ARABISMO Y POSMODERNIDAD

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Hashim Ibrahim Cabrera

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En fecha tan temprana como el año de 1927, el viajero catalán José Bertrán Güell, en un texto a medias entre el ensayo filosófico y el libro de viaje, justificaba su periplo por tierras de Egipto y Palestina "...como una búsqueda de la identidad europea por oposición a lo que no lo es". En su libro "Del Oriente que vive o murió" dice textualmente: "Veré algo del mundo musulmán, y el conocer lo que no somos, completará el conocimiento de los valores de nuestra civilización occidental".

 

Esta definición por contraste, ha sido una constante en toda la historia intelectual europea. A lo largo de siglos, Europa ha ido constituyendo su identidad sobre todo "frente al Islam". Cuando en la Época Romántica, Lord Byron trata de hundir las raíces culturales occidentales en la Antigüedad Clásica, olvida de forma incomprensible las fuentes orientales de la cultura griega y su transmisión por la vía de la intelectualidad musulmana durante toda la Edad Media.

La decadencia y derrota militar del Imperio Otomano redujo el ámbito unitario multicultural y multirracial propio del modelo sociopolítico islámico a un conjunto de naciones separadas cuyos habitantes, aunque en su mayoría seguían siendo musulmanes, comenzaban a vivir en el marco de unos nuevos Estados que no estaban basados ya en la Ley Islámica (Sharí´a). Desapareció el soporte sociopolítico que hacía posible el intercambio y la comunicación entre las diversas culturas que habían abrazado el Islam.

La superioridad económica y militar del Occidente durante el último siglo, ha dibujado un panorama de vencedores y vencidos que llega hasta la Posmodernidad, término relativamente enigmático que trata de referirse al momento en el que, sobre todo en Europa y Estados Unidos, se agota la fe en el Progreso, en la capacidad de las máquinas para realizar los ideales ilustrados y en general, en cualquier sistema ideológico o doctrinal unitario. Aparece en el horizonte civilizado, la idea de que la realidad es, ante todo, fragmentación: la Filosofía atiende a cuestiones tales como la de Caos, Incertidumbre, etc.

Anteriormente a esta época de crisis, Europa había vivido, casi desde el tiempo de las Cruzadas y sobre todo desde la Ilustración, con la creencia de ser la Civilización, frente al resto del mundo al que consideraba objeto de su proceso civilizador.

El aparente triunfo del paradigma ilustrado, dio lugar a un número importante de países en vías de desarrollo, léase de civilización. Pueblos que, hasta nuestro siglo, habían mantenido, con mejor o peor fortuna, una forma de vida acorde a sus creencias y valores, comenzaron a beber de la doctrina del vencedor, a imitar sus formas de vestir y de comportarse, a hablar en su lengua y a compartir su visión del mundo. La magia industrial y tecnológica hizo un indiscutible y eficaz proselitismo. Máquinas deslumbrantes prometían al humano la liberación del sudor que había brotado secularmente de su frente.

Tras la Época Colonial pura y dura, comienza en el Norte de África y Oriente Medio el tiempo de los movimientos de liberación nacionales que, en apariencia, tratan de sacudirse el yugo del ocupante extranjero. Momento de redefinición de identidades, de establecimiento y consolidación de fronteras y modelos de Estado calcados de los que por entonces existían y aún existen en Europa. Y es ahí donde comienza a producirse la herida que hoy vemos sangrar en la prensa y en los informativos, mañana y tarde. Se aboceta entonces la idea de Nación Árabe, comunidad étnica y geográfica arropada en su definición por valores de tipo cultural y también religiosos. Pero esta idea del arabismo, estoy recordando a Kamal Abdul Nasser, proponía un modelo estatal laico y nacional con la consiguiente separación de poderes, fórmula asumida en otros países del área: Siria, Irak, Argelia... Dicho modelo a la europea garantizaba un código civil sincrético en el que se mezclaron el Derecho Romano, el Código Napoleónico y aquellos mandatos de la Sharí´a que no entraban en demasiada contradicción con aquellos. Estos movimientos modernos, no consiguieron en ningún caso mejorar las condiciones de vida de los ya ciudadanos de estas naciones y sí en cambio abrieron la puerta por la que se introdujeron males que hasta ese momento apenas existían: alcoholismo, prostitución, indigencia, desamparo social, usura... y así llegamos a la situación presente, dolorosamente reivindicativa.

