DEPRESIÓN Y CREACIÓN LITERARIA

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Norma E. Alberro
 

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La depresión no es una entidad nosológica, es un estado que adquiere una especificidad y una forma de expresarse propias para cada sujeto. Sin embargo, de una manera que comparten todos los humanos, la depresión expresa una cierta relación al tiempo y a la muerte, a la vida en su mortalidad, a la dimensión trágica de la existencia... Si la escritura tiene un lazo profundo con la depresión es porque permite poner a distancia la representación de este otro muerto, es decir su propia muerte  

La desdicha de vivir ha sido siempre un componente de la condición humana. Bajo diversos diagnósticos –taedium vitae, distimia, melancolía, neurastenia– son siempre los mismos síntomas que perduran. Desde la mitad del siglo pasado, se los designa bajo el concepto de depresión. Terrible y repentina noche del alma que se abate a mansalva y que cuando es vivenciada crea mucho temor. Los estragos que provoca el estado depresivo en el sujeto, son tanto más considerables cuanto que se presentan en una sociedad fragilizada por la emergencia del individualismo. 

  La depresión no es una enfermedad nueva, pues ya Hipócrates (siglo V a. C.) se refería a ella describiendo los efectos de la bilis negra, pero lo que sí es seguro, siempre respecto a occidente, es que nuestro modo de vida actual, tan despersonalizado, tan competitivo, tan desarraigado, es un caldo de cultivo muy adecuado para que se generen las alteraciones que encuadramos como depresión.

  Pero la depresión es menos fatal de lo que parece. Ciertos psicoanalistas descubren sus beneficios en determinados pacientes. Algunos escritores relatan testimonios de estos estados que son verdaderas obras de arte. Es la connivencia entre la depresión y la creación artística que este artículo busca mostrar.

 

  Depresión y creación. 

  El psicoanálisis afirma que la depresión es un estado de aniquilamiento del sujeto, de su condición deseante. La observación de una persona afectada de depresión nos revela a un sujeto en el cual su capacidad de creación y producción parecen disminuidas y, a veces, anuladas. La vivencia subjetiva de los estados depresivos corresponde a la anulación de todo deseo y de todo placer que recubre hasta los mínimos actos de la vida cotidiana. Es un estado que invade tanto el cuerpo como el pensamiento, acompañado de un sentimiento de desesperación, revelado en una experiencia de absoluta aniquilación de sí mismo.

  Tal experiencia se describe por aquel que la vive, como una lenta desaparición de su ser. La depresión es una enfermedad de lo humano que deshumaniza. Afecta el cuerpo del sujeto que poco a poco pierde la expresión de su cara, sus gestos, la palabra, e incluso la voz; se transforma y pierde vitalidad. Es un estado extremo próximo a la agonía, en donde la vida no consigue ser matada. 

  Ahora bien, ¿cómo es posible imaginar que puede existir una actividad de creación en la depresión? Para aquel que la conoce, la depresión es indescriptible y solo puede ser evocada por medio de metáforas: “es una fuerza oscura”, “un caos”, “un desmoronamiento”, “una inmersión”, “un descenso al infierno”, “un naufragio”, “la caída en el fondo de un pozo”.  

  La depresión no es una entidad nosológica, es un estado que adquiere una especificidad y una forma de expresarse propias para cada sujeto que la sufre. Sin embargo, de una manera que comparten todos los humanos, la depresión expresa una cierta relación al tiempo y a la muerte, a la vida en su mortalidad, a la dimensión trágica de la existencia.

  Cualquiera sea la forma de sus manifestaciones psíquicas y somáticas, la depresión tiene relación con la melancolía. Freud la define como “un estado de ánimo profundamente doloroso, una suspensión del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de la autoestima” (Duelo y melancolía). Contrariamente al duelo, en el cual el sujeto lamenta la pérdida de un objeto o de un ser querido, el melancólico se queja de una pérdida que le concierne a sí mismo, a su yo. De allí la relación estrecha de la melancolía con el narcisismo. 

 

  No es sorprendente, entonces, encontrar evocaciones de la depresión y de experiencias depresivas en la literatura de estilo autobiográfica, relatos de vida, diarios íntimos, o novelas cuyo valor de ficción es escaso. La mayoría de estas obras, son relatos de una experiencia depresiva en donde el autor intenta reconstituir las etapas de esta experiencia, confiriendo así a la escritura, un valor reparador y de sustitución.    

  Para encontrar los vínculos con el otro que han sido dañados o perdidos, el sujeto trata de volver al momento original, unir los fragmentos, y con ello reconstruir una versión que sustituya a la anterior que había sido destruida. Con esta nueva historia, el sujeto toma posesión de su vida. Entrar en posesión de su historia, de su vida es encontrar un objeto perdido, pero es también recuperar las antiguas huellas mnémicas con su cuota de dolor y sufrimiento. En estas historias el sujeto relata su relación íntima con el otro muerto que anida en él, que lo persigue y lo acosa en su vida cotidiana, empujándolo a realizar actos autodestructivos, hasta el acto final: el suicidio.

