LA RELIGIÓN EN LA ALTA EDAD MEDIA

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Texto: Juan Luis Carrellán

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El Cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV y había empezado a extenderse entre las tribus germánicas antes de la caída de Roma. La división del Imperio Romano en dos, el de Oriente y el de Occidente, resultó también en una partición en el seno de la Iglesia Cristiana. La parte occidental, centrada en Roma, se convirtió en católica; la parte oriental, centrada en Constantinopla, se convirtió en ortodoxa. En el siglo VII surgió en Arabia el Islam, una de las grandes religiones del mundo.

El cristianismo

La expansión del cristianismo entre los bárbaros constituyó una poderosa fuerza civilizadora y ayudó a asegurar que algunos vestigios de la ley romana y del latín continuaran en Francia, Italia, España y Portugal. Sólo en Inglaterra el cristianismo romano sucumbió ante las creencias paganas. Los francos se convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clovis y, a partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin. Por su parte, los bizantinos extendieron el cristianismo ortodoxo entre los búlgaros y los eslavos.

El cristianismo fue llevado a Irlanda por San Patricio a principios del siglo V, y desde allí se extendió a Escocia, desde donde regresó a Inglaterra por la zona norte. A finales del siglo VI, el Papa Gregorio el Grande envió misioneros a Inglaterra desde el sur. En el transcurso de un siglo, Inglaterra volvió a ser cristiana.

 

Los monasterios

Durante los disturbios de la Edad Oscura, unos cuantos cristianos fuertemente comprometidos se retiraron de la sociedad para vivir como ermitaños, normalmente en el salvaje e inhóspito límite de la civilización. Los ermitaños, a su vez, inspiraron a los clérigos más convencionales a realizar votos de pobreza y de servicio como respuesta a las enseñanzas de Jesucristo.

Muchos de estos clérigos formaron nuevas comunidades de religiosos afines que recibieron el nombre de monasterios. El Papa Gregorio alentó la construcción de monasterios por toda la Europa cristiana. En algunas zonas de Europa, pronto se convirtieron en los únicos reductos del saber. Hay quien opina, por ejemplo, que los monjes irlandeses preservaron la civilización en sus monasterios. Los monjes irlandeses se desplazaron a otras zonas europeas para enseñar y revivir el interés por el saber. Los monasterios eran la principal fuente de hombres instruidos capaces de ayudar en la administración del gobierno, por lo que muchos adquirieron importancia como asistentes y consejeros reales.

Con el tiempo, los monasterios se enriquecieron por las donaciones de tierras, como le había pasado a la iglesia romana. Se fundaron distintas órdenes religiosas con diferentes objetivos. Algunas vivían replegadas en sus propios intereses; otras formaban a misioneros para enviarlos a tierras salvajes; otras aconsejaban a los papas en materia doctrinal; y otras proporcionaban importantes servicios comunitarios como el cuidado de ancianos y enfermos o el socorro a los necesitados.

 

El Islam

El Islam fue fundado en Arabia en el siglo VII por el profeta Mahoma. Se propagó rápidamente e inspiró un gran movimiento de conquista. El mapa político de África del Norte, del Medio Oriente y de Asia central cambió casi de la noche a la mañana. La Península Ibérica, el Medio Oriente, Asia Menor, Iraq, Irán, Afganistán, parte de la India, Paquistán y parte de Rusia se convirtieron al islamismo. Durante el breve periodo en que el Imperio Islámico permaneció unido, amenazó con cumplir su objetivo de convertir al mundo entero a sus creencias. La estabilidad y el crecimiento económico del nuevo mundo islámico trajeron una paz y prosperidad a sus territorios que eran desconocidas en la Europa occidental del momento. La cultura musulmana sobrepasó a la bizantina en las artes, las ciencias, la medicina, la geografía, el comercio y la filosofía.

Los conflictos entre los musulmanes y los cristianos dieron como resultado las Cruzadas, una serie de intentos por parte de la Cristiandad Occidental para reconquistar Tierra Santa en Palestina.


