INVENTARIO GENERAL DE INSULTOS

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
Pancracio Celdrán

Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid

Licenciadoen Lengua y Literatura Hispánica 

© Pancracio Celdrán

© Ediciones del Prado, de la presente edición, noviembre 1995

I.S.B.N.: 84-7838-730-7

D.L.: M-39543-1995

IMPRIMIR 

G

Gabacho.

Despectivo por "francés". En relación con el gentilicio, es voz de uso   anterior a la francesada napoleónica. Cervantes la emplea así: "...dicen que somos como los jubones de los gabachos (...), rotos,   grasientos y llenos de doblones". Se dijo también de quien había contraido la sífilis, morbo gálico (mal francés). Quevedo, en la Segunda parte de Marica en el hospital, escribe: 

Sobre quién las pegó a quién,

ahí de podridos andan;

él, con humores, gabacho;

y ella Lázaro con llagas. 

Covarrubias (1611) dice de los gabachos, en su Tesoro: "...muchos destos se vienen a España y se ocupan en servicios baxos y viles, y se afrentan cuando los llaman gavachos (...), y vuelven a su tierra con muchos dineros y para ellos son buenas Indias los reynos de España".

El dramaturgo Agustín Moreto, como si adivinara lo que sucedería un siglo después, ridiculiza a quien imita servilmente lo ultrapirenaico: 

Entra, gabacho.- ¿Quién es?

-Juan Fransué, siñora, soy... 

Cuando mayor capacidad ofensiva cobró el término fue en el siglo XVIII, por dos razones: la influencia inmensa que ejerció lo francés sobre lo nacional autóctono, con el cambio de dinastía; y por las invasiones napoleónicas de la Península por la horda francesa. Nicolás Fernández de Moratín, afrancesado él mismo, escribe: 

...para hablar en gabacho

un fidalgo en Portugal,

llega a viejo y lo habla mal,

y aquí lo parla un muchacho. 

Su etimología, es despectiva en origen: el occitánico gavach = grosero, rústico. En castellano tomó tintes ridículos, equiparándose gabacho y papanatas. A principios del siglo XIX se politizó. Pasada la algarada napoleónica todo quedó en un recuerdo de tiempos miserables, y el término se tornó más despectivo que peligroso, llegando a perderse su connotación francesa. Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz da esta voz, equivocadamente, como propia de su tierra y aporta, con el significado de "persona de ademanes toscos, rústicos y groseros" el ejemplo de esta copla: 

En el andar conozco

que eres del campo,

en los zapatorrones

y en lo gabacho. 

Gafe, gafo.

Cenizo; persona que atrae sobre los demás mala suerte y adversa fortuna. El término procede de la voz árabe qáfa, que alude a la mano del leproso, con sus dedos doblados y contraídos. Utiliza el término en el siglo XIII el anónimo autor del Libre dels Tres Reys d'Orient, con el significado de leproso: 

Vn fijuelo que hauía,

que parí el otro día

afelo allí don jaz gafo

por mi pecado despugado. 

Fue voz muy ofensiva en la Edad Media, en parte porque en el siglo XI se comenzó a confinar a estos enfermos en lazaretos, siendo el primero de ellos creación del Cid, en la ciudad de Palencia, hacia 1067. Los leprosos, que anunciaban mediante esquila o campanilla su presencia, tenían prohibido frecuentar los caminos reales, entrar en poblado o pedir limosna, ya que se pensaba que sus voces emponzoñaban el aire. Alfonso X, en las Siete Partidas (mediados del siglo XIII), equipara este insulto a los de "cornudo, traidor o hereje". El mismo rey ordenó se crease en Sevilla una casa "donde fuesen recogidos los gafos, plagados y malatos". La simple visión de uno de estos enfermos se decía traer mala suerte, y para contravenirla se cruzaban los dedos índice y corazón, formando con ambas manos una cruz de San Andrés, contra el gafe o contagio de la gafedad. El leproso gafaba; respirar el aire por donde había pasado traía malas consecuencias. Pasado el momento crucial, y habiendo cedido el número de casos de lepra, subsistió sin embargo el recuerdo de su horror. La voz "gafo, gafe" siguió empleándose, aunque desvirtuándose, y colándose en el ámbito de su antiguo uso, supersticiones y prácticas mezcladas con viejas nociones y rituales de brujería utilizadas para contravenir el aojamiento. Así, del enfermo de lepra, o gafo, se pasó al concepto del cenizo, echándose mano de la jettatura (entrecruzamiento de dedos índice y corazón de ambas manos, como hemos visto), en imitación del aspecto que ofrecían las manos del leproso, encorvadas, encogidas, y en forma de gancho, con el propósito de conjurar el mal. Eso es lo que en última instancia significa el término gafo o gafe: "gancho, encorvadura". 

Gagá.

Persona cuyas opiniones e ideas se han quedado muy anticuadas y huelen a rancio y a cosa pasada. Con esa acepción de carroza o carrozón, puede haberse dicho del francés gagá = viejo chocho. En cuanto a su etimología última, es onomatopéyica, imitando la voz de la persona anciana que arrastra las consonantes guturales o velares. Se da en castellano medieval, con valor adjetivo: "gago", persona tartamuda y titubeante (de "gaguear": tartamudear). Como tal, es vocablo empleado como apodo en documentos del primer tercio del siglo XIII. El autor de Diálogo entre el amor y un viejo, Rodrigo de Cota, en el siglo XV, utiliza así el término: 

¡Quién te viese entremetido

en cosas dulces de amores,

y venirte los dolores

y atrauessarte el gemido!

¡O quién te oyese cantar:

"Señora de alta guisa…”

temblar y gagadear;

los gallillos engrifar

tu dama muerta de risa!... 

Es voz dicha con ánimo ofensivo del viejo verde que, ignorante de su deterioro físico, se aferra al recuerdo de una juventud tiempo atrás ida. 

Galfarro, galfarrón.

Sujeto ocioso, que rehuye toda ocasión de trabajo; ratero, ladronzuelo. Se utiliza en sentido figurado, teniendo en cuenta la primera acepción del término: gavilán, ave de rapiña. El autor de La Pícara Justina, Francisco López de Ubeda, (1605) lo coloca en la siguiente lista de indeseables: "Entre los estudiantes, galfarros, barberos, mesoneros, bigornios, pisaverdes, mostré mi entorno, sin poder alguno medir conmigo lanzas iguales".

En cuanto a su etimología, deriva del verbo garfiñar = hurtar; de uso ya a finales del siglo XVI, derivación parecida a la que aduce Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611): "Son unos vellacones perdidos, medio rufianes; y dixéronse assí, quasi gafarros, porque gafan y agarran de lo que pueden". 

Gallina.

Individuo cobarde, pusilánime, muy apocado y tímido, que se asusta con facilidad, y abandona al menor peligro. Antaño fue insulto serio, de los que requerían satisfacciones, e incluso duelo..., aunque fuera la familia del gallina quien lo pidiera. En el siglo XVII, el humanista extremeño Gonzalo Correas incluye en su Vocabulario de refranes la siguiente expresión arrefranada: "Encogerse como gallina en corral ajeno", queriendo significar la timidez y naturaleza cobarde de quien carece de presencia de ánimo, valor y bizarría. Hartzenbusch, mediado el siglo XIX, ve así al personajillo: 

Hay gentes muy peregrinas

que tienen vueltas bellacas:

En un concejo, ¡qué urracas!;

en un lance, ¡qué gallinas!. 

Es uso figurado, por tenerse desde antiguo a este animal como uno de los más cobardes, asustadizos y medrosos. 

Gamberro.

Individuo incivil y grosero que se divierte haciendo daño y causando destrozos en público; libertino que se entrega al desenfreno; tipo urbano asalvajado y violento, que hace gala de no avenirse con el orden establecido, enorgulleciéndose de su actitud de osadía y desacato. Es voz de origen incierto que la Academia introdujo en su diccionario en 1899, aunque con el significado único de "mujer pública", de uso en Andalucía. El semantismo, o peripecia significativa del término "gamberro", ha experimentado diversos cambios en la breve vida del vocablo. En su Vocabulario Andaluz, Alcalá Venceslada lo define así: "Persona de mala condición; vago, flojo: No te fíes de esa mujer, que es muy gamberra (...), que no da golpe en el trabajo".

Desde principios de siglo es palabra generalizada en España; en Galicia, “ir de gamberría" es tanto como irse de juerga; en portugués, "gambérria" es tumulto, desorden, motín; y en valenciano, "gamberro" era término usual para aplicar a gente díscola y traviesa hace casi un siglo. Estos hechos lingüísticos hacen innecesario el inglés gang = pandilla, banda de gangster que algunos han apuntado para explicar la etimología de este término. Parece que el periodista donostiarra A. Gorrochategui utilizó el término por primera vez en un medio de comunicación, dándole ya el sentido actual, con motivo de una campaña anti-vandálica que La Hoja del Lunes de San Sebastián llevó a cabo en 1930. 

