BASES FILOSÓFICAS DE LA MODERNIDAD archivo del portal de recursos para estudiantes |
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Ante todo, una aclaración. Cuando decimos Filosofía Moderna no hay que pensar de acuerdo a la periodización histórica de las edades, donde la Edad Moderna va desde 1453 (o 1492) hasta la Revolución Francesa de 1789.
Los límites cronológicos de la Filosofía Moderna son diferentes. La mayoría de los estudiosos estima que el pensamiento moderno nace en el siglo XVII, concretamente con la publicación en 1537 del Discurso del Método, de René Descartes… ¿Y cuándo finaliza?: para algunos autores en el año de la muerte de Kant, 1804. Para otros autores, en cambio, la filosofía moderna llegaría hasta 1900; y al siglo XX y estos años del XXI prefieren llamar Filosofía Contemporánea. Y no olvidemos a los posmodernos, para quienes la modernidad habría llegado hasta bien entrado el siglo XX.
I. Introducción.
Ante todo, una aclaración. Cuando decimos Filosofía Moderna no hay que pensar de acuerdo a la periodización histórica de las edades, donde la Edad Moderna va desde 1453 (o 1492) hasta la Revolución Francesa de 1789.
Los límites cronológicos de la Filosofía Moderna son diferentes. La mayoría de los estudiosos estima que el pensamiento moderno nace en el siglo XVII, concretamente con la publicación en 1537 del Discurso del Método, de René Descartes… ¿Y cuándo finaliza?: para algunos autores en el año de la muerte de Kant, 1804. Para otros autores, en cambio, la filosofía moderna llegaría hasta 1900; y al siglo XX y estos años del XXI prefieren llamar Filosofía Contemporánea. Y no olvidemos a los posmodernos, para quienes la modernidad habría llegado hasta bien entrado el siglo XX. Dicho sea de paso, el vocablo “posmoderno” dice poco: sólo dice que estamos en la época que viene después (post) de la moderna.
Sea como fuere, las fechas 1637 a 1804 son útiles para acotar un periodo en el cual ciertas posiciones filosóficas han llegado a su madurez, a la plenitud de sus desarrollos conceptuales; hoy siguen siendo valiosas y sería imposible filosofar con un mínimo de rigor sin ellas. Desempeñan así una función análoga al pensamiento griego: son esenciales y en muchos casos, paradigmas que no morirán, modelos de filosofar. Veamos pues, algunos rasgos de la modernidad filosófica.
1. Mientras los medievales escribían en latín, en los modernos encontramos un uso creciente de los idiomas vernáculos. Pero sería erróneo suponer que no se utilizó para nada el idioma heredado de Roma: Spinoza redactó sus obras en latín y Hobbes y Descartes alternaron el latín con sus propias lenguas:inglesa y francesa. Kant presentó en latín la disertación inaugural de su cátedra.
2. Hay una clara tendencia a hacer de la razón, por un lado el “tribunal supremo” de los problemas; y por otro lado, una propiedad esencial del ser humano. Mientras para el pensamiento antiguo la razón era una propiedad del Cosmos o de la Naturaleza y para el pensar medieval la razón era una luz otorgada por Dios para que el hombre hiciera un correcto uso de ella, para la filosofía moderna la razón se ha ido volviendo cada vez más autónoma. Autonomía viene del griego: autós, que significa “el mismo”, “el propio” y “uno mismo”; y nomos es “ley”, “norma”, “regla”.
3. Autonomía es, pues, el hecho de que algo o alguien esté regido por una ley propia, distinta de otras leyes, pero no incompatible con ellas. Se usa mucho en ética cuando se señala que la ley moral humana es autónoma, o sea, tiene su fundamento en el hombre mismo. A medida que avanza la filosofía moderna, la razón, sin dejar de ser una facultad humana que se ejerce en el ámbito especulativo, se convierte en una actividad, una fuerza mediante la cual se podrá dominar la naturaleza y reformar la sociedad.
4. Es muy grande la atención que el pensador moderno presta al conocimiento de la Naturaleza, según lo marca la ciencia moderna, a cuyo desarrollo contribuyen por igual científicos y filósofos, si bien es difícil establecer una línea divisoria entre ambos. Por ejemplo, el físico Galileo también filosofa, el filósofo Descartes hace disecciones por su gran interés en la medicina; y el filósofo Pascal, un hombre de intensa fe religiosa, es un físico eminente. En la coronación de este interés por la ciencia está la obra magna de Isaac Newton, autor de Principios Matemáticos de Filosofía Natural (1687). Aclaremos que por entonces a la Física se la llamaba Filosofía Natural.
