ENGELS Y LAS RAICES DEL REVISIONISMO

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A 100 años de la muerte del gran revolucionario

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Paul Kellog
Profesor del Departamento de Política de la Ryerson Polytechnic University, Canadá.
Artículo publicado originalmente en la revista Science & Society y tomado de su versión en portugués en la revista brasileña Praxis, julio de 1995. 

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Este artículo tratará de contribuir con una reevaluación del lugar de Friedrich Engels en el canon del «marxismo clásico», un tema que ha sido motivo de considerable controversia. E.P Thompson, años atrás, identificó la tendencia a transformar «al viejo Engels en chivo expiatorio e imputarle cualquier rasgo que se desee imputar a los marxismos subsecuentes» (1). Terrel Carver, por ejemplo, pone en duda la afirmación, de Engels, de que Marx habría estado de acuerdo con las concepciones expuestas en su principal trabajo teórico, Anti-Dühring. Argumenta Carver: «Fue sólo en el prefacio de 1885 (escrito después de la muerte de Marx) que Engels hizo público la ayuda de Marx en la búsqueda de material para el capítulo sobre economía política. Y fue sólo entonces que Engels argumentó que él habría `leído casi todo el manuscrito` a Marx `antes de publicarlo`. No tenemos ninguna otra evidencia para apoyar esta historia» (2).

Sin embargo, Anti-Dühring fue publicado y circuló ampliamente en 1877-8, cinco años antes de la muerte de Marx. Como afirma el propio Carver, «Marx difícilmente podría haberlo ignorado». En efecto, no lo hizo. Hal Draper mostró que «Marx redactó un respaldo irrestricto al libro para la publicación del partido» (3). ¿Por qué, de hecho, permanecería Marx en silencio si sus opiniones, como insiste Carver, fuesen tan agudamente divergentes de las de su colaborador de toda la vida? Carver adelanta varias hipótesis: el deseo de mantener su antigua amistad, la intención de preservar sus roles de dirigentes en el movimiento socialista y «la utilidad del apoyo financiero de los recursos de Engels», o incluso una combinación de las tres, habrían motivado a Marx a «mantener silencio y no interferir en el trabajo de Engels, incluso en contradicción con el suyo propio» (4).

¡Como si Carlos Marx -autor del Manifiesto Comunista, fundador del comunismo internacional, el mayor Némesis del capital- pudiese ser comprado! Este es un método esdrújulo para establecer una ruptura entre Engels y Marx. Con todo, no deja de ser representativo en su evaluación más general del lugar de Engels en el marxismo. Draper postula que esa evaluación tiene un sentido político definido, particularmente en lo que hace al Anti-Dühring, que «fue la única presentación más o menos sistemática del marxismo hecha por cualquiera de ellos (...) Cuanto mayor el vacío que se pueda crear en la doctrina de Marx, más fácilmente pueden las lagunas ser llenadas libremente y según los deseos de cualquiera que pretenda tejer su propia fantasía sobre el marxismo» (5).

Claramente por lo tanto, hay una controversia acerca de la contribución global de Engels al marxismo (6). un tema ciertamente mucho más amplio de lo que puede ser tratado en un artículo. Aquí nos restringiremos a examinar un aspecto de esta controversia: la relación de Engels con la evolución de la II Internacional hacia fuera del marxismo revolucionario y en dirección a la aceptación de la vía parlamentaria al socialismo. Uno de los textos más influyentes sobre ese tema es Bernstein y el marxismo de la II Internacional, de Lucio Colletti (7). El trabajo de Colletti es más sustancial que la mayoría de las evaluaciones que hacen de Engels un «chivo expiatorio». Allí se desarrolla el argumento según el cual las debilidades del legado teórico de Engels dejaron a la II Internacional susceptible al avance del «revisionismo». El objetivo sería advertir a los marxistas contemporáneos sobre los peligros del marxismo mecanicista, cuyas raíces, argumentaba Colletti, no deberían ser buscadas sólo en los fracasos de los marxistas del siglo XX, sino que podrían ser encontrados mucho antes en los textos de uno de los co-fundadores de toda la tradición marxista. Dos décadas pasaron y, hasta hoy, el análisis de Colletti es citado, referido y elogiado. Para algunos, se transformó en una especie de mini-clásico.

Este artículo cuestionará la evaluación de Colletti acerca de Engels, argumentando que ella es, en lo esencial, incorrecta. El marxismo de Engels está en completa contradicción con el de Bernstein y no es su precursor. En la medida en que la crisis en Europa Oriental respalda muchos truismos neomarxistas, será de máxima importancia, para la última década de este milenio, tener un apoyo seguro en la tendencia real de evolución del marxismo «clásico». El análisis de Colletti, al descartar el legado de Engels, pierde ese punto de apoyo.