Ganapán.

En lenguaje figurado, hombre rudo y tosco, de modales zafios. El ganapán fue antaño lo que hoy el peón de estación, o mozo de cuerda, que se ganaba la vida llevando cargas, o haciendo lo que se le mandare. Bruto, pero no de mal fondo. Más que insulto era falta de consideración recordarle a alguien su baja condición social. No solían recibir otra paga que lo que se comían. Los ganapanes solían llamarse "los de la palanca", ya que con ella entre dos podían llevar grandes pesos. Solía ser mozo de muchos amos, como algunos pícaros, y como siempre estaban cansados aprovechaban cualquier momento para dormitar. En el teatro sale a menudo mal parado, recibiendo algún golpe mientras el criado listo se escabulle. Francisco de Rojas Zorrilla, ofrece la siguiente escena: 

-¿Qué es esto?, aqueste tacaño,

descarado ganapán,

no ha de estar una hora en casa;

aún he de pegarle más. 

Covarrubias, que tenía buena opinión de ellos, escribe de la manera pintoresca que suele: 

No cura de honra, y assí de ninguna cosa se afrenta; no se le da nada andar mal vestido y roto; (...) vive en un sótano, y a vezes duerme en la plaça sobre una mesa, y con esto no le sacan prendas por el tercio de la casa. Si está malo, le curan en el hospital, come en el bodegón el mejor bocado, y beve en la taberna donde se vende el mejor vino, y con esto passa la vida contento y alegre". 

Gandul.

Holgazán, haragán, que rehuye el trabajo. Vago y ocioso, que por andar siempre desocupado sólo piensa en torpezas. Es voz que ha experimentado un notable cambio semántico. Antaño significó "moro o indio joven y belicoso". En su primera acepción, en el siglo XV, tenía que ver con su etimología árabe, gandur: muchacho de clase trabajadora que a pesar de sus escasos recursos y origen villano pretendía pasar por elegante, procurando agradar a las mujeres; individuo que vivía sin trabajar, y a la menor provocación tomaba las armas. Con los significados descritos cayó en desuso, tanto que no se cita en el Diccionario de Autoridades. El DRAE lo registró mediado el siglo pasado, con la acepción actual de "vago, tunante y holgazán": 

En tanto que halaga la fortuna

a un gandul sinvergüenza, torpe, idiota,

gime el talento, y el honor ayuna. 

En el sentido de vagabundo y truhán el término es de etimología árabe: gandur = ocioso, voz que aparece a mediados del siglo XV en las Coplas del Comendador Román, con el significado adicional de "moro joven y belicoso, galanteador de mujeres y dado a la vida holgazana". El DRAE incorpora el término en la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya era voz corriente entre los hablantes de estratos sociales populares, y en el ámbito de la familia. Hartzenbusch da al término este empleo: 

Acude un menestral a una oficina del gobierno para que le despachen un asunto: le cuesta dos o tres viajes la diligencia, y ya le basta esto para decir que todo empleado es un gandul. 

Hoy es voz desusada, aunque sigue muy viva en Andalucía y el reino de Murcia y sus zonas de influencia lingüística. 

Gandumbas.

Haragán, dejado, apático; vago y holgazán que ha hecho de la inactividad una meta vital. Es voz derivada del portugués antiguo gandum, con el valor de gandul, y las agravantes de idiota o cretino. Tiene también, por asociación o ampliación del sentido, el significado de "huevazos, cojonazos" en cuyo caso es equivalente a individuo que "los" tiene cuadrados, desmesuradamente grandes a fuerza de no hacer nada. Rodríguez Moñino, en su Diccionario geográfico popular de Extremadura, registra un caso de uso de la voz gandumbas en el sentido que decimos: 

Por la sierra de Pela

viene un mosquito:

le llegan las gandumbas

a Don Benito. 

Es término afín a "gandul", de su misma etimología. Se utiliza en Murcia y parte del antiguo reino de Valencia con el significado de idiota haragán, dejado y apático, capaz de dejar pasar muchas horas sin moverse de donde está tumbado. En su forma femenina se aplica en Valencia a las rameras callejeras apostadas en las esquinas, o busconas por plazas y mercados. 

Ganforro.

Bribón, pícaro que hace pequeñas raterías; persona de nula consideración social, que vive a salto de mata, a menudo amancebado con ramera, uso que todavía tiene en algunos puntos de Extremadura. En cuanto a su etimología, es voz variante del término "galfarro, galfarrón". En última instancia, deriva de la voz "garfiñar", término que, teniendo como base la voz "garra", es de formación agermanada, según aduce Juan Hidalgo en su Vocabulario de germanía (1609). 

Gansarón.

Individuo alto y desairado, torpón y desgarbado, muy flaco y desvaído. Llámanse así por la torpeza en el andar y lo insufrible del graznido de estas ánades gigantes, a las que parecen imitar en el movimiento y en el mostrarse erguidos con aire desorientado, inocente y estólido.

  También se dijo "ansarón", aumentativo de ansar: ganso. El término lo utiliza así Antón de Montoro, a mediados del siglo XV, entre un aluvión de insultos de toda índole: 

Vos hinchado con pajuelas,

gordo ratón de molino,

ansarón

criado a leche y berçuelas

con el entero del vino vinagrón,

melcochero passa frío,

vil escopido marrano

muy anín... 

Ganso.

Se dice de la persona rústica y malcriada, torpe e incapaz, perezosa y lenta. Hemos escuchado en alguna zarzuela, los siguientes versos: 

Don Cenón es un mastuerzo;

el muchacho, un Barrabás;

Mauricio, vicioso y ganso...,

y el señor...: Vd. dirá. 

En cuanto a la expresión "hacer el ganso" debemos decir que la entrada del ganso en el apartado de animales cabezas de lista de la sandez es ajena a la naturaleza de estas aves, teniendo sólo algo que ver con su comportamiento social de carácter gregario. Asimismo, los que hablan por boca de ganso no son tontos del todo, sino tontos a la fuerza, ya que carecen de libertad de expresarse como de verdad son. Así, decimos de alguien que habla por boca de ganso, es decir, que no manifiesta autonomía de pensamiento ni dice lo que él piensa, cuando expresa opinión ajena como propia. Y al parecer se dijo porque los gansos, cuando empieza a cantar uno, cantan seguidamente todos. Amén de esto, en el siglo XVI se llamaba "ganso" a los ayos a cuyo cuidado quedaban los niños de clase social elevada. Cuando el ayo los sacaba a la calle camino de la escuela o el pupilaje, todos iban delante de él, como hace el ganso con las crias, no permitiéndoseles a los niños contestación otra, a cualquier pregunta, que la previamente expresada por el ayo. Hablaban, pues, por boca de su ayo, esto es: del ganso, que es como se le denominaba también a este personaje. (Para su etimología, véase el final de la voz "trasto"). 

Gañán.

Mozo de labranza, hombre tosco y primitivo, que no sólo carece de modales, sino que éstos le importan poco. Ese es el sentido actual del término, sin embargo, en los siglos XVI y XVII no era voz insultante, sino meramente descriptiva de la condición social de labrador, jornalero del campo, persona que se gana la vida con las manos. Covarrubias (1611), que partía de una etimología equivocada, dice en su Tesoro de la Lengua: 

Los gañanes de ordinario son muy grosseros y grandes comedores de rústicos mantenimientos; y por esso al que come cosas groseras y con excesso y poca policía dezimos que come como un gañán. 

El matiz peyorativo fue ganando en negatividad a lo largo del siglo XIX. En el teatro se le ve como individuo que sólo se complace con los asuntos zafios, y por doquier se le considera un simple ganapán desprovisto de valor cultural o social alguno. De Hartzenbusch es la siguiente estrofa: 

Los de ilustre jerarquía

y los míseros gañanes,

todos viven entre afanes,

recelando cada día... 

Hoy es voz intercambiable con "patán, palurdo, ganapán", entre otros términos que tienen en el aspecto rudo y la cortedad de entendimiento las bases de su significación. 

Garbanzo negro.

Serlo equivale a hacerse notar de manera negativa. Se dice del individuo que dentro de una familia reputada, digna de respeto, y de trayectoria social relevante, destaca por su ruin conducta, siendo una mancha negra en un paño blanco; también se dijo "garbanzo de mella", por ser menoscabo y achaque para la familia a la que pertenece. A lo antes dicho se une la fama del garbanzo negro, que según el segoviano Andrés Laguna, médico del emperador Carlos V y del papa Julio II, (primera mitad del siglo XVI), es legumbre "venérea", que despierta en el hombre lujuria y concupiscencia, haciendo que hierva la sangre en sus venas, y así, caliente, cometa tropelías y torpezas. En ese caso garbanzo negro es término de comparación negativa: ser alguien como el garbanzo negro, que saca al hombre de sí y le predispone a la lascivia. Por otra parte, el origen de la expresión pudo tener que ver con el valor simbólico de los colores: el blanco fue considerado siempre signo de felicidad y bienandanza; el negro, de desprecio y desgracia. (Véase también ser alguien la "oveja negra"). 

