INTRODUCCIÓN HISTÓRICA A LA FILOSOFÍA DEL ESTADO (III): Los precursores del socialismo moderno

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J. Mª. García León

J. López Segura

D. Ruiz Galacho

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“El socialismo moderno es, en primer término, por su contenido, fruto del reflejo en la inteligencia, por un lado, de los antagonismos de clase que imperan en la moderna sociedad entre poseedores y desposeídos, capitalistas y obreros asalariados, y, por otro lado, de la anarquía que reina en la producción. Pero por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes”

F. Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico.

 

BABOUNISMO

François Nöel Babeuf (1760-1797) nació en Saint Quentin. Ocupó varios cargos administrativos. Apoyó con entusiasmo la Revolución francesa y en 1787 fue a París a proponer al gobierno un amplio plan de reforma fiscal. Al final del periodo del Terror, en la época del Directorio, arremetió contra la reacción termidoriana; con el pseudónimo de Gracchus Babeuf, publicó el periódico Tribun du peuple, desde donde atacaba a los enemigos de la revolución y defendía su programa comunista.

La derrota de los jacobinos y la ejecución de sus jefes había dejado una numerosa masa de partidarios descontentos que comienzan a reorganizarse para derribar al nuevo gobierno. La primitiva asociación de Babeuf, la Unión del Panteón, estaba formada por elementos sociales e ideológicos diversos, de entre los cuales el pequeño grupo íntimamente asociado a Babeuf se reorganizó para una conspiración secreta después de que el Directorio hubiese suprimido la Unión. El grupo de Babeuf, tras laboriosas negociaciones, se puso de acuerdo con los jefes clandestinos de los jacobinos que quedaban, para proyectar una sublevación.

La crisis económica que se produjo en Francia después del 9 termidor y de la muerte de Robespierre vino a exasperar a las masa populares y, muy especialmente, a los "sans-culottes" parisinos, a los obreros y a los indigentes, oprimidos todos por el recién instaurado Directorio burgués, e irritados, por otra parte, por el lujo de que hacían gala los especuladores y los "petimetres". En el apoyo de estas masas se centraban las esperanzas de éxito de los conspiradores.

La intención de los babounistas era apoderarse del poder con el pequeño grupo de jefes revolucionarios que habían formado, tras lo cual establece­rían un gobierno revolucionario apoyado por los partidarios, principalmente obreros, que tenían en las sociedades locales de París. La tarea principal de la dictadura revolucionaria, así constituida, sería la adopción de las medidas económicas y sociales necesarias para el establecimiento de la República de los Iguales.

Los conspiradores fueron traicionados la víspera de la proyectada revuelta por uno de sus asociados militares, que desde el principio trabajó como espía del Directorio. Babeuf y otros dirigentes fueron arrestados y la conspiración quedó abortada.

En el juicio se les acusó de toda clase de intenciones sanguinarias y el proceso terminó con la condena y ejecución de los principales dirigentes: Babeuf[1] y Darthé. Pero, muchos quedaron libres y a otros no se les llegó a ejecutar y se les deportó. Entre estos últimos estaban Sylvain Maréchal y Philippe Bounarroti.

Maréchal (1750-1803) había sido un destacado periodista revolucionario, encarcelado antes de la revolución por sus escritos radicales, fue conocido por sus ataques a la religión[2]. Era un revolucionario y comunista entusiasta. Redactó, en 1796, el Manifiesto de los iguales, considerado como la primera declaración política comunista.

Buonarroti (1761-1837) nació en Pisa, estudió derecho, frecuentó las sociedades secretas y se entusiasmó con la Revolución francesa. Marchó a París donde se dio a conocer como ferviente jacobino. Detenido tras la caída de Robespierre, conoció a Babeuf con quien colaboró en la preparación de la conspiración. Posteriormente, se hizo carbonario[3] y participó en la agitación nacionalista y liberal de Italia. Estando en Bruselas publicó, en 1828, un relato completo de la conspiración en su Historia de la conspiración de los Iguales, llamada de Babeuf. Esta obra llegó a ser una especie de manual para los revolucionarios en los agitados años que siguieron a la Revolución francesa de 1830 y durante la conspiración revolucionaria que culminó en 1848. Traducida al inglés, tuvo también alguna influencia en la izquierda cartista. Así mismo, se le reconoce una particular contribución al desarrollo de las teorías de la dictadura revolucionaria en la mayor parte de Europa.

Las concepciones de los babounistas pueden considerarse una combinación específica de elementos derivados de las doctrinas de Rousseau, de los utopistas ilustrados del siglo XVIII y de Robespierre, del que se consideraban sucesores políticos.

Su principio fundamental era la igualdad “real“, diferente de la “igualdad condicional: sois todos iguales ante la ley”, entendida aquella como el derecho natural[4] de todos los hombres al disfrute de todos los bienes. De Rousseau aprendieron que la causa de la desigualdad y de la opresión reside en la desigual distribución de la propiedad privada. Pero los babounistas se separan de los jacobinos en el modo de restablecer la perdida igualdad natural. Mientras éstos consideraban que la Revolución debía abolir la propiedad feudal, difundir la propiedad entre los campesinos (Reforma agraria) y liberar al comercio e  industrias urbanas de las trabas y exacciones del sistema corporativo, los babounistas consideraban tales medidas como insuficientes, y que la Revolución debía ir más allá, aboliendo toda clase de propiedad privada y restableciendo la comunidad de bienes. Enlazando aquí con las doctrinas de los comunistas utópicos de la Ilustración, tales como Mably y Morelly.

Como hicieran los utopistas, los babounistas deducían el principio de la comunidad de bienes, no de las condiciones económicas sino, de la teoría nor­ma­tiva según la cual los seres humanos, en cuanto tales, tienen idéntico derecho a todo aquello que produce la tierra. Ya se defendiera esta idea con citas del Nuevo Testamento o por medio de la tradición materialista de la Ilustración, la conclusión era siempre la misma: la desigualdad en el disfrute de los bienes es contraria a la naturaleza humana, como también lo son la renta, el interés y cualquier ingreso no ganado. Pero a diferencia de los utópicos ilustrados, el babounismo no se limitó a esbozar los principios de una nueva sociedad sino que determinó las condiciones y el proceso que conducía a su realización.

Para llevar a cabo las transformaciones sociales, los babounistas, consideraban necesaria una segunda revolución política[5] que desalojase a los ricos del poder. Dado que las masas no estaban liberadas de la influencia espiritual de los explotadores, el golpe de fuerza tenía que ser llevado a cabo por un grupo de conspiradores en su nombre.

En correspondencia con sus concepciones, los babounistas elaboraron el programa que les conduciría al establecimiento de la nueva sociedad basada en la comunidad de bienes:

1.     Formación de un grupo de conspiradores para derrocar el orden existente (el Directorio).

2.    Tras la conquista del poder político, los insurrectos ejercerían una dictadura, en representación de las masas, para neutralizar a los enemigos del pueblo y llevar a cabo las siguientes medidas:

·     Expropiación inmediata de toda la propiedad de los enemigos del pueblo.

·     Abolición del derecho de herencia, pasando toda la propiedad privada a ser propiedad comunal.

·     Establecer la obligatoriedad general del trabajo. Sólo los individuos ocupados en un trabajo socialmente útil tendrían derechos políticos.

·      La propiedad común sería socialmente administrada por funcionarios elegidos por el pueblo.

·      Los bienes producidos se repartirían por igual entre todos los trabajadores, incluidos los funcionarios públicos.

·      La enseñanza se pondría al alcance de todos y estaría dirigida a instruir al pueblo en los principios de la nueva sociedad.

3.    En el momento en que el nuevo orden estuviese solidamente establecido, y el pueblo se hubiese sacudido del dominio de sus enemigos, se establecería la República de los Iguales, basada en la Constitución de 1793.

Con el babounismo se inicia el proceso de separación de la democracia liberal, o “condicional” como ellos decían, de la democracia “real” o popular. Aquella limitada a la igualdad ante la ley y a la elección de representantes, y ésta entendida como el gobierno de los pobres, como una especie de dictadura democrático popular ejercida por las masas o sus representantes sobre los ricos. En este sentido, resolvieron la contradicción entre el principio de igualdad y el de libertad. En tanto la libertad significaba también el derecho a la propiedad, la libertad significaba desigualdad, explotación y miseria; con la abolición de la propiedad, la libertad quedaba sometida al principio de la igualdad.

 

SANSIMONISMO

 

Saint-Simon (1760-1825)

Henri-Claude de Rouvroy, Conde de Saint-Simon, puede ser considerado como el fundador del moderno socialismo teórico, concebido no como algo meramente ideal, sino como el resultado de un proceso histórico.

Saint-Simon perteneció a una familia aristocrática, siendo él mismo conde. Participó directamente en la revolución democrática norteamericana donde alcanzó el grado de coronel del ejército. A su regreso a Europa emprendió una serie elaborada de estudios y viajes[6]. Cuando estaba dedicado a sus estudios, estalló la Revolución francesa en la que tuvo una participación menos activa[7], dedicándose casi exclusivamente a la especulación en bolsa como medio para amasar una fortuna con el fin de financiar sus proyectos sociales. Estaba completamente convencido de que era un elegido para cambiar el rumbo de la sociedad, al igual que antes lo fuera Sócrates y otros filósofos griegos. Hacia 1805 y 1806 se arruinó definitivamente, siéndole necesario combinar su labor social con el trabajo profesional como copista, corrector de imprenta y empleado de librería.

En sus obras iniciales Cartas de un habitante de Ginebra (1803) e Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (1807), defendía que la ciencia política tenía que ser tan positiva como las ciencias físicas. Entre 1814 y 1818, con la ayuda del historiador Augustin Thierry trazó el plan de una reforma política a escala europea en su obra De la reorganización de la sociedad europea (1814); esta reforma se basaba en la alianza entre Francia, Inglaterra y Alemania, contaría con un gobierno parlamentario al estilo inglés y una asamblea supranacional que aseguraría la paz, la cooperación y la unidad. Con el tiempo desarrolla su interés por las cuestiones relacionadas con la organización económica y, en su obra La Industria (1817), llega a la conclusión de que la labor del Estado era asegurar la productividad y a proponer la aplicación de los métodos de organización industrial a todas las cuestiones sociales. Estos temas los desarrolla con la ayuda de Auguste Comte, que fue su secretario de 1818 a 1822, y llega a formular el principio de una futura comunidad social "orgánica", en su obra El sistema industrial (1822), que ganó muchos partidarios y fue la base de su fama. En su última obra, El Nuevo Cristianismo (1825) establece los principios religiosos en que debería basarse la conducta de los miembros del nuevo orden social. 

En el ocaso de su vida intentó suicidarse tras una crisis de desesperación siendo ayudado por el banquero Olinde Rodrigues, que se convirtió en discípulo suyo. Muere en 1825, dos años más tarde.

Desde un principio Saint-Simon consideró que su misión consistía en proporcionar a la humanidad un claro conocimiento de su devenir, de tal modo que los hombres pudiesen actuar consciente y colectivamente en la dirección del progreso social. De D'Alambert y Condorcet heredó su concepción del proceso histórico basado en los progresos del conocimiento humano, y su convicción de que la organización de la sociedad debía basarse en la ciencia aplicada. En sus primeras obras, hace un llamamiento a todos los sabios sin distinción para que se unan en la fundación de una "ciencia de la humanidad" y para que pongan su inteligencia al servicio del bienestar humano. Creía que el conocimiento del futuro de la humanidad tenía que ser el resultado de la investigación histórica.

Llegó a la conclusión de que el progreso material o grado de bienestar alcanzado por la sociedad estaba determinado por el grado de desarrollo alcanzado por el sistema productivo y por el modo en que está organizada la propiedad; y opinaba que los cambios en la producción se debían a los descubrimientos científicos, que las raíces del progreso humano se encuentran en el avance del conocimiento, con los grandes descubridores como los agentes supremos de la historia.

