LA FILOSOFIA DE BERKELEY

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
Elena Diez de la Cortina Montemayor

IMPRIMIR 

Biografía del filósofo

Breve contexto

El problema del lenguaje

Crítica a la idea de existencia.

El idealismo de Berkeley

La salida del solipsismo.

 

BIOGRAFÍA

George Berkeley nació en 1685 en Kilcrene, Irlanda.

Estudió en el Kilkeny College y en el Trinity College de Dublín, obteniendo el título de Bachelor of Arts en 1700. En 1707 recibe las órdenes sacerdotales anglicanas y publica su primer libro: La aritmética demostrada sin recurrir al álgebra ni a la geometría.

En 1708 comienza a redactar sus Comentarios filosóficos, obra que constituirá el embrión de su filosofía.

En 1709 el escepticismo se convierte en su mayor preocupación y publica el Ensayo sobre una nueva teoría de la visión.

Cuando en 1710 publica la primera parte del Tratado sobre los principios del conocimiento humano, la obra tiene tal mala acogida que, dos años más tarde decide escribir Tres diálogos entre Hilas y Filonús, como obra aclaratoria de la anterios.

Entre 1713 y 1728 realiza numerosos viajes por toda Europa y contrae matrimonio con Ann Foster. Ambos parten hacia el nuevo continente para encabezar una empresa que propague la fe cristiana en las Bermudas. El plan no se llega a realizar, por lo que regresan a Inglaterra en 1732.

En 1734 escribe Alcifrón, obra que resume su inmaterialismo y, dos años más tarde publica El analista, que trata sobre la naturaleza del pensamiento matemático.

En 1735 es consagrado obispo de Cloyne y, en 1744 redacta Sobre las virtudes del agua de alquitrán o Siris, donde parte de la medicina hasta llegar a la metafísica.

Muere en Oxford en 1753.

 

Breve contexto

Al intentar analizar la obra filosófica de este autor irlandés, lo primero que nos llama la atención es su situación intermedia no sólo en relación a los dos grandes filósofos empiristas, Locke y Hume, sinó también en lo que respecta a su ubicación histórica, repartida entre los siglos XVII y XVIII.

En los siglos XVI y XVII Europa va a experimentar una serie de crisis que van a corresponderse con el desarrollo de la burguesía y con la necesidad que se experimenta de una nueva concepción del mundo basada en el concepto de razón.

Se produce un desarrollo del capitalismo comercial favorecido por la expansión del comercio marítimo y colonial y la afluencia de metales preciosos de las minas europeas y americanas que provocará un alza de precios y una recesión económica.

En Inglaterra, donde surge el capitalismo industrial, en la primera mitad del siglo XVII, se advierten atisbos de lo que luego será la gran revolución industrial del siglo XVIII.

La burguesía, vinculada a la monarquía absoluta, prospera con el capitalismo, convirtiéndose en el eje del sistema al dirigir empresas productoras y agrícolas y dirigir los negocios de Inglaterra.

Nos hallamos en una época de crisis y de inestabilidad, donde se van configurando los estados modernos independientes, que se enfrentarán en sus afanes de imperialismo.

En Inglaterra se forma la primera Monarquía constitucional de Europa, en un clima de libertades políticas y tolerancia religiosa. Poco a poco va ganando terreno la mentalidad racional por influencia del desarrollo científico y del cartesianismo. Se modifica la concepción del mundo, que pasa a ser infinito y heliocéntrico.

La Iglesia, sin embargo, (y hay que tener en cuenta que Berkeley era un hombre sumamente religioso) estuvo en contra de esta corriente progresista e innovadora que ponía en entredicho la mayoría de los dogmas fundamentales de su religión..

Racionalismo y empirismo se sitúan en este contexto, desde donde replantean los problemas de la filosofía desde un nuevo marco cultural y social, prestando máxima atención a los problemas gnoseológicos.

Cuando entramos en el siglo XVIII, la oposición al absolutismo llega a su punto culminante. Entramos en una época de equilibrado optimismo, de bienestar que se desarrolla en un clima de libertad y progreso.

En Inglaterra se cimentaban las bases de un nuevo movimiento que entra en crisis con el siglo anterior, al extenderse la idea de una religión natural o deísmo. Y aquí tenemos uno de los motivos por los que Berkeley luchó encarnizadamente.

El parlamentarismo inglés fue adquiriendo forma a lo largo de este siglo, considerado por los demás países como digno de ser imitado por su equilibrio de poderes. Equilibrio que se romperá cuando, a mediados del siglo XVIII, se inicie en Inglaterra la Revolución Industrial.