Garduño.

Ratero que con habilidad, maña y disimulo grande logra hurtar las más escondidas bolsas y carteras; en medios rufianescos: puta que a su vez roba con arte a sus clientes. Covarrubias, en su Tesoro (1611), da esta ingenua etimología al vocablo: 

Al ladrón ratero, sutil de manos, llamamos garduña, porque echa la garra y la uña; de do pudo tener también origen este nombre. 

Es término muy del gusto de la novela picaresca; López de Ubeda lo usa en 1605, en La picara Justina, pero se encuentra documentado casi un siglo antes. Es voz utilizada en medios arrufianados y hampescos, en mentideros donde se ejercía la prostitución y el robo, o se fabricaba calumnias; en la novela picaresca La garduña de Sevilla, de Castillo Solórzano, (primera mitad del siglo XVII) se alude a ese mundillo de los bajos fondos; también en catalán, coetáneamente, la garduña era el patio de la cárcel, o la cárcel misma. El entremesista madrileño Luis Quiñones de Benavente, del siglo XVII, emplea con el sentido de "rapiñar" el verbo "garduñar". Hoy es palabra en desuso, porque para describir y nombrar el mundo de la delincuencia y la miseria moral cada época crea su propio vocabulario. 

Gárrulo.

Parlanchín, persona charlatana, que habla por hablar y sin decir cosa de substancia. Es voz usada en su origen, (principios del siglo XVI) en contextos agermanados. En los romances de Rodrigo de Reinosa aparece como voz propia del lenguaje rufianesco y asocarrado. En esos medios marginales, la voz garlo equivalía a "parlotear", de donde procede el adjetivo ofensivo "garlón". Del término del latín tardío garrulare se dijo "gárrulo", palabra expresiva y vivaz que significaba hablador incontinente, que habla por los codos, sin arte ni concierto, para al final no decir nada más que tonterías. Leandro Fernández de Moratín utiliza así el término, algunos siglos más tarde: "El sobresaliente mérito del drama bastaría a imponer taciturnidad y admiración a la turba más gárrula, más desenfrenada e insipiente".

Por su parte, de Mariano José de Larra es la siguiente exclamación de desaliento y desesperanza:

"¡Vuelta con los adelantos, y torna con los descubrimientos. ¡Oh siglo gárrulo y lenguaraz...!". 

Su uso actual sigue siendo el de sujeto que habla sin substancia en lo que dice. También se predica vulgarmente del lugareño palurdo y zafio. Con este significado se emplea también garrulo, sin acento esdrújulo.

  Sorprende encontrar esta voz en el himno de Almería, cuya letra, debida a un poeta local, califica con ella a los habitantes de aquella hermosa ciudad, aunque teniendo in mente otra acepción del término, relacionada con ciértas aves canoras. 

Gaznápiro.

A quien se queda embobado mirando con la boca abierta, al cándido y simplón llamamos "gaznápiro". Se trata de una variante del bobalicón, mezcla de palurdo y torpón o manazas. Hartzenbusch pone en boca de una de sus criaturas dramáticas, la siguiente expresión para implorar un castigo que merece: "No tenga usted misericordia de mí. He sido un gaznápiro". Es de uso relativamente reciente, ya que se documenta por primera vez a mediados del siglo pasado. Su origen es incierto; la Real Academia sugería, en 1884, que podía provenir del término "gaznar, graznar", pero no parece explicación suficiente, pues deja sin comentario las sílabas finales "-piro". J. Corominas, (Diccionario Crítico), dice ser voz de origen incierto, aunque se aventura a dar como etimología del término una mezcla de palabras neerlandesas como gesnap y snapper, con el valor semántico de "parloteo, charlatán". Pero de ser eso así el término no se documentaría de la manera tardía que lo hace: primera mitad del siglo XIX. Más razonable parecería hacer derivar el término de la voz catalana ganàpia = grandullón, especie de gansarón, muchacho crecido pero aniñado. 

Gilí.

En lenguaje de germanía, o jerga de rufianes, decir gilí equivalía a tachar a alguien de tonto, memo. Parece que procede de una variante del lenguaje gitano español, jil = fresco, reciente, de donde en sentido figurado se dijo del ingenuo, novato o inocente, fácil presa para el timo o el engaño. Emplea el término Benito Pérez Galdós en su novela de ambiente madrileño Misericordia; antes lo había empleado Rodríguez Marín en sus Cantos populares andaluces, (1882). No obstante, la etimología apuntada como más verosimil, dado lo tardío de la aparición del término, debe notarse el vocablo árabe granadino gihil = bobo, modorro, como posible etimología del vocablo. 

Gilipollas.

  Quiere el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que derive de la voz árabe yahil, yihil o gihil = bobo, muy utilizada entre los hablantes de la España musulmana. El vocablo pasó al romance: "gilí" = sujeto ignorante y aturdido. Otra acepción del vocablo "gil" hace referencia al antropónimo "Gil", por entenderse ser éste una especie de antonomástico de "lelo, imbécil, infeliz". A este respecto escribe Covarrubias en su Tesoro, (1611): "Este nombre en lengua castellana es muy apropiado a los çagales y pastores..."

Corominas, en su Diccionario Crítico, deriva el término de la voz gilí = tonto, memo, de la palabra gitana jili = inocente, cándido. El erudito Rodríguez Marín, en sus Cantos populares andaluces, parece ser quien primero lo utilizó por escrito, 1882. Poco después lo recogería Pérez Galdós en su novela Misericordia, de ambiente madrileño suburbial. Nada dice del compuesto "gili-pollas". Camilo José Cela, en su valioso Diccionario del Erotismo, asegura que la segunda parte del término se refiere al pene. De este encuentro de vocablos resultaría una especie de "poya tonta", "picha loca", "tonto (de) la pija", "pichilelo". El término es de uso general en toda España para tildar a alguien de tonto integral, perdiéndose toda consideración y respeto a quien así se califica, ya que no sólo se le tacha de "tonto y bocazas", sino que ello se hace con escarnio, mediante una mezcla explosiva de términos: "gilí" (universo gitano) y "pollas" (zona menos noble de la anatomía), evocándose así un universo ínfimo, que enmarca al individuo en un campo semántico ingrato. El gilipollas no es un simple tonto, sino que participa además de la condición espiritual del bocazas, del incontinente verbal que todo lo airea sin guardar secreto ni recato en la divulgación de la noticia, comportamiento que ni siquiera busca el hacer daño. La personalidad del gilipollas es mercurial, cambiante, insegura, y a menudo gratuita. El gilipollas puede salir por peteneras en cualquier momento, y montar desaguisados importantes sin darse cuenta. No es malo porque no tiene coeficiente intelectual suficiente para serlo, pero es muy inoportuno y por ello peligroso, ya que puede echar cualquier cosa a perder llevado de su falta de juicio y de la ausencia en él de criterio para medir el alcance de las acciones y el discurso. 

Gilipuertas.

El gilipuertas no es menos gilipollas que el gilipollas mismo. Echamos mano de este vocablo cuando queremos quitar hierro al insulto, variando la segunda parte del compuesto, y así decimos "gili-puertas", con lo que restamos fiereza al conjunto. Sin embargo hay autores que consideran que de esta manera se agravan las cosas, ya que se desprecia al insultado, tildándole de algo insulso e indefinido, expresado en "puertas", término fonéticamente más cercano a "pollas", con lo que aunque se evita herir la sensibilidad de oyentes circunstanciales del insulto, ello se hace sin ánimo de atenuar el grado de imbecilidad del insultado. El escritor español nacido en Filipinas, Álvaro Retana y Ramírez, feliz autor de novelas eróticas y de letras y músicas de sonados cuplés, emplea así el término en su Historia de una vedette: "Es un gilipuertas, bisbiseó la ex tanguista, rememorando su vocabulario expresionista del cabaret Pelikán".

Son numerosas las formas léxicas que puede adoptar este vocablo: gilimierdas, gilibobo..., y así ad infinitum. 

Gitano.