La historia, según Saint-Simon, pasaba por épocas alternativas de construcción y de destrucción, según la estructura social se correspondiese o no con los avances realizados por la ilustración. En lo que se refiere a la historia de Occidente, distinguía dos grandes épocas constructivas: la sociedad greco-romana y el mundo medieval del cristianismo. En su opinión, con la Gran Revolución francesa y la revolución industrial en Inglaterra se iniciaba una tercera gran época basada en los progresos científicos alcanzados por el hombre, y, en tal sentido, consideraba que los siglos transcurridos desde la Reforma ("el cisma de la Iglesia") habían sido la necesaria fase de preparación crítica y destructiva para el advenimiento de la nueva sociedad.

Hacia 1815, Saint-Simon ya había desarrollado lo esencial acerca del nuevo orden social. Como diría Engels (1968): "Saint-Simon era hijo de la Gran Revolución francesa, que estalló cuando él no contaba aún treinta años. La revolución fue el triunfo del tercer estado, es decir, de la gran masa activa de la nación, a cuyo cargo corrían la producción y el comercio, sobre los estamentos hasta entonces ociosos y privilegiados de la sociedad: la nobleza y el clero". El antagonismo entre el tercer estado y los estamentos privilegiados del antiguo régimen, es traducido por Saint-Simon como el antagonismo entre "industriales" y "ociosos". Los "ociosos" estaban formados por las "dos noblezas", la antigua y la nueva creada por Napoleón, las cuales bajo la Restauración constituyeron una fuerza antisocial unida[8], y por todos aquellos que al igual que la nobleza vivían de sus rentas, sin intervenir en la producción y en el comercio. Los "industriales"[9], forman la mayoría de la población, y comprenden al conjunto de los empresarios - industria, comercio y banca -, los científicos, los innovadores de la tecnología, otras categorías de intelectuales, y los obreros.

Para Saint-Simon era un hecho evidente que los "ociosos" habían perdido la capacidad de dirigir espiritualmente y gobernar políticamente, algo que la revolución había sellado con carácter definitivo. Asimismo, las experiencias de la época del Terror le habían demostrado que los descamisados no poseían tampoco esa capacidad[10]. Según Saint-Simon, la dirección y gobierno de la nueva sociedad debía recaer en la ciencia y la industria[11], unidas por un nuevo lazo religioso, un "nuevo cristianismo" llamado a restaurar la unidad de las ideas religiosas rotas desde la Reforma. La ciencia eran los sabios académicos; y la industria, era la burguesía activa. El proletariado quedaba, por tanto, relegado al papel de colaborar con sus dirigentes "naturales"[12].

Instalados en el poder, empresarios y científicos habrían de planificar la producción social según las necesidades de la sociedad "industrial"[13]; en esta regulación, los banqueros jugarían el papel principal mediante la reglamentación del crédito. De este modo, el nuevo orden social acabaría con la pobreza y las crisis que se deben a la libre concurrencia y a la resultante anarquía de la producción. Así pues, en cuanto empresarios y planificadores, los "industriales" no sólo han de acabar con las ociosas y parasitarias clases dominantes, sino también con la anarquía del capitalismo liberal-burgués. Tal es la misión histórica de la "clase industrial", eliminar las trabas que la libre competencia pone al desarrollo de la industria, considerada por Saint-Simon[14] el fundamento del nuevo orden social.

Refiriéndose a la organización del poder estatal, en La Organización Social, dice Saint-Simon:

"La dirección del poder temporal debe ser confiada a los cultivadores, a los fabricantes, a los negociantes y a los banqueros más importantes. Éstos formarán un consejo que se llamará Consejo de los Industriales.

"Este consejo tendrá el derecho a incorporar a los empleados más destacados a los diferentes departamentos de que se compone el Gobierno.

"Este consejo se ocupará del examen de todos los proyectos de utilidad pública que le serán presentados por el poder espiritual, escogerá los proyectos que juzgará conveniente adoptar".

Y en otro momento, plantea que los distintos poderes se organizarían en tres cámaras articuladas entre si, y formadas, en cada caso, por los individuos más capacitados para la correspondiente función a realizar:

·      Cámara de invención, que se encarga de preparar todos los proyectos de utilidad pública; está constituida por ingenieros, poetas, escritores y artistas.

·      Cámara de examen, que se encarga de examinar y someter a consideración los proyectos elaborados por la cámara anterior; está formada por fisiólogos, físicos y matemáticos.

·      Cámara de ejecución, que se dedica a llevar a la práctica los proyectos aprobados; está compuesta por los dirigentes de las empresas industriales, agrícolas y bancarias.

En lo económico, la nueva sociedad se regiría por los siguientes principios:

·      Planificación estatal de la producción en función de las necesidades sociales; siendo la eliminación de las miserables condiciones de existencia de las masa proletarias la primera necesidad social a satisfacer.

·      Aunque la propiedad no sería formalmente abolida, estaría sometida, en lo que a su utilización se refiere, a los objetivos de la planificación y no a los criterios particulares de los propietarios. En esta desaparición de la propiedad en tanto poder económico, va incluida la abolición de las ganancias derivadas de la explotación del trabajo de los obreros y campesinos[15].

·      Para eliminar la ociosidad se establece la obligación general de trabajar; y en adelante, los derechos de toda clase se adquieren en función de la capacidad que cada cual ponga al servicio de la sociedad.

·      La distribución del producto social se atendrá al principio: a cada cual según su trabajo. Para tales fines, en la evaluación del trabajo se tendría en cuenta tanto la cantidad (tiempo de trabajo) como la calidad (capacidad exigida para el ejercicio de las distintas funciones) del trabajo entregado por el individuo a la sociedad; esto último conserva una determinada jerarquía, tanto económica como social, pero que ya no estaría basada en la propiedad y en la herencia sino en la capacidad y la laboriosidad. Asimismo, este criterio distributivo permite sustituir la competencia por la emulación social: el interés privado se transformaría en un instrumento de mejora personal, destinado a servir a la comunidad en lugar de oponerse a ella.

Saint-Simon da gran importancia a la educación, que según su proyecto, debía ser dirigida por los sabios, y basarse en una enseñanza primaria universal destinada a inculcar un sistema de valores sociales, acordes con los progresos de las ciencias, recogidos en el  Nuevo Cristianismo[16], y que pueden sintetizarse en dos principios generales, a saber: a) Trabajo para todos. b) Desarrollo de la inteligencia. Todo ello unido a un código moral que, adecuado a los nuevos criterios sociales, debía regir la conducta de los individuos.

Para algunos, Cole (1975) por ejemplo, “la gran contribución de Saint-Simon a la teoría socialista consiste en afirmar que la sociedad a través del estado, transformado y controlado por los productores, debe planificar y organizar el uso de los medios de producción a fin de marchar a la par con los descubrimientos científicos”. Engels (1968), sin embargo, destaca: “En 1816,  Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos de producción, que no es sino la idea de la “abolición del Estado”, que tanto estrépito levanta últimamente”.

 

Sansimonianos

A la muerte de su maestro los sansimonianos se dedicaron a propagar su doctrina organizando conferencias y reuniones. Junto a este trabajo de difusión, intentaron sistematizarla y desarrollar sus distintos aspectos: económico, religioso, y político. 

Bajo la dirección de Saint-Amand Bazard (1791-1832) se publicó una exposición sistemática de las ideas de Saint-Simon titulada La doctrina saint-simoniana (1826-8), en la que se aprecia un considerable desarrollo de las ideas económicas del maestro. En esta obra se proponen medidas concretas para alcanzar el nuevo orden social al que aspiraba el sansimonismo, de entre ellas destacamos las siguientes:

·     Abolición de la transmisión hereditaria de la propiedad.  La herencia es considerada incompatible con el principio sansimoniano de que cada cual debe ser retribuido según los servicios prestados a la sociedad y por lo tanto debe ser abolida. Con esta medida, además, las fortunas privadas pasarían, a la muerte de sus propietarios, a convertirse en propiedad del Estado, con lo cual, al cabo de cierto tiempo y sin necesidad de violentas expropiaciones, se lograba la desaparición de la propiedad privada.

·    Creación de un Banco Central. Estaría dirigidos por “los grandes industriales” y contaría con una red de bancos especializados bajo su dependencia que serían los encargados de facilitar el capital a los empresarios más capacitados.

·     Organización de la industria en grandes compañías que, financiadas por el nuevo sistema bancario, serían las encargadas de ejecutar los planes económicos trazados por el Consejo de los industriales.

·      Realización de grandes proyectos de obras públicas tales como el canal de Suez y el de panamá, así como el de cubrir el mundo entero con una red de ferrocarriles para unir a la humanidad bajo la dirección de los hombres de ciencia.

Pero, poco a poco, la dirección de los sansimonianos fue cayendo en manos del ingeniero Barthéle­my-Prosper Enfantin (1796-1864). Bajo su influencia se desarrollan los aspectos religiosos de la doctrina de Saint-Simon. Se considera al maestro como un inspirado intérprete de la palabra de Dios y  el sansimonismo es presentado como una nueva religión destinada a realizar la misión unificadora que la Iglesia católica había desempeñado en la Edad Media. Sobre tales bases, los sansimonianos se organizaron en una iglesia con su jerarquía, su liturgia, sus himnos y su ceremonial. Se retiraron del mundo para dedicarse a compilar una gran obra, El Libro nuevo, que debía convertirse en la nueva Biblia. Pronto fueron acusados y perseguidos por sus ataques a la propiedad (abolición de la herencia), por defender el amor libre (rechazo del matrimonio cristiano y defensa del divorcio) y por sus conspiraciones contra el gobierno. Como resultado de todo esto, Enfantin fue a parar a la cárcel y las actividades religiosas del grupo languidecieron. Tras su excarcelación, Enfantín orientó la actividad de sus seguidores hacia los grandes proyectos públicos[17]. Terminó su vida dedicado a impulsar –con la ayuda de financieros, antiguos simpatizantes de las ideas sansimonianas– la unión de varias compañías de ferrocarriles; de tal unión salió la creación de la línea París-Lyons-Mediterráneo.

Pero además de sus extravagancias religiosas, y paralelamente a las mismas, los sansimonianos desarrollaron una activa propaganda en el campo de la economía y de la política, sobre todo a partir de la Revolución de 1830. Criticaron a esta revolución de haber dejado intacta la defectuosa estructura social que había heredado; atacaron a los partidarios de la monarquía burguesa de Luis Felipe y a  los legitimistas; combatieron a los economistas partidarios del laisser-faire y a los defensores del partido del orden. Todo este torrente crítico desembocaba invariablemente en su consigna de traspasar el poder de manos de los políticos y militares a los industriales, que eran los únicos que podían dirigir el desarrollo económico de la sociedad. En estos combates ideológicos, y a partir de 1830, el puesto principal pasa a ser ocupado por Pierre Leroux.

Leroux, director del antiguo periódico liberal Le Globe, se había convertido al sansimonismo. Los sansimonianos compraron el periódico y designaron algunos miembros de la secta para que colaborasen con Leroux en la tarea de convertir a Le Globe en órgano de la propaganda sansimoniana. Leroux y sus colaboradores aplicaron las líneas fundamentales de la doctrina sansimoniana en el análisis crítico de la política francesa bajo la monarquía de Luis Felipe, intentando, a su vez, articular estos trabajos en un programa coherente. En este sentido, El Globe se convierte en defensor de un sistema tecnocrático. Pero, contrarios a la democracia parlamentaria como forma de elegir a los “mejores”, no supieron idear el modo en que llegarían los industriales a instalarse en el poder[18], limitándose a señalar que esto tendría lugar cuando la nación cansada de políticos incompetentes y ociosos explotadores acudiese espontáneamente hacia los únicos que sabían como acabar con el desorden. Contrarios a la democracia y a la libertad (para ellos sinónimo de anarquía), defendieron un sistema basado en el orden, no basado en la represión sino en una organización industrial fundada en la ciencia. Y para garantizar este orden resultante de la planificación económica, los sansimonianos desembocaron en la proponer y defender la máxima centralización del poder; razón por la que fueron acusados de trazar planes para una dirección burocrática centralizada.

