QUE LLOREN LOS COLONOS

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Alberto Arce
La Insignia. Palestina, agosto del 2005.

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No me dan pena. Que lloren, que lloren, que se golpeen la frente y que oscilen hacia atrás y hacia delante mientras invocan a Yahvé. Nadie en Israel llorará la muerte de los tres palestinos asesinados a sangre fría por un colono terrorista del asentamiento de Silo en Cisjordania.

Que griten y que salten, que traten de hacerse fuertes en las sinagogas, que hagan lo que quieran. No deben darnos pena. Porque no tienen razón. Porque no debieron ocupar esas tierras. Porque por fin se aplica un poco de justicia a uno de los colectivos más fanáticos e injustos de cuantos habitan Oriente Medio.

Netzarim o Gush Katif no deberían haber existido; por tanto, borrarlos ahora del mapa (y que quede claro que con borrarlos del mapa me refiero simplemente a que los obligan a dejar una colonia ilegal para pasar a otra colonia ilegal, con unos 250.000 euros de indemnización de por medio) sólo sirve para revertir una injusticia que comenzó hace más de medio siglo. Es un parche que llega tarde y mal.

La retirada de Gaza de siete mil colonos, entre lágrimas de cocodrilo y cuidadosos empujones escenificados para las televisiones internacionales, sirve para garantizar que 200.000 colonos más sigan ocupando ilegalmente en Cisjordania una tierra que no les pertenece y en la que no son bienvenidos. ¿Quién cree lo que vemos en las televisiones? ¿Quién cree que la imagen del soldado que llora mientras entrega una orden de desahucio no forma parte de una inmensa campaña de propaganda dirigida a limpiar la imagen teñida de sangre que Israel se ha ganado a pulso a lo largo de los últimos años?

Simplemente recordemos, a la sombra del bombardeo mediático que sufrimos con la retirada de Gaza y la "humanización" del gobierno Sharon, algunos detalles:

La retirada de Gaza viene dada por la imposibilidad de mantener la ocupación del territorio y no tiene nada que ver con una voluntad de paz hacia los palestinos. Si ésta existiese, se hablaría de parar de una vez el muro de apartheid en Cisjordania, de los ocho mil presos palestinos en las cárceles, de la vuelta de los refugiados o del levantamiento de los controles, entre otros asuntos. 7000 colonos hostiles e ilegales rodeados de 1.200.000 palestinos en un territorio de 345 kilómetros cuadrados son algo únicamente asumible a través de un ingente esfuerzo militar que cada día resulta más difícil de justificar incluso ante la propia población israelí. No es cómodo. Pero el hostigamiento continuo de la resistencia palestina hacia los asentamientos tiene también mucho que ver en esta retirada.

Pido al lector que trate de hacer memoria y llegar a ciertas conclusiones. En 1948, más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus pueblos por el ejército israelí. Los colonos llegaron para ocupar la tierra de la que se expulsó a los palestinos de la "Nakba" (la catástrofe). Querían un Estado étnicamente puro. No lo consiguieron y los descendientes de los palestinos que se negaron a abandonar sus pueblos en el 48 representan hoy el 20% de la población israelí. El régimen de apartheid bajo el cual se les mantiene no podrá durar siempre. Y los descendientes de aquellos primeros refugiados siguen en Líbano, Siria y Jordania, esperando volver a casa. Son ya más de tres millones.

En el año 2002, 450 casas del campo de refugiados de Jenín fueron demolidas por el ejército de Israel. Con sus habitantes dentro en muchos casos. Cientos o miles de personas, ya nunca se sabrá la cifra exacta, murieron en aquella masacre de la que no queda hoy más que el recuerdo. Desde entonces hasta hoy, decenas de pueblos palestinos se han visto privados de su tierra y encerrados en una multitud de pequeños "Guetos de Varsovia". Miles de olivos se han destruido. Miles de casas se han derribado, miles y miles de personas se han convertido en refugiados, algunos de ellos por segunda o tercera vez en su vida. Nadie ha hecho nada por evitarlo.

Los colonos que vemos evacuar en Gaza no representan más que la punta de espada del colonialismo que supone el movimiento sionista. Un movimiento que ha impuesto todo ese sufrimiento a los palestinos ante el silencio cómplice de la comunidad internacional. Así que no me importa verlos llorar. Que lloren. Se lo merecen. Y además lloran con un cuarto de millón de euros en el bolsillo: por robar, ocupar y hostigar ilegalmente a los palestinos desde 1948.

Que lloren los colonos. Mientras tanto, yo prefiero recordar las lágrimas de los miles y miles de palestinos a los que Israel ha expulsado, asesinado, encarcelado, destruido casas, robado tierra y convertido en presos de por vida.

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