LA VIDA DE MAHOMA

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C. Virgil Gheorghiu 

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XXX

OMAR, EL HOMBRE A QUIEN TEME EL DIABLO

Para substraerse a las persecuciones, Mahoma y sus fieles se retiran a una casa sobre la colina Safa frente al santuario de la Kaaba. Esa casa se llama la casa de Arqam por el nombre de un fiel que la ha puesto a disposición del Islam. Allí se celebra el culto público. Allí se realizan las reuniones. La casa existe todavía. Ha sido transformada en escuela.

Los musulmanes vigilan durante los oficios, puesto que muchas veces han sido atacados por sorpresa mientras estaban en el interior de la casa. Los habitantes de La Meca están exasperados. Mahoma cuenta ya con más de tres docenas de fieles declarados. El Islam comienza a convertirse en fuerza. Reina en él una disciplina de hierro. Mahoma es escuchado y obedecido como nunca lo fue ningún jefe de clan. Para los coraichitas, el peligro es grande. Doblan la vigilancia. En esa lucha, asistimos por ambas partes a una conducta puramente árabe. Un árabe no teme la muerte. Sabe que el adjal - final de la vida terrestre, o muerte - como el rizq -la pobreza y la riqueza, la dicha y la desgracia en la vida -, no dependen de la voluntad y de la sagacidad del hombre. Están en las manos del Creador, que dispone de ellas según su gusto. Pero, aunque despreciando la muerte, el árabe no la desea. Dice el poeta: «Desear la muerte abrevia la vida. Despreciar la muerte prolonga la vida». En el combate, el árabe no se expone a inútiles riesgos. No ataca de frente, como el hombre del Norte. Los ciudadanos de La Meca, especialmente, son célebres por su hilm, es decir, su flema, por su actitud razonable. reflexiva y de sangre fría ante la vida.

Comprobando que el Islam se desarrolla, los coraichitas buscan metódicamente una solución práctica, perfecta y razonable, de ese problema. Uno de los primeros oligarcas de la ciudad, Omar, de la tribu Adi, exasperado por esas negociaciones y tergiversaciones, decide poner fin a la situación y matar a Mahoma con sus propias manos. Quiere acabar de una vez por todas con el incómodo profeta. Omar está dispuesto a cargar con todos los riesgos que traerla consigo la muerte violenta de Mahoma. Todos los oligarcas de La Meca desean ese desenlace; pero ninguno de ellos, excepto Omar, .tiene el valor de actuar. Las gentes de La Meca desean la muerte de Mahoma, como desearían la muerte de un dragón que hubiera aparecido en la ciudad y les obligara a vivir en el terror.

Omar es un hombre diferente de los demás de La Meca. Diferente, en primer lugar, por su talla: es tan corpulento como Abd-al-Muttalib. Qmar era tan alto que, más tarde, cuando la edificación de la mezquita de Medina, su cabeza tocará el techo del edificio. Por naturaleza, era fogoso y orgulloso de sus propias cualidades. . . Era un hombre de una decisión y de un orgullo indomables».

Así pues, Omar decide, a pleno día, sin rodeos, sin conjuras, sin intrigas, matar a Mahoma. Se arma y se pone en camino, para ejecutar su proyecto.

Mahoma se encuentra en Dar-al-Arqam, en la casa de Safa.

Nos hallamos en el año 614, el 8 antes de la Héjira.

En el camino que conduce a Dar-al-Arqam, Omar se encuentra con un amigo, Nu'aim-ibn-Abdallah-an.-Nahham. Al ver a Omar armado y dispuesto a la pelea, Nu'aim le pregunta dónde va. Omar responde en voz alta - según su costumbre - que va a asesinar a Mahoma. Y añade: «Jamás hemos soportado ofensas semejantes a las que proceden de Mahoma. Nadie se ha atrevido a lo que él. Insulta a nuestros antepasados, los antepasados de los coraichitas. Critica nuestra religión. Siembra la discordia entre los ciudadanos. Blasfema de los ídolos. Semejantes cosas. Los ciudadanos de La Meca no las han soportado de nadie hasta hoy».

Omar se aleja. Para terminar lo antes posible con Mahoma.

Para darle muerte. Pero Nu'aim tiene miedo. Hace tiempo - en secreto- se ha convertido al Islam. Quiere salvar al profeta.

Sólo que Omar no es hombre que se detenga en el camino cuando ha tomado una decisión. No conoce más que una senda en la vida, la que es recta como el filo de una espada. Omar es un hombre ffuga1, sobrio, honesto y justo. pero implacable. Se dice que «si el diablo se encontrara con Omar en su camino, se escondería lleno de miedo».

 

La tradición popular cuenta que Omar se ha encontrado realmente con el diablo y que éste ha huido aterrorizado. La cosa sucedió de la siguiente manera :

Sabido es que en el momento de la creación, Dios hizo al hombre de arcilla negra, roja y blanca, para que la humanidad fuera variada y las gentes pudieran reconocerse unas a otras.

Tras haber creado al hombre, Dios hizo venir a todos los seres creados anteriormente, para que se prosternasen ante él y le reconocieran como a dueño. Todas las criaturas, desde la más pequeña hasta la más importante, se inclinaron ante el hombre, en una profunda reverencia, según la orden recibida. Sólo Iblis - el diablo- se negó a inclinarse ante Adán. Dios, disgustado, preguntó al diablo por qué se negaba a hacer reverencia al hombre. ¿Por qué no adoras al hombre? - preguntó el Señor. A lo que respondió el diablo: Soy mejor que él. A mí me has creado del fuego; al hombre. lo has creado de maloliente arcilla.

El Señor se enfadó y expulsó al diablo del Paraíso: ¡Fuera de esta morada! - gritó Dios - Serás reprobado para siempre.

Desde aquel día, el diablo vaga por la tierra. Un día, viene a encontrarse con Mahoma y le pregunta qué tiene que hacer para obtener el perdón del Señor y ser de nuevo recibido en el Paraíso. Mahoma le responde. «Ve sobre la tumba de Adán, arrodíllate como Dios te ordenó, y ríndele homenaje. Tras ese acto de sumisión, tal vez Alah te perdone».

El diablo da las gracias a Mahoma y va a besar la tierra que cubre la tumba de Adán. El diablo va muy satisfecho. Ante él se abre una perspectiva de perdón y rehabilitación.

Pero he aquí que en el camino que lleva al cementerio en que yace enterrado Adán, el diablo .se encuentra con Omar. El diablo quiere ocultarse en los matojos que bordean el camino, como acostumbra hacer. Pero es demasiado tarde. Omar lo ha  visto y le hace señal de acercarse. El diablo acude tembloroso.

Omar le pregunta dónde va. El diablo le dice la verdad. Nadie tiene el valor de mentir en presencia de Omar. Habiendo oído aquello, Omar echa una mirada de desprecio al diablo. Dícele que es inútil probar. Dios no le perdonará jamás. Arrodillarse ante la tumba de Adán y besar la tierra es un acto de cobardía y una bajeza. El diablo debiera haberse prosternado ante el primer hombre cuando éste estaba vivo. Pero no después de su muerte.

Omar, lleno de menosprecio, se aleja del diablo.

Éste ya no tiene valor para ir a pedir perdón a Adán sobre su tumba. La tradición cuenta que si el diablo no ha sido rehabilitado hasta ahora, ha sido por culpa de Omar .

Pues este Omar que infundió temor al diablo, es el que ahora va a asesinar a Mahoma. Con la espada. Generalmente, Omar nunca necesita la espada. La tradición cuenta que “ante su látigo las gentes temblaban más que ante el alfanje de los mayores tiranos”. Pero ahora no tiene intención de castigar simplemente a Mahoma con un correctivo: va a matarlo. Por eso ha cogido una espada y no un látigo.

