REFLEXIONES ANTE LA AUTOCENSURA

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Joaquín Estefanía

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Si a los periodistas de mi generación nos preguntan en cuáles son los medios de comunicación los que nos hubiera gustado trabajar idealmente, aquellos que han sido los baluartes del buen periodismo y de la libertad de expresión sobre todos los demás, los iconos mediáticos de la mejor democracia, hubiéramos mencionado casi de modo unánime, entre otros, los diarios The New York Times y Le Monde, o la cadena de radiotelevisión británica BBC. Pues bien: los tres acaban de padecer graves problemas y una triple crisis de confianza, conciencia y objetivos. Si The New York Times, Le Monde o la BBC tienen problemas ¿cómo no los vamos a tener los demás y, entre ellos, los medios de comunicación españoles y varios latinoamericanos que nos hemos acercado a la libertad de expresión y a la profesionalidad del periodismo mucho tiempo después de los citados, con interrupciones y de una manera mucho más compulsiva que ellos? ¿Qué errores y abusos no cometeremos nosotros, más allá de los de ellos, si actuamos generalmente con muchos menos recursos y con unas reglas de juego todavía prendidas con alfileres?

Reflexionar sobre esos problemas desde adentro del periodismo conlleva reconocer que en el marco de referencia de la globalización, que es el que vivimos, además de los problemas y las dificultades específicas del periodismo de cada lugar y de cada situación, hay también una globalización de los problemas de este oficio y de las casuísticas que todos abordamos. Y también que existen semáforos, reglas de juego globales.

Encuentros como el que propicia esta mesa redonda son buenos porque, además de servirnos para contrastar experiencias, nos llevan de vez en cuando al principio para reconocer que, aunque hay nuevas tecnologías y nuevos soportes, hay aspectos sustantivos del periodismo que no varían. Se redefinen, pero no cambian su esencia. El propósito del periodismo sigue consistiendo en proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y gobernarse a sí mismo. No es baladí recordarlo en estos días en los que se cumple el décimo aniversario del denominado sexto medio, el digital: en el año 1994 se comenzaban a diseñar las páginas Web de los primeros periódicos digitales. Siempre es oportuno hacer una reflexión sobre lo que está ocurriendo en nuestro mundo, y mucho más ahora, cuando cada vez se habla menos de periodismo en las redacciones, que viven acosadas por el exceso de trabajo y por la cuenta de resultados que deben mostrar a las empresas de comunicación, sobre las cuales también hemos pasado a preocuparnos, por estar vinculadas al concepto de independencia.

En nuestros medios hablamos de política internacional, nacional, economía, deportes, cultura, sociedad, etcétera, pero poco de periodismo y de sus limitaciones actuales. David Randall, autor de El periodista universal, comenta que los medios de comunicación, sean de la naturaleza que sean y tengan el soporte que tengan, deberían reflejar en todos sus números las limitaciones con las que trabajan, para que los clientes que creen en la tendencia a la perfección, no se equivoquen. Los periódicos, por ejemplo, deberían llevar al lado del espacio noble de sus editoriales una nota aclaratoria que dijese: "Este diario y las centenares de miles de palabras que contiene han sido producidas en aproximadamente 15 horas por un grupo de seres humanos falibles, que desde despachos atestados tratan de averiguar qué ha ocurrido en el mundo, recurriendo a personas que a veces son remisas a contárselo y, otras veces, decididamente contrarias a hacerlo".

A estas limitaciones objetivas se les debería añadir otra nota aclaratoria adjunta que dijese: "Su contenido está condicionado por una serie de valoraciones subjetivas realizadas por los periodistas y los fijos de la redacción, influidos por su conocimiento de los prejuicios del director y los propietarios. Algunas noticias aparecen sin el contexto esencial, pues éste les restaría dramatismo o coherencia, y parte del lenguaje empleado se ha escogido deliberadamente por su impacto emocional y no por su precisión. Algunos reportajes se han publicado con el único objetivo de atraer a determinados anunciantes".

Actualmente los periodistas españoles amén de los medios en sí mismos tienen dos problemas principales que, en mi opinión, se pueden extender geográficamente de modo universal: la autocensura y el amarillismo. La autocensura es producto del miedo que tienen los profesionales a investigar hasta las últimas consecuencias cada información.

