ANTROPOLOGÍA, IDENTIDADES Y GLOBALIZACIÓN

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Ricardo Téllez-Girón López
Investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades-buap.

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No resulta difícil afirmar que presenciamos un creciente interés por parte de la antropología y de otras disciplinas sociales por el tema de las identidades socioculturales. La discusión sobre el tema reconoce cada vez más –a pesar de opiniones contrarias– que éstas más que ser estáticas y tender a la homogeneización, tienen una tendencia hacia su reestructuración y recomposición permanentes. Este proceso se da normalmente a través de mecanismos que implican préstamos o reapropiación de elementos de organización social y cultural que tienen con frecuencia un origen externo a los grupos humanos que se estudian. Los préstamos culturales provenientes del exterior se encuentran en la base de la constitución de grupos discretos y tal vez, en la actualidad, la particularidad de estos procesos radica en su multiplicación y su consecuente complejidad en el contexto de la fase actual del proceso de globalización. Otro aspecto a destacar es el que se refiere, dentro de esta misma lógica, a la reorientación de las identidades “tradicionales” a través de la tendencia de las mismas por hacer operacionales dentro de su estructura cultural estos elementos de préstamo con el objetivo de insertarse de maneras más adecuadas en el actual contexto de cambio.
Resulta pertinente plantear de manera breve algunas reflexiones que, desde la antropología, trataron el tema de la identidad; concepto que, si bien se asoció inicialmente al estudio de las poblaciones no occidentales, ha cambiado a lo largo del tiempo.

La antropología física se encargó de este tema centrándose en el conocimiento de las “diferencias” establecidas a partir de los supuestos tipos raciales. Otra vertiente la encontramos en las iniciales descripciones relacionadas con los viajeros occidentales enfrentados a la diversidad de tipos físicos y a las múltiples variantes de tipo cultural de los pueblos con los que entraban en contacto. Con la aparición de la etnografía moderna, se profundizó el estudio de la diversidad cultural con el apoyo en descripciones sistemáticas realizadas por antropólogos profesionales que realizaron sus estudios a través de la observación participante como metodología fundamental. De esta manera, se realizaron un sinnúmero de investigaciones en las que las particularidades de los grupos humanos fueron asociadas al parentesco, la descendencia común y un poco más tarde a la diversidad lingüística. Conceptos como los de tribu, clan y los variados sistemas clasificatorios de parentesco se asociaron más recientemente a los de etnia y etnicidad, que ocupan un lugar cada vez más importante en los estudios de los etnólogos y antropólogos sociales.
Las particularidades de las diferentes formas de conceptualización que la antropología ha realizado para el estudio de la identidad y de los procesos identitarios, independientemente del inevitable esquematismo de lo enunciado, se encuentran relacionadas con el carácter histórico de la propia disciplina. El actual interés por este tipo de investigaciones es resultado del contexto más amplio en el que se desenvuelven las pesquisas antropológicas, situadas e influidas por los profundos cambios experimentados por nuestro planeta. La globalización, la transnacionalización de los sistemas económicos, el fin del mundo bipolar, la amplitud de los desplazamientos migratorios, los procesos de expansión de las industrias culturales, los procesos de modernización y las crisis sociales y de las identidades, frente a los veloces y profundos procesos de cambio, son parte de las inquietudes de la antropología y de otras disciplinas sociales.
Podemos decir que, pese al cada vez más intenso interés sobre el tema, esto no necesariamente implica que los fenómenos de carácter identitario se comprendan siempre con la claridad que la propia situación exige. De esta manera, tanto en los medios de quienes tienen capacidad de decisión en los asuntos públicos, en los de opinión, e incluso dentro de los propios sectores académicos, existe una nada desprecible tendencia hacia la mistificación de estas expresiones sociales. Así, podemos mencionar a manera de ejemplo, los niveles de confusión existentes cuando se abordan cuestiones como los conflictos interétnicos y nacionales en los Balcanes o en África, por mencionar sólo dos casos, o bien sobre la pretendida homogeneidad del mundo islámico, sobre el “peligro” que representarían para las naciones receptoras las poblaciones de migrantes, o la “seguridad” cada vez mayor –y el temor correspondiente– sobre el proceso “inevitable” de homogeneización cultural.
La problemática involucrada y su magnitud en el imaginario social no resultan difíciles de comprender. Los procesos de identidad sociocultural que son expresiones de las dimensiones subjetivas de la conciencia social, nos remiten a todos aquellos procesos y situaciones en las que se pone en juego la construcción de un “ser” colectivo, de un “nosotros” frente a todos aquellos grupos que se constituyen –a partir de este imaginario inserto en situaciones históricas– en los “otros”. La identificación que se realiza en este tipo de situaciones y que se presenta de manera polivalente, porque las identidades lo son, en todo grupo humano, tiene casi de manera inevitable un poderoso contenido emotivo y no se encuentra exento de los prejuicios de los actores sociales involucrados. Sin embargo, es frecuente hablar de identidades “primordiales” o “auténticas”, tales expresiones nos remiten de manera inevitable a pensar en estas identidades como partícipes de ciertas características esenciales, inmutables y en consecuencia ahistóricas.

