LA CORPORALIDAD EN LAS PSICOSIS

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Otto Dörr Zegers

 

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A lo largo de este siglo, la fenomenología ha logrado importantes avances en el conocimiento del cuerpo humano, y se ha planteado desde un comienzo la pregunta fundamental por el cuerpo en cuanto a priori. ¿En qué medida este cuerpo individual es una condición de posibilidad del logro de un sentido (Sinngewinnung) y de qué modo se expresa concretamente este a priori? (1)

Por otra parte, ¿en qué medida existe una suerte de complementariedad entre el a priori del cuerpo y el a priori de la conciencia? Aaron Gurwitsch (2) postula en el campo de la conciencia la existencia de tres círculos de experiencia, en cierto modo concéntricos: I) un núcleo temático, que corresponde al objeto hacia el cual se dirige la atención del sujeto; II) un área o campo temático, caracterizado por las referencias temáticas que surgen desde el núcleo; y por último, III) un margen, constituido por el cuerpo del sujeto vivenciante.

Dicho con otras palabras, cualquiera sea lo entendido en la conciencia, el objeto que nos ocupa (algo percibido, o imaginado, o descubierto, o calculado, etcétera) y cualquiera sea la cualidad del acto al que puedan ser atribuidas esas vivencias, "la presencia marginal del cuerpo constituye un elemento dimensional necesario para la organización del campo de la conciencia" (Metraux). Esto permite al menos superar el dualismo cartesiano en la medida que ya no es la sola conciencia categorial la responsable de otorgar sentido al conjunto de sensaciones de objetos que llegan a ella, sino que el cuerpo es un elemento integral de toda experiencia conciente.

 

EL CUERPO ES MUNDANO

Mencionemos ahora al filósofo francés Jean-Paul Sartre (3) y recordemos su descripción de la mirada -manifestación preclara de la corporalidad- y la importancia de la dinámica del mirar y ser mirado para la constitución de la intersubjetividad. Pero además, en este contexto interesa cómo describe lo psíquico en su dependencia del cuerpo: "No hay fenómenos psíquicos que hayan de unirse a un cuerpo; no hay nada detrás del cuerpo, sino que el cuerpo es íntegramente psíquico" (Sartre, 389).

También importa para la psiquiatría, como veremos más adelante, el análisis sartreano de las relaciones entre cuerpo y mundo: "El para-sí (el cuerpo) es por sí mismo relación con el mundo... Por el solo hecho de que hay un mundo, éste no podría existir sin una orientación unívoca con relación a mí... Mi cuerpo es a la vez coextensivo al mundo, está expandido íntegramente a través de las cosas y al mismo tiempo concentrado en este punto único que ellas todas indican y que soy yo, sin poder conocerlo... Así, el surgimiento del para-sí (el cuerpo) en el mundo hace existir a la vez al mundo como totalidad de las cosas y a los sentidos como la manera objetiva en que se presentan las cualidades de las cosas."(Sartre, 389-405).

Por tanto, el cuerpo es esencialmente mundano (welthaft), así como el ojo es hélico, en tanto dice referencia al sol (Goethe). (4) El cuerpo humano no es un mero objeto más entre los muchos objetos que existen en el mundo, sino un sujeto que se trasciende a sí mismo, hacia el mundo y en torno al cual los objetos que hay en él se ordenan según su significación para mí (cuerpo).

Esta condición de nuestro cuerpo es la que permite el conocimiento del otro en cuanto prójimo. La disposición de los objetos y utensilios del mundo en torno a otro centro que mi cuerpo, me hace reconocer a ese cuerpo que aparece en mi horizonte como cargado de subjetividad y capaz de objetivarme (Sartre, 127-142).

 

EL CUERPO VIVIDO

Inspirados de algún modo en Sartre, pero también en Gabriel Marcel, (5) con su clásica distinción entre el cuerpo que tengo y el cuerpo que soy, los psiquiatras alemanes Jürg Zutt (6) y Caspar Kulenkampff (7) desarrollaron una "antropología comprensiva" (verstehende Anthropologie) con el acento puesto en la corporalidad.

