incluso enunciados que no puedan verificarse. “Pero, ciertamente, sólo admitiré un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia. Estas consideraciones nos sugieren que el criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la verificabilidad, sino el de la falsabilidad de los sistemas. Dicho de otro modo, no exigiré que un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un sentido positivo; pero sí que sea susceptible de selección en un sentido negativo por medio de contrastes o pruebas empíricas: ha de ser posible refutar por la experiencia un sistema científico.” (Popper, 1934, p 40).

En definitiva, nos dirá Popper: “Mi propuesta está basada en una asimetría entre la verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que se deriva de la forma lógica de los enunciados universales. Pues éstos no son jamás deducibles de enunciados singulares, pero sí pueden estar en contradicción con estos últimos. En consecuencia, por medio de inferencias puramente deductivas ... es posible argüir de la verdad de enunciados singulares la falsedad de enunciados universales. Una argumentación de esta índole que lleva a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de inferencia estrictamente deductiva que se mueve, como si dijéramos, en «dirección inductiva»: esto es, de enunciados singulares a universales.” (Popper, 1934, p 41). He aquí el primer término del título del presente apartado.

El segundo, la provisionalidad, ya ha sido presentado pero prolonguemos la idea; Para Popper las teorías científicas no son nunca enteramente justificables o verificables, pero son, no obstante, contrastables. La objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubjetivamente.”

No obstante, antes de ocuparnos de la objetividad y contrastación intersubjetiva, cabe recordar la posibilidad lógica de una vía de escape de la falsación, a saber: la introducción ad hoc de una hipótesis auxiliar o por un cambio ad hoc de una definición.

 

La experiencia como método y la falsabilidad

Se llama empírica o falsable a una teoría cuando divide de modo inequívoco la clase de todos los posibles enunciados básicos en las siguientes dos subclases no vacías: primero, la clase de todos los enunciados básicos con los que es incompatible (o, a los que excluye o prohíbe), que llamaremos la clase de los posibles falsadores de la teoría; y, en segundo lugar, la clase de los enunciados básicos con los que no está en contradicción (o, que  permite). “Podemos expresar esta definición de una forma más breve diciendo que una teoría es falsable si la clase de posibles falsadores no es una clase vacía.” “Puede añadirse, tal vez, que una teoría hace afirmaciones únicamente acerca de sus posibles falsadores (afirma su falsedad); acerca de los enunciados básicos «permitidos» no dice nada: en particular, no dice que sean verdaderos.” (Popper, 1934, p 82).

Únicamente decimos que una teoría está falsada si hemos aceptado enunciados básicos que la contradigan. Esta condición, siendo necesaria, no es suficiente, pues hemos visto que los acontecimientos aislados no reproducibles carecen de significación para la ciencia: así, difícilmente nos inducirán a desechar una teoría -por falsada-, unos pocos enunciados básicos esporádicos; pero la daremos por tal si descubrimos un efecto reproducible que la refute. En otras palabras, aceptamos la falsación solamente si se proponen y corrobora una hipótesis empírica de bajo nivel que describa semejante efecto. El requisito de que la hipótesis falsadora ha de ser empírica, y, por tanto, falsable, quiere decir exclusivamente que debe encontrarse en cierta relación lógica respecto a los posibles enunciados básicos: así pues, lo que exigimos atañe sólo a la forma lógica de la hipótesis. Y su acompañante, lo de que la hipótesis ha de estar corroborada, se refiere a las contrastaciones que debe haber pasado (contrastaciones que la habrán enfrentado con los enunciados básicos aceptados) (Popper, 1934, p 83).

Consiguientemente, los enunciados básicos desempeñan dos papeles diferentes. Por una parte, hemos empleado el sistema de todos los enunciados básicos lógicamente posibles con objeto de obtener, gracias a ellos, la caracterización lógica que íbamos buscando -la de la forma de los enunciados empíricos-. Por otra, los enunciados básicos aceptados constituyen la base para la corroboración de las hipótesis; si contradicen a la teoría, admitimos que nos proporcionan motivo suficiente para la falsación de ésta únicamente en el caso de que corroboren a la vez una hipótesis falsadora (Popper, 1934, p 84).