 

Colletti sobre Engels

El texto de Colletti sirvió de introducción a la reedición de 1968 de Socialismo y Social Democracia, de Bernstein. El eje de su argumento es que, aunque representantes de la II Internacional como Kautsky y Plejanov hubiesen combatido a Bernstein, la ruptura de este último con el marxismo tendría profundas raíces en el marxismos que ambos representaban. Colletti muestra que la «teoría del colapso» de la crisis capitalista, tal como es expuesta por muchos líderes teóricos de la II Internacional, se basaba en una falsa lectura de El Capital, y era fácilmente refutable. Ella abrió paso para que Bernstein montara un espantajo -la teoría de la revolución en Marx se apoyaría en la inevitabilidad del colapso de la economía capitalista- y, mostrando cómo el capitalismo puede sobrevivir a cualquier crisis, llevase a la sustitución de una estrategia revolucionaria por una de reforma gradual, parlamentaria. Colletti demuestra que tal crítica pierde lo fundamental. Marx, en El Capital, no afirmó la inevitabilidad del colapso, sino la inevitabilidad de la crisis. Los ciclos recurrentes de competencia, la superproducción, la caída de la tasa de ganancia y las crisis -seguidas por quiebras, concentración y centralización, una elevación de la tasa de ganancia, un nuevo round de competencia, etc- por sí mismos no llevarían al fin y a la supresión del capitalismo. Conducirían a una concentración y centralización cada vez mayores, por un lado, del capital, y por otro, de la fuerza de trabajo. La creciente contradicción entre la experiencia colectiva de trabajo (las fuerzas de producción) y la naturaleza privada de la apropiación (las relaciones de producción) plantearía la posibilidad del socialismo, incluso la necesidad del socialismo, pero no su inevitabilidad.

Colletti muestra cuánto de esa lectura equivocada de Marx se basa en la confusión sobre lo que es economía política burguesa y lo que es específicamente marxista. La separación de una esfera aislada llamada «la economía» es central en la economía política burguesa. Tal separación mistifica las relaciones sociales en el meollo de la economía, haciendo posible una crítica de las «leyes económicas» que no sea, al mismo tiempo, una crítica revolucionaria de la sociedad capitalista. Marx no se limita a la ley del valor de Smith y Ricardo, sino que la desarrolla como integrante de su teoría del concepto de «fetichismo». La ley del valor parece ser la ley de la relación entre cosas -mercaderías. Sin embargo, enmascara la relación entre personas -una relación de explotación en la extracción de plusvalía, basada en la dictadura de la burguesía- de allí el término «fetichismo de la mercancía», o sea, hacer de las relaciones entre mercaderías un fetiche. Para Marx, una «economía» debe simultáneamente ser una sociología, una historia, una teoría política. Lo que Colletti muestra es que la II Internacional se apartó de esta perspectiva, colocando su teoría en contradicción con el pensamiento revolucionario que profesaba. Su teoría se armonizaba cada vez más con la sociedad capitalista, mientras su estrategia todavía apuntaba a la subversión revolucionaria de la sociedad. Lo que Bernstein hizo fue realinear la estrategia de la II Internacional con su teoría (8).

Resumí largamente los argumentos de Colletti pues los considero, hasta este punto, esclarecedores, importantes y correctos. Sin embargo, también considero que su evaluación del papel de Engels en esa disputa se apoya en un terreno muy inseguro. Su argumento se restringe a un análisis del «testamento político» de Engels que habría sido una de las fuentes del revisionismo de Bernstein, su «preámbulo y preparación inconsciente» (9). En ese punto crucial, Colletti está errado.

El testamento al que Colletti se refiere es la introducción redactada por Engels, en 1895, para la primera reimpresión de Las luchas de clases en Francia, de Marx, uno de los últimos textos que Engels escribió antes de su muerte en aquel mismo año (10). Colletti reconstruye la argumentación tal como fue publicada el 6 de marzo de 1895. Según Engels, en 1848, él y Marx consideraban que Europa estaba madura para la transformación socialista. Ellos estaban errados. En el medio siglo posterior, el capitalismo mostró un extraordinario vigor, industrializando toda Europa, inclusive Alemania. No sólo sus análisis económicos estaban errados en 1848, dice Engels, sino que también estaba errada su teoría de la revolución. «Fuertemente marcados por la memoria de los prototipos de 1789 y 1830», Marx y Engels creían que las revoluciones podían ser revoluciones de una minoría. Si esto era verdad para toda revolución anterior a la del proletariado, para una revolución proletaria sería imposible. Una revolución proletaria debería involucrar a una vasta mayoría del proletariado o no sería nada. «La forma de la lucha de 1848 es hoy obsoleta en todos los aspectos, y esto es un punto que merece un examen más detallado en la presente situación» (11). A partir de este análisis, de la necesidad de ganar a la vasta mayoría para el proyecto de transformación socialista, Engels se refiere positivamente a la táctica de la social democracia alemana: «Trabajo largo, paciente -`lento trabajo de propaganda y actividad parlamentaria`- es reconocido como `la tarea inmediata del partido`» (12). Dos peligros amenazaban ese trabajo: una reversión a la perspectiva de la «revolución de una minoría», del tipo de la de 1848, y la toma prematura del poder en una única ciudad, aislada del resto del país, al estilo de la Comuna de París de 1871. La elección, permitida por la burguesía como un medio para engañar a la clase trabajadora, debería ser transformada en un instrumento de emancipación (13).

«Debemos aclarar» dice Colletti, «que tal visión estratégica aún no es, de modo alguno, `revisionismo`». Pero refleja la misma «perspectiva estratégica» que vino a ser conocida como revisionismo de Bernstein. «El derecho de voto es considerado un arma que puede, en corto espacio de tiempo, llevar al proletariado al poder; la Comuna de París es considerada un episodio sangriento que no debe ser repetido» (14).