5. En el firmamento filosófico moderno, cuya savia pensante es, obviamente, europea, tenemos dos líneas o corrientes. La línea de los pensadores “continentales” -franceses, alemanes, holandeses, italianos- que en sentido amplio están en una actitud racionalista; y la línea llamada de los “insulares”, británicos, que adhieren a las tesis empiristas.
Pero, en el fondo, dice José Ferrater Mora, unos y otros intentan llevar a buen término el mismo programa, que es el siguiente: encajar los datos de la experiencia dentro de construcciones racionales. La mencionada expresión “tribunal supremo” para referirse a la razón, fue acuñada por el empirista Locke… y podría haber sido suscripta por un racionalista. Si esto es así, ¿dónde reside la diferencia filosófica entre racionalistas y empiristas? Los primeros son innatistas, en tanto los segundos son antiinnatistas.
6. Hay un predominio de la subjetividad, al punto que se señala con frecuencia que la filosofía moderna es la “filosofía del sujeto”. Esto debe entenderse no en el sentido de afirmar la importancia del sujeto humano frente a las cosas, sino en que para alcanzar verdades universales es menester analizar el conocimiento humano y por lo tanto la estructura de la subjetividad, lo que los ingleses llaman el entendimiento humano (human understanding).Por eso se dice que en tanto la filosofía antigua y medieval adhieren al Realismo, la moderna se encamina más bien al Idealismo, esto es , mientras en las anteriores filosofías el tema central es el ser, para los modernos lo fundamental es el problema del conocer. Pero, y hay que subrayar bien esto, se trata de analizar el conocer para poder llegar a una captación más segura del ser.
7. Crece la importancia de lo cismundano frente a los trasmundano.
¿Qué significa esto? El prefijo cis significa en latín “del lado de acá”; y cismundano alude a la vida terrenal, a la vida en el mundo. En cambio el prefijo tras o trans, quiere decir “al otro lado”, “más allá de”, y se refiere a la existencia de Dios y de valores que están más allá del mundo. En el Renacimiento, prólogo de la modernidad, la apetencia de placeres mundanos, de ostentación, otorga un fuerte colorido a la vida. En literatura se alcanzan límites extremos de descripciones sexuales, impensables en los siglos anteriores. El centro de esta floración vital, renacentista, fue Italia. Por eso la preponderancia cismundana podría denominarse también profana o secular, o sea, que no ha sido establecida por Dios, no es sagrada ni sirve para lo sagrado.
8. Simplificando bastante las cosas, podemos decir que hay en la filosofía moderna una especie de trilogía: el Racionalismo, cuya figura primordial es el francés René Descartes, y donde cabe incluir al holandés Baruch o Benedictus de Spinoza y al alemán Gottfried Wilhelm Leibniz. Luego el Empirismo, y aquí militan tres pensadores británicos, John Locke, George Berkeley y David Hume. Y finalmente el Criticismo o Idealismo Trascendental, que es la filosofía del alemán Immanuel Kant.
Bases filosóficas de la Modernidad (II): El sujeto cartesiano
Prosiguiendo con su trabajo Bases filosóficas de la Modernidad ,Coriolano Fernández dilucida la importancia de Descartes en los fundamentos de la filosofía moderna.
Cuando el joven oficial francés se une al ejército de Maximiliano de Baviera y recalan en Neuburg, pequeña ciudad a orillas del Danubio, el crudo invierno impide las batallas y pasa sus días en un cuarto junto a una estufa de mampostería, artefacto que no se conocía en Francia. Dispone de casi todo el tiempo para pensar.
Cuando el joven oficial francés se une al ejército de Maximiliano de Baviera y recalan en Neuburg, pequeña ciudad a orillas del Danubio, el crudo invierno impide las batallas y pasa sus días en un cuarto junto a una estufa de mampostería, artefacto que no se conocía en Francia. Dispone de casi todo el tiempo para pensar.
El 10 de noviembre de 1619, habiéndose acostado lleno de entusiasmo y “ocupado por entero con el pensamiento de haber encontrado los fundamentos de una ciencia admirable”, tuvo sueños que imaginó que sólo podían provenir de lo alto.
