LA VIDA DE MAHOMA

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C. Virgil Gheorghiu 

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XLV

LA CUEVA DE LAS SERPIENTES

Al llegar a la caverna, el fiel Abu-Bakr entró el primero, barrió el suelo y desgarró su túnica interior para cerrar los agujeros, por temor a las serpientes. Después, llamó al proteta».

" Abu-Bakr, el de más edad y el más rico, hace estos servicios como si Mahoma fuera un príncipe. Entre los suyos, Mahoma goza de una autoridad excepcional. Por lo demás, absolutamente merecida. Es un hombre que se ha encontrado con Dios, lo que lo eleva por encima de la condición humana. Está marcado, como el rostro de Moisés lo estaba por las manchas de luz, semejantes a las quemaduras que producen los rayos.

«Moisés ignoraba que, de la entrevista que había mantenido con Dios, habían quedado en su rostro rayos de luz». Si el rostro de Mahoma hubiera conservado rastros de luz, tras el viaje al cielo y las conversaciones con Dios, Abu-Bakr, hombre de casi sesenta años y personalidad conocida en todo el mundo árabe, no tenía porque arrodinarse para limpiar la gruta, ni tenía por qué romper su capa y sus vestiduras para tapar los agujeros de la cueva.; ni prepararla el lecho de Mahoma como si se tratara del de un príncipe de Las Mil y Una Noches.

Mahoma ha nacido y vivido en la misma ciudad que Abu-Bakr. Pero Mahoma se ha elevado sobre la condición humana, puesto que se ha encontrado con Dios.

Tras haber preparado el lecho de Mahoma, Abu-Bakr le invita a entrar y descansar. Los pies del profeta sangran. Está rendido.

«Hallándose fatigado el profeta, puso su cabeza sobre las rodillas de Abu-Bakr y se durmió».

La tradición dice que la burda, la túnica que Abu-Bakr desgarró para tapar los agujeros de la caverna e impedir que entraran las serpientes, no fue suficiente; mientras Mahoma duerme con su cabeza sobre las rodillas del amigo, Abu-Bakr se da cuenta de que uno de los agujeros no ha sido tapado. Si entrara una serpiente mientras dormían, la vida del profeta estarla en peligro. Abu-Bakr estira su pierna y cierra el hueco con el talón.

Hecho esto, se duerme también, satisfecho de haber tomado todas las medidas necesarias para proteger la vida del enviado de Dios.

Las preocupaciones de Abu-Bakr no han sido inútiles: por el agujero que no ha podido tapar con un pedazo de te¡a, penetra una serpiente. Se encuentra con el talón de Abu-Bakr y lo muerde. El compañero de Mahoma se despierta, desgarrado por el dolor; pero se esfuerza por no gritar, para no turbar el sueño del profeta. El dolor, empero, es demasiado fuerte. Sobre el rostro de Abu-Bakr, inmóvil, se desliza el sudor. que cae sobre la cara de Mahoma y le despierta. El profeta sabe que una serpiente ha mordido a Abu-Bakr. Chupa el veneno de la herida. Y los dos compañeros vuelven a dormirse.

Al día siguiente, las búsquedas comienzan y se desarrollan. El desierto en torno a La Meca hormiguea de rastreadores que buscan a Mahoma. Toda la ciudad se ha movilizado para atrapar al profeta, vivo o muerto. Se da la alarma a las tribus de beduinos. Todos saben que quien encuentre a Mahoma recibirá en recompensa cien camellos.

Abu-Bakr y Mahoma duermen, sin sospechar que sus perseguidores han pasado cien veces ante la gruta en que se esconden.

En realidad, los coraichitas no tienen oportunidad alguna de descúbrir al profeta. Han movilizado a cientos de hombres y de rápidos camellos para explorar los caminos del desierto, las cuevas y desfiladeros. Cuentan únicamente con su número, su fuerza y su habilidad. Ignoran que tienen que luchar también con Dios. No creen en Dios. Pero Dios, una vez más, ha salvado al profeta. Cuando el primer grupo de perseguidores llega ante la gruta, el Señor envía unas arañas que tejen su tela apresuradamente ante la entrada de la caverna. Al ver intacta la tela de araña, los hombres que buscan al profeta, pasan de largo, persuadidos de que hace tiempo que nadie ha entrado en aquella cueva.

 

El segundo grupo que Hega al lugar intenta entrar en la gruta, pero Dios envía un pájaro que hace su nido y pone sus huevos en el mismo umbral. y de nuevo los perseguidores siguen su camino. La tercera vez, son las piedras que caen y cierran el paso. Cuando despierta, Abu-Bakr está deprimido. La fatiga, la huida, la mordedura de la serpiente, el hambre, todo pesa sobre él. Mahoma anima a su compañero y le aconseja que no se deje abatir. No son dos; son tres, puesto que Dios está con ellos. El Corán dice:

Su brazo protegi6 al profeta cuando los infieles le perseguían. Su compañero de huida (Abll-Bakr), le ayudó, cuando el profeta y él se refugiaron en la caverna. Mahoma le dijo: «No te aflijas. El Señor está con nosotros». El cielo envió la tranquilidad y una escolta de ángeles, invisibles a sus ojos.

En el momento de salir de la cueva de las serpientes, Mahoma y Abu-Bakr ven la tela de araña, el nido y los huevos de pájaro y las piedras que han obstruido la entrada. Ahora están convencidos. Dios los protege. Y eso redobla su fe. Mahoma y su compañero pasan tres dias en aquella cueva. La última vez que los perseguidores pasan junto a ellos, un árbol crece ante la entrada de la gruta. Es el supremo milagro.

Las búsquedas cesan a los tres días. Los coraichitas renuncian a encontrar a Mahoma. El guía Amir-ibn-Fuhairah y el esclavo manumitido Arqath llegan con los camellos y las provisiones. Los fugitivos toman el camino de Medina.

Normalmente, ese viaje dura once días. Pero la caravana de los cuatro fugitivos da muchas vueltas, para evitar cualquier encuentro en el camino.

Mahoma y Abu-Bakr están vestidos de andrajos. Mahoma, porque en el momento en que Ruqayah le advirtió lo que se tramaba, partió de su casa c6n un solo vestido viejo. Abu-Bakr, porque ha roto su túnica. Al cabo de cierto tiempo, los fugitivos no tienen agua ni alimentos. Los rodeos que se ven obligados a hacer son bastantes más de lo previsto. Llegan a ua campamento de nómadas. No encuentran más que a una vieja mujer, Umm Mabad. Les ofrece algo que comer, pero no posee nada.

No tiene más que una vieja cabra estéril. Mahoma le dice que trate de ordeñarla; tal vez tenga leche. Escéptica, la vieja va a ordeñar la cabra. Y ésta da la leche suficiente para apagar la sed y calmar el hambre, no sólo de los cuatro hombres, sino también de la anciana. Es uno de los milagros con que Dios favorece al profeta de vez en cuando.

Poco tiempo después ocurre un segundo milagro. En el camino de los fugitivos surge una caravana de Siria. Se trata de amigos y parientes de Mahoma. Y llevan precisamente lo que falta a los fugitivos: alimentos y vestidos. Mahoma se equipa con vestidos nuevos de pies a cabeza. Tal y como conviene ir vestido a un profeta, que debe ser recibido en medio de gran pompa por cientos de fieles. Porque los caravaneros, al dar a los fugitivos vestidos y alimentos, les anuncian que toda la población de Yatrib o Medina, al saber la huida del profeta, le prepara un recibimiento triunfal, como a un verdadero enviado de Dios a la tierra árabe.

Después de ese encuentro, que reanima el espiritu de los fugitivos, viajan con menos cuidado y vigilancia. Mahoma y sus compañeros son descubiertos y alcanzados por unos hombres armados hasta los dientes y que montan caballos. Se trata de miembros de la tribu Banu-Mudluj. Son aliados de los coraichitas.

Identifican a Mahoma. Lo quieren capturar para ganar la oferta de cien camellos. Tres veces el jefe de los Banu-Mudluj se acerca al galope a la caravana de Mahoma y por tres veces su caballo resbala y retrocede. Cuando por cuarta vez el caballo se niegue a acercarse al profeta, el jinete que se llama Suraqah y será más tarde uno de los más célebres generales del Islam, siente miedo. Está persuadido de que es el mismo Dios quien impide al caballo acercarse a los fugitivos. Descabalga inmediatamente y pide perdón a Mahoma. Confiesa que quería capturarlo para ganar los cien camellos ofrecidos por los coraichitas. Suraqah ofrece sus servicios a Mahoma. Es uno de los más célebres caballeros y guerreros del mundo árabe. y promete a Mahoma rechazar a todos, los perseguidores.

“Haré que todos tus perseguidores retrocedan”.

 

Suraqah mantiene su palabra. Ninguno de los perseguidores procedentes de La Meca o de las tribus aliadas ha podido alcanzar a los fugitivos. Pero el peligro no ha desaparecido. Otros les esperan más allá, dispuestos a impedirles el paso. Entre ellos, se encuentra una docena de hombres de la tribu Aslam, conducidos por su jefe Buraidah. Estos hombres atacan a la caravana de los fugitivos. Mahoma y sus compañeros no tienen otra oportunidad de escapar que una conferencia con su jefe. Mahoma habla a quienes les han rodeado y que se aprestan a hacerlos prisioneros para entregarlos a los coraichitas, que los matarán.

Primero, los hombres de la tribu Aslam se burlan de la manera con que Mahoma trata de enternecerlos y de salvarse mediante los discursos. Pero cuando comienza a recitar los versículos del Coran, los perseguIdores retroceden. Inmediatamente piden gracia. Caen de rodillas. Solicitan su admisión en el Islam.

Todos. Mahoma los convierte. La tribu Aslam se hará musulmana en su totalidad, gracias a aquel encuentro. Constituirá la fuerza de base del ejército musulmán. Antes de morir, Mahoma afirmará que ama a los hombres de la tribu Aslam tanto como a los ansares ya los mohadjirun.

«Los que me son más queridos son los mohadjirun, los ansares, los ghifar y los aslam». Los ghifar son los vecinos de los aslam. bandoleros convertidos. Por esta razón, Mahoma ha dicho, con un juego de palabras: «Aslam salamaha'illah, ghifar ghafaraha'illah», “Dios salve a los aslam, Dios perdone a los ghifar”.

Más adelante, otro jefe aslamita, encontrándose con Mahoma, le ofrece alimentos yagua y le regala un esclavo, que le guíe hasta Medina. Este segundo aslamita se llama Aus-ibn-Rajar.

Un guía, en el desierto, no es sólo un hombre que muestra el camino. Un guia es un salvoconducto y un pasaporte, más una seguridad total contra los ataques y los robos, contra la falta de alimento y de agua. Un guía, en el desierto, es una seguridad contra todos los riesgos. Es un pasaporte vivo. Se llama en árabe rafik o rabia, palabra que significa textualmente: «El hombre que cabalga detrás de ti, a la grupa de un camello». A lo lejos, ese guia apostrofa a los viajeros y les explica quién es, quiénes son las personas que le han enviado. A la voz de este hombre, el camino se abre como en las fábulas.

Llegado al límite de los aslamitas, Mas'ud regresa con los suyos. Mahoma, Abu-Bakr y los dos hombres que los acompañan, prosiguen solos el camino.

Es el año 622. Los cuatro fugitivos atraviesan la localidad de Thaniyat-al-Wada, próxima a la ciudad de Yatrib o Medina.

El viaje Hega a su término. Inmediatamente se encuentran en la localidad de Quba. Mahoma se detiene. Pide un favor a Abu-Bakr: que le venda la camella sobre la que el profeta ha viajado hasta aquí y sobre la cual hará su entrada en Medina. Mahoma desea entrar en la ciudad sobre su propia camella. Abu-Bakr acepta. Mahoma le entrega 400 dirhams. Se siente feliz por haber hecho esa adquisición. Su camella se llama Qaswa, «la que tiene un cuarto de oreja cortado». Esa camella ha entrado en la historia. Es la camella del profeta, a cuyos lomos ha hecho este célebre viaje, esta huida de La Meca a Medina, llamada hedjira.

Los musulmanes contarán en adelante sus años a partir de esa fecha. Como los cristianos los cuentan desde el nacimiento de Cristo. Porque la Héjira es el comienzo de una era para el Islam, para aquellos que se abandonan a la voluntad divina.

 

XLVI

MEDINA, LA CIUDAD DEL PROFETA MAHOMA

En el mes de septiembre del año 622, Mahoma llega al oasis en que se halla situada la ciudad de Medina. Sin embargo, el calendario musulmán no comienza en el mes de septiembre, sino el 6 de julio del año 662. Es la Héjira. Comienza la era musulmana.

Mahcma entra en la localidad de Quba, al sur de Medina, a mediodía, «estando el sol en su zenit». Desde hacía varios dias, la población le esperaba febril, deseosa de dedicarle un recibimiento triunfal.

A mediodía, cuando el sol ardiente cae vertical, las gentes vuelven a sus casas. Nadie queda en las calles. Por lo tanto, Mahoma entra en Quba, arrabal de Medina, a una hora en que nadie hay en las calles. La ciudad está desierta, como abandonada. Con una sola excepción: ¡un judio! Uno solo. Esperaba a Mahoma bajo el sol ardiente de mediodía. En el momento en que el judío ve a Mahoma, en el colmo de su alegría comienza a correr por las calles y a gritar lo más fuerte que puede: ¡Eh, banu qaila (Todos los judíos de Medina eran llamados Banu-qaila, cualquiera que fuese la tribu de que formaran parte).

Los gritos del único hombre que aguardaba la llegada de Mahoma llenan la pequeña localidad: «Banu-qaila, he aquí que llega vuestra suerte».

Hombres, niños, mujeres, salen como una tromba a la calle.

Todo ser con un soplo de vida quiere recibir y ver al profeta enviado por Dios a los árabes.

Mahoma, acompañado por Abu-Bakr se instala bajo una palmera datilera. La muchedumbre de curiosos que los rodea y aclama no sabe a ciencia cierta cuál de los dos es el profeta.

Para evitar confusiones, discretamente y con elegancia, Abu-Bakr se quita su capa, se coloca detrás de Mahoma y hace una especie de toldo con su vestido, para cobijarlo. Ante aquella manifestación de respeto y adoración, las gentes comprenden quién es el profeta y quién el compañero, y los aclaman.

Mahoma recibe hospitalidad de un jefe musulmán local, llamado Kulthum-ibn-Hidm. Es una casa modesta. Para poder recibir a quienes acuden a verle y saludarle, Mahoma escoge una casa más amplia, perteneciente a Sad-ibn-Jai,thaman. En la primera, se aloja; en la segunda, recibe. Las docenas de mohadjirun - emigrantes de La Meca - que ya se encuentran en Medina, llegan a Quba para acoger al profeta.

El primer acto de Mahoma en Quba es edificar una mezquita. Todos los musulmanes se ponen al trabajo, con Mahoma al frente. Omar, «e1 hombre a quien hasta el diablo teme», transporta las piedras. Abu-Bakr, el agua. Y trabajando con sus propias manos como los demás, Mahoma se preocupa además de organizar la nueva comunidad. Los proyectos anteriormente concebidos deben ser modificados según las circunstancias y el terreno. A fin de conocer mejor ese terreno, Mahoma prefiere detenerse alli, para comenzar en el barrio, a las puertas de Medina y retrasar un poco su entrada en la ciudad.

En tiempos antiguos, Yatrib o Medina se llamaba Tabab taibah, que significa, «la que es agradable». El nombre no era exagerado. Para quien llega del desierto tras semanas enteras de viaje en el infinito estéril y tórrido, un oasis y una ciudad son lo que hay de más agradable: Tabab taibah.

Más tarde, la ciudad «que es agradable» fue llamada Yatrib, que significa «hace daño». En realidad, Medina «hace daño». El clima del oasis es demasiado húmedo para las gentes que vienen del desierto. Los emigrantes que han seguido a Mahoma en el destierro -los mohadjirun -caen todos enfermos tras algunos dias de estancia en Yatrib «la ciudad que hace daño». El clima es malsano para hombres llegados de una región en que la lluvia es casi desconocida.

 

Amir-ibn-Fuhairah, que ha acompañado a Mahoma y Abu-Bakr desde la cueva de las serpientes hasta Quba, afirma, después de unos días de estancia en Medina, donde ha caído enfermo a causa del clima, «que alli ha probado la muerte antes de morir». También Abu-Bakr cae enfermo y exclama: «Estoy más cerca de la muerte que de mis sandalias».

Además del clima hay otro factor que contribuye a enfermar a los mohadjirun: el alejamiento de La Meca, donde se hallan sus familias y su clan.

Mahoma, que conoce a los hombres, ordena que se haga toda clase de esfuerzos para llevar lo antes posible desde La Meca a Medina a las familias de los desterrados.

Más tarde, la ciudad será llamada Medina, que significa simplemente «la ciudad», sin especificar si «hace daño» o si «es agradable». La ciudad, que se extiende sobre treinta kilómetros cuadrados, posee cincuenta y nueve «castillos» pertenecientes a los judíos y trece a los árabes. Son verdaderas ciudadelas en las que, en caso de peligro, cada familia guarda a sus gentes, sus cosas y rebaños.

Situada en el centro de un oasis (largo una jornada de viaje a lomos de un camello, de norte a sur y otro tanto de este a oeste) Medina se halla entre dos montañas, Thaur al norte y Air al sur, y entre dos desiertos de lava, llamados Harras, uno al este y otro al oeste. «El clima es suave, la tierra fértil, el agua, fresca y abundante. Hasta hay un lago en el que se reúnen las aguas de la lluvia y en el que no falta el agua en todo el año.

En ese lago, llamado Aqul, Mahoma aprendió a nadar, a la edad de seis años, cuando hizo una visita a Medina con su madre Amina.

La población de Medina está organizada en clanes. Los más importantes son los clan es hermanos: los Jazraji y los Aus. Como suele ocurrir entre hermanos, están en frecuentes conflictos. La última pelea entre Jazraji y Aus se ha llamado hatrib, o «guerra por la tierra». En ella, cuyo punto culminante fue la batalla de Buath el año 617, han participado todas las tribus. No ha habido, en el combate por las tierras, ni vencedores ni vencidos. Serán 1os neutrales quienes salgan fortalecidos, bajo la dirección de Abd-dallah-ibn-Ubaiy. Es el hombre a quien algunos ciudadanos de Medina decidieron hacer rey y según las medidas de su cabeza, los orfebres de la ciudad han cincelado la diadema real. La llegada de Mahoma, en calidad de profeta-árbitro, echó por tierra los proyectos de los realistas.

Además de los árabes Aus y Jazradji, llegados del Sur, donde está la cuna de todos Jos árabes, existe en Medina una tercera tribu, los An-Nadjar. Estas tribus árabes constituyen por sí solas la mitad de la población; la otra mitad está formada por judíos.

