LOS LÍMITES DEL DESARROLLO CAPITALISTA: UNA VISIÓN DESDE KEYNES

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Patricio Escobar
Sociólogo y Economista, Director de la Escuela de Ingeniería Comercial, Universidad ARCIS.

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Resumen

El artículo examina algunos de los desafíos claves del desarrollo económico en el mundo de hoy, cuya condición básica es la generación de dinámicas de crecimiento sostenibles en el tiempo, a partir de los problemas claves que centraron la atención de Keynes, las consideraciones que éste formula sobre la teoría económica neoclásica, las soluciones que visualiza ante tales problemas y las contradicciones insolubles en que la relación entre el ciclo de reproducción del capital y la gestión macroeconómica necesaria finalmente lo colocan.

 

Abstract

The article examines some of the key challenges of the economic development in present world, whose basic condition is the generation of sustainable growth dynamics, from the key problems that concentrate Keynes' attention, the considerations that he formulates on the neoclassical economic theory, the solutions that he visualizes before such problems and the insoluble contradictions in which the relationship between the cycle of capital reproduction and the necessary macroeconomic management finally place him.

 

La problemática

Como toda ciencia social, los nudos temáticos en los que concentra su atención la economía poseen un vínculo muy estrecho con los marcos conceptuales imperantes durante determinados periodos históricos. En la actualidad se evidencia como un hecho el que, lejos de atender los temas de mayor urgencia para la maximización del bienestar, sus intereses rondan las preocupaciones dominantes, relativas más a la estabilidad de los ciclos de acumulación de capital, que a la estabilidad de la senda de desarrollo. Prueba de ello es el drástico abandono de las temáticas que tratan acerca de los mecanismos de incremento del bienestar material de los miembros de la sociedad, desde el campo de preocupación preferente de la economía. Dicha atención se ha desplazado desde ese tipo de materias, cuya emergencia se expresó en la subdisciplina de la Economía del Desarrollo, con manifestaciones que se aprecian en periodos largos de tiempo, hacia los temas vinculados al equilibrio, propios del corto plazo.

La noción de pensamiento único, reutilizada ampliamente desde la pasada década, busca reflejar el tipo de hegemonía totalitaria materializada, particularmente en el mundo académico, luego del advenimiento de la contrarrevolución monetarista.[1] Esta corriente cuenta entre sus aportes fundamentales, el resucitar una importante suma de los principios neoclásicos, que aparentemente habían quedado bien sepultados por las ideas de John Maynard Keynes. Dado el carácter totalitario que manifiesta el monetarismo, ha terminado desplazando hacia los márgenes del debate académico a todo un amplio conjunto de escuelas y corrientes de pensamiento alternativas o decididamente opuestas a ella, particularmente aquellas que evidencian con mayor claridad un interés normativo en su reflexión. Desde keynesianos a marxistas, pasando por estructuralistas y regulacionistas, todos fueron purgados del debate académico e intelectual y condenados a la marginalidad, acusados de "ausencia de rigor científico" y "exceso de ideología". En el retorno triunfal de la economía positiva, no había espacio alguno para cualquier manifestación de normativismo y menos para la economía política. El supuesto "saber científico" había logrado imponerse.

La consolidación del Monetarismo como corriente hegemónica durante las últimas décadas ha provocado un importante deterioro en la calidad de los enfoques de mediano y largo plazo sobre los procesos económicos. Esto representa una aparente contradicción, en tanto la cultura neoclásica en economía guarda todas sus explicaciones finales para un no establecido lugar futuro que define como "largo plazo". En él se produce el equilibrio general de pleno empleo,[2] donde todos los bienes y factores disponibles se intercambian a precios también de equilibrio. Esto a condición de que sean preservadas las reglas del mercado y no intervengan fuerzas exógenas que justamente puedan interferir el funcionamiento de su mecanismo de ajuste: el sistema de precios.