Por su culto a la organización industrial, la eficacia técnica y su espíritu emprendedor, así como el dejar abierta la oportunidad de grandes ganancias, el sansimonismo atrajo a muchos industriales, ingenieros y hombres de ciencia. Entre los sansimonianos figuraron una gran proporción de los hombres que más tarde habrían de dirigir el desarrollo económico e industrial de Francia. Como hemos relatado más arriba, el "Padre Enfantin" terminó su carrera como gerente de una empresa de ferrocarriles, y uno de sus discípulos,, Ferdinand de Lesseps, construyó el canal de Suez. El sansimonismo fue la doctrina socialista que más divulgación tuvo entre las clases educadas[19], gracias a él las ideas socialistas se extendieron entre los intelectuales de los grandes países europeos. Sin embargo, y a pesar de la insistencia de Saint-Simon en el bienestar de la clase más numerosa y pobre, el otorgar la dirección de la sociedad a los grandes hombres de negocios, hizo imposible que los sansimonianos contasen con importantes apoyos entre la clase obrera.

Entre los sansimonianos españoles destaca José de Fontcuberta, director un tiempo de El Vapor y colaborador asiduo de El Propagador de la Libertad. La desfavorable condición obrera es el punto de partida de la construcción teórica de Fontcuberta. En 1837 la Revista Europea, dirigida en Madrid por Andrés Borrego, incluye un artículo largo sin firma titulado "Los sansimonianos", donde se hace referencia a esta escuela, cuyas doctrinas tildaba de poco originales, aunque de utilidad a la hora de replantear la relación entre el capital y el trabajo.

 

OWENISMO 

Robert Owen (1771-1858) nació en Newport , en la región central de Gales. El amplio periodo de su influencia ideológica empezó con sus experiencias en la fábrica de algodón New Lanark en 1800, y termina prácticamente cuando un grupo de sus discípulos fundó, en 1844, la sociedad cooperativa de los Rochdale Pioneers. 

Si Saint-Simon fue “hijo de la Gran Revolución francesa”, Owen lo fue de la revolución industrial inglesa. Refiriéndose a las circunstancias en las que habría de desenvolverse el galés, dice Engels:

“Mientras el huracán de la revolución barría el suelo de Francia, en Inglaterra se desarrollaba un proceso revolucionario más tranquilo, pero no por ello menos poderoso. El vapor y las máquinas-herramientas convirtieron la manufactura en la gran industria moderna, revolucionando con ello todos los fundamentos de la sociedad burguesa. El ritmo adormilado del desarrollo del periodo de la manufactura se convirtió en un verdadero periodo de lucha y embate de la producción. Con una velocidad cada vez más acelerada, iba produciéndose la división de la sociedad en grandes capitalistas y proletarios desposeídos, y entre ellos, en lugar del antiguo estado llano estable, llevaba una existencia insegura una masa inestable de artesanos y pequeños comerciantes, la parte más fluctuante de la población. El nuevo modo de producción sólo empezaba a remontarse por su vertiente ascensional; era todavía el modo de producción normal, regular, el único posible, en aquellas circunstancias. Y sin embargo, ya entonces originó toda una serie de graves calamidades sociales. Hacinamiento en los barrios más sórdidos de las grandes ciudades de una población desarraigada de su suelo; disolución de todos los lazos tradicionales de la costumbre, de la sumisión patriarcal y de la familia; prolongación abusiva del trabajo, que sobre todo en las mujeres y en los niños tomaba proporciones aterradoras; desmoralización en masa de la clase trabajadora, lanzada de súbito a condiciones de vida totalmente nuevas; del campo a la ciudad, de la agricultura a la industria, de una situación estable a otra constantemente variable e insegura”.

 

Owen: empresario filántropo y reformista

Owen era hijo de una artesano pobre, empezó a ganarse la vida desde muy temprana edad y debido a su gran energía e ingenio estableció un taller por su cuenta en Manchester. Posteriormente pasó a dirigir un gran molino de algodón y se casó con la hija del empresario. En la década de 1790, Owen fue miembro activo de la Sociedad literaria y filosófica de Manchester y del circulo que se reunía en tono al célebre químico John Dalton, en el Unitary New College; sitios donde eran frecuentes las discusiones acerca de las teorías de Godwin y su relación con las de Helvétius y otros filósofos de la ilustración francesa. En estas discusiones Owen asimiló las enseñanzas de los filósofos materialistas del siglo XVIII, según las cuales el carácter del hombre es, de una parte, el producto de su organización innata, y de otra, el fruto de las circunstancias que rodean al hombre durante su vida, y principalmente durante su periodo de desarrollo.

En 1800 se convirtió en gerente y copropietario de una gran fábrica de hilados de algodón de New Lanark, en Escocia. En ella, y hasta 1829,  desarrolló sus experimentos sociales y educativos destinados a rescatar  a los trabajadores y a sus familias de la pobreza, la degradación y la corrupción; el éxito alcanzado le valió fama europea. La población en torno a la fábrica llegó hasta 2.500 personas, reclutada al principio entre los elementos más heterogéneos, la mayoría de ellos muy desmoralizados. Estableció la jornada de trabajo en diez horas y media[20]; no empleó a niños menores de diez años; introdujo unas condiciones de trabajo relativamente higiénicas; estableció la educación primaria gratuita y fue el creador de las escuelas de párvulos, que funcionaron por vez primera en New Lanark, a ellas eran enviados los niños a partir de los dos años. La aplicación de estas medidas convirtió a New Lanark en una colonia modelo: desapareció la embriaguez, el robo, la pobreza, la policía, los jueces de paz y los procesos, los asilos para pobres y la beneficencia pública. Cuando una crisis algodonera obligó a cerrar la fábrica durante cuatro meses, los obreros de New Lanark, que quedaron sin trabajo, siguieron cobrando íntegros sus jornales. Para sorpresa general, mostró que sobre esta base podían conseguirse mejores resultados en la producción y el comercio que los que obtenían los empresarios en cuyas fábricas adultos y niños eran diezmados por unas condiciones crueles e inhumanas[21].

En su obra Ensayos acerca de la formación del carácter (1813), describe sus experiencias y sus fundamentos filosóficos. En esta obra trata de convencer a los empresarios y a la aristocracia de la necesidad de una reforma del sistema industrial y monetario, de los salarios y la educación, en interés no sólo de los capitalistas, sino de toda la sociedad. Owen acusa al sistema industrial establecido por la libre concurrencia capitalista de degradar el carácter y de provocar la miseria de las masas; ello es así por el recurso a la ambición personal y por las malas condiciones físicas y morales en que las victimas del nuevo sistema industrial estaban obligadas a vivir desde su más tierna edad. Especial atención dedicó a demostrar la importancia de la educación como instrumento para transformar la calidad de la vida humana.

Durante estos años, Owen trabajó a favor de la educación popular y por la reforma del régimen del trabajo en las fábricas. En numerosos panfletos, artículos y ensayos posteriores y enmiendas al Parlamento continuó defendiendo sus medidas reformistas, mostrando los horrores de la industrialización y urgiendo la adopción de medidas sociales y educativas que pusieran remedio a los abusos sin retrasar el progreso técnico. Pero por encima de todo intentó eliminar la crueldad del sistema que obligaba a los niños de seis años a trabajar entre catorce y dieciséis horas al día en los telares. Así en 1819, después de cinco años de grandes esfuerzos, consiguió que fuese votada la primera ley que limitaba el trabajo de la mujer y del niño en las fábricas.

 

El comunismo oweniano

“Sin embargo,  –dice Engels– Owen no estaba satisfecho con lo conseguido. La existencia que había procurado a sus obreros distaba todavía mucho de ser, a sus ojos, una existencia digna de un ser humano”. Tras unos sencillos cálculos acerca de la producción obtenida en New Lanark y de cómo se había distribuido, llegó a la conclusión de que la riqueza creada tenía su origen en el trabajo de lo obreros, y que a ellos debía pertenecer. Las nuevas y gigantescas fuerzas productivas, que hasta allí sólo habían servido para que se enriqueciesen unos cuantos y para la esclavización de las masas, echaban, según Owen, las bases para una reconstrucción social y estaban llamadas a trabajar solamente para el bienestar colectivo, como propiedad colectiva de todos los miembros de la sociedad. “Fue así,  –continua  Engels–  por este camino puramente práctico, como fruto, por así decirlo de los cálculos de un hombre de negocios, como surgió el comunismo oweniano, que conservó en todo momento este carácter práctico”.

Podemos fechar el comienzo de esta nueva etapa en 1820, año en que presenta su Informe dirigido al Condado de Lanark, donde propone un sistema de colonias comunistas para combatir la falta de trabajo y la miseria reinante[22]. En su Informe, Owen expone sus ideas fundamentales sobre las relaciones económicas capitalistas y sobre la constitución de sus “aldeas de cooperación.

En lo que se refiere a las primeras, pueden destacarse las que siguen:

·    El trabajo es la fuente de todas las riquezas[23]. El trabajo, con la ayuda de la ciencia y la técnica, eleva su capacidad productiva y, en esa medida, el hombre es menos dependiente de su capacidad física y de las contingencias relacionadas con ella. Asimismo, estableciendo una adecuada organización del trabajo, se puede conseguir un alto nivel de riqueza para todos a pesar del aumento de la población.

·    Bajo el régimen de libre competencia, el incremento de la riqueza que se deriva de la aplicación de la ciencia y técnica, por causa de la superproducción y sus crisis, se traduce en una pérdida de puestos de trabajo para la clase obrera. La falta de trabajo no es, pues, consecuencia de una falta de riqueza, de capital o de falta de medios para aumentar lo que ya existe, sino de la forma de distribución[24] en la sociedad de este extraordinario aumento de nuevo capital.

·    Las consideraciones anteriores le permiten criticar la tesis mantenida por  Malthus de que los suministros de alimentos crecen con una tasa inferior a la tasa de crecimiento natural de la población. Los hombres –replica Owen– pueden producir más de lo que consumen: no hay límites conocidos a la fertilidad del suelo, y la producción crecía cada vez más rápidamente.

·     El trabajo es la verdadera medida del valor[25]. Sostiene que el valor natural de las cosas hechas por el hombre depende de la cantidad de trabajo incorporado a ellas, trabajo que puede medirse mediante una unidad de “tiempo de trabajo”. Los tipos más especializados de trabajo, según Owen, añaden al producto, en cada hora, más valor que el trabajo ordinario no especializado. Aconseja sustituir el dinero por una especie de bonos de trabajo como norma para medir el valor relativo de los diferentes artículos; de ese modo, la moneda en circulación correspondería a la cantidad de riqueza producida, y la economía sería inmune a las crisis, sobreproducción, depresión o inflación.

En cuanto a los criterios o principios generales sobre los que habrían de fundarse las “aldeas de cooperación”, destacamos los siguientes:

·      Como las aldeas de cooperación están pensadas para los obreros, y éstos carecen de recursos financieros, Owen consideraba que su financiación tendría que correr cargo de los funcionarios de la beneficencia pública o de capitalistas que estuviesen dispuestos a cooperar. En cualquier caso, al capital invertido se le garantizarían intereses fijos y limitados.

·      Frente al régimen individual defiende un sistema de educación, trabajo y gastos colectivos. Propone la autonomía de cada aldea o ciudad, de modo que cada una tenga sus propios centros educativos, mercado laboral y autogestión económica.

·      Propone los comedores colectivos. La comida en común se preparará en un establecimiento donde todos comerán reunidos como una gran familia. Los costes de los alimentos serían menos elevados, representando un ahorro en la cantidad, y superior calidad. Su preparación llevaría menor tiempo, y ofrecería más comodidad que el sistema familiar o individual.

·      La aldea de cooperación, creada por la clase media o por los obreros, y basada en la total reciprocidad de intereses, deberá ser gobernada por los propios miembros, que elegirán, entre ellos, a un comité. Las tareas del comité se reducirían a cuestiones administrativas. De esta manera se evitarían los inconvenientes de las elecciones y propaganda.

·      Los reglamentos internos estarán fundados en principios que evitarían no sólo los crímenes públicos, sino los males y errores que aquejan a la sociedad. Por ello no serán necesarios los juzgados, las prisiones ni los castigos: estos sólo son necesarios cuando se tiene un concepto equivocado del carácter humano, cuando predomina la competencia individual.

·      Todos los miembros de la ciudad deberían tener las mismas condiciones de vida de acuerdo con la edad. Si no hubiera equidad entre todos los miembros tampoco habría “justicia, ni unidad, ni felicidad verdadera”.