Es en esta época de conflictivos contrastes donde le tocó vivir a Berkeley.


1. El problema del lenguaje

La idea que vertebra la obra Tres diálogos entre Hilas y Filonús, es la negación de la substancia material, concebida como algo pasivo e inextenso, soporte o substrato de cualidades que la hacen presente al entendimiento humano.

Como bellamente expresó Ferrater Mora en su Diccionario de filosofía, la materia es percibida como "una delgada película transparente que se interpone entre el hombre y Dios, y que impide al primero la adecuada visión del segundo" (Op.Cit. pag 204, TomoI, Edit. Sudamericana).

La substancia corporal no existe ni podemos tener una noción no contradictoria de ella. Lo único que podemos concebir como existente en el mundo son las substancias espirituales y las ideas percibidas por ellas, cuya noción no entraña contradicción alguna.

Para captar el verdadero significado de lo que Berkeley afirma, debemos trasladarnos al fundamento de su doctrina. Desde allí, uno se percata en seguida de la profunda preocupación que el autor sentía por los problemas del lenguaje y la significación de las palabras. Será gracias al examen linguüístico como Berkeley destrozará el concepto de substancia material de J. Locke.

El lenguaje genera confusión; puede inducir a errores y controversias: juegos vacíos de significado que nos alejan de la verdadera especulación.

Si la función primordial del lenguaje es la comunicación de ideas que sean significadas por las palabras, la principal y previa tarea del filósofo será someter a análisis los términos empleados en el lenguaje y su relación por lo significado por él.

Así pues, el primer paso que Berkeley dará será examinar el concepto de percepción utilizado en la tradición, reelaborándolo bajo una nueva luz que le otorgará un nuevo significado.

Locke había escindido el mundo que percibimos en dos esferas totalmente heterogéneas: la esfera del mundo exterior y la esfera del mundo interior. Si lo que percibimos son ideas que representan las cosas, entonces nunca podremos estar seguros de acceder a la realidad representada, porque el mundo interios (el de las percepciones en nuestra mente) y el exterior (el de los objetos representados en la percepción) no tienen que coincidir en modo alguno.

Si no podemos acceder directamente al mundo de los objetos, de las cosas, no habrá comparación posible entre mi conocimiento del mundo y el mundo mismo. Nunca podré afirmar que mis ideas se adecúan perfectamente a lo que ellas representan ya que ésto último no puede hacerse sinó a través de las ideas mismas..

La ecuación:

COSAS=IDEAS

nunca podrá ser demostrada ni verificada. Y si ésto es así, la teoría representativa de la percepción de Locke nos conducirá inevitablemente al escepticismo.

La causa de este absurdo es, según Berkeley, la errónea concepción del término "percibir".

Las ideas no actuan de intermediarias entre la mente y las cosas: Percibir algo no es tener una idea representativa de ese algo. Las ideas que la percepción nos proporciona no son la copia de un modelo.

Constantemente vemos, olemos, palpamos algo a lo que denominamos "cosas". Pero, cuando llamamos así a ese algo, no hacemos sinó obrar bajo la acción de un prejuicio tradicional.

En mi contacto directo con el mundo corporal, yo no accedo a lo que los filósofos llaman la "materia" de dicho objeto. Únicamente distingo un conjunto de cualidades sensibles que están unidas coherentemente conformando un objeto peculiar al que denomino con un nombre.

Lo que percibimos directamente de las cosas no es más que un conjunto de cualidades o reuniones de cualidades que me informan acerca del mundo. Precísamente lo que hay es lo que veo, toco o palpo. Por consiguiente, si lo sensible es lo percibido, su existencia no podrá consistir más que en eso: ser percibida..

El ser de las cosas sensible es ser percibidas: esse est percipi .

Siendo esto así ¿Qué razón habrá para pensar en la existencia de una materia oculta bajo sus cualidades, pero ella misma imperceptible? ¿Por qué suponer que ésta habita una instancia separada de nuestras mentes?

El problema aquí planteado es el de si es justificable y lícito el paso de lo interior a lo exterior, de las ideas a las cosas mismas.

El error fundamental, según Berkeley, ha venido dado por la mala utilización del verbo "existir".

Filonús: Las cosas sensibles, pués, no son otra cosa que diversas cualidades sensibles o combinaciones de cualidades sensibles.

Hilas: Así es, ciertamente.

Filonús: Entonces, el calor es una cosa sensible.