Nu'aim corre a Omar y le dice: «Si la nueva religión te fastidia porque divide a la ciudad, y si quieres imponer el orden sería más razonable comenzar poniendo orden en tu propia familia y después, sólo después, en la ciudad».

Nu'aim dice a Omar que su propia hermana Fátima y el marido de ésta, Said-ibn-Zajd. son fanáticos musulmanes. En la propia casa de Omar se oyen cada día los versículos del Corán.

Ornar queda absorto por semejante noticia. Y como es un hombre justo, admite que el consejo es equitativo: debe destruir el Islam ante todo en su propia familia, si verdaderamente ésta está contaminada; y sólo después, destruir el Islam en la ciudad.

 

Omar vuelve a su casa, furioso. Fátima, su marido y un misionero musulmán llamado Jabbab, se hallan precisamente en plena oración, declamando en voz alta un versículo del Corán. Ornar arranca las páginas del libro. Golpea violentamente a su hermana. Golpea también a su cuñado. Y se arroja sobre el misionero.

En la lucha, Fátima grita a su hermano que puede matarla si quiere, pero que nunca renunciará al Islam.

Omar se detiene. De pronto, se pregunta qué puede haber tan fascinante en esa creencia que induce a su hermana a morir bajo los golpes antes que abandonar el Islam. Un Dios por el que los hombres están dispuestos a dar sus vidas debe ser un Dios muy poderoso.

Omar desea leer el versículo del Corán que las tres personas recitaban en el momento de su  irrupción en la casa. Pero los otros se oponen. Es un pagano, un profanador. Omar no se preocupa de esas injurias y cuando ha terminado de leer, exclama: «¡Esto es espléndido! ¡Extraordinario! ¡Sublime!».

Omar abraza a su hermana y a su cuñado. Pídeles perdón. Y, tal como es su carácter, declara bruscamente que quiere hacerse musulmán. Pero inmediatamente.

En compañía de Fátima, del cuñado y del misionero Jabbab, Omar se dirige hacia la casa de Arqam para convertirse. Los musulmanes que montan la guardia ven llegar a Omar armado y a los tres compañeros cubiertos de sangre. Dan la alarma. Pero Omar está ya en el umbral de la puerta. Grita que no viene animado de intenciones belicosas, sino dispuesto a abrazar el Islam. Y allí mismo se convierte. En la casa de Arqam. Omar es el musulmán número cuarenta en todo el mundo.

Después de su conversión, se pone al frente de todos los musulmanes que están en la casa y atravesando la ciudad - provocador - se dirige al santuario de la Kaaba para hacer la oración pública.

Abu-Jahl, Abu-Sufian, Abu-Lahab y los demás fanáticos antimusulmanes no se atreven a mostrarse en público. Todos temen a Ornar, el hombre de quien el mismo diablo tiene miedo.

Hace tiempo que los musulmanes no se atreven a presentarse a la luz del día, como en esa jornada. Hecha la oración, Ornar advierte personalmente a todos los enemigos de Mahoma que, si tienen algo contra el Islam, no tienen más que dirigirse a él, que es musulmán.

Los ciudadanos de La Meca toman nota, en silencio, de esta conversión. Están espantados. Pero son árabes, y un árabe no abandona jamás la lucha. A la manera del poeta Chafara que nunca la abandonó y que, después de su muerte, siguió matando a sus enemigos con las esquirlas de su cráneo. Y eso mucho después de su muerte. Los enemigos de Mahoma cierran sus filas, dispuestos a vencer o morir .

 

XXXI

TENTATIVAS DE RECONCILIACIÓN

La vida y la muerte de Mahoma dependen de Abu- Talib, el jefe del clan.

Mientras el profeta forma parte del clan, todos sus parientes le deben ayuda y protección. Por más que no le quieran. Si Mahoma quedara excluido de su clan, todo se arreglaría para sus adversarios. Podrían matar impunemente al profeta. Por eso, los coraichitas envían emisarios a Abu- Talib y le invitan a excluir a Mahoma del clan.

«Entréganos a Mahoma. Es incorregible. Nosotros lo mataremos. A cambio de esto, te daremos los más valerosos y los más jóvenes de los hombres de La Meca. Podéis escogerlos vosotros mismos».

Para la moral, muruwwa, de los nómadas, la muerte de un hombre es una pérdida capital: por tanto, el empobrecimiento de la tribu, que pierde una vida. El clan se hace menos fuerte, con una unidad viva menos. La vida de un hombre es un capital vivo, como el caballo, el camello o el rebaño de corderos.

Pero en el momento en que se repara esa pérdida, gracias al reemplazo del valor perdido por otro, o gracias a la disminución del clan enemigo por la muerte de uno de sus hombres el asunto queda arreglado. Se restablece el equilibrio de fuerzas.

Si alguien mata a mi cerdo, en el momento en que me ofrece otro la justicia queda satisfecha. Tal es la ley del talión. Materialista. Todos los grandes poetas de la época djahilyia han abandonado sus clanes porque, para ellos, la muerte de un adversario no bastaba para pagar el precio de la sangre. A sus ojos, la vida de un amigo, de un hermano o de un hijo, no pedía ser pagada con la muerte de otro hombre perteneciente al clan del asesino, ni por la ofrenda de camellos, aunque fueran cien o doscientos. Pero, en La Meca no hay poetas. Los coraichitas son mercaderes. Desde este punto de vista, la oferta de los emisarios coraichitas a Abu-Talib, de cambiar unos jóvenes por la vida de Mahoma, es algo corriente. Una transacción habitual.

Abu-Talib no es, ni será, musulmán. No se ha convertido. Morirá en la fe de sus mayores. Sin embargo, se niega a entregar a Mahoma, su sobrino.

Contesta: «¿Es justo que matéis a mi hijo - en este caso su sobrino - y yo dé de comer a vuestro hijo?».

De todas maneras, Abu- Talib recibe presiones de los coraichitas por todas partes. Se le conmina a excluir a Mahoma de su clan.

Abu Talib llama a su sobrino y le expone la situación.

Mahoma responde: «Tío, ¿quieres abandonarme? Te juro por Aquel que posee mi alma: aunque me trajeran como regalo el sol en la mano derecha y la luna en la izquierda, no renunciaría a mi fe ni a mi Dios. El Dios en que creo me es ayuda suficiente. Aunque tú me abandones. Hazlo, si quieres yo me quedo con Dios».

Abu-Talib anuncia a los coraichitas que esperan los resultados que él, Abu-Talib, sigue fiel a sus mayores y que nunca se hará musulmán. Pero se niega a entregar a Mahoma. Mientras viva, protegerá a su sobrino. De acuerdo con la ley del clan.

 

Los coraichitas se van, decepcionados. Sin embargo, no renuncian a la lucha. Se dirigirán directamente a Mahoma.

Su delegación, que va a ver a Mahoma para discutir una eventual reconciliación, está dirigida por un ciudadano conocido por su hilm, su sangre fría, su actitud razonable y su realismo. Se llama Utbah.

Dice a Mahoma. «Sabemos que eres un hombre razonable, caritativo y amable y que lo has sido siempre. Nunca hemos visto que hicieras daño a nadie. No necesito decirte qué agitación y qué desorden han causado tus iniciativas en la ciudad. Dime francamente cuál es el objeto de todo esto. ¿Deseas dinero? Te garantizo que la ciudad, para satisfacerte, reunirá todo el dinero que desees. ¿Quieres mujeres? Toma por esposas a las jóvenes más bellas de La Meca. Puedo asegurarte que todos estámos de acuerdo para satisfacer tus deseos.

»¿Quieres estar al frente de la ciudad? Prontos estamos a escogerte como jefe. Pero con una condición: no nos hieras en nuestro amor propio. No vuelvas a decir que nuestros ídolos y todos los que entre nosotros o entre nuestros mayores los han adorado, están destinados al fuego eterno del infierno.