·      No descarta la guerra. Para ello considera que los niños, por medio de los juegos, adquirirán aptitudes que más tarde les hagan capaces de ser buenos defensores de su país. Concibe un ejército de ciudadanos: a todo hombre se le debería enseñar a defender a su comunidad, si fuera atacado. Y ello se conseguiría procurando los medios adecuados para instruir a los muchachos en la utilización de las armas y artes bélicas.

·      El plan que Owen presenta en su Informe va dirigido inicialmente a los “pobres” según sus propias palabras. Pero piensa que, cuando los resultados se hagan evidentes, ese cambio será universal: “A todos los individuos de la raza humana les conviene que sólo haya un único interés, una lengua, un código general de leyes, y un sólo sistema para administrarlas. Estas uniones ofrecen de modo más efectivo, fácil y rápido de obtener estos resultados tan deseables. Las agrupaciones federadas de estas unidades ciudadanas podrán llevarse a cabo sin dificultad, en grupos de diez para fines específicos locales, en grupos de cincuenta o de cien para asuntos más generales, y en grupos de mil para los intereses más amplios, como por ejemplo asegurar la paz y la buena voluntad de todas las regiones y latitudes... Estas federaciones no tendrán fronteras, hasta que la población del mundo entero esté unida cordialmente como los miembros de una familia, activamente comprometidos en conseguir la felicidad de todos”[26]. Considera que la consigna “todos o ninguno” ha de ser el lema universal para todos los hombres de todos los países.

“El avance hacia el comunismo constituye el momento crucial en la vida de Owen –dice Engels–. Mientras se había limitado a actuar sólo como filántropo, no había cosechado más que riquezas, aplausos, honra y fama. Era el hombre más popular. No sólo los hombres de su clase y posición social, sino también los gobernantes y los príncipes le escuchaban y lo aprobaban. Pero en cuanto formuló sus teorías comunistas, se volvió la hoja. Eran principalmente tres grandes obstáculos los que, según él, se alzaban en su camino de la reforma social: la propiedad, la religión y la forma actual del matrimonio. Y no ignoraba a lo que se exponía atacándolos: la proscripción de toda la sociedad oficial y la pérdida de su posición social. Pero esta consideración no le contuvo en sus ataques despiadados contra aquellas instituciones y ocurrió lo que el preveía”.

Cansado de la escasa respuesta que sus propuestas obtenían, llegó a la conclusión de que el “carácter” de la Gran Bretaña había sido tan corrompido por el error eclesiástico y por la competencia industrial, que era imposible inaugurar el “Nuevo mundo moral” en sus propio país. En 1824 Owen marchó a Estados Unidos, donde compró la aldea comunal New Harmony (Indiana) y se puso a trabajar para establecer allí la primera de sus nuevas comunidades. La cosa marchó mal, los miembros de la colonia no lograron entenderse, hubo discusiones y deserciones; pronto Owen se cansó de estas pendencias, perdió la esperanza de convertir a New Harmony en una comunidad modelo y, dejando que sus hijos reorganizasen la colonia, regresó a Gran Bretaña totalmente arruinado. 

 

Owen y los sindicatos obreros

Como hemos tenido ocasión de señalar, Owen no creía que la clase obrera podía representar un papel activo en el establecimiento de sus proyectadas “aldeas de cooperación”, pensaba más en el Estado, autoridades de beneficencia o filántropos particulares antes que en los obreros. Pero a su vuelta de América, en 1829, se encontró con un panorama que le hizo cambiar de opinión.

Las ideas cooperativistas habían alcanzado gran difusión, creándose un cierto número de tiendas cooperativas. Aunque estas fundaciones no se debían a la intervención directa de Owen, los propagandistas de estos proyectos se habían basado, de un modo plenamente consciente, en las ideas de Owen y consideraban el establecimiento de sociedades para el comercio al por menor como mera preparación para la fundación de comunidades cooperativas autónomas. Los pequeños grupos de owenianos se habían esforzado, con cierto éxito, en hacer prosélitos tanto entre los asociados a las cooperativas  como entre los militantes sindicales. Sin embargo tanto los miembros de las cooperativas como los de los sindicatos no confiaban en el gobierno o en las autoridades de la beneficencia o en empresas filantrópicas dirigidas por ricos; creían que había que basarse en las fuerzas propias y crear una nueva institución democrática que les emancipara de la opresión capitalista y les permitiera dirigir sus propios asuntos.

A esta confluencia de los sindicatos y el owenismo también contribuyó, en gran medida, la propaganda de las nuevas teorías económicas que en los medios obreros había realizado una nueva generación de dirigentes. Se trata de las doctrinas económicas anticapitalistas, que se desarrollaron en la década de 1820, y que adoptaron la forma de una revisión crítica de las doctrinas de los economistas clásicos, sobre todo la formulada por D. Ricardo, razón por la cual a los críticos se les denominó antirricardianos. De entre todos ellos sólo nos referiremos a W. Thompson por ser él quien incorpora a sus teorías la doctrina de Owen. Thompson se manifiesta como un convencido defensor de la cooperación y pone su fe en los sindicatos obreros como agentes principales en el establecimiento del sistema de cooperativas. Les propone que acumulen fondos para adquirir tierra, edificios y maquinaria y dar trabajo a sus miembros desocupados, o a aquellos cuyos salarios hayan sido disminuidos. Considera que las cooperativas creadas por los sindicatos han de hacer la competencia a la industria capitalista hasta acabar con ella. Este sistema desembocaría, según Thompson, en las comunidades proyectadas por Owen, una vez que los obreros llegasen a ser copropietarios de todo lo necesario para la vida y la producción cooperativa, y que el capital que quedase en otras manos desapareciera o fuese insignificante. Hace llamamientos a los obreros para que inviertan capital en los establecimientos fundados por los sindicatos. Penetrado por la idea de la acción directa de los productores, Thompson no pide la ayuda del gobierno; pertenece a la escuela que considera al gobierno como sostén de los monopolizadores de los medios de producción, y confía sobre todo en los obreros para encontrar los medios de su propia emancipación. Fue quien más contribuyó a la versión obrerista del owenismo y quien más contribuyó a la alianza de los sindicatos y de las cooperativas de Owen. En tal sentido, hizo un llamamiento a los miembros de los sindicatos obreros para acabar con el capitalismo, adoptando la producción cooperativa y proponiendo medios para emplear los sindicatos obreros como base para construir una nueva sociedad basada en los principios de Owen.

Según cuenta Cole, el mayor cambio que se produjo en Gran Bretaña, durante la década de 1820, fue el desarrollo de los sindicatos. Con su legalización, en 1824, se inicia la actuación abierta de los sindicatos hasta entonces clandestinos y de otros muchos de nueva creación. Junto a este auge de los sindicatos, muchos dirigentes obreros comenzaron a considerar que el sistema propuesto por Owen podía establecerse por la propia clase obrera, sin necesidad de recurrir al Estado o a los ricos; la doctrina de Owen, interpretada de esta manera, ganó numerosos adeptos. Y Owen fue requerido para asumir la dirección de todos estos movimientos y guiarlos por el camino del socialismo cooperativista.

Paralelamente, en una serie de congresos de cooperativas, se elaboraron grandes proyectos para desarrollar la producción y el comercio cooperativos, como un primer paso para establecer de una manera completa el sistema cooperativo. Owen apoyó este movimiento y trabajó para su mejor organización. Estableció una “bolsa nacional equitativa para los obreros”, en la cual los productos de los diferentes oficios organizados en cooperativas de producción podían cambiarse según la cantidad de “trabajo-hora” empleado en su producción. La bolsa de Owen se estableció en Londres, pero se abrieron otras en Liverpool y Glasgow, y logró establecerse un comercio activo utilizando los “billetes de trabajo”, que fueron emitidos por las bolsas[27] para sustituir la moneda corriente. También se crearon numerosas tiendas cooperativas, que en parte vendían productos fabricados por las cooperativas de producción, y en parte mercancías producidas por empresas capitalistas. Los excedentes logrados por estas cooperativas eran acumulados para financiar experimentos sociales de mayor amplitud.

De todo este movimiento surgió el intento de crear una Unión General de Trabajadores, que, además de organizar la lucha cotidiana de los trabajadores, fuese el instrumento para el pronto establecimiento del nuevo orden social cooperativo; en el congreso cooperativo de 1833, al que asistieron delegados de las cooperativas, de los sindicatos y de las asociaciones owenianas, Owen presentó un plan para una Gran Unión Nacional Moral de las Clases Productoras, mediante la cual se implantaría el nuevo orden social de un solo golpe y mediante una negativa pacífica de los obreros a seguir trabajando para los capitalistas. En 1834 nace la Gran Unión Nacional de Sindicatos, el primer intento de reunir todas las fuerzas obreras para un ataque directo con­tra el régimen capitalista. También por estas fechas, y con el apoyo de Owen, se inicia, en los distritos industriales del norte un movimiento de agitación para establecer la jornada de ocho horas mediante la concertada negativa a continuar trabajando más allá de este límite.

El movimiento huelguístico que trajo consigo este proceso de unificación de los obreros, alarmó a los patronos y al gobierno. Los patronos respondieron con los cierres de empresas, con el despido de los obreros sindicados y sólo contrataban a obreros que “firmasen” un escrito dándose de baja en los sindicatos; el gobierno intervino represivamente contra los sindicatos, apoyó la política patronal y dio órdenes a los magistrados para que acabasen con las conspiraciones[28]. Huelgas y despidos agotaron los fondos de los sindicatos, se procesaron y confinaron a algunos trabajadores; todo ello alarmó a los obreros sindicados y, en los últimos meses del año 1834, los grandes planes de la gran Unión Nacional se vinieron abajo, y la Unión misma se desmembró.

 

El final del owenismo

Owen, cuando vio que a los sindicatos les esperaba una derrota inevitable, se desplazó del campo de batalla, y volvió a sus proyectos de aldeas de cooperación con métodos menos ambiciosos y agresivos. Anunció que daba por terminada la Gran Unión Nacional y volvió a sus proyectos de aldeas de cooperación anunciando la fundación de la Asociación Federada británica y extranjera de Industria, Benevolencia y Saber; nombre que sería pronto sustituido por el de Unión Nacional de las Clases Industriosas, asimismo la organización oweniana central pasó a denominarse Sociedad Religiosa Racional o más brevemente Sociedad Racionalista[29].

Aunque, a partir de 1834, Owen dejó de tener relación con los sindicatos y su movimiento perdió su carácter de masas, los owenianos continuaron en sus intentos para organizar una comunidad cooperativa modelo, y siguieron recaudando donativos para tal fin. Owen, por su parte, organizó a las personas más ricas que le apoyaban en una sociedad de colonización, mientras que la “Sociedad racionalista” reunía las modestas cuotas de los obreros donantes. Resultado de tales esfuerzos se estableció, en 1839,  una comunidad cooperativa modelo denominada Harmony Hall o Queenwood, en East Tytherly (Hampshire), que acabó por disolverse en 1846 después de fuertes enfrentamientos entre los obreros de la sociedad racionalista y los ricos colaboradores de Owen. El grupo obrero pedía que Queenwood fuese dirigido democráticamente, y que todos sus colonos tomasen parte en el trabajo necesario para su mantenimiento; por el contrario los que habían adelantado gran parte del capital insistían en la administración. Finalmente, los patronos cerraron Queenwood destituyendo al gobernador que había sido nombrado por la sociedad racionalista para reorganizarla sobre bases democráticas.

Además del fallido intento de Queenwood, los owenianos desarrollaron otras actividades: enviaron misioneros por todo el país para que predicaran la “religión racional”; trabajaron en el terreno educativo, fundando escuelas, centros científicos e instituciones sociales donde se enseñaba y se daban conferencias; continuaron  fomentando las sociedades cooperativas, entre ellas la de Rochdale Piooners Society que fue el punto de partida del movimiento cooperativista moderno.