Hay tres tribus judias: Qainuqa, Nadir y Quraizah, más una pequeña tribu llamada Uraid. Los clanes árabes y los judios concluyen sus alianzas de tal manera que, en todos los combates, árabes y judíos se hallan en igual proporción, lo mismo en un campo que en otro. Nunca ha habido guerra entre árabes y judíos.

Los judios de Medina se ocupan del comercio y del artesanado: y una de sus tribus, la Nadir, que significa «verde»; se ocupa, como indica su nombre, de las plantaciones, porque posee los cultivos de dátiles más importantes del oasis.

Qainuqa es la de los orfebres; lo dice su nombre. La tercera gran tribu judia, Quraizah, palabra que significa «acacia», comprende a los curtidores. Para el curtido se emplea la acacia. Esas tribus judias detentan la mayor parte de los castillos o atan de Medina, o sea cincuenta y nueve.

 

Como en La Meca, no hay en Medina ni prisión, ni tribunal, ni policia. Cada tribu hace su propia justicia y asegura la administración dentro del clan. En Medina no hay territorio sagrado como en La Meca y en Taif.

Si el miembro de un clan comete un asesinato o un robo, no carga individualmente con ninguha culpabilidad. El juzgado y quien debe pagar es el clan. La persona experta que establece lo que debe pagarse se llama achnaq. En La Meca, era Abu-Bakr quien realizaba esas funciones. En Medina, como en La Meca, existe un baremo para cada acto. La vida de un hombre cuesta generalmente cien camellos. Un diente se paga con un diente, un ojo con cincuenta camellos. Cada tribu fija, de acuerdo con sus fuerzas militares y las riquezas de que dispone, el precio de las vidas humanas que le pertenecen. Los judios no han protestado por el llamamiento de Mahoma como árbitro. Le han dado su asenso y al principio han sido partidarios del profeta y del Islam. Los judíos están persuadidos de que, gracias al monoteísmo y al respeto declarado por Mahoma al Antiguo Testamento y a Moisés, no tardará en convertirse al judaísmo, como ha ocurrido con todos los árabes monoteístas, cada vez que se han puesto en contacto con una poderosa comunidad judía.

Mahoma es recibido por los judíos de Medina con calor fraternal, como a un futuro correligionario. Porque la absorción del Islam por el mosaísmo era, en buena lógica, inevitable.

Los judíos de Medina no se han equivocado. Apenas llegado a Medina, el profeta decide una serie de innovaciones que le acercan al judaísmo. La mezquita que Mahoma hace edificar en Quba está orientada hacia Jerusalén, a fin de que esté en la misma dirección que los lugares de culto judaico. Además, la mezquita está construida sobre un terreno de abluciones rituales judaicas, llamadas murtasila.La fuente vecina a la mezquita, fuente llamada aris, es utilizada hace tiempo para prácticas de culto.

Mahoma ordena a los musulmanes que continúen las anteriores prácticas rituales. Él mismo, como los demás, escupe en el agua, arroja su anino y vuelve a encontrarlo en el lugar en que fluye la fuente.

Ordena a sus adeptos que hagan la oración de mediodía, llamada por los judios zohr. Acepta el ayuno de los judios, llamado ashra y tigri; el día décimo del mes muharran. El barrio Quba está habitado en su mayor parte por judíos. Mahoma está encantado con esa vecindad y con las relaciones de amistad que él mismo favorece. Desea que el Islam, cuya raíz está en Abraham, guste a judíos y cristianos. Quiere estar por encima de ellos. Y además, que el Islam sea una religión árabe.

Mahoma acepta el ser interrogado por los rabinos, como en la escuela. Responde como lo hicieron al Negus los refugiados en Abisinia, no poniendo en evidencia más que las semejanzas que hay entre el Islam y el judaismo.

Los judíos se manifiestan contentos. Pero, desde el principio, los rabinos llaman la atención de Mahoma sobre el hecho de que ellos no pueden considerarlo profeta. Mahoma es árabe. Para ser profeta, hay que ser, ante todo, judío. Dios no habla más que a un pueblo, el pueblo judío. Los demás pueblos que hay en la tierra son pueblos de segunda clase. Por supuesto, Dios se dirige a todos los hombres y a todos los pueblos, pero sólo por mediación de los judíos. Sólo ellos son los escogidos, cuando se trata de tomar asiento a la mesa de Dios.

Mahoma no acepta esa teoría. Sabe que no hay pueblo elegido. Sabe que todos los pueblos y todos los hombres son iguales ante Dios. Sabe que el encuentro del hombre con Dios no está reservado a una sola raza, tal como sostienen los judíos.

A causa de esa divergencia, el cielo de Medina comienza a ensombrecerse.

 

XLVII

ADIÓS A LA MEZQUITA DE LAS DOS QIBLAS

Cinco días después de su llegada a Quba, Mahoma celebra un oficio divino. Es viernes. De esa manera, Mahoma, que ha hecho todo lo posible por acercarse a los judíos ya los cristianos, sin recibir de ellos más que menosprecios, fija el viernes como día de la oración de los musulmanes. A fin de que pueda verse y .saberse que los musulmanes son distintos de los judíos y los cristianos. Envía a los musulmanes de La Meca un mensaje para invitarles a festejar en adelante el viernes.

El oficio se celebra en la mezquita que han construido Mahoma, Ornar, Hamzah, Abu-Bakr y todo el grupo de fieles y de refugiados de La Meca, con sus propias manos.

En cuanto a la fra1ernización con los judíos, el optimismo de Mahoma se convierte en decepción. No podrá conducir a nada en este barrio judío de Quba. Fuera del judío Chalum, que se ha subido a los tejados para anunciar la llegada de Mahoma y que se ha hecho musulmán ya en los primeros días, el número de judios que abrazan el Islam es nulo.

El celo de Cha'lum de Quba es una excepción. Viene citado en el Corán como un ejemplo para los judíos que buscan la verdad.

El viernes, Mahoma habla en la mezquita a los judíos para convencerles de que son hombres como los demás. Que no han sido elegidos para dominar el universo y detentar el monopolio de contactos con el cielo. Les dice que no hay razas superiores y razas inferiores. Que todos los hombres y todos los pueblos son iguales.

Mortales, os hemos creado de un hombre y de una mujer, os hemos repartido en pueblos y en tribus, para que os distingáis los unos de los otros.

Mahoma explica a los judíos que su pueblo no ha sido creado para poseer a solas la amistad y el amor de Dios.

«El más estimable a los ojos de Dios es aquel que más le teme».

Los judíos poseen el Antiguo Testamento, la Thora, el Talmud, que les dicen que son el pueblo elegido y el único que posee un pacto de alianza con Dios. Así pues, Mahoma habla en el desierto.

Es el primer oficio del profeta en el exilio. Los judíos, viendo que los musulmanes no son, como ellos esperaban, una secta Judaica, empiezan a combatirles. Difunden por Medina el rumor de que todas las mujeres musulmanas han sido castigadas por Dios con la esterilidad. Que cualquier mujer que abrace el Islam no podrá ser madre en adelante.

Esta noticia provoca un pánico terrible entre los musulmanes.

Los exilados están todos enfermos. Sufren la malaria, padecen nostalgia y se ahogan en la atmósfera húmeda del oasis de Medina. El rumor de que las mujeres musulmanas están castigadas con la esterilidad cae, en tal estado de ánimo, como el vinagre sobre una herida.

Mahoma invita a todos los presentes a ser generosos en palabras de aliento, en «buenas palabras». Afirma que a quien dirija una buena palabra a un desgraciado, Dios le pagará en oro el equivalente de esa palabra. «Asi pues, quien quiera protegerse del infierno, que lo haga, aunque sea por un pedazo de dátil. Quien no posea nada para darlño en carided, que diga una buena palabra, porque una buena palabra es recompensada por

Dios de diez a setecientas veces su valor.”

Después de un oficio divino, Mahoma contempla largamente la mezquita apenas terminada. Está edificada sobre un emplazamiento sagrado para los judíos y sobre el millat lbrahim; sobre la fe de Abraham, cop la intención de arbitrár a todos aquellos que creen en un Dios único, hacen el bien y combaten el mal.

Para que el Islam se encuentre en el mismo camino que las dos grandes religiones que le han precedido, judaísmo y cristianismo, la qibla, o dirección en que se colocan los creyentes cuando hacen la oración, es la de Jerusalén, la ciudad santa de los judíos y los cristianos.

Mahoma se pregunta en seguida si no habrá cometido un error al escoger esa dirección para orar. No quiere que se le confunda con aquellos que creen tener el monopolio del amor de Dios. Al menos, por el momento.

Mahoma dice adiós a esta mezquita. Muy pronto tendrá otra qibla. A causa de esto, será llamada la «mezquita de las dos qiblas». Y no sólo dice adiós a la mezquita. También al arrabal de Quba. Busca otro sitio para orar y servir a Dios. Seguido de todos sus fieles, se dirige al Norte.

 

XLVIII

LA MEZQUITA DE MEDINA

Mahoma sale de Quba y entra en Medina, por Jauf, el valle.

El profeta monta la camella «que tiene un cuarto de oreja cortado», la Qaswa. Todos los musulmanes de Medina están en la calle. Saben que el profeta cambia de casa y busca otro domici1io. Todos desean tenerlo en su barrio, cerca de sus casas.

Los fieles se adueñan de las riendas de la camella y cada uno trata de dirigirla hacia su barrio. Mahoma dice: «Dejad que la camella avance. Ella os conducirá donde Dios quiere».

Las riendas de la camella quedan sueltas.. El animal va donde cree que será mejor para el profeta. Y se dirige al barrio de la tribu An-Nadjdjar. Es la tribu de los antepasados de Mahoma.

Una muchedumbre curiosa, interesada y entusiasta, sigue a la camella. Ante ella surge la torre Dihyan, construida en piedra blanca. La torre brilla a1 sol como si fuera de plata. En ese atam, o castillo, nació la bisabuela de Mahoma, madre de Abd-al-Muttalib. Aquí transcurrió la infancia del hombre que concluyera una transacción con un Dios desconocido. La bisabuela de Mahoma fue la viuda de Uhaihah-ibn-al-Djulah. Se casó con Hachim, de La Meca, y uno de sus hijos fue Abd-al-Muttalib, abuelo y protector del profeta.

La camella se dirige al castillo de los antepasados, blanco como la espuma del mar. Pero no se detiene. Más alla, en el mismo barrio, se halla la casa de An-Nabighan. Todos miran atentamente a la camella. ¿Irá a detenerse ante esa casa? Allí vivió Mahoma cuando, a la edad de seis años, vino a visitar Medina con su madre. La camella no se detiene. Algo más allá está la tumba de Abdallah, el padre de Mahoma: Amina, su madre, está enterrada fuera de Medina. En ese mismo barrio de An-Nadjdjar habita la compañera de juegos de Mahoma, una jovencita llamada Unaisah. Han aprendido juntos a nadar y a coger nidos de pájaros. Pero la camella no se detiene ante ninguna de esas casas. Pasa adelante. Pero no sale del territorio de 1a tribu An-Nadjdjar, subdivisión del gran clan Jazrajita y Aus. A esa tribu se unen las ramas maternas del árbol genealógico del profeta.

Mahoma está conmovido. Es su árbol, y el árbol genealógico del árabe es el único que crece en el desierto. Sólo a su sombra el individuo puede tener tranquilidad, protección, medios de subsistencia y de defensa, en el infinito de arena.

La camella se pasea por el territorio de An-Nadjdjar, como bajo las ramas de un árbol inmenso. No siente el calor del sol, que cae como un alfanje sobre las cabezas de personas y animales. Bruscamente, la camella se detiene en un terreno baldío.

Se arrodilla. Mahoma la obliga a 1evantarse y proseguir su camino. La camella se niega. Después, se levanta, da una vuelta y vuelve al sitio de donde ha partido. Al mismo terreno baldio.

Es un lugar que sirve para secar los dátiles. La casa más próxima se halla a distancia bastante grande y pertenece a Abu Aiyub.

La muchedumbre aplaude a la camella. Todos se preguntan quién es el feliz propietario del terreno en que se ha detenido la camella del profeta. Porque, sin duda, Mahoma construirá aqui su mezquita y su casa. En este sitio tendrá el Islam su cuartel general.

El terreno en que se ha detenido la camella pertenece a dos huérfanos. Su tutor se llama Asad-ben Zarara. Este hombre se encuentra, por supuesto, entre la muchedumbre de curiosos que siguen al profeta. Inmediatamente le ofrece el terreno. Mahoma no acepta el regalo. Quiere pagar. Tanto más que se trata de un bien perteneciente a dos huérfanos de padre y madre y sabe cuán amargo es el pan de quien no tiene padres. Abu-Bakr que, como de costumbre se halla junto al profeta, abre su bolsa y paga en dinero contante. Asad-ben Zarara recibe diez dinares. Es el primer terreno comprado por el Islam. Diez dinares es una importante suma. En esa época, La Meca y Medina no poseen más que monedas bizantinas y persas. El dinar es de oro y el dirham, de plata. Un dinar de oro vale diez dirhams de plata. La moneda se Mama dtrham Kisrawan, es decir, de Cosroes, o dinar, «hirag1i», de Heraclio, bizantino. Mahoma descabalga. Todos le imitan. La camella permanece echada. A partir de ese momento, está en su casa.

 

Ya al día siguiente se empieza a edificar la mezquita de Medina. Los trabajos duran siete meses.

Todos los trabajos se realizan en común. Los musulmanes empezando por el mismo Mahoma, trabajan con sus propias manos.

«El profeta trabaja con sus manos en 1a construcción de su mezquita. Esta será una fuente de inspiración para todas las mezquitas ulteriores. Descansa sobre tres codos de fundamentos en piedra. Está hecha de ladrillos y de madera de palma y de ghargad. Está cubierta con hojas de palmera, djarid. Eso basta, pues así era el refugio de Moisés, arich. El nicho que indica la dirección, la qibla, está vuelto hacia Jerusalén. Cerca de la mezquita se levantan muy pronto las casitas de las dos esposas del profeta, Saudah y Aicha. Mahoma albergará provisionalmente allí a pobres emigrantes que no encuentran sitio en otra parte.

Dormirán sobre banquetas y serán «los hombres de la banqueta», al-as-suffah, nombre del que harán timbre de gloria».

Más tarde, este suffah, esa pieza que por las noches sirve de dormitorio de pobres y durante el día hace de escuela, se convertirá en la primera universidad musulmana del mundo.

Por el momento, Mahoma se detiene ahi. Él mismo quita la silla a la camella. Permanece con la silla en las manos, preguntándose dónde ir. Todos los puntos cardinales pertenecen a Dios. Todos los puntos cardinales son direcciones válidas. A condición de que la fe del hombre sea fuerte.

El Oriente y el Occidente pertenecen a Dios. A cualquier sitio que se vuelvan vuestras miradas, encontraréis el rostro de Dios.

Dos hombres que habitan en las casas más próximas al terreno del Islam, Abu Aiyub-ben-Zaib y el maqib, jefe musulmán del barrio, se encargan, el primero de la silla y el segundo de las riendas de la camella. Cada uno quiere tener al profeta en su casa. Esa es la razón de que las gentes se sientan de nuevo curiosas por ver a qué parte se dirigirá el profeta. Mahoma vacila un instante; después exclama: «¡El hombre va con la silla!». Sigue a Aiyub y habita en la casa de éste durante los siete meses, que dura la construcción de la mezquita y de las casitas adyacentes.

Mientras se construye la mezquita, Mahoma se preocupa de organizar la nueva comunidad, el ummah. El ángel Gabriel le dice: Los que creen, que han emigrado, que llevan la lucha diaria de sus bienes y de sus personas por los caminos de Dios, y quienes les han cobijado y ayudado, son verdaderos fieles... Los que, en adelante abracen la fe, se expatrien y combatan por la defensa del lslam, se convertirán en compañeros vuestros.

Mas para un árabe, arrancarse de su clan, de su ciudad y de su familia, y vivir en Medina por una creencia religiosa, aunque esa fe sea de granito, es terriblemente duro. Casi todos los muhadjirun están enfermos de nostalgia, de lejania, de miseria.

Porque todos son pobres, muy pobres. Además; hay miedo. Ahí está la maldición lanzada sobre los musulmanes por los judíos, y la predicción según la cual todas las mujeres musu1manas están condenadas a la esterilidad. Felizmente nace un niño. Durante la edificación de la mezquita, 1a esposa del musulmán Abdallah-ben-Zubair da a luz un hijo, robusto y lleno de salud.

¡Así, pues, la raza de los musulmanes no está condenada a la esterilidad y a la extinción! Las profecías de los judíos eran mentira.

Para vencer la miseria, Mahoma dispone que cada emigrante se una a un ançar, o «auxiliar», es decir, a un musulmán de Medina, de manera que, como hermanos, compartan cuanto poseen.

Esta acción se llama muakhat, o «emparejamiento». De esta manera, dos seres extraños el uno al otro se hacen hermanos por la fe, unidos como si lo fueran por la sangre.

Ciento ochenta y seis muhadjirun son hermanados con otros tantos ançares. Hamzah es hermanado con Zaid-ben-Thabit, el que ha ofrecido la primera cena del profeta en Medina. Los hermanos por la fe comparten el trabajo, el alimento, las armas.

Un día, por ejemplo, Hamzah trabaja en una plantación de palmeras datileras; Thabit, su hermano, va a las obras de Mahoma, trabaja en la construcción de la mezquita y asiste a las ceremonias religiosas. Al dia siguiente, es Thabit quien va a la plantación a ganar la comida de los dos hombres, y Hamzah se encarga del trabajo gratuito por Alah y por el Islam.

Algunos emigrantes que tienen el genio del comercio, se hacen ricos. Tal es el caso de Abd-ar-Rahman-ibn-Auf. Pero la mayoría sufre ha.mbre siempre. Mahoma no ha querido unirse a ningún ançar, para no provocar discordias. Está unido a Ali, su hijo adoptivo. Mahoma vive de lo que gana Ali. Éste trabaja en un obrador, donde lleva el agua para la fabricación de ladrillos.

Como salario le corresponde «un dátil por cada cubo de agua».

Transporta cada dia diez y seis cubos, que debe ir a buscar muy lejos.

Recibe, pues, cada día dieciséis dátiles, que reparte con el profeta. Así viven con los dieciséis dátiles diarios los dos durante aque!los tiempos de la fundación del Islam.

Pero todos los musulmanes creen firmemente en su victoria final. En ninguna otra religión se aplica con más exactitud el razonamiento de san Agustín: «Creo porque es absurdo».

Así como el cristianismo está fundado sobre el amor, el Islam se funda en la fe ciega, absoluta, inquebrantable. Sobre la tawakku o confianza absoluta en Dios.