Un sistema coherente divide el conjunto de todos los enunciados posibles en dos: los que le contradicen y los que son compatibles con él. Es ésta la razón por la cual la coherencia constituye el requisito más general que han de cumplir los sistemas, ya sean empíricos o no los sean, para que puedan tener alguna utilidad. Además de ser compatibles, todo sistema empírico debe satisfacer otra condición: tiene que ser falsable. Estas dos restricciones impuestas a los sistemas producen efectos en gran medida análogos: los enunciados que no satisfacen la condición de coherencia son incapaces de efectuar discriminación alguna entre dos enunciados cualesquiera (de la totalidad de todos los enunciados posibles); y los que no satisfacen la condición de falsabilidad no son capaces de efectuar discriminación entre dos enunciados cualesquiera que pertenezcan a la totalidad de todos los enunciados empíricos básicos posibles (Popper, 1934, p 88).

Popper reduce la cuestión de la falsabilidad de las teorías a la de la falsabilidad de los enunciados singulares o, en su expresión, enunciados básicos. Pero, ¿qué tipo de enunciados singulares constituyen? En su opinión, “todo enunciado descriptivo emplea nombres (o símbolos o ideas) universales, y tiene el carácter de una teoría, de una hipótesis. No es posible verificar el enunciado «aquí hay un vaso de agua» por ninguna experiencia con carácter de observación, por la mera razón de que los universales que aparecen en aquél no pueden ser coordinados a ninguna experiencia sensorial concreta (toda «experiencia inmediata» está «dada inmediatamente» una sola vez, es única); con la palabra «vaso», por ejemplo, denotamos los cuerpos físicos que presentan cierto comportamiento legal, y lo mismo ocurre con la palabra «agua». Los universales no pueden ser reducidos a clases de experiencias, no pueden ser constituidos.” (Popper, 1934, p 60).

 

Verdad y verosimilitud

“... somos buscadores de la verdad pero no sus poseedores” “La tarea de la ciencia es, metafóricamente hablando, acertar lo más posible en la diana (T) de los enunciados verdaderos (por el método de proponer teorías o conjeturas que parezcan prometedoras) y lo menos posible en el área falsa (F).” Sin embargo, “la verdad no es la única propiedad importante de nuestras conjeturas teóricas, puesto que no estamos especialmente interesados en proponer trivialidades o tautologías.” “En otras palabras, no sólo buscamos la verdad, vamos tras la verdad interesante e iluminadora, tras teorías que ofrezcan solución a problemas interesantes.” (Popper, 1972; pp 53 y 60).

Dicho en otras palabras también popperianas, la ciencia persigue la verosimilitud. “Hablando intuitivamente, una teoría T1 posee menos verosimilitud que una teoría T2 si, y sólo si, (a) sus contenidos de verdad y falsedad (o sus medidas) son comparables y, además (b) el contenido de verdad, pero no el de falsedad, de T1 es menor que el de T2 o también (c) el contenido de verdad de T1 no es mayor que el de T2, pero si el de falsedad. Resumiendo, diríamos que T2 se aproxima más a la verdad o es más semejante a la verdad que T1 si, y sólo si, se siguen de ella más enunciados verdaderos, pero no más enunciados falsos o, al menos, igual cantidad de enunciados verdaderos y menos enunciados falsos.” (Popper, 1972, p 58).

Decir que el objeto de la ciencia es la verosimilitud, en opinión de Popper (1972, p 62-3), tiene considerables ventajas sobre la formulación, quizá más simple, de que el objeto de la ciencia es la verdad.  La búsqueda de la verosimilitud es una meta más clara y realista que la búsqueda de la verdad. “... pretende mostrar, además que mientras que en las ciencias empíricas no podemos manejar argumentos suficientemente buenos como para pretender haber alcanzado efectivamente la verdad, con todo, podemos tener argumentos potentes y razonablemente buenos para pretender haber avanzado hacia la verdad; es decir, que la teoría T2 es preferible a su predecesora T1, al menos a la luz de todos los argumentos racionales conocidos.” En este sentido, debe tenerse en cuenta que para Popper toda valoración de teorías es valoración del estado de su discusión crítica.