Los peregrinos

Los cristianos daban muestras de fe peregrinando a Roma, Santiago de Compostela e incluso Jerusalén. Los que habían visitado Santiago de Compostela, prendían conchas de vieira a sus sayales como símbolo de distinción.

 

Las Catedrales

A partir del siglo XII, y debido a la prosperidad de la época, se desarrollaron las artes, especialmente la arquitectura. La catedral se convirtió en el símbolo permanente de la arquitectura de la Edad Media. Se erigieron magníficos templos en agradecimiento a Dios por las bendiciones otorgadas a su pueblo. Las ciudades competían por tener la más bella catedral con las agujas más altas apuntando al cielo. La mayor inversión de capital durante el periodo, toda una fortuna, se destinó a la construcción de catedrales, cuyas obras tardaban más de un siglo en concluir.

El material predominante en la construcción de las catedrales era la piedra, que minimizaba el peligro de incendios. Por otra parte, el acero escaseaba y el hierro era demasiado endeble para sujetar los inmensos edificios de altura sin precedentes. Los arquitectos desarrollaron nuevas soluciones a viejos problemas, ideando el arco apuntado y los arbotantes para desplazar el peso de la carga de los techos abovedados hacia los macizos soportes de piedra. Las nuevas tecnologías hicieron posible la construcción de grandes catedrales, grandes vidrieras (con frecuencia bellamente adornadas con vidrios de colores) y altas agujas. Los franceses fueron los pioneros en la construcción de las nuevas catedrales. En el 1163, se inició la construcción de Notre Dame en París, que acabó 72 años más tarde. Las obras de la catedral de Chartres comenzaron en 1120, concluyendo en 1224 tras haberse incendiado dos veces durante su construcción.

Las catedrales constituían una gran fuente de prestigio y de orgullo cívico. Por su parte, los devotos y los peregrinos eran un creciente manantial de ingresos para las ciudades con catedral.

 

Entre los años 711 y 725, los musulmanes ocuparon casi toda la Península Ibérica, desapareciendo, de este modo, el reino visigodo como tal. No obstante, en Asturias y en los Pirineos resistieron pequeños núcleos cristianos, con los que no existirá frontera hasta mediados de siglo.

Tras unos años de sequías y malas cosechas (751-756), los musulmanes se retiraron al Sur de la zona desértica situada a lo largo de los ríos Duero y Ebro, aunque teniendo avanzadillas en la cuenca media de éste último. Ello favoreció la expansión de los núcleos cristianos que habían sobrevivido al Norte de la citada franja desértica.

Asturias se transformó en reino tras la batalla de Covadonga, probablemente en el año 720, cuando Pelayo se erigió rey de su pueblo. Con Alfonso I (739-757) se repobló Asturias y se fortificaron los puntos de contacto con las avanzadas musulmanas (las cuales, no obstante, saquearon Asturias entre los años 794 y 795).

En cuanto a Navarra, este territorio se mantuvo independiente de musulmanes, asturianos y francos, apoyándose alternativamente en unos y otros.

Por otro lado, los musulmanes fueron expulsados de la Septimania tras la batalla de Poiters (año 732), integrándose este territorio en el reino franco. En tiempos de Carlomagno (768-814) se ocuparon y anexionaron los territorios situados al Norte del Ebro: condados de Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars y condados catalanes. Posteriormente, en el año 793, los musulmanes atacaron Narbona y esto indujo al establecimiento de la Marca Hispánica.

Durante el siglo IX, las dificultades internas del Emirato de Córdoba favorecieron las repoblaciones cristianas de las tierras yermas al norte del Duero y del Ebro (además, en el año 1035 quedó abolido el califato cordobés y se fragmentó su territorio en los diferentes reinos taifas).