En el Islam todo depende de la fuerza con que el hombre cree en Dios.

 

XLIX

VOLVER LA CARA HACIA LA MECA

Al mismo tiempo, Mahoma trata de ganarse la simpatía y la colaboración de los judíos, que constituyen la mitad de la población de Medina. Las respuestas de los judíos a las invitaciones de Mahoma son invariables y cada vez más hostiles. Repiten hasta la saciedad que Mahoma no es profeta, puesto que es árabe. Sólo los judíos pueden ser profetas. Dios no habla más que al pueblo escogido, el pueblo judío. Los demás pueblos

de la tierra no pueden conocer los mandatos de Dios sino por mediación de los judíos.

Por lo tanto, es imposible la colaboración del Islam con los judíos. Mahoma que siempre ha dicho que Dios se halla en cada punto cardinal al que el creyente vuelve su rostro, toma una decisión. En adelante, los musulmanes, cuando hagan oración no se volverán más hacia Jerusalén, sino hacia La Meca.

Preguntará el insensato: ¿Por qué Mahoma ha cambiado el lugar a que debe dirigirse la oración?

Respondo: Oriente y Occidente pertenecen al Señor... Pero hemos cambiado el lugar hacia el que todos oráis, a fin de distinguir a los que siguen al Enviado de Dios, de los que vuelven a la infidelidad.

Este cambio no es penoso más que para quienes no luce la luz del día. . . El Señor no dejará vuestra fe sin recompensa. . . Todos los pueblos tienen un lugar al que dirigen sus plegarias.

Aplicaos en hacer lo que es mejor, dondequiera que estéis. Sea cual fuere el lugar de que salgas, vuelve tu rostro hacia el templo sagrado- haram-, hacia La Meca.

Con respecto a los judíos, Mahoma ya no tiene ninguna ilusión. Los judíos no desean más que una cosa: que los musulmanes se hagan judíos. Aun cuando hicieras brillar milagros ante sus ojos, no adoptarion esta religión. Ni tú adorarás la suya. Aún entre ellos hay ritos diferentes. Si condescendieras a sus deseos, según la ciencia que has recibido, figurarías en el número de los impíos.

La elección de La Meca como qibla o dirección de la oración, es una de las decisiones capitales de Mahoma. Ante todo, es la emancipación de la nueva religión con respecto a los pueblos a quienes anteriormente han sido reveladas las leyes divinas. El Corán es un libro árabe venido del cielo por medio de un profeta árabe, y dirigido a los árabes. La Meca, la nueva qibla, es un santuario árabe construido por Abraham, el padre tribal de los árabes.

La emancipación de los musulmanes, sobre todo con respecto a los judíos, es completa. A partir de esa fecha, los árabes se colocan en pie de igualdad con los más antiguos pueblos monoteístas.

Millat lbrahim, la fe de Abraham, que constituye la base de la fe musulmana, es anterior al judaísmo y al cristianismo. Incluso puede abarcarlos. El Islam pone así las bases de su universalismo. Cambio capital, que encanta a los musulmanes: orar vueltos hacia La Meca, de donde fueron echados, pero donde están las raíces de su árbol genealógico, es un consuelo porque nuncá un «muhadjirun», un emigrado musulmán, olvidará a La Meca.

Además, ese cambio de la qibla vuelve a poner en primer plano la vieja religión árabe, la de los antepasados, puesto que Alah es el Señor del santuario sagrado de la Kaaba. Expresar alabanzas a Alah, a Abraham y a Ismael, es para un árabe como cantar un fakr, un canto de elogio de los antepasados, canto que es lo más conmovedor para un árabe.

Mahoma compra en el mercado de Qudaid tres camellas.

Como de costumbre, le acompaña Abu-Bakr. Esas tres camellas, unidas a las dos que ya poseen, con las que han rea:lizado la Héjira, la huida de La Meca a Medina, son cubiertas con sus arneses y enviadas a La Meca. Los conductores de la pequeña caravana de cinco animales son Alí y Zaid, los dos hijos adoptivos de Mahoma. Su misión es llevar a Medina a la familia del profeta.

Porque cada miembro de una familia que se encuentre alejado, es como una rama separada de1 árbol, como un brazo separado del cuerpo.

En el momento en que concluye la edificación de la mezquita de Medina, llega a esta ciudad la caravana que trae desde La Meca a sus nuevas moradas, pobres barracas en realidad, a Fátima y Umm Kulthum, hijas de Mahoma y Kadidja, a Saudah y Aicha, esposas de Mahoma y a Umm Aiman, esposa de Zaid.

Ruqaya, la tercera hija del profeta, se encuentra ya en Medina, con su esposo Uthman. En cuanto a Zainab, cuarta hija de Mahoma, no ha podido salir de La Meca, pues está casada con Abul-As, que no es musulmán. Es la única ausente de toda la familia del profeta.

¡Hay otras muchas familias separadas, porque los maridos y las mujeres no son de la misma religión!

La caravana de cinco camellas ha traído de La Meca únicamente a mujeres. Es recibida con entusiasmo por el profeta y por todo el grupo de musulmanes. De la misma manera, cada emigrado se esfuerza por traer a su familia a Medina. Crece cada día la nueva comunidad, la ummah. Los ciudadanos de Medina están encantados. Conceden privilegios especiales, no solamente a los emigrados y sus familias, sino también a los animales. La camella del profeta, por ejemplo, goza de un régimen de extremo favor. Puede pacer y abrevarse donde le parezca, en cualquier sitio de la ciudad, porque es la camella del profeta.

 

L

LA CONSTITUCIÓN DE LA ClUDAD-ESTADO DE MEDINA

Mahoma redacta una constitución para la ciudad autónoma e independiente de Medina. Cada tribu, pagana, judía o musulmana, procederá según sus leyes y tradiciones -autónomas y libres- junto las demás tribus de la ciudad-estado. Esa constitución, común a cuantos habitan en Medina, quedará dividida en cincuenta y dos artículos. Los veinticinco primeros se refieren a los musulmanes, los otros veintisiete a los judíos. Se

proclama la constitución el año I de la Héjira, es decir, el 623.

Se aclara bien que se trata de un kitab o «acta escrita». Escrita sobre sahifah, sobre hojas, como los libros sagrados y las leyes reveladas por Dios a los hombres, la constitución de Medina es la obra humana del profeta. No ha sido dictada. por el ángel

Gabriel, como el Corán.

En el cuadro de esa constitución, cada comunidad de Medina conserva. en lo referente a cuestiones internas, sus leyes y su fe. Sólo cuando se trata de defender a la ciudad se pone en común las fuerzas militares. También son comunes las cuestiones de interés general. El árbitro - para la aplicación de la constitución - es Mahoma.

Constitución liberal. inspirada por el mismo espíritu de tolerancia que inspira la conducta de Mahoma respecto a los judíos, y el texto del Corán:

¡Oh pueblo de la Escritura (judíos)! Llegad a una fórmula entre vosotros y nosotros: no adoramos más que a Dios y no le asociamos nada; que, entre nosotros, nadie tome a los demás como señores al lado de Dios. Si os vuelven la espalda decidles: sed testigos de que en verdad estamos sometidos a Dios.

Mahoma, aunque invita al Islam a todos los hombres, mostrándoles que el mejor camino es el abandono en Dios, como lo practicó Abraham, no excluye del Paraíso ni a judíos ni a cristianos, ni siquiera a quienes encuentran a Dios por caminos diversos de los oficiales.

Ciertamente, quienes creen y practican el judaismo, y los cristianos y sabeos: en una palabra, quienes creen en Dios y el día final y hacen el bien, recibirán la recompensa de las manos de Dios. Quedarán exentos del temor y de los suplicios.

En otra sura, el Corán, anuncia que quien respeta la ley de Moisés o la de Jesús va al Paraíso.

La observancia del Evangelio y del Pentateuco y de los preceptos divinos, les procurará el goce de todos los bienes.

Para un fundador religioso, es una tolerancia única el aceptar en el Paraíso a hombres de otras religiones. La tolerancia de Mahoma no ha sido repetida por nadie en la historia.

En esta constitución, Mahoma reúne en una sola e idéntica comunidad a los árabes refugiados. a los árabes de Medina y a los que abrazan el Islam. Todos forman el ummah. Esta comunidad actúa como un solo cuerpo. Los dos primeros artículos de la constitución son los siguientes:

«1. En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso, he aquí lo que ha prescrito el profeta Mahoma a los creyentes y a los sumisos de entre los coraichitas y los yatribitas,  y a quienes les han seguido. se han unido a ellos y han combatido a su lado.

2. Estos forman una sola ummah, comunidad, fuera del resto de los humanos».

 

A continuación se cita a todas las tribus que viven en el recinto de la ciudad de Medina. con todos los derechos y deberes anteriores. que son mantenidos y garantizados por la nueva constitución.

«Los creyentes no dejarán a ninguno de los suyos bajo la carga de pesadas obligaciones, sin pagar por él, con toda benevolencia, ya sea el rescate, ya sea el precio de sangre.»

Por lo tanto, de acuerdo con este artículo, el individuo, aunque haya abandonado su clan, no está solo; forma parte de la ummah.

El artículo 13 estipula:

«Los creyentes deberán ponerse en contra de aquel que, entre ellos, hayan cometido una violencia o deseado una injusticia, un crimen o una transgresión de derechos, o cualquier clase de perturbación contra los creyentes, y las manos de todos se alzarán contra él. aunque fuera el hijo de uno de ellos.

El artículo 15 de la constitución de Medina proclama la abolición de las diferencias de clases:

«Siendo una la garantía de Dios. la protección concedida al más humilde de los creyentes debe ser válida ante todos, porque los creyentes son maulas, es decir, hermanos entre sí».

Artículo l6:

«Los judíos que se unan a nosotros por alianza. tendrán derecho a nuestra ayuda y cuidado. sin ofenderlos en modo alguno y procurando no ayudar a quien los ataque.»

El asesinato es castigado según la ley del talión. Nadie tiene derecho a proteger al asesino.

Artículo 23:

«Cualquiera que sea la cosa que os divide, deberá volver a Dios y al Enviado de Dios.»

«Los judíos tendrán la obligación de soportar los mismos gastos que los creyentes, durante todo el tiempo que unos y otros permanezcan unidos en la lucha» (Artículo 24).

«Los judíos tendrán su religión, y los musulmanes la suya, aunque se trate de sus maulas o de sus protegidos, o de ellos mismos.» (Artículo 25).

«A los judíos sus gastos, a los musulmanes los suyos, y que haya entre ellos unión contra quien combata a los que se refiere este escrito. Que haya entre judíos y musulmanes benevolencia y buena disposición. Observancia, no violencia» (Artículo 27).

«Nadie deberá perjudicar a su aliado; el oprimido debe ser ayudado con toda clase de socorro» (Artículo 37).

«Los jarr, es decir. las personas bajo protección, deben ser considerados igual que sus protectores. Ni opresor, ni oprimido» (Artículo 40).

Uno de los artículos más importantes para la evolución del Islam es el 43 de esta misma constitución de Medina:

«Ni los coraichitas, es decir, los ciudadanos de La Meca, ni quien los haya ayudado deberán ser puestos bajo protección.»

«Entre los judíos y los musulmanes habrá unión frente a cualquiera que ataque a Yatrib o Medina» (Artículo 44).

«Si los judíos son llamados a concluir una paz. lo harán y se adherirán a ella. Igualmente, si llaman a los musulmanes a cosa semejante, tendrán idénticas obligaciones para con los creyentes. Excluyendo el caso en que se haya combatido por la religión» (Artículo 45).

«El territorio de la ciudad de Medina o Yatrib es declarado haram, sagrado» (Artículo 39).

Todo el mundo queda encantado con esta constitución, porque judíos y musulmanes son puestos en pie de igualdad y amistad.

Los árabes son musulmanes en su inmensa mayoría. Hay, con todo, un grupo dirigido por Abdallah-ben-Ubaiy, que se mantiene neutral. Son los tibios. El Corán los llama munafiqun, es decir, los hipócritas. No son antimusulmanes, pero tampoco verdaderos musulmanes. Navegan entre dos aguas. Munafiqun, traducido generalmente por la palabra hipócrita, significa literalmente «el que se arrastra» y «topo».

El Corán habla de ellos así: Los que creen y dejan de creer; vuelven a creer y después no creen de nuevo, aumentando más tarde su incredulidad... oscilan entre dos extremos. sin atenerse nunca ni al uno ni al otro.

Para Mahoma, como para Dante, que ha sacado del Corán la arquitectura del Infierno. esos tibios, esos neutros, son enviados, después de la muerte a los círculos más bajos del Infierno. Los tibios y los neutros son castigados con más severidad que los demás pecadores. La indiferencia es el mayor pecado del hombre.

Fuera de los adversarios de frente, de retaguardia y de lo alto, Mahoma ha tenido que luchar también contra esos enemigos que reptan y se deslizan, los munafiqun. Los neutros son la continuación de una especie peligrosa. Los reptiles, cuando tienen figura humana, son siempre neutros. Su espinazo no es vertical, sino ondulado. Sólo el hombre posee espinazo vertical. En cuanto hombre, no es neutro.

 

LI

LA MECA DECLARA LA GUERRA A MAHOMA

Los coraichjtas han excluido a Mahoma de La Meca. Han intentado darle muerte. No lo han logrado. Ahora, Mahoma está lejos de ellos. En lugar de aplacarse el furor de los coraichitas contra Mahoma, no hace más que aumentar.

Abu-Sufian y Ubaiy-ibn-Jalaf, dos de los primeros ciudadanos de La Meca, envían a los ansares, a los musulmanes de Medina, un ultimátum: entregar a Mahoma o prepararse a la guerra.

«Ahora bien: no hay tribu alguna entre los árabes con quienes una «quemadura», es decir, una guerra, nos sería más penosa que con voso.tros. Pero habéis tratado de ayudar a uno de los nuestros, que era noble y se hallaba en la posición más elevada. Le habéís concedido asilo y lo defendéis, lo que verdaderamente es una vergüenza para voso.tros y una mancha para nosotros. No intervengáis, pues, entre nosotros y él. Si es hombre de buena conducta, somos nosotros quienes debemos aprovecharnos de ello. Si es malo, tenemos más derecho que nadie a adueñarnos de él».

Los ansares reciben con burlas este ultimátum, por el que se les pide que entreguen al profeta. Encargan al poeta Ka'b-ibn-Malik que responda a los coraichitas con una hiriente sátira.

Con versos que hacen tanto daño a quienes los oyen como flechas envenenadas. La fe en el poder mágico del verbo y del poeta, que puede matar con un solo verso, como se mata con la espada, es tenaz incluso entre los musulmanes. Los coraichitas no retroceden ante el fracaso. Ahora se dirige a los tibios y a los neutrales de Medina. He aquí el texto de la carta que recibe Abadía-ibn-Ubaiy:

«:Habéis dado asilo a nuestro camarada fugitivo. Juramos que si no le combatís o si no lo entregáis, avanzaremos contra vosotros, para matar a vuestros guerreros y violar a vuestras mujeres».

Los neutrales no toman decisión alguna. De haberlo hecho, ya no serían neutrales. Eran munafiqun, reptantes. De esos de quienes el árabe dice que desde que salen del vientre de su madre y hasta que son encerrados en la tumba, nunca se han decidido ni por un sí ni por un no, y han vividó siempre preguntándose si hay que decidirse y por qué, pero cuando están a punto de hacerlo, no se deciden a decidirse. y permanecen neutrales.

Así pues, los coraichitas nada logran, ni con sus gestiones ni con sus amenazas, ni con su ultimátum, ni ante los ansares, ni ante los idólatras, y menos aún ante los neutrales. Por lo cual, los coraichitas se dirigen ahora a los judíos de Medina. Éstos responden con prudencia, sin negar eventualmente la ayuda pedida por sus interlocutores.

La Meca, que controla todas las rutas de las caravanas en el desierto, decide el bloqueo de la ciudad de Medina. El boicoteo es el arma preferida de los negociantes. Y La Meca es la capital de los negocios. Pronto comienzan a faltar víveres en Medina. Por un testimonio de Abu-Nailah, sabemos la gravedad de la situación creada por aquellas medidas: «La llegada de este hombre {Mahoma) a nuestra ciudad ha sido para nosotros una inmensa desgracia. Toda Arabia se nos ha hecho hostil y el mundo entero se levanta contra nosotros. Nos cortan los caminos, nuestras familias mueren de hambre. No tenemos que comer. Padecemos las mayores dificultades para alimentarnos».

Mahoma, instalado en la barraca junto a la mezquita, con su familia, está indignado por el bloqueo coraichita, que se encarniza con la ciudad, la somete al hambre, sólo porque los coraichitas le odian a él y al Islam.

Mahoma vive en Medina con gran sencillez. Por lo demás, todo el mundo vive sencillamente en esa época. Igual que los profetas de la Biblia.

“La casa del profeta estaba construida con palmas de datilera y para que los curiosos no pudieran mirar a través de las ranuras, estaba cubierta de pieles”.

 

En Medina, el lecho es desconocido. Un comerciante de La Meca ha ofrecido a Mahoma un lecho; pero es casi seguro que el profeta no se ha servido de él. Puede dormir, como todo el mundo, en tierra. Las yacijas están hechas con pieles de cordero. La almohada es de cuero, rellena con hojas de palma. Se come en el suelo sóbre manteles hechos con hojas de datilera.

El único lujo de Mahoma, que consiste en poseer una servilleta para limpiarse las manos, no ha escapado a ningún cronista.

El mobiliario consta de una jarra, un recipiente para el agua y un molino de mano. Eso es todo. Aicha cuenta que, incluso en la época en que Mahoma estaba en plena gloria, no poseían ni siquiera un tamiz; «no teníamos cribas, en vida del profeta; había que soplar la harina salida del molino para separar el salvado».

La manera de vivir de Mahoma es descrita así por Aicha:

«Durante todo un mes, no encendimos el fuego para preparar la comida. Nuestra alimentación se componía sólo de dátiles y agua, a menos que se nos enviara un poco de carne. Las personas de la casa del profeta nunca comieron pan dos días seguidos.»

En general, Mahoma sólo vivió de dátiles, pan de centeno, leche y miel. Barria su habitación, encendía el fuego, arreglaba sus vestidos; de hecho, es su propio criado.

Mahoma fabrica por sí mismo sus sandalias y su túnica interior. Tiene la pasión de la limpieza. Afirma que «la limpieza es la mitad del culto». Se limpia los dientes con un cepillo hecho de raíces.

En este universo tan simple fue fundado el Islam.

El ultimátum coraichita, el bloqueo de las rutas y la amenaza de guerra obligan al profeta a ocuparse de la historia. Tiene la custodia - como se lo ha ordenado el ángel Gabriel- de todos los que han abrazado el Islam. Ahora se hallan amenazados en su existencia terrena, y no son solamente los creyentes los amenazados, sino también toda la ciudad que les ha ofrecido hospitalidad. Medina entera está amenazada.