Ese miedo a la libertad se sustenta en la impotencia a la hora de resistir las todavía hipotéticas presiones que van a recibir de sus fuentes, de los propietarios de los medios, de los poderes legalmente constituidos o de los poderes fácticos. Hay quien banaliza el problema atribuyendo la autocensura a una especie de coartada de la pereza, pero su realidad es más profunda y tiene que ver, también, con las condiciones de trabajo. El desempleo masivo, la precariedad laboral, la economía sumergida en el sector, el intervencionismo de los gobiernos influyen en esta autocensura de manera determinante, aunque no son la última causa de la misma.

Se dice que en el periodismo de investigación los reporteros no aguantan la segunda derivada, porque tras la misma aparece siempre un amigo del propietario.

Está tan extendida esta autocensura que, por ejemplo, cuando Juan Pedro Valentín, director de informativos de Telecinco, hace una entrevista profesional al presidente del gobierno en funciones, José María Aznar, en los días previos a las elecciones generales pasadas, y le pregunta y repregunta una y otra vez sobre lo que no le contesta, se produce una especie de revolución no sólo en la sociedad sino en el propio sector mediático. Nos hemos salido de lo habitual. Nos hemos olvidado de lo que es el periodismo libre. Los que dicen que Valentín acorraló a Aznar se olvidan de que el periodismo no es propaganda.

Los periodistas asumimos hoy sin resistencia que en una rueda de prensa no se puede repreguntar. Ahora se han puesto de moda las "comparecencias" sin preguntas.

Esta autocensura -tan dolorosa en un país que sufrió tantos años la censura del Estado- es la que facilita la descripción del periodismo como una profesión gregaria, los medios como una gigantesca industria de reciclaje en la que la mayor parte publica la misma información conformista. En esta época, en la que hay programas informativos de 24 horas al día, muchos periodistas pasan más tiempo buscando algo que añadir a las noticias ya existentes, que buscando lo que está oculto. En cuanto una noticia sale del cascarón, toda la manada reacciona igual; es un solo medio -periódico, radio o televisión- el que establece los hechos. El gregarismo es un subproducto de la autocensura.

Es muy oportuno reflexionar sobre estos asuntos en la España de hoy, donde hay un profundo debate político y mediático sobre los atentados del 11-M y sus consecuencias, 48 horas después, en el voto de los españoles.

Hemos visto que cuando un medio de comunicación se sale de la verdad oficial causa un terremoto en la sociedad. No sólo es necesario acercarse a la verdad de lo ocurrido, sino hacerlo en el tiempo adecuado. En el libro Elementos del periodismo, escrito por Bill Kovach y Tom Rosenstiel, hay una reflexión muy adecuada para el análisis de este suceso y sus consecuencias posteriores. La reproduzco literalmente, para insistir en la influencia del periodismo independiente y no gregario ni autocensurado: "En las primeras horas de un suceso, cuando ser preciso es más difícil, circunscribirse a los hechos es quizá lo más importante. Es en esos momentos cuando los ciudadanos se forman una opinión, a veces con no poca testarudez, gracias al contexto empleado para presentar la información. ¿Supone una amenaza para mí?, ¿me beneficia?, ¿debería preocuparme?

"Las respuestas a estas preguntas determinarán con cuánta atención seguirá cada uno de nosotros esta noticia, con cuánto interés demandaremos una verificación de los hechos. Basándonos en esta experiencia, Holding Carter, veterano periodista que aceptó un cargo en la administración Carter, ha dicho que en esta época el gobierno puede ejercer mayor control sobre la mente del ciudadano que anteriormente. Si no se plantea, por parte de los medios de comunicación, una oposición seria antes de tres días, el gobierno habrá fijado el contexto de un suceso y podría controlar la percepción que el ciudadano tenga del mismo."

La reflexión parece escrita para el ya citado caso español, pero no fue así. El libro fue escrito en 1997, con una metodología muy interesante: 23 periodistas (directores de periódicos, figuras influyentes de la prensa, radio y televisión, académicos, etcétera) se reunieron en Harvard, preocupados por el deterioro de una profesión que en vez de servir a un interés público, lo estaba socavando.