Hilas: sí.

Filonús: ¿La realidad de las cosas sensibles consiste en que sean percibidas? ¿O es algo distinto de que sean percibidas y sin implicar una relación con la mente?

Hilas: Existir es una cosa y ser percibido es otra.

Filonús: Hablo sólo con respecto a las cosas sensibles. Y te pregunto si por existencia real de ellas entiendes una subsistencia exterior a la mente y distinta de que sean percibidas.

Hilas: Entiendo un ser real absoluto, distinto de y sin ninguna relación con el hecho de que sean percibidas.

(TD, O.C. pag. 89)

Berkeley va a llevar a cabo una crítica de las ideas generales abstractas, poniendo de manifiesto su afinidad con el nominalismo. Todo razonamiento se ha de llevar a cabo a partir de ideas particulares. A las ideas del tipo "substancia material" únicamente les pertenece su universalidad en cuanto que sustentan una función representativa. Considerada en sí misma, esa idea es particular, pero en cuanto que suponemos que a esa idea le corresponde una entidad aparte de los objetos de la percepción, no estamos sino cediendo al engaño de las palabras.

Yo no puedo construir la idea de un hombre o su imagen, que incluya todas las características diferenciales e individuales de cada hombre y, a la par, que no quede clasificada como la imagen de un tipo particular de hombre (moreno, alto, gordito, etc.).

La representación ha de ser de lo individual, de lo particular y concreto y ésto siempre incluye rasgos diferenciales.

Es imposible concebir ideas que tengan un contenido positivo universal y general, de las cualidades que nunca se dan aisladas en la percepción, como por ejemplo, un color sustraído de la figura, o un tamaño de la extensión.

No obstante, esto no impide que puedan elaborarse ideas generales. Éstas son posibles sólo en la medida en que una ides puede representar una pluralidad de ideas particulares que tengan algo en común, o que sean e la misma clase o especie.

La crítica de la abstracción estará fundamentalmente dirigida contra la aplicación, generalmente admitida, del término "existencia".Esta es, sin duda, la gran originalidad del autor.

 

2. Crítica a la idea de existencia.

Si utilizamos el término "existir" para significar algo que tiene su ser fuera de nuestras mentes, o algo que es independiente de que sea percibido, cometeremos, a juicio de Berkeley, un vicio abstractivo.

La existencia absoluta de los entes corpóreos que Hilas defiende es totalmente ininteligible para Filonús, precísamente porque, al ser las cosas sensibles meros objetos perceptuales de conciencia, un conjunto de ideas o fenómenos en nuestras mentes, no les resta otra posibilidad que ser en cuanto son percibidas por alguna mente.

Berkeley no dice que la realidad de lo que percibimos no exista o que las cosas, en tanto que fenómenos o ideas, no tengan una existencia real. Lo que afirma es que esa existencia o realidad hay que referirla a las cosas en tanto que son ideas percibidas por algún espíritu. Lo característico de las cosas es que son necesariamente dependientes de alguna mente que las perciba.

El rechazo de la idea de substancia material ha sido posible gracias a la subjetivización de todas las cualidades, tanto primarias como secundarias. Esto se lleva a cabo en el Primer diálogo mediante una crítica a las ideas abstractas afín con el nominalismo.

Berkeley esgrimirá el arma del relativismo que, unido a un pragmatismo, acabará con la idea lockiana según la cual, las cualidades primarias son objetivas y están realmente en las substancias corpóreas. Es imposible concebir cualidades primarias separadas de las secundarias. Si yo veo un coche moviéndose por la calle, tengo que percibir, necesariamente, un color insito en una forma, con una extensión y un movimiento determinados. Yo no puedo, arbitrariamente, separar la extensión de su particular color y forma.

Hay una íntima conexión entre todas las cualidades, que hace que yo las perciba unitariamente, formando un todo.

La extensión, la solidez, es decir, las cualidades primarias, son sensaciones que no dependen exclusivamente de que sean percibidas. Influye en la misma medida el sujeto percipiente.

Todas las cualidades son relativas a el sujeto que las percibe: una flor pequeña para un hombre es, sin embargo, gigantesca para una abeja. Además, no podemos estar seguros de que las percepciones de los distintos seres sean idénticas entre sí.

Otro argumento empleado en contra de la substancia lockiana tiene su origen en la afirmación de que una idea tiene siempre que asemejarse a otra idea:

Hilas: Después de examinado, encuentro que me es imposible entender cómo algo que no es una idea puede semejarse a una idea. Y más evidente aún es el que ninguna idea puede existir sin la mente.