Una distinción similar había planteado años antes José Ortega y Gasset, (8) al describir la polaridad extracuerpo versus intracuerpo, que inspiraría más tarde a López-Ibor (9) en su concepción de las neurosis como enfermedades del ánimo. El extracuerpo es el cuerpo de la anatomía y de la fisiología, el cuerpo que se puede medir, examinar con aparatos, operar bajo anestesia (es decir, alejado de toda conciencia) e incluso trasplantar (algunos de sus órganos). Es en el estudio de este cuerpo donde se han dado los grandes logros de la medicina moderna, esa misma medicina que, ignorando el cuerpo vivido, no ha sabido ni conceptualizar, ni menos aun tratar, los desórdenes llamados "funcionales". El intracuerpo es, en último término, el cuerpo vivido, el cuerpo que soy, fundamento de una antropología psiquiátrica.

Para Zutt el cuerpo vivido es un fenómeno ontológico y ontogenéticamente originario y por ende previo a cualquier reflexión. El no es una cosa más, un objeto entre los objetos, sino subjetividad encarnada, y su primera cualidad es su esencial referencia al mundo (welthafter Leib). Ser relativo al mundo significa ante todo tener un lugar en el mundo y manifestarse en él como cuerpo que mira y es mirado, escucha y es escuchado, toca y es tocado. Pero este cuerpo que aparece, ocupa un espacio mucho mayor que aquel cuerpo-objeto, ese cuerpo que examina el internista u opera el cirujano. El cuerpo vivido está también allí donde la mirada se posa, o en el lugar de donde proviene la voz que se escucha, o más aun, en aquel país lejano donde se encuentra la persona amada a quien se le escribe.

Al mismo tiempo que es capaz de ampliar casi infinitamente su horizonte, el cuerpo toma distancia y pone límites; he aquí el fundamento antropológico del habitar. No es que habitemos porque tenemos moradas, sino al contrario, erigimos paredes como prolongación de nuestro cuerpo en su necesidad de tomar distancia. Zutt sostiene que el "habitar" es un "orden existencial" (Zutt, 1963, 409) relacionado con otro orden fundamental, como el rango.

Hay personas que nunca atraviesan el zaguán de mi casa y su contacto con ellas ocurre en la puerta de calle. Otros llegan hasta el salón de mi casa (conocidos, visitas de pésame, etcétera). Menos son los que cenan conmigo en el comedor (amigos) y muy pocos entran en mi dormitorio (sólo mi esposa y mis hijos). El rango, así como el habitar, son funciones del cuerpo vivido en cuanto se manifiesta en el mundo; pero no son fijos, sino que cambian con el tiempo, son históricos. A la esencia de este cuerpo que aparece desde una posición y postura determinadas pertenece también el caminar, el estar siempre en camino hacia alguna parte.

Como dice Laín Entralgo, (10) el ser humano es por esencia itinerante. Y el "camino de la vida" no es sino esta referencia al cuerpo vivido e itinerante, y no al cuerpo objetivo, cuya condición más perfecta es estar anestesiado y sobre la mesa de operaciones. Por último, en el encuentro con el otro cuerpo vivido se produce toda una dinámica de fuerzas, pero no físicas, sino fisiognómicas, como tan ejemplarmente muestra el encuentro de las miradas descrito por Sartre. Lo que aquí tiene lugar es un afectar y ser afectado, un sostener la postura frente al otro o un ser derrotado, aplastado por él.

En la misma línea de Zutt y Kulenkampff están los psiquiatras alemanes Wulff (11) y Ruffin (12) y el internista Plügge. (13) Los dos primeros aplicaron la fenomenología de la corporalidad de Sartre y las concepciones de Zutt al estudio de la hipocondría, mientras que el tercero analizó el cuerpo vivido en distintas enfermedades de la medicina interna. En otra oportunidades nos referimos extensamente a la corporalidad a propósito de la melancolía (Dörr, 1970, 1980, 1993). Hoy pretendemos acercarnos a la corporalidad en la esquizofrenia, intentando como una fenomenología diferencial, en el sentido que Blankenburg lo hiciera con respecto a la corporalidad depresiva.