»Si estás enfermo, buscaremos los mejores médicos para el cuerpo y para el alma. No amamos ni las discordias ni los trastornos en la ciudad».

Mahoma escucha con inmensa tristeza aquel razonable discurso. Porque nada puede ser más desolador, en el universo, que lo razonable a toda costa.

Responde: ¿Por qué me afligís...? Soy enviado del Cielo ante vosotros... Creer en Dios y en su Enviado... Para vosotros, ése es el camino de la felicidad. ¡Ya lo sabéis, coraichitas! Adorad al Señor en esta Casa. El Señor que os alimenta. que os ha preservado del hambre y os asegura contra el temor...

Mahoma explica. Pero Utbah no entiende.

Mahoma prosigue:

El Dios clemente me ha enviado el Corán. Es el depósito de la verdadera fe. Está escrito en árabe. Instruye a los sabios. Promete. Amenaza. La mayoría se aleja y no quiere oír. Nuestros corazones, dice, están cerrados a tu voz. Un peso obtura nuestros oídos. Entre tú y nosotros se interpone un velo. . . Sigue tus principios: nosotros seguiremos los nuestros,... y yo les contesto: No soy más que UN MORTAL COMO VOSOTROS. El cielo me ha revelado que no hay más que un solo Dios. Sed justos ante Él. Implorad su misericordia.

Mahoma sabe ya cuál será la respuesta de Utbah. Y recita:

Los profetas les predicaron el culto de un Dios único. Y respondieron.. Si Dios hubiera querido ilustrarnos nos hubiera enviado a sus ángeles. Así pues, negamos vuestra misión.

Utbah vuelve a quienes le enviaron, el clan de los oligarcas coraichitas, y les dice: «Haced lo que queráis, porque este asunto supera mis fuerzas».

 

* * *

 

Mahoma está más apenado que los coraichitas por el fracaso de aquella tentativa. Ama a su clan. Ama a La Meca. Ama a los árabes. Quiere la reconciliación. La falta de acuerdo entre él y su clan le duele, como duele a todo cuerpo la amputación de un miembro"

Pero los «infieles» dicen: No tendremos fe en ti hasta que hagas brotar una fuente de la tierra... O, según tus propias pretensiones, hasta que hagas caer el cielo sobre nosotros en pedazos... o nos traigas a Alah con sus ángeles... o hasta que poseas una mansión cargada de ornamentos. . .O, bien, te eleves al cielo. . . Pero no creeremos en tu ascensión si no nos envías un escrito desde lo alto. . . Los infieles quisieran que Dios les enviara una orden escrita por su propia mano.

Para creer en Mahoma, los mercaderes de La Meca le piden que haga milagros: hacer surgir una casa de oro macizo; hacer fluir, en el desierto que rodea a la ciudad, ríos azules como los de Siria. Y llegan a pedirle que rompa la luna en dos partes, como si se tratara de una tarta. . .

Desolado por tanta incredulidad, Mahoma - sobre todo, cuando oye que le piden que divida la luna en dos - (a él, simple mortal, que no tiene otra pretensión que anunciar una verdad que le ha sido revelada), levanta los brazos al cielo. Como hace cualquier hombre cuando no logra dar con una solución. . .

En el momento en que Mahoma levanta así los brazos, la luna, que se hallaba precisamente sobre su cabeza, se quiebra en dos, como si hubiera sido rota por las manos del profeta. Todos los asistentes quedan petrificados. Porque en torno a él hay mucha gente. Los dos pedazos de la luna quedan separados el tiempo necesario para que lo vean todos aquellos hombres, después, se unen de nuevo y la luna vuelve a aparecer completa. Se ha producido el milagro exigido por los oligarcas. Mahoma ha roto la luna en dos, como una tarta. En público. Pero ahora sus enemigos, en vez de confiar en él, le acusan de magia. y su enemistad se hace más dura y persistente. El Corán habla de esa ruptura de la luna, que todos pedían, pero que los endureció más aún después que la vieron.

Al llegar la hora, la luna quedó hendida. Pero los infieles, a la vista de tales prodigios, volvían la cabeza y decían: Magia.

Los hadith, es decir, «las cosas contadas por los testigos», refieren que el profeta estaba muy triste por no haber logrado reconciliarse con su clan. «El Enviado de Alah veía a aquellas gentes que se apartaban de él y estaba afligido por el alejamiento de que daban muestras, por lo que él había recibido de Alah.

Mahoma deseaba recibir de Alah algo que permitiera un acercamiento entre él y su pueblo».

Mahoma se dirige a la Kaaba, se prosterna y ruega a Dios que no lo aparte completamente de su clan, de los coraichitas.

Sin clan, un hombre es como un ojo sin cabeza, como un brazo sin cuerpo porque los nómadas y los átomos no existen solos en la naturaleza; viven en grupos de átomos, llamados moléculas, y en grupos de nómadas llamados clanes. Mahoma implora a Alah que le dé un medio de acercarse de nuevo a los suyos, a los «pequeños tiburones», los coraichitas. Dice, orando en voz alta:

¿Habéis considerado a Al-Lat y a Ozza?

¿Y a Manat, la tercera?

Son sublimes diosas.

Y su intercesión es necesaria.

 

En el instante en que Mahoma terminó su plegaria, «el profeta se prosternó y tanto los musulmanes como los idólatras se prosternaron con él».

No se trata de un milagro. Mahoma acaba de afirmar que los tres ídolos principales de los coraichitas: Al-Lat, Ozza y Manat, pueden ser considerados como ángeles, intermediarios entre los hombres y Dios. Es una concesión hecha a los idólatras.

La reconciliación se ha cumplido. Mahoma ha hecho el elogio de los ídolos, llamándolos «sublimes diosas». Entonces se conoce a esos tres ídolos con el nombre común de gharaniq, las grullas o los cisnes..

De pronto, Mahoma se da cuenta de que está siendo un instrumento del diablo. No es el ángel Gabriel quien le ha dictado esos versículos en elogio de los ídolos, sino el diablo. Por esa razón, los muchrikun, los «asociadores», los paganos, se han arrodillado al mismo tiempo que los musulmanes.

Mahoma se arrepiente y anula allí mismo las dos ayatas o versículos, que llevan los números 20 bis y 20 tercero, conocidos con el nombre de «versículos satánicos». En lugar de las ayatas satánicas aparecen en el Corán las palabras dictadas por el ángel,

según el texto original del Corán que se encuentra en la mesa de piedras preciosas en el Cielo más alto. Las tres «grullas» no son más que nombres, con que vosotros las habéis llamado.

Alah no hizo descender sobre ellas ninguna aprobación (Sultán).

No seguís más que vuestra coyuntura y los deseos de vuestras almas, mientras que a vuestros padres les guió la dirección de su Señor.

Tras este episodio, el ángel Gabriel viene a Mahoma y le riñe severamente por haber recitado otra cosa que la que él le dictaba. Y el profeta tiene gran temor de Alah.

Pero el Señor, lleno de indu1gencia, hace saber a Mahoma que la aventura que él acaba de vivir ha sucedido a todos los profetas que le han precedido en la tierra. Porque 'todos ellos han sido engañados al menos una vez por el diablo.

No hemos enviado antes de ti a ningún mensajero ni profeta, sin que Satán, cuando deseaba algo, se lo hiciera expresar. Alah borra lo que envía Satán y después restaura las señales.

A partir de ese instante, Mahoma se mantiene en guardia: Un profeta debe contar con un enemigo más fuerte que los coraichitas: el diablo. Yel profeta debe estar extremadamente atento.

En todo caso, la reconciliación con los coraichitas es imposible. No se puede agradar al mismo tiempo a Dios y al diablo.