En el ámbito asturiano existieron diferentes repoblaciones, durante los reinados de Alfonso II (791 - 842), Ordoño I (850 - 866) y Alfonso III (866 - 910). Estas tierras repobladas pasaron a ser propiedad de los labriegos y los campesinos que se asentaron en ellas. La vida económica cotidiana se enmarcaba en las labores de la agricultura y del pastoreo, y éstas se desarrollaron en cada pueblo. En cuanto a los intercambios comerciales, eran inexistentes. La arquitectura asturiana experimentó un considerable auge y tuvo influencias bizantinas, árabes y carolingias.

Por su parte, el primer rey de Navarra fue Íñigo Arista (820-851), cuyos sucesores mantuvieron la autonomía de este reino respecto de las monarquías vecinas.

En el núcleo franco, las repoblaciones comenzaron con la ocupación de Barcelona (año 801), y continuaron hasta llegar al río Llobregat en los últimos años del siglo. La economía de la zona estaba basada en la agricultura. Además, se iniciaron los intercambios comerciales. En relación con la arquitectura, cabe señalar la buena conservación de su patrimonio, así como sus influencias clásicas.

Durante el siglo X, el auge del Califato de Córdoba, a raíz de su independencia de Damasco con Abderramán III, frenó la expansión de los reinos cristianos y logró intervenir en sus cuestiones internas, así como establecerles imposiciones y vasallajes.

Durante este siglo, Navarra controló la política astur-leonesa, gracias al carácter ofensivo de su ejército. A mediados de esa centuria se anexionó Aragón. No obstante todo ello, su economía se basó en la agricultura y en el pastoreo, y se favorecieron los contactos comerciales con los musulmanes. Además, se realizaron acuñaciones de monedas y se crearon fábricas de armas en Pamplona.

Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars se incorporaron a Navarra a lo largo de este siglo, mientras los condados de la Marca Hispánica dependían del de Barcelona, del que se independizaron posteriormente, ya en el siglo XI. Se favoreció una economía agraria y ganadera, así como los intercambios comerciales con los musulmanes. También hay que destacar el auge que experimentaron los mercados en diferentes localidades, que por estos años iniciaron las acuñaciones de monedas. Esta zona sirvió de correa de transmisión de la cultura musulmana a Europa; de este modo, desde el año 888, se realizaron traducciones latinas de tratados árabes en el monasterio de Ripoll.

 

El Reino de León, estaba formado en el siglo X por Galicia, Asturias, León y Castilla. En tiempos de Ordoño II (914-924), se produjo la ocupación temporal de León por Abderramán III en el año 920, fecha en la que también se conquistó La Rioja con ayuda de los navarros. Posteriormente, los pamploneses intervinieron en la sucesión al trono leonés, imponiendo a Alfonso IV (925-931) y Ramiro II (931-951). Tras la batalla de Simancas (año 939), en la que el rey Ramiro II derrotó a los musulmanes, se produjo la repoblación de Sepúlveda y de la cuenca del río Tormes. Los sucesores, Ordoño III (951-956) y Sancho I (956 - 966), fueron monarcas impuestos por la facción navarra, cuya influencia culminó con la subida al trono de Ramiro III (966-984). En este reinado se registraron los ataques dirigidos por Almanzor que supusieron el retroceso de las avanzadillas de los ejércitos cristianos. Las actividades económicas siguieron siendo rudimentarias y no existió acuñación de moneda hasta el reinado de Vermudo II (984-999). En este siglo se produjo un auge de la cultura mozárabe, y como ejemplos podemos citar la realización de la Biblia Hispalense y del Códice Virgiliano. También hay que resaltar las importantes obras en la arquitectura de estilo mozárabe.

Respecto al siglo XI, cabe reseñar la desintegración del Califato en torno al año 1030, después de la retirada del apoyo que recibía de la burguesía cordobesa. Por ello, Córdoba dejó de jugar su papel principal y Al-Andalus quedó fragmentado en Estados independientes llamados Reinos Taifas, que se caracterizaban por las discordias internas continuas.