 

EL CUERPO EN LA ESQUIZOFRENIA

Desde un punto de vista puramente clínico y semiológico, los síntomas esquizofrénicos referidos a la corporalidad son bastante abundantes. Pensemos por ejemplo en el síndrome catatónico y en particular en el estupor, donde no hay comunicación con el paciente y toda la sintomatología está situada en la llamada "psicomotilidad", ese modo con que se expresa la medicina somática para referirse al cuerpo vivido y expresivo. Fuera del ámbito de la catatonía encontramos numerosas particularidades, como por ejemplo la mirada paranoídea, los diversos tipos de amaneramiento, posturas extravagantes, ese característico caminar pegado a la pared y como en forma oblicua con respecto al espacio frontalizado en el que habitualmente se vive. También cabría recordar aquí esa especial forma de dar la mano entregando apenas la punta de los dedos, o el carácter vacío y desindividualizado que adquieren los espacios habitados por los esquizofrénicos, ya sea en su propio hogar o en la cama del hospital. Y referimos esto al cuerpo porque, como Zutt (1963), consideramos que el habitar es una función de la corporalidad, es un modo de prolongarse nuestro cuerpo en el espacio. ¿Todas estas manifestaciones pueden reducirse a un denominador común o al menos a varios elementos considerados como esenciales? Esta es la pregunta que trataremos de responder a través del análisis de un caso paradigmático, un esquizofrénico paranoide.

 

CASO JOSÉ

Se trata de José D. R., nacido en setiembre de 1956; casado y separado, un hijo de 8 años, estudios de ingeniería hasta quinto año y actualmente sin trabajo. Su enfermedad comienza en 1978, cuando presenta un cuadro psicótico con ideas delirantes relativas al tema del "magnetismo", objeto de sus estudios en ese momento. Fue tratado con medicamentos y psicoterapia ambulatoria. No hay antecedentes claros acerca de su desempeño social y laboral durante los años siguientes, pero sí fuertes sospechas de un descenso importante en ambos campos. De hecho no pudo volver a estudiar ingeniería y se desempeñó sólo en trabajos menores. En relación cronológica con la grave enfermedad de la madre (su muerte coincide con el ingreso de José al hospital psiquiátrico), empieza a mediados de 1993 a pesentar conductas muy extravagantes, como colocarse tapones de algodón en narices y oídos, caminar hacia atrás, disponer los objetos de su casa en la forma más arbitraria imaginable, descuidar su aseo personal o en el caso de bañarse no cambiarse ropa, etcétera. Pero lo más importante es su desconfianza con respecto a los demás y su tendencia al aislamiento, ya notorias durante el intervalo entre las dos psicosis y que se vuelven cada vez más marcadas. A pesar de todas sus rarezas y de las abundantes alucinaciones auditivas, de alguna manera logra cuidar a su madre enferma. Sin embargo, cuando ella entra en agonía se produce una agitación y tiene que ser hospitalizado de urgencia.

 

ANALISIS.- Lo primero qe llama la atención en este paciente es su incapacidad para mantener la postura erecta. Se presenta ante nosotros semiagachado, en una actitud sumamente incómoda, mirando de reojo y caminando hacia atrás o hacia los lados, nunca hacia adelante. Al acercarnos a él, hace de inmediato un movimiento como de retirada y al saludarlo ofreciéndole la mano, toma sólo la punta de mis dedos y sólo por un segundo. Al pedirle que se siente lo hace en forma muy incómoda, apoyando la nalga izquierda sobre el borde opuesto de la silla, vale decir, a la mayor distancia posible de mí. Al mismo tiempo, estira la pierna del mismo lado (izquierdo) en un gesto carente de todo sentido y que no hace sino más incómoda aun su posición en la silla, aunque es capaz de mantener el equilibrio sobre las base del apoyo en el suelo de la pierna derecha. Está sumamente desaseado y maloliente. El abandono de sí mismo sobrepasa con mucho lo que uno ha visto o imagina en "clochards", vagabundos o sujetos marginales.

Durante la entrevista rehúye la mirada; aun más, se cubre los ojos con la mano izquierda, manteniendo ésta levantada a unos diez centímetros de su cara, a la altura de los ojos. Preguntando al respecto, dice que la mirada de los otros lo molesta, no sabe por qué, pero no la resiste, aunque quizás sea porque las miradas trasmiten palabras que se le meten en su cabeza. Su lenguaje es característicamente laxo y lleno de para-respuestas, pero sin neologismos y sin alcanzar tampoco el nivel de la disgregación. Por otra parte, realiza una serie de movimientos y actos extraños y desagradables, como escupirse la mano derecha o su propia ropa y escarbarse la nariz.