Colletti subraya su texto con salvedades similares. Después de delinear el nudo de la perspectiva parlamentaria de Bernstein, afirma: «Obviamente, en su último texto, Engels no tuvo la intención de decir nada en ese sentido. Además de eso, el propio Bernstein, al subrayar la importancia del `testamento político`, reconoció que difícilmente se podría esperar que Engels adoptase esa `revisión necesaria de la teoría`» (15). Pero, con salvedades o no, el argumento de Colletti es cristalinamente claro: para encontrar la fuente del revisionismo de Bernstein debemos mirar mucho antes de los tan conocidos renegados Kautsky y Plejanov y apuntar al mentor de ellos: Friedrich Engels.

Con todo ¿es justa la reconstrucción de los argumentos de Engels hecha por Colletti? El primer paso a dar es el reconocimiento de que el texto es, por lo menos, ambiguo. El meollo del argumento de Colletti es su interpretación, ya referida, de que para Engels, «el derecho de voto es considerado un arma que puede, en corto espacio de tiempo, llevar al proletariado al poder» (16). Colletti hace una lectura de entrelíneas, pues en ningún lugar Engels lo afirma. Dice que el voto es un arma. Pero que su uso no lleva al poder de los trabajadores y sí al fortalecimiento del partido de los trabajadores. Su «inevitabilismo» no se refiere a la inevitabilidad del poder de los trabajadores a través del Parlamento, sino a la inevitabilidad del crecimiento, en las condiciones de legalidad de entonces, del tamaño de la socialdemocracia alemana: «su (del partido) crecimiento se da tan espontánea, segura e irresistiblemente, y al mismo tiempo, de forma tan tranquila, como en un proceso natural» (17).

Engels también afirma explícitamente que las revoluciones de modo alguno se hicieron obsoletas: «Claro, nuestros camaradas extranjeros no renuncian a su derecho a la revolución. El derecho a la revolución es, al fin y al cabo, el único 'derecho histórico' real, el único derecho en el que todos los Estados modernos, sin excepción, se apoyan» (18). Y, al discutir la experiencia de 1848, va todavía más lejos: después de 1848, «el período de revoluciones de abajo hacia arriba fue cerrado en su forma actual; le siguió un período de revoluciones de arriba para abajo. La reacción imperial de 1851 dio una nueva prueba de la entonces inmadurez de las aspiraciones del proletariado. Con todo, ella misma crearía las condiciones sobre las cuales estaban destinadas a madurar» (19).

Las revoluciones desde abajo estaban, «en su forma actual» superadas. Las aspiraciones del proletariado estaban «en ese momento» inmaduras, pero el propio desarrollo del capitalismo estaba creando «las condiciones sobre las cuales aquellas estaban destinadas a madurar». Todo eso es un marxismo muy usual, elemental. De modo alguno prefigura a Bernstein.

Al analizar la Comuna de París Engels no concluyó que la revolución de abajo hacia arriba estaba obsoleta en cuanto estrategia. La guerra Franco Prusiana, que la precedió, «posibilitó una sublevación victoriosa. Mostró que, en París, ya no era posible otra revolución que la proletaria. Después de la victoria, el poder cayó, por sí mismo y casi sin disputas, en las manos de la clase trabajadora» (20).

El dominio de la clase trabajadora se probó imposible, no porque los trabajadores parisinos erróneamente sucumbieran a la «violencia» de una revolución de masas de abajo hacia arriba, sino porque «por un lado, Francia dejó a París abandonada, asistió pacíficamente mientras ella sangraba por las balas de MacMahon; por otro lado, la Comuna fue desgastada por las disputas infructíferas entre los dos partidos que la dividían, los blanquistas (la mayoría) y los proudhonistas (la minoría), ninguno de los cuales sabía lo que se debía hacer» (21).

La conclusión de esa línea de razonamiento no es el abandono tout court de la estrategia de una revolución de masas, sino antes bien asegurar que tal revolución no esté aislada en una minoría del país y desarmada debido a una dirección dividida. La lección de la Comuna de París es que una minoría de la clase trabajadora no puede mantener el poder si éste le viene como un «regalo» por el colapso del Estado burgués. Análogamente, la lección de 1848 muestra «cuan imposible era (...) ganar la reconstrucción social a través de un simple ataque por sorpresa» (22). La lección no es escoger el Parlamento a cambio de la revolución armada; sino, antes, no embarcarse en aventuras cuando una minoría revolucionaria trata prematuramente de tomar el poder en nombre de una clase trabajadora mayoritariamente pasiva y cuyo único papel es el de observadora. Los revolucionarios deben ganar la dirección política de la clase trabajadora con conciencia de clase, y entonces aplastar el Estado.

La «rebelión al viejo estilo, la lucha de calles con barricadas (...) estaba en gran escala obsoleta» (23), pero no totalmente obsoleta. El «lento trabajo de propaganda y la actividad parlamentaria son (...) las tareas más inmediatas del partido» (24). La socialdemocracia está «yendo muy bien por el momento, manteniéndose dentro de las leyes» (25), pero no hay ninguna sugestión de que esa «tarea inmediata», que «en el momento» está «yendo muy bien», esté escrita sobre una piedra como la única táctica de la socialdemocracia, o el modo por el cual los trabajadores llegarán al poder.