Los riesgos de tales enfoques son cada vez más evidentes y conducen en primer lugar a explicaciones que no logran evidenciar los elementos que integran a los procesos identitarios, que se encuentran en situaciones de “negociación” permanente entre los grupos y los actores involucrados. Cuando se pierde de vista este tipo de situaciones, se termina por hacer abstracción de los elementos que tienen que ver entre el pasado y el presente de los grupos sociales y de sus propias elaboraciones identitarias. Por supuesto hacen abstracción, por la misma razón, de las identidades socioculturales como procesos y refuerzan los peligrosos espejismos sobre los supuestos elementos en los que descansa. Aparecen entonces conceptos como, “lo único”, “lo verdadero” o “lo esencial” de las identidades sociales. Podemos decir en segundo lugar, y esto es central, que en general, la afirmación rígida de una identidad cultural es un riesgo potencial de conflictos sociales. Cualquier cultura que se define a partir de una supuesta “autenticidad”, se sitúa en oposición radical a cualquier otra, y sus miembros verán interrumpido u obstaculizado el intercambio con aquellos individuos portadores de otras identidades “contaminantes”. Los contactos son entonces vistos como amenazadores y los procesos sociocomunitarios resultantes llevarán a la separación entre los grupos y los individuos que los integran. Los procesos de exclusión, marginación, segregación e incluso de “purificación” étnica o nacional, descansan sobre tales concepciones hábilmente manipuladas por representantes poco escrupulosos de los poderes políticos, por demagogos, o individuos ignorantes. Un “patriotismo” basado en premisas de esta naturaleza, corresponde a lo que Ambroce Bierce señalaba como el primer recurso de los bribones, la tontería combustible que sirve para iluminar el nombre de los ambiciosos, la farsa de los estadistas y la herramienta de los conquistadores.
Las culturas y las identidades que descansan sobre ellas, no son un sistema estable de representaciones en el tiempo, tampoco son unidades cerradas sobre sí mismas, de ninguna manera son refractarias a los procesos de cambio y no están basadas en principios de determinación. Por el contrario, las culturas se nutren de cambios y la relacionalidad no tiene por qué ser conflictiva. El contacto con el otro es al mismo tiempo una relación con sí mismo. Los cruces y los intercambios culturales no son sólo frecuentes, en realidad son vitales para el desarrollo de cada grupo social. Si los llamados núcleos “primordiales” fueran reales, difícilmente podrían ser explicados, por ejemplo, los casos de grupos que enfrentados en la actualidad, han convivido por largos periodos, o por qué razones otros, con semejanzas culturales e identitarias semejantes, pueden confrontarse con una enorme violencia.
Un aspecto que ha sido de notable importancia para la crítica de tales ideas es la más o menos reciente comprensión de las identidades como parte de dos concepciones más amplias. Nos referimos a aquellas que abordan a los procesos en los que se encuentran inmersos los actores como sujetos sociales, y en esa medida, fuera de perspectivas de interpretación de tipo determinista, incorporando al análisis histórico, sociológico y antropológico, la dimensión subjetiva de los individuos y de los conglomerados sociales integrados por ellos. Ciertamente, los elementos sobre los que descansan las identidades se dan a partir de una selección que es formulada de manera subjetiva. Paralelamente a esta dimensión, sabemos que la gestión y las políticas de mantenimiento, promoción y de transformación de las mismas identidades, operan a través de mecanismos que tienen un carácter de tipo consciente (por ejemplo a través de la reorientación del sentido de elementos culturales preexistentes, la adopción e integración de elementos externos dentro del sistema de códigos culturales del grupo o algún otro proceso semejante). Estas políticas normalmente buscan alcanzar objetivos materiales o situarse en mejores condiciones dentro del mundo en proceso de cambio a través de negociaciones de espacios de poder específicos. No se puede dejar de lado la participación de las estructuras estatales en los procesos de estructuración o de orientación de las mismas identidades, como por ejemplo las políticas de gobierno frente a los componentes étnicos y nacionales.