(OP. Cit. pag. 130)

Lo que carecteriza a la idea es el ser percibida y ésto sólo es posible si la idea está radicada en un ser activo que la perciba y la piense. Por tanto, las cualidades, en cuanto que ideas, no pueden estar radicadas o ser producidas por un ser pasivo y carente de toda actividad perceptual. Así, el postulado de la substancia se hace innecesario.

Las ideas tienen que estar en alguna mente que las perciba. La actividad de los espíritus creados consiste en percibir ideas. Sin embargo, Berkeley opina que el espíritu, en la medida en que percibe, es de alguna manera un ser pasivo. Cuando yo dirijo la vista hacia algún lugar, estando mis órganos perceptuales en buenas condiciones, tengo que ver necesariamente algo, aunque ese algo no sea apetecido por mi voluntad. Yo no elijo "ver blanco" cuando mis ojos leen en esta pantalla de ordenador.

El dualismo entre el objeto de percepción y la sensación desaparece cuando se pone de manifiesto que la voluntad no interviene en el acto de percibir.

Hilas se ve forzado a reconocer que la distinción entre una acción del espíritu (sensación) y su objeto (las cosas) es insostenible cuando nos referimos a la percepción, porque en el acto de percibir el hombre cumple un papel totalmente pasivo.

Filonús: Puesto que eres totalmente pasivo precisamente en la percepción de la luz y de los colores, ¿qué ha sido de esa acción de la que hablabas como ingrediente de toda sensación?¿No se sigue de tus propias concesiones que la percepción de la luz y de los colores, al no incluir ninguna acción en ella, puede existir en una substancia no percipiente?¿Y no es esto una clara contradicción?

(Op.Cit. pg. 117)

Por consiguiente, tanto la sensación (como acción de la mente) y el objeto (como los entes sensibles corporales), serán pasivos, con lo cual la distinción ya no es válida.

Berkeley, valiéndose del concepto de extensión, reducirá al absurdo la noción de substancia corporal.

 

3. El idealismo de Berkeley

El concepto de extensión destruye el propio concepto de substancia material.

Si los entes sensibles o ideas no pueden existir en algo no percipiente, no podrán de hecho existir en un substrato pasivo, en la materia. Pero, además, la propia noción de materia se vuelve contradictoria cuando se la concibe como substrato o soporte de cualidades. Si se la entiende como subyaciente a sus accidentes o cualidades, tendría que subyacer igualmente a la extensión, con lo cual, el mismo substrato tendría que ser extenso, lo cual es una contradicción.

La noción de substrato es ininteligible porque al término "soporte de cualidades" no se le puede asignar ningún significado y la materia se vuelve incognoscible.

El problema fundamental para este filósofo ha sido el transformar lo interior hasta hacerlo consistir en lo externo. Aquí es donde se hace patente su idealismo. El ser de las cosas es ahora el ser dado a la conciencia.

La realidad del mundo se define como el percibir y el ser percibido. Todo se determina por el espíritu. Berkeley ha descosificado el mundo:

"El mundo de las cosas y de los organismos, de los cuerpos celestes y de los elementos, no es nada más que nuestra representación, una apariencia en las almas individuales. No están las almas en el mundo, sino que el mundo está sólo en las almas."

(H.Heimsoeth. Los seis grandes temas de la metafísica occidental. México, FCE, cap. III, pg. 125. Madrid 1990).

Que lo material no sea más que puramente fenoménico no significa que se niege la realidad del mundo. La existencia de las cosas se hace patente cuando percibo, aunque mi voluntad no intervenga, por el orden que siguen las ideas en mi mente y su regularidad casi perfecta.

La permanencia de las cosas es asegurada por ese orden, por la cohesión y coherencia con que se suceden mis ideas.

Llamar ideas a los entes no les sustrae realidad. La distinción entre realidades y quimeras sigue estando vigente, aunque "suene raro" decir que vemos, tocamos y comemos ideas. El problema es sólo nominal y la denominación de ideas para referirnos a las cosas es, desde el punto de vista fenomenalista del autor, el más correcto.

Que el mundo corporal no existe sino en forma de ideas es algo evidente para el autor. Que estas ideas tengan que estar en una mente que las perciba, es algo necesario, pero ¿Cómo llego a tener conocimiento de ese espíritu?

Por la misma definición de idea ha de haber algo cuya característica esencial sea la actividad y, por ello, algo distinto a un ser pasivo e inerte y que, además, sea el lugar desde donde esas ideas son percibidas.