Ahora bien, la desintegración del Califato de Córdoba favoreció el renacimiento económico cristiano gracias a las parias, que eran los tributos de los reinos taifas a cambio del respeto a sus fronteras por los reinos cristianos. De esta forma, el oro recibido de las parias era repartido por los reyes cristianos entre los diferentes nobles y personalidades del alto clero, a los que sirvió para comprar las tierras entregadas a los labriegos y pastores en los siglos anteriores. Esta concentración de la propiedad condicionó el desarrollo económico y político a partir de la Baja Edad Media.

El Reino de Navarra sufrió varias modificaciones durante este siglo XI. A principios del siglo, comprendió los territorios de Castilla, León, Navarra y Aragón. Durante el reinado de Sancho El Mayor (1000-1035), se produjo el sometimiento de la Iglesia a las normas de Roma con la reforma benedictina, base de la cluniacense. A la muerte del monarca Sancho Garcés IV, en 1076, el reino navarro se dividió entre castellanos y aragoneses.

En Castilla se pasó de condado, hereditario desde finales del siglo X, a reino bajo Fernando I (1032-1065), hijo segundo de Sancho el Mayor. Durante este primer reinado se ejerció una fuerte influencia sobre León. No obstante, sus sucesores, Sancho II y Alfonso VI, comenzaron a padecer las imposiciones de la nobleza y de la Iglesia. Asimismo, la enorme riqueza de la institución eclesiástica favoreció el auge de las edificaciones de estilo románico.

Por su parte, el Reino de Aragón se constituyó con Ramiro I, hijo bastardo de Sancho el Mayor, en el año 1035. El desarrollo de este reino fue paralelo al castellano, con los monarcas Sancho I y Pedro I.

También tenemos que resaltar que durante el siglo XI el condado de Barcelona se independizó de la monarquía franca. Esto tuvo lugar en el año 1018 con Berenguer Ramón I.

En conjunto las conquistas cristianas prosiguieron con las incursiones castellanas, aragonesas y navarras, que llevaron la frontera hasta las cuencas del río Tajo en la zona occidental y del río Ebro en la oriental. Ahora bien, tras la batalla de Sagrajas, en 1086, los almorávides pusieron freno a la expansión cristiana con la victoria ante las tropas del rey castellano Alfonso VI. De este modo, los almorávides ocuparon los reinos taifas andaluces, portugueses y extremeños que un año antes habían conquistado los castellanos.

Entre el 1103 y el 1115, los almorávides consiguieron restablecer la unidad de Al-Andalus después de acciones de conquista y asedios por parte de aragoneses y castellanos. Éstos últimos contaron con los servicios del Cid Campeador, que logró ocupar Valencia para Pedro I.

 

En el siglo XII, existió un intento de unificar los reinos cristianos como respuesta a la unidad que se gestó en el ámbito musulmán. Este intento se quiso desarrollar mediante el matrimonio de Urraca de Castilla y León (1109-1126) y Alfonso I de Navarra y Aragón (1104-1134). Ahora bien, este intento fracasó debido a las presiones de la nobleza y del alto clero castellanos, que hicieron todo lo posible para desbaratar este matrimonio, no pudiéndose ,por tanto, llevarse a cabo la unidad de los dos reinos.

No obstante, sí se hizo efectiva la unificación entre los reinos de Aragón y Cataluña bajo la figura de Ramón Berenguer IV (1131-1162), aunque el primer rey de Aragón y conde de Barcelona fue Alfonso II (1162-1196).

El reino de Navarra, por su parte, mantuvo su autonomía hasta el siglo XV, en el que Fernando el Católico lo anexionó a Castilla.

Tras la muerte de Alfonso VII (1126-1157), los reinos de Castilla y León sufrieron su desintegración. También tenemos que destacar el auge que tuvieron en estas zonas los cantares de gesta durante toda la centuria (ej: "Cantar de mío Cid").

El siglo XII fue para Portugal el inicio de su independencia del reino castellano-leonés. Así, en 1143 Alfonso Henriquez es reconocido soberano por las Cortes de Lamego, y de este modo, declaraba su independencia respecto de su antigua vinculación.