Mahoma queda, moralmente, sin clan. Solo. Entre los dos desiertos infinitos: el desierto de Arabia y el del cielo ardiente.

Más que nunca, está decidido a servir al Creador.

 

XXXII

LA HUIDA A ABISINIA

Mahoma está decidido a luchar y morir por su fe. En el pequeño grupo de musulmanes, no sucede lo mismo. Son muy pocos.

Ante las presiones ejercidas por los coraichitas, sus filas se dislocan y disminuyen. Mahoma se ve obligado a tomar medidas. Si no actúa con toda urgencia, el pequeño grupo de fieles desaparecerá, fundiéndose como la mantequilla al sol.

«Los coraichitas dirigieron contra Mahoma a aquellos mismos que le habían obedecido. De manera que el pueblo se alejó del profeta y lo abandonó, a excepción de aquellos a quienes Dios protegió; y éstos eran poco numerosos.»

El cronista prosigue:

«Las cosas siguieron así durante el tiempo que Dios quiso. Entonces, los jefes coraichitas se reunieron en consejo para decidir cómo apartar de la religión de Dios a todos sus hijos; hermanos y miembros de! clan que habían seguido a Mahoma:

«Hubo entonces para el pueblo del Islam que seguía al profeta un período de extrema tensión y rebeldía. Algunos se dejaron seducir. Pero Dios preservó a los que quiso.»

El Corán menciona esa fitnah, o «maniobra insidiosa para seducir y apartar», esa ruptura de armonía en las filas de los musulmanes. Sometidos a las presiones exteriores, algunos no pueden resistir y ceden. Abandonan el Islam. Dicen: Si abrazamos el Islam seremos expulsados de nuestro país. Las nuevas conversiones son poco numerosas. Las anteriores se ha1lan en fitnah, «en la discordia».

Mahoma lucha durante algún tiempo, con todas sus fuerzas, por mantener la fe de aquel grupo reducido de fie1es. Conoce a los hombres porque «quienes buscan a Dios, lo comprenden todo». Comprende que, si no aporta inmediatamente una nueva solución, muy pronto no quedará más que un solo musulmán. Unos renegarán de su fe, otros serán expulsados de la ciudad y los demás, serán asesinados.

Mahoma decide enviar a todo el grupo de musulmanes a1 exilio, a fin de sustraerlos a la destrucción que lo amenaza en La Meca. Es una solución radical. y es la primera decisión que Mahoma toma como jefe de una comunidad terrestre.

«Cuando los musulmanes se vieron tratados de aquella manera, el profeta les dijo que partieran para el país de los abisinios.

Los abisinios estaban gobernados por un excelente rey, llamado Nadjachi, es decir, Negus. Nadie era turbado en su país y el soberano era alabado por todos por su rectitud. E1 Mensajero de Dios dio la orden y la mayoría de los fie1es musulmanes le obedecieron cuando estaban oprimidos en La Meca, o cuando temieron las maniobras insidiosas de seducción y desviación que se habían iniciado contra ellos.

»El profeta se quedó. Y durante años, los coraichitas hostigaron a todos los que se hacían musulmanes».

El primer grupo de musulmanes es enviado a Abisinia en el año 615. En el momento de la partida, Mahoma dice a los desterrados: «Abisinia es un país de verdad. Quedaos allí hasta que Dios facilite las cosas».

El grupo de exilados a Abisinia va conducida por Ja'far, hijo de Abu-Talib y primo del profeta. En la época de su matrimonio, Mahoma ha adoptado a Ali, hijo de Abu-Talib, que hallaba grandes dificultades materiales; y Abbas, el tío del profeta, ha adoptado a Ja'far, hermano de Ali. Ahora, Ja'far es un hombre en pleno vigor de la edad. Se ha casado con una mujer llamada Asma y que, después de la partida para el destierro, recibirá el nombre de Bahriyah; es decir, «la marinera». Para pasar desde Arabia a Abisinia, los musulmanes han tenido que atravesar el mar Rojo; y el viaje por mar en aquella época es un privilegio reservado a los hombres. Esa es la razón de qué Asma reciba el sobrenombre de «marinera».

El segundo personaje importante en el grupo de exilados es Uthman, un oligarca de La Meca, casado con Ruqaya, hija del profeta, tras haber sido repudiada por el hijo de Abu-Lahab.

El primer grupo de desterrados consta de ciento nueve personas; setenta y cinco hombres y nueve mujeres coraichitas, además de veinticinco extranjeros.

 

El número de exilados aumenta inmediatamente después de la llegada del grupo a tierra abisinia: las nueve mujeres coraichitas dan todas a luz nuevos vástagos.

Asma, la «marinera», la mujer de Ja'far, da a luz un hijo el mismo día que la esposa del Negus. Asma se ofrece a ser nodriza del hijo del Negus.

El hijo de Ja'far se convierte, por lo tanto, en hermano de leche del príncipe abisinio. y Ja'far llega a ser de esa manera pariente del rey de Abisinia.

Otro hecho que llama la atención de los abisinios es la belleza de Ruqaya. Por ella estallan disputas. Los rivales están a punto de matarse unos a otros. Por suerte comienza, en ese momento una guerra; los admiradores de la joven y los fieles a Mahoma deben abandonar la ciudad y dirigirse al campo de batalla.

Otros romances de amor, otras amorosas intrigas se desencadenan con motivo de este exilio, entre árabes y abisinios. Y en esas intrigas se halla mezclada directamente la misma mujer del Negus.

Ja'far ha enviado al Negus una carta de parte de Mahoma.

El profeta pide la protección del Negus para quienes están obligados a abandonar su propio país porque adoran a un Dios único y han repudiado la idolatría.

«De Mahoma, enviado de Dios, a An-Nadjachi, rey de los abisinios.

 »Te dirijo las alabanzas de Dios, fuera del cual no hay otro dios, el Soberano, el Santo, el Pacifico, el Protector y Socorredor. Y doy testimonio de que Jesús, hijo de María, es el Espíritu de Dios y su Verbo, que ha concebido en María, la Virgen, la Virtuosa, la Inatacada, que lo ha llevado por efecto de Su Soplo, así como había creado a Adán con su propia mano».

Tras haber afirmado que es el Enviado de Dios, Mahoma invita al Negus a abrazar el Islam, y prosigue: «Envío ante ti a mi primo paterno Ja'far, acompañado de un pequeño grupo de musulmanes. Cuando lleguen a tu país, recíbelos con hospitalidad».

El Negus recibe muy bien a los refugiados árabes. El clan coraichita se alarma. La Meca delega a dos embajadores, que atraviesan el mar Rojo a toda prisa para pedir al Negus la extradición de íos musulmanes. Para facilitar las negociaciones, La Meca envía al rey de Abisinia una gran cantidad de pieles, a manera de presente. Los embajadores de La Meca se llaman Amr-ibn-al-As y Amara.ben-al-Walid-ibn-al-Marjzuni. Los coraichitas se presentan en la corte del Negus y solicitan la extradición de los musulmanes, diciéndole: «Son bandidos de nuestro pueblo; que han abandonado nuestra religión y pretenden que nuestros padres profesaron errores. Insultan a nuestros dioses. Si les dejamos difundir sus opiniones, no sabemos si no llegarán a corromper tu fe.»

El segundo embajador dice: «Han abandonado la religión de su pueblo, pero tampoco han abrazado la tuya. Sus parientes, sus familias, nos envían para pedir su extradición. Los conocemos mejor que cualquiera».

El Negus está indeciso entre su deber de cristiano, ante una nueva religión monoteísta - que a primera vista parece ser una nueva secta cristiana- y los intereses de buena vecindad con los paganos árabes de La Meca.

El Negus delibera, asistido por el metropolitano de Abisinia y todos sus consejeros. Llama a Ja'far y le pide que se explique y conteste a las acusaciones presentadas contra él.