En primer lugar, si para Popper el objeto de la ciencia es aumentar la verosimilitud y la teoría de la tabula rasa es absurda, el aumento del conocimiento consiste en la modificación del conocimiento previo, sea alterándolo, sea rechazándolo a gran escala. “El conocimiento no parte nunca de cero, sino que siempre presupone un conocimiento básico -conocimiento que se da por supuesto en un momento determinado- junto con algunas dificultades, algunos problemas. Por regla general, éstos surgen del choque entre las expectativas inherentes a nuestro conocimiento básico y algunos descubrimientos nuevos, como observaciones o hipótesis sugeridos por ellos.” (Popper, 1972, p 74).

En segundo lugar, la contrastación de las teorías científicas forma parte de su discusión crítica o racional. La discusión critica nunca puede producir razones suficientes para decir que una teoría es verdadera; nunca puede «justificar» nuestras pretensiones de conocimiento. Pero la discusión crítica puede establecer razones suficientes para lo siguiente:

 “Para decirlo en pocas palabras: nunca podemos justificar racionalmente una teoría -es decir, la pretensión de que conocemos su verdad-, pero, si tenemos suerte, podemos justificar racionalmente la preferencia provisional de una teoría sobre todo un conjunto de teorías rivales; es decir, respecto al estado actual de la discusión. Aunque no podemos justificar la pretensión de que una teoría sea verdadera, podemos justificar el que a este nivel de la discusión todo indica que la teoría constituye una aproximación a la verdad mejor que cualquiera de las teorías rivales propuestas hasta este momento.” (Popper, 1972, p 84).

En tercer lugar, debemos recordar qué pretende Popper con la verosimilitud. “Mi objetivo es hacer con la verosimilitud (aunque con un grado inferior de precisión) lo mismo que hizo Tarski con la verdad: la rehabilitación de un concepto de sentido común que se ha hecho sospechoso, a pesar de que en mi opinión es absolutamente necesario para un realismo de sentido común crítico y para una teoría crítica de la ciencia. Es mi deseo poder decir que la ciencia tiene la verdad como fin, en el sentido de la correspondencia con los hechos o con la realidad. También es mi deseo decir (con Einstein y otros científicos) que la teoría de la relatividad es -así lo suponemos- una mejor aproximación a la verdad que la teoría de Newton, del mismo modo que ésta constituye una mejor aproximación que la de Kepler. Además, es mi deseo poder decir estas cosas sin temor a que los conceptos de proximidad a la verdad o verosimilitud sean lógicamente incorrectos o «carentes de sentido». En otras palabras, pretendo rehabilitar una idea de sentido común que necesito para describir las metas de la ciencia y que subyace como principio regulador (aunque sólo sea de un modo inconsciente e intuitivo) a la racionalidad de toda discusión científica crítica.” (Popper, 1972, p 64).

Así, para Popper, el mayor logro de Tarski es la rehabilitación de la noción de verdad o correspondencia con la realidad. Rehabilitación de la cual tendremos que ocuparnos en su momento. Pero tratemos ahora de algunas cuestiones relativas a la discusión crítica.