Esta profesión de fe en la existencia del equilibrio general -que como toda fe deriva de una afirmación dogmática- permite al Monetarismo postergar las respuestas necesarias frente a las importantes interrogantes que sus formulaciones suscitan, concentrándose en desarrollar un análisis de corto plazo sobre variables desconectadas entre sí. El análisis macroeconómico tradicional, fruto de lectura neoclásica de Hicks[3] sobre la obra de Keynes que da lugar a la llamada síntesis neoclásica, en el que se encadenan relaciones causales entre variables, aparece como la máxima expresión de este tipo de mirada. En rigor, este tipo de análisis más que mostrar procesos en el tiempo, nos muestra el tipo de encadenamiento de efectos en el corto plazo de distintas variables estáticas que hemos señalado. Vistos de lejos, nos dan la sensación de una análisis de mediano o largo plazo. Un análisis de procesos. Pero, distante de eso, constituye sólo una ilusión. De esta manera resulta tributario de la estática neoclásica cuyos supuestos y conclusiones Keynes atacó.

"Nuestra crítica a la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto en buscar los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos fácticos en que se basa se satisfacen rara vez o nunca, con la consecuencia de que no puede resolver los problemas económicos del mundo real." (Keynes, 1995; 333)

Cuando este autor incorpora la perspectiva dinámica en el análisis económico, aún con el limitado fin de tratar la inestabilidad cíclica de corto plazo en las economías de los países capitalistas desarrollados, sienta las bases de lo que posteriormente serían las modernas teorías del crecimiento a las cuales destinaros sus mejores esfuerzos algunos de sus más conspicuos discípulos. Es el caso de Harrod, Domar y Kaldor. (Bustelo, 1999; 82)

Con todo si observamos el trabajo más fundamental de John M. Keynes, la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero de 1936, podríamos pensar que tampoco se preocupó atentamente de las problemáticas que se manifiestan en el largo plazo. Ese trabajo es preferentemente un análisis estático de corto plazo. Incluso el largo plazo para este autor tenía escaso interés, llegando a afirmar en el Tratado Sobre la Reforma Monetaria de 1923 que "...en el largo plazo estamos todos muertos." (Keynes, 1996; 32) Sin embargo, la visión de Keynes sobre el fenómeno económico no se agota en la Teoría General.

El pensamiento neoclásico-monetarista, al excluir de las coordenadas de análisis a la historia y, en la búsqueda de un cientificismo positivista, ha despojado a la economía de su carácter de ciencia social e inhibido toda posibilidad de imaginar un mundo más allá de sus narices.

En estricto rigor, el pensamiento neoclásico-monetarista no analiza el largo plazo. Sólo deposita en él las explicaciones respecto a la factibilidad del reino que describe en la tierra. No existe compatibilidad entre las preocupaciones en torno a los problemas del desarrollo y el universo neoclásico. Básicamente porque cualquier formulación que plantee la existencia de divergencias en el mundo real respecto a la situación estacionaria de equilibrio, que en el largo plazo conduce supuestamente a una convergencia en las tasas de crecimiento entre los países,[4] es la negación del dogma que plantea.

 

Keynes y el tiempo en economía

Afirmar que los problemas del desarrollo, al menos en la acepción común del concepto en la actualidad, se encontraban entre las preocupaciones esenciales de Keynes, sería sin duda un abuso incalificable de la ductilidad de sus ideas. Sin embargo, sí puede encontrarse abundante evidencia respecto a su interés en el crecimiento. (Galindo, 2003; 87.)[5] Sin embargo, como elemento sustantivo del aporte de la revolución keynesiana a la problemática del desarrollo, hay que relevar la bancarota en que quedó la noción de una economía de mercado conduciendo automáticamente al pleno empleo. La pérdida de fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la política económica o más en rigor, a la gestión macroeconómica, es decir, a la intervención del Estado para alcanzar una situación de pleno empleo (Bustelo, 1999; 81).

Como bien sabemos, el paradigma keynesiano es una teoría de y para la crisis de la economía capitalista. Busca dar respuesta a dos problemas centrales no resueltos por la ciencia convencional prevaleciente y que se encuentran en la base de estas crisis. El primero es una brecha bastante irreductible entre la situación en que se encuentra la economía real y su nivel de producto potencial y, el segundo, la concentración del ingreso.

"Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos" (Keynes, 1995; 328)

Dicha preocupación le conduce a cuestionar profundamente el supuesto básico con que opera el universo conceptual neoclásico: el estado de equilibrio estacionario en el cual se encuentra de manera permanente la economía. Keynes no solo planteará serias dudas sobre la estabilidad de la situación de equilibrio, sino que incluso pondrá en cuestión la probabilidad de existencia práctica y efectiva de ese punto de equilibrio, para quedar, en el mejor de los casos, en una situación muy especial y muy distante de la normalidad observable.

En rigor, la intersección de curvas de oferta y demanda, lugar en que los agentes que ofrecen o demandan bienes o factores maximizan su bienestar, representa una posibilidad dentro de muchísimas alternativas presentes en el plano cartesiano. Esta comprensión del fenómeno económico lo mueve a sostener que no existen mecanismos de mercado que actúen de manera eficaz frente a los desequilibrios que se evidencian regularmente.[6] Dicha situación hace indispensable la presencia de un agente exógeno a las relaciones de mercado: el Estado. Este agente asume un doble rol. Controla y administra la demanda agregada para procurar el pleno empleo y promueve el bienestar social para redistribuir el ingreso.

Todo lo anterior no implica que el autor inglés desconociese la trascendencia de estos problemas de mediano y largo plazo. Por el contrario, su mirada acerca del tema seguía como derrotero la relación que se manifiesta entre ahorro e inversión. En Keynes la noción de desarrollo sólo puede ser vista desde la perspectiva del crecimiento y por tanto asumiendo que la gran palanca que lo impulsa es el consumo. Desde este punto de vista el problema del crecimiento no se encuentra vinculado a un trade off entre consumo y ahorro, sino en el proceso efectivo de transformación del ahorro en inversión. Para el autor de la Teoría General, lejos de ser un proceso automático, tiende a presentar importantes desviaciones en el mundo real respecto a las previsiones neoclásicas. Es decir, en condiciones normales y como resultado de las distintas motivaciones y preferencias por mantener saldos líquidos que tienen los agentes, el ahorro puede no convertirse en inversión.[7]

 

Keynes: crecimiento y desarrollo posible

El crecimiento se encuentra indisolublemente ligado a la estructura de distribución del ingreso presente en la sociedad. Un estado distributivo de carácter regresivo, en el cual el ingreso y la riqueza tienden a concentrarse en pocas manos, da lugar a una posición subóptima en la que las propensiones al consumo y el ahorro de las clases sociales que concentran el ingreso y la riqueza juegan en contra del mejor desempeño de la actividad esperable. Esto es resultado de la concentración de los recursos en manos de sectores con menores propensiones al consumo da como resultado un deterioro de la demanda agregada. Es este consumo o en su defecto el gasto público, la variable fundamental para generar el mayor crecimiento deseado.

En cierto modo, el imperativo del desarrollo que enfrentan los países periféricos para dar cuenta de condiciones económicas, sociales, políticas y ambientales que dificultan seriamente su viabilidad estratégica, pasan inevitablemente por el crecimiento. Así la solución al problema keynesiano del subempleo de factores y la concentración del ingreso, se presenta como una condición ineludible.

Es en este contexto que el tema del desarrollo ha pasado a ser un campo de debate y las propias concepciones que lo promueven como un objetivo deseable, necesario de alcanzar y que llevan implícita las políticas de crecimiento, se han enfrentado con las corrientes neoclásicas que las culpan, justamente por la intervención estatal que promueven, de alejarse de los objetivos perseguidos, los cuales sólo pueden alcanzarse mediante el libre juego de las fuerzas del mercado.[8] El desarrollo, bajo esta óptica, es el resultado espontáneo de una economía libre, que promueve el libre mercado para alcanzar y mantener el equilibrio y el libre comercio para hacer converger las tasas de crecimiento de los países pobres con las de los más industrializados.