Por consiguiente, Mahoma se ve obligado a actuar en el terreno temporal. En ese terreno, se actúa por la diplomacia y por la espada. En la historia no existen otros métodos. De la misma manera que en la costura no hay más que las tijeras y la aguja. El que quiere coser, debe utilizar esos instrumentos.

Los musulmanes se ven obligados a desenvainar la espada.

Es una cuestión de vida o muerte. ¡La espada. . . ! «El forjador le ha dado la ligereza de la pluma, la flexibjlidad del junco, la dureza del granito y el alma del guerrero. La espada posee una voz que puede ser un canto de manantial o un silbido de serpiente».

El poeta árabe dice: «¡Mi sable! Tu hoja es tan dulce de acariciar como el brazo de una doncella. Tu empuñadura tiene 1a suavjdad de un fruto. Tu curva es como un pedazo de luna».

En adelante, el Islam debe crecer a la sombra de las espadas.

 

LII

APLAZAMIENTO DE LA PRIMERA BATALLA

Mahoma hace saber a los coraichitas que el territorio controlado por el Islam queda en adelante prohibido a las caravanas de La Meca. Porque La Meca ha decidido el bloqueo de Medina.

Para prohibir a las caravanas coraichitas atravesar el territorio musulmán, es decir, pasar por el radio de la ciudad de Medina, Mahoma envía patrullas. Sin vacilar, el profeta del Islam se convierte en jefe militar; pero, como se dice en la Biblia, los que buscan a Dios lo comprenden todo. El profeta debe comprender también los problemas militares.

Se envía una patrulla compuesta de cuarenta hombres al espacio situado entre Medina y el mar Rojo, en el territorio de la tribu juhaina, por donde pasan las caravanas que van a Siria. La patrulla está bajo el mando de Hamzah, el caballero gigante y sin miedo, el barraz, campeón de combates singulares.

Los cuarenta musulmanes son voluntarios. Son todos mohadjirun, hombres de La Meca refugiados en Medina.

La patrulla musulmana está equipada con camellos: dos hombres para cada camello. Ni un solo caballo. Para tener caballos, los únicos animales eficaces en esa clase de acciones, hay que ser ricos. Y los musulmanes son de una pobreza extrema.

En el Hedjaz, es decjr, en el territorio que bordea el mar Rojo, a lo largo de más de mil kilómetros y muy montañoso, están los mejores caballos de la tierra.

Pero son muy raros. En toda Arabia, el caballo es una rareza. El caballo no resiste la vida del desierto. Sólo el hombre y el camello pueden mantenerse en él. Además, cada vez que hay una razzia y se utilizan caballos, hay que llevar un número suplementario de camellos, sólo para transportar el forraje y el agua de los caballos. Los caballos no pueden soportar ni el hambre ni la sed. Un camello, si tiene un poco de hierba o unos manojos de séjer, arbustos y cardos leñosos, puede vivir. Es su alimento. Cuando encuentra un poco de verdadera hierba, el camello ya no necesita agua. Si en la caravana hay también caballos - animales nobles y frágiles -, los camellos deben llevar para ellos forraje yagua. y con mucha frecuencia, los hombres se ven obligados a ceder a los caballos su leche y su agua; porque el caballo es más frágil que el hombre.

Pero tras unas semanas de marcha, cuando el grupo de ataque está a punto de intervemr, el caballo es inigualable. Nada puede remplazarlo en una .razzia. Por eso los árabes tienen verdadera adoración por el caballo. Pero, como todas las cosas que aman y desean, el destino ha prohibido a los árabes el caballo.

Es un lujo demasjado grande para el desierto.

Cuenta la tradición popular que el Señor, tras haber creado el mundo y todo lo que existe sobre la tierra, presentó a Adán todos los animales del universo y le preguntó cuál era el que más le gustaba. Adán escogió el caballo. El Señor quedó encantado de la elección del hombre, porque también el Señor prefiere el caballo.

Para conducir a Mahoma al cielo, con motivo del miradj, o viaje celeste, Dios puso a disposición del profeta un caballo especial, el-buraq, pero que era un caballo. Al cielo no se puede ir más que a caballo. El poeta árabe canta así a los caballos:

«¿Qué mujeres poseen cabelleras más sedosas que las crines de nuestros caballos, senos más duros que los pomos de nuestras sillas, miradas más excitantes y esplendorosas que el fulgor de nuestros sables?»

«¿Qué mujeres muestran más ardientes impaciencias que las de nuestros caballos, estremecimientos más profundos, frenesí más irresistible, embriaguez más mortífera, abandonos más seductores?»

Los hombres y los caballos están sólidamente unidos en la pasión del combate:

«Somos la aurora y la noche, somos la tempestad y la calma, somos la mansedumbre y la carnicería, la desgracia y la felicidad. . . Somos insensibles al hambre, a la sed, a los frutos suculentos que brillan en los oasis».

 

La verdadera razzia, o ghazzu, tal como ha sido cantada por los poetas árabes en el ghazawat, género literario que sólo canta ese tema debe ser realjzada con caballos.

Los musulmanes mandados por el caballero sin miedo Hamzah son demasiado pobres para tener caballos en su primer combate. Pero una patrulla que pretenda impedir el paso a las caravanas coraichitas entre Medina y el mar Rojo, franja de más de cien kilómetros de anchura de desierto montañoso, carecerá de eficacia si no posee caballos.

Si Hamiah y los cuarenta musulmanes por él mandados no tienen caballos, están en cambio ayudados por los ángeles. A pesar de lo cual se muestran tristes por no poseer alazanes de crines sedosas, como las sueltas cabelleras de las mujeres.

A Hamzah y a sus compañeros les gustaría ser como los árabes combatientes que encontraría más tarde un viajero italiano, hacia el año 1500, en aquellos mismos lugares en que lucha la patrulla:

«:Puede ocurrir (al caballero) caminar durante un día y una noche con sus jumentos, sin detenerse un instante, y al término del viaje darles a beber, para refrescarlos, leche de camella. . .

Me hacen el efecto, no ya de correr, sino de volar como halcones. He estado con ellos y los he visto, con excepción de algunos jefes, montar sin silla con sus vestidos flotantes. Tienen como arma una lanza de dos codos de largo, y cuando van en expedición se mantienen en filas cerradas; como los estorninos. Esos árabes son de baja estatura, de pjel oscura...».

Hamzah y los cuarenta musulmanes, que van al primer combate por la defensa del Islam con las armas, están tristes porque ni siquiera tienen un caballo.

El amor a los caballos es tan fuerte entre los árabes que la tradición popular dice:

«Es deber para todo musulmán, que tenga posibilidad de ello, criar a los caballos en los caminos de Dios. Los caballos no deben ser castrados, puesto que es necesario que se reproduzcan, ni privados de sus crines y de sus colas, defensa natural contra el frío y las moscas. El hombre que tiene sincera intención, aunque no la lleve a cabo, de criar caballos, recjbe la misma recompensa en la vida de ultratumba que los n1ártires de la fe. El hombre que cuida su caballo, verá colocados en su balanza el día del juicio final, como el peso de otras tantas buenas acciones, el estiércol y la orina de su cabalgadura».

Este hadith o «cosa contada» no figura, desde luego, en las antologías oficiales del Islam; pero nos da una idea familiar del amor infinito que el árabe siente por los caballos.

Hamzah, con sus hombres y sus camellas, guarda el territorio entre Medina y el mar Rojo para impedir el paso de las caravanas coraichitas.

Muy pronto aparece una de ellas. Va conducida por el más grande enemigo de Mahoma y el Islam, Abu-Jahl, el padre de la locura. Aquel que tantas veces .ha intentado asesinar a Mahoma, ya por su propia mano, ya por la de esbjrros a sueldo. Ha puesto precio a la cabeza del profeta, ofreciendo cien camellos a quien le llevara a Mahoma yjvo o muerto. Es él quien en el santuario de la Kaaba ha encerrado a Mahoma en el estómago de un camello muerto y quien le ha atado con los intestinos del animal.

Ahora, Abu-Jahl dirige la caravana coraichita. Hamzah y los cuarenta musulmanes tienen ante sí a sus propios enemigos.

Los musulmanes pueden tomarse su desquite. Están dispuestos a atacar. En ese momento aparece Madj-ibn-Amr, jefe de la tribu local. Suplica a Hamzah que no ataque a Abu-Jabl y la caravana de La Meca. Esta ciudad paga a su tribu juhaina, cuyo territorio atraviesan las caravanas, un salario llamado impuesto de fraternidad o jawa. A cambio de ese impuesto, la tribu ofrece su muwadi, su protección a todas las caravanas. Es decir, se compromete a no robarles nada ya impedir que otros las saqueen en su territorio. Es una cuestión de honor. De palabra dada. Por lo tanto, una cuestión sagrada.

Madj-ibn-Amr ha concluido la misma convención con Medina, cuyo jawa o jmpuesto de fraternidad recibe. Es por lo tanto, responsable de la protección de ambas caravanas. Por consiguiente, impide que peleen en su territorio. Ofrece garantías, tanto a una como a otra, de que no serán atacadas. Los musulmanes y los antimusulmanes se encuentran frente a frente. Pero el código del honor y de la palabra dada, que es, en el desierto árabe, una ley jnquebrantable, les impide luchar. Los musulmanes se vuelven a Medina y los coraichitas regresan a La Meca.

La primera batalla entre musulmanes y antimusulmanes ha quedado aplazada. Por una razón de honor. Pues, como dice el poeta: «El árabe no posee, en su desierto infinito, otro bien que el honor; nuestro honor es la única herencia que nos dejan nuestros padres».

 

LIII

SE ANULA TAMBIÉN LA SEGUNDA BATALLA

La Meca no se atiene a la prohibición que le han hecho de pasar con sus caravanas por el territorio controlado por los musulmanes.

«Las caravanas de La Meca a Siria se veían obligadas a pasar entre Medina y la costa. Aun manteniéndose lo más cerca posible del mar Rojo, debían pasar a menos de ciento treinta kilómetros de Medina; a esa distancia de la base enemiga, se hallaban dos veces más lejos de sus propias bases. Los asaltantes no tenían más que ocuparse de la tropa que acompañaba a la caravana y podían dominarla fácilmente antes de que llegaran los

socorros.

»El objeto de tales expediciones, como el de la mayoría de los combates de 1os árabes en el desierto, era dejar al adversario en estado de inferioridad; por ejemplo, tendiéndole emboscadas. En esas primeras expediciones, parece que la ocasión favorable no se presentó nunca».

Tampoco esta vez a que nos referimos tendría lugar la lucha entre los musulmanes y los paganos de La Meca.

En esta segunda expedición, los musulmanes ya no van mandados por Hamzah, el gran caballero, sino por su hermano Ubaidah-ben-al-Harith-ben-Aba-al-Muttalib. Se trata, por lo tanto, de un tío del profeta. El grupo está integrado por sesenta hombres.

Todos voluntarios, todos mohadjirun, es decir, emigrados de La Meca. Para esta segunda expedición, los musulmanes tampoco tienen caballos. Patrullan durante días en el territorio entre Medina y el mar Rojo. Tras algunas semanas, interceptan una caravana coraichita, cerca de la localidad de Thaniyat-al-Murrah. La caravana de La Meca va conducida por Ikrimah, hijo de Abu-Jahl, el feroz enemigo del Islam.

A la vista de los musulmanes, los miembros de la caravana coraichita tratan de salvarse huyendo. Aunque son numerosos y capaces de sostener un combate. De manera que éste no tiene lugar. Mientras el grupo musulmán vuelve a Medina, es alcanzado por dos hombres que formaban parte de la caravana de Ikrimah. Se llaman Miqdad-ibn-Amr y Utbah-ibn-Ghazwan.

Ambos son musulmanes. Fueron de los primeros fieles perseguidos y habían emigrado a Abisinia. Poco tiempo antes de la Héjira volvieron a La Meca. Pero el profeta había partido. Trataron varias veces de llegar a Medina, pero sin éxito. Por fin, se alistaron en la caravana de Ikrimah, con la intención de abandonarla cuando pasaran por la ciudad del profeta. Pero Ikrimah ha evitado pasar por Medina: ya la vista del grupo musulmán ha huido. Ambos fieles aprovechan esa ocasión para desertar y seguir a la patrulla musulmana, único medio para ellos de llegar hasta el profeta.

Su aventura no les sorprende. Es el camino que el Señor había trazado para ellos, para que lleguen al cielo. Ese camino pasaba por Abisinia y por la caravana enemiga. Porque las rutas que llevan a Dios están llenas de sorprendentes rodeos. 

Los dos fugitivos son recibidos con entusiasmo por sus hermanos en la fe.

Inmediatamentes después del regreso a Medina de la segunda expedición, una tercera se pone en camino. Está integrada por veinte musulmanes, dirigidos por Sad-ibn-abi- Wakkas. Un hombre conocido. Es el sobrino de Amina, la madre de Mahoma, y el primer musulmán que ha derramado sangre enemiga por el triunfo del Islam, hiriendo con un hueso de camello a uno de los coraichitas que habían atacado a los musulmanes en oración en un desfiladero cerca de La Meca.

Wakkas intercepta una caravana enemiga cerca de la localidad de Jarrar, al lado de Rabigh. Pero por tercera vez, la quema, el combate entre musulmanes e infieles, no ocurre.

El motivo principal hay que buscarlo de nuevo en el “impuesto de fraternidad” que las tribus locales reciben desde hace tiempo tanto de La Meca como de Medina. Son nuwada, es decir, aliadas de ambas ciudades. y sacan de 1as caravanas que atraviesan su territorio buena parte de su subsistencia. Por lo tanto, tienen natural interés en que ese territorio sea un camino seguro para los peregrinos, para los comerciantes y para las latimah, las grandes caravanas de transporte. Además del tributo jawa, los árabes del desierto se ganan la vida vendiendo a los caravaneros la comida, la bebida y el forraje. Por último, la protección es para ellos cuestión de honor. El árabe, en su país, ofrece efectivamente la protección. Aun los extranjeros, cuando se hallan al alcance de la vista y la voz, tienen derecho a la protección en caso de peligro. Los beduinos, por lo tanto, no pueden dejar que los de Medina ataquen a las caravanas de La Meca; pero tampoco pueden permitir la inversa.

Mahoma decide concluir alianzas militares con los nómadas.

Quiere asegurar a los beduinos unos ingresos más importantes que el miserable «impuesto de fraternidad» que reciben de La Meca, más importantes que lo que ganan con su negocio de forraje y víveres como guías para los peregrinos y los mercaderes. Mahoma promete a los beduinos el Paraíso.

Los beduinos, habitantes del desierto, reciben ese nombre por la palabra bady, que significa estepa. Son los árabes más puros. Cuando se les ofrece el Paraíso, están dispuestos a abandonarlo todo para seguir a quien les hace semejante oferta. Un beduino es un hombre que, literalmente, no vive en la tierra: bajo sus pies no hay tierra, sino arena que abrasa, arena móvil. Su mentalidad no es terrenal, porque nunca está en contacto con la tierra. La arena del desierto no es tierra, sino un infinito movedizo. El beduino es un hombre que vive para otra cosa que los bienes terrenos, que en ningún caso posee, y que ni siquiera tiene ocasión de poseer. A causa de eso, toda idea, toda creencia que le ofrezca otra cosa que la materia, le entusiasma.

«El beduino, nacido y criado en el desierto, abraza con toda su alma la desnudez infinita, porque, en ese vacío, se siente verdaderamente libre. Pierde los lazos materiales con el universo, la comodidad, lo superfluo y otras complicaciories para realizar su libertad individual, que sólo está amenazada por la muerte y por la esclavitud. No ve una virtud en la pobreza; gusta de los pequeños placeres, vicios y lujos: el café, el agua fresca, las mujeres. Son los únicos a que puede aspirar. En la vida del desierto, el beduino posee el aire, el viento, la luz, los espacios infinitos y el vacío inmenso. En derredor de él no se ve la traza de un esfuerzo humano o de la fecundidad de la naturaleza: únicamente el cielo por encima y la tierra inmaculada debajo. Inconscientemente, se acerca a Dios».

Así pues, en el momento en que los beduinos se encuentrancon un profeta, le siguen y se acogen a su fe, porque los árábes «pueden agarrarse a una idea como a una cuerda».

Mahoma se dirige a aquellos hombres para ofrecerles el Paraíso. A cambio, les pide que se hagan musulmanes, es decir, que «se abandonen a la voluntad divina». Si no logra atraerlos con la promesa del Paraíso, el Islam está perdido. La Meca reducirá por el hambre a Medina mediante el bloqueo, como si la asediara, pero el bloqueo no puede romperse sino con la ayuda de los beduinos. El Paraíso pintado por el Corán se parece a un cartelón cuyos vivos colores deben seducir a los beduinos y convencerles para que lo abandonen todo; y especialmente para que renuncien a la amistad con La Meca, para recibir en contrapartida allá arriba, donde van a habitar, los jardines regados por ríos, morada de suprema felicidad. En el Paraíso los justos beberán vino exquisito, mezclado con agua de Cafur..., la fuente en que. saciarán su sed los siervos de Dios. Harán fluir las aguas a su gusto. . .. En ese Paraíso, las mujeres vuelven a ser todas bellas y vírgenes. Los viejos recobran de nuevo su juventud. Desaparecen los cabellos blancos. Las amantes no se marchitan. El sol no quema los cuerpos, ni corta las carnes como un cuchillo. Los musulmanes tienen su cabeza ceñida por un brillo radiante. La belleza y la alegría fulguran en su frente. . . Dios los ha liberado de toda pena. . . Jardines de delicias y vestidos de seda son el premio a su perseverancia. . . Descansarán en un lecho nupcial. El brillo del sol y de la luna no les importunará. . . Los árboles de las cercanías los cubrirán con sus dulces sombras. Las ramas cargadas de frutos se doblarán hacia ellos... Les traerán vasos de plata y copas iguales en belleza al cristal... Saciarán su sed a su gusto. Una mezcla de exquisito vino y de agua pura de Zmrgebil será su bebida. Salsabil es el lugar de donde fluye esa fuente soberbia. Muchachos dotados de eterna juventud se esmeran en servirles. La blancura de su piel iguala al brillo de las perlas. El ojo, en esa mansión deliciosa, no ve más que objetos encantadores... Se pasean en un reino de vasta extensión. Oro y seda en sus vestidos. Brazaletes de plata son su ornato. Dios les hace beber en la copa de la felicidad. Tal es la recompensa que se os promete. En el Paraíso prometido por Mahoma a los beduinos, que ignoran toda clase de delicias terrenas, nada falta. «Las cosas fútiles serán desterradas de aquel lugar. Allí se encontrarán fuentes manantes. Lechos bien dispuestos, copas preparadas, cojines en orden, alfombras extendidas por doquier». Dejada a un lado el agua, uno de los placeres esenciales para un beduino es la mujer. En el Paraíso habrá, según sus deseos, muchas hur-al-aín, es decir, «mujeres de brillantes ojos negros».