Otro fenómeno interesante fue la curiosa reacción que experimentó el paciente cuando un colega joven, alto y fornido -que también asistía a la entrevista- se puso de pie dispuesto a abandonar la sala, para lo cual tenía que pasar cerca del paciente: José se contrajo aun más sobre sí mismo, adoptando casi una posición fetal, echó la silla hacia atrás y explicó luego que los cuerpos grandes le producían terror. Fuera de las aclaraciones puntuales mencionadas no fue posible comprender más en profundidad las motivaciones de la conducta y del vivenciar del paciente: o contestaba con una para-respuesta o se extendía en consideraciones seudo-filosóficas cada vez más alejadas del tema en cuestión.

Desde el punto de vista somático no se encontró ningún hallazgo patológico fuera del enflaquecimiento. Desde un punto de vista psiquiátrico-psicológico cabe decir en resumen lo siguiente: que el paciente sufre en este momento de un episodio psicótico paranoídeo esquizofrénico; que a los 22 años tuvo un primer brote de la misma enfermedad y que le dejó un defecto relativamente importante; a pesar del estado residual, el paciente pudo mantenerse en un cierto equilibrio mientras contó con el sostén de la madre. Enferma ésta, inició un nuevo episodio psicótico que terminó en un grave estado de agitación al producirse su fallecimiento.

Ahora bien, ¿cómo comprender aquello que el paciente muestra en primer plano, aquello que se manifiesta a través de su corporalidad y que parece como más importante que las alucinaciones y las ideas delirantes? Para ello procederé a analizar mi encuentro con él, que ocurre en el "entre", en ese espacio que se extiende entre él y yo, y que en el caso del encuentro amistoso o de la relación médico-paciente debiera tender a ser un espacio común, un espacio nuestro. Mi primera sensación es de extrañeza ante un otro que no me mira; y al no mirarme de ninguna manera, empieza a producirse entre nosotros un curioso desbalance. Siento que me voy encima de él inevitablemente y lo empujo, sin lograr contenerme y mantener mi posición, como en los hechos le ocurrió al colega citado.

Me doy cuenta entonces que su tendencia a agacharse y a ocupar cada vez menos espacio, no es sino la necesaria respuesta, o al menos la correspondencia, con esta suerte de inflación que afecta a mi propio cuerpo, el cual se ha visto como succionado desde el cuerpo empequeñecido y sin mirada de José. Sin duda, es la ausencia de su mirada la que provoca este desequilibrio en el encuentro, porque he visto y mirado muchas veces personas más pequeñas o enflaquecidas o agachadas sin experimentar para nada la impresión de estar invadiéndolas o atropellándolas.

Este fenómeno tampoco se asemeja a la contemplación de un paisaje hermoso, que no me "mira" pero que desde su belleza me atrapa hasta hacerme sentir una suerte de nihilización, de perder mi identidad, incluso hasta el punto de fusionarme con él. Ejemplos magníficos de fusión con un objeto, o más precisamente con un paisaje bello, nos brinda Dostoievski al describir las experiencias del príncipe Myschkin en el lago Lucerna. El modo de encuentro con las cosas es muy diferente al que tuvo lugar entre José y yo. En la medida que las cosas no me "miran" y no son un sujeto capaz de objetivarme, no oponen resistencia y se nos ofrecen en toda su disponibilidad.

Algo de esto hay en el encuentro con el depresivo, cuyo cuerpo sufre un proceso de desvitalización, de pérdida de su capacidad de manifestarse, denominado en trabajos anteriores "crematización" (Dörr, 1980, 1993). El cuerpo del depresivo adquiere un carácter cósico, cremático y disponible que se hace sobre todo evidente en la opacidad de la mirada. Nada de eso ocurre con el cuerpo torcido y empequeñecido de José que tengo ahí delante, aun cuando él no me mire. A diferencia del depresivo, que no puede mirar por carecer de la vitalidad para ello, el esquizofrénico paranoide no quiere mirarme; aun más, en el caso de José, se tapa los ojos con las manos para que no le llegue mi mirada y no tenga que responderme con la suya. Pero su no querer mirar más su caminar agachado y hacia atrás no produce en mí la leve sensación de náusea que describiéramos a propósito del cuerpo de un depresivo estuporoso, sino más bien una suerte de fascinación, un sentirme impulsado a seguir mirándolo, sin obtener respuesta, con lo cual me hago más invasor y él se siente más invadido, y así sucesivamente.