Esta perspectiva causaba profundo escepticismo en Keynes. Lejos de pensar que el libre comercio era la clave para el progreso, lo entendía en un sentido absolutamente inverso, dado las condiciones de la economía mundial. Criticando las teorías de los automatismos y entendiendo un más eficaz funcionamiento de esta economía con sus políticas de intervención, señalaba respecto al comercio:

"Todavía quedaría lugar para la división internacional del trabajo y para el crédito internacional en condiciones adecuadas; pero ya no existiría motivo apremiante para que un país necesite forzar sus mercancías sobre otro o rehusar las ofertas de sus vecinos (...)"

"El comercio internacional dejaría de ser lo que es, a saber, un expediente desesperado para mantener la ocupación en el interior, forzando las ventas en los mercados extranjeros y restringiendo las compras, lo que de tener éxito, simplemente desplazaría el problema de la desocupación hacia el vecino que estuviera peor dotado para la lucha (...)" (Keynes, 1995; 336)

Hasta acá encontramos que la problemática del crecimiento adquiere perfil en cuanto a la definición de los caminos que lo aseguran. El dilucidar si éste puede ser alcanzado con o sin gestión macroeconómica es en esencia el conflicto aparente entre keynesianos y monetaristas. Sin embargo, el problema se encuentra lejos de agotarse allí, puesto que aún marginalmente aparecen ciertos cuestionamientos respecto a las coordenadas del debate.

Sobre este punto es interesante la reflexión que presenta Razeto al reconocer como parte del debate contemporáneo en torno al desarrollo y el crecimiento como condición necesaria, la posición de las corrientes ecologistas.

"...el debate se ha complicado enormemente, y la crítica del desarrollo adquiere actualmente una renovada y especial intensidad por la entrada en escena de una nueva vertiente intelectual. Desde una óptica muy distinta a las anteriores, acuciados por la preocupación ecológica, también abandonan el tema del desarrollo [...] quienes observan la tendencia al agotamiento de los recursos ‘no renovables' y los desequilibrios del ecosistema derivados de la expansión de la sociedad industrial. [...] La conclusión de tales análisis es [...] que seguir persiguiendo el crecimiento significa adentrarse aún más por un camino sin salida y sin retorno."(Razeto, 2001; 9)

De posiciones como la que Razeto señala, han derivado iniciativas que promueven el limitar de manera absoluta el crecimiento. La amenaza, real o imaginaria, de un colapso del ecosistema como resultado de las conductas de acumulación prevalecientes, pone a buena parte de la humanidad frente a un dilema, que como tal no permite esperar ninguna alternativa que pueda implicar alguna adición de bienestar. Una primera alternativa, fruto de continuar profundizando el crecimiento y, por ende, intensificar la utilización de los factores disponibles, nos conduciría en el límite a la extinción como especie como efecto del agotamiento de los mismos.

La segunda alternativa, que implica no continuar por la senda señalada por los distintos modelos de crecimiento vigentes en la actualidad, donde poco importa el carácter de estos si la magnitud de la crisis es la declarada, causaría un efecto igualmente devastador. En principio, una política que ex profeso se propusiera evitar la reproducción ampliada del capital nos pondría frente a la imposibilidad de satisfacer las necesidades mínimas de una buena parte de la especie, cuyo efecto más inmediato sería un dramático incremento de la conflictividad y el consecuente deterioro drástico de la calidad de vida de los habitantes del planeta.[9]

Una tercera alternativa que planteara la posibilidad de redistribuir ingresos y riqueza, sin que ello implique una aceleración del crecimiento como salida a este dilema, no aparece como una solución consistente con los procesos históricos previsibles de mediano plazo. Un cambio de la organización social de esa profundidad exige el concurso de actores sociales con voluntad y capacidad de imprimir esa transformación, cuya ausencia es evidente en el presente y aparentemente lo será en el futuro cercano al menos. Otro elemento es que constituye una regularidad el hecho que los procesos de movilización y acción reivindicativas tienden a presentarse en condiciones de mejora de la situación que viven estos propios actores. Todo lo cual es un evento de difícil ocurrencia en un escenario de estancamiento.