Otro aspecto relevante es la reciente preocupación por vincular los estudios sobre las identidades a la teoría de las representaciones sociales (políticas, culturales, religiosas, etcétera). Particularmente relevantes son los trabajos que buscan abrir mejores caminos para la comprensión de los procesos de construcción de las identidades de tipo nacional y étnico. Cabe decir que pese a la multiplicidad de temas actualmente relacionados con los procesos identitarios, las profundas transformaciones experimentadas han llevado a que los sujetos de mayor relevancia dentro de este campo de interés sean los aspectos que tienen que ver con los conflictos sociales con base de tipo identitario (confrontación, gestión y manipulación), las nuevas formas de discriminación que se apoyan en los discursos de este tipo, y lo ya señalado con respecto a la cuestión de la migración, y finalmente el desarrollo y creciente influencia a nivel planetario de las industrias culturales.
El proceso de globalización ha llevado a una reestructuración de las relaciones internacionales, el mundo bipolar ha desaparecido sin que se vislumbre un nuevo orden diferente al unipolar dirigido por los Estados Unidos. Han aparecido nuevas formas de dominación, se ha terminado el ciclo del Estado de Bienestar paralelamente al debilitamiento de las propias estructuras estatales y se han impuesto nuevas formas de intercambio predominando los intereses del mercado a escala planetaria, han surgido nuevas tecnologías en la informática y la comunicación que revolucionan la vida cotidiana en más de un sentido y se empiezan a manifestar nuevas formas de asociación entre las naciones. En este contexto de reestructuración a la escala del mundo han aparecido un número significativo de conflictos en los que los discursos de corte identitario juegan un papel de primera importancia. De diferente magnitud, van desde aquellos que implican levantamientos insurreccionales y confrontaciones en el interior de un territorio nacional, los encabezados por un grupo en una región o territorio delimitado, o los de corte separatista dentro de estados nacionales constituidos. Paralelamente existe en todo el planeta una infinidad de movimientos de base étnica de muy diferente tipo y magnitud.
Imposibilitados de analizar todos los casos de tales conflictos, nos interesa señalar algunos de los elementos generales de este tipo de confrontaciones. En primer sitio hay que decir que normalmente las identidades son espacios de lucha de carácter social y cultural, ya que –de acuerdo con su carácter relacional– la capacidad y la forma de identificación van a depender de la posición de los actores sociales y los miembros de cualquier grupo en cuestión dentro de sistemas más amplios históricamente constituidos. Estos procesos combinan, contradictoriamente, la globalización económica y la internacionalización de la cultura con procesos paralelos de creciente fragmentación sociocultural.
En segundo lugar, los conflictos se establecen no sólo en defensa de una identidad determinada, sino a partir de la certeza de que esta misma se encuentra amenazada de desaparecer o de ser sojuzgada por un grupo o núcleo contrastante, real o no, y que se ve como un peligro para su existencia, su “especificidad”, su lengua, su religión, su historia y, en fin, su “ser”. Con frecuencia, situaciones tales dan como resultado la movilización de la sociedad en su conjunto (difícilmente los individuos pueden permanecer al margen sin riesgo de su integridad física) apoyada en un manejo tendencioso de los medios masivos. No es infrecuente que además se produzca un proceso de “reconstrucción” del grupo por medio de una reescritura de la historia del mismo.
No es ocioso insistir en que para la antropología es importante, frente a estos conflictos, no perder de vista la necesaria crítica a los peligrosos y nocivos enfoques esencialistas sobre la cultura. Es necesario tener siempre presente que los intercambios culturales son la regla y no la excepción, y que resultan vitales para el desarrollo de todas las culturas. La formas y elementos culturales que intervienen en los procesos de corte identitario no son núcleos rígidos, por el contrario, tienen una enorme plasticidad. Las confrontaciones no se expresan a partir de la existencia de diferencias culturales, sino que son el resultado de construcciones históricas basadas en elementos de tipo social, político o ideológico. Los conflictos surgen de construcciones realizadas por actores sociales identificables, ubicados en las estructuras del poder de la región o Estado del que se trate, o incluso externos, tanto de la primera como de este último. La posibilidad de instrumentalización en condiciones específicas –del imaginario social y de las representaciones sociales sobre el otro– lleva con cierta facilidad a la construcción de expresiones fantasmagóricas sobre la historia, el carácter o las intenciones del “adversario”.
El fenómeno de la migración representa otro de los aspectos en los que la cuestión de las identidades se expresa con fuerza. En estos desplazamientos no pueden dejarse de lado sus expresiones culturales y la cuestión de la permanencia en las formas y en las concepciones de vida de quienes se ven inmersos en las diferentes experiencias migratorias. Es posible afirmar que en lo que toca a la cuestión de las identidades y de la cultura, los migrantes, de manera casi inevitable, elaboran sus percepciones de tipo identitario a través de procesos sincréticos; casi imposible pensar en la inmutabilidad de sus referentes culturales. En realidad, los migrantes se encuentran sometidos a procesos de aculturación, deculturación y de transculturación. Nuevamente nos encontramos en estos grupos con las nociones de reinterpretación y apropiación. Por otra parte, los cambios no sólo son experimentados por los grupos que se desplazan, los viven también las poblaciones de los países receptores, así, se dan procesos de entrecruzamiento e interpenetración cultural con una frecuencia mayor de lo que se pensaba hasta hace poco.
Con respecto a la población migrante, los grandes problemas que ahora sólo enunciamos, son los de la discriminación, la ausencia de derechos sociales, la generación de estereotipos segregativos y la instrumentalización de guetos, entre algunos de los problemas fundamentales relacionados con el sujeto que nos ineteresa. Por supuesto, no podemos olvidar que las características identitarias de la migración se ven impactadas por el momento de los desplazamientos, por la situación de la nación de origen, la coyuntura política del país receptor, así como por las dimensiones de los grupos que se desplazan, su concentración o dispersión, si la migración se realiza individualmente o en familias, por la duración de las estancias o las edades y el sexo de los migrantes entre otras variables. De cualquier manera, los elementos generales enunciados tienen que ser tomados en cuenta necesariamente en el análisis del fenómeno.