De hecho, una lectura honesta del texto puede llegar más fácilmente a la conclusión que Engels argumentaba a favor del uso de la legalidad y del derecho a voto para ganar la mayoría como preludio a la lucha revolucionaria por el poder. El sufragio universal «se transformó en nuestro mejor medio de propaganda»; la agitación electoral «nos posibilita los mejores medios para entrar en contacto con las masas del pueblo»; el Reichstag (26) se convirtió en «plataforma desde la cual ellos (los representantes socialdemócratas) pueden responder a sus oponentes en el Parlamento y a las masas con una autoridad y una libertad mucho mayor que la prensa o en nuestras reuniones» (27). La lección de 1848 y 1871 es que minorías no pueden establecer el poder de los trabajadores. La legalidad y el Parlamento son útiles en la trayectoria en dirección a la revolución, para ganar a la mayoría de la clase trabajadora, pero su vasta mayoría debe estar consciente y activa para que sea posible la transformación socialista.

«El tiempo para ataques por sorpresa, para revoluciones llevadas a cabo por pequeñas minorías conscientes en la dirección de masas inconscientes, ha pasado. Cuando la cuestión es una transformación completa de la organización social, las propias masas deben también estar en ella, deben ellas mismas haber comprendido ya lo que está en juego, para qué están luchando. La historia de los últimos años cincuenta años nos enseñó esto. Pero para que las masas comprendan lo que debe ser hecho, es necesario un largo y persistente trabajo, y es justamente ese trabajo que nosotros estamos buscando, y con un éxito que lleva a la desesperación al enemigo» (28).

 

El «truco» de Liebknecht

La interpretación de Colletti es posible. El texto, tal como fue impreso por primera vez, es ambiguo. Todo lo que hice hasta ahora fue demostrar que Engels nunca, en ese texto, argumentó explícitamente a favor de la vía parlamentaria al socialismo, y que también hay otra lectura posible del texto, opuesta a la de Colletti -la de que Engels no argumentaba contra una estrategia revolucionaria, insurreccional, sino únicamente contra insurrecciones de una minoría. El postula que se gane la conciencia de clase mayoritaria para el proyecto de transformación socialista y, con base en ella, se subvierta el orden existente.

Colletti está en buena compañía al explotar esa «ambigüedad». Su interpretación, u otras por el estilo, pueden ser fácilmente denominadas como «hegemónicas» en el marxismo contemporáneo. Entre muchos ejemplos, vale la pena citar la del influyente marxólogo David McLellan. En su trabajo Marxism after Marx (Marxismo después de Marx) McLellan termina su discusión acerca de la contribución de Engels al legado marxista con una extensa cita del «testamento». Lo comenta así:

«Tales pasajes, considerados como el `testamento` político de Engels, ciertamente ejercieron un papel al influenciar a los líderes del SPD, a pesar de que se debe señalar que Engels aceptó (con mucha reticencia) en retirar ciertos pasajes revolucionarios bajo la presión de los líderes de Berlín. En todo caso, se puede apreciar fácilmente que la posición un tanto ambivalente de Engels dio munición a ambos lados en el gran debate sobre si las doctrinas políticas de Marx necesitaban ser revisadas a la luz de las circunstancias que se alteraban» (29).

Ocurre que la ambigüedad del texto desaparece cuando lo examinamos no como fue impreso por primera vez, sino como fue escrito. Su primera versión publicada -la versión que Colletti analiza- fue editada y corregida por Wilhelm Liebknecht (no queda claro el motivo por el cual McLellan cree que Engels habría estado de acuerdo con tales cortes). A pesar de las protestas de Engels, el texto integral no fue impreso durante cuarenta años. Si hubiese sido publicado tal como fue escrito, nadie -ni Bernstein, ni McLellan o Colletti- podría haber argumentado que ese «testamento político» contenía alguna ruptura con el pasado revolucionario de Engels.

Engels descargó su furia con los líderes partidarios justamente porque sabía que la versión ambigua publicada podría servir como amparo al reformismo. El 1º de abril de 1895 escribió a Karl Kautsky: «Para mi sorpresa, veo hoy en el Vorwarts un extracto de mi Introducción, impresa sin mi conocimiento y cortado de tal modo que parezco un pacífico pregonero de la legalidad a cualquier precio. Menos mal que el texto completo deberá aparecer ahora en el Neue Ziet, de modo que esta vergonzosa impresión será borrada. Le daré a Liebknecht una buena respuesta y también, no importa quién sea, a todos aquellos que le dieron la oportunidad de distorsionar mi opinión sin siquiera decirme una palabra sobre esto» (30).

El viejo estaba rabioso. Dos días más tarde, escribió una carta a Paul Lafargue a París: «Liebknecht acaba de hacerme una buena. Seleccionó de mi Introducción a los artículos de Marx sobre la Francia de 1848-50 todo lo que podría servirle de apoyo a la táctica de paz a cualquier precio y de oposición a la fuerza y a la violencia, lo cual le gusta pregonar desde hace ya algún tiempo, especialmente ahora, cuando se preparan en Berlín leyes coercitivas. Pero yo estoy defendiendo estas tácticas sólo para la Alemania de hoy, e incluso así con una importante reserva. En Francia, Bélgica, Italia y Austria estas tácticas no podrían ser seguidas como tales y en Alemania pueden convertirse en inaplicables mañana» (31).