Adicionalmente, tenemos una certeza que por provisoria no es menos útil y que se refiere a la necesidad del crecimiento como una condición ligada al imperativo humano de búsqueda de la felicidad. Más que la aspiración de un consumo ilimitado que sólo tiene por frontera un estado de sobreconsumo que no adiciona bienestar, el crecimiento se vincula a la necesidad de progreso material e incremento de productividad. Los seres humanos exploraremos los confines del universo y develaremos los misterios que aún nos son esquivos, sólo mediante un crecimiento sostenido, y a su vez ello sólo será posible en condiciones de consenso respecto a las pautas distributivas que imperen.

A simple vista y en principio pareciera ser que el crecimiento continuará siendo el problema más relevante de la economía en el futuro cercano. Es más, se puede afirmar que el desarrollo continuará teniendo al crecimiento como una condición sine qua non. En este contexto podemos volver a Keynes y sus perspectivas frente a los problemas que la economía real enfrenta para acercarse a la situación de pleno empleo. Como presentábamos al comienzo, se postula una relación directa entre el consumo y el producto, motivo por el cual las políticas de demanda se tornan indispensables.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, las expectativas que evidencia Keynes acerca de la posibilidad real del capitalismo para superar de manera definitiva la posición subóptima en que tiende a mantenerse la economía de modo permanente, resultan muy contradictorias. Existe una mirada resueltamente optimista respecto al futuro de la humanidad. En una conferencia dictada en Madrid en 1930, titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos, señalaba que, si había paz y control del crecimiento de la población,

"...[E]l problema económico no es -si miramos el futuro- el problema permanente de la humanidad."(Citado por Bustelo, 1999; 83)

A lo largo del trabajo de Keynes, se aprecia una dramática dualidad a la hora de pensar soluciones frente al problema. Si bien, parte importante de su obra fundamental se concentra en ese doble rol público frente al ciclo económico, esta inclinación responde a lo que Villarreal llama "el Keynes reformista". A pesar que esa óptica plantea serias limitaciones a las posibilidades de desarrollo de una sociedad, el Keynes reformista sostiene una mirada porfiadamente optimista, consistente con lo que afirmaba en Madrid. Este optimismo se expresa en la forma en que es concebida una solución eficaz frente al tan esquivo equilibrio: la acción del Estado.

Sin embargo, este Keynes reformista según lo caracteriza Villarreal, es portador de un pecado capital en los intelectuales, que es incubar una profunda contradicción consigo mismo. Se enfrenta a su alter ego, un Keynes radical, que va a condicionar la viabilidad del capitalismo a un control por parte del Estado de la inversión. En términos del propio autor: "una socialización bastante completa de la inversión".

Para Keynes, desde este enfoque, el origen de las crisis capitalistas, vistas como alteraciones en las trayectorias de crecimiento de las economías, se encuentra en un drástico colapso de la eficiencia marginal del capital, situación en que la política aplicada mediante instrumentos monetarios, se muestra impotente para revertir el fenómeno.

"Por mi parte soy ahora un poco escéptico respecto al éxito de una política puramente monetaria dirigida a influir sobre la tasa de interés. Espero ver al Estado, que está en situación de calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital a largo plazo sobre la base de la conveniencia social general, asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones..." (Keynes, 1995; 149.)