 

La crítica intersubjetiva

Para Popper no cabe duda alguna acerca de la objetividad de la ciencia, pero ésta no se funda en la imparcialidad u objetividad del hombre de ciencia. “En realidad, ... no cabe ninguna duda de que todos somos víctimas de nuestro propio sistema de prejuicios (o de «ideologías totales» si se prefiere esta expresión); de que todos consideramos muchas cosas evidentes por sí mismas; de que las aceptamos sin espíritu crítico e incluso con la convicción ingenua y arrogante de que la crítica es completamente superflua; y, desgraciadamente, los hombres de ciencia no hacen excepción a la regla, aun cuando hayan logrado librarse superficialmente de algunos de sus prejuicios en el terreno particular de sus estudios. Pero esta limpieza no tiene lugar ... con tornar sus mentes más «objetivas» no les bastaría para alcanzar lo que hemos denominado «objetividad científica». Y -extraña ironía- la objetividad se halla íntimamente ligada al aspecto social del método científico, al hecho de que la ciencia y la objetividad no resultan (ni pueden resultar) de los esfuerzos de un hombre de ciencia individual por ser «objetivo», sino de la cooperación de muchos hombres de ciencia. Puede definirse la objetividad científica como la intersubjetividad del método científico.” (Popper, 1981; pp. 385-6).

Dos aspectos del método de las ciencias (naturales) que contribuyen al carácter público del método científico adquieren, en este sentido, gran importancia. Primero, hay algo que se acerca a la crítica libre; así, un hombre de ciencia expone su teoría con la plena convicción de que es inexpugnable, pero esto no convence necesariamente a sus colegas, sino que, más bien, tiende a desafiarlos. Pues, la actitud científica significa criticarlo todo y no se arredran los científicos ni ante las personalidades más autorizadas. Segundo, los hombres de ciencia tratan de zanjar las discrepancias simplemente verbales. Para ello se esfuerzan en hablar el mismo idioma. “En las ciencias naturales esto se logra tomando a la experiencia como árbitro imparcial de toda controversia. Cuando hablamos de «experiencia», nos referimos a una experiencia de carácter «público», como las observaciones y experimentos, a diferencia de la experiencia en el sentido más «privado» de las experiencias estéticas o religiosas; y decimos que una experiencia es «pública» cuando todo aquel que quiera tomarse el trabajo de hacerlo pueda repetirla. A fin de evitar las disidencias formarles, los hombres de ciencia procuran expresar sus teorías en forma tal que puedan ser verificadas, es decir, refutadas (o confirmadas) por dicha experiencia.” “Esto es lo que constituye la objetividad científica.” (Popper, 1981, p 386).

Para Popper lo que llamamos «objetividad científica» no es producto de la imparcialidad del hombre de ciencia individual, sino del carácter social o público del método científico, siendo la imparcialidad del hombre de ciencia individual, en la medida en que exista, el resultado más que la fuente de esta objetividad social o institucionalmente organizada de la ciencia. Pero, el método científico no conduce al abandono de todos nuestros prejuicios; en realidad, sólo descubrimos que teníamos un prejuicio una vez que logramos librarnos del mismo (Popper, 1981, pp 388-9).

 

Algunas consideraciones críticas

Una cuestión importante que se suscita es: «¿Es la idea de verdad propia del sentido común suficiente para dar sentido a la afirmación de que la verdad es la finalidad de la ciencia?» Veamos, pues, algunos argumentos que sostienen una respuesta negativa.

Primero, dentro de la teoría de la verdad como correspondencia, tenemos que referirnos, en el metalenguaje, a las frases de un sistema de lenguaje o teoría y a los hechos a los que estas frases pueden o no corresponder. Sin embargo, sólo podemos hablar de los hechos a los que pretende referirse una frase utilizando los mismos conceptos que están implícitos en la frase. Cuando digo «el gato está encima del felpudo», utilizo los conceptos «gato» y «felpudo» dos veces, una en el lenguaje objeto y otra en el metalenguaje, para referirme a los hechos. “Sólo se puede hablar de los hechos a los que se refiere una teoría, y a los que se supone que corresponde, utilizando los conceptos de la propia teoría. Los hechos no son comprensibles para nosotros, ni podemos hablar de ellos, independientemente de nuestras teorías.” (Chalmers, 1982, p 214). En otras palabras, los hechos no existen más allá de una forma de lenguaje [2].