Individuo perteneciente a esa raza y condición. Entre los árabes, la voz aramís (gitano) equivale a ladrón. Es término ofensivo con el que se zahiere a quien se pretende tachar de ladrón, traicionero, sucio y tramposo. A esta imagen suya contribuyó la fama a la que al parecer se hicieron acreedores en los primeros tiempos de su estancia en Europa. A España llegaron mediado el siglo XV precedidos de esa reputación negativa, ya que a principios del siglo XVI se conocía el libro de J. Aventino Annales boiorum (1515) que decía sobre ellos: 

...quienes llamamos zíngaros empezaron a vagar por nuestro tiempo (1489) por nuestros países buscando impunemente el sustento con hurtos, rapiñas y adivinaciones. Entre otros embustes dicen que son de Egipto y que están obligados por Dios a vivir desterrados; y fingen que con el destierro de siete años hacen penitencia por el pecado de sus antepasados que no quisieron hospedar a la Virgen María con su Hijo Santísimo. Por experiencia, he sabido que usan la lengua venedesa y que son traidores y exploradores. 

Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) escribe: 

Esta es una gente perdida y vagamunda, inquieta, engañadora, embustidora... venidos por acá admiten (en su compañía) otros vellacos advenedizos que se les pegan... fuera de ser ladrones manifiestos, que roban en el campo y en poblado, de algunos dellos se puede presumir que son espías y por sospecha de ser tales los mandó desterrar de toda Alemaña el emperador Carlos V... . Dezimos a alguno ser gran gitano quando en el comprar y vender tiene mucha industria. Son grandes trueca buiras, y en su poder parecen las bestias unas cebras, y en llevándolas el que las compra son más lerdas que tortugas. 

En cuanto a su etimología, parece ser aféresis de "egiptano", nombre que se les dio por creerse que este pueblo (oriundo de la India), había venido a Europa procedente de Egipto. Los autores de los siglos de oro -en particular Miguel de Cervantes-, ofrecieron una estampa acre y poco divertida del gitano, calando ya en este término un semantismo progresivamente despectivo y humillante, seguramente exagerado en su virulencia, y claramente injusto como todo estereotipo. 

Golfín.

Ladrón que iba con otros en cuadrilla; salteador de caminos; bribón y facineroso. Es voz de uso extendido en la Edad Media, documentada ya en el siglo XIII. En el Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, es sinónimo de estafador. Cree Ramón Menéndez Pidal que el término derivó, por metátesis, de folguín, voz que a su vez es derivada de folgare: holgar, vagar, de donde surge el calificativo holgazán, por ser el golfín una especie de pícaro, vago y tahur que no se ocupa de cosas decentes y de provecho. Sea o no atinada esta etimología, que Corominas cree desacertada, no es menos problemática la que el filólogo citado defiende: "golfín, nombre de un pez, variante de delfín". En el Libro del caballero Zifar, (primer cuarto del siglo XIV) se utiliza el término como sinónimo de malhechor, ladrón que comete sus fechorías en los caminos. 

Golfo, golferas.

Pilluelo y pícaro, vagabundo y maleante. Es voz muy empleada en Madrid, posible derivación retrógrada del término "golfín", aunque en nuestra opinión lo tardío de su aparición (finales siglo XIX) lo hace poco probable. Tiene el mismo valor semántico que "golfín", voz ésta que por tener morfología de diminutivo pudo haber provocado la construcción del correspondiente positivo "golf-o". En cuanto al "golferas", es de creación y uso popular. (Véase lo que decimos sobre el sufijo "-ras" en "rareras"). 

Goliardo.

Persona de vida desordenada y poco clara; individuo vicioso, de hábitos desarreglados y costumbres disolutas. En la Edad Media se dice del clérigo corrompido, jugador, bebedor y fornicario, que incumplía sus votos y vivía asilvestrado entre estudiantes, pícaros y vagabundos, amancebado con alguna barragana. 

Gomoso.

Pisaverde, petimetre, currutaco; lechuguino excesivamente baboso con las mujeres. Deriva de "goma", en su acepción de "laca, maque", de donde también se dijo "maqueado", por el peinado tratado con esa substancia que se empezó a utilizar en España durante la segunda mitad del siglo pasado, y del que abusaron los elegantes del momento. Su equivalente actual es el tipo engominado que se embadurna la cabeza con fijador. En la zarzuela del maestro Francisco Alonso, Las Leandras, se utiliza así el término, que no debía tener por entonces demasiada vida: 

Y el gomoso que la ve

va y le dice: Venga usté

a ponerme en la solapa

lo que quiera;

que la flor que usté me da,

con envidia la verá

todo el mundo por la calle

de Alcalá. 

Gorrino, gorrín.

(Véase "guarro" ). Son formas populares del cerdo, de creación onomatopéyica, a partir del gruñido de este animal. Se trata más que de cerdos adultos, de lechones. Gorrino es a guarro lo que cochinillo es a cochino. Como insulto, improperio u ofensa, es más ligero que el de "puerco" o "cerdo"..., pues mientras más grande y viejo el bicho, más sucia y despreciable la persona. 

Gorrón.

Persona que tiene por costumbre vivir o divertirse por cuenta ajena. Es calificativo de antiguo uso en castellano. Tiene que ver con la prenda del tocado a que se alude: la gorra. Gonzalo de Correas, en su Vocabulario de refranes, (primer cuarto del siglo XVII) asegura que lo de comer de gorra se dijo "cuando uno se mete con buenas palabras y la gorra en la mano al convite de otros, o cosas semejantes, sin ser convidado". Pero antes de que el maestro Correas escribiera esto, Mateo Alemán pone en boca del pícaro Guzmán de Alfarache la frase siguiente: "Ya querían empezar a merendar cuando burlando quise meterme de gorra". Y medio siglo más tarde, el también pícaro Estebanillo González, en la novela del mismo nombre, dice que comer de gorra es comer por cortesía, gracias a los muchos saludos o gorrazos, que prodiga el parásito. Tanto era así que existía un refrán donde gráfica y claramente se afirmaba: "Buena gorra y buena boca hacen más que buena bolsa". El gorrón es un tipo humano eterno y atemporal, ya que la aspiración íntima del hombre es vivir a costa de alguien. El gorrismo tiene vertiente intelectual o moral: los criados o escuderos de caballeros ricos que en los siglos de oro acudían a la universidad acompañando a sus amos, aprovechaban el ocio o el privilegio de sus amos para instruirse ellos; nos referimos a los capigorristas, así conocidos por llevar capa y gorra. El Diccionario de Autoridades, (primer cuarto del siglo XVIII) incluye el concepto en los siguientes términos: "Tomar parte en una comida sin ser invitado". Desde entonces el personaje ha variado poco en cuanto a sus metas, aunque si en cuanto a los medios. El gorrón de hoy es de más dificil detección, ya que anda enmascarado, parapetado detrás de un sueldo que le dan por desempeñar actividades supuestas, viviendo a costa del erario público. Elevado ha sido siempre el número de los gorrones, y rico en anécdotas. Voltaire, en el siglo XVIII, contaba cómo cierto caballero que visitaba su residencia de Ferney, le había tomado tanto gusto a su casa que no salía de ella, en lo que se parecía a Don Quijote, con una pequeña diferencia: mientras el hidalgo manchego tomaba las posadas por castillos, su amigo había tomado su casa o castillo por posada. En femenino, el Diccionario de Autoridades registra el término con el significado de ramera, mujer pública: "...mujer de baja suerte que sale a prostituir su cuerpo para ganar torpemente su vida." Juan de Zabaleta, en El dia de fiesta por la tarde, (mediados del siglo XVII) ve así al personaje: 

Sale luego una gorrona, adornada toda la cabeça de media vara de listón encarnado, hecho lazada en el pelo, sobre una entrada de la frente. En las orejas, unos arillos de oro tan sutiles que, aun siendo de oro no valen nada. Luego una gargantilla de corales (...) para preservación contra el mal de ojo. 

Granuja.

  Muchacho vagabundo; pillo. Al conjunto de truhanes y pícaros, a los componentes de la granujería, se llamaba también "granuja". Un entremesista, dirige estas palabras a los asistentes al corral de comedias para que no le pateen la obra: 

Carísimos mosqueteros,

granuja del auditorio,

defensa, ayuda, silencio,

y brindis a todo el mundo. 

Hoy se utiliza, más en el Levante que en Castilla, para calificar al golfillo o golferillas simpático y gracioso, a quien no le importaría siquiera prostituirse con tal de lograr lo que se propone. 

Grilla(d)o.

De la persona que dice tonterías se predica que tiene grillos en la cabeza, o que anda a caza de grillos, es decir: que pierde el tiempo en empresas quiméricas y carentes de sentido; sujeto de poco fundamento, insensato cuyas opiniones no son tenidas en cuenta. Se utiliza en contextos similares a los del calificativo "chala(d)o". Con este valor semántico no encontramos recogido el término en ningún diccionario, a pesar de que su uso está extendido, sobre todo en puntos diversos de la Corona de Aragón y del antiguo reino de Valencia, donde grillat es el equivalente al castellano "grillado", con el significado de "cosa que empieza a malograrse o a no andar bien". Es posible que descienda de una voz alemana grille: veleidad, capricho, extravagancia y locura. 

Grosero.