El Corán da detalles sobre esas mujeres perfectas, llamadas huríes: «Saciaros, les dice el Señor, con estos bienes que se os ofrecen. Son el premio de vuestra virtud. Descansad en esos lechos dispuestos en orden. Estas vírgenes de senos de alabastro y de ojos negros, serán vuestras esposas" . . Los creyentes hallarán en el Paraíso a aquellos de sus hijos que hayan sido fieles. Tendrán a placer las frutas y manjares que deseen. Se les presentarán copas llenas de un vino delicioso, cuyos vapores no les jnducirán a conversaciones indecentes ni les incitarán al mal... Jóvenes servidores se esmerarán en torno a ellos. Serán blancos como la perla en su concha. Los huéspedes del Paraíso se visitarán y conversarán juntos.. . .Reposarán en lechos ornados de oro y de piedras preciosas. . . Junto a ellos estarán las huríes de bellos ojos negros. La blancura de su piel igual al brillo de las perlas. . . Sus favores serán el premio de la virtud».

La tradición popular ha completado este cuadro de recompensas, según los deseos de cada uno: «El Señor me ha dado cincuenta huríes; conocía mi gusto por las mujeres».

El santo obispo e himnógrafo Efrén el Sirio, que figura en calendario cristiano, promete, antes de Mahoma, a los monjes que han vivido en esta tierra en abstinencia, los favores de las mujeres del paraíso: «y cuando un hombre haya vivido en virginidad, ellas (las mujeres del Paraíso) le acogerán en su seno inmaculado, porque siendo monje, no ha caído en el lecho y en el seno de un amor terrenal...»

En el Paraíso cristiano de san Efrén, las mujeres y los hombres vuelven a ser jóvenes y desaparecen todas las arrugas de sus rostros. «Tus arrugas desaparecerán».

Los esplendores del Paraíso, donde hay agua y sombra, son otras tantas irresistibles tentaciones para el nómada que, desde hace milenios, vive sediento y herido por el sol. Escucharán atentamente a Mahoma: el Paraíso interesará a los beduinos. Y estarán muy pronto dispuestos a pedir un billete de entrada y el derecho a la estancia.

 

LIV

EL ISLAM Y LOS BEDUINOS

Por tres veces, los musulmanes han tratado de impedir a las caravanas de La Meca el paso por su territorio y por tres veces la operación ha concluido en un fracaso. Entonces, Mahoma cambia de táctica. Equipa a sesenta voluntarios mohadjirun y se pone al frente de ellos. El objeto de la expedición es concluir alianzas militares con las tribus beduinas.

Mahoma sale de Medina a la cabeza de su pequeño ejército de cinco docenas de hombres. Tampoco en esta expedición hay caballos. Sólo una camella por cada dos hombres. El destacamento conducido por el profeta se dirige hacia el territorio ghifar. Es la primera tribu árabe que haya abrazado el Islam. Diez años antes, Abu-Dharr, el salteador de caminos arrepentido y que había comenzando a buscar a Dios creándose una religión individual y monoteísta, y habiéndose hecho musulmán, ha sido enviado por Mahoma a su tribu para convertirla. En poco tiempo, Abu-Dharr ha convertido a todo su clan. Desde hace diez años, los ghifar son musulmanes. Acampan entre Medina y Yambu. Desde su conversión, han renunciado al bandolerismo y al crimen.

En ausencia de Mahoma, queda en Medina Sad-ibn-Ubadah, en calidad de intermediario. Es un hombre de La Meca y pariente del profeta. Dirigiéndose hacia el territorio de la tribu ghifar, Mahoma se detiene primero en Abwa. Busca la tumba de su madre. En aquel lugar murió y allí mismo fue enterrada, hace ahora cincuenta años. Mahoma se inclina sobre la tumba y, sin pronunciar una palabra, comienza a llorar. Todos rodean al profeta. Los fieles esperan un discurso de Mahoma. Creen que va a decirles algo. Pero cuando levanta de nuevo la cabeza, no es para hablar, sino para mostrar un rostro conmovido y unos ojos bañados en lágrimas. Nadie se atreve a preguntar a Mahoma qué le ocurre. Sólo Omar, el hombre a quien el mismo diablo teme, y que es el único en dirigirse a Mahoma sin ser preguntado, se arriesga a decirle: «¿Por qué lloras?». «Es la tumba de mi madre. He pedido a Alah permiso para visitar esta tumba. Y Alah me ha permitido venir aquí. Entonces le he suplicado que perdone los pecados de mi madre. Pero Alah no ha querido escuchar mi plegaria. Por eso lloro».

Cuenta la leyenda que, por fin, Alah tuvo piedad del profeta, que sufría enormemente por la idea de que su padre y su madre, muertos jóvenes ambos, estaban en el infierno como idólatras.

Alah devolvió por unos instantes la vida a Abdallah y Amina, padres de Mahoma; abrazaron el Islam y volvieron inmediatamente a la muerte. Pero esta vez partieron hacia los lugares reservados a los fieles, al Paraíso. Al pueblo musulmán, esta leyenda le parece verdadera, porque los árabes han creído siempre en. la posibilidad de un regreso temporal de los muertos al país de los vivos. Un escritor musulmán recomienda a los fieles que se dirijan con la mayor frecuencia posible a los cementerios, para saludar en sus tumbas a los muertos amigos y conocidos.

Porque «Dios devuelve por un instante sus almas a los muertos, para que puedan recibir el saludo de los vivos».

No lejos de Abwa, a tres días de camino hacia el Sur, acampa la tribu Banu-Damrah. Es una rama de la .tribu ghifar. Ni un solo damrahmita es musulmán. Mahoma permanece toda una semana en Waddan y discute con los nómadas, invitándoles al Islam ya la conclusión de una alianza militar. Tras largas y difíciles conversaciones, se llega a un pacto de alianza.

«En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso, he aquí un escrito de Mahoma, enviado de Dios, dirigido a los Banu-Damrah- ibn-Abd- Manat-ibn- Kinanah:

»Tendrán la garantía de sus bienes y de sus personas, y se les socorrerá contra quien los ataque. Será deber suyo prestar ayuda al profeta, hacia quien Dios se incline, y eso por todo el tiempo que el mar sea capaz de mojar una concha, salvo en el caso en que los musulmanes combatan por la causa de Dios.

»Además, en cuanto el profeta los llame en su ayuda, deberán responder a su llamamiento, y para ello contarán con la garantía de Dios y la de su enviado. A ellos se les deberá ayuda, a favor de quienes - entre ellos - hayan observado su compromiso y temido la violación del pacto».

Por parte de los Banu-Damrah, ese pacto de alianza con los musúlmanes es firmado por el jefe damrahmita Marchchi-ibn-Amr.

Waddan, capital de la tribu, se halla a tres días de camino de Medina y a nueve días de La Meca. La cercanía de La Meca es una de las causas que han conducido a los nómadas a firmar el pacto de alianza. Pero esa ciudad es muy poderosa para que los beduinos tengan el valor de firmar un pacto con los enemigos de los coraichitas. Verdad es que por esa época acaba de estallar un conflicto entre la tribu Ban-Damrah y La Meca, a causa de un asesinato y del precio de sangre. Pero ni ese motivo ha sido suficiente para inducir a los beduinos a declararse aliados de los enemigos de La Meca. Si la tribu damrah ha aceptado riesgo tan  inmenso ha sido, ante todo, por ganar el Paraíso. La oferta de Mahoma es demasiado tentadora para no aceptarla razonablemente. Cuando se os ofrece el Paraíso, Con la perspectiva de vivir en él eternamente, ningún riesgo parece bastante grande. Los Banu-Damrah han roto con La Meca. Con los coraichitas. Con los dueños del desierto. Han escogido el Paraiso. Y son los primeros beduinos que firman un pacto de alianza militar con el Islam.

Desde su territorio, Mahoma se dirige hacia el Oeste, para visitar a los musulmanes de la tribu ghifar.

Los hombres de esta tribu son puros árabes, tal como los describirá el coronel Lawrence, que vivirá entre ellos: hombres que no conocen más que el bien y el mal, el blanco y el negro, la verdad y la falsedad. Del crimen y del bandolerismo, los chifaritas, hechos musulmanes, han pasado a la santidad. No conocen más que los extremos. Abu-Dharr, que abandonó su tribu y se inventó un Dios y una religión individual, a causa de sus remordimientos de conciencia, es un ejemplo. Paralelamente, Ma`iz, un ghifarita que ha abrazado el Islam al mismo tiempo que toda su tribu, convertida por Abu-Dharr . Después de su conversión, Ma'iz ha cometido el pecado de adulterio, pecado mortal a los ojos del Islam igual que ante las demás religiones. Nadie, fuera de 1a mujer, su cómplice, sabe el pecado de Ma'iz. Nadie puede denunciarle y menos que nadie la pecadora. Pero la conciencia de Ma`iz no le permite soportar aquella falta. El castigo exigido por esa clase de pecado es el mismo que entre los hebreos: muerte por lapidación. Ma'iz se presenta ante el profeta para ser muerto a pedradas, como merece un hombre culpable de adulterio.

Así son los hombres de la tribu ghifar, los hombres parecidos a Abu-Dharr y Ma'iz: hombres que sólo pueden ser o asesinos o santos. Durante una expedición, Mahoma, falto de camellos, ha tenido que eliminar de la columna de ghifaritas a un cierto número de voluntarios. Ellos no pueden soportar semejante dolor: comienzan a llorar y sollozar. Como plañideras profesionales. Imposible consolarlos. Desde aquel día, la tribu ghifar es llamada Banu'l barka, «la tribu de las plañideras».

Los ghifaritas han recibido a Mahoma, que viene a ellos por primera vez, con un entusiasmo delirante. Todos son musulmanes. Todos son fieles. Más tarde, cuando Mahoma salga de Medina, dejará allí como representante suyo a Abu-Dharr; los ghifaritas son las gentes más dignas de confianza.

Con motivo de esta visita, los banu-ghifar firman con Mahoma este pacto de alianza militar:

«Los banu-ghifar serán contados en el número de los musulmanes con los mismos derechos y deberes que los musulmanes.

Además, el profeta compromete a su favor la garantía de Dios y de su enviado, tanto sobre sus bienes como sobre sus personas. Si el profeta los llama en su ayuda, deberán contestar al llamamiento y será deber suyo ayudarle, salvo aquellos que entre ellos combatieran por el Dim, la religión. Y esto, por todo el tiempo que el mar sea capaz de mojar una concha. Esta constitución, por supuesto, no deberá oponerse a un crimen».

Mahoma se beneficia ahora de una alianza militar con dos tribus beduinas. Se dirige al oeste de Medina, a la montaña Radwa, en la región de Yambu, donde firma un tratado de alianza con la tribu juhainah. El tratado es firmado por el jefe Buwat. Los juhainah serán más tarde musulmanes de primer orden. En Medina, edificarán su propia mezquita, que será la segunda; la primera después de la construida por el profeta.

Mahoma prosigue su viaje y concluye una alianza militar con una cuarta tribu, la de los muludjitas. El jefe de esta tribu de beduinos es un viejo amigo de Mahoma.

Cuando el año 622 Mahoma huía de La Meca en compañía de Abu-Bakr, Suraqah, jefe muludjita, trató de adueñarse de él para recibir la recompensa de cien camellos prometidos por los coraichitas a quienes entregaran al profeta vivo o muerto. Por tres veces, el caballo de Suraqah se negó a acercarse a Mahoma.

El jinete descabalgó y se convirtió al Islam. Impresionado por el milagro, Suraqah juró fidelidad eterna a Mahoma.

Aparte del jefe Suraqah, la tribu muludjita es idólatra. A pesar de ello, Mahoma es recibido con entusiasmo. También allí se firma un pacto de alianza militar. Suraqah llegará a ser más tarde uno de los grandes jefes militares del Islam. Por el momento, promete a Mahoma la ayuda militar de sus jinetes. El profeta está encantado con esas alianzas. Todas las tribus que han firmado pactos con él se hallan en la trayectoria de las caravanas que van de La Meca a Siria. De esta manera, podrá impedir el paso de las caravanas coraichitas.

De vuelta a Medina, Mahbma se entera de que la ciudad del Islam ha sido atacada. Por primera vez, un grupo de idólatras armados ha entrado en la ciudad del profeta, saqueándola e incendiándola.

El destacamento ha sido mandado por el fihrita Kurz-ibn-Jabir y equipado por los coraichitas.

La guerra entre los musulmanes y los idólatras de La Meca es inminente. Estamos en el año 2 de la Héjira, de la huida de Mahoma. En este año 624, van a precipitarse los acontecimientos que determinarán la difusión del Islam. Pero los musulmanes son muy pobres. y los pobres no pueden hacer la guerra. La guerra es un lujo.

 

LV

LA ELECCIÓN ENTRE DIOS Y “LA TREGUA DE DIOS”

Noviembre del año 623. La situación económica de la ciudad de Medina, a partir del Islam, es extremadamente grave. La Meca ha conseguido ais1ar a la ciudad del profeta. sometida a un severo bloqueo. En represalia, Mahoma ha prohibido a las caravanas de La Meca que atraviesen el territorio controlado por los musulmanes y sus aliados. A pesar de ello, las caravanas siguen surcando el territorio prohibido. Las siete campañas militares, o al-maghazi, emprendidas por los musulmanes, no han dado resultado alguno. Para las tres primeras, los efectivos oscilaron entre los veinte y ochenta hombres. Las últimas contaban ya con ciento cincuenta o doscientos. Pero terminaron en idéntico fracaso.

En el mes de noviembre, Mahoma decide cambiar de táctica.

Las caravanas dirigidas desde La Meca a Siria comprenden 2.500 camellos y más de 300 hombres. Es difícil atacarlas.

Mahoma se propone llevar su esfuerzo a otra línea de caravanas coraichitas. Forma un grupo de ocho hombres, dirigido por Abdallah-ibn-Djach. Los ocho hombres ignoran dónde y contra quién deben combatir.

Mahoma entrega a Abdallah-ibn-Djach un escrito y le envía hacia Nadjiyah, la «tierra alta», en dirección a un pozo, un rukayak. Tras dos días de marcha hacia el Oeste, hacia el pozo de la «tierra alta», Abdallah, según le ha sido ordenado, abre el escrito que contiene las instrucciones del profeta.

Abdallah las ejecuta al pie de la letra. Dos semanas más tarde, se halla en una dirección totalmente opuesta. La orden escrita le ha enviado sobre la ruta entre La Meca y Taif. El grupo de combate de Abdallah llega al objetivo prescrito a finales del mes de radjab. Se detiene, de acuerdo con las instrucciones recibidas en las cercanías de Najlah. Es ésta una localidad célebre, el lugar preferido por el Diablo para sus paseos. Allí Abraham

arrojó pjedras a Satanás y allí se encuentra el célebre ídolo Manat. También en ese sitio, arrojado de Taif y lapidado, el profeta se detuvo una noche y oró, en pie, con tanto dolor que hasta los djinn lloraron de compasión. En ese lugar y aquella noche, hizo la oración más ardiente de su vida. Era un jal, es decir, un hombre excluido de su clan; y Taif, a la que pidiera auxilio, lo alejó a pedradas. Era la oración de un saluk, un hombre sin patria, sin familia y sin derecho alguno en toda la extensión del desierto árabe. Allí ha sido enviado el grupo de ocho hombres. Llegados a Najlah, ya no son ocho, sino seis. Dos de

ellos, Sad-ben-Wakkas- y su compañero de camello Utbah-ben-Ghazwan, se han perdido. Los seis musulmanes tienen orden de apostarse en Najlah para interceptar una caravana coraichita que, procedente de Taif, debe dirigirse a La Meca.

El mes de radjab es el mes de la «Tregua de Dios» y de la Pequeña Peregrinación. Durante ese mes cesan todas las violencias. El grupo de combate se encuentra con la caravana coraichita. Procede ésta de Taif y transporta uvas, vino y pieles. La caravana va acompañada por cuatro hombres. El encuentro con los musulmanes asusta a los coraichitas. Pero el miedo se desvanece en seguida porque uno de los musulmanes, llamado Ukkacha - tiene la cabeza rasurada. Los coraichitas lo confunden con un peregrino. A pesar de todo, no quieren esperar en Najlah.

Se apresuran a llegar a La Meca con su caravana. Están a un sólo día del fin de mes, el de la «Tregua de Dios». Los caravaneros no quieren ser sorprendidos en el camino cuando haya concluido la tregua. Abdallah y sus seis hombres se hallan ante una alternativa. Si atacan inmediatamente a la caravana coraichita, transgredirán la «Tregua de Dios». Si esperan al término de la tregua, es decir, un día más, la caravana penetrará en el territorio sagrado de La Meca, el haram. Atacar sobre el territorio haram es tan grave como atacar durante la tregua. Ambos pecados, para los árabes, son capitales. Por otra parte, si los musulmanes respetan la tregua y el haram, descuidan el servicio de Dios.

 

Porque su lucha tiene como fin el salvar al Islam de un exterminio por el hambre, decidido por los idólatras.

Abdallah debe escoger entre Dios y la «Tregua de Dios». Decite faltar a la tregua y permanecer fiel a Dios. Y ataca inmediatamente a la caravana. Uno de los paganos es muerto; dos caen prisioneros y el cuarto consigue huir. Los musulmanes se adueñan de los camellos y de las mercancías. El coraichita muerto se llama Amr-ben-al-Hadrami. El musulmán que le ha dado muerte es Waquid-ben-Abdallah. Es el primer musulmán que ha cometido un homicidio por la victoria del Islam.

El cuarto coraichita, el que ha logrado escapar al ataque, llega a La Meca y da la voz de alarma. Estalla el escándalo. Los de La Meca no consiguen alcanzar a los musulmanes. Éstos vuelven a Medina con el. botín y los prisioneros. La acción es conocida ya en la ciudad. Y no sólo está escandalizada La Meca, sino también Medina. ¡Violar la «Tregua de Dios» es de una gravedad inimaginable! Los enemigos de Mahoma, y especialmente los judíos, lanzan sus sátiras, sus hijas y sus epígramas que ridiculizan a Mahoma, le injurian y acusan. Los idólatras dicen: «Mahoma cree seguir obedeciendo a Dios, pero ha sido el primero en profanar el mes sagrado. Ha dado muerte a un compañero nuestro durante el radjab».