¿Quién es este joven friolento? Se llama René Descartes, tiene 23 años, pues ha nacido en 1596 en el poblado de La Haye, en la zona central de Francia (poblado que hoy lleva su nombre), en el seno una familia de juristas y militares. Ha estudiado en La Flèche, excelente colegio dirigido por padres jesuitas y obtenido luego en Poitiers una licenciatura en derecho.
Pero su gran amor no es el derecho sino la matemática. Poco después deja la vida militar, viaja, durante un tiempo lleva en París una vida de gentilhombre y se hace de varios amigos, el principal es el padre Mersenne, inquieto conocedor de las novedades intelectuales. En busca de un ambiente retirado, se instala en Holanda. En 1635 nace Francine, hija que tiene con una mujer llamada Elena, pero la niña muere a los cinco años, llenando de tristeza a Descartes.
En 1637 publica, en francés y sin firma, el Discurso del Método, y en 1641 las Meditaciones Metafísicas en latín, luego vertidas al francés. Conoce a la princesa Elisabeth de Bohemia, joven muy culta, calvinista, lectora del filósofo. Nace una profunda amistad, él tiene 46 años y ella 25. En 1644 le dedica su libro Los Principios de la Filosofía. Intercambian también muchas cartas. ¿Acaso fue ella el gran amor de este hombre que nunca se casó?
Escribió otros libros y otras cartas. Llamado en 1649 por la reina Cristina de Suecia para que insuflara vida cultural a su corte, muere de neumonía en Estocolmo en 1650.
El joven friolento será el padre de la Filosofía Moderna y el padre del Racionalismo. ¿Y en qué soñaba aquella noche de Neuburg? En el sueño hay alguien que aparece y desaparece, hay un Diccionario y un volumen de poemas. El diccionario ofrece todos los poemas posibles con sólo coordinar adecuadamente las palabras; más todavía, vale para cualquier libro, no sólo de poemas. El diccionario es un libro donde están todos los libros.
Del mismo modo, descubre Descartes que todas las ciencias son una sola y para ello es menester edificar un único método. ¿Y cómo circularemos por esa ciencia y ese método? Equipados con la razón humana, con la “luz natural de la razón”.
Esto tiene la decisiva consecuencia, señala el profesor argentino Mario Caimi, de que el ejercicio de la razón, llevado de modo coherente y prolongado, nos conducirá al conocimiento de todo lo que humanamente pueda saberse, y no quedará un sólo rincón sin la luz; el ser humano tiene a su alcance el universo si y sólo si lo explora mediante la razón.
La razón nos proporciona el saber. El rasgo fundamental del saber es la certeza y certeza es la imposibilidad de dudar. No en el sentido de no dudar hoy, pero dudar mañana. La imposibilidad de dudar que Descartes busca es la imposibilidad absoluta. No poder dudar es la certeza y la certeza es la verdad.
De las ciencias que conocemos, hay una donde parece que el proceder anterior se cumple: la matemática. Pero en vez de proclamar a la matemática como la ciencia única y dar por terminada allí su tarea, Descartes deja constancia del carácter admirable de dicha ciencia, y se propone empezar a filosofar de nuevo, desechando el pasado y el presente. Por eso dice Hegel que Descartes es un héroe del pensamiento, porque empieza desde cero.
El pasado es el aristotelismo, que asimiló con los jesuitas, y las diversas filosofías que en el mundo han sido; y el presente es el escepticismo, cuya figura es el gran ensayista Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592).
El escepticismo consiste en sostener que la verdad y la falsedad son indecidibles, porque a toda razón se opone otra de igual peso y valor y entonces sobre la verdad y sobre la falsedad no se puede decidir.
Sea, se dirá, pero ¿por qué los hombres toman decisiones y aseveran que esto es verdadero y esto otro es falso? Por la costumbre, responde Montaigne, el hombre es un animal de costumbre y las costumbres varían, en cada época y en cada comunidad. Aristóteles y los medievales decían: Yo sé. Sus críticos dicen: Yo no sé. Montaigne pregunta ¿Qué sé yo?, porque ni siquiera estoy seguro de que no sé.
Descartes decide enfrentar a los escépticos ¿Pero cómo? Pues haciendo lo mismo que ellos hacen: dudando. Cabe dudar de lo que veo, palpo, oigo, saboreo, huelo, los sentidos son engañosos; y si uno de ellos me engaña, tengo el derecho de dudar de todos lo sentidos.
A ello se agrega un argumento que por entonces el teatro había retomado: es imposible discernir entre la vida real y el sueño, entre la realidad y la ilusión…o incluso la locura.