«Oh, rey - dice Ja'far - nosotros éramos ignorantes, adorábamos a los ídolos; cometíamos pecados carnales, oprimíamos a los débiles y hacíamos toda clase de cosas abominables, hasta el día en que Dios nos envió a su mensajero, uno de nosotros. Le conocíamos perfectamente. Conocíamos su veracidad, su honestidad y sus virtudes desde siempre. Nos ha enseñado a evitar el mal, a hacer el bien ya no adorar más que a un solo Dios».

Y señalando a los dos embajadores coraichitas que piden la extradición de los musulmanes, Ja'far añade:

“Estas gentes siguen la peor de las religiones. Adoran las piedras, visitan a los ídolos, rompen los lazos de la sangre, practican la injusticia y permiten cosas prohibidas. Dios ha enviado como profeta a uno de los más nobles de entre nosotros por su jerarquía, por su raza y su corazón: un hombre que en nombre de Dios ordena abandonar el culto de los ídolos y obrar según la justicia y la verdad y no adorar más que a un solo Dios».

El Negus está convencido de lo bien fundado de la causa musulmana. Exclama: «¿Acaso voy a expulsar a gentes que están bajo mi protección en la verdad, mientras vosotros estáis en la nada?”

El Negus devuelve a los coraichitas las pieles que le habían traído y responde que no puede entregar a los musulmanes.

Tras la partida de los embajadores paganos, Ja'far recita al Negus ya su corte la decimonovena sura del Corán, en la que el profeta afirma que cree en la Santísima Virgen María y en el Mesías, que es el Verbo de Dios.

El Negus y su corte cristiana lloran de emoción al oír que los árabes veneran a Jesús ya la Santísima Virgen. El Negus dice a los musulmanes: «La fuente de esta luz (del Islam) es la misma que la del mensaje de Jesucristo. Id en paz. Nunca os entregaré a los paganos».

Las relaciones así entabladas entre abisinios y musulmanes, seguirán siendo cordiales. Algunos años más tarde, a la muerte del Negus, Mahoma celebrará un oficio musulmán por el descanso del alma del monarca.

Si el destierro pone a los musulmanes al cubierto de las persecuciones de La Meca; los expone en cambio a otros peligros.

Un musu1mán, Ubaidallah-ibn-Djach, emigrado con su mujer llamada Umm Habibah, hija del célebre comerciante Abu-Surian, de La Meca, queda impresionado por las iglesias abisinias y se pasa al cristianismo. Con otros hanif de La Meca, ha pasado su vida buscando a Dios. Parecíale haberlo encontrado en el Islam. Ahora se hace cristiano y escribe a sus camaradas musulmanes:

«Nosotros, los cristianos, vemos claro, en tanto que vosotros estáis privados de la vista como terneros recién nacidos.»

Ubaidallah es hijo de una hija de Abd-al-Muttalib. La tradición musulmana asegura que será alcohólico y morirá ahogado en un río de Abisinia.

Otro musulmán se hace cristiano: es Sukran-ibn-Amr, esposo de Saudiih. Después que su esposo se hace cristiano, Saudah regresa a La Meca y se establece en la casa de Mahoma.

Entre tanto, los coraichitas prosiguen su lucha contra los mulmanes y nuevos grupos de refugiados abandonan La Meca para ir a Abisinia. En poco tiempo el grupo musulmán, protegido por el Negus, supera la cifra de las ciento treinta personas.

 

XXXIII

LA HUIDA DE ABU-BAKR

La persecución contra los musulmanes en La Meca se acentúa basta el punto de hacerse insoportable para quienes no tienen la vocación del martirio. La lucha contra Mahoma está dirigida por Abu-Jahl- el padre de la locura - de quien el cronista dice esto:

«Si oía decir que un hombre noble y poderoso abrazaba el Islam, iba a buscarlo y le dirigía reproches, insultándolo y diciéndole; "Abandonas la religión de tu padre, que era mejor que tú..." Si el convertido era un comerciante, le decía: "Te juro que haremos todo lo posible para que no tengas compradores y perezcan todos tus bienes". y si el convertido era débil e indefenso- uri dhuafa-an-nas -le golpeaba e inducía a los demás

a hacer lo mismo. A los extranjeros que se hacían musulmanes, se les negaba simplemente pagarles lo que se les debiera. Tal eseI caso de Jabbab-ibn-al-Arrat, a quien nadie en La Meca quería pagar las deudas, por el simple hecho de haberse convertido al islamismo». El cuarto musulmán después de Kadidja, mujer del profeta, y de sus hijos adoptivos Alí y Zaid, fue Abu-Bakr, llamado As-Siddiq, o sea el Verídico y el Fidelísimo.

Cuando se hizo musulmán, Abu-Bakr era uno de los hombres más ricos de La Meca. Gastó por el Islam cuanto poseía. Los esclavos que abrazaban el Islam eran comprados por él y puestos en libertad. Hasta el día en que nadie quiso venderle más esclavos. Los fieles pobres eran alimentados por Abu-Bakr. Y también costeó el exilio a Abisinia.

En los diez primeros años del Islam, gastará todos sus bienes y muy pronto no poseerá nada. Sin embargo, Abu-Bakr es un hombre muy ponderado. Este buen comerciante posee el hilm, la frialdad razonada de los ciudadanos de La Meca. Es un hombre estable. Pero las persecuciones dan buena cuenta de sus fuerzas. Abu-Bakr no se ha ido al exilio con los demás musulmanes porque no queda dejar solo a Mahoma. Desde entonces

se mantiene siempre junto al profeta, sirviéndole de compañero, tesorero, de consejero, de guardia personal. Ahora, la vida de Abu-Bakr está en peligro. Se confía a Mahoma. El profeta le aconseja que se vaya. Que huya de La Meca. La conspiración no ofrece dudas: si no huye, los enemigos le matarán.

Con el corazón cargado de tristeza, Abu-Bakr, que desde el día de la revelación en el Monte de la luz no ha abandonado al profeta, ni siquiera por una hora, se decide a dejarlo ahora para salvar su propia vida.

Abu-Bakr sale clandestinamente de La Meca y se dirige hacia la Arabia del Sur, al Yemen.

Al atravesar la región de Qarah, se encuentra con Subaiah-ibn-Rufai, jefe de la tribu, al que comunica el motivo de su viaje.

El jefe qarah no cree a sus oídos. No puede imaginarse a Abu-Bakr, el célebre comerciante coraichita de La Meca, obligado a huir de su propia ciudad como un criminal.

Subaiah ofrece a Abu-Bakr su protección, el djiwar, y le acompaña personalmente a La Meca. Quien toque la persona o los bienes de Abu-Bakr, deberá en adelante dar cuentas a la tribu Qarah, que mantiene una importante fuerza militar y que vive cerca de La Meca.

Durante algún tiempo, los coraichitas dejan tranquilo a Abu-Bakr. Temen una guerra y las posibles com plicaciones con las tribus beduinas. Abu-Bakr construye, en el amplio patio de su casa, una pequeña mezquita y cada tarde recita allí, en voz alta, los versículos del Corán.

La poesia es el oro de los árabes. Poseen la tienda, el turbante, el caballo, la espada y la poesía. Eso es cuanto Dios les ha concedido para que se desenvuelvan y puedan vivir en ese país en el que las nueve décimas partes de tierra son un ardiente desierto de arena

Ni siquiera los más encarnizados enemigos del Islam, cuando pasan ante la casa de Abu-Bakr, pueden continuar su camino.

La tentación es demasiado fuerte. Se detienen y escuchan al mejor amigo de Mahoma, que recita el Corán. Abu-Bakr posee una hermosa voz. El Corán es una obra admirablemente rimada.