El «truco» de Liebknecht no fue rectificado hasta 1930. Así, durante las tres primeras décadas de este siglo, tal vez hubiese espacio para algún malentendido. Pero cuando Colletti (y McLellan) escribió, ya eran públicas tanto la versión real del «testamento» de Engels, como la furiosa correspondencia denunciando el cretinismo legalista que desnaturalizó su artículo. E, incluso así, Colletti en ningún momento se refirió ni a la versión integral del trabajo, ni a la opinión de Engels respecto de aquello sobre lo cual el texto argumentaba de hecho. Eso habría demolido toda la argumentación, central para Colletti, de que en ese «testamento» reposaría el germen de la enfermedad revisionista.

Examinemos los principales trechos que Liebknecht encontró tan repugnantes. El primero es la evaluación de Engels sobre los combates callejeros como táctica, a la luz de las experiencias de 1848. El argumentaba que una revolución no podría vencer nunca sólo con barricadas. Pero que estas podrían minar la moral de los militares, ayudar a las fuerzas revolucionarias a dividir el ejército, una necesaria precondición de la victoria. La tijera de Liebknecht removió las siguientes líneas que venían a continuación: «Es el punto principal, que debe ser tenido en mente cuando las posibilidades de contingentes combates callejeros sean nuevamente examinadas» (32). ¡Futuros combates callejeros! Esto era pavoroso para los partidarios de la vía parlamentaria. ¡La socialdemocracia enfrentaría combates callejeros en el futuro! Las lecciones de Engels acerca de 1848 no son las de decir «nunca» a las barricadas, a la violencia, etc, sino las de especular cómo ellas podrían ser más efectivas... ¡la próxima vez! La tijera hizo su trabajo.

Poco más de una página después, fue necesaria nuevamente. Engels desarrollaba el argumento sobre cómo la burguesía estaba mucho más preparada en los años 1890 que en 1848 para enfrentar los combates en las calles. Hubo cambios, «todos a favor de los militares». Los ejércitos son más grandes, extensas ferrovías facilitan su concentración en cualquier parte del país, rifles de repetición substituían a los antiguos fusiles manuales y surgían ojivas de percusión que «pueden demoler cualquier barricada». Pero las cosas no cambiaron sólo en términos de tecnología militar: «todas las condiciones del lado insurgente se desarrollaron para peor». Será difícil unir a «todo el pueblo» contra el régimen en una revuelta proletaria. La base urbana de masas para los «partidos reaccionarios que se aglutinan alrededor de la burguesía» es incomparablemente mayor que en los primeros días del capitalismo. «El `pueblo`, por lo tanto, siempre aparecerá dividido, y ese apoyo poderoso, tan extraordinariamente efectivo en 1848, estará faltando. (...) Una parte de los soldados se pasará al lado de la revolución, pero armarla con armas de caza y desde luego no será tan efectivo contra los nuevos armamentos militares». «Y finalmente -continúa Engels- desde 1848, los nuevos barrios construidos en las grandes ciudades fueron estructurados en calles anchas, rectas y largas, de manera que se pueda utilizar en todo su poder los nuevos cañones y rifles. El revolucionario tendría que ser un loco si escogiese, por libre y espontánea voluntad, los distritos de los trabajadores del Norte o del Este de Berlín para una lucha de barricadas» (33).

Si parase aquí, tales palabras serían una perorata evangélica contra toda organización de una insurrección armada. Pero Engels no lo hizo. El resto del párrafo, removido por la tijera favorable a la vía parlamentaria de Liebknecht, continúa: «¿Significa esto que, en el futuro, los combates de calle no jugarán más ningún papel? Ciertamente que no. Sólo significa que las condiciones desde 1848 se hicieron mucho más favorables para los militares. Un futuro combate de calle puede ser victorioso, por lo tanto, sólo cuando esta situación desfavorable sea compensada por otros factores. De este modo, la lucha de calles ocurrirá más raramente en el inicio de una gran revolución que en su desarrollo posterior y tendrá que ser iniciada con fuerzas mayores. Estas, con todo, bien pueden preferir, como en la Gran Revolución Francesa, el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, el ataque abierto a la táctica pasiva de las barricadas» (34).

Que líneas profundas y proféticas. Engels delinea, con cristalina claridad, lo que ocurriría en Rusia en 1917. Es claro que los «combates callejeros» tendrán su papel, pero no en el inicio de una revolución y sí en su final, cuando las fuerzas revolucionarias ganen la mayoría de la clase trabajadora y dividan las fuerzas militares del Estado. La Revolución de febrero de 1917 inauguró una situación de poder dual, al inicio de la cual los bolcheviques eran una minoría de la clase trabajadora. Entre febrero y octubre, ellos ganaron el apoyo de la mayoría en los soviets de las más grandes ciudades de Rusia, dividieron el ejército y, con esa base, lanzaron «combates de calle» para subvertir el Estado burgués. Es como si Engels, en este párrafo censurado, estuviese previendo el futuro. Los bolcheviques no sabían que estaban realizando una acción que Engels anticipó en la teoría -en 1917, la versión no censurada del texto de Engels todavía estaba juntando polvo en los archivos de la socialdemocracia- pero ellos cumplieron al pie de la letra, hasta el punto de preferir «el ataque abierto a las pasivas tácticas de barricadas» cuando llegó la hora de organizar la insurrección.