De todo lo anterior se desprende que su andar agachado y ocupando el mínimo espacio posible tampoco es un capricho o un mero amaneramiento, sino la necesaria consecuencia de esta profunda alteración de su corporalidad que comenzáramos describiendo a propósito de su incapacidad de mirar. Ahora, ¿cuál cuerpo es el que está alterado? Por cierto que no el cuerpo objetivo o soma, el cuerpo que puedo medir y explorar con instrumentos -en realidad todos los exámenes son normales-, sino el cuerpo vivido, el intracuerpo, el "Leib". Pero si es el cuerpo vivido el que se altera ¿por qué el paciente no se queja de su cuerpo, como lo hace tan típicamente el depresivo?

 

EL CUERPO EN LA DEPRESION

Distintos investigadores han demostrado la absoluta predominancia de los síntomas corporales en las depresiones propiamente tales (depresión endógena o melancolía en la psiquiatría alemana y depresión mayor en la norteamericana). Tanto la definición de depresión como un compromiso de los "sentimientos vitales", en el sentido de Max Scheler (14) propuesta por Kurt Schneider (1935), las investigaciones transculturales de Pfeiffer, (15) los trabajos de Berner (16) y colaboradores en Viena, como los trabajos empíricos y fenomenológicos del suscrito (Dörr, 1971, 1974, 1979, 1980, 1988, 1993), (17) han visto lo sustantcial de la enfermedad depresiva en el cambio del hallarse o encontrarse uno en su propio cuerpo, vale decir, en una modificación de cuerpo vivido. Pero como ya hemos señalado nosotros en trabajos anteriores, el acento de la alteración de este cuerpo vivido está puesto en el "cuerpo que nos porta o sostén" (tragender Leib) y no en el "cuerpo en cuanto manifestación, expresión" y diálogo con el otro (in Erscheinung stehender Leib), aun cuando la alteración del primero también se expresa en el segundo. En un análisis fenomenológico de la corporalidad depresiva, y desde la observación del empobrecimiento del cuerpo en cuanto manifestación, concluíamos entonces que la alteración radical tenía que encontrarse en el mundo de la vitalidad, de las necesidades y emociones básicas; en último término, de los sentimientos vitales, es decir, del "tragender Leib", del intracuerpo en cuanto sostén y no del intracuerpo en cuanto manifestación, como pareciera ocurrir a la inversa en las corporalidades esquizofrénicas.

Esta modificación de la corporalidad, que se observa con sólo mirar a un verdadero depresivo, es perfectamente coherente con el tipo de quejas de estos pacientes: decaimiento, falta de ánimo, falta de fuerzas, pesadez de los miembros, sensación de frío, náuseas, dolores difusos, etcétera.

Los esquizofrénicos en cambio rara vez se quejan de su cuerpo. Aun más, rara vez se enferman, a pesar de su tendencia a descender de nivel social y económico y de estar más expuestos a los cambios climáticos por su inclinación al aislamiento y al descuido de su propia persona. En los pocos casos en que uno encuentra quejas corporales en ellos (en la llamada esquizofrenia cenestésica) se trata de sensaciones muy atípicas, casi diríamos abstrusas y con un marcado tinte anatómico; es decir, ellos describen sus molestias con las características que uno podría atribuir al cuerpo objetivo, al cuerpo del otro, y jamás a este cuerpo mío que normalmente es silencioso, trascendido, que sólo llego a sentirlo en forma difusa, como cansancio, pesadez o sensaciones de vacío, plenitud, presión, dolor, etcétera.

Ni en la depresión ni en la esquizofrenia se compromete, al menos en forma grosera, el soma o extracuerpo o cuerpo en cuanto objeto para el otro, pero en ambos cuadros hay un profundo cambio de este otro cuerpo que la fenomenología ha venido describiendo en los últimos 50 años, del cuerpo que soy, cuerpo vivido o intracuerpo.