Y todo árabe lleva en la sangre el ritmo de la poesía.

El primer ritmo de poesía árabe fue el del hida, el canto de los camelleros; fue inventado durante los viajes de las caravanas.

«El uniforme balanceo del camello, que dobla en dos el cuerpo del jinete y produce vértigo y mareo a quien no esté acostumbrado, incita a los árabes a cantar. Observaron, al tomar la medida del recitado, que la larga fila de camellos levantaba la cabeza y aceleraba la marcha. Ese animal estúpido y vengativo es accesible a la música, o al menos al ritmo. Asi fue inventtada la hida. Los cuatro pasos del camello proporcionan la medida y la alternancia de las sílabas cortas da los tiempos sucesivos de esa medida. Se atribuye el descubrimiento del metro a un gramático árabe de Basra, llamado AI-Jalil-ibn Ahmad. Al escuchar el ruido del martillo sobre el yunque, en la calle de los Bataneros de Basra, habríale venido la idea de fijar la cantidad para cada tipo de verso. Otros afirman que el metro de la poesía árabe ha sido imitado de las gotas de agua que caen de las goteras».

El hecho es que los árabes no pueden pasar ante la casa de Abu-Bakr sin detenerse. Y eso, por el ritmo poético del Corán.

Cada tarde, simpatizantes y enemigos encarnizados del Islam se reunen y escuchan recitar el Corán.

Nadie puede nada contra Abu-Bakr; se halla bajo el djiwar, la protección, de Subaiah.

Los coraichitas envían entonces presentes a la tribu Qarah y le ruegan que invite a Abu-Bakr a no recitar más el Corán en alta voz, porque .atrae a la muchedumbre en tomo a su casa y crea así grandes desórdenes en la ciudad.

Subaiah transmite la petición, diciendo a Abu-Bakr que es una condición sine qua non para mantener el djlwar.

Abu-Bakr se niega. Renuncia a la protección de la tribu Qarah. El precio que se le pide, de renunciar a la poesía y a la religión, es demasiado alto para un árabe. Otros pueden pagar ese precio. Porque otros pueblos viven toda su historia en la tierra sin saber que la poesía y la religión existen. Mas, para un árabe, ambas cosas son más importantes que el aire que respira.

Así, Abu-Bakr responde a su protector que renuncia a su protección. Se contentará con la protección de Alah. Ésta le basta. Y no dejará de orar y de escandir sus plegarias.

 

XXXIV

MAHOMA EXPULSADO DE LA MECA

Las palabras del viejo hanif Waraqah-ben-Naufal; cuando Mahoma le anunciara otrora su encuentro con el ángel, fueron:

«¡Que no pueda yo vivir en el momento en que tu propia tribu te expulse!». Mahoma había quedado sorprendido: «¿Van a expulsame?», preguntó entonces el profeta.

Hace de esto seis años y las palabras de Waraqah se confirman. Mahoma y todos los musulmanes son expulsados de La Meca. Waraqah ha muerto. No puede animar a Mahoma, como era su deseo. Sabia que la expulsión llegaría con la puntualidad de un cambio de estación que sucede a otra. Ha dicho: «Ningún hombre lleva lo que tú llevas sin ser tratado como enemigo por su mismo pueblo».

En el curso de la historia, los hombres han sido castigados con el ostracismo, expulsados, quemados vivos, linchados, siempre que han aportado alguna cosa: ni siquiera es necesario que se trate de una nueva religión. Es el destino de esos hombres.

El destino de todos los que traen algo.

De esta manera, Mahoma y los musulmanes son expulsados de La Meca. Nos hallamos en el año 616.

Exasperados porque el reino cristiano de Abisinia no entrega a los musulmanes como La Meca exige, sino que al contrario los trata como a hermanos, los córaichitas deciden emplear los medios más fuertes para extirpar el islamismo. La decisión de ostracismo tomada contra Mahoma es objeto de todo un protocolo: en el santuario de la Kaaba se fija una sahifa, una orden por la que se pone fuera de la ley a todos los musulmanes. Queda prohibido sentarse a la mesa junto a un musulmán. Se prohibe a todo ciudadano de La Meca dirigirles la palabra. Los matrimonios con hombres o mujeres musulmanes quedan prohibidos. También vender o adquirir algo a un musulmán. Semejantes órdenes draconianas son valederas «hasta el día en que Mahoma renuncie al 1slám o sea entregado por su tribu para ser Muerto».

He aqui que las familias Banu-Hachim y Banu-Muttalib se solidarizan con los juera de la ley. La asabia o solidaridad de la sangre se desencadena autcmáticamente, a pesar de los intereses materiales y sociales. Mahoma se ve rodeado de sus consanguineos y acompañado por ellos al exilio. A pesar de que no todos aquellos parientes sean musulmanes. La actitud del viejo Abu-Talib es sorprendente. Es un idólatra. Y sin embargo, abandona La Meca con su sobrino. De toda la familia de Abd-al-Muttalib;

el único que queda en el clan contrario es Abu-Lahab. Los otros, sufren voluntariamente el ostracismo, simplemente porque un hombre de su sangre - Mahoma - ha sido desterrado.

Los musulmanes expulsados de La Meca se refugian en el chib de Abu- Talib. Chib significa textualmente «hendidura en la roca». De hecho, el chib es un emplazamiento fuera de la ciudad, un «ghetto» en el que habitan los extranjeros, los fugitivos, los esclavos y las gentes sin clan: los heimatlos o apátridas.

Cuando un fugitivo o extranjero pide la protección de un clan, se le acepta en general. Pero no se le admite en el interior del clan. Es aceptado al margen del clan. Nadie puede tener los mismos derechos que los miembros del clan. Unidos entre sí por la misma sangre. Eso se observa evidentemente por el orden en que están plantadas las tiendas de los nómadas. Ese orden no es debido al azar. Muestra geométricamente la estructura del clan. En el centro, siempre, la tienda del jefe; en este caso concreto, será la tienda de Abu-Talib. En línea recta, a derecha e izquierda de la tienda principal, se hallan las tiendas de los hijos y de los parientes próximos. La jerarquía de la sangre en el clan puede medirse en metros, según la distancia que separa una tienda cualquiera de la del jefe. Sobre la ardiente arena del desierto, vistas desde lo alto, las tiendas de un clan dibujan la figura geométrica de un vuelo de cigüeñas. Separados de esa figura que, de hecho, es el dibujo del árbol de la sangre y del parentesco del clan, se ven como unos puntos negros: son las tiendas de los extranjeros.

Quienes no forman parte del clan, no son admitidos en la figura geométrica, de acuerdo con la cual se ordenan las tiendas.

Viven fuera, como puntos solitarios.

 

Los nómadas, los wabar, es decir , los hombres que poseen tiendas, cuando se hacen madar, o sea, hombres que tienen casas, observan la misma disposición. En La Meca, los grupos de casas están dispuestos en el mismo orden lineal que 1as tiendas en las playas. En el centro se halla la casa del jefe del clan. En derredor, las casas de los parientes por la sangre, en el orden exacto de su parentesco.

Los extranjeros que están bajo la protección de los clanes de La Meca, son albergados tambien en las casas, pero fuera del espacio reservado a los parientes por la sangre o a los miembros integrales, en el barrio llamado chib. Cada clan tenía, pues, su hendidura en la roca en las cercanías de La Meca. También Abu-Talib tenía su chib, un lugar para los extranjeros. Para los esclavos. Para los negros. Para los fugitivos. A ese lugar va a habitar Abu-Talib con Mahoma, Kadidja y todos los miembros del clan Abd-al-Muttalib. Entre los fuera de la ley.