Podemos suponer que hay experiencias perceptivas de algún tipo directamente accesibles al observador, pero no sucede así con los enunciados científicos, ni siquiera con los enunciados de observaciones de la ciencia. Estos son entidades públicas, formuladas en un lenguaje público que conllevan teorías con diversos grados de generalidad y complejidad. Los enunciados científicos, incluidos los observacionales, se deben de realizar en el lenguaje de alguna teoría. Los lenguajes teóricos constituyen un requisito previo de unos enunciados observacionales y, estos serán tanto más precisos cuanto mayor sea la precisión del lenguaje teórico que utilicemos. Como también serán tan falibles como lo sean aquellos. Es más, las observaciones problemáticas sólo lo serán a la luz de alguna teoría o lenguaje teórico [3] .

Por ello, los acontecimientos relevantes en nuestra tarea científica, el estado de cosas, están presupuestos en nuestro conocimiento teórico, en el dominio que tengamos de algún lenguaje teórico. Es más, dependen directa e indirectamente, explícita e implícitamente de éstos. En este sentido, podríamos observar que incluso nuestras experiencias perceptivas o sensitivas llegamos a sostenerlas sobre la base de alguna teoría [4].

En esencia, esto nos lleva a rechazar, con Lakatos, dos supuestos presentes en buena parte de nuestra actual exposición. El primer supuesto es el de que existe una frontera psicológica, natural, entre los enunciados teóricos o especulativos por una parte y los enunciados de hecho u observacionales (o básicos) por otra. El segundo supuesto es el de que si un enunciado satisface el criterio psicológico de ser fáctico u observacional (o básico) entonces es cierto; puede decirse que se ha demostrado partiendo de los hechos. Estos dos supuestos, entre otras cosas, permitían lo que hemos venido en llamar «deducción inductiva». Y, junto con un criterio de demarcación, dan pie a la provisionalidad popperiana. Este criterio es: sólo son «científicas» aquellas teorías que prohíben ciertos estados observables de cosas y que, por lo tanto, son refutables fácticamente. Dicho de otro modo, una teoría es «científica» si tiene una base empírica.

Con Lakatos podemos decir que ambos supuestos son falsos. La psicología testifica en contra del primero, la lógica en contra del segundo y, por último, consideraciones metodológicas testifican en contra del criterio de demarcación. Aunque, en algún punto ya nos hemos anticipado, veámoslo con más detalle [5].

Respecto al primero de los supuestos, su falsedad se encuentra en que ni hay ni puede haber sensaciones que no estén impregnadas de expectativas y por lo tanto no existe ninguna demarcación natural entre enunciados de observación y enunciados teóricos. Por lo que respecta al segundo, el valor veritativo de los enunciados «observacionales» no puede ser decidido de modo indudable: ningún enunciado de hecho puede nunca demostrarse a partir de un experimento. Los enunciados sólo pueden derivarse a partir de otros enunciados, no pueden derivarse a partir de los hechos: los enunciados no pueden derivarse a partir de las experiencias, «al igual que no pueden demostrarse dando porrazos a la mesa». Si los enunciados de hecho son indemostrables entonces es que son falibles. Si son falibles entonces los conflictos entre teorías y enunciados de hecho no son «falsaciones», sino simplemente inconsistencias. Puede ser que nuestra imaginación juegue un mayor papel en la formulación de «teorías» que en la formulación de «enunciados de hecho», pero tanto unas como otras son falibles. De modo que ni podemos demostrar las teorías ni podemos tampoco contrademostrarlas». La demarcación entre las blandas «teorías» no demostradas y la sólida «base empírica» demostrada no existe: Todos los enunciados de la ciencia son teóricos e, incurablemente, falibles (Lakatos, 1972, p 212).