"...Creo, por tanto, que una socialización bastante completa de las inversiones será el único medio de aproximarse a la ocupación plena; aunque esto no necesita excluir cualquier forma, transacción o medio por los cuales la autoridad pública coopere con la iniciativa privada. Pero fuera de esto, no se aboga francamente por un sistema de socialismo de Estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es la propiedad de los medios de producción la que conviene al Estado asumir. Si este es capaz de determinar el monto global de los recursos destinados a aumentar esos medios y la tasa básica de remuneración de quienes los poseen, habrá realizado todo lo que le corresponde." (Keynes, 1995; 333) [cursivas nuestras]

De estas afirmaciones del Keynes radical surgen una serie de problemas. El primero es una desconfianza estructural con la viabilidad del capitalismo. Si el Estado necesita intervenir hasta el punto de mantener un control estricto sobre la inversión, el fundamento de la libre concurrencia como motor de la acumulación y la "libertad" de los individuos para enfrentar la búsqueda de la máxima rentabilidad de sus excedentes, se ven seriamente comprometidos, como también buena parte de las ideas económicas desde los clásicos en adelante.

El segundo problema aparece reflejado en las cursivas del segundo párrafo. Aunque no aparece expresado con claridad qué es lo que el autor entiende por una socialización bastante completa, podemos suponer sin demasiado temor a errar, que se está refiriendo aproximadamente a la cantidad, destino y planificación de los recursos destinados a aumentar la base de bienes de capital. Resulta sí irrebatible el hecho de que si no es posible estimar las tasas de inversión en periodos futuros, el destino sectorial de los excedentes reinvertidos y la estabilidad de las estimaciones, la posibilidad de tener un cierto control sobre el ciclo de actividad es extremadamente precaria. Sin embargo, y por el contrario, si fuese posible realizar este tipo de estimaciones y que ellas resultaran ajustadas a la realidad, se comprometería de manera seria la voluntad de acumulación de los capitalistas.

A pesar, o en contra de lo afirmado, Keynes intenta evitar cualquier acusación de promover políticas que puedan rememorar algo de socialista. En sus propias palabras y con una franqueza que según Valenzuela Feijóo resulta bastante rara en el gremio, señalaba:

"...[C]uando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo es la justicia y el buen sentido; pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada." (Citado por Isaac y Valenzuela, 1999; 23) [10]

Sin embargo, si de hecho el Estado pudiera determinar el monto de la inversión y la magnitud de la masa de ganancias que perciben los capitalistas y la remuneración de los trabajadores, se estaría en presencia claramente de una forma de capitalismo de Estado bastante extremo, tan adversa al ethos capitalista como el propio socialismo.

 

Consideraciones finales

En las notas que presentamos se está asumiendo desde un principio como tema de análisis al crecimiento. Indudablemente el desarrollo, en su concepción moderna y no como lo conceptualizara Shumpeter en las primer décadas del siglo pasado, comprende un marco de relaciones y procesos históricos, políticos y económicos, que sobrepasan con mucho al crecimiento del producto. Sin embargo, frente a la ausencia de revoluciones distributivas en el horizonte, la problemática del crecimiento continúa siendo central, particularmente en las economías periféricas tan lejanas del desarrollo social de otras latitudes.

En este contexto creemos fundamentales las reflexiones de quién quizás es el economista más importante del siglo XX, John Maynard Keynes. Desde su visión, podemos encontrar que tal como a principios del siglo XX, hoy continuamos sujetos al comportamiento del ciclo de reproducción del capital y luego de casi setenta años la noción de gestión macroeconómica se mantiene en el centro del debate.

Si nuestra capacidad para predecir el futuro y por tanto los rendimientos probables se halla construida sobre bases ligeras y "a menudo desdeñables" (Keynes 1995; 137), la preocupación de este autor por el control de la inversión cobra particular relevancia.

La sociedad capitalista se halla sujeta a un dilema que se agudiza en la periferia dada la mayor inestabilidad del ciclo económico, fruto a su vez de un profundo grado de exposición y vulnerabilidad frente a los shock externos. Sólo un control eficaz del Estado sobre la inversión para evitar el impacto que provoca el colapso de la eficiencia marginal del capital, aparece como respuesta. Sin embargo, ese control debe alcanzar un punto tal, que implica la propia negación del capitalismo. Al menos en la versión históricamente conocida de libre concurrencia.

Quizás la tragedia de Keynes sea precisamente arribar involuntariamente por la vía intelectual a paradigmas socialistas, tan lejanos a los intereses de su "burguesía educada".  