Yo no puedo tener una idea del espíritu ya que éste sería una idea y, por ello, algo pasivo e inerte. Sólo puedo llegar a tener una noción del espíritu elaborada a partir de una reflexión interior sobre nuestra propia existencia.

Como el autor pone de manifiesto : "conozco evidentemente, por reflexión, la existencia de mi propio yo, esto es, de mi propia alma pensante o principio pensante" y, sin embargo, "aunque no tengo, estrictamente hablando, idea del mismo. No lo percibo como una idea, o por medio de una idea, sino que lo conozco por reflexión".

La mente es un conglomerado de percepciones. Lo que hace que se la pueda conocer es, precisamente, su capacidad de percibir; si anulamos las percepciones, anulamos la mente.

Ésta no puede ser entendida en el sentido cartesiano del término. Si el cerebro fuese una cosa sensible, sería entonces una idea que contiene ideas, lo cual es absurdo.

 

Filonús: Prescindiendo de los espíritus, todo lo que conocemos o concebimos son nuestras propias ideas. Cuando dices, pués, que todas las ideas son ocasionadas por impresiones en el cerebro, ¿Concibe este cerebro o no? En caso afirmativo, hablas entonces de ideas impresas en una idea, y causantes de esa misma idea, lo cual es absurdo.

( Op. Cit. pg. 134-135 )

El espíritu, esa cosa indivisible e inextensa que piensa, actúa y percibe, se nos hace visible porque tenemos conciencia de estar continuamente percibiendo ideas. La única entidad substancial que Berkeley reconoce es la substancia pensante, ya sea finita o infinita.

El mundo se compone de espíritus finitos que perciben e ideas percibidas por esos espíritus. Así llegamos a formular la tesis completa, que dice así: "Esse est percipere et percipi", ser es percibir y ser percibido.

 

4. La salida del solipsismo

Esse est percipere et percipi.

Las premisa de Berkeley le ha conducido a un insalvable solipsismo. Si la esencia de las cosas es ser percibidas y la del espíritu es percibir, ¿Qué ocurrirá si un espíritu deja de percibir? ¿Cesarán de existir las cosas en el mismo momento en que yo deje de percibirlas?

Por ahora estoy solo en el mundo; sé que mi espíritu existe y que las cosas lo hacen en la medida en que sean percibidas por un espíritu.

Nos hallamos ante un problema, pués si nuestro espíritu fuese aniquilado, la existencia de un mundo fenoménico debería inevitablemente desaparecer junto con nuestra mente.

La única forma de salvar ésto sería suponer que existen otros espíritus que percibirían las cosas aunque yo no estuviera. Pero, aún así, cabría otro problema, porque si todos los hipotéticos espíritus existieran, lo harían en forma finita y, por ello, podrían dejar de existir alguna vez. La supervivencia del mundo deja de estar asegurada, quedando sujeta a la fragilidad de los espíritus.

Supongamos que existe una pluralidad de espíritus finitos. ¿Cómo podríamos conocer su existencia? Sería imposible hacerlo por reflexión al ser algo distinto de nuestro yo. Sólo queda queda utilizar la inferencia racional.

Conocemos a los demás espíritus por las operaciones o las ideas que producen en nosotros. El conocimiento de éstos no es inmediato, sinó que depende de la intervención de las ideas que yo refiero a agentes o espíritus distintos de mí, como efectos o signos concomitantes. Advierto signos y efectos que sugieren y hacen que infiera la existencia de principios pensantes indivisibles o almas.

Yo no veo a un hombre que actúa, piensa, se mueve, etc. Esto sería materializar un espíritu. Yo sólo advierto una colección de ideas que me incita a pensar que hay otros principios de pensamiento semejantes al mío.

Si esto fuera así, ¿Qué ocurriría si estos espíritus por ser finitos dejaran de existir?

Hemos llegado a un punto en que necesitamos algo que de una consistencia sólida e inmutable al mundo que percibi,os, sinó éste sería irremediablemente efímero. Precisamos un punto causal y mantenedor del mundo que garantize su existencia.

La concepción empírica del universo no puede convencer racionalmente de la existencia de un mundo que permanezca fijo e invariable. El futuro se hace tan contingente como un juego de azar; no hay más que una continua sucesión de fenómenos.

Berkeley basa el teísmo en el fenomenismo: deducirá la existencia de Dios a partir del esse est percipi. Si yo no soy el autor y productor de mis ideas¿Cuál es el origen y la causa de ellas?