Engels no estaba anticipando a Bernstein, estaba anticipando a Lenin (35). Desde otra perspectiva, estaba anticipando a Gramsci. Entre los grandes marxistas, Gramsci desarrolló esta cuestión más que nadie. Todo su análisis acerca de la guerra de posiciones y guerra de movimiento está directamente anticipada por el «testamento» de Engels (36). Si un asalto frontal, o una «guerra de movimiento», ya estuvo en la agenda inmediata, debido a la naturaleza «gelatinosa», subdesarrollada, de la sociedad civil, el moderno capitalista requiere la «guerra de posiciones». «Trabajo largo y persistente», «lento trabajo de propaganda», son los equivalentes engelsianos para la «guerra de posiciones» de Gramsci. Ninguno de ellos renunció al uso de la fuerza (a pesar de que hay quienes postulan que Gramsci lo hizo, de modo muy similar a la misma postulación en relación con Engels) (37). Simplemente argumentaron que el partido revolucionario debe empeñarse en años de trabajo preparatorio, fortalecerse y ganar una mayoría antes de que una insurrección armada esté en la agenda. Esta línea de raciocinio era inaceptable para Liebknecht y otros líderes del SPD, de modo que el «testamento» de Engels fue privado de su contenido vital.

Nosotros no examinamos todas las partes cortadas por Liebknecht. El removió una sección en la cual Engels argumentaba contra los combates callejeros prematuros de modo de «no desperdiciar ese aumento diario de la tropa de choque en la vanguardia de la lucha, manteniéndola intacta hasta el día de la decisión» (38). La implicancia es, claro, que las tácticas revolucionarias, no estando en la agenda presente, estarán en un futuro «día de la decisión». En el mismo párrafo, Engels repite ese punto, afirmando que si la insurrección fuese prematura, «la fuerza de choque no estaría, tal vez, disponible en el momento crítico, en la lucha decisiva» (39). Liebknecht, obviamente, removió esas palabras. Finalmente, los alertas de Engels contra la creencia de que la legalidad duraría para siempre. Dirigiéndose al Estado alemán, afirma: «Si, por tanto, usted viola la Constitución del Reich, entonces la socialdemocracia estará libre, podrá hacer y dejar de hacer lo que quiera contra usted. Pero lo que ella hará en ese momento, difícilmente se lo permitirá percibir hoy» (40). Hoy la burguesía nos permite trabajar abiertamente. Muy bien, nosotros usaremos esta legalidad para fortalecer nuestro partido. Pero no tenemos ilusiones de que nuestros legisladores crean en esa «lucha de clases legal». Nosotros estamos completamente preparados para una nueva ley «anti socialista» y, cuando venga, trabajaremos, obviamente, en la clandestinidad, ilegalmente. Y, claro, no le daremos ninguna pista de esta estrategia. Sólo un idiota avisa anticipadamente a su enemigo.

Colletti está absolutamente en los correcto: las raíces del revisionismo de Bernstein calan hondo en la ortodoxia de la II Internacional. Pero el «testamento» de Engels no es una de esas raíces. Un examen serio de ese texto muestra claramente, por sobre todo, que él es parte de la «ortodoxia» marxistas revolucionaria contra la cual Bernstein está argumentando. Una lectura honesta de la versión no censurada del testamento de Engels habría forzado a Colletti a retirarlo de sus «raíces del revisionismo» y sumar a Liebknecht, al lado de Kautsky y Plejanov, como defensores de la ortodoxia que «llevaba las semillas» del revisionismo -en oposición a Engels. El Engels de 1895 no era diferente del Engels de 1874, cuando escribió que la «fuerza (...) todavía juega otro papel en la historia, un papel revolucionario (...) en las palabras de Marx es la partera de toda vieja sociedad preñada de una nueva (...) es el instrumento con cuyo auxilio el movimiento social abre su camino y mina las fuerzas políticas muertas, fosilizadas» (41).

 

Conclusión sobre el método

El método escogido por Colletti, en su evaluación de Engels y Bernstein, hizo inevitable que incurriese en problemas. Su crítica de los textos claves es lúcida, clara, estimulante -algunas veces brillante- pero se queda en esto: una crítica de textos. Es un valioso ejercicio de búsqueda de las raíces de los escritos de Bernstein en los de Kautsky, Plejanov et altri, y de tratar de enraizarlo en los escritos de Engels. Pero el método del materialismo histórico requiere algo más que eso. La teoría no validada sólo por colocar notas al pie. Debe ser probada en la práctica y en la historia de la práctica. Esta última dimensión, la realidad material, está enteramente ausente de los argumentos de Colletti.