Para sobrevivir en el desierto, la sociedad pre-islámica necesitaba algunos tabús. El primero de todos, era la «Tregua de Dios». Sin esa tregua, el transporte y el comercio serían imposibles. Ahora bien, en el desierto no hay otra posibilidad de ganarse el pan cotidiano sino mediante el comercio y el transporte. A los ojos de la sociedad árabe, Mahoma acaba de cometer un mortal sacrilegio. Por primera vez en su vida, el profeta, que es un hombre previsor, queda sorprendido por la reacción hostil, desfavorable a más no poder, que ha suscitado esa profanación de la «Tregua de Dios».

A cada ciudad de Arabia corresponde un mes de tregua, que coincide con la feria local. Teniendo en cuenta las localidades adyacentes, La Meca tiene cuatro meses de tregua; el undécimo, el duodécimo, el primero y el séptimo mes del año. Éste es el radjab, durante el cual la tregua ha sido violada por los musulmanes.

Nadie se ha atrevido nunca a violar la «Tregua de Dios». En esa ocasión, los más encarnizados enemigos deponían las armas y acudían juntos a La Meca. Esa institución árabe funciona como un reloj. Es un verdadero mecanismo de precisión. Los funciona.

rios encargados del calendario, el oficio de nasi, se llaman en La Meca los qalanbas. Abren y cierran el mes de la tregua. Su función es por lo tanto de extrema importancia, porque de ellos depende la guerra y la paz, en todos los caminos que convergen hacia La Meca.

Cuando el qalanba penetra en el santuario de la Kaaba, pronuncia 1a. frase siguiente: «Soy aquel que está al margen de toda censura y cuya decisión nunca ha sido rechazada»

Los árabes tienen un calendario lunar y uno solar. El cálculo de los meses de la tregua es cosa delicada. Durante dos años consecutivos, los meses sagrados son el undécimo, el duodécimo, el primero y el séptimo, (Delcaada, Delhajj, Moharram y Radjab). Pero, cada tres años, el qalanbas interrumpe la «Tregua de Dios» después de dos meses e introduce en el calendario el decimotercer mes del año, llamado «Luna vacía» o Safar.

El decimotercer mes, el «vacío», es un mes profano. Entonces, comienzan de nuevo la guerra y el pillaje. Los negociantes y los peregrinos que se hallan en camino con sus caravanas pueden ser atacados y robados, capturados o muertos. Al término de ese mes «vacío», comienza el tercer mes de la tregua.

La violación de la tregua pone a Mahoma en gran embarazo.

Cuando los seis musulmanes expedicionarios regresan a Medina con los prisioneros y el botín, Mahoma pone los bienes bajo secuestro. No quiere tocarlos siquiera. Una comisión coraichita llega de La Meca, rescata a los prisioneros y paga 1.600 dirhams por cada hombre. Pero uno de los prisioneros rescatados se ha hecho musulmán y se niega a volver a La Meca. Esa conversión impresiona mucho. Mahoma utiliza la palabra kabir, es decir, «grave» para este asunto de profanación. Algunos días más tarde, el ángel Gabriel viene a aclarar al profeta: el caso no es tan kabir, tan grave, como parece. Y el ángel Gabriel revela al proleta los siguientes versos del Corán:

Te preguntarán si debe combatirse durante los meses sagrados. Contéstales: Imputable os es la guerra durante ese tiempo. Pero apartar a los creyentes del camino de la salvación, ser fiel a Dios, expulsar a sus servidores del templo santo, son crímenes horribles a sus ojos. La idolatría es peor que el homicidio. Los infieles no cesarán de perseguiros, con las armas en la mano, hasta que os hayan arrebatado la fe, si es posible. Quien de vosotros abandone el islam y muera en l!a apostasía, habrá hecho inútil el mirito de sus obras en este mundo y en el otro. Y será entregado a las llamas eternas. Los creyentes que abandonen sus patrias y combatan por su fe tendrán razón para esperar en la misericordia divina.

De esta manera, Mahoma no niega la santidad de los meses de tregua. Al contrario. Es perfecta. Está profundamente arraigada en la moralidad de los árabes: y es cosa excelente que sea así. Pero Mahoma afirma que cuando se trata de Dios, cuando hay que escoger entre Dios y la «Tregua de Dios», el hombre debe escoger a Dios y faltar a la tregua.

En sí mismo, el homicidio cometido por Waqid y sus compañeros durante el mes sagrado, es un gran pecado, es verdad.

Dios es justo y castiga a los que yerran. Pero los musulmanes no deben olvidar que, cuando se trata de un fiel que se presenta ante Dios para ser juzgado, por cada pecado cometido por ese fiel, hay mil acciones buenas que acuden a defender al culpable.

Además, la indulgencia de Alah es muy grande para con los musulmanes, porque “los musulmanes han emigrado con el profeta y han preferido a Dios a todos los bienes terrenos”.

 

LVI

LA LEGENDARIA BATALLA DE BADR

Seis semanas han transcurrido desde que Abdallah-ben-Jahch volviera de Najlah. El asunto de los tabús referentes a las «Treguas de Dios» y de otros tabús, se ha arreglado definitivamente en el Islam: cuando se trata de Dios, no hay tabús. Dios está por

encima de todas las treguas y de todos los tabús.

Los espías del Islam, los ayun, es decir, «los ojos del jefe», han señalado una caravana de La Meca que procede de Gaza de Siria y se dirige hacia La Meca con un cargamento de gran valor. La caravana se compone de más de dos mil camellos. Las mercancías transportadas representan un valor de más de 50.000 dinares. Todas las familias de La Meca han invertido capitales en esa caravana. Todos los coraichitas están interesados materialmente en ella. Guía la caravana Abu-Suffian.

Mientras la caravana avanza hacia La Meca cargada con todos los tesoros que puede transportar una latimah, una caravana de mercancías, la hija de Abd-al-Muttalib recorre las calles de La Meca, anunciando a sus conciudadanos que va a producirse una terrible catástrofe, La hija de Abd-al-Muttalib es una vidente.

Predice que la desgracia va a ocurrir en los tres próximos días.

La catástrofe, para unos mercaderes, no puede ser otra cosa que la pérdida de su dinero. Por lo tanto, de la caravana. Abbas Abu-Jahl, Abu-Lahab y los demás coraichitas están aterrados.

Escuchan petrificados las predicciones de Bint-Abd-al-Muttalib.

Los ciudadanos esperan, con el corazón en un puño, el correo que debe anunciarles la llegada de la caravana. Ese se llama nattaf , que significa «el que obliga a depilarse a las mujeres» porque, a la llegada de ese correo, las mujeres se refugian en sus casas y procuran embellecerse para recibir a sus maridos y amantes que regresan con dinero y regalos. Se depilan. Se bañan. Quieren mostrarse seductoras. Pero esta vez, «el que obliga a las mujeres a depilarse» tarda en llegar. Fuera de la horrible predicción, no hay noticias acerca de la caravana coraichita. Sin embargo, existe en La Meca un servicio oficial de informaciones, compuesto por los que anuncian en las calles las noticias de interés general. Esos informadores públicos se llaman munadi o muazzin.

De repente surge en las calles el muazzin y difunde las noticias de la esperada caravana. Trátase, en efecto, de una catástrofe, tal y como estaba anunciado. El muazzin va aderezado y vestido como lo exigen sus funciones cuando se trata de algo dramático. Monta un camello de orejas cortadas, de las que mana aún sangre. La silla deL animal está al revés; también está al revés, y desgarrada, la túnica del informador. Tiene el rostro tiznado y los cabellos hirsutos. Grita: «¡Coraichitas! ¡La caravana! ¡La caravana! ¡Las mercancías transportadas por Abu-Suffian! ¡Mahoma se dirige contra la caravana para saquearla! ¡Reuníos todos! ¡Desgracia, desgracia!».

Al mismo tiempo se presentan, procedentes de todos los ángulos de la ciudad, otros informadores. Porque «si hay alguna noticia grave que difundir con urgencia, como la inminencia de un ataque, quienquiera tiene la obligación de despojarse totalmente de sus vestidos a fin de llamar la atención, y de lanzarse desnudo a las calles para anunciar la catástrofe». Esos informadores desnudos se llamaban nadhir uryan. El inminente ataque a la caravana coraichita por parte de los musulmanes, es anunciado por esos mensajeros desnudos.

En unas horas se reúne un ejército de 950 hombres, 700 camellos y 100 caballos.

La sed de venganza contra los musulmanes, el odio y la violencia, son desencadenados y mantenidos. por las mujeres coraichitas; Hint, la mujer de Abu-Suffian, va a la cabeza de todas ellas. Esas mujeres acompañarán al ejército hasta el campo de batalla y participarán en la guerra, excitando, animando y entusiasmando a los hombres. 

Al mismo tiempo que constituyen el cuerpo expedicionario, los negociantes de La Meca renuncian a sus beneficios. Añadiendo además donaciones personales, reúnen la fabulosa suma de un cuarto de millón de dirhams. El dinero se utiliza en equipar el ejército.

La Meca ha perdido su hilm, su célebre sangre fría, su flema, su ponderación. Los coraichitas están devorados por el odio contra Maboma, como por un incendio. La Meca no tiene más que una idea fija: exterminar el Islam, a Mahoma y a los musulmanes. Totalmente, de una vez para siempre, y para llevar a cabo esa idea, dan hasta el último céntimo.

 

* * *

En Medina, en el mayor secreto, Mahoma ha preparado el ataque contra la caravana pagana. Moviliza a 313 hombres, todos voluntarios. De esos 313, 70 son ançares o compañeros, de la tribu Aus y 10 de la tribu Jazrajita. Los otros son muhadjirun, emigrados. Es la primera vez que los «compañeros» participan en un maghazi, en una campaña militar del Islam. Hasta aquel día, nunca se les ha invitado a combatir. Todas las expediciones militares fueron llevadas basta entonces por emigrados. Los ançares insistieron ahora para participar en la lucha y el profeta aceptó. Además de los 313 hombres, el ejército del Islam posee 70 camellos. Cada bestia llevará a dos hombres. Mahoma y el Islam son pobres. La Meca posee 700 camellos para 950 hombres, además de 100 caballos. El Islam no lleva al combate más que dos caballos. Es la primera vez que el ejercito musulmán se permite el gran lujo de tener dos caballos. Pero sólo esos dos.

Hasta esa fecha, los fieles seguidores de Mahoma han llevado a cabo todas sus campañas sin caballos.

El día 17 del Ramadan, en el mes de marzo del año 624, Mahoma y su tropa aguardan a la caravana de la Meca para atacarla, cerca de Wadi Badr, a unos veinte kilómetros al sudoeste de Medina.

Pero una vez más, el encuentro entre musulmanes y hombres de La Meca no llega a ocurrir. No se ha hecho uso de una discreción total. Alguien ha hablado en Medina, la ciudad del profeta. Los enemigos de Mahoma, los judíos y los neutrales de Ubaiy, sobre todo, han advertido a Abu-Suffian de la inminencia y del lugar del ataque. Abu-Suffian desvía la caravana de su ruta. Y en vez de la caravana, llega a toda prisa, para encontrarse con el ejército musulmán, un cuerpo expedicionario de 950 hombres, perfectamente equipados y fanatizados contra el Islam.

La traición de los de Medina está a punto de ser fatal para Mahoma. El profeta ya no puede retroceder. Apostado en Wadi Badr, recibe la noticia de que el ejército coraichita viene mandado por el feroz Abu-Jahl. Mahoma implora al cielo y pregunta a Dios qué actitud debe adoptar. La desproporción de las fuerzas es demasiado grande. Pero sabe que si los musulmanes resultan vencidos, el Islam desaparecerá totalmente de la tierra. Nadie volverá a saber que existió un día un profeta y una religión de abandono total a la voluntad divina, religión llamada Islam.

Mientras Mahoma ora y pide el consejo del cielo, le traen dos prisioneros. Son dos rastreadores del ejército de La Meca. No pueden decir exactamente cuál es el número de los soldados coraichitas. Pero saben, en cambio, cuántos animales hay que matar cada día para alimentar al ejército. Mahoma hace sus cálculos: tiene que haber un millar de soldados enemigos.

Mahoma confía las funciones de portaestandarte del profeta a Musab-ibn-Umair. El pendón es blanco. Y flota por primera vez sobre un campo de batalla. Mahoma concede a su hijo adoptivo, Alí, un segundo estandarte en el que campea un águila. El tercero, queda en las manos de un «auxiliar».

Al mismo tiempo, el profeta da la orden de ocupar todos los pozos y manantiales. Anuncia a sus tropas el comiezo del ataque. Nadie debe huir. La fuga de nada serviría, ni favorecería a nadie. Si los musulmanes huyeran, serían perseguidos por los coraichitas. De regreso en Medina, los fugitivos caerían en manos de los judíos y los hipócrítas, es decir, los neutrales, que los entregarían al enemigo. Aunque inferiores en número, los musulmanes están obligados a atacar ya sostener el combate con todas sus fuerzas. Mahoma decide que el ataque se realice en filas cerradas y con la máxima disciplina. Hay que evitar el combate individual. Mahoma inventa aqui, en Wadi Badr, para uso de los árabes, una táctica ya creada hace tiempo por Filipo, el padre de Alejandro de Macedonia: la falange. Hasta entonces, los árabes combatían siempre individualmente: hombre contra hombre. En adelante lucharán en grupo compacto. Los musulmanes atacarán ceñidos el uno al otro, como si fornlaran un solo cuerpo: el grupo. Dice a los fieles: Quienquiera que vuelva las espadas el día de la batalla, a menos que sea para seguir luchando o para unirse a los demás, cargará con la cólera de Dios y tendrá por mansión el infierno.

Mahoma dice que cada musulmán lucha en aquella ocasión por la vjctoria de Dios; y quien muere por el Señor en esa batalla, va directamente al Paraíso. Más aún: en el Paraíso, el héroe ocupa un puesto excepcional.

«Nadie, entre los elegidos del Paraíso, desearía volver a este bajo mundo, a excepción del mártir. Sólo el mártir desearía regresar, para ser muerto de nuevo; y eso hasta diez veces seguidas, dado que sabe los favores celestiales que le están reservados».

Han concluido los preparativos musulmanes para el ataque. Cae la tarde. El enemigo acaba de aparecer. Entre musulmanes y paganos no se interpone más que una colina arenosa. Mahoma ordena a sus soldados que se echen y descansen, para estar dispuestos al día siguiente, fecha de la batalla decisiva.

El profeta se retira a un abrigo de ramajes, sobre una cima. Ruega: «¡Oh, Dios mío! Si esta pequeña batalla se nos convierte en derrota, nunca más serás honrado en la tierra».

Después de la oración, Mahoma inspecciona las tropas dormidas. Comienza a llover. Una lluvia fría y rápida. Para los hombres del desierto, es un acontecimiento. Los soldados musulmanes, que duermen tendidos sobre la arena, están calados. Pero ni siquiera uno se despierta. Están tan profundamente sumidos en el sueño, que no sienten la fría lluvia y no adivinan que el profeta vela angustiado su reposo.

De aquella noche habla así el Corán:

Dios os envió el sueño de la seguridad. Hizo descender el agua del cielo, para purificaros y libraros de la abominación de Satán y para atar vuestros corazones mediante la fe y reafirmar vuestro valor.

Al día siguiente es la batalla. Uno contra tres. Sin contar la desproporción del armamento y equipo. Del número de caballos y camellos. Librar tal batalla, cuando las fuerzas son tan desiguales, es absurdo. Pero Mahoma va a la lucha. Es el argumento más irrefutable de que dispone para demostrar su inquebrantable convicción de que Dios no lo abandonará nunca. Que Dios le asistirá. Que Dios no puede permitir que los paganos aplasten a quienes lo adoran y honran. . . Porque Mahoma está convencido de que lucha por Dios. No por si mismo. Su fe no retrocede ni ante las cifras, ni ante la lógica. Cree en Dios y en la victoria.

 

* * *

Habitualmente, el jefe de los ejércitos árabes dirigia las operaciones desde un lugar situado en retaguardia. Mahoma lo hace desde lo alto de una colina. Dispone a las tropas en orden geométrico. Da órdenes precisas a cada uno con respecto a las maniobras que hay que reaiizar. Los trescientos trece hombres ven reglamentados todos sus gestos coma las piezas de una máquina. Atacarán por grupos.

 Ya en los primcros encuentros salta a la vista la diferencia entre ambos campos. Los paganos combaten de una manera ostentosa, por el orgullo y la gloria. Practican el combate individual. La lucha cuerpo a cuerpo. Desordenada. Cada uno intenta sobresalir.

En el campo musulmán hay unos hombres disciplinados, severos, graves, conscientes de que si pierden esa batalla pierden la vida. Además saben que luchan por Dios. Saben con certeza que quien muere en el combate va directamente al Paraíso.

Desde el punto de vista árabe, esta batalla no tiene más que un fundamento jurídico: la muerte de Amr-ben-Hadrami, en Najlah. Mahoma envía un mensaje a Abu-Jahl, el comandante las tropas de La Meca, proponiéndole la paz. «La única causa de guerra era, ahora, la sangre de Amr-ben-Hadrami; y Utbah-ben-Rabiah estaba dispuesto a pagar con dinero; pero Abu-Jahl, lo avergonzó hábilmente para obligarle a retirar su oferta y forzar así a los coraichitas a avanzar. De esta manera, Abu-Jahl esperaba  desembarazarse de Mahoma de una vez para siempre».

Al amanecer, los dos ejércitos enemigos se encuentran. El combate empieza con invectivas. Con estrofas que hieren más mortalmente que las flechas envenenadas.

Tras esa primera confrontación, salen del ejército coraichita tres barraz. Tres caballeros especializados en el combate singular. 

Allí está Utbah, el padre de Hint, mujer de Abu-Suffian; el segundo caballero es Chaiba, tío de Hint; y el tercero Al-Walid, hermano de Hint. Tres ançares o «auxiliares» salen de las filas musulmanas para enfrentarse con esos enemigos. Pero los caballeros de La Meca rechazan a sus adversarios. Les preguntan:

- ¿Quiénes sois?

- Ançares- replican los musulmanes.

- No os conocemos - dicen los de La Meca.

La Meca exige que salgan tres nobles entre los musulmanes.

Entonces, Mahoma llama a Hamzah, su tío; Alí, su hijo, y Ubaida-ben-Harith. Inmediatamente comienza el combate. Hamzah y Alí dan muerte a sus respectivos enemigos sin dificultad alguna.

Ubaida-ben-Harith y su coraichita correspondiente, ambos viejos, se hieren mutuamente. Por fin, Ubaida mata a su adversario.

El combate individual ha concluido. Los musulmanes quedan vencedores. Seguros de su superioridad numérica y de la calidad sus armas y de sus monturas, los coraichitas arrojan sus flechas al aire y las cogen de nuevo al vuelo, en señal de bravura, de confianza en sí mismos y de victoria.