Podríamos preguntarnos las razones profundas del fracaso de ese proyecto que se llamó Nación Árabe. ¿Por qué si lo que se pretendía conseguir era una sociedad y una vida mejores y se contaba con el beneplácito y apoyo de los vencedores no llegó a buen puerto la experiencia?

Deberíamos disponer de una cierta dosis de humildad intelectual al tratar de responder a una cuestión de tan enorme complejidad, intentar comprobar si las premisas han sido las correctas. Habría que revisar esa especie de seguridad ontológica que proclama el modelo de vida del vencedor como superior al del vencido. Esa constante a lo largo de la Historia ha producido no pocos desastres. En el caso que nos ocupa podemos advertir los resultados que hoy tan a la vista están. El primer error de bulto fue considerar que la vía del nacionalismo era un camino hacia la Modernidad, cuando todos sabemos que en la mayoría de los casos, la estructura y muchas de las reivindicaciones nacionalistas chocan de frente con la idea del internacionalismo. Craso error el de fundamentar la identidad de un pueblo sobre parámetros de raza o geografía.

En ese sentido, el modelo y concepción islámica de la sociedad que existía en estos pueblos anteriormente al dominio colonial, era muy superior al que se les propuso en la derrota. En el modelo islámico, por encima de razas, montañas y ríos, está la Umma, la Comunidad de Creyentes, que son de hecho blancos, negros, amarillos o del color que Dios les haya creado. En esa misma tradición islámica, se considera que es árabe quien habla árabe y no quien tenga el pelo negro o haya nacido en Alejandría. Con la humildad que reclamábamos más arriba hemos de admitir que este modelo es bastante más avanzado y moderno, que el fracasado proyecto de la Nación Árabe.

Una de las características que se han señalado como inherentes a la sociedad posmoderna es la fragmentariedad, la falta de un criterio unificado en las ideas o en los proyectos. En ese sentido podemos fácilmente deducir las correspondencias en el terreno político y cultural: divisiones, enfrentamientos, localismos: toda una feria museística en la que se dan cita fragmentos de sociedades, tribus y razas. Caldo de cultivo de los nacionalismos, la edad posmoderna nos ilustra con un repertorio multicultural que más que ser motivo de encuentro y convivencia, lo es de autodefinición y regreso.

El segundo gran error fue considerar que el mundo musulmán iba a sufrir un aggiornamiento parecido al que padeció el Cristianismo, haciendo posible la dominación de las conciencias de los musulmanes. Esta idea, nacida a todas luces de la ignorancia, daba por supuesto que los musulmanes se irían adaptando a aquellas realidades que chocan con su más profunda creencia. En parte ha sido así, pero la brecha entre ambas propuestas es demasiado ancha, y el abismo profundo.

Como sabemos, el Corán prohibe taxativamente al ser humano, el alcohol, el juego, la prostitución y la usura, todos ellos pilares omnipresentes del modelo cultural occidental. Así pues, no estamos hablando de pequeñas diferencias, sino de diferencias de raíz, estructurales.

Las clases dirigente e ilustrada de estos países, no cuestionaron el modelo que Europa les ofrecía sino que lo alentaron, sirviendo con ello a los intereses del neocolonialismo y recibiendo del capital la merecida recompensa. No así los pueblos, que vieron cómo se iban empobreciendo, aculturizándose y padeciendo de forma creciente las lacras inevitables en el camino hacia la deseada Modernidad. Si ésta ha dejado en el Norte una estela de degradación medioambiental y moral, en los países del Sur, en el Tercer Mundo talado y expoliado, ha colocado un pestilente vertedero: imágenes indescriptibles de niños hambrientos que alimentan el morbo de estúpidos televidentes coincidiendo con un horario sabroso de desayuno, almuerzo y cena. Seres comidos de parásitos junto al brillo acerado del gaseoducto.

Ante una situación así, como casi siempre ocurre, el mundo civilizado, en lugar de atender al grito desgarrado de estos pueblos, usa sus armas y su propaganda para silenciar a quienes no comparten su modelo ni sus procedimientos.

La crisis que hoy afecta a los países de mayoría musulmana es inseparable de la crisis que atenaza a sus tutores. Cuando en Europa surge la pregunta : "¿Qué viene después de la Modernidad?", en Oriente Medio y el Magreb resuena su réplica: "¿Qué viene después del Proyecto Panárabe?"