Basto, tosco; persona que no observa el decoro, ni sigue las reglas de urbanidad; patán que se conduce impertinentemente; sujeto ordinario y descortés. Tiene su etimología en la voz latina grossus, cosa de mucho espesor. Empezó a utilizarse como insulto a mediados del siglo XV, en que se superpone al significado primitivo de "gordura o grosor", abundándose en el sentido figurado de torpeza, tosquedad. En su Cancionero, Juan del Encina, (finales siglo XV) pone en boca del pastor Mingo, las siguientes consideraciones: 

Es tan fuerte zagalejo,

miafé, Menga, el amorío

que con su gran poderío

haze mudar el pellejo,

haze tornar moço al viejo,

y al grossero muy polido... 

Las coplas de Canta, Jorgico, canta, del mismo siglo, el autor pone en boca de cierta dama la siguiente estrofa: 

(...) Jorge, no seas grosero,

pues que ves cuánto te quiero (...).

Yo creo que estás sin seso,

o que estás de amor compreso;

tienes mi corazón preso

desde el culo a la garganta. 

Más grosera resulta la dama que el pobre Jorgico, que no se atreve a entrar al trapo de tan calentona señora. Coetáneamente, Rodrigo Cota, en su Diálogo entre el Amor y un viejo, pone en boca de Amor el siguiente parlamento: 

Al rudo ha o discreto,

al grosero, muy polido,

desenvuelto al encogido,

y al invirtuoso neto... 

En el Galateo Español, manual de urbanidad escrito por Gracián Dantisco en 1582, se dice: "...se debe desechar el término grosero y descuidado que podría causar odio y mala voluntad y desprecio". Gonzalo Correas, en su Vocabulario, (s. XVII) dice de quienes inmigran a Madrid: "Muchos entran en la Corte que la Corte no entra en ellos, y si van toscos vuelven groseros".

Covarrubias le da, en su Tesoro de la Lengua, el sentido moderno: 

Grosero vale tanto como rústico, poco cortesano, cuando se dize del hombre o de su razonar y conversar. (...) Aquello que está hecho sin pulicía, talle ni arte; díxose de graso, que vale gordo y gruesso... 

Agustín Moreto, (siglo XVII) pone esto en boca de una mujer: 

Yo, por soberbio os tenía,

más no os juzgaba grosero. 

Unas décadas después, Pedro Calderón de la Barca, en Para vencer a amor querer vencerlo, pone en boca de una dama este aluvión de improperios: 

No diré tal, vive Dios,

sino que sóis un grosero,

un atrevido, un villano,

necio, loco, altivo y vano,

ingrato y mal caballero... 

Guarro, guarrín.

Son sinónimos populares del cerdo, y del lechón. Como en el caso de la voz "cochino", parece que es de origen onomatopéyico, surgida por imitación del gruñido de este animal. Sin embargo, hay quien ha defendido una procedencia griega, de la voz joiros. De los términos aludidos, el de uso más antiguo es "gorrín", que emplea Quevedo en esta graciosa estrofa: 

Tierra donde las doncellas

llaman hígado a el rubí,

y andan hechas san Antones

con su fuego y su gorrín. 

Aparece documentado en el Diccionario de Autoridades, entrado el siglo XVIII: "Puerco pequeño que aún no llega a los quatro meses"; también "desaseada y sucia". El fabulista canario, Tomás de Iriarte (s. XVIII) hace hablar a un gorrino, que declara lo siguiente: 

Yo te aseguro, como soy gorrino,

que no hay en esta vida miserable

gusto como tenderse a la bartola,

roncar bien y dejar pasar la bola. 

En cuanto al término hoy más extendido, "guarro", lo documenta Terreros y Pando en su Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana, (segunda mitad del siglo XVIII). En cuanto a la voz "guarrín", designaba al lechoncillo recién nacido, y por extensión al niño sucio y travieso, con connotaciones meramente descriptivas. 

Guiñapo.

Persona degradada, vil y despreciable. En el término se incluye tanto los aspectos morales como físicos. Se usa en sentido figurado: ser un guiñapo es ser un trapo, tanto que en algunos lugares de Almería al trapero se le llama guiñapero. Francisco de Quevedo usa así el término: " Voto a tal que no creí a nadie, y piensan los bribones guiñapos que lo creía..."; y en El entremetido, la dueña y el soplón le da un empleo idéntico al de hoy: "despojo humano, trapo viejo, andrajo". Procede, por metátesis, del término "gañipo" = andrajo, común en Asturias, y entre los gitanos, posiblemente influido o cruzado de "harapo". Cree Corominas que procede de la voz neerlandesa medieval cnippe = desecho de lana. 

Gurdo.

Insensato y simplón. Del latín gurdus = de mente roma, necio. Es insulto desusado, de procedencia culta. El humanista cordobés del siglo XVI, Ambrosio de Morales, escribe: 

A los hombres que por ser mal considerados en muchas cosas llamamos agora "tochos", y en latín los nombran "estólidos", por este tiempo los llamaban acá gurdos, como refiere Quintiliano. 

Guripa.

Golfo, miserable. Es sinónimo despectivo de "soldado raso", ya que a estos militares de ínfima graduación se les llamó así tras la guerra civil española (1936-39). 

Gurriato.

Cerdo pequeño; también cría del gorrión. En ambos casos se utiliza como término insultante. En el primer caso, entra a formar parte de la extensa familia de improperios que forman la piara de cerdos y gorrinos, guarros y puercos, cochinos y marranos, siendo el gurriato o gorrín el miembro más pequeño, junto con el lechón, tocino y guarrín, de esta sucia estirpe. En cuanto a la segunda acepción, equivale a menudo a "pardillo", persona un poco boba, fácil de engañar, presa sencilla: pringa(d)o. 

Gurrumino.

Sujeto ruín y pusilánime, desmedrado, que por estar en franca decadencia física condesciende excesivamente con su mujer. El término parece de formación onomatopéyica, en imitación del arrullo de la paloma, aunque Corominas lo cree derivado de un término desaparecido con el significado de pequeña joroba. Se utilizó tanto en Asturias como en Madrid en el primer tercio del siglo XVIII, en que la Academia lo incorpora al Diccionario de Autoridades.

Es término sólo utilizable en función despectiva para el hombre, equivaliendo en algunos casos a cabrón consentido.

 

H

Habló el buey y dijo mu.

Entre los necios eminentes existen, desde tiempos clásicos, los que por no haberse manifestado nunca pasaron por discretos, pero que en cuanto abrieron sus bocas engrosaron de manera automática las filas de los ignorantes. De entre ellos destacamos al individuo a quien se refiere el dicho: Habló el buey y dijo "mu". La frase es antigua, pero cobró popularidad en el siglo XVIII, con el poeta madrileño Juan Bautista Arriaza, quien la comentó como sigue:

 

Junto a un negro buey cantaban

un ruiseñor y un canario,

y en lo gracioso y lo vario

iguales los dos quedaban.

"Decide la cuestión tú",

dijo al buey el ruiseñor.

Y metiéndose a censor

habló el buey y dijo "mu". 

Hay que recordar aquí la inmerecida fama de bobo que este animal ha tenido desde tiempos lejanos. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), cree que de la voz latina bos, bobis = buey, derivó nuestro término castellano "bobo". Se pensó siempre que este animal era de tardo entendimiento y poco discurso. 

Hacha.

Ramera, fulana, maleta. Es voz de germanía, seguramente formada a partir del masculino hacho, rufián o chulo que la acompañaba; en la lengua de los gitanos, el caló, significa ladrón. 

Despoblado está el bureo;

desierta queda la manfla;

la jacarandina, triste;

y sin abrigo las hachas. 

Hacino.

Miserable, desgraciado y mezquino; persona amargada y parapoco; avariento, egocéntrico y egoísta. En cuanto a su etimología, deriva del árabe hazin = triste. Fue insulto muy corriente en el siglo XV, de uso generalizado en el Cancionero de Baena y autores dramáticos como Bartolomé Torres Naharro y Lucas Fernández, quien lo emplea así, en sus Farsas y Eglogas: 

...aquel que se tiene en poco

es semejado por loco,

por astroso y por hazino.

Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua (primer tercio del siglo XVI), hace este uso del término: "...en casa del hazino más manda la mujer que el marido". Garcí Sánchez de Badajoz, a finales del XV, escribe: 

Si bien miráis arredor

y notáis aquella cuenta,

todo animal se contenta

con su pielle y su color.

Sólo el hombre, más hazino

que todos los animales

sayales sobre sayales

y aun no guaresce el mezquino. 

Es voz en olvido, a pesar de la vitalidad que tuvo antaño.

 

Hampón.

  Sujeto bravo y fanfarrón, que se ocupa de asuntos turbios y cuyo modus vivendi no está claro; matón que vive de las mujeres. En la novela de Francisco López de Ubeda, (1605) La Picara Justina, su protagonista se expresa así: "Como el bellacón oyó que yo le hablaba de lo de venta y monte, y que yo había tomado el adobo de la hampa que él practicaba, le pesó de verlo".