Por otro lado, las ideas de Owen no dejaron de influir en el movimiento sindical obrero, cuando en 1845 se hizo otro intento de formar un sindicato general se volvió a tratar de la producción cooperativa. Asimismo, en algunos sitios se inició un movimiento llamado Redemptionist que era tributario del owenismo. El movimiento Redemption of Labour fue un intento de enlazar las mutualidades y las ideas cooperativas. Cada miembro de una sociedad redentora debía suscribir un penique a la semana para formar un fondo. La recaudación conseguida sería empleada en establecer granjas, fábricas cooperativas y aldeas completas bajo la dirección de la sociedad, y los suscriptores recibirían los correspondientes intereses del capital que hubiesen invertido. Lograron fundar una colonia que duró varios años, pero el movimiento fue extinguiéndose hasta desaparecer en la década de 1850.

 

FOURIERISMO

 

Charles Fourier (1772-1837)

Nació en la ciudad de Besançon, en el seno de una familia acomodada de la clase media que perdió sus propiedades durante la revolución francesa. Vivió como viajante de comercio y oficinista. Sus escritos más significativos fueron Teoría de los cuatro movimientos, publicado en 1808, La Asociación doméstica agrícola (1822), El Nuevo Mundo industrial y societario (1829) y La Falsa Industria (1836).

Hay una constante en sus propuestas: buscar un tipo de organización social que no ignore los deseos humanos sino que trate de satisfacerlos. Suponía que no hay ningún deseo natural a los hombres que no pueda contribuir a la armonía y a la vida buena; basta canalizarlo adecuadamente y aprovecharlo. En el análisis que hace de la naturaleza humana, esencialmente inmutable a través de las edades, cree haber encontrado, parafraseándoles, una ley social de "atracción", que era complemento de la ley de atracción de Newton en el mundo inmaterial. Y del mismo modo que los cuerpos estelares encajan armoniosamente en el mundo planetario, todas las pasiones y deseos de los hombres tienen lugar en el sistema de la vida humana. No cree en la oposición entre razón y pasión, de modo que ésta puede ser beneficiosa para la humanidad si se le da un objetivo adecuado y se le libra de las perversiones a que se somete por una mala organización social. Así pues, no se trata de cambiar la naturaleza del hombre sino su medio, y la clave para este cambio es la organización de la sociedad de acuerdo con el principio de "asociación".

Critica la producción industrial por dedicarse ésta a la producción de mercancías que obliga a la mayoría de los hombres a gastar gran parte de sus energías en hacer y fabricar cosas que no contribuyen a su felicidad, le molestan, causan o alimentan necesidades imaginarias.

Fourier, más que en la producción industrial, considera que la ocupación principal de los hombres debía estar en la agricultura a pequeña escala, mediante el cultivo intensivo de la tierra, que proveyera de cantidades suficientes tanto a los productores como a los que no podían trabajar la tierra.

Correspondiendo a la variedad natural de los deseos humanos Fourier defendía que ningún trabajador tuviese una sola ocupación, pasando por actividades diferentes y en cada una de ellas por poco tiempo.

Propuso una forma de organización social que respondiera a lo que él denominó "ley de la distribución de las inclinaciones de los hombres". Se trataba de comunidades, a las que llamó falansterios, con un tamaño y estructura determinados: ni demasiados pequeños para que cada miembro tuviera posibilidades suficientes para elegir sus ocupacio­nes, ni más grandes de lo necesario para satisfacer esa necesidad. El número ideal de componentes de un falansterio sería de 1.600 personas, con una superfi­cie de cultivo de 5.000 acres (2.024 hectáreas). Cada comunidad tenía, para ser habitado, un gran edificio común o conjunto de edificios dotados de todos los servicios necesarios comunes, y en donde los niños pequeños podían ser atendidos comunalmente. Cada miembro era libre de vivir en común si así lo deseaba. En el falansterio todo trabajo se repartía voluntariamente en grupos de cooperación o "series" de trabajadores entre los que se despertaría naturalmente una emulación para realizar bien las tareas.

Los ingresos de cada miembro podían proceder de la retribución del trabajo, de retribuciones especiales por habilidad, responsabilidad o capacidad de gerencia, y por retribución al capital invertido en el desarrollo del falansterio.

Así mismo propuso cuál debería ser la distribución adecuada del producto de la industria: del valor producido, cinco doceavas partes como retribución del trabajo, cuatro como rédito del capital invertido, y tres como remuneración de habilidades especiales y de gerencia. Para evitar la acumulación de ingresos no ganados propuso una relación inversa entre capital y rédito.

El establecimiento y financiación de los falansterios no pasaba por el Estado ni organismo público alguno, sino por la acción voluntaria: Fourier apelaba a los capitalistas para que ofreciesen el dinero necesario para establecer comunidades de forma adecuada.

Para el sistema de organización social que postula, no piensa en el Estado o estructura política alguna. Pensaba que cuando se hubiera establecido, surgiría una estructura federal muy libre, formada por los falansterios federados y coordinados por un  gobernador.

 

Fourieristas.

Hasta cerca del final de su vida Fourier contó con pocos partidarios de sus propuestas. En Gran Bretaña el fourierista más destacado fue Hugh Doherty, quien en 1840 publicó el periódico The Morning Star. Tradujo la obra principal de Fourier, publicada con el nombre Las pasiones del alma humana (1851).

En Estados Unidos el fourierismo arraigó con más fuerza que en Gran Bretaña y Francia. Albert Brisbane (1809-1890) fue el más representativo introductor de los postulados de Fourier después de la depresión de 1837. Publicó la obra El destino social del hombre en 1840. Con el apoyo de Horace Greeley del New York Tribune se fundaron cierto número de falansterios pero duraron pocos años. Brisbane influyó en Margaret Fuller, Nathaniel Hawthorne y Emerson. En 1832 un grupo de intelectuales de New England, entre ellos Margaret Fuller, fundaron Brook Farm Community, cuya propiedad se basaba en una sociedad por acciones sin la participación general de los colonos que Fourier consideraba necesaria. Esta colonia fracasó financieramente por no poder mantenerse del trabajo manual de sus componentes. A partir de 1856 se disolvió el movimiento fourierista.

En Francia el discípulo más significativo fue Victor Prosper Consideránt (1808-1893). Defendía una abstención de la política al uso, pues sostenía que las antiguas sociedades "políticas" estaban destinadas a desaparecer, siendo reemplazadas por nuevas asociaciones comunales. En 1848 fue elegido miembro de la Asamblea Nacional y tomó parte en la "comisión del trabajo" del Luxemburgo, presidida por Louis Blanc. Derrotada la revolución en Francia, fue a Estados Unidos invitado por Brisbane tratando de fundar una colonia falansteriana en Texas, pero fracasó en 1854. Poco después abandonó la antigua hostilidad al desarrollo industrial introduciendo una variante del fourierismo que se conciliaría con el progreso del conocimiento científico.

El fourierismo inicia su penetración y difusión en España a través de varios artículos publicados en el diario progresista barcelonés El Vapor, entre fines de 1835 y 1836. Aunque firmados con el pseudónimo de Proletario, se atribuye su autoría a Joaquín Abreu, antiguo diputado del trienio liberal (1821), y condenado a muerte en rebeldía en 1826. Exiliado en Francia conoció a Fourier a partir  de 1831, y al regresar a España se convierte en el exponente oficial de esta corriente del socialismo.

Entre diciembre de 1838 y febrero de 1839 publica dos artículos propagandísticos del fourierismo, en los que hace una defensa del falansterio como propuesta de organización social, y pide a las Cortes que aprueben poder instalar un falansterio, y propongan su adopción al gobierno.  También insiste en el avance que supone el fourierismo sobre las concepciones de los progresistas y moderados.

En 1847 el diario Eco del Comercio anuncia la publicación de las obras completas de Fourier. Fernando Garrido funda en Madrid el periódico La Atracción (1847), que permitió aglutinar al grupo fourierista de Madrid, entre los que se encontraban Sixto Cámara, Fernando Ochando, Juan Sala, Robustiano Díez Jaúregui y Benigno Joaquín Martínez. A La Atracción le sucedió La Organización del Trabajo que recogió la labor teórica del grupo societario madrileño. Sixto Cámara escribe dos obras consideradas importantes en la historia del fourierismo español Espíritu Moderno (1848), y La cuestión social (1849). Con la represión de Narváez y el fracaso de la revolución en París se va a producir una quiebra en la evolución del pensamiento utópico cerrándose esta primera etapa del socialismo español. En los primeros meses de 1850, tanto el cabetiano Narciso Monturiol como Fernando Garrido serán condenados por la publicación, el primero, de su último artículo en El padre de familia, y el segundo, por el folleto Defensa del socialismo.

 

COMUNISMO ICARIANO[30]

 

Étienne Cabet (1788-1856)

De procedencia artesana, nació en Dijon, estudió leyes, y, a partir de 1828, ya en París, empieza a interesarse por la política, en la que se inicia como miembro de la Liga de los Carbonarios. Participó como dirigente en las barricadas de 1830. Nombrado procurador general de Córcega, es pronto destituido por su radical enfrentamiento con la política de la monarquía “burguesa” de Louis Felipe. De nuevo en París, en 1831, fue elegido miembro de la Asamblea Nacional, simultaneando el ejercicio de la abogacía con una intensa actividad publicista;  editó el periódico Le Populaire, que fue pronto cerrado por atacar duramente al gobierno. En 1832 publicó una Historia de la Revolución de 1830, seguida de la Historia popular de la Revolución francesa, de mayor envergadura. Condenado, en 1834, por delitos de imprenta, se exilió voluntariamente en Inglaterra, donde permaneció cinco años. Allí conoció la obra de Owen y los levantamientos de los sindicatos obreros que ejercieron gran influencia sobre sus concepciones. En 1840 publicó su obra más conocida, Viaje a Icaria, en donde describe su proyecto de una sociedad basada en principios comunistas. A su vuelta a Francia reinicia la publicación de Le Populaire, desde el que defiende sus ideas y proyectos, realizando una intensa campaña proselitista para una colonia comunista.

Después de que sus esperanzas en obtener la ayuda del estado francés fracasaran, Cabet, como otros, tuvo la idea de ensayar su utopía en el territorio poco poblado, de la República Norteamericana. En 1847, obtuvo una concesión de tierras en Texas, a orillas del río Colorado, para fundar la Icaria. Hacia allí partieron, en 1848, un primer grupo de partidarios; Cabet se incorporó, junto a otro grupo de discípulos, al año siguiente. La Icaria fue establecida, no en Texas, sino en un antiguo centro mormón situado en Nauvoo (Illinois), a orillas del Mississipi. En 1856, las diferencias internas en Nauvoo obligaron a Cabet a abandonar la comunidad, junto a 180 de sus discípulos. Agobiado por el fracaso, muere ese mismo año en Saint Louis; los cabetistas que lo acompañaban fundaron una Nueva Icaria que no desapareció hasta 1895. 

 

La Icaria cabetiana  y su programa de transición

El comunismo de Cabet está fundado en las ideas igualitaristas expuestas por utópicos anteriores tales como Mably y Tomás Moro. Cabet considera que la igualdad de derechos y deberes viene exigida por la “verdadera” naturaleza humana y por la fe cristiana; y que la desigualdad, causa de todos los males sociales, tiene su fundamento en la propiedad individual, por lo que, para llegar a la igualdad, hay que abolir la propiedad privada y socializar todos los bienes.

La Icaria es una comunidad igualitaria basada en los siguientes principios:

·      Asociación voluntaria de sus miembros (icarianos).

·      Cada comunidad es soberana en sus territorios.  La soberanía reside en el pueblo; cada uno de sus miembros la ejerce por igual a la hora de elaborar la Constitución y las leyes, de elegir y ser elegidos para todas las funciones públicas. Todos los funcionarios y magistrados serían elegidos y revocados, en cualquier momento, por voto popular.

·      Socialización de todos los bienes. No habrá propiedad privada ni sistema monetario. Los medios de producción serán de uso colectivo.

·      Obligación general de trabajar. Socialización directa del trabajo. Cada comunidad debe elaborar, anualmente, detallados planes de producción basados en el cálculo de las necesidades, y distribuirá entre grupos organizados de trabajo las diferentes participaciones en la ejecución del plan previsto, poniendo a disposición de estos grupos el equipo y los materiales necesarios.