Acá se levanta una objeción. Monsieur Descartes, usted que ama la matemática y ha descubierto la geometría analítica ¡no dudará de la matemática!
¿Por qué no? También de la matemática se puede dudar, voy a llevar la duda, dice Descartes, hasta la exageración. ¿Y si un ser todopoderoso y malvado me ha creado de tal índole que cuando creo estar en la certeza en realidad me equivoco? No lo llamemos Dios, pues un Dios malvado es absurdo, digamos mejor un mauvais genie, un “genio maligno”, tan engañador como poderoso, que usa toda su habilidad en engañarme.
Pensaré -dice el filósofo- que el cielo, el aire, la tierra los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas exteriores no son sino ilusiones de las que el genio se sirve para seducir mi credulidad. Supondré que, cuando pienso que 5+5=10, es una certeza me equivoco y acaso el genio se divierte engañándome.
Se ve Descartes como llevado hacia aguas profundas y ante una situación terrible: no puede hacer pie en el fondo, pues, al parecer no hay fondo; y no puede tampoco nadar para mantenerse a flote. Ahora bien ¿acaso Arquímedes no pedía un punto fijo y seguro para poder mover la tierra? Podría alentar esperanzas si hallara algo cierto e indubitable.
Y bien, cuando la duda crece hasta la exageración y se hace hiperbólica, surge una verdad: puesto que dudo de todo, no puedo dudar de que dudo y “hallo que no dejo de estar cierto de que soy alguna cosa”. Dudar es pensar. De aquí la fórmula “Pienso, luego existo” o en latín Cogito, ergo sum, pues cogito significa pensar. Pero, ¿y si el genio me engaña? Si me engaña, soy, si me engaña existo; porque si yo fuera una nada, el genio no podría ni engañarme.
El cogito cartesiano, el punto de apoyo indubitable que él buscaba, es el acta de nacimiento de la filosofía moderna. Si bien escribe “Yo soy una substancia pensante” y rechaza expresamente usar el vocablo “sujeto”, se ha vuelto clásico -no sólo en filosofía- hablar del sujeto cartesiano y no iremos contra la tradición.
Ortega y Gasset, explicando en un curso a Descartes, anota: el pensamiento es la única cosa del universo cuya existencia no se puede negar, porque negar es pensar. Las cosas en las cuales pienso podrán no existir en el universo, pero que las pienso es indubitable; cuando digo que algo es dudoso quiere decir que a mí me parece dudoso y todo el universo podrá parecerme a mí dudoso, pero hay algo que no es dudoso y es el parecerme a mí.
Esto implica la primacía de la mente, de la conciencia, del yo; la subjetividad es el dato primario del universo. El magnífico descubrimiento cartesiano, agrega Ortega, divide la historia de la filosofía en dos mitades: los antiguos y medievales quedan del lado de allá y la modernidad queda íntegra del lado de acá. ( ¿Qué es Filosofía?, Lección VII).
El cogito, pues:
· Es conocimiento claro y distinto, o sea evidente.
· Es intuición racional, esto es, el conocimiento de una verdad alcanzado por la mente o razón o intelecto, de modo inmediato y directo.
· No es producto de la inferencia o razonamiento. El razonamiento (p. ejemplo, el silogismo) requiere pasos, es mediato e indirecto.
· Es un dato radical, primer principio o fundamento, no en sentido cronológico sino en sentido ontológico.
Y bien, Monsieur Montaigne, viene a decir el filósofo amigo de la estufa, tengo la respuesta a su pregunta “¿qué sé yo?”. Sé que soy una cosa que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, y también imagina y siente. Ningún escepticismo podrá arrebatarme esta verdad.
Y sé algo más. Sé que el cogito se me ha presentado en forma clara y distinta. ¿Me aprobaría usted, Montaigne, si yo acepto en mis juicios solamente lo que se presente en forma clara y distinta y es ésta la primera regla de mi método?
Y dejamos a Descartes hasta la próxima nota, evocando la reciente reflexión de Slavoj Zizek: “Un espectro ronda la academia occidental…el espectro del sujeto cartesiano. Todos los poderes académicos han entrado en una santa alianza para exorcizarlo”.