Colletti no fue el primero en identificar las raíces del reformismo en la II Internacional. Un marxista muy admirado -Vladimir Lenin- estuvo durante años obcecado exactamente en esta cuestión después que los partidos de la II Internacional capitularon, en 1914, ante los argumentos patriotas y apoyaron a sus clases dirigentes nacionales en la matanza de la Primera Guerra Mundial. Obviamente, él identificó las raíces teóricas (al punto de releer casi toda la obra de Hegel en la tentativa de recuperar la dialéctica en el marxismo), pero no se detuvo en eso: buscó las raíces en las condiciones materiales, en la vida y la práctica de los movimientos laboristas y socialistas en los países capitalistas avanzados. Denominó oportunismo aquello contra lo cual luchaba -sus representantes clave eran los mismos Kautsky y Plejanov- y los comprendió como directamente ligados al revisionismo de Bernstein. En enero de 1915 escribió: «oportunistas son, de hecho, elementos no proletarios hostiles a la revolución socialista (...) (El estrato de oportunistas en el movimiento de los trabajadores) incluye funcionarios de los sindicatos legales, parlamentarios y otros intelectuales, que consiguieron para sí mismos situaciones cómodas y confortables en el movimiento de masas legal, algunos sectores de los trabajadores mejor pagos, empleados de oficinas, etc» (42).

En junio de 1915 Lenin definió el oportunismo como «un estrato social activo, consistente en parlamentarios, periodistas, funcionarios públicos, personal de oficinas privilegiado y algunos estratos del proletariado» (43). En agosto de 1915 delineó sus orígenes: «Las condiciones objetivas a fines del siglo XIX (...) crearon una pequeña costra de oficialidad y aristocracia de la clase trabajadora: (44). En enero de 1916 esbozó de esta manera el desarrollo de la colaboración de clases y del oportunismo: «El carácter relativamente `pacífico` del período entre 1871 y 1914 sirvió para gestar el oportunismo, primero como un estado de espíritu, luego como una tendencia, hasta finalmente formar un grupo o estrato entre la burocracia trabajadora y los `compañeros de ruta` pequeño-burgueses» (45). En octubre de 1916 definió la composición del estrato en el movimiento de los trabajadores en que se basaba el oportunismo: «ministros de trabajo, `representantes del trabajo` (...) trabajadores miembros de los comités de industrias de guerra, funcionarios públicos, trabajadores pertenecientes a las estrechas corporaciones de trabajo; empleados de oficinas» (46). Esta era la base material para el reformismo: «Las decenas de millares de dirigentes, funcionarios públicos y trabajadores privilegiados, que fueron desmoralizados por el legalismo, desorganizaron la fuerza de millones del ejército proletario socialdemócrata» (47).

Lo que interesa aquí no es el cuestionable argumento de Lenin acerca de la «aristocracia obrera» (48). La cuestión es su método. El buscó las raíces del distanciamiento teórico del marxismo no sólo y principalmente en el mundo de las ideas, sino en la esfera de la práctica de la realidad material (49). El extraordinario impacto de esa «realidad material» del aparato y del movimiento de los trabajadores alemanes es sumariado sucintamente por Chris Harman:

«Si no pudieron derrumbar el Estado, los socialistas pudieron erigir su propio `Estado dentro del Estado`. Con sus millones de miembros, sus 4,5 millones de electores, su noventa diarios (cotidianos), sus sindicatos y cooperativas, sus clubes de deporte y de música, sus organizaciones juveniles, sus organizaciones femeninas y sus funcionarios full time, el SPD era por lejos la mayor organización de la clase trabajadora del mundo. (...) Pero décadas de trabajo a través de esquemas legales de ayuda y seguro, de intervenciones del Estado en las negociaciones laborales, y por sobre todo las actividades electorales, inevitablemente tuvieron un efecto sobre los miembros del Partido: la teoría revolucionaria del Programa de Erfurt fue reducida a algo para ser utilizado en el día de los trabajadores y en la oratoria de los discurso del domingo a la tarde, sin ninguna conexión con lo que el partido hacía en los hechos» (50).

La brillante exégesis textual de Colletti no contiene nada semejante. Sin embargo, con eso se clarifica mucho del «misterio» del desvío marxista. Nosotros no tenemos que distorsionar y matizar el último artículo de un viejo revolucionario para descubrir cómo se perdieron las ideas. Porque fue necesaria la distorsión y la fragmentación para convertir al viejo Engels en predecesor de Bernstein. La raíz de Bernstein, sin embargo, no está en Engels, sino en la realidad material de la práctica cotidiana de la socialdemocracia europea (en especial la alemana). Y el fundamento del equívoco de Colletti, al tratar de enraizar a Bernstein con Engels, está en su falla al aplicar el concepto tan claramente sumariado por Marx y Engels en 1848: «que las ideas, concepciones y perspectivas de los hombres, en una palabra, la conciencia de los hombres, se alteran con todo cambio en sus condiciones materiales de existencia, en sus relaciones sociales y en su vida social» (51). Las «condiciones de existencia material» de la socialdemocracia alemana, las «relaciones sociales y la vida social» de los miembros del Partido se habían transformado, de aquellas estructuradas para la lucha clandestina, a las de la prosperidad abierta y legal. Es por el análisis de esos cambios en la existencia material -en conjunción con la crítica al estilo Colletti del pensamiento marxista de la época de Bernstein- que se puede encontrar la raíz del revisionismo. El foco puede ser retirado de los escritos censurados de Engels y apuntado hacia donde, según el análisis marxista, deben estar con más propiedad: las «relaciones sociales y la vida social».

 

Notas:

1.- Thompson, E. P. The poverty of theory: or an orrery of errors». In: The poverty of theory and others essays. Londres, Merlin Press, 1979, p. 261

2.- Carver, T. Engels, Toronto, Oxford University Press, 1981, p. 75.