·      Distribución del producto social según las necesidades de cada cual. Los bienes producidos se depositarían en almacenes públicos, de los cuales cada icariano retiraría libremente lo que necesitase. No obstante, la comunidad debe hacer todo lo posible por uniformar el consumo: que todos coman lo mismo, vistan el mismo tipo de ropa y vivan en el mismo tipo de casa; estos estándares de vida obligatorios serían fijados por las autoridades. 

·      Igualdad entre los sexos, pero conservando la institución familiar, con el padre como jefe.

·      No habría ni partidos ni asociaciones políticas, y la palabra escrita sería estrictamente supervisada para evitar cualquier peligro a la moral. Todo esto es un corolario de la desaparición de las clases y de la correspondiente reducción del papel del Estado a tareas exclusivamente administrativas. La asamblea de delegados dirigiría su actividad fundamentalmente a distribuir las tareas correspondientes a cada grupo funcional descentralizado, encargados de las distintas ramas de la producción y servicios colectivos.

En lo que se refiere al modo de establecer la nueva sociedad, se separa de Babeuf y del comunismo revolucionario y aconseja un proceso transitorio de reformas graduales[31]. Tras su experiencia como carbonario, Cabet dejó de ser partidario de la revolución y de cualquier tipo de violencia como forma de introducir los cambios sociales[32]. Esta posición la justifica con distintas consideraciones. De una parte, decía que las revoluciones, las conspiraciones y coups han producido más daño que beneficio al género humano; por otro lado, afirmaba que la sociedad perfecta está basada en los dictados del derecho natural y todos los hombres participan por igual de él, por lo tanto sería un fatal error inaugurarla por medio de la fuerza, la opresión y el odio. Cabet consideraba que los ricos y los opresores son las victimas de un sistema social defectuoso, y sus prejuicios deben ser curados mediante la educación y no mediante la represión. En este sentido, Cabet, que como otros tantos utópicos creía en Dios, consideraba que una cristiandad regenerada era necesaria para el éxito de las reformas que pretendía; en su libro El verdadero cristianismo (1846) hace un llamamiento a las iglesias para que siguiesen el ejemplo de Jesucristo y practicasen el comunismo de los cristianos, en sus primeros tiempos, al establecerse como iglesia de los pobres.

Para una transición pacífica hacia la Icaria, Cabet diseñó un programa de reformas graduales a realizar por el Estado.  En un principio, creía poder persuadir a los gobiernos para que establecieran impuestos progresivos sobre el capital y la herencia, y licenciaran a sus ejércitos; los recursos resultantes de tales modificaciones presupuestarias serían empleados para establecer comunidades icarianas. Paralelamente, la acción gubernamental elevaría los salarios mínimos hasta el punto de que fuese imposible obtener ya beneficio con la explotación privada del trabajo. Así mismo, defendía la acción pública encaminada a facilitar viviendas mejores y baratas, educación general y trabajo para todos. Su programa de transición puede resumirse en los siguientes puntos:

-    Disolución del ejército.

-    Fiscalidad progresiva sobre el capital y la herencia.

-    Financiación de Icarias.

-    Aumento del salario mínimo.

-    Derecho al trabajo.

-    Fuertes gastos sociales: vivienda y educación.  

 

Cabetistas.

En España, el primer círculo de cabetianos surge de un grupo democrático de Barcelona a mitades de la década de 1840. En 1846 El Eco del Comercio de Madrid anuncia la publicación de una traducción de la Historia popular de la Revolución francesa de Cabet, debida a Abdón Terradas. Un año más tarde sale a la luz pública un núcleo reducido de seguidores de Cabet, dirigido por Narciso Monturiol. Inicialmente traducen escritos de Cabet, Viaje a Icaria, y fundan una publicación periódica que servirá de órgano de expresión del que comienza a llamarse "partido socialista español". A finales de 1847 sacan a la luz La Fraternidad como órgano de propaganda del grupo. A principios de 1848 publican Viaje a Icaria y los folletos de Cabet De qué manera soy comunista y Mi credo comunista. Entre 1847 y primeros meses de 1850, Monturiol dirige El padre de familia, semanario de "educación y moral", como intento de difusión de la cultura y la moralidad entre el proletariado. Según Núñez de Arenas[33], entre el grupo de catalanes que acompañaron a Cabet en su aventura americana figura un tal Rovira, que terminó suicidándose en Nueva Orleáns “renegando de sus ilusiones y condenando a su maestro”.

 

BLANQUI Y EL BLANQUISMO

Louis Auguste Blanqui (1805-19991), hijo de un girondino, estudió derecho y medicina en París,  y, a los dieciséis años, se unió a los carbonarios. Conoció las diversas doctrinas socialistas del momento y tomó parte en la Revolución de 1830. Después trabajó como periodista en Le Globe, de Pierre Lerroux.

A partir de 1830, florecieron en París multitud de sociedades republicanas[34], Blanqui ingresó en una de ellas, La Sociedad de los Amigos del Pueblo, que dirigía G. Cavignac[35]. En 1932, fue sentenciado, por sus escritos, a un año de prisión[36]; en 1834, volvió a ser procesado, pero está vez fue absuelto. Junto a Armand Barbès, en 1835[37], organizó una nueva sociedad clandestina llamada La Sociedad de las Familias"[38]. Las "familias" pasaron de inmediato a prepa­rar una nueva insurrección; descubiertos por la policía, Blanqui y sus compañeros fueron detenidos y encarcelados. Puestos en libertad al año siguiente, debido a una amnistía general, reanudaron sus cons­pi­ra­ciones y, al parecer modificaron sus criterios organizativos y reemplazaron las "familias" por una nueva asociación, La Sociedad de las Estaciones[39], integrada por obreros (mayoría) y estudiantes. Por esta época, Blanqui se alejó de la ideología republicana y adoptó una posición más cercana al comunismo proletario. En 1839, decidieron que la hora del derrocamiento de la monarquía había llegado: en mayo de dicho año se sublevaron unos seiscientos hombres. Faltos del esperado apoyo de las masas obreras, los rebeldes fueron derrotados, detenidos en su mayor parte y juzgados: Blanqui y Barbès son sentenciados a muerte, condena que les fue conmutada por la de cadena perpetua.

En 1847, sale Blanqui de prisión y se encuentra en Blois, restableciéndose, cuando estalla la revolución de 1848. Marcha a París y organiza un nuevo partido, La Sociedad Central Republicana, llegando a convertirse en uno de los líderes del proletariado parisino.

En esta ocasión, el plan propuesto por los blanquistas consistía en impedir que el gobierno provisional convocase elecciones constituyentes. Con ello querían evitar el triunfo de la reacción burguesa, que ejercía un fuerte dominio ideológico entre las masas campesinas de las provincias, y mantener al gobierno bajo el control, y la presión constante, de los obreros y de la izquierda republicana (concentrados en París) con objeto de llevar la revolución más adelante. En mayo, se produjo un levantamiento espon­táneo de las masas parisinas; el movimiento se inició con una manifestación a favor de la intervención de Francia en pro de Polonia y en contra de Alemania y Prusia. La marcha se desbordó e invadió la sección de la Asamblea, en el momento en que los manifestantes exigían la disolución del gobierno provisional y la formación de otro, compuesto por socialistas y delegados obreros, los manifestantes fueron detenidos sin ofrecer resistencia armada[40]. Blanqui fue sentenciado a diez años de prisión y estuvo preso hasta 1859. Detenido nuevamente en 1961, fue condenado a cuatro años de reclusión, pero en 1864 escapa a Bélgica donde continuó su labor revolucionaria.

Durante los últimos años del imperio de Napoleón III, creció el descontento de las masas y la influencia del blanquismo se multiplicó, de modo que sus nuevas asociaciones secretas llegaron a contar con muchos partidarios. Cuando estalla la guerra franco-prusiana, Blanqui vuelve a París para dirigir un nuevo levantamiento que fue suspendido a última hora. Tras la rendición francesa en Sedan, Blanqui, a través de su nuevo periódico La Patrie en Danger, defiende la unión nacional para la defensa del país contra los alemanes, que pronto aparecieron como aliados de la reacción francesa. En 1870, unió sus fuerzas con las de Flourens y con una sección de la Guardia Nacional de París para derrocar al gobierno y poner en su lugar a otro de carácter obrero. Se proclamó un nuevo gobierno, pero el antiguo reunió sus fuerzas y la rebelión fracasó. Blanqui fue detenido y condenado a muerte por un tribunal militar.

Preso durante la Comuna de París, fue elegido in absentia líder del nuevo estado, donde sus seguidores fueron la facción más resuelta y activa[41]. Condenado a cadena perpetua, en 1872, permaneció preso hasta 1879, año en que los republicanos de Burdeos le eligieron para la Cámara de Diputados; aunque su elección fue anulada, lo pusieron en libertad. Vuelve a París donde continua su propaganda a través de su nuevo periódico Ni  Dieu ni Maître.; ago­tado de tanta actividad, cae enfermo en diciembre de 1880 y muere el uno de enero de 1881. De sus 76 años de vida se pasó 33 en prisión

Los escritos de Blanqui, aparecidos en vida, tienen un carácter más propagandístico y agitativo que teórico, con excepción de la obra filosófica La eternidad por los astros (1872). En 1885, cuatro años después de su muerte, apareció la obra de dos volúmenes titulada Crítica Social.

Las ideas económicas de Blanqui aparecen como una crítica a la economía ortodoxa de J.B. Say y de Bastiat, frente a los que sostuvo la idea de que la desigualdad y la explotación se producen porque los bienes no se intercambian por su verdadero valor, determinado por su contenido en trabajo. Según Blanqui, el capital es "trabajo robado y retenido", es decir, separado de los ingresos de los trabajadores[42]. Así mismo sostenía que a los capitalistas les beneficiaba la existencia de un exceso de obreros en busca de empleo, y que el proceso de concentración del capital estaba alcanzando tales proporciones que los grandes capitalistas estaban a punto de eliminar a los pequeños, hecho que atribuía a que aquellos habían comprendido el "principio de asociación", de un modo más completo que los pequeños empresarios y que los obreros.

Blanqui fue ante todo un organizador de insurrecciones y el representante de una teoría de la dictadura revolucionaria, cuya idea general la derivó de Babeuf y de Buonarroti.

Blanqui no confiaba en la democracia burguesa ni en su sistema parlamentario. Sostenía que de un pueblo, sometido durante tanto tiempo al dominio de las fuerzas reaccionarias, no se podía esperar que votase por la verdadera libertad y que la vía democrática no sería favorable para las masas hasta que, mediante un largo proceso de educación, adquiriesen plena conciencia de sus intereses. Concebía que el comunismo tenía que establecerse por etapas, a medida que los obreros se fuesen preparando para ello; de acuerdo con esto, consideraba indispensable un periodo de dictadura -más o menos largo- que garantizara el proceso educativo[43].

Convencido de que no era posible ninguna acción constructiva a favor de la nueva sociedad antes de establecer la dictadura revolucionaria, afirmaba que la asociación es impotente sin la ayuda del poder político y que, por tanto, están condenados al fracaso todos los intentos de empezar a construir la nueva sociedad antes de la revolución política. Por tales razones: desdeñaba a los socialistas utópicos y todo intento de planificar detalladamente y por adelantado el nuevo orden social; criticaba las ideas mutualistas de Proudhon y consideraba de poca utilidad a los sindicatos que no se colocasen bajo una dirección revolucionaria.

Dado su análisis acerca del nivel de conciencia de las masas, sobre todo de los campesinos, no creía posible la formación de un partido de masas. De lo que infería que la conquista del poder político debía llevarla a cabo una minoría consciente, un pequeño partido armado, disciplinado y organizado para la insurrección. Tomado el poder, esta vanguardia ejercería la dictadura revolucionaria en nombre de las masas y dirigiría el proceso formación del nuevo orden comunista.

Los blanquistas carecían de un programa concreto para el periodo de transición al comunismo, ya que sostenían que era inútil tratar de predecir, salvo algunos aspectos generales, cómo se desarrollaría el proceso, algo que dependería de la voluntad del pueblo y de la influencia de la nueva estructura política, una vez puestos fuera de la ley a los sacerdotes y privado del poder a los capitalistas. Tras la toma del poder se cursarían órdenes a todos los patronos para que continuasen con la actividad productiva, que no despidiesen a nadie y que quedasen a la espera de posteriores mandatos del gobierno revolucionario.