Antonio de Solís, en sus Poesías, emplea el calificativo en este modo: "¡Aquél si que era galán, airoso, hampón y alentado...!".

Cervantes, que en su novela ejemplar Rinconete y Cortadillo describe de manera realista y desenfadada la baja vida de su tiempo, dice acerca del sombrero de Monipodio, el gran valedor de pícaros, rufianes y truhanes, que "era de los del hampa, campanudo de copa y tendido de falda". Es término que al principio se debió aplicar a rufianes y matones de taberna, chulos de mancebía y espadachines de alquiler. 

Haragán.

Perezoso, holgazán, que rehuye el trabajo; persona ociosa, con tendencia a vivir de mogollón, y a explotar a los demás. Empleaba el término López de Yanguas en su Diálogo del mosquito, editado en Valencia en 1521, donde se lee: 

Ninguno no come si bien no lo gana

(...) Yo hallo que tiene Natura razón,

pues no le contenta la gente haragana. 

Es de probable etimología árabe, de la voz faraga = ociosidad, de donde también desciende, según me comunica don Manuel Celdrán Gomariz, el término valenciano fargandán, utilizado en una zona con epicentro en Alcudia de Carlet, junto a Valencia, donde significa "gandul, vago, ocioso, que hace ascos al trabajo, y se esconde de él"; tanto es así que hasta un viento arremolinado que afecta cíclicamente la comarca recibe el nombre de "buscafargandans", debido a que los holgazanes huyen de este viento molesto que parece perseguirles hasta donde se refugian para gozar de su ocio. Covarrubias, con etimología equivocada, define así el término: "...Holgazán, flojo, perezoso, tardo en lo que le mandan hazer, lo qual haze con desgana y murmurando o refunfuñando. Es nombre arábigo de raíz hebrea, del verbo ragan, murmurar; cosa propia de ruines criados o peones y jornaleros reçongones". 

Harón.

Haragán, vago; sujeto lerdo y perezoso que se resiste a trabajar. Es voz ofensiva de antiguo uso en castellano. Con "f-", "farón", aparece en el Libro de los Caballos, del siglo XIII. Es de uso normal en la Edad Media y Renacimiento, siempre con tintes negativos. Pedro Espinosa, (primer tercio del siglo XVII) cita la voz "harón" entre las palabras malsonantes, ofensivas y vulgares que un hidalgo o persona de bien no consiente se le diga. Fray Luis de Granada, (mediados siglo XVI) dice de los individuos desafectos al trabajo: "Son como los mozos harones, que si no los ahilan delante van refunfuñando a los mandados". (Véase también "haragán" ). 

Hazmerreír.

Persona que por su figura ridícula y porte extravagante hace reír a los demás; payaso, bufón; mamarracho que sirve de diversión. El famoso predicador del siglo XVI, Basilio Ponce de León, utilizaba así el término: "Sacó en limpio que era un despojo del tiempo, y un hazmerreír de la fortuna". Y el autor de Fray Gerundio de Campazas, ya en el XVIII, el Padre Isla, usa así el término: "... fue el hazmerreír mientras la comida, y aun todo el resto del día y de la noche".

Es voz compuesta, del verbo hacer en presente de indicativo (no de imperativo), más el pronombre de primera persona seguido de infinitivo. Se utiliza a menudo en el ámbito de la familia. Como insulto, va cayendo en desuso. 

Hediondo.

Del latín foetibundus = que hiede o apesta arrojando de sí un olor nauseabundo; hedentinoso, fétido. En el archipiélago canario se aspira la h-: "jediondo". Por derivación del sentido se dice de quien en su trato y conducta resulta insufrible, inaguantable, repulsivo; persona torpe y obscena, sumamente procaz y deslenguada, a cuyo comportamiento une aspecto desaliñado y sucio; sujeto intolerable y en grado extremo molesto y coñazo. Covarrubias define así el término en su Tesoro de la Lengua (1611): "...el hombre enfadoso que de mal acondicionadillo no ay quien le sufra". Es voz de uso muy antiguo en castellano; Gonzalo de Berceo la emplea en los Milagros de Nuestra Señora, del primer tercio del siglo XIII: 

Yo mesquino fediondo que fiedo más que can,

can que iaçe podrido, non el que come pan... 

Hijo(de)puta.

Hideputa, fijoputa. Es término con el que se afrenta a quien de hecho es hijo bastardo, ilegítimo o espurio, recordándosele sus orígenes. Fue insulto grave, y ofensa que requería satisfacción, y durante mucho tiempo el más violento y soez. En el fuero de Madrid, (1202) aparece la forma femenina "filia de puta" como insulto castigado severamente por las leyes. En diversos pasajes de la literatura áurea, como en el Quijote, el término "hideputa" ya había perdido virulencia para convertirse en exclamación ponderativa sin intención de injuria, en la misma línea en que hoy calificamos con familiaridad y ligereza de "cabrón" a un amigo, en frases exclamativas o de asombro fingido. En uso parecido utiliza el sintagma el autor de la Tragedia Policiana, (mediados del siglo XV), poniéndolo en boca de un personaje popular: "¡Oh hideputa neçio, qué hechizado está con aquella putilla de Philomena...! E juro a los Euangelios no ay mayor rabosa en el reyno...".

A finales del mismo siglo, Juan del Encina, en su Cancionero, hace decir al pastor Bras, dirigiéndose a su colega Lloriente: 

Hidesputas, mamillones,

no dexáys

cabra que no la mamáys. 

Con valor semejante usa el término Lope de Rueda, en el paso de El ratón manso, donde Sulco, el amo de Leno, dice a éste: 

¡Oh, hideputa, perro! ¡Qué diligente mozo! (...) ¿Parécete bien que a estar sin comer en casa, que estuviéramos frescos? ¡Habla! ¿De qué enmudeces? ¿Qué hacías escondido en la pajiza, do el asno...? 

Coetáneamente, Sebastián de Horozco, en sus Representaciones, utiliza el término en tono familiar, sin ánimo de insulto, aunque entre gente baja y de ningún valer. A pesár de usos como éste, festivos, o en son de gracia y broma no quiere decir que hubiera dejado de ser insulto serio, incluso entre pícaros y pilluelos, sobre todo por las connotaciones sociales, y la humillación pública que suponía, más incluso que por el hecho en sí, cosa que al protagonista de la novela picaresca de Quevedo le tiene en su fuero interno sin cuidado, como se ve en el siguiente texto de la Vida del Buscón don Pablos: 

Todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro -que aún si lo dijera turbio no me pesara- agarré una piedra y descalabréle. 

Agustín de Salazar y Tones, poeta del siglo XVII, en su Cítara de Apolo emplea de esta manera irreverente para con los dioses clásicos, el término: 

Hijo de Venus y de sus maldades,

que la veleta fue de las deidades,

y, en fin...: hijo de puta. 

Conoció formas abreviadas, para quitar hierro a lo grueso de la frase: "ahijuna" = hijo de una puta; o el "juepucha, hijueputa" argentinos. La propia violencia del insulto ha hecho necesaria la creación de paliativos eufemísticos que quitaran grosor a la injuria: bastardo, hijo adulterino, hijo natural, hijo sacrílego. En otros casos se ha preferido distensión y cierto tono festivo o jocoso, con el que se resta virulencia y veneno a la puta y se traslada al hijo, que es a quien de hecho se quiere ofender, y de quien se ríe el insultante, dejándolo en ridículo y expuesto a la broma: Hijo de condón pinchado, hijo de la Gran Bretaña, de la Grandísima Petra, hijo de la piedra, hijo de su madre, hijo de la chuta, del arpa o de la chingada, hijo de porra, de lapa, de mil leches..., y un larguísimo etc. 

Hipócrita.

Persona que finge o aparenta lo que no siente ni cree; sujeto falso y sinuoso que con su doble faz y simulación constante puede mantener a alguien engañado durante mucho tiempo. En cuanto a su etimología, deriva de la voz neogriega ipocrisis = acción de representar un papel, a su vez del griego hipocrités = actor. Se encuentra ya en el Corbacho, del Arcipreste de Talavera (siglo XV). El musicógrafo Asenjo Barbieri, en su Cancionero musical de los siglos XV y XVI, recoge la siguiente canción anticlerical: 

Pues casa d’ arena y palo de ciego,

bordón de romero con brazo gallego,

en fraire tan malo, que de ti reniego,

hipócrita triste y beguino... 

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) escribe: 

Hipócrita (...) propiamente sinifica el representante, porque finge muchos afectos, ya llorando ya riendo, (...) comúnmente se toma por el que en lo exterior quiere parecer santo, y es malo y perverso, que cubierto con la piel blanda y cándida del cordero es dentro un lobo carnizero. 