3.-Draper, H. Karl Marx‘s Theory of revolution. Vol. I: State and Bureacracy, New York, Monthly Review Press, 1977, p. 76.

4.- Carver, T. Op. cit. p. 76.

5.- Draper, H. Op. cit. p. 24.

6.- Carver desarrolló sus argumentos con mucho más detalles (Marx and Engels: the intellectual relationship. Bloomington, Indiana University Press, 1983) postulando que «las opiniones del último Engels de hecho oscurecieron las opiniones y más aún la importancia de la crítica de Marx, reconocidamente difícil, a la economía política». Eso habría ocurrido porque Engels, a diferencia de Marx, «consideró la ciencia natural como (potencialmente) universal en su aplicación, inductiva, causal y particularmente preocupada con el establecimiento de leyes» (Op. cit. XV). Es necesario una argumentación mucho más larga para rebatir estas afirmaciones, que son bastante ampliamente aceptadas entre los académicos marxistas, pero esto quedará para otra ocasión.

7.- Colletti, L. Bernstein and the marxism of the Second International, En Colletti, L. From Rousseau to Lenin: studies in ideology and society. New York, Monthly Review Press, 1972.

8.- Colletti, L. Op. cit. pp. 52-102.

9.- Idem. Ibidem, p. 105

10.- Debe notarse que Engels jamás pretendió que esa introducción fuese un testamento final. No obstante, se hizo conocida como tal. Mantendré el uso popular del término.

11.- Colletti, L. Op. cit. p. 456

12.- Idem. Ibidem, p. 46.

13.- Idem. Ibidem, p. 45-8.

14.- Idem. Ibidem, p. 105.

15.- Idem. Ibidem, p.

16.- Idem. Ibidem, p.

17.- Engels, F. Introduction, en Marx, K. The class strugle in France, New York, International Publishes 9-30, 1972, p. 27.

18.- Idem. Ibidem, p. 26.

19.- Idem. Ibidem, p. 17.

20.- Idem. Ibidem, p. 18.

21.- Idem. Ibidem, p. 18..

22.- Idem. Ibidem, p. 16.

23.- Idem. Ibidem, p. 21.

24.- Idem. Ibidem, p. 26.

25.- Idem. Ibidem, p. 28

26.- El parlamento alemán (N del T)

27.- Idem. Ibidem, p. 25

29- McLellan, D. Marxism after Marx, Boston, Houghton Miffin Company, 1979, p. 17

30.- Engels, F. Engels to Karl Kautsky in Stutgart, En Marx K. y Engels F, Selected Correspondence, Moscou, Progress Publishers, 1975, pp. 462-63

31.- Idem. p. 461, Engels to Paul Lafargue in Paris

32.- Idem. Introduction, cit. p. 23

33.- Idem. Ibidem, pp. 23-24

34.- Idem. Ibidem, pp. 24-25

35.- Nota del Traductor: ciertamente; pero de hecho, anticipaba ante todo a Trotsky, presidente del soviet de Petrogrado y jefe militar de la insurrección.

36.- Gramsci, A, Selections from de Prison Notebook, New York, International Publishers, 1976.

37.- Hay dos trabajos recientes sobre el pensamiento de Gramsci que comprueban que él fue, sobre todo, un revolucionario. Cf. Anderson, 1976 y Haman, 1977.

38.- Engels, F . Introduction. Cit, p. 27

39.- Idem. Ibidem, p. 27

40.- Idem. Ibidem, p. 29

41.- Idem. Ibidem, p. 27

42.- Idem. Ibidem, p. 220.

43.- Lenin,V. I. What next. In Collected Works, Moscou, Progress Publishers, 1980, vol. 21, p. 109.

44.- Idem. The Collapse of the Second International. Ibid, vol 6, p. 250.

45.- Idem, Socialism and War. Ibid. Vol. 22, p.310.

46.- Idem. Opportunism and the collapse of the Second International. Ibid. vol 6, p. 111

47.- Idem. Imperialism and the split in socialism. Ibid. vol 21, p. 130

48.- Idem. How police reactionaries protect unity of german Social Democracy. Ibid. vol. 21, p. 130.

49.- Para un examen de las dificultades inerentes a esa teoría, cf. Cliff, T; Economics roots of reformismo; en Neither Washington nor Moscou, Londres, Bookmarks, 1982, pp. 18-17; y Cliff y Gluckstein, Marxism and trade union struggle, Londres, Bookmarks, 1986, especialmente las pp. 35-41.

50.- Lenin no ignoró la teoría, el analisis de texto o la filosofía. Dado el desvío antimaterialista de buena parte de la izquierda contemporánea, es importante reiterar la relación entre la filosofía y el método materialista. Como fue mencionado, la inmersión en la filosofía de Hegel, antes de su investigación sobre las raíces del revisionismo, apuntó a recuperar la dialéctica y a hacerla nuevamente central para el marxismo. Leer a Hegel durante meses en medio de la Primera Guerra Mundial, significa un respeto muy elevado por la filosofía de ese materialista jurado. Con todo, tal ejercicio filosófico estaba enraizado en un análisis social e histórico materialista, sin el cual su comprensión del reformismo sería mucho más débil.

51.- Harman, C. The lost revolution: Germany 1918 to 1923. Londres, Bookmarks, 1982, p. 17.

52.- Marx k y Engels F,. Manifiesto del Partido Comunista.  

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