Pero este cuerpo que soy tiene al menos dos caras. Una, que mira hacia el soma, hacia la materialidad que nos constituye y que es vivido por el sujeto ya sea como un algo silencioso y trascendido hacia el mundo y los objetos de interés, ya sea como necesidades (hambre, sed, sueño, deseo sexual), o como sentimientos vitales (ánimo/desánimo, vitalidad/cansancio, gusto/náusea, etcétera). Todo esto corresponde a esa región vital que Zutt (1959) llamara "afectivo-vegetativa" y se caracteriza por ser en mayor o menor medida ajena a la voluntad (no puedo decidir tener hambre o sueño o estar eufórico o cansado) y estar sujeta al tiempo de la maduración, del llegar a ser, también por cierto involuntario.

Ahora bien, existe otra cara de este cuerpo-que-soy o vivido que es en cierto modo polar con respecto al cuerpo afectivo-vegetativo, al cuerpo como sostén de nuestras experiencias, y que corresponde al cuerpo de la vida voluntaria, del movimiento, del mirar, tomar y caminar. A mí me viene o me da sueño o hambre (me pasa, soy pasivo frente a ello); en cambio decido transformar una piedra en un arma o dirigir mi mirada hacia alguien o mis pasos hacia alguna parte. Este cuerpo de los actos voluntarios es el mismo que está abierto al mundo, inserto en él, que está permanentemente expresándose, manifestándose y, sobre todo, avanzando. Es el cuerpo a través del cual el ser humano realiza su condición de itinerante. Y es el mismo que antes de ponerse en camino desde una posición o postura determinada, erige fronteras y límites que lo separan de lo extraño y desconocido y luego establece rangos que ordenan su relación con lo y los conocidos.

 

CONCLUSIONES

Vistas así las cosas, el caso de José, tan incomprensible desde un punto de vista psicológico e inexplicable desde un punto de vista somatológico, se nos muestra como consecuencia de la modificación de una estructura fundamental del ser hombre, cual es su condición de cuerpo vivido, referido al mundo, expresivo, poseedor de una determinada posición, postura o apostura (Stand) y siempre en camino hacia alguna parte. Una estructura, que no es reducible ni a lo psíquico ni a lo somático. No hay duda entonces que José ha perdido completamente su postura o posición existencial, esa característica del cuerpo vivido de estar abierto al mundo, que se nos hace evidente en los siguientes hechos: 1) Incapacidad de mantener la posición erecta, tendiendo a ovillarse hasta alcanzar por momentos la posición fetal, sin que halla alteración de la columna ni enfermedad neurológica alguna. La psiquiatría clásica lo consideraría un amaneramieto, conceptualización que nos parece al menos insuficiente, sobre todo si se relaciona esto con el resto de los fenómenos corporales descritos.

2) Incapacidad de resistir la mirada del otro, teniendo que conversar mientras se cubre los ojos. Sería errado interpretar esto como un mero amaneramieto, ya que el paciente -a diferencia de lo que ocurre en los amaneramientos propiamente tales- explica su conducta, aduciendo incapacidad para resistir la mirada de los otros. El tema de la mirada es recurrente en los síndromes paranoideos y muy en particular en los esquizofrénicos. El creer que los miran en la calle sin motivo alguno o atribuyéndoles la condición de homosexuales o de "pobres diablos" es un síntoma casi banal en esta enfermedad y alude a la profunda distorsión de la relación interpersonal, que traduce esa incapacidad de responder a la mirada objetivante de otro. El mirar es probablemente el fenómeno más primordial del cuerpo expresivo.

3) Incapacidad de delimitarse frente a los otros y pérdida consiguiente de todo orden o rango. Con respecto a lo primero, no sólo las miradas lo atraviesan, sino que escucha voces que no ha llamado, y pensamientos ajenos interfieren con los propios -según él- de la enfermedad de su madre; comienza un progresivo deterioro de las formas sociales y del contacto con los demás, llegando a extremos casi inverosímiles de abandono de sí mismo y de vagancia.

4) El avanzar por el camino de la vida -otra característica del cuerpo expresivo- cual es el ir siempre hacia alguna parte, aparece también destruido, en términos generales por su abandono del trabajo y su vida vagabunda, pero muy concretamente también por su incapacidad de caminar hacia adelante. José sólo puede desplazarse en forma lateral o hacia atrás; todo movimiento frontal, vale decir, todo caminar hacia el futuro, todo proyectar, le está impedido. Pocas veces nos ha sido permitido observar en esta forma tan concreta y casi diríamos "concretística" (Holm, 1982), este hecho sustancial de esta enfermedad, como es la dificultad que tienen los esquizofrénicos para insertarse en la vida cotidiana y desempeñar algún trabajo o función con un mínimo de sentido común y de éxito. José no sólo es incapaz de desarrollar algún trabajo, lo cual implica siempre algún grado de planificación y progreso hacia adelante, sino que el mismo acto de caminar ha perdido su frontalidad natural, mostrando en forma corporal y concreta su incapacidad de avanzar por el camino de la vida.