Fue término de cierto predicamento en los siglos de oro. Lope de Vega lo emplea así: 

¡Qué de hipócritas que roban

honras, famas y dineros,

con unos ojos hundidos

de pensar malos intentos...! 

Suele ser término de uso en contextos religiosos, diciéndose de quien finge devoción, contradiciendo sus palabras y rezos con una conducta que no está en consonancia. Mark Twain, novelista norteamericano del siglo XIX, contaba una anécdota relacionada con cierto financiero de su tiempo, hipócrita notable, quien habiéndole expresado su deseo de ir en peregrinación a Tierra Santa y subir al monte Sinaí para leer en voz alta los diez mandamientos, el escritor le contestó: "Podría Vd. hacer algo mejor: no moverse de su casa, y cumplirlos.. ". 

Holgazán, holgón, holgachón.

  Persona acostumbrada a pasarlo bien con el mínimo esfuerzo. En las Coplas de Mingo Revulgo, (1464) se lee:

Andase tras los zagales

por estos andurriales

todo el día embeveçido,

holgazando sin sentido,

que non mira nuestros males. (...)

Apaçienta el holgazán

las ovejas por do quieren... 

Covarrubias define así a este sujeto, en su Tesoro de la Lengua (1611): "El que no quiere trabajar y se anda vagamundo y ocioso". Félix María de Samaniego (segunda mitad del siglo XVIII) utiliza el término en su fábula de la Cigarra y la hormiga: 

La codiciosa hormiga

respondió con denuedo,

ocultando a la espalda

las llaves del granero:

"¡Yo prestar lo que gano,

con un trabajo inmenso!

Dime pues, holgazana,

¿qué has hecho en el buen tiempo? 

En cuanto a su etimología, es derivado culto del latín tardío follicare, en el sentido de descansar para tomar aliento y recuperar el resuello. 

Hortera.

Con el significado de escudilla o cazuela de madera es voz antigua procedente del latín, escrita en castellano con "f-" inicial en documentos del siglo XI. Para designar algún utensilio de cocina sigue empleándose en el Alto Aragón: "hortera, ortera = cazo de hojalata para la sopa", que posteriormente solían llevar los mendigos para recoger la sopa boba en los conventos o en las puertas de los cuarteles. El que fuera útil inseparable del pícaro en sus correrías, hizo de él emblema del miserable, como más tarde ha pasado con el bote de hojalata, que ha servido tanto para pedir como para recibir la sopa de caridad. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599), escribe: "...que pueda traer un paño sucio atado a la cabeza, tijeras, cuchillo, lesna, hilo, dedal, aguja, hortera, calabaza, esportillo, zurrón y talega".

En uso metonímico se llamó "hortera" a quien utilizaba la escudilla, lo que equivalía a llamar al sujeto en cuestión "pobre desgraciado, ridículo". No sólo el pícaro, también el hidalgo venido a menos recurría a la escudilla, que escondía entre sus pobres ropajes. El carácter insultante actual del término se originó como apodo que se daba en Madrid a los dependientes de mercería y mancebos de farmacia; acepción con la que aparece en el Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes, de E. Terreros (siglo XVIII). La naturaleza del apelativo pudo deberse a la insignificancia social de los dependientes. Otros piensan que se les llamó así porque para mezclar los ingredientes de las recetas se utilizaba una tortera de barro, Ramón de la Cruz utiliza así el término: 

-Por defender al hortera

ha sido esto.

-Pues a él:

que lo paguen sus orejas. 

Bretón de los Herreros, presenta así a uno de los del gremio: 

Atravesado en un mulo

a Madrid hice mi viaje:

me recibieron de hortera

en la casa que ya sabes... 

El Duque de Rivas, coetáneamente, en Tanto vales cuanto tienes, pone estos versos en boca de doña Rufina: 

No fuera malo que yo

a un horterilla quisiera

por yerno. ¡Bueno estuviera...!

¿Quién tal cosa imaginó? 

Los libretistas de zarzuela, y algunos novelistas del 98, como Pío Baroja, usan el término para referirse a los dependientes de comercio, aunque "hortera", como calificativo ofensivo de los de un gremio, había caido ya en desuso. Hoy experimenta un nuevo auge, si bien con cierto cambio semántico, ya que el hortera de nuestros días es persona de mal gusto, ramplona y zafia, aunque adquiriendo una progresiva significación que tiene más que ver con lo vulgar y lo cursi. 

Huevón, huevazos.

Individuo tranquilo, perezoso y torpe, cuya cachaza y escasa energía exaspera a quienes lo rodean; bobalicón; sujeto de reacciones muy lentas, que por nada se inmuta; calzonazos que puede terminar llevando cuernos, eventualidad que no le saca de su aparente arrobamiento y pasmo. Es voz de uso generalizado, aunque de probable origen sudamericano, a pesar de que en Méjico y Nicaragua significa todo lo contrario: persona animosa y valiente.

 

I

Idiota.

Imbécil, falto de entendimiento. En cuanto a su etimología, procede del griego idios, idiotes = peculiar, particular, que no se comunica ni entra a formar parte con los demás. A su paso al latín alteró su semantismo, entendiéndose por idiota al "ignorante o profano en algún asunto u oficio", ignorancia o impericia atribuida a falta congénita de facultades, por lo que se equiparó al idiota con el imbécil. En sentido figurado, el término se tornó insultante y ofensivo, contexto en el cual lo utiliza Cervantes: 

Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan honrada y tan rica como vues tra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano... 

En su acepción médico-científica, equivale a cretino, atrasado o débil mental, sentido en el que utiliza el término Pedro Felipe Monlau mediado el siglo pasado: 

Si son fecundos los matrimonios interconsanguíneos, exponen gravemente la prole a la debilitación física(...) a la idiotez y a la enajenación mental. 

Iluso.

Ingenuo; persona fácil de persuadir, a la que es posible convencer de cualquier cosa; indidivuo simple y un tanto bobalicón, que da crédito a cuanto se le dice con firmeza, aunque se trate de una patraña; simplón que cae en toda suerte de timos, carne de pringa(d)o. Es voz de etimología latina, del término illudere = burlar, engañar. Su uso en castellano data de finales del siglo XVI, en que lo utiliza el místico carmelita Jerónimo Gracián en la primera redacción del Dilucidario del verdadero espíritu. El poeta neoclásico de la segunda mitad del siglo XVIII, Meléndez Valdés, usa así el término: 

¡Oh! ¡ Cómo iluso en juvenil locura

el mundo ante mis ojos parecía

risueño, y de la vida el aura pura! 

Imbécil.

Al alelado y débil mental, al escaso de razón, llamamos imbécil. Es uno de los insultos más corrientes, cuando se dirige a alguien sensu non stricto, esto es: en sentido figurado. Es palabra latina, en cuya lengua imbecillis significa "débil en sumo grado"..., flojo y escaso de cabeza, de la facultad de pensar. El Diccionario de Autoridades, (primer tercio del siglo XVIII), acentuaba la palabra en la silaba última: "imbecil", y no le daba otro significado que el que tenía en latín. Con el significado actual empieza a utilizarse en la primera mitad del XIX, en que la Real Academia introduce esa acepción en su diccionario. Unamuno, en un artículo publicado en 1923, Caras y caretas, tiene esto que decir, en cuanto a la etimología: "Imbecillis, el que no tiene bacillus o bastón donde apoyarse, el débil, el inerme, el flaco".

No fue utilizada como insulto hasta mediados del siglo pasado, por contaminación semántica del término en francés, en cuya lengua la palabra tiene las connotaciones modernas. Por lo general, el término tuvo siempre connotaciones médicas, equivaliendo a cretino e idiota en sus acepciones clínicas. En el sentido de "persona floja de carácter, débil de voluntad" utiliza el término, refiriéndose a las insidias del diablo, Palacios Rubios en el siglo XVI: "Algunas veces a los más osados y más fuertes acomete y vence, y a los más imbéciles y flacos deja". 

Imberbe.

Se dice de quien teniendo edad para ello, carece de barba, adquiriendo su cara aspecto poco serio, y desmereciendo ante las personas hechas y de valía; barbilampiño o lampiño. La carencia de barba conllevó antaño cierto menosprecio social que recoge el Refranero: "A poca barba, poca vergüença", se decía en tiempos de Cervantes. Jovellanos, a principios del siglo XIX, usa así el término: 

Imberbe aún, y falto

de inspiración y fuego,

tenté del sabio Apolo

subir al trono excelso. 

Suele acompañarse del substantivo "joven", con lo que se muestra desconsideración hacia aquél de quien se dice o predica. 

Impertinente.