 

A los primeros choques iniciados por los coraichitas, los musulmanes retroceden. Mahoma abandona su puesto de mando, se mezcla a los combatientes y llega a la vanguardia. Grita a sus fieles que todos los que mueran aquel día, en aquella batalla, subirán directamente al Paraíso. Las palabras del profeta surten un efecto fulminante. Umair tira los dátiles que se aprestaba a comer y se lanza a la lucha gritando: «¡Entre yo y el Paraíso ya no hay obstáculos!» y muere {15).

La batalla se hace furiosa. Ardiente. Con diversas alternativas. En ese momento, dos merodeadores, ocultos en la colina y dispuestos a lanzarse sobre el campo de batalla para saquear los cadáveres después del combate, ven una nube que desciende del cielo y toca la tierra.

«Estando nosotros en la colina, cuenta uno de ellos, una nube se nos acercó y oímos relincho de caballos. Escuché una voz que gritaba: "¡Adelante!"».

De la nube descienden ángeles armados. Algunos van a caballo; otros a pie. Uno de los merodeadores muere por la emoción al ver descender del cielo un ejército de ángeles, con cascos de coloridos penachos. Los caballos de los ángeles llevan también borlas y cascabeles de todos los colores. Los ángeles jinetes y los infantes, apenas descendidos del cielo, se alinean en posición de combate al lado de los musulmanes, contra los coraichitas.

De creer a los testigos, el ejército celeste se compone de cerca de cinco mil ángeles. Pero nadie sabe su número exacto, ya que algunos ángeles permanecen invisibles para poder decapitar a los paganos sin ser vistos.

En ese momento del combate, Mahoma ordena a Alí que coja un puñado de arena. El profeta toma la arena de manos de Alí y la arroja sobre los paganos gritando: «¡Vergüenza sobre vuestros rostros!» Todos los combatientes enemigos reciben la arena én los ojos y quedan ciegos.

Los musulmanes intensifican el ataque. Az-Zubair lleva un turbante amarillo; Abu-Dadjama, turbante verde; Hamzah, un penacho de plumas de avestruz. Los musulmanes luchan con Sión. Saben que no están solos. Los ángeles combaten a su lado.

«Nuestro casco protege nuestras cabezas como una losa protege un manantial. Nuestros escudos quebrantan los golpes de las lanzas, como un árbol vigoroso quebranta el viento. Nuestras cotas de malla ondulan sobre nuestros pechos como los lagos en la tormenta».

Al frente de los ángeles que ayudan a los musulmanes en el campo de batalla de Badr, se halla Gabriel, que es el mayor ángel del cielo. Cerca de él está Miguel, el segundo en la jerarquía angélica.

Durante el combate, Mahoma se entera de que su tío, el usurero Abbas, se halla en las filas enmigas. Seguramente, Abbas hubiera preferido no participar en la batalla; en primer lugar, porque no son las batallas lo que le interesa, sino los negocios; después, porque no quiere luchar contra su sobrino Mahoma; por último, la esposa de Abbas es musulmana. Y le ha rogado que no combata el Islam. Por todos esos motivos, Abbas permanece oculto entre las últimas filas de los enemigos durante la batalla de Badr.

Mahoma ordena a sus soldados que lo busquen y capturen. Deben conducírselo vivo. Un musulmán llamado. Abu-Yazir encuentra a Abbas. Pero Yazir es un hombre menudo y débil mientras que Abbas es un coloso, de la misma estatura que su padre Abd-al-Muttalib. Sin embargo, Yazir intenta lo imposible: capturar a Abbas, levantarlo en sus brazos y conducirlo ante el profeta. Y se realiza el milagro, aunque Yazir no abulte ni la mitad del prisionero que transporta. Pero hay una explicación para este hecho: dos ángeles han acudido y ayudan al soldado musulmán Yazir a conducir al prisionero, demasiado pesado para él.

Otros musulmanes buscan al jefe de los paganos, Abu-Jahl, el enemigo de Dios y del Islam.

Abu-Jahl está rodeado por sus guardias de corps. Pero los musulmanes hunden aquella muralla de pechos paganos que protege al padre de la locura. Aplas,tada la guardia, uno de los más bravos musulmanes, Muadh.ibn Amr, se precipita sobre Abu-Jahl y le hiere un pie de un sablazo. Ikrimah, el hijo de Abu-Jahl, acude en ayuda de su padre; con el sable, corta la mano de Muadh, que ha herjdo a Abu-Jahl. Muadh-ibn-Amr mira un

jnstante su bra:zo derecho, apenas sostenido por un girón de piel, se lo arranca, puesto que en adelante será jnútil, y sigue combatiendo con el izquierdo. Entre tanto, otro musulmán mata a Abu-Jahl.

Tras la muerte de su jefe, el ejército pagano se retira en desorden. La victoria musulmana está asegurada. Para los soldados de La Meca aquello significa la desbandada. En el campo de batalla de Badr, los paganos abandonan setenta muertos y otros tantos prisioneros. Entre los muertos se hallan, además de Abu-Jabl y uno de sus hijos, el suegro y el cuñado de Abu-Suffian.

También ha muerto en Badr, Muait, el coraichita que trató de asesinar a Mahoma en el santuario de La Meca, en los años de las persecuciones contra el Islam, asfixiándolo con una capa.

El Islam ha perdido catorce hombres en esa batalla legendaria. Pero la victoria está de su parte. Mahoma da las gracias a Dios. Dice a los musulmanes, que se hallan en el colmo de la alegría por esa victoria inesperada y milagrosa: No sois vosotros quienes los habéis matado. Han caído bajo la espada del Todopoderoso. No eres tú, Mahoma, quien los ha asaltado y vencido: ha sido Dios, para dar a los fieles una señal de su protección. Dios lo sabe y lo oye todo. Ha sido su brazo quien os ha protegido. . . La victoria demuestra la equidad de nuestra causa.

 

* * *

La batalla de Badr es conocida en todo el mundo árabe, que desde hace siglos no se cansa de oír contar el milagroso hecho de armas. Los legendarios acontecimientos de Badr están contados en Ayym el Arab o «Jornadas Árabes». La leyenda del combate de Badr ha levantado la moral de los ejércitos musulnanes de un extremo a otro de la tierra, durante siglos. Porque Badr fue la primera batalla del Islam.

Ante todo hay que comprobar que en esa batalla, hecho inconcebible para el mundo árabe, los padres lucharon contra los propios hijos, los hermanos contra los hermanos. En esa sociedad en que los miembros del clan están ligados entre sí por la sangre y se unen a su árbol genealógico como las ramas se adhieren al árbol, semejante batalla hubiera sido inconcebible antes de Mahoma.

Un combatiente se detiene ante un cadáver y lo levanta para arrojarlo a un pozo. Es el cadáver de un pagano. Seguramente muerto por la propia mano del combatiente. Antes de arrojar a su víctima al pozo, el soldado musulmán, que se llama Utbah-ben-Rabiah, lo contempla. El cadáver de un guerrero muerto en combate es hermoso. Lo es siempre. Exangües, unas horas después de su muerte, los soldados muertos en los campos de batalla tienen el cuerpo del color de la nieve. Todos están inmaculados y blancos. «Su rostro parece modelado en nieve bañada de luna». Y no sin dolor, el musulmán Utbah se decide a arrojar el cadáver de su enemigo en el pozo de Badr. «Lo he contemplado. En su capa guerrera, parecía un árbol abatido al que el leñador hubiera arrojado sus vestidos. El cadáver estaba frío. Sus manos, rígidas, poseían el brillo de dos flores rojas».

Utbah está triste. Mahoma se acerca a él y le pregunta qué le sucede. «Es mi padre», contesta Utbah.

El profeta trata de consolarlo. El joven musulmán responde: «No tengo duda alguna acerca de mi padre y de la manera en que ha muerto. Pero sabía cuanto había en él de juicio, de prudencia y de mérito, y esperaba que todo ello le conduciría al Islam. Ahora, viendo lo que le ha sucedido y pensando que ha muerto en la incredulidad, después de tantas esperanzas como había puesto en él, siento una gran pena».

Mahoma ora por los muertos. Está solo. Inclinado sobre el pozo de Badr, al que han sido arrojados los cadáveres de los enemigos. El profeta les habla en voz alta, recordándoles la resistencia que le han opuesto cuando estaban entre los vivos, y la hostilidad que han manifestado para con todas sus profecías y predicciones.

Los musulmanes no se atreven a jnterrumpjrle. Omar, lleno de ánimo, como de costumbre, se acerca a Mahoma y le interroga. ¿Qué le sucede para hablar así a los muertos? Los muertos no oyen. Es inútil dirigirles la palabra.

«Ni vosotros oís mejor que ellos lo que os digo», replica Mahoma. Y prosigue su sermón a los adversarios muertos, arrojados en el pozo de Badr.

Antes del combate, Mahoma había prohibido cualquier clase de mutilación: «Dios es hermoso y ama la belleza». Y repite lo mismo que repetirá durante toda su vida: «Dios prescribe la gentileza, ihsan, en todo».

También ordena que las tumbas de los muertos sean bellas. Un fiel, viendo con cuánta insistencia habla el profeta de la belleza de las tumbas, pregunta si una tumba fea y descuidada incomoda al muerto. Mahoma contesta que una tumba fea y ruin no enoja a los muertos, pero molesta a los ojos de los vivos.

Tras haber enterrado a los muertos, Mahoma debe resolver el problema de los vivos. Los prisioneros. Bastante más grave y más difícil.

 

* * *

Hay setenta prisioneros. Las leyes árabes son categóricas. Los prisioneros pertenecen a los combatientes que los han capturado. Y éstos pueden disponer de ellos a su antojo. Pueden venderlos como esclavos. Pueden restituirlos a sus familias a canbio de una suma. Pueden matarlos. Pueden reducirlos a esclavitud. . .

Algunos musulmanes proponen que los prisioneros sean muertos. Para evitar en el futuro la demanda de una diya, precio de sangre, se sugiere que cada prisionero sea asesinado por un pariente próximo. Porque en el seno de una misma familia no existe el precio de sangre.

Omar, el hombre temido por el diablo y que se manifiesta siempre por las acciones claras, sin equívocos, propone que inmediatamente se corte la cabeza a los prisioneros. Para evitar cualquier clase de discusión y complicación. La decapitación de los prisioneros, realizada por los soldados que los han apresado, es cosa lícita.

Abu-Ubaida propone que se queme vivos a los prisioneros, dentro de una fosa, como hizo el célebre señor de los bucles, Dhu Nuwas, con los veinte mil cristianos del Nedjran que se negaron a convertirse al judaísmo.

Abu-Bakr, el más ponderado de los musulmanes, propone que los prisioneros sean devueltos a sus familiares a un determinado precio.

Mahoma se retira y hace oración, pidiendo consejo al ángel Gabriel. Regresa después entre sus fieles y manifiesta que ha adoptado la solución de Abu-Bakr. Cada prisionero será devuelto a los coraichitas de La Meca a cambio de 4.000 dirhams. La suma es enorme. Pero La Meca es una ciudad rica. Y los prisioneros que no puedan ser rescatados con dinero, quedarán libres a cambio de un cierto número de lanzas. Los prisioneros letrados no están obligados a pagar su libertad con dirhams o con lanzas; serán libertados cuando hayan enseñado a leer y escribir a diez niños musulmanes. Entre tanto, Mahoma ordena que los prisioneros sean bien tratados. Los cautivos son vestidos. El Islam les proporcoona gratis alimento y vestuario. Para una más conforme aplicación de ese principio, Mahoma ordena a sus soldados que adopten cada uno un prisionero y compartan con él su alimentación. Eso proporcionará el mayor placer a Alah. Y sabiendo que Dios se complace en ver bien tratados a los prisioneros, algunos soldados llegan hasta privarse de sus raciones y de sus propios vestidos para ofrecerlos a los cautivos.

Con motivo de esa primera batalla, se establece una jurisprudencia referente a los prisioneros de guerra. que no deben ser muertos, sino al contrario, bien tratados, alimentados y vestidos gratuitamente.

 

* * *

En La Meca, tan grande es la cólera cuando se conoce la derrota de Badr, que la ciudad comienza inmediatamente los preparativos para una guerra de desquite.

Abu-Suffian, el primer ciudadano de La Meca, ha perdido en Badr un hijo, a su suegro ya su cuñado. Otro hijo de Abu-Suffian y de Hint ha caído prisionero. El fanfarrón jura solemnemente no rasurarse la barba ni acercarse a su mujer hasta que Mahoma haya sido castigado. Hint, esposa de Abu-Suffian, hace el públjco juramento de que devorará, ante todos sus conciudadanos, el hígado de aquel que le ha matado al hijo, al padre y al hermano. Jura cortar a los asesinos la nariz, las orejas y la lengua, y hacerse unos collares con ello, ponérselos en tomo al cuello y danzar de esa manera aderezada el día de la derrota del Islam.

Ese juramento, esas explosiones de rabia, manifiestan el dolor de La Meca. El odio de los coraichitas contra Mahoma alcanza su paroxismo después de la batalla de Badr.

Entre tanto, los emisarios musulmanes anuncian que los prisioneros coraichitas puedes ser rescatados. Al principio, La Meca decide no rescatar a un solo cautivo, a fin de no enriquecer a los musulmanes.

Pero son tales las súplicas de los familiares de los prisioneros, que se decide su rescate. Además del cuarto de millón de dirhams recogido antes, todos los negociantes de La Meca reúnen las ganancias aportadas por la última caravana, para equipar con ese dinero un ejército que aniquile al Islam.

Entre los cautivos de Badr se halla un sobrino de Kadidja. Se llama Abul-As; se ha casado con Zainab, la hija de Mahoma.

La hija del profeta envía el rescate pedido por la libertad de su marido. No poseyendo los 4.000 dirhams en contante, Zainab completa la suma con sus joyas.

Al recibir el rescate, Mahoma encuentra entre las joyas un collar de Kadidja. Lo había regalado a su hija después de la muerte de su primera esposa. Y ahora Zainab lo envía para rescatar a su marido. A Mahoma se le saltan las lágrimas. Consulta a sus camaradas de combate y les ruega que liberen gratuitamente a su yerno. Sus fieles conceden ese favor al profeta. Abul-As recobra su libertad sin necesidad de rescate. Pero se compromete, a su retorno a La Meca, a enviar a Zainab a Medina.

Mahoma considera inadmisible que su hija permanezca casada con un pagano.

Otra liberación difícil de arreglar es la de Abbas, el tío de Mahoma. Ha luchado, aunque involuntariamente, en las filas enemigas contra el Islam. Abbas fue capturado con la ayuda de dos ángeles, puesto que Yazir, el musulmán que se adueñó de él, era demasiado débil para llevárselo por sí solo. Abbas es conducido maniatado ante Mahoma. El corazón del profeta se desgarra de dolor. Ama a su familia y de uri modo especial a su tío. Pero nada puede hacer. La captura de Abbas es un acto de justicia, llevado a cabo cbn ayuda celeste. Lo único que Mahoma podría hacer por su tío es aflojarle un poco la cuerda que le ata. No se trata, desde luego, de soltarlo; sino, simplemente, de aflojar un poco los lazos.

 

Abbas afirma que es un musulmán clandestino y en calidad de tal pide la libertad. Mahoma responde: «Alah sabe en qué consiste tu Islam. Si es como tú dices, Alah te lo tendrá en cuenta. Pero a nosotros sólo nos toca juzgar de tus actos exteriores.

Has combatido al Islam y a Dios con las armas en la mano. Te hemos capturado. ...Ahora, paga tu rescate».

Incluso encadenado, Abbas no olvida que es usurero. Y empieza a regatear el precio de su libertad. Dice a Mahoma que, muchos años antes, le prestó veinte onzas de oro y que el profeta no se las ha devuelto nunca. Abbas propone a Mahoma su libertad a cambio de aquellas veinte onzas.

Mahoma no acepta. Dice: «Esas veinte onzas de oro me las ha dado Alah por tu medio: Alah, que es poderoso y fuerte».

Cuando Abbas oye que no ha sido él quien prestara el oro a su sobrino, sino Alah, y que él ha servido de jnstrumento en el regalo hecho por Dios al profeta, busca otro medio de esquivar el rescate. Afirma que no posee fortuna alguna. Que todo lo que tenía lo ha perdido en especulaciones.

Mahoma responde a Abbas que antes de partir para la batalla de Badr contra el Islam, ha entregado el dinero, las joyas y todos los objetos de valor a su mujer, e incluso le ha indicado el sitio en que debía guardarlos. Mahoma precisa ese lugar. Desarmado, Abbas reconoce que está vencido. Nadie, fuera de él mismo y de su esposa, conoce el valor exacto de su fortuna y el lugar en que la ha ocultado. Que Mahoma lo sepa, indica que Dios le tiene al corriente de todas las cosas. Abbas acepta pagar el rescate y queda en libertad.

Durante el combate, ha perdido su camisa. Ahora tiene el torso desnudo. Un joven musulmán, hijo de Ubaiy, el pretendiente al trono de La Meca, se apiada del cautivo y le ofrece su propia camisa. Mahoma queda muy conmovido por el gesto de Ubaiy. Diez años después, cuando muera el padre de Ubajy, y aunque haya sido un enemigo de Mahoma. el profeta ofrece su propia camisa para que se amortaje al muerto, en señal de

reconocimiento al gesto de Ubaiy aquí, en Badr, con respecto a Abbas.

Aunque la batalla de Badr no haya sido más que un mínimo hecho de armas, tuvo una influencia capital en el desarrollo del Islam. En ese combate, Mahoma no dispuso más que de dos caballos, de trescientos trece hombres, y de un camello por cada dos soldados. Y a pesar de eso, la legendaria batalla de Badr es más conocida que aquellas otras en que el Islam puso diez mil caballos en línea de combate.

Si Mahoma hubiera perdido, tal vez el Islam hubiese sido vencido para siempre. El mismo Mahoma lo afirma. Pero, vencedor, el Islam se convierte en algo más importante que La Meca misma. El prestigio de la victoria de Badr abre al Islam las puertas de la Historia.

 

LVII

DUELO EN LA FAMILIA DEL PROFETA

Ruqaya, una de las hijas de Mahoma, es la mujer más bella de La Meca. Se casó con un hijo de Abu-Lahab; pero fue repudiada por su marido en cuanto el profeta comenzó a manifestar sus primeras revelaciones. Abu-Lahab estimó que no era digno de su hijo tener por esposa a la hija de uno que habla con los ángeles. Entonces, Ruqaya se casó con Uthman, joven rico, elegante y escéptico. Los esposos emigran a Abisinia, con el primer grupo de musulmanes perseguidos. En Abisinia, la belleza de Ruqaya se hace legendaria. Por ella hay cada día duelos y alborotos entre los jóvenes abisinios.

