TOREROS

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Manuel Vicent
Periodista español

Premio Nacional de Literatura (España) 

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Una crueldad de siglos

En España, una disposición ministerial adjudicó medallas al “arte del toreo”. El escritor Manuel Vicent polemiza con esa distinción, pues considera a la lidia un “simple oficio y por demás cruel”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El arte consiste en representar plásticamente en un cuadro, como lo hizo Goya, ese momento en que el toro entra al caballo y el picador escarba con la puya en el morrillo para inferirle una herida cuya sangre le llegará a la pezuña. El arte consiste en pintar esa brutalidad, pero no en realizarla. Para ejecutar ese acto en vivo sólo hay que tener fuerza y destreza.


El arte consiste en llevar al lienzo de forma magistral ese momento en que un paisano le mete la faca en la tripa al caballo de un mameluco un 2 de mayo o captar al día siguiente esa fracción de segundo en que un rebelde abre los brazos ante la descarga de plomo en los desmontes de la Moncloa al ser fusilado por los franceses. Aunque ese paisano, llevado por la cólera, clavara con habilidad la faca hasta el puño y el pelotón abriera fuego a su cabeza con absoluta exactitud, no por eso los llamaremos artistas. Hay mucha gente que hace las cosas bien. Freír buñuelos ¿es un arte o un oficio? Llamar arte a la destreza de pasarse a un toro por la tripa manipulando una tela es un despropósito, por mucho que los aficionados valoren esos lances, y al despropósito se añade la degradación e incluso la ignominia si el ministerio de Cultura equipara ese oficio a la labor de los poetas, pintores, músicos, bailarines o actores insignes, premiando cada año con una medalla similar al torero de turno. Recientemente ha habido un pique entre matadores. Dos de ellos, que se creen ese cuento, han devuelto la medalla al ministro de Cultura, al sentirse agraviados en su arte porque también le ha sido concedido a un colega mediocre cuya fama se debe sólo a la prensa del corazón. A lo largo de la historia la cultura en España ha sufrido una continua humillación a través de la incuria popular, la falta de medios y el desinterés de los políticos, pero ninguna caída es comparable al hecho de que el ministerio haya elevado oficialmente a la categoría de arte la tortura de un animal, que se ofrece al público como espectáculo. No son estos toreros celosos, sino los pintores, músicos, actores y poetas premiados quienes deberían remitir a la ministra de Cultura la medalla ahora degradada al tener que compartirla con el oficio de sacrificar toros diestramente a navajazos.

 

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