La vida de los desterrados es penosa. Los desfiladeros rocosos en torno a La Meca, donde se hallan esos chib, son lugares siniestros. Todo el valle de La Meca tiene ese carácter, como díce el poeta Haygathan: «Ni una flor, ni una brizna de hierba. La roca desnuda y salvaje reverbera el tórrido calor del sol durante el día, derramando durante la noche sobre la ciudad un aire siempre ardiente. . . En invierno y en verano, la desolación es la nisma. No vuela ningún pájaro. Ninguna flor crece allí. ¿Qué es lo que prospera? La más miserable de los vocaciones: el comercio. . . Si no existiera el comercio, La Meca estaría deshabitada».

Pero el comercio está prohibido a los musulmanes expulsados de La Meca; nadie tiene permiso de venderles o comprarles algo.

La sahifa, la bula de expulsión, clavada a la puerta del santuario de la Kaaba, es categórica y muy clara a ese respecto.

Por lo que toca a la persona de Mahoma, los cronistas no describen las terribles privaciones en que han debido debatirse el profeta y sus hombres en el fondo de esta hendidura de la roca. Mahoma padece en ese «ghetto» durante tres años.

En ese momento, los musulmanes son salvados de la muerte por un solo hecho: la institución de la «Tregua de Dios». Durante esos meses, pueden salir del «ghetto» - su hendidura en la roca - y acudir a La Meca a buscar provisiones. Después, sufrirán hambre. Uno de los desterrados cuenta que un día se ha sentido muy feliz: había encontrado la piel de un animal recientemente muerto y la hizo hervir para todo el clan.

Un día, un sobrino de Kadidja, infringe la prohibición y envia un paquete de alimentos a los exilados. El envio es inter:eptado. Los coraichitas linchan al sobrino de Kadidja, que salva su vida de milagro. Tras semejante represión, nadie tiene el valor de enviar alimentos a los musulmanes. Pero éstos lo sufren todo con el estoicismo de los árabes.

En tres años, Kadidja pierde todos sus bienes. Nada le queda.

De toda su fabulosa fortuna, a Abu-Bakr no le quedan más que 5.000 dirhams. Es el único musulmán que ha logrado salvar algo.

Las familias Utba y Chaiba de La Meca, comienzan una campaña a favor de los musulmanes. Los coraichitas se mantienen inflexibles; para Mahoma no hay más que dos soluciones: la abjuración del Islam o la muerte. Los musulmanes están decididos a morir, pero no renunciarán a su Dios

Durante ese tiempo ocurre un milagro, que pone término a la prueba: La sahifa, la  Orden de expulsión de Mahoma y sus fieles, clavada desde hace tres años en la puerta del santuario de la Kaaba, es devorada por las termitas. De la bula de expulsión no quedan más que estas palabras: en tu Nombre, Señor...

Viendo lo ocurrido, los coraichitas son invadidos por el miedo. El milagro impresiona y espanta a los negociantes de La Meca. Hacen decir a Mahoma que el destierro ha terminado. Y le suplican que regrese a la ciudad.

Los musulmanes vuelven a La Meca. Dios habia enviado a las hormigas a devorar la orden de destierro.

Tres años de hambre. de sufrimientos, de humillaciones. Pero el camino que lleva al cielo es siempre difícil. Nadie ha recorrido el itinerario hacia el Paraíso sin pagarlo con lágrimas, con sudores y con sangre. y el fardo es tan pesado que, con frecuencia, quienes emprenden el camino del cielo quedan en el punto de partida aplastados, desanimados y demasiado débiles para proseguir. Las fuerzas humanas son generalmente insuficientes para tan largo camino. Pero Mahoma no sale debilitado de la terrible prueba. Ha aumentado su fe. Aunque el destino no le ahorra golpes. Como a Job, Dios envía a Mahoma otras desgracias, cada vez mayores. Para probar su capacidad de sufrimiento y la fuerza de su fe.

 

XXXV

ORDEN DE NO LLORAR

El año 619, en que termina el exilio, se llama Am-el-Huzn, o el Año de la Tristeza. Es el año en que muere Kadidja. Era esposa del profeta desde hacía veinticinco años. Cuando se casaron, ella tenía cuarenta años y él veinticinco. A pesar de la diferencia de edad, él le guardó - durante aquella unión de un cuarto de siglo - absoluta fidelidad. Hasta los últimos momentos de su vida terrena, cada vez que se acuerde de Kadidja, los ojos de Mahoma se llenarán de lágrimas.

Para un árabe, la mujer alcanza una importancia que no tiene en otro lugar de la tierra. La mirada del árabe no puede posarse en el desierto- en cuanto abarquen sus ojos y durante toda la vida - más que sobre la arena y las piédras. La única línea flexible, semejante a la de los árboles de un jardín, que se dibuja en el desierto, es la linea del cuerpo femenino. En el desierto no hay flores; los ojos, los labios y la sonrisa de una mujer son sus únicas flores. Sin competencia alguna.

En el desierto no hay ni frutos, ni lianas, ni orquideas, ni algas, ni plantas blandas y flexibles: sólo la mujer, con su cuerpo, recuerda al hombre esas cosas, creadas sobre la tierra para regocijar sus ojos. El árabe no ve todo eso más que en el cuerpo de la mujer.

En el desierto, las mujeres remplazan a los jardines, a las flores y a los perfumados frutos, a los ríos azules y sinuosos, a los torrentes y al murmullo de los manantiales. El papel de la mujer es el de remplazar, e.n el desierto, todas las bellezas, todos los esplendores que existen en la naturaleza, y representarlos. Ella sola puede hacerlo. La mujer en el desierto es toda la belleza y el esplendor del universo, concentrados en un solo cuerpo. En una sola criatura. Una imagen parcial del papel eminente que la mujer representa en el desierto, figura en el Cantar de los cantares, obra que fue creada en estos lugares, en el paralelogramo desértico de los árabes.

«¿Quién es ésa, que se levanta del desierto como una columna de humo, exaltada por el olor de la mirra, del incienso y de todos los aromas del mercader?».

Es la mujer. El hombre cae de rodillas, asombrado por tanta belleza y tanto esplendor. y exclama:

«Tu cintura es como la de la palmera y tus senos como sus racimos. . .

»La curva de tus caderas, como un collar, obra de artista. Tu ombligo, una copa redonda en la que nunca falta el licor aromático.

»Tu vientre, montón de trigo rodeado de azucenas. Tus dos pechos, como dos cervatillos, gemelos de una gacela. Tu nuca como torre de marfil. Tus ojos, las piscinas de Hesebon, próximas a las puertas de la populosa ciudad».

Cuanto de bello hay en la tierra, no aparece en el desierto sino en la criatura femenina. La mujer es el paraiso. Antes y después de ella nada de hermoso existe en este universo de arena gris, uniforme, infinito y apagado.

Kadidja fue el amor de Mahoma. Pero no fue sólo una mujer, es decir, la belleza sobre la tierra, lo que es toda mujer para el árabe. Kadidja fue consejero, compañero, tesorero, confesor y director de conciencia de Mahoma. Creyó en él. Fue su primer fiel. La primera musulmana del universo. Murió a causa de la persecución, en el chib, en la hendidura de la roca. Kadidja murió por su fe en el profeta. Mahoma,que nunca olvidó a nadie que le haya hecho algún bien, guarda hasta su muerte un reconocimiento sin limites para Kadidja, para Tajirah, la comercianta, para Tahinah, la pura. Se la ha llamado madre de los musulmanes. Según el Corán, su puesto está en el Paraíso, en el cielo más alto, a donde puede llegar una mujer, junto a la Santísima Virgen María, madre del Señor, al lado de Kultum, de la hermana de Moisés y de Asya, la mujer de Faraón.

La muerte de Kadidja sume a Mahoma en la desolación. No llega a consolarse nunca. Dos días después de la muerte de Kaidja, primer pilar del Islam, muere Abu-Talib.