5) El extremo abandono de la urbanidad, su suciedad y la pérdida de todo respeto hacia los demás, nos está señalando la ausencia del otro en su horizonte. Al no reconocer al "otro" en cuanto tal, las cosas no pueden ordenarse incluyéndolo a él. Este partir derrotado frente a la fuerza de la mirada del otro hace que el esquizofrénico lo evite y lo niegue. Al no poder constituirlo como "otro", pierde todas aquellas conductas nacidas de la interacción con él.

 

REEFERENCIAS
1- Metraux, A.: "Leiblichkeit und Fremdwahrnehmungî, en Leib-Geist-Geschichte, Alfred Kraus (Hrsg.), Heidelberg, Alfred Hüthig, 1978, pág. 74.
2- Gurwitsch A.: El campo de la conciencia: un análisis fenomenológico, Madrid, Alianza, 1979.
3- Sartre, J. P.: El ser y la nada, Buenos Aires, Losada, 1966.
4- Goethe, W. von: "Farbenhlere", en Naturwissenschaftliche Schriften, Band I. Zürich-Stuttgart, Artemis Verlag, 1966.
5- Marcel, G.: Etre et Avoir, Paris, Montaigne, 1955.
6- Zutt, J.: "Der ästhetische Erlebnisbereich und seine krankhaften Abwandlungen", Nervenarzt, 1952, 23, 163; Auf dem Wege zu einer anthropologischen Psychiatrie, Berlin-Göttingen-Heidelberg, Springer Verlag, 1963.
7- Kulenkampff, C.: "Entbergung, Entgrenzung und Ueberwältigung als Weisen des Standverlustes. Zur Anthropologie der paranoiden Psychosen", Nervenarzt, 1955, 26, pp. 89-95.
8- Ortega y Gasset, J.: "Vialidad, alma y espíritu" en Obras completas, Madrid, Revista de Occidente, 1965, Tomo II.
9- López-Ibor J. J.: Las neurosis como enfermedad del ánimo, Madrid, Gredos, 1996.
10- Laín Entralgo, P.: Teoría y Realidad del Otro, Madrid, Revista de Occidente, 1961.
11- Wulff, E.: "Der Hypochonder und sein Leib", en Der Nervenarzt, 1958, 29, págs. 60-71.*
12- Ruffin, H.: "Leiblichkeit und Hypochondrie", en Der Nervenarzt, 1959, 30, págs. 195-203.
13- Plügge H.: Wohlbefinden und Missbefinden, Tübingen, Hans Niemayer Verlag, 1962; Vom Spielraum des Leibes, Salzburg, Otto MüllerVerlag, 1970.
14- Scheler, M.: Wesen und Formen der Sympathie, Frankfurt, Schulte Verlag, 1948.
15- Pfeiffer, W. M.: "Das Symptomatik der Depression in transkultureller Sicht", en Das depressive Syndrom, München-Berlin-Wien, Urban & Schwarzenberg, 1969, págs. 151-168.
16- Berner, P. et al: Diagnosekriterien für Schizophrene und Affektive Psychosen, Ginebra, eltverband für Psychiatrie, 1983.
17- Dörr-Zegers, O. et al.: "Del análisis clínico-estadístico del síndrome depresivo a una comprensión del fenómeno de la depresividad en su conccepto patogénico", Revista Chilena de Neuropsiquiatría 1971, 10, págs. 17-39; "Análisis fenomenológico de la depresividad en la melancolía y en la epilepsia", Actas Luso-Españolas de Neurología, Psiquiatría y Ciencias afines (2a Etapa), 1979, págs. 291-304; "Dimensiones de la depresión", en Apuntes de Medicina Clínica 1988, 27, págs. 11-21.
FUENTE: "Corporalidad. La problemática del cuerpo en el pensamiento actual." M. L. Rovaletti (comp.). Lugar Editorial, Buenos Aires.

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