El segundo problema que quiero resaltar es el amarillismo periodístico. Éste es aquel que ataca el honor o invade la intimidad de los ciudadanos, conculcando principios constitucionales en nombre de la libertad de expresión. Este amarillismo sobre los particulares no tiene relación alguna con la función de la prensa como garante del pluralismo y de una opinión pública -como a veces oímos ampulosa y exageradamente en algunos programas de radio o de televisión cuyos protagonistas se presentan de modo abusivo como periodistas- y se está contagiando desde los medios audiovisuales a los escritos, en una extraña reedición analógica de la Ley de Gresham, que dice que la moneda mala expulsa a la buena del mercado. A veces, la mala información también expulsa a la buena.

La norma básica sobre los asuntos relativos al dominio privado sigue siendo la misma de siempre: la vida privada de los funcionarios públicos es asunto suyo, a no ser que la conducta privada interfiera en el desarrollo de su labor pública. Borracho en casa, asunto privado. Borracho en los pasillos del Congreso, asunto público.

Nuestra profesión debe ser transparente. Debemos poder contestar con claridad a las preguntas que sobre nosotros se hacen los ciudadanos. ¿Cuáles son esas preguntas? El director de la redacción de Le Nouvel Observateur, Laurent Joffrin, describió hace tiempo lo que él denominó Los diez secretos del periodismo, que deben tener respuesta para limitar esa desconfianza que a veces ha devenido en odio. Esos secretos son los siguientes:

1) ¿Los periodistas somos poderosos frente a los individuos?

2) ¿Ocultamos parte de lo que sabemos, en el entendido de que información es poder?

3) ¿Somos amigos de los poderosos? ¿Compartimos de forma vicaria parte de su vida, los artesonados del poder?

4) ¿Estamos a las órdenes de los propietarios. La búsqueda de la calidad periodística y la transformación del periodismo profesional de los medios en los que trabajamos o tenemos alguna otra lealtad prioritaria?

5) ¿Quién nos paga? Aquí no se pregunta sólo por los ingresos espurios o vergonzantes sino por el salario del que vivimos. O lo que es lo mismo: ¿quiénes son los auténticos propietarios últimos de los medios en los que trabajamos?

6) ¿Somos manipulados consciente o inconscientemente? ¿Garganta profunda no manipuló a Woodward y Bernstein?

7) ¿Somos competentes? ¿Tenemos formación suficiente para hablar al mismo tiempo del caso Enron, la contabilidad creativa, el Protocolo de Kyoto, las células madre, la guerra preventiva o el Tribunal Penal Internacional?

8) ¿Tenemos los medios suficientes para investigar?

9) ¿Somos borregos o tenemos la capacidad de investigar asuntos propios o fuera de la agenda pública?

10) ¿Somos intocables? ¿Es posible que en sociedades repletas de casos de corrupción y personas corruptas no haya periodistas que pertenecen a esta última clase? ¿Hay sanciones en nuestras redacciones para quien abusa o se corrompe?

11) A pesar de esos defectos y abusos, la mayor parte de las noticias importantes son divulgadas. Corregidas las manipulaciones, se critica a los poderosos y se presentan con amplitud los males de la sociedad. Ésa es la grandeza y la fascinación del periodismo. Su milagro. A la vista de los resultados, hay que poner en cuarentena la versión arqueo marxista de quienes afirman que como la prensa está sometida a las cada vez más difíciles leyes del mercado, también está forzosamente vendida a los poderes económicos o de otro tipo. Además de sumisión, hay espacios de autonomía.

Eso es lo que al final separa a un periodismo de otro. Lo que sigue vigente es el propósito último del periodismo: proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo. La búsqueda de la calidad periodística y la transformación del periodismo profesional.

Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid-El País. Ha sido director de publicaciones del grupo Prisa.

Éste, y los siguientes tres ensayos, que hasta ahora no han sido publicados, formaron parte de los seminarios Ética, calidad y empresa periodística en América Lartina (Monterrey, 2003), y La búsqueda de la calidad periodística y la transformación del periodismo profesional (Monterrey, 2004), organizados por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y la Corporación Andina de Fomento, a quienes agradecemos la autorización para publicarlos 

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