Su visión futura de la nueva sociedad  se limitaba a una reorganización de la producción basada en asociaciones cooperativas autónomas; estas asociaciones irían sustituyendo con el tiempo al Estado, el cual desaparecería por completo cuando la dictadura no fuese necesaria.

Los blanquistas se negaron a participar en la Asociación Internacional de Trabajadores, a la que culpaban de transigir con el Segundo Imperio; jugaron un importante papel en los acontecimientos que desembocaron en el establecimiento de la Comuna de París. Los blanquistas, que se habían reorganizado en Londres, después de 1871, con el nombre La Comuna Revolucionaria, mantuvo relaciones con los grupos clandestinos franceses hasta que la amnistía de 1880 permitió a los blanquistas actuar nuevamente al descubierto. Más tarde, bajo la dirección de Vaillant, destacado dirigente de la Comuna, forma­ron el Partido Revolucionario Socialista. En 1905, este partido ingresó en el Partido Socialista Unificado, que representaba la alianza del socialismo francés.

En la jerga socialista, el término blanquismo vino a significar lo mismo que "voluntarismo revolucionario", es decir, la creencia en que el éxito de un movimiento comunista no depende de las circunstancias económicas objetivas, que un grupo conspirador adecuadamente organizado puede hacerse con el poder, si la situación política es favorable, y que puede entonces ejercer una dictadura en beneficio de las masas trabajadoras y establecer un sistema comunista independientemente de las demás condiciones sociales.

 

LOUIS BLANC (1811-1882)

Abogado y periodista. Estudió en París bajo la Restauración y, en 1839, fundó la  Revue du Progrés, en la que publicó, por entregas, La organización del trabajo, uno de los textos socialistas más populares de los años cuarenta. Además de otras obras sobre las revoluciones de 1789 y 1848, el Imperio y la Monarquía de Julio, publicó El socialismo: derecho al trabajo (1848), El catecismo de los socialistas (1849) y muchos artículos sobre cuestiones políticas y sociales.

En 1848, entró a formar parte del Gobierno Provisional como representante del ala socialista de los republicanos. Y enseguida presentó un amplio programa de reformas y de obras públicas para la lucha contra el paro y la pobreza. Pero la mayoría del gobierno, con Lamartine al frente, era partidaria del laissez-faire y tenia a Blanc por un visionario. Sin embargo, dada la situación de efervescencia revolucionaria y el apoyo que la clase obrera había dado al gobierno, éste se vio obligado a utilizar a Blanc, y al dirigente obrero Albert, para frenar el levantamiento de las masas. Ambos fueron alejados del ejecutivo y mandados, como presidente y vicepresidente respectivamente, a la Comisión del Luxemburgo. Esta comisión estaba formada por representantes tanto de los patronos como de los obreros, así como por cierto número de economistas y de personas versadas en los problemas sociales. Se le encargó un estudio completo de los problemas obreros y de informar  acerca de lo que debiera hacerse al respecto; pero a la Comisión no se le dio ni poder ni dinero. Pronto la tarea principal de Blanc fue, día tras día, la de evitar huelgas actuando como conciliador entre patronos y obreros; lo que al parecer realizaba con bastante éxito.

Por otro lado, y para paliar los casos más graves de miseria, el gobierno puso en marcha un plan de auxilio al que bautizó con el nombre del proyecto más conocido de Blanc, los Talleres Nacionales; aunque nada tuviese en común con lo que él había propuesto. Estos talleres nacionales, organizados por Marie y Emile Thomas, enemigos de Blanc, eran simples lugares de ayuda y recogida, a los que llevaban a los obreros sin trabajo y los ponían a trabajar o sencillamente se les pagaba sin que hiciesen nada con tal de apartarlos de las calles. Pronto fueron utilizados para proporcionar al gobierno una fuerza auxiliar dedicada a la conservación del orden. Cuando se consideró que había pasado el peligro de insurrección, después de que el general Cavignac acabase brutalmente con la fracción más revolucionaria de la clase obrera parisina, los talleres nacionales fueron cerrados.

Tras la salvaje represión de la insurrección de junio, el ala derecha le acusó de irresponsabilidad por la revuelta -a pesar de que había intentado evitar los tumultos mediante reformas-, y  se vio forzado a abandonar el país; marchó a Inglaterra donde pasa las dos siguientes décadas, volviendo en 1870 tras el colapso del Segundo Imperio. Sus intentos de reconciliar a la Comuna, de la que fue enemigo, con Versalles, le llevaron a la enemistad de ambas partes. Fue diputado de la izquierda republicana moderada desde 1876 hasta su muerte. En 1879, inspiró la ley que concedía la amnistía a los comuneros.

En su obra La organización del trabajo concluye que el régimen del capital, basado en la libre competencia conduce, inexorablemente, a las crisis, la pobreza, la ignorancia y el crimen, la despiadada explotación de los niños y la destrucción de la vida familiar; por lo cual, y para evitar que la indignación de los obreros desembocase en una estéril revolución, se hacía necesaria una radical reforma social.

Blanc era partidario de sustituir el régimen capitalista por una Republica Social, cuyas condiciones fundamentales serían las siguientes:

·      La producción se organizaría en unidades que denominaba Talleres Nacionales. Estos establecimientos se basarían en la posesión colectiva de los obreros asociados en régimen cooperativo. Las decisiones y los dirigentes de estas unidades se adoptarían democrática­mente, mediante votación de los asociados. En lo que respecta a la propiedad, el capital inicial sería puesto a disposición de los obreros asociados por un banco público. El excedente obtenido (la extinta ganancia del capital) se distribuiría en las siguientes partes: un módico interés por el capital suscrito; otra parte se destinaría a un fondo de acumulación; otra iría a un Fondo de Compensación, destinado a subvencionar los servicios sociales y las eventuales pérdidas que puedan producirse y el resto se distribuiría entre los trabajadores, a modo de un complemento sobre sus salarios.

·      La escala de salarios debería diferenciarse durante algún tiempo, pues la defectuosa educación había condicionado a la gente a que debía ser tentada para trabajar más. Pero, progresivamente se iría estableciendo una distribución del producto social con arreglo a las necesidades de las personas[44].

·     Cada empresa gozaría de autonomía, pero todas las pertenecientes a una misma rama se agruparían en una corporación industrial, que coordinaría la actividad del conjunto. Esta estructura  centralizada eliminaría la competencia y permitiría la planificación económica nacional por parte del  Estado.

·      Para el campo aconsejaba un sistema de talleres rurales, inicialmente uno por cada departamento del país. Ésos serían a la vez granjas colectivas –explotadas con arreglo a las últimas técnicas científicas–  y  centros de industria rural.

·      Más tarde propondría la creación, tanto en el campo como en los distritos urbanos, de establecimientos colectivos, en los cuales lo obreros habitarían juntos y disfrutarían de servicios comunes.

·      El Estado, en su forma de república democrática representativa, sería el impulsor y regulador del nuevo orden. Los ejes de su intervención serían:

ú      Financiar el establecimiento y desarrollo de los talleres sociales, para ello se crearía un Banco Público. 

ú      Nombrar a los directivos que habrían de organizar cada taller durante su primer año de vida, y darles unos estatutos de funcionamiento a cada establecimiento.

ú      Diseñar la política económica general encaminada a garan­tizar el efectivo derecho al trabajo.

ú      Poner en marcha un amplio plan de servicios sociales y establecer un sistema educativo obligatorio y gratuito.

En lo que se refiere al modo de llegar a este nuevo orden social, Blanc propone lo que el consideró una vía gradual y práctica[45]. Aunque reconoce la existencia de las clases sociales, la explotación de la clase obrera por los capitalistas y es partidario de la emancipación del proletariado, considera que esta emancipación no puede ser realizada mediante la lucha revolucionaria de los obreros. No era partidario de una revuelta violenta, sino de evitarla, ya que sostenía que la historia había mostrado cómo las revoluciones violentas conducían a inútiles matanzas. Sin embargo, amenazaba diciendo que la inútil explosión social tendría inevitablemente lugar si las masas hambrientas y desesperadas no encontraban trabajo, por lo que la tarea más urgente era remediar el desempleo y que el Estado debía utilizar todas sus fuerzas para realizar las necesarias reformas sociales encaminadas a garantizar el derecho al trabajo.

Para Blanc la cosa era bastante sencilla, el sistema se establecería a iniciativa del Estado, que debería empezar creando talleres para dar trabajo a los obreros que estuviesen desocupados; dado los límites financieros del Estado el sistema habría de establecerse de manera paulatina. Para conseguir que el Estado adoptase esta política de progreso y bienestar, Blanc confiaba en el sufragio universal  y en la democracia representativa. Los obreros presionarían a sus representantes electos y consegui­rían la fuerza necesaria en la Asamblea para lograr la planteada intervención del Estado. De ahí, la importancia concedida, por Blanc, a la democracia representativa.

Una vez iniciado el proceso, el capitalismo y las lacras sociales que le acompañan irían extinguiéndose paulatinamente, sin necesidad de expropiación forzosa ni de revolución política. Dado que en los talleres nacionales se trabajaría en mejores condiciones, todos los obreros acudirían a ellos. De otra parte la mayor productividad de los talleres los haría más competitivos que las empresas capitalistas, de modo que los capitalistas privados, cada vez más incapaces de encontrar obreros o de competir con los talleres nacionales, desistirían de la lucha y se verían obligados a transferir sus empresas al nuevo sistema, que convertidas en empresas cooperativas se colocarían bajo la dirección coordinadora de las corporaciones. Y así, gradualmente, desaparecerían el régimen capitalista, la competencia, las crisis y la sobrepoblación. El progreso técnico, en vez de perjudicar a los intereses de los trabajadores, disminuiría el peso del trabajo y reduciría la jornada laboral.

Después de su experiencia en el gobierno y en el exilio, Louis Blanc, sin cambiar sus anteriores convicciones acerca de la acción adecuada del Estado, llegó a confiar cada vez más en la cooperación voluntaria como modo de progresar hacia el nuevo orden social. Consideró que el Estado no intervendría mientras no se diesen pruebas de la eficacia de las nuevas instituciones creadas por la acción voluntaria, o hasta que la educación de las clases obreras en las nuevas doctrinas sociales hubiese avanzado bastante más. En Inglaterra, conoció y simpatizo con los primeros esfuerzos de los socialistas cristianos para establecer cooperativas de producción y la rápida difusión del sistema de Rochdale de cooperativas de consumo, así como el desarrollo de los sindicatos obreros. Todo lo cual le llevó a considerar que si el Estado era remiso a establecer los talleres nacionales, los obreros podrían iniciarlos por sí mismos sin dicha intervención.

Blanc es considerado como uno de los principales precursores del estado de bienestar y del socialismo democrático. Creyó que era posible realizar, sin violencia o expropiación masiva, reformas económicas pacíficas en un sistema de democracia política e industrial que eliminase la pobreza y la competencia perjudicial y llevase gradualmente a la igualdad social y a la socialización de los medios de producción. Creía que la emancipación del proletariado podía realizarse mediante una reforma gradual del estado que aboliera la desigualdad, la explotación, las crisis y el desempleo. Sus ideas fueron adoptadas por Lasalle y la moderna socialdemocracia. ¦

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

·      COLE (1975): Historia del pensamiento socialista. I. Los precursores .Fondo de Cultura Económica. México.

·      ELORZA, ANTONIO (1970): Socialismo utópico español. Alianza Editorial. Madrid.

·      ENGELS, FEDERICO (1968): Del socialismo utópico al socialismo científico.  Ricardo Aguilera. Madrid.

·      GALLA NICOLAU, GUILLERMO (1969): El socialismo anterior a Marx.. Versión al español de una recopilación de artículos de revistas francesas e inglesas aparecidas durante los años 1928/1935. Editorial Grijalvo. México.

·      HOBSBAWM y otros (1979): Historia del marxismo.  El marxismo en tiempos de Marx (I). Editorial Bruguera. Barcelona.

·      KOLAKOWSKI, LESZEK (1980): Las principales corrientes del marxismo. I Los fundadores. Alianza Editorial. Madrid.