La formación de los segundos reinos Taifas supuso el avance de la expansión de los reinos cristianos. Los ejércitos de Castilla y León, con Alfonso I como monarca, ocuparon Zaragoza y realizaron expediciones por tierras valencianas, murcianas y andaluzas; aunque fueron derrotados por los musulmanes en Fraga (1134). Aún así, los castellano-leoneses conquistaron la cuenca del río Tajo y Almería. Por su parte, las tropas portuguesas tomaron Lisboa, Santarem, Almada y Setúbal (1139-1147). Por otra parte, los catalano-aragoneses ocuparon el valle del río Ebro, en el año 1149.

En 1157, llegaron los almohades llamados por los reinos Taifas para poner freno a la expansión cristiana. Después de unos primeros años de avances y retrocesos, consiguieron iniciar otro periodo de unidad en los territorios musulmanes. Los almohades tomaron la ciudad de Almería, pero no fueron capaces de detener el avance de los portugueses, que rebasaron la línea del río Tajo y llegaron hasta Badajoz. También fue éste el momento escogido por los catalano-aragoneses para repoblar la zona de Teruel. Mientras tanto, los castellanos llegaron hasta la cuenca alta del río Júcar, conquistaron la ciudad de Cuenca (1158-1177) y se adentraron hasta los ríos Guadiana y Guadalquivir. No obstante, la expansión del ejército de Castilla fue contenida por los almohades tras la batalla de Alarcos, en 1195, que, además, supuso el principio de la unificación de los diferentes reinos Taifas, los cuales opusieron un frente homogéneo a los diversos reinos cristianos, desde Portugal a Cataluña y desde el río Tajo al río Ebro, pasando por el Guadiana.

El siglo XIII comenzó con dificultades para los musulmanes, porque aparecieron los terceros reinos Taifas, con lo que los reinos cristianos retomaran con más fuerzas su avance hacia el Sur de la Península Ibérica.

Las incursiones de los diferentes ejércitos cristianos abrieron paso a la gran victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. Este triunfo significó la apertura de las puertas de la conquista de Andalucía, aunque ésta fue aplazada como consecuencia de las diversas sequías y epidemias. En este mismo siglo, Fernando III (1217-1252), después de realizar una serie de pactos con los dirigentes almohades, conquistó la Baja Extremadura, Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia. Su sucesor, Alfonso X (1257-1284), se dedicó a consolidar la expansión castellana, tanto territorial como económica. En este último reinado se fomentó bastante la cultura, debiéndose destacar las escuelas de traductores de Toledo y de Sevilla, el desarrollo de las Universidades y el proceso de romanización del Derecho, dirigiendo el propio monarca la redacción de "las Siete Partidas". De igual modo, Sancho IV (1284-1295), se lanzó a la conquista de Tarifa.

 

En tiempos del rey Fernando IV (1295-1312), Castilla tenía la economía más próspera de la Península Ibérica. Ello se debió a la repoblación de las ricas comarcas andaluzas y al desarrollo de la ganadería, que tuvo su auge por el incremento de las exportaciones de lanas hacia Inglaterra. Como consecuencia de esta configuración económica, se agrandaron las diferencias entre los distintos estamentos de la sociedad. De esta forma, se produjo una gran concentración de la riqueza por parte de la nobleza y del alto clero. Por otro lado, la población urbana estaba constituida por hombres libres, mientras que en los núcleos rurales estos hombres libres se fueron transformando en hombres de behetría (acuerdo por el que un individuo o una aldea se acogía libremente a la protección de un señor a cambio de determinados tributos).