Berkeley se remite a Dios. Es el espíritu infinito el que garantiza que lo que sea percibido, las ideas, formen un modelo unitario, ordenado y coherente. Por ello podemos establecer secuencias más o menos regulares de fenómenos, series que se pueden expresar en forma de leyes que anticipen con anterioridad los sucesos posteriores.

La construcción de las ciencias empíricas se hace posibles gracias al orden que inscribió Dios en los fenómenos.

La presencia de este ser omnipresente se deduce a partir de un análisis del contenido de cada percepción. Pasamos de la afirmación de que las cosas sensibles o ideas no dependen de nuestra mente, a la conclusión de que dependen de una mente infinita. La existencia del mundo, de las ideas y de los espíritus es un signo que revela la existencia de Dios:

 Filonús: Me resulta evidente, por las razones que has admitido, que las cosas no pueden existir más que en una mente o espíritu. No concluyo de ello que no tienen existencia real, sino que viendo que no dependen de mi pensamiento y que tienen una existencia distinta del hecho de que sean percibidas por mí, tiene que haber alguna otra mente en la que existan. Por lo tanto, tan seguro que el mundo sensible existe realmente como que hay un espíritu infinito, omnipresente que lo contiene y soporta.

( Op. Cit. pg. 138 )

Berkeley emplea un argumento causal acorde con su teoría de las ideas. Si lo sensible son ideas que no dependen de mentes finitas, habrán de estar referidas a otra mente distinta de las nuestras. La demostración de la existencia de Dios se lleva a cabo de manera inmediata y directa. En el caso de que dejaran de existir los espítritus finitos, las ideas seguirían intactas en la mente de Dios.

La relación de los entes sensibles con los espíritus se hace posible gracias al Espíritu infinito. Es Él el que garantiza que el mundo se renueve constantemente sin perder, sin embargo, su unidad.

Berkeley utiliza a Dios como la cúpula que rodea y da consistencia a todo lo real.Sin embargo, todas las conexiones entre los hechos que percibimos, llamados leyes naturales, no tienen un carácter necesario. Dios no está constreñido a hacer las cosas siguiendo un orden racional: todo depende de su voluntad.

Así mismo, la existencia de las ideas en la mente de Dios es distinta de la existencia de las ideas en las mentes finitas. No es que veamos las cosas en Dios, como sostenía Malebranche; las ideas existen porque están en la mente de Dios aunque no las percibamos en Él.

Las ideas existentes en Dios de manera arquetípica se comportan como modelos de las ideas ectípicas de las mentes finitas. Éstas son copias de las primeras y dependen de que las percibamos o no. Pero las ideas arquetípicas, externas a las mentes finitas, existen como paradigmas reales en el espíritu de la divinidad.

Este doble estatuto de las ideas trae las siguientes consecuencias.

Nosotros participamos de las ideas de Dios de una manera poco perfecta y anexionada a lo sensible; he aquí el origen de las imperfecciones y del mal en el mundo. Éstos no pueden ser atribuidos a Dios sinó a las deficiencias del alma humana. La voluntad de los hombres, su capacidad de elección es la causa del mal.

Si Berkeley hubiera seguido hasta sus últimas consecuencias el fenomenalismo, habría tantos mundos heterogéneos entre sí como sujetos perceptores existiesen. Su fin era preservar y darle una nueva consistencia teórica a la religión que abrazaba, evitando el ateísmo y el escepticismo que nacian como consecuencia de la modernidad.

La filosofía idealista de Berkeley proporciona innumerables ventajas a la religión: Dios no sólo el garante del mundo, sinó su causa y la causa de los espíritus finitos y de las ideas que tenemos sobre la naturaleza.

Hilas criticará a Filonús que sus razonamientos no tratan equitativamente dos problemas que son como la cara y el envés de una moneda:

Hilas: ¿Está eso bien? Para actuar coherentemente tienes que admitir la materia o rechazar el espíritu.

En mi opinión, Berkeley era tan sumamente creyente que no supo apartar de sí sus propios prejuicios ideológicos. Esto, sin embargo, no resta ningún mérito al genial autor que supo conjugar de una manera coherente doctrinas tan variadas como el idealismo, el espiritualismo, el empirismo, el nominalismo y el fenomenismo.

Tus compras en

Argentina 

Brasil 

Colombia 

México 

Venezuela 

o hazte de dinero vendiendo lo que ya no usas

VOLVER

SUBIR