Para Feyerabend (1970, pp 14-5) la historia de la ciencia no sólo consiste en hechos y en conclusiones extraídas de ellos. Se compone también de ideas, interpretaciones de hechos, problemas creados por un conflicto de interpretaciones, acciones científicas, etc. “En un análisis más ajustado encontraríamos incluso que no hay «hechos desnudos» en absoluto, sino que los hechos que entran en nuestro conocimiento se ven ya de un cierto modo y son por ello esencialmente teóricos.” Siendo esto así, la historia de la ciencia será tan compleja, tan caótica, tan llena de error y tan divertida como las ideas que contenga, y estas ideas serán a su vez tan complejas, tan caóticas, tan llenas de error y tan divertidas como lo son las mentes de quienes las inventaron. Recíprocamente, un ligero lavado de cerebro conseguirá hacer la historia de la ciencia más simple, más uniforme, más monótona, más «objetiva» y más accesible al tratamiento por reglas «ciertas e infalibles».

La idea de que la experiencia pueda constituir una base para nuestro conocimiento se desecha inmediatamente haciendo notar que debe haber discusión para mostrar cómo tiene que interpretarse la experiencia. El apoyo que una teoría recibe de la observación puede ser muy convincente, sus categorías y principios básicos pueden aparecer bien fundados; el impacto de la experiencia misma puede estar extremadamente lleno de fuerza. Sin embargo, existe siempre la posibilidad de que nuevas formas de pensamiento distribuyan las materias de un modo diferente y conduzcan a una transformación incluso de las impresiones más inmediatas que recibimos del mundo. Cuando consideramos esta posibilidad, podemos decir que el éxito duradero de nuestras categorías y la omnipresencia de determinado punto de vista no es un signo de excelencia ni una indicación de que la verdad ha sido por fin encontrada. Sino que es, más bien, la indicación de un fracaso de la razón para encontrar alternativas adecuadas que puedan utilizarse para trascender una etapa intermedia accidental de nuestro conocimiento (Feyerabend, 1970, pp 28-30).

No se trata solamente de que hechos y teoría estén en constante desarmonía, es que ni siquiera están tan claramente separados como algunos pretenden demostrar. Las reglas metodológicas hablan de “teoría” y “observaciones” y “resultados experimentales” como si se tratase de objetos claros y bien definidos cuyas propiedades son fácilmente evaluables y que son entendidos del mismo modo por todos los científicos.

Para empezar debemos aclarar la naturaleza del fenómeno total: apariencia más enunciado. No se trata de dos actos; uno, advertir el fenómeno; el otro, expresarlo con ayuda del enunciado apropiado, sino solamente de uno, esto es, decir, en una cierta situación observacional, “la luna me está siguiendo” o “la piedra está cayendo en línea recta”. Podemos desde luego subdividir de una manera abstracta este proceso en dos partes y podemos también intentar crear una situación en la que enunciado y fenómeno parezcan estar psicológicamente separados y a la espera de ser relacionados. (Esto es más bien difícil de lograr y es quizá completamente imposible.) Pero, en ciertas circunstancias normales, no tiene lugar tal división; describir una situación familiar es, para el que habla, un suceso en el que enunciado y fenómeno están firmemente pegados uno a otro.

 

La institucionalización de la ciencia como crítica al positivismo lógico

“... las formas de «verificación» que los positivistas lógicos autorizaban habían sido institucionalizadas por la sociedad moderna. Lo que puede ser «verificado», en el sentido positivista, puede ser verificado como correcto (en el sentido no-filosófico o pre-filosófico de «correcto») o como probablemente correcto, o como un éxito científico, según el caso, y el reconocimiento público de la corrección, o de la probable corrección, o del status de «teoría científica exitosa», ejemplifica, celebra y refuerza las imágenes del conocimiento y las normas de razonalidad mantenidas por nuestra propia cultura.” (Putman, 1981, pp 111-2).

Inicialmente la verificación era en última instancia privada, pero pronto se convirtió en algo público e intersubjetivo. Y, Popper ha insistido en este punto: las predicciones científicas se contrastan con «oraciones básicas» del tipo «El plato derecho de la balanza está más bajo que el izquierdo», que son satisfechas públicamente, a pesar de que para un escéptico no pueden ser «probadas». Para Putman, esta posición de Popper es el reconocimiento de la naturaleza institucionalizada de las normas a las que apelamos en los juicios de percepción ordinarios. “La naturaleza de nuestra respuesta al escéptico, que nos desafía a «probar» enunciados como «Tengo los pies en el suelo», da cuenta de la existencia de normas sociales que exigen estar de acuerdo con tales enunciados en las circunstancias adecuadas.” [6]. Pero, ¿son los acuerdos científicos tan parecidos a los ordinarios?