Pero de pronto estalla una guerra: los jóvenes aristócratas abisinios van a combatir y se olvidan las querellas cuyo centro había sido la hermosa musulmana, hija del profeta árabe.

Ruqaya es, de todas sus hermanas, la más semejante y cercana al profeta. Fue ella quien corrió al santuario de la Kaaba para salvar asu padre cuando éste estaba a punto de morir sofocado, atado y encerrado por sus enemigos en un estómago de camello.

De regreso del exilio, abandona La Meca y se instala en Medina con su marido, al mismo tiempo que las primeras familias musulmanas que acompañaron al profeta en el momento de la Héjira. Pero Ruqaya estaba enferma. En el momento de la batalla de Badr, Mahoma ruega a su yerno Uthman que permanezca en Medina para cuidar a su esposa. A fin de justificar semejante ausencia, Mahoma nombra a Uthman comandante de Medina.

Después de la victoria, el yerno de Mahoma recibe el mismo botín de guerra que los demás combatientes, puesto que ha permanecido en Medina en servicio, por orden del Profeta. A pesar de todos los cuidados recibidos, Ruqaya muere. La victoria de Badr aparece entristecida con ese suceso. El duelo aflige profundamente al profeta. Mahoma ama apasionadamente a su familia y a su pueblo.

Pero la pena que causa a Mahoma la muerte de su hija Ruqaya irá acompañada por otros dolores. Muere, al nacer, un nieto del profeta.

Se trata del primero de sus nietos.

He aquí los hechos. Entre los prisioneros, se encuentra uno llamado Abul-As, sobrino de Kadidja, casado con Zainab, segunda hija de Mahoma. El matrimonio tuvo lugar antes de la muerte de Kadidja. En ef hogar hay unidad y felicidad. Cuando comienzan las persecuciones contra Mahoma, Zainab vacila largo tiempo, obligada a escoger entre el Islam y su marido, que es pagano. Por fin, escogió a su marido: fue la única hija de Mahoma que permaneció en La Meca en vez de partir con los musulmanes en el tiempo de la Héjira. Su marido se ha distinguido en el campo de batalla de Badr, antes de ser hecho prisionero. Cuando, entre las joyas para pagar su rescate, Mahoma encuentra el collar de Kadidja, da la libertad al yerno sin exigir nada a cambio. Pero le pide que devuelva a Zainab a Medina.

Abul-As mantiene su promesa. De regreso en La Meca, después de su liberación, envía a su esposa a Medina.

Zainab, que está encinta, queda bajo la protección de Kinnah, hermano de Abul-As. La caravana en que iba la hija del profeta, abandona La Meca de noche. A pesar de esto, los coraichitas husmean la partida. En ese momento, su odio a Mahoma ha llegado al colmo. Los pagano.s forman una banda, conducida por un individuo llamado Habbar, y atacan la caravana de Zainab.

Kinnah y sus hombres luchan contra los agresores. Zainab se salva en el último instante. Pero, durante la lucha, ha tenido la desgracia de caer de su camello. Y da a luz antes de tiempo a un niño muerto. Era el primer descendiente varón del profeta. Al saber que su nieto ha muerto al nacer, Mahoma ordena que Habbar, a quien considera asesino, sea quemado vivo. Es la pena más severa que jamás haya pronunciado. Y sin embargo, no es un hombre cruel. Durante los preparativos del suplicio, Mahoma se echa atrás. Dice a sus hombres que no quemen vivo a Habbar.

«Es el Dueño del Fuego, es decir, Dios, el único, que puede castigar con el fuego. Contentaos con matarlo. No lo queméis».

 

En su infancia, Mahoma quedó impresionado por los relatos de Abd-al-Muttalib, su abuelo, acerca de los veinte mil árabes del Nedjran que habían sido quemados vivos por negarse a convertirse al judaísmo. Ahora, no puede soportar la idea de que un hombre pueda ser quemado.

Por lo demás, no sólo no será quemado, sino que Habbar salvará su vida. Más tarde, volverá a Mahoma e implorará su perdón. Y Mahoma lo perdona, como ha perdonado siempre a sus enemigos, por grande que sea su crimen.

Zainab llega a Medina sin hijo y enferma. Después del parto prematuro, no logrará reponerse; morirá enferma. Pero, durante el tiempo que aún le queda de vida, Zainab no se consuela de sentirse separada de su marido. Es la primera mujer musulmana “separada por motivos religiosos”. Tampoco Abul-As se consuela de aquella separación. Durante un viaje, cae prisionero de los musulmapes. Se evade y llega clandestinamente a Medina. Acude a la casa de su antigua esposa. Esta lo recibe con lágrimas en los ojos. Al día siguiente, en medio de la mezquita, Zainab anuncia a todos que concede su protección el djiwar, al que fue su marido.

Los códigos árabes imponen a todos la obligación de respetar la protección concedida a un fugitivo. Y a ese respecto, las mujeres tienen derechos especiales. El fugitivo que sólo toca las cuerdas de una tienda en que se halle una mujer, debe ser respetado. Está bajo su protección: «Un fugitivo queda garantizado por la mujer que eche sobre él su manto. Se convierte en su djar, su protegido».

Mahoma se alza y dice: «La más humilde entre las musulmanas tiene también el derecho de conceder su protección, que debe ser válida para ,toda la comunidad». Sin embargo, el profeta se acerca a su hija Zainab y.le dice: «Recibe lo mejor que puedas a tu protegido, pero no te entregues a él. La cohabitación con un pagano está prohibida a las mujeres musulmanas». Para evitar toda complicación, Mahoma pide a los hombres

que guardan la casa de Zainab que restituyan a su yerno todos los bienes confiscados y le dejen huir. Abul-As parte así, con la complicidad de sus propios carceleros, tras habérsele devuelto todos sus bienes.

De regreso en La Meca, Abul-As liquida cuanto posee y vuelve a Medina, donde abraza el Islam. Dice a Mahoma: “Si hubiera abrazado el Islam cuando me hallaba cautivo, hace unos días, se hubiera creído que lo hacía por razones de interés material. Aquí me tienes ahora con una conciencia pura. Reconozco que el Islam es la verdadera religión.”

Por su parte, el profeta le restituye su mujer, sin renovar el matrimonio. Poco después de haberse hecho musulmán y haber reanudado la vida conyugal, Abul-As queda viudo. Zainab muere. De esa manera, Mahoma pierde a su segunda hija, poco después de la victoria de Badr. Esas desgracias en la familia no son las únicas tristezas que ensombrecen la victoria.

Las tribus judías de Medina, a pesar de las prohibiciones estipuladas por la constitución, concluyen una alianza con los coraichitas y La Meca, a fin de exterminar al Islam y a Mahoma.

Los más famosos poetas judíos de Medina se dirigen a La Meca, con el propósito de excitar a la población contra Mahoma. Entre ellos se encuentra Kab-ibn-al-Ashraf, célebre por sus sátiras contra el Islam y su profeta.

En aquella época, La Meca no tiene más que una preocupación: la guerra contra el Islam. ¡Qué no quede un solo musulman! ¡Que no vuelva a oírse la fórmula La Ilah Illah' llah: “No hay más Dios que Alah”!

Para sostener el odio contra Mahoma y endurecer los corazones, se prohibe en La Meca llorar a los caídos en la batalla de Badr. Los coraichitas lanzan la consigna: «Los muertos no deben ser llorados, sino vengados». Para una madre, es dura prueba el retener las lágrimas cuando su hijo ha muerto. Pero los eventuales castigos son extraordinariamente severos. En La Meca, las madres no se atreven a llorar a sus hijos muertos en Badr.

La tradición cuenta que una noche cierto ciudadano, cuyo hijo había muerto en el combate - pero que no lo llora, puesto que está prohibido - oye a una vecina que se lamenta y solloza. Sale de su casa y se dirige a la de su vecina para preguntarle si ha cesado la prohibición de llorar, puesto que también él tiene el corazón lleno de lágrimas y no puede dominarse más tiempo. La vieja que llora no tiene el valor de confesar la verdad. Dice que no llora a su hijo muerto, sino por un camello perdido. Porque en La Meca no está prohibido llorar por un camello en aquel año de 624 en que la ciudad prepara la lucha por el exterminio del Islam.

 

LVIII

LA MUERTE DE UN ENEMIGO

Después de la muerte de Abu-Ja:hl, el más encarnizado de los enemigos del Islam es Abu-Lahab. Con él, contra Mahoma, están Abu-Suffian y Safwan-ibn-Umaiyah. Tal es el triunvirato del odio.

Abu-Lahab, el tío de Mahoma, no ha participado en la legendaria batalla de Badr contra los ángeles, contra Alah y contra los musulmanes. El enemigo número uno del Islam se hallaba enfermo. Ha pagado, según los usos y costumbres, a un mercenario que le remplazara en el combate. El mercenario se llama Aciben-Hicham y ha recibido la suma de 4.000 dirhams por luchar en vez de Abu-Lahab.

La derrota de los paganos en Badr ha puesto fuera de sí al terrible enemigo del Islam. y decide una vez más hacer asesinar a su sobrino Mahoma. Busca urgentemente a un asesino a sueldo, que salga para Medina y acabe con el profeta.

El plan de asesinato no es dificil de maquinar. La vida de Mahoma en el exilio de Medina es semejante a la de los demás habitantes de la ciudad. Circula por las calles sin que le acompañe escolta alguna. En la casa del profeta puede entrar cualquiera; aunque esté reparando sus sandalias, cosiendo sus vestidos o llevando a cabo pequeños trabajos manuales.

Mahoma tiene también un criado. Uno solo. Pero ese criado no debe realizar más que tres cosas. Sirve de guía a las delegaciones extranjeras que acuden a visitar al profeta; marcha a la cabeza del cortejo cuando hay una procesión, a fin de abrirle camino; y, en fin, guarda las sandalias del profeta mientras éste se halla en la mezquita.

Mahoma no teme que le roben sus sandalias. Pero, a la salida de la mezquita sigue habiendo mucha gente y empujones. Siempre se encuentra algún torpe, que hace un movimiento falso, y los cientos de sandalias quedan mezcladas en montones. Los propietarios pierden demasiado tiempo en encontrarlas. Por horror al desorden y para ganar tiempo, Mahoma dispone un guardián de las sandalias. Es uno de los pocos servicios que Mahoma pide a otrps. Y puesto que junto al profeta no hay ni centinela, ni guardia de corps, el asesino enviado por el triunvirato de paganos de La Meca podrá entrar en la casa de Mahoma cuando quiera y matarlo. Se encuentra un asesino, llamado Umair-ibn-Wahb. Su hijo fue hecho prisionero en Badr. Umair anuncia que se dirige a Medina para rescatar a su hijo. Una vez en casa de Mahoma, podrá asesinarlo. Solamente éstán al corriente de este proyecto el mismo Umair, por supuesto, y los triunviros del odio: Abuh-Lahab, Abu-Suffian y Safwan-ibn-Umayah. Éste último presta a Umair lo necesario para los gastos del viaje y toma a su cargo a sus hijos durante la ausencia del padre.

Así pues, Umair. es el asesino ideal. Llega a la casa de Mahoma. El profeta le pregunta qué desea. Umair responde que viene a rescatar a su hijo.

«El rescate de tu hijo no es más que un pretexto para entrar aquí», le dice Mahoma. y repite a Umair, palabra por palabra, su conversación con Safwan. Igual que si hubiera estado presente a ella.

El asesino arroja el puñal con el que proyectaba asesinar al profeta; cae de rodillas ante Mahoma y dice: «yo me he burlado siempre de tus pretendjdas revelaciones divinas. Pero Safwan y yo estábamos solos. ¿Cómo has sabido lo que nos dijimos? ¡No puede haber sido más que por una revelación de Dios!

Eres el auténtico mensajero del Señor. Abrazo tu religión».

 

Mahoma perdona a Umair el haber venido con intención de asesinarlo. Acepta su conversión. Después, lo envía para que predique el Islam en las filas de los coraichitas de La Meca.

Umair está entusiasmado con esa misión. Dice: «Hasta ahora hice todo lo posible para impedir la propagación del Islam. En adelante haré cuanto pueda para extenderlo».

De regreso, en La Meca, Umair no encuentra a Abu-Lahab.

 El feroz enemigo del Islam ha muerto.

Un día, en el marbad, esa plaza en que se detienen las caravanas, Abu-Lahab ha oído a un beduino contar cómo en la batalla de Badr cinco mil ángeles han descendido desde una nube como desde una alfombra volante, para luchar junto a los musulmanes.

La muchedumbre, asombrada, oía con la boca abierta la historia de la batalla de Badr. Abu-Lahab, furioso, interrumpe la narración. Irrumpe en injurias. El narrador y los oyentes contestan. Abu-Lahab quiere explicar que aquella historia de los ángeles no es más que una leyenda. Que nada de verdadero hay en ella. Pero la muchedumbre no sentía deseos de oír las objeciones de Abu-Lahab. Quería oír la historia maravillosa en que los ángeles descienden del cielo y combaten, vestidos de soberbios uniformes, con cascos llenos de plumajes, penachos y airones. Alguien empuja a Abu-Lahab. Al querer insistir en sus razones, lo golpean. La muchedumbre le hiere gravemente. Abu-Lahab, llevado a su propia casa, cae en cama para no levantarse más. Siete días después, muere «de un acceso de fiebre bubónica». La familia, temiendo el contagio, entierra el cadáver de Abu-Lahab lo más lejos posible de La Meca. Pero, desde el día siguiente al de los funerales, y hasta nuestros días, no han dejado de caer piedras, arrojadas por los fieles que pasan por allí, sobre la tumba de Abu-Lahab, el enemigo irreductible del Islam. Más ade}ante, la esposa de Abu-Lahab, serír inhumada cerca de su marido, en el desierto, en los confines de La Meca, a fin de recibir también sobre su tumba la lluvia de piedras e

injurias de los caminantes.

Dice el Corán, hablando de esa muerte del enemigo:

La fuerza de Lohab se ha desvanecido. Él mismo pereció.

¿De qué le sirvieron sus inmensas riquezas?

Descenderá al fuego del infierno.

Le seguirá su esposa, llevando leña.

Ya su cuello atarán una cuerda de palma.

Abu-Suffian, o más exactamente, Hint, su apasionada esposa, toma ahora el puesto de Abu-Lahab al frente de la coalición antimusulmana. y será esta mujer quien, durante años enteros, llevará adelante la guerra contra el Islam.

 

LIX

LA EXPEDICIÓN DE LA HARINA DE CEBADA

Diez semanas después de la batalla de Badr, La Meca envía contra Medina un destacamento de castigo, mandado por Abu-Suffian. Este gran negociante, enemigo encarnizado del Islam y hermano de leche de Mahoma, es también poeta. Sus hija o sátiras contra el profeta, son de lo más virulento. Ahora, Abu-Suffian parte con cuatrocientos hombres a atacar a Medina. Sale de La Meca en plena «Tregua de Dios». Las intenciones de Abu-Suffian son claras: «Su primer objeto era restaurar la confianza en los de La Meca y demostrar al mundo que los coraichitas están siempre en su sitio».

El destacamento dirigido por Abu.Suffian sale en secreto de La Meca. Viaja por caminos desusados, a fin de presentar batalla por sorpresa.

Llegado a un día de camino de Medina, Abu-Suffian deja a las tropas en las gargantas del monte Nib y, al frente de un reducido grupo de hombres armados, penetra en la ciudad.

Los coraichitas han concluido una alianza secreta con los judíos de la ciudad del profeta. Abu-Suffian se dirige a la casa del jefe del clan nadir, a quien pertenecen las plantaciones de dátiles del oasis. Es un hombre llamado Sallam-ibn-Micham. Recibe a Abu-Suffian en su castillo, el atam, con todos los honores debidos. El jefe de los terratenientes de Medina ofrece a Abu-Suffian un festín real. Pero anuncia a su huésped que los judíos de Medina, aunque decididos a combatir alIado de La Meca para el exterminio del Islam, no están aún dispuestos a hacer la guerra. Es demasiado pronto para comenzar las hostilidades. En todo caso, la tribu nadir no puede participar en la lucha contra Mahoma, como le ha pedido Abu-Suffian, ni aquella noche, ni las noches siguientes. Los riesgos son demasiado grandes. De manera que el plan de ataque contra Medina, con los 400 hombres y la complicidad de los judíos del jnterior de la ciudad, fracasa.

Abu-Suffian, furioso, abandona la residencia del jefe de los judíos. Incendia y saquea las granjas del barrio judío de Uraiq, al norte de Medina. Mata a dos árabes. Después, huye con el botín.

Nadie da la alarma. Por más que hayan negado su ayuda a Abu-Suffian, los judíos no quieren hacer manifestaciones de hostilidad frente a él, ni excitar a la población después de los incendios y saqueos cometidos en su barrio. De todas maneras, los musulmanes conocen lo ocurrido, aunque con retraso. Y se ponen inmediatamente en camino, a la búsqueda de Abu-Suffian.

Los incendiarios, viéndose perseguidos, y para ir más aprisa, arrojan todos los sacos de harina de cebada, o sawiq, de que se habían adueñado en las granjas antes de incendiarias. A causa de esos sacos abandonados, la fracasada expedición, señalada por la defeccjón de los judíos en la lucha contra Mahoma, tomará el nombre de «expedición de la harina de cebada», o «asunto del sawiq».

Para castigar ese ataque nocturno contra Medina y el asesinato de los dos árabes del barrio Uraiq, Mahoma ordena el ataque y saqueo de una caravana de La Meca.

La ocasión no tarda en presentarse. Abu-Suffian, en compañía de Sadwan-ibn-Umaiyah, el que otrora sobornara a Umair, el asesino, regresan de Jaibar, ciudad judía al norte de Medina, con una caravana cargada de plata. Jaibar es célebre por su industria de plata, sus ornamentos y sus vasos. Y no sólo los vende, sino que los da en préstamo. Con motivo de bodas y fiestas, los coraichitas de La Meca alquilan regularmente vasos, joyas y aderezos en Jaibar. Unos años antes, algunos objetos alquilados por La Meca se han perdido y la ciudad ha debido pagar a los de Jaibar una indemnización de diez mil dinares de oro.

Los musulmanes son unos cien. Su jefe es Zaid-ibn-Haritha.

Intercepta la caravana coraichita cerca del manantial Al-Qaradah, en el desierto de Nadj. Abu-Suffian y Safwan logran huir. Todas las mercaderias que llevan caen en manos de los musulmanes. El botín, objetos de plata en su mayoría, está valorado en cien mil dinares. Es la primera caravana de La Meca que cae realmente en manos de los musulmanes. Es el desquite al ataque nocturno de Medina en la “expedición de la harina

de cebada”.

La noticia de semejante pérdida hace más urgentes los preparativos de guerra de La Meca contra Mahoma.

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