Bases filosóficas de la modernidad III
La existencia de Dios
En Bases filosóficas de la modernidad (III), Coriliano Fernandez dilucida la tercer meditación cartesiana y el lugar que tiene Dios para el padre de la filosofía moderna. Sabemos que se trata de un Dios en cierto sentido inédito ya que no profiere mensajes ni se expresa en las cosas que ha creado sino que silencia los espacios porque no los hace hablar enmudeciendo el infinito al identificarse a su ley, Dios en suma matemático que lleva el estigma de su siglo.El autor desarrolla con claridad de qué manera ,el cógito parte de una posición atea, para postular finalmente la existencia de un Dios, que al garantizar que no exista un demonio engañador en la naturaleza, brinda la posibilidad de un uso inédito de la razón.
En 1641 Descartes publica, en latín, Meditaciones Metafísicas. La traducción francesa es de 1647. Son seis meditaciones y la tercera lleva un título breve, pero decisivo, “De Dios, que existe”. El filósofo que, según vimos en la nota anterior , ha vencido al escepticismo con el cogito (pienso, luego existo), intenta ahora la hazaña suprema: probar racionalmente la existencia de Dios.
Sin embargo, siendo el cogito algo indubitable, ¿no es redundante la busca de Dios? En “Preámbulos”, notas sueltas redactados por Descartes y publicadas en forma póstuma, se lee: “Como los comediantes llamados a escena se ponen una máscara para que no se vea el pudor en su rostro, así yo, a punto de subir al teatro del mundo en el que hasta ahora sólo he sido espectador, me adelanto enmascarado”.
Si con esto vendría a decirnos Descartes su propósito de abordar la existencia de Dios para no irritar a los poderes religiosos de la época, tal hipótesis, en seguida veremos, está refutada. Otra cosa es que el enmascarado sea, en todas las peripecias de su vida, un filósofo prudente. Como señala José Ferrater Mora, la máscara que cada uno usamos es a la vez una parte esencial de nuestro rostro.
Y vamos al asunto. Lejos de ser superflua, la búsqueda de Dios es necesaria, porque el cogito me entrega la evidencia de que yo existo, puesto que pienso, pero nada me dice sobre si existen los entes en los cuales pienso, ni si son como yo los pienso.
Yo existo, ¿Existen esos seres que creo ver y escuchar? Lo dijo el poeta inglés Alfred Tennyson (1809 -1892): nunca sabrás si soy yo que hablo contigo o si eres tú mismo que hablas contigo y te escuchas, creyendo escucharme.
Por lo tanto, el cogito requiere a su vez ser fundamentado. Puesto que pienso, puedo pensar sobre mis pensamientos y encuentro que tengo ideas: la idea de verde, la idea de seres que me hablan, las ideas de pájaro, de rosal, de centauro… y las ideas de la geometría (Descartes es el creador de la geometría analítica).
¿Quizás estas ideas provienen de mi mente, como la de centauro, esto es, han sido todas producidas por mí mismo e igual le cabe a ideas como las de sustancia o duración?Pero sucede que también hallo en mí la idea de Dios, entendida como una sustancia infinita, eterna, inmutable y todopoderosa; en una palabra, un ser perfecto.
Por cierto, soy una sustancia y por esto tengo la idea de sustancia, pero no por esto tendría la idea de un ser infinito puesto que soy un ser finito ¿Cómo conozco mi finitud? Porque dudo, porque no llego a la verdad, porque me brotan deseos de tener tal o cual virtud, y ello implica no tenerla; en suma, por todas partes surgen mi finitud y mi imperfección.
Ahora bien, todo lo que hay tiene una causa, esto le cabe también a las ideas y es manifiesto por la luz de la razón que debe haber por lo menos tanta realidad en la causa como la hay en el efecto. Una mujer, por ejemplo, que es un ser mortal, puede engendrar un hijo que viva más años que ella, pero no podría, en el orden natural, tener un hijo inmortal.
Por lo tanto, un ser finito e imperfecto ¿puede ser causa de un ser infinito y perfecto? No. Cabe objetar que todas esas virtudes o propiedades de Dios están potencialmente en mí, es el caso del conocimiento, que crece cada día y podría entonces el conocimiento crecer hasta lo infinito.
La objeción es falaz, dice Descartes, porque la capacidad de crecer en, por ejemplo, virtudes, es potencial y Dios esas propiedades las tiene ya, o sea en acto. Potencia y acto, como se sabe, son célebres términos aristotélicos. En suma: la idea de un ser perfecto e infinito solo puede ser causada por un ser perfecto e infinito. Por lo tanto, Dios existe y ha puesto en mí la idea de Dios.
Pero hay otra prueba, que se convirtió en más célebre e hizo y hace correr ríos de palabras en quienes se ocupan de estos temas; está en la quinta meditación del libro antes citado y en otros pasaje de sus obras.