  El sujeto depresivo guarda en su interior un otro mortífero con el cual está en diálogo permanente y que lo invita a dejar este mundo de lágrimas, en donde nadie lo quiere, nadie se ocupa de él y cuyo destino es solo la soledad y el sufrimiento. En este diálogo mortal el sujeto es invitado por este otro, -extraño a su yo, pero íntimo- al suicidio con la promesa de una tranquilidad duradera, sin darse cuenta que la muerte es irreversible y sin retorno. La depresión es una experiencia de cierta fascinación por la dulce promesa de un paraíso de paz que surge del otro muerto que el sujeto esconde en su intimidad.

  Si la escritura tiene un lazo profundo con la depresión es porque permite poner a distancia la representación de este otro muerto, es decir su propia muerte.  

  Chateaubriand, al cambiar las memorias de su vida, por las memorias de más allá de la tumba, encontró una figura paradigmática, -“la ultratumba”- para expresar esta postura del escritor, esta anticipación de la muerte que pone en escena la literatura.

  Proust, Leiris, Beckett y otros escriben este frente a frente con la muerte que permite, una cierta exaltación de la vida. Ciertamente, es una posición narcisista la de aquel que juega con su imagen de muerto, pero no es un narcisismo mortífero, puesto que permite la distancia surgida de la elaboración de la escritura. En la mayoría de los escritores es posible observar dos tipos de escritura: una producción íntima que acentúa su posición depresiva y una creación novelada o poética que pone a distancia este cara a cara con el otro muerto.  

 

  El diario de Virginia Woolf está lleno de quejas depresivas que la condujeron al suicidio por inmersión en un lago. Incluían, migrañas, incapacidad de escribir, deseo de estar en otro lugar, todas estas lamentaciones, fueron censuradas por su marido Leonard, que de los veintiséis cuadernos, publicó solo su “diario de escritora”, relacionado con su trabajo de escritura. En este acto de censura del marido, se observa una fundamental incomprensión de aquello que está en el origen mismo de la obra artística.

  La queja y los lamentos melancólicos son la fuente en donde el escritor encuentra los motivos para enfrentar al otro muerto y triunfar sobre él a través de una obra y no del acto maníaco suicidario.

   Kafka, en su diario, también analiza los efectos de esta dualidad que siente en él, y la supervivencia que le toca al escritor: “Aquel que, en su vida, no llega a triunfar necesita una de sus manos para separar la desesperación que le causa su destino – aunque lo consigue imperfectamente- y de la otra mano para registrar lo que percibe bajo los escombros, puesto que él ve una cosa distinta que los otros, él está, entonces, muerto en vida y no es, esencialmente, más que su sobreviviente” (19/10/1915).

  Esta impresión de desdoblamiento, dolorosamente vivida por el sujeto deprimido, lo lleva a creerse psicótico, o a un estado límite cuando la obra que está escribiendo se refiere a una duplicación entre actor y observador, yo y otro, como sucede en Aurelia de Nerval o en Horla de Maupassant.

  William Styron, escritor inglés autor de Frente a las tinieblas y La decisión de Sofia, entre otras obras, describe sus síntomas depresivos como una sensación permanente de estar escoltado por un segundo yo, un observador fantasmático que no comparte la demencia de su doble. Es capaz de observar con una curiosidad objetiva mientras que su compañero lucha para impedir el desastre inminente o toma la decisión de abandonarse al abismo. Esta descripción resume patéticamente el drama del hombre desgarrado, “yo como otro”.

  Es a partir de este desdoblamiento que se puede interrogar las relaciones de la escritura y la depresión, y con ello, la posibilidad misma de escribir la depresión. Tal duplicación permite al escritor hacer la crónica de su enfermedad y describir su cuadro clínico a través de la obra artística.

  Pero la depresión se caracteriza, con frecuencia, por la inhibición intelectual, sexual y creadora. El escritor conoce estos momentos, y suele hacer de estos períodos de incapacidad de escribir el fundamento mismo de su escritura. La relación de la escritura a su imposibilidad es un topos de la literatura contemporánea.

  “¿Qué es lo que crees que ocurre a un hombre -decía Hemingway cuando se da cuenta que nunca podrá escribir los libros y cuentos que se proponía escribir? Si no puedo existir en mi propio estilo, entonces la existencia es imposible para mí, ¿comprendes?”  

  Así es como he vivido y así es como debo vivir-o morir.

 

  El escritor vive con su depresividad que, con frecuencia, es la condición misma de la creatividad, a tal punto que habría que preguntarse si la creación no es una depresión.    

  No hay que olvidar tampoco que muchos escritores depresivos han terminado en el suicidio. Entre la depresión y la creación hay un lazo muy fuerte “a la vida y a la muerte”.  

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