También en el ámbito castellano es de reseñar la construcción, a partir del 1221, de las primeras catedrales góticas (como las de Burgos, Toledo y León). Estas edificaciones se realizaron a expensas de los cabildos catedralicios, monopolizadores de las riquezas que generaban las explotaciones ganaderas. Además, se crearon las primeras Universidades, que nacieron por el deseo de la Iglesia de mantener bajo su control la enseñanza. De este modo, estos centros culturales estaban sometidos a la disciplina de la Santa Sede y fueron dirigidos por las órdenes mendicantes. Así, en Palencia, Salamanca y Valencia (esta última en la Corona de Aragón), se fundaron las primeras Universidades de la Península Ibérica.

El siglo XIII significó para el reino de Portugal la conclusión de la expansión territorial en la península. Desde principios del siglo se rebasó la cuenca del río Tajo y se llegó hasta el Algarve, zona que se conquistó en los últimos años de la centuria. Este último territorio se anexionó a Portugal después de una dura pugna con la corona castellana en tiempos de Alfonso X, que también aspiraba al control de esa zona. En estas fechas, Portugal vivió, con el reinado de Dionis (1278-1325), el comienzo de un periodo de auge económico y comercial, así como el inicio de un gran desarrollo del comercio.

El siglo XIV, supuso la entrada de los reinos peninsulares en una profunda crisis económica, que sólo pudo sobrellevar Castilla gracias a su riqueza ganadera, que fue el fundamento de su posterior hegemonía en la zona. La crisis económica que padeció la península se debió a una catastrófica epidemia de peste que tuvo lugar hacia el año 1348. En el apartado cultural, este siglo contó en las letras castellanas con los inmortales Arcipreste de Hita, don Juan Manuel y el canciller López de Ayala.

Para la Corona de Aragón, este siglo supuso el inicio de su expansión por el mar Mediterráneo bajo el reinado de Jaime II (1291-1327). De esta forma, por el tratado de Caltabellota se estableció la dinastía reinante en la corona aragonesa en Sicilia. La actividad comercial se realizó en base a las telas, los productos tintóreos, los alimenticios y las especias.

En lo referente a la cultura, se puede destacar la construcción de numerosas catedrales góticas (como las de Barcelona, Zaragoza y Palma de Mallorca). Además, se comenzaron a traducir las obras de los clásicos griegos.

Dentro de este contexto de expansión por el Mediterráneo, los almogávares catalanes dirigidos por Roger de Flor fundaron los ducados de Neopatria y de Atenas, que pasaron a la Corona de Aragón en 1311.

Por otro lado, bajo el reinado de Alfonso IV (1327-1336), se inició la etapa de decadencia económica y la unificación definitiva de la zona catalana con los reinos de Aragón y Valencia. De esta manera, Pedro IV (1336-1387), contribuyó a reforzar la unidad de los territorios de la Corona de Aragón, así como de incrementarla con nuevas zonas, incorporando las islas Baleares y anexionando Sicilia, Neopatria y Atenas. Poco después, su sucesor, Juan I (1387-1396), se vio obligado a sofocar sendas sublevaciones en el Rosellón y en Cataluña. Y seguidamente, con su hermano Martín I en el trono (1396-1410), comenzaron dentro de los círculos de poder las luchas internas por controlar la sucesión de la corona. También fue importante el Compromiso de Caspe en 1412.

 

Para Navarra, el siglo XIV significó su continuidad dentro de su aislamiento particular. Así, desde 1304 a 1425 este reino tuvo como monarcas a los reyes franceses y los de la Casa de Evreux, siendo el último de ellos, Carlos III, el que formulara el Privilegio de la Unión entre las ciudades, los pueblos y la navarrería.

Volviendo a Castilla, tenemos que destacar la batalla del Salado, donde los ejércitos del rey Alfonso XI (1312-1350), vencieron a las tropas granadinas y a sus aliados norteafricanos. Asimismo, su sucesor Pedro I, protegió a los burgueses para que le ayudaran en su organización del sistema.