Santiago, Agosto 2004.

Bibliografía

Bustelo, Pablo. (1999) Teorías Contemporáneas del Desarrollo Económico, Síntesis, Madrid, 303 pp.

Galindo, Miguel Ángel. (2003) Keynes y el Nacimiento de la Macroeconomía, Síntesis, Madrid, 238 pp.

Isaac, Jorge y Valenzuela, José.(1999) Explotación y despilfarro. análisis crítico de la economía mexicana, Plaza y Valdés, México, 262 pp.

Keynes, John Maynard (1995) Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, FCE, México, 356 pp.

(1996) Breve Tratado Sobre la Reforma Monetaria, FCE, México, 208 pp.

Razeto, Luis (2001) Desarrollo, Transformación y Perfeccionamiento de la Economía en el Tiempo, Universidad Bolivariana, Santiago, Chile. 764 pp.

Villarreal, René (1996) La Contrarrevolución Monetarista, FCE, México

 

Notas 

[1] Este concepto fue acuñado y usado por René Villarreal como título de un trabajo, en el cual muestra a la evolución del pensamiento económico y las políticas imperantes, como una suerte de restauración neoclásica frente a la revolución keynesiana. Con anterioridad a esta radical transformación del paradigma científico en economía, se puede hablar de la revolución smithsoniana cuya implicancia fundamental es el colapso de la concepción mercantilista, al imponer un nuevo derrotero sobre la naturaleza y fuente de la riqueza de las naciones y las acciones necesarias para promover el crecimiento. Como también es el caso de la revolución marginalista, que incorpora las modificaciones últimas en el análisis de las variables, entre los siglos XIX y XX.

[2] La noción de pleno empleo, alude a la condición en que el producto efectivo de la economía se iguala con el nivel de producto potencial.

[3] La máxima expresión de la lectura bajo el prisma neoclásico de las ideas keynesianas, la síntesis neoclásica, es el modelo IS-LM, creado inicialmente por Hicks en 1937, continuado por Modigliani en 1944 y Hansen en 1949. (Bustelo, 1949; 90)

[4] Lo que podría asemejarse a una noción de desarrollo en el pensamiento monetarista se asimila a los cánones clásicos. Esto implica la idea de una economía que se mantiene en equilibrio de pleno empleo fruto de la libertad de mercado y cuyas tasas de crecimiento tienden a igualarse a las de los países desarrollados como resultado del libre comercio, en que los factores excedentarios fluyen sin restricción hacia las zonas en que pueden obtener más altas rentabilidades.

[5] De todas maneras, esta afirmación eventualmente puede no ser compartida por todos los estudiosos de la obra del autor. Al punto que algunos han señalado que "...no tenía nada que decir sobre este tema."

[6] El enfoque neoclásico plantea que ante la circunstancia de un desequilibrio; entendido como la alteración de la posición estable de pleno empleo en la economía, existe un mecanismo de ajuste que es automático, opera instantáneamente y a costo cero: este es el sistema flexible de precios.

[7] De este problema surge como aforismo la idea de que "se puede arrastrar una mula hasta el abrevadero, pero no se le puede obligar a beber"

[8] Este contexto de discusión permite observar dos posturas diferenciadas radicalmente por el rol que le cabe al Estado en la consecución del crecimiento estable, identificadas con las corrientes monetaristas y el mundo keynesiano.

[9] Indudablemente y fruto de la experiencia, se sabe que el mismo crecimiento no asegura lo contrario, lo cual nos lleva a la preocupación clásica por el problema de la distribución.

[10] John Maynard Keynes, Enssays in persuasión. Citado por Jorge Issac Egurrola y José Valenzuela Feijoo (1999) Explotación y Despilfarro. Ed. Plaza y Valdés, México. 262 páginas. Es probable que este tipo de afirmaciones permitan contextualizar el inexplicable hecho de omitir el aporte de Marx en la reflexión de Keynes, al punto en que sólo aparece nombrado y de manera muy tangencial en un pie de página de la Teoría General.  

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