La idea de Dios, acabamos de ver, es la idea de un ser soberanamente perfecto. A un ser perfecto nada puede faltarle, pues si algo le faltara, no sería perfecto. Y un ser perfecto tiene todas las propiedades: sabiduría, bondad, etc.
En consecuencia, ese ser existe, pues si fuera inexistente esto sería una imperfección. Si argumento que se trata de un ser perfecto y niego su existencia, entonces cometo una contradicción, afirmo P y afirmo no P, y esto invalida mi argumento.
Objeción: tengo la idea de una isla donde crecen árboles que hablan y sin embargo tal isla no existe. Réplica cartesiana: la idea de Dios es innata y es una idea “privilegiada”, es una idea a partir de cuya comprensión se deduce que existe lo denotado por la idea. Soy libre de imaginar caballos con alas o sin alas, pero no soy libre de pensar que Dios no existe, la razón me obliga a aceptar su existencia, como me obliga a aceptar que un triángulo tiene tres lados.
A esta prueba Kant, en el siglo XVIII, la llamará “el argumento ontológico”.
En el punto de partida de Descartes -dudar de todo- no está presente Dios y Walter Schulz ha podido decir que el inicio cartesiano es “a-teo”, o sea, sin Dios. Dios aparece en el punto de llegada.
De todo lo anterior se siguen dos consecuencias:
l) Al ser Dios perfectamente bueno, no podría engañarme y cae así la hipótesis del “genio maligno”. Dios es la garantía de la veracidad de mis conocimientos, pero no es responsable de mis errores, éstos se deben a mi entendimiento y mi voluntad.
2) Dios es la clave de bóveda del cartesianismo y en general del racionalismo del siglo XVII. Baruch de Spinoza (1632-1677) y Gottfried Leibniz (1646-1716) aceptan, con algunos ajustes, la prueba ontológica.
Por ejemplo, Spinoza introduce la noción de “causa de sí” y su Etica comienza con esta definición: entiendo por causa de sí aquello cuya esencia implica la existencia, o sea, aquello cuya naturaleza no puede concebirse sino como existente.
Descartes, lo dijimos al pasar, sostiene la existencia de ideas innatas, ideas no provenientes de la experiencia sensorial y son una especie de patrimonio originario de la razón humana. No solo la idea de Dios es innata, sino también la de algunos axiomas, como el Principio de no-contradicción: Es imposible que un ente sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido.
Va de suyo que no todas las ideas son innatas, sino algunas, pero esas algunas juegan un rol fundamental, en la matemática por ejemplo. Dicho sea de paso, un estudio reciente de investigadores franceses y estadounidenses en la Amazonia brasileña sostiene que la geometría es innata en los seres humanos, sea cual fuere su lengua o su formación.
No pretendo convalidar el innatismo, hay por cierto defensores y críticos, sino mostrar cómo aserciones de grandes filósofos (si se quiere, hipótesis) son dignas de ser tenidas en cuenta en nuestros días.
En 1649 la reina Cristina de Suecia invita a Descartes a viajar a Estocolmo. El frío glacial y los arbitrarios horarios de la Reina para tomar sus lecciones deterioran la salud del filósofo, que muere de neumonía en 1650, a los cincuenta y cuatro años.
El siglo XVII ha sido llamado el Siglo de Oro de la metafísica moderna, y también la Edad Cartesiana, pues con Descartes nacen la filosofía moderna y la confianza en la “luz natural”, esto es, la confianza en la razón. Pero ¿no han razonado siempre los filósofos? ¿acaso no razonan Platón, Aristóteles, Avicena, Maimónides y Santo Tomás de Aquino, para citar algunos pensadores anteriores a Descartes?
Sí, pero en el sistema cartesiano, dice el ya citado Ferrater Mora, hay algo más, hay un nuevo sentido de la noción de “razón” y es el uso que de la razón se hace; mejor todavía, la concepción que se tiene de tal uso.
¿Cuál es?, preguntará el lector. Y el “filósofo enmascarado” responde: la razón y solo la razón es el tribunal supremo.
En el año en que moría Descartes, un joven británico llamado John Locke ganaba por concurso una beca para estudiar en la Christ Church de Oxford, una de la instituciones más prestigiosas de la época. Andando el tiempo, ya hombre maduro, lanzará un agudo ataque al cartesianismo, especialmente al innatismo.
Pero de esto hablaremos otro día.