 

Posmodernidad / Posarabismo

Después de la Modernidad, Europa y por extensión todo el bloque civilizador, vive hoy la necesidad de replantear todo un modelo cultural y un ideario que colocan al ser humano de cara al abismo existencial y a la destrucción moral y ecológica. Necesidad de redefinir la relación Hombre/Naturaleza, mirando atentamente hacia otras tradiciones y culturas que tanto le pueden enseñar sobre cuestiones que el europeo desconoce por completo. Tal vez sea la ocasión histórica de acabar con un narcisismo secular y alcanzar un primer estadio de madurez que no necesite de alteridades para construir su identidad cultural e histórica. Tal vez también debiera ser el tiempo de la sabia aplicación de las tecnologías y los recursos de forma solidaria, entendiéndose –hay más que claras señales– que el ámbito existencial y el hábitat humanos se han visto reducidos a causa de los medios de transporte y de comunicación. (Lo que ocurre al vecino ya me afecta a mí, aunque el vecino viva en las antípodas).

Después del Arabismo, los pueblos de mayoría musulmana expresan la necesidad de volver a su más culta y civilizada tradición, que es el Islam, para afrontar los tremendos retos que plantea nuestro tiempo, armados de referencias, conceptos y actitudes que sorprenderían al occidental que se parase a escucharlos libre de prejuicios. Es el Islam la forma que garantiza la evolución de estas sociedades, el modelo que les asegura su progreso. Ello es así porque el Islam es un paradigma que concilia la universalidad (Umma) con la familia o con la tribu, sin que sean realidades excluyentes. Esa es quizás una de las razones que hacen que en el terreno de las artes, a pesar de las evidentes diferencias estilísticas entre la arquitectura islámica de la India y Marruecos, podamos encontrar un punto misterioso y común, que hace que ambas sean reconocidas como islámicas aunque los historiadores del arte occidentales no sepan decir bien por qué.

Reflexionando sobre el callejón sin salida a que se enfrenta la Humanidad, el actual vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, nada sospechoso de proislamismo dice textualmente en su libro La tierra en juego: "... los conceptos centrales del Islamismo expuestos en el Corán –Tawhid (Unidad), Jalifa (Administración) y Ajrah (Responsabilidad)– son también los pilares de la ética medioambiental islámica". A continuación cita el episodio del primer califa, Abu Bakr, cuando ordenó a sus tropas: "No cortéis un solo árbol, no hagáis daño a los animales y sed siempre atentos y humanos con la creación de Dios, incluso con vuestros enemigos".

Ante semejante definición del papel del ser humano con respecto a la Naturaleza y a la Creación, no podemos menos que admitir la superioridad y vigencia de éstos planteamientos en relación con un modelo cultural que ha hecho del dominio y conquista de la Naturaleza, obligado estandarte en su marcha hacia un progreso que parece hoy tener visos de ser inenarrable regresión. Hechos, ideas y actitudes como éstas, tal vez puedan ayudarnos a entender por qué millones de seres humanos de la Orilla Sur quieren hoy vivir y regirse según formas y creencias que les son propias, a comprender el por qué de esa necesidad tan imperiosa de reencontrarse que tienen estos pueblos.

No puede ser lo mismo el proceso histórico de unas sociedades que caminan desde la estructura tribal y nacional hacia la aldea global, que otro que viene de una concepción universalista y se ve reducido al guetto de las fronteras interiores. En tiempos del Califato, era posible viajar desde Pakistán a Marruecos sin necesidad de transitar aduanas ni pagar aranceles.

Por contra, la dificultad que hoy vive Europa en su intento por lograr una unión que, en principio, debiera ser económica, hace aguas en lo que se refiere a la cultura, puesto que en su territorio conviven pueblos muy diversos e historias a menudo contrapuestas. Eso que, por sí solo, no debiera ser el obstáculo, se convierte en barrera infranqueable cuando lo que se proponen son modos distintos de concebir la existencia, y lo que se expresa son sensibilidades e intereses encontrados. (De la idea de las dos Españas hemos pasado últimamente a la idea de las dos Europas).

Difícil tarea la de comprender al otro, a ese enemigo íntimo que nos construye y cuya existencia necesitamos para constituir nuestra identidad. Triste la existencia de aquella cultura que necesita de alteridades para afirmarse en medio de lucha y de contraste, pobre el hombre que para vivir su experiencia intelectual o espiritual necesita ir en contra de su naturaleza. 

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