·     KRIEGEL, MOSSE, BEDARIDA, BRUHAT, CHESNEAUX, DROZ, SOBOUL (1976): Historia general del Socialismo. Ediciones Destino. Barcelona.

·      MONTANER, AINA(1970): Precursores del socialismo.  Versión al español de una recopilación de artículos de revistas francesas e inglesas aparecidas durante los años 1928/1935. Editorial Grijalvo. México.

·      MORTON, A.L. (1968): Vida e ideas de Robert Owen. Editorial Ciencia Nueva. Madrid.

·      DEL ROSAL, AMARO (1958): Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX. Editorial Grijalvo. México.


NOTAS

[1] Fue ejecutado, en Vendôme, el 28 de mayo de 1797.

[2] En su Lucrecio moderno (1781), negó la existencia de Dios; en su obra Almanaque de la gente honrada (1788) sustituyó los nombres de los santos por los de personajes célebres, lo que le valió cuatro años de cárcel; en 1800, escribió su famoso Diccionario de los ateos antiguos y modernos, entre los que incluía a San Agustín, Pascal y Bossuet.

[3] Organización política secreta que surge como una derivación masónica en el sur de Italia. Su nombre deriva de los carbonari (carboneros) dado que esta organización empleaba los símbolos de este oficio. Durante la Restauración (1815) se transformó en un movimiento liberal opuesto a los Borbones y a los Austria; impulsó la revolución de Nápoles de 1820 y el levantamiento del Piamonte de 1821. Gran parte de sus miembros se integraron en el movimiento de la Joven Italia de Giuseppe Manzini a partir de 1831.

[4] En el Manifiesto de los Iguales se dice: “¡La igualdad! ¡Primer deseo de la naturaleza! ¡Primera necesidad del hombre y primer nudo de toda asociación legítima!”. Y Babeuf inicia su Análisis  escribiendo: “La naturaleza ha dado a todos los hombres un derecho igual al disfrute de todos los bienes”. (Del Rosal, 1958)

[5] “La Revolución francesa – se dice en el Manifiesto de los Iguales – no es más que el postillón de otra revolución mucho más grande, mucho más solemne y que será la última”. Y Babeuf afirma en su Anális: “La Revolución no está terminada; porque los ricos consumen todos los bienes y mandan exclusivamente, mientras los pobres trabajan como verdaderos esclavos, se consumen dentro de la miseria y no son nada dentro del Estado” (Del Rosal, 1958)

[6] Según Del Rosal(1958), durante su estancia en España, de acuerdo con Cabarrús, se comprometió a construir un canal desde Madrid hasta el Mediterráneo.

[7] Parece ser que, por su posición económica y sus relaciones con Danton, fue encarcelado por Robespierre en 1793-94.

[8] "Después de 1815, aceptando la restauración y favoreciendo la monarquía como símbolo de la unidad y el orden, trató de persuadir al rey para que se aliase con los industriales contra la nobleza y los militares pidiendo a Luis XVIII que confiase el trabajo de hacer el presupuesto a un consejo de jefes de la industria, que habrían de llegar a ser los que hiciesen grandes proyectos de obras públicas y de empleo productivo del capital". (Cole, 1975).

[9] Término acuñado por Saint-Simon. 

[10] En sus Cartas ginebrinas se expresa ya la idea de que el reinado del terror era el gobierno de las masas desposeídas. "Ved - les grita - lo que aconteció en Francia, cuando vuestros camaradas subieron al poder: ellos provocaron el hambre". (Engels, 1968).

[11] Saint-Simon dice al respecto:"Pertenecen al partido nacional los que dirigen estos trabajos, o cuyos capitales están comprometidos en las empresas industriales, y los que ayudan a la producción con trabajos útiles" (Kriegel y otros, 1976)

[12] En relación con esta cooperación, dice Engels (1968): "Este modo de concebir correspondía perfectamente a una época en que la gran industria y con ella el antagonismo entre la burguesía y el proletariado, apenas comenzaba a despuntar en Francia".

[13] En La organización social plantea como objetivo "hacer concurrir las principales instituciones al acrecentamiento del bienestar de los proletarios", sencillamente definidos como "la clase más numerosa y más pobre". (Hobsbawm y otros, 1979).

[14] "La sociedad entera se basa en la industria, la industria es la única garantía de su existencia, la única fuente de todas las riquezas y de toda prosperidad. El estado de cosa más favorable a la industria es pues, paralelamente, más favorablemente a la sociedad. He aquí a la vez el punto de partida y la meta de nuestros esfuerzo " (Kriegel y otros, 1976)

[15] Aunque los sansimonianos consideraban que con su sistema desaparecería “la explotación del hombre por el hombre” –frase esta que muchos consideran fue introducida por ellos–, la abolición de las ganancias y rentas no, necesariamente, significa la abolición general de la explotación del trabajo. Esta medida solamente impide que el plustrabajo vaya a parar a los bolsillos de los rentistas ocioso, lo que no implica que pueda ir a los bolsillos de los dirigentes de la economía, bajo la forma de elevadas retribuciones en concepto de un trabajo de superior categoría.  

[16] "Los hombres deben portarse como hermanos los unos con los otros. Este principio es la base del nuevo cristianismo que se diferencia del antiguo en que éste se dedica a la superación de la esclavitud y aquél a establecer unos criterios para asegurar trabajo a todos los miembros y satisfacciones para desarrollar la inteligencia" (Kriegel y otros, 1976)

[17] Formó una compañía para fomentar la construcción del canal de Suez –antigua propuesta de Saint-Simon–. Obra que sería realizada finalmente por De Lesseps, antiguo asociado a los sansimonianos pero que no quiso tenerlos como socios cuando se dio cuenta de que era más fácil obtener la concesión sin su ayuda. (Cole, 1975)

[18] Consideraban que el procedimiento de contar cabezas no era el más adecuado, que los más capaces no podían ser el resultado de la opinión de una masa de ignorantes.

[19] En esta difusión hay que destacar el papel jugado por George Sand, que figuraba entre los conversos, cuyas novelas influyeron sobre dos o tres generaciones. 

[20] En las fábricas de sus competidores los obreros trabajaban hasta trece y catorce horas.

[21] Según Engels (1968): “..la empresa había incrementado hasta el doble su valor y rendido a sus propietarios, hasta el último día, abundantes ganancias”. Esta experiencia puede ser considerada como el primer triunfo práctico de la economía política proletaria sobre la economía política burguesa, sobre todo en la larga batalla que mantuvieron en torno a la reducción de la jornada de trabajo.

[22] Tres años antes, en 1817, durante la crisis que siguió el fin de las guerras napoleónicas, Owen dirigió un informe a un recién creado comité encargado de gestionar las ayudas de la beneficencia. En él proponía que, en lugar de desperdiciar el dinero en ayudas, el dinero recolectado debía ser empleado por el Gobierno para establecer colonias a modos de pueblo, en los que los parados pudiesen vivir manteniéndose a sí mismos y aumentando la riqueza de la nación. A estas colonias las llamó “aldeas de cooperación”, en ellas se combinaría la agricultura con la industria, pero, ante todo, habrían de disponer de suficiente tierra de cultivo para producir los suficientes alimentos para sus pobladores.

[23] Esta idea se convertiría en un principio de los partidos socialdemócratas y, ligeramente modificado, de los partidos comunistas que surgieron en la segunda mitad del XIX..

[24] “Si se procurasen los medios efectivos para facilitar la distribución de la riqueza que se crease, yo no tendría dificultad en sugerir los medios para ofrecer una ocupación beneficiosa a todos aquellos que no tienen empleo y para muchos más que lo deseasen”  (Morton, 1968)

[25] “Después de haber estudiado profundamente estas cuestiones teórica y prácticamente por más de treinta años, durante los cuales se ha venido confirmando por la práctica, sin una sola excepción, la teoría que en principio inspiró tal práctica me atrevo a declarar como uno de los resultados de mis estudios y experiencias: que la medida natural del valor es, en principio, el trabajo humano, o la combinación de los poderes manuales y mentales del hombre puestos en práctica”. (Morton, 1968)

[26] Morton(1968)

[27] Refiriéndose al papel de Owen en este movimiento, diría Engels (1968): ”Y fue también él quien creó, como medidas de transición, para que la sociedad pudiera organizarse de manera íntegramente comunista, de una parte, las cooperativas de consumo y producción – que han servido por lo menos para demostrar prácticamente que el comerciante y el fabricante no son indispensables – ..”. Más adelante, al referirse a los establecimientos de intercambio (bolsa) comenta:”estos establecimientos tenían necesariamente que fracasar, pero se anticipan mucho a los bancos proudhonianos de intercambio, diferenciándose de ellos solamente en que no pretenden ser la panacea universal para todos los males sociales, sino pura y simplemente un primer paso dado hacia una transformación más radical de la sociedad”.

[28] “..cualquier intento por parte de la clase obrera para actuar unitariamente era considerado como una conspiración criminal” (Cole, 1975).

[29] Antes de este nombre adoptó el de “Colonias interiores”, pero como el elemento religioso del owenismo aumentó al declinar su componente obrero la organización paso a denominarse Sociedad Religiosa Racional”. Aunque a sus adheridos se les continuó llamando con frecuencia socialistas, nombre que adoptaron oficialmente en 1841. (Cole, 1975)

[30] En el París de las décadas 30 y 40 del siglo XIX, los partidarios de Cabet eran denominados comunistas, y posteriormente icarianos.

[31] En su Credo comunista dice: “Yo quiero la comunidad por la opinión pública; yo quiero un régimen transitorio durante el cual la propiedad sea mantenida; yo soy, más que revolucionario, un reformista; yo soy demócrata; yo apoyo los esfuerzos de todas las sectas que quieren el progreso, de los socialistas, de los sansimonianos, de los fourieristas, invitándoles a no detenerse en el camino [...] Más yo no soy hebertista, ni babounista..” (Del Rosal, 1958)

[32] “Si yo tuviese una revolución en la mano, mantendría esa mano cerrada, incluso si eso significase para mí la muerte en el exilio” (Cole, 1975).

[33] Del Rosal (1958)

[34] Los años que siguieron a la coronación de Louis Felipe fueron muy turbulentos: revueltas de los tejedores de Lyon en 1831 y 1834; levantamientos republicanos en París, en 1832 y 1834; y muchas otras agitaciones durante el resto de la década mostraron lo profundo y extenso que era el descontento republicano y obrero bajo la "monarquía burguesa". (Cole, 1957)

[35] Hermano del general Cavignac, más tarde conocido como "el carnicero de los días de junio".

[36] En este juicio pronunció un célebre discurso, más de acusación que de defensa, donde tras declararse de profesión "proletario", proclamó la justa guerra del proletariado contra el rico y el opresor. (Galla Nicolau 1969).

[37] Para estas fechas ya se había disuelto “Los Amigos del Pueblo".

[38] Llamada de ese modo a causa de su estructura secreta basada en pequeños grupos ("familias").  

[39] Organizada en una jerarquía de grupos bajo jefes que tenían los nombres de los días de la semana, de los meses y de las estaciones del año.

[40] Tras estas detenciones y arrestos, fueron disueltos, por decreto, las asociaciones y clubes. El camino quedó preparado para los "días de junio" y la destrucción de la naciente república a manos de Luis Napoleón.

[41] Los comuneros ofrecieron al gobierno de Thiers cambiar a Blanqui por el arzobispo de París y otros prisioneros; Thiers se negó a ello.

[42] Afirmaba: "Sin esta retención del dinero, el cambio de productos se produciría con paridad, sin interrupción, sin esas alteraciones de periodos de actividad y de descanso, de paro y de restablecimiento, que traen a la atmósfera social las convulsiones periódicas de la naturaleza" (Cole, 1957).

[43] Acerca de este proceso, Blanqui "pensaba que requeriría un ataque sin piedad a la iglesia como fuente de una doctrina social falsa" (Cole, 1957). 

[44] Según Cole, Blanc fue el que inventó, o al menos popularizó, la consigna: "de cada uno con arreglo a su capacidad; a cada uno con arreglo a sus necesidades".

[45] Blanc decía que las propuestas de Owen, Saint-Simon y Fourier contenían muchas ideas útiles, pero carecían de sentido práctico, y los cambios que propugnaban no podían realizarse a corto plazo.  

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