Casi no existe situación contemporánea de tipo social o político que no remita a las cuestiones de la identidad. Es por ello que no podemos dejar de señalar que lo que llamamos identidad cultural no es sino el resultado de los contactos hechos memoria y aun más de aquellos llevados al olvido. No hay purezas originales, éstas son idealizaciones y fantasmas del imaginario social, con frecuencia manipuladas desde los círculos de poder. Son siempre construcciones socioculturales que adquieren sus formas y características en contextos y en condiciones histórico-concretas. No son ni inmutables ni hechos de naturaleza. Las culturas son mestizas, y lo son cada vez más intensamente. Como lo señalan Nouss y Laplantine, el mestizaje cultural implica ser el uno y el otro al mismo tiempo. Valdría la pena reflexionar más sobre un enfoque de esta naturaleza para mejor comprender la tendencia general del proceso de construcción de los imaginarios a partir de la vida real, sin mitos, y que los individuos puedan encontrar en esta sociedad condiciones de inclusión, noción que rebasa a la de identidad.

Bibliografía
Bayart, J. F., L´illusion identitaire, Fayard, France, 1996.
Giménez, G., et.al., III Coloquio Paul Kirchoff, unam, dgapa, México, 1996.
Laplantine, F. y Nouss A. , Le méttissage, Flamarion-Dominos, France, 1997.
Ruano-Borbalan, J. C., L´identité. L´individu, le groupe,la societé, Editions Sciences Humaines, France, 1998.
Sen, A., “La otra gente, Más allá de la identidad”, Letras Libres, oct. 2001, año III, núm.34, México, pp.12-20.
Téllez-Girón, López, R., Reflexiones sobre la cuestión identitaria, Cuadernos de Trabajo del ccl-uap, núm.41, Puebla, México, 2001.
Warnier, J. P., La mondialization de la culture, La Decouverte, France, 1999.

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