En el reino de Portugal, el siglo XIV comenzó con el esplendor económico y comercial del reinado de Dionis (1278-1325), durante el que la alta nobleza y el clero trataron de consolidar sus privilegios. El auge de esos años comenzó a decaer con Alfonso IV (1325-1356). En los reinados de Pedro I y Fernando I, se inició una política de protección de los comerciantes y se libró una serie de luchas con la corona castellana que duraron hasta que en 1385 Juan I de Avis (1383-1433) consolidó la independencia respecto de Castilla tras su victoria en la batalla de Albujarrota.

Para finalizar, nos centraremos a continuación en el siglo XV. Esta centuria significó para la Corona de Aragón la continuación de su decadencia comercial, que hundía sus raíces en la crisis económica del siglo anterior. Por otro lado, siguiendo con su línea de expansión, el rey Alfonso V logró incorporar los territorios de Nápoles, en 1442, y del Benevento, en el 1458. Aunque su sucesor, Juan II (1458-1479), no pudo parar la pérdida de los condados del Rosellón y de Cerdeña. Asimismo, este monarca consiguió, tras la Capitulación de Villafranca en 1472, apaciguar las rebeliones de la burguesía y de los payeses de remensa en Cataluña. Por otra parte, su heredero fue Fernando II (1479-1516), llamado el Católico, que consiguió mediante matrimonio con Isabel I de Castilla, la unión dinástica de ambas coronas. Posteriormente, se logró la anexión de Navarra y la conquista de Granada, último enclave musulmán en la Península Ibérica. Además, el reinado de los Reyes Católicos coincidió con un período de desarrollo económico general y con el inicio del ciclo hegemónico de la Corona española tras el descubrimiento y conquista de los territorios americanos.

Por su parte, el reino de Navarra vivió disputas internas durante la primera mitad del siglo, debido a que existieron dos facciones enfrentadas que luchaban por el poder. Por un lado, se encontraban los agromonteses, que apoyaban al candidato Juan (II) de Aragón, que luego tomó la corona tras la batalla de Aibar en 1451. Y por otro lado, estaban los beamonteses, que eran partidarios del hijo de Juan de Aragón, Carlos, y de la unión con Francia. En 1479 la casa de Foix devolvió al reino navarro su autonomía respecto del exterior, pero en 1512 Fernando el Católico lo ocupó y anexionó a su corona.

En Castilla, el siglo XV supuso la continuación del esplendor de su economía, que seguía basándose en la exportación de lana y en la obtención de oro procedente de Granada por medio de las parias. Además, prosiguió el auge de la nobleza y de la Iglesia. La vida política de la primera mitad del siglo XV se vio dañada por la confrontación del monarca Juan II con la nobleza, que le quiso desposeer de su poder político. Esta pugna continuó durante la segunda mitad del siglo, bajo el reinado de Enrique IV. Tras el uso de la fuerza, se llegó al Tratado de Guisando en 1468, en el que se nombra como sucesora a su hermana Isabel y en 1470 a su hija Juana la Beltraneja. Esta situación dio lugar a una guerra civil que termina en 1476, tras la batalla de Toro, tras la que Isabel se convierte en reina. Hacia 1479 se inició una guerra con Portugal, a la que se puso fin con el Tratado de AlcaÇovas-Toledo. Con Isabel I (1476-1504), se produjo la unión entre Castilla y la corona aragonesa, la conquista de Granada y el Descubrimiento de América.

 

Por su parte, Portugal se recuperó económicamente gracias a la exploración de vías marítimas hacia la India. Las incursiones en el océano Atlántico se iniciaron con el rey Juan de Avis (1383-1433), que puso a disposición de su hijo Enrique todo lo necesario para llevar a cabo dichas empresas. Este infante fundó en Sagres la primera escuela naval del mundo y proyectó la exploración de la costa occidental de África. Los sucesores mantuvieron esta política expansionista, enfrentándose con la nobleza latifundista, que prefería los territorios peninsulares, aún a costa de enfrentamientos con Castilla. Finalmente, el apogeo expansionista tuvo lugar en tiempos de Manuel I (1495-1521), con el que se bordeó toda la costa africana y se llegó, por fin, a la India.

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