Persona importuna y enfadosa que molesta de palabra o de obra, o que se comporta y conduce de forma que no viene a cuento; sujeto desentonado, que sale con caprichos o planes impropios del momento, o plantea asuntos que no hacen al caso. Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611) lo define como "hombre sin sustancia y sin modo (...) fuera de propósito". Poco después, Tirso de Molina emplea la palabra en el sentido descrito: 

-¿Qué dices, necio?. Responde:

vienes aquí a ver si hay gente,

y estarte aquí, impertinente... 

Uso que también le da, en el siglo XIX, Bretón de los Herreros: "¿Cómo, ella es la impertinente, y atrevida, y mala hembra...?". Fue término menos ofensivo antaño que hoy; en nuestro tiempo ha ganado en significado negativo, tal vez por confundirse a menudo con insolente. 

Impresentable.

Indigno de ser presentado ante nadie, o de presentarse él mismo; sujeto a quien le precede su mala reputación y fama; individuo poco formal. Es forma adjetiva de la frase "no ser alguien o algo de recibo", y voz de uso relativamente reciente, tomada de una de las acepciones del verbo presentar, utilizada antaño en el medio eclesiástico y legal: "Proponer a alguien para una dignidad, oficio, cargo o beneficio". Para ello, era imprescindible reunir una serie de cualidades, como seriedad, preparación, sensatez y ciencia que, obviamente, el impresentable no tiene. 

Incapaz.

Falto de toda aptitud y talento; ignorante rayano en la estupidez; tonto al que se ha puesto al frente de responsabilidades y cometidos que por su ignorancia y nula preparación no puede llevar a cabo. Benito Jerónimo Feijóo (primera mitad del siglo XVIII), utiliza así el término, en uno de los primeros textos antimachistas: "...aquella propasada estimación de nuestro sexo, que tal vez ha preferido para el régimen un niño incapaz a una mujer hecha...". 

Incordio.

Sujeto sumamente agobiante y molesto. Se dice en sentido figurado de su acepción principal: tumor, buba o grano, a menudo de naturaleza venérea, que se forma en ingles y sobacos, dificultando el uso de pies y manos. Fue término frecuente en los siglos de oro, aunque no como calificativo o insulto. Es de etimología latina, de anticor = en el pecho, ante el corazón. En castellano medieval se dijo "encordio"; y en el siglo XVI Juan de Timoneda, en El Patrañuelo, utilizó ya la forma definitiva. 

Inepto.

Incapaz de llevar a cabo aquello para lo que ha sido entrenado o educado. Necio; no apto para cosa alguna que exija la más mínima dificultad. El dramaturgo y erudito riojano de la primera mitad del siglo XIX, Bretón de los Herreros, emplea el término en el siguiente diálogo: 

-Pero, en fin..., esos papeles

¿qué contienen...? ¡Acabemos!

-¿Qué? Su licencia absoluta

por vicioso y por inepto. 

Infame.

Sujeto indigno, vil y despreciable, que carece de honra y no merece respeto de nadie. Covarrubias dice en su Tesoro de la Lengua, (1611) que es infame "el notado de ruín fama". Es voz que empieza a sonar a finales del siglo XV, aunque la mayoría de las que participan de su raíz son de uso más antiguo. Fue insulto gravísimo, equiparable a ser motejado de "cobarde, felón, traidor y hereje", por carecer el infame de honra, crédito y estimación. Juan de Mariana, historiador del siglo XVI, que se la tenía jurada a los cómicos, escribe: "Los farsantes que salen a representar deben ser contados entre las personas infames".

Coetáneamente, Cervantes, en su Rinconete y Cortadillo, usa así el término: "Se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquellos de la infame academia".

Lope de Vega, escribe: 

Luego que suelta del infame lazo

Filomena se vio, corrió a la espada,

pero cayó con más seguro abrazo

en los tiranos brazos desmayada... 

Infeliz.

Persona apocada, bonachona y condescendiente que por su afabilidad excesiva y cortés trato peca de tonta; individuo ingenuo y bienintencionado, de quien se abusa, y a quien todos toman el pelo. Gonzalo de Céspedes y Meneses, en sus Historias peregrinas y ejemplares, (mediados del siglo XVII), usa así el término: 

...no había en toda aquella poderosa ciudad (de Sevilla) caballero o ciudadano, mercader o plebeyo (...) que no acudiese al aumento y regalo de don Sancho, que este era el nombre del infeliz caballero... 

Espronceda (primera mitad del siglo XIX) continúa este valor semántico dos siglos después: 

Estos, por lo común, son buena gente;

son a los que llamamos infelices. 

En contextos ligeramente despectivos, denotando conmiseración y lástima hacia la persona a quien se dirige, se usa como sinónimo de ingenuo que se cree importante no siéndolo. Suele ir acompañado del adjetivo "pobre". Ejemplo de infeliz fue cierto paisano del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, de quien se cuenta que cuando llegaron a Torrelaguna las nuevas de su elección como arzobispo de Toledo en 1495, decía en la plaza: "Me alegro por él y por mí...". Quiso el cura del pueblo saber por qué se alegraba por sí mismo, y le contestó: "Porque yo fui su maestro". Queriendo saber cómo un pobre infeliz como él, que no sabía leer, podía llamarse maestro del Cardenal Cisneros, repuso: "Sepa su merced que yo enseñé a fray Francisco Jiménez de Cisneros a silbar...". 

Ingrato.

Desagradecido, que olvida el favor recibido; también, persona o cosa que tiene rudeza o mal trato; sujeto áspero y desagradable, desabrido y molesto. Juan de Zabaleta, en la dedicatoria de su obra El dia defiesta por la tarde, mediados el siglo XVII, agradeciendo viejos apoyos a un su amigo, dice: 

No sé cómo hay ingratos. La cosa más fácil que hazen los mortales es agradecer. Al que tiene con qué, ¿qué le cuesta...?. Y al que no tiene, ¿qué le cuesta desear tenerlo...? 

Lope de Vega aseguraba que nada hay en la vida tan despreciable, ni vicio más detestable, que la ingratitud. A lo largo de los dos siglos de oro (XVI-XVII), la escena española bulle con el asunto del olvido o desconocimiento del bien recibido. Calderón de la Barca, en la loa de su auto PsiQuis y Cupido, ve así al sujeto aquejado de esta maldad: 

Quien usa beneficios

con un ingrato,

lo que siembra en linezas

coge en agravios. 

Y a finales del XVIII, Jovellanos usa así el término: 

Ingrato, injusto, bárbaro y despiadado será el hombre que a vista de tan noble y prudente conducta pueda abrigar en su corazón la más liviana sospecha contra nuestra fidelidad. 

Fue antaño, cuando se valoraba la lealtad por encima de cualquier otra obligación del hombre bien nacido, insulto u ofensa grave. El refrán: "No es de bien nacido el no ser agradecido", está entre los de uso más antiguo. 

Insensato.

Persona fatua y carente de sentido. Zabaleta, en su deliciosa obra de costumbres, El día de fiesta por la tarde, (mediados del siglo XVII), emplea así el término: 

Otro bulle incansablemente, como si por dentro estuviera hecho de llamas.

Otro suena a entendido, y es un insensato. Otro huele a muchas cosas buenas, pero no tiene de ellas mas que el olor. 

Un siglo más tarde, el autor de las Fábulas morales, Samaniego, de la (segunda mitad del siglo XVIII), advierte así al joven que dormía sobre el brocal de un pozo, haciéndole ver lo insensato de su conducta: 

Gritóle la Fortuna:

¡Insensato, despierta!

¿No ves que ahogarte puedes

a poco que te muevas...? 

Insolente.

Descarado, orgulloso, soberbio y desvergonzado; individuo que se comporta sin el debido respeto, como no suele hacer quien es educado, careciendo del comedimiento que la situación o el caso requieren. Covarrubias dice en el Tesoro de la Lengua (1611): 

El sobervio y arrojado, desvanecido; del nombre latino insolens (...) porque las cosas que éste haze no las hazen los demás ni acostumbran tal modo de proceder. 

Cervantes se ocupa así de estos sujetos: 

Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos que en él se hacen por los insolentes y malos hombres. 

Diego de Saavedra Fajardo, en su diálogo satírico Locuras de España, mediado el siglo XVII, expresa esta sentencia: "Si un mismo premio se da al vicio y a la virtud, queda ésta agraviada, y aquél insolente". Es voz ofensiva y agravio que, dirigida a quien lo merece, no surte efecto, dada su desvergüenza. Hoy sigue en vigor, aunque en ámbitos de cierta educación y cultura. 

Inútil.

Persona que no sirve para cosa alguna; nulidad. El término parece que lo empieza a utilizar en el siglo XVI el historiador cordobés Ambrosio de Morales en su obra Antigüedades de las ciudades de España. Es voz de etimología latina, de uti = usar, empleando el sentido contrario mediante el prefino "in-": persona o cosa que no tiene uso, que no sirve. 

Tus compras en

Argentina

Colombia

México

Venezuela

VOLVER

SUBIR