La gente de la calle no puede «verificar» la teoría especial de la relatividad, ni yo tampoco. La gente de la calle deja que sean  los científicos los que se encarguen de proporcionar una estimación capaz (y socialmente aceptable) de una teoría de este tipo. Dada la inestabilidad de las teorías científicas, no es probable que un científico califique de «verdadera»  tout court ni siquiera a una teoría tan exitosa como la relatividad especial. No obstante, la comunidad científica considera que la teoría de la relatividad especial es un «éxito científico» -de hecho constituye un éxito sin precedentes, como la electrodinámica cuántica- que produce «predicciones exitosas» y que «está avalada por un gran número de experimentos». Y son los demás miembros de la sociedad quienes les delegan estos juicios. La diferencia entre este caso y los de las normas institucionalizadas de verificación a los que me he referido antes -dejando a un lado la evanescencia del adjetivo «verdadero»- es el rôle especial desempeñado por los expertos y la deferencia institucionalizada hacia ellos que este caso conlleva; sin embargo, esta circunstancia no es más que un ejemplo de la división del trabajo intelectual -por no mencionar las relaciones de autoridad intelectual-. Son las autoridades nombradas por la sociedad, cuya autoridad se reconoce mediante multitud de prácticas y ceremonias, quienes juzgan que la relatividad especial y la electrodinámica cuántica son las «mejores teorías científicas que tenemos» y es en este sentido en el que dicho juicio está institucionalizado. Putman llama concepción criterial de la racionalidad a cualquier concepción de acuerdo con la cual la aceptabilidad racional se define mediante normas institucionalizadas.

Si es cierto que sólo pueden ser racionalmente aceptables aquellos enunciados que pueden verificarse criterialmente, este mismo enunciado no puede ser verificado criterialmente, y, por tanto, no es racionalmente aceptable. Si es que existe tal cosa como la racionalidad (y nos comprometemos a creer en alguna noción de racionalidad al tomar parte en las actividades de hablar y argumentar) entonces la actividad de argumentar en favor de una posición que la identifica a lo que las normas institucionalizadas determinan ya como instancias de racionalidad, es una actividad que se autorrefuta. Pues esas normas no pueden garantizar por sí solas la corrección, o la probable corrección, de ningún argumento de esa índole.

En modo alguno se está negando la posibilidad de argumentación y justificación racional (en filosofía); más bien se quiere reconocer que no podemos apelar estrictamente a normas públicas para decidir qué enunciados filosóficos son racionalmente argumentables y justificables. La afirmación de que la filosofía es «análisis conceptual», que los propios conceptos determinan qué argumentos filosóficos son correctos, es tan sólo una forma encubierta de afirmar que toda justificación racional en filosofía es criterial, y que la verdad filosófica es públicamente demostrable en la misma medida en que lo es la verdad científica (Putman, 1981, pp 116-7).


[1] Esta cita, debida a A.B. Wolfe, está extraída de Alan F. Chalmers (1982, pp 22-3).

[2] Ciertamente, esta última aseveración ha sido presentada con demasiada vaguedad. Posteriormente, en otro apartado ulterior, trataremos de precisarla.

[3] Por el momento, hablamos de teoría y de lenguaje teórico como equivalente, posteriormente precisaremos sus diferencias.

[4] Por ejemplo, si digo «el gato está encima del felpudo» sostengo indirecta o implícitamente la validez de cierta teoría óptica.

[5] Para el tratamientos de estos aspectos, seguiremos la exposición de Imre Lakatos (1972).

[6] Wittgenstein sostenía que sin esas normas públicas, normas que son compartidas por un grupo y que constituyen una «forma de vida», no sería posible el lenguaje, ni tampoco el pensamiento. 

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