Se hunde el segundo pilar. Aunque no musulmán, Abu-Talib, en su calidad de jefe del clan Abd-al-Mtittalib, ha sostenido el estandarte de la resistencia frente a las persecuciones. Ha tomado a Mahoma bajo su protección: Ha rechazado todas las ofertas que se le hicieron para que entregara al profeta. Ha preferido la miseria, la persecución y la muerte, salvando así una reIigión que no era la suya. Es el supremo altruísmo: morir por el Dios de otro, porque este otro es vuestro sobrino. Abu-Talib muere a causa de la persecución en el «ghetto» en que vivían los musulmanes exiliados de La Meca, En la hendidura de la roca. Tenía entonces ochenta y seis años. Entre los árabes, los moribundos son rodeados por sus parientes y amigos, que hablan a quien está muriéndose, hasta que exhala el último aliento. Y eso para que el moribundo no tenga tiempo de sentirse solo. Porque no hay mayor soledad que la de los postreros instantes, cuando el hombre abandona la tierra, la vida y su propio cuerpo. Entonces debe ser sostenido por los suyos.

Abu-Lahab, hermano de Abu-Talib y enemigo principal del Islam, ha pedido a Abu- Talib que jurara que moriría en la fe de sus mayores. Así lo juró Abu- Talib. Mahoma estaba presente. La muerte de su protector le afecta hasta tal punto que ora durante toda la jornada, por su tío que le abandona en aquel año de tristeza.

Por la noche, después de la oración, el ángel Miguel se presenta a Mahoma para reprocharle por haber orado por Abu-Talib.

El profeta y los creyentes no deben interceder por un idólatra, aunque sea su pariente, porque los id6latras son precipitados en el infierno.

Tras esa reprensión, el ángel consuela a Mahoma diciéndole que tampoco Abraham había podido orar por su padre idólatra: Habiendo prometido orar por su padre, Abraham cumplió su pramesa. Mas cuando supo que su padre era enemigo de Dios,

rompió la promesa. Sin embargo, Abraham era hombre piadoso y caritativo.

Mahoma cumple la orden del ángel. No ruega más, ni vuelve a llorar por la muerte de Abu-Talib. Mahoma es un musulmán. Es decir, un sumiso. Pero le resulta difícil no orar por Abu-Talib, al que amaba y estaba reconocido. Abu-Talib era como la raíz que le había dado protección, savia y valor.

Pero millat lbrahim o el Islam es la sumisión absoluta a Dios. Mahoma se somete y enjuga sus lágrimas, Los árabes llaman a la lágrima «la hija del ojo» o bint-al ain. Mahoma aleja de sus mejillas esas «hijas de los ojos», sus lágrimas de sobrino por la muerte del tío que le protegia: había llegado orden de Dios de no llorar .

 

XXXVI

EL VIAJE AL CIELO

Mahoma está sin djiwar, sin protección. Es un fuera de la ley.

Inmediatamente después de la muerte de Abu-Talib, el clan se ha reunido para e1egir un sucesor, un nuevo jefe. Se elige a Abu-Lahab, el hermano del difunto. Es el más encarnizado de los enemigos del Islam.

En los días que siguen a su elección, como jefe del clan, Abu-Lahab pone término a las persecuciones contra los musulmanes. Afirma que en su calidad de ciudadano de La Meca, es deber suyo combatir a la nueva religión y exterminarla, pero que en su calidad de jefe del clan Abd-al-Muttalib, su deber es proteger a Mahoma, que es miembro de ese clan.

Abu-Lahab anuncia que protegerá a su sobrino Mahoma hasta el dia en que éste cometa un crimen contra el clan. Ese día no tardará en llegar. Abu-Lahab convoca a todos los miembros de la tribu y pregunta a Mahoma - en presencia de todos -, dónde se encuentra en aquel momento Abd-al-Muttalib. Mahoma contesta, sin vacilación alguna, que Abd-a1-Muttalib está en el infierno. Donde se encuentran todos los idólatras.

Después se pregunta a Mahoma dónde está el que fue jefe del clan, Abu-Talib. Maboma contesta de nuevo- sin vacilar – que Abu-Talib se halla entre las llamas del infierno con los otros idólatras.

Abu-Lahab nombra a los antepasados del clan y pregunta a Mahoma dónde se encuentra cada uno de esos antepasados.

Este replica que todos están en el fuego del infierno. Entre los antepasados de Mahoma se cuentan los fundadores de La Meca, que descienden directamente de Adán, Abraham e Ismael.

Para el árabe, los antepasados no son solamente las raíces de cada hombre vivo, sino que constituyen la única ley existente y el único ejemplo de conducta. Los antepasados son el abd, que significa textualmente «la cosa maravillosa» y que abarca la totalidad de las leyes civiles, morales y religiosas. Al afirmar que los antepasados están en el infierno, Mahoma anula toda la ley árabe.

Infringir una de las leyes legadas por los antepasados es muy grave. Cambiar la línea de conducta trazada por los antepasados es igualmente grave. Pero afirmar que cuanto han hecho los antepasados es erróneo, que todos sus actos son culpables, y que se encuentran en el infierno, equivale a la anulación de la ley.

Porque, fuera del ejemplo de los antepasados, no hay ley alguna.

Abu-Lahab tiene ahora el derecho de excluir a Malioma del clan. Y lo hace. A partir de ese instante, Mahoma ya no pertenece al clan Abd-al-Muttalib, Se ha convertido en un ser a1 que ignoran las leyes, porque la ley no conoce al individuo, sino al clan. Ya no importa quién puede impunemente matar, vender, torturar a Mahoma. Éste ya no existe. No pertenece ya al estado civil. Ni siquiera puede ser juzgado.

Al suprimir la identidad terrena de Mahoma, por la exclusión del clan, Abu-Lahab olvida, sin embargo, que éste es un profeta y que su verdadera patria es el cielo. Mahoma cree en la protección divina. Llama al ángel Gabriel y le suplica que extienda sobre él su ala. Porque ya no tiene patria ni identidad en la tierra y -en verdad - en esas horas de soledad, de temor y de terrible angustia, Dios hace a Mahoma un regalo excepcional: lo invita al cielo.

 

* * *

El viaje de Mahoma al cielo ocurre en esa época en que el profeta se halla abandonado de todos y de todo.

El acontecimiento se sitúa en el mes de rajab - el séptimo mes del año, que coincide con la pequeña peregrinación a La Meca, con el umrah. Es pleno verano (durante ese mes se realiza la recolección de dátiles en Medina). La partida del profeta para el cielo sucede el 27 del mes de rajab. La primera parte de1 viaje, llamada isra, va de La Meca a Jerusalén.

Mahoma dormía en la casa de Umm Hani, que se encuentra en la cercanía inmediata del santuario de la Kaaha.

Durante la noche “hizose una brecha en el tejado de mi casa”, cuenta Mahoma. “Me hallaba en La Meca. El ángel abrió mi pecho y lo lavó con agua del Zam-Zam. Después trajo un jarro de oro lleno de hikma (es decir, de sabiduría y de fe) y lo derramó dentro de mi pecho. Acto seguido, lo cerró. Me tomó a continuación de la mano y me hizo subir sobre un buraq, un caballo alado”.

En el momento de la partjda, Mahoma se halla en un estado intermedio «entre el sueño y la vigilia»: El buraq es una montura «rápida como el relámpago», de tamaño mediano,

entre el caballo y la mula, con cabeza de mujer.

A invitación del ángel Gabriel, Mahoma sube sobre el buraq y parte. Hace una primera parada en Hebrón (localidad en que se halla la tumba de Abraham) y reza. La segunda parada es en Belén, la ciudad en que nació Cristo. Mahoma se detiene y hace oración. La tercera parada es Jerusalén. Aqui concluye la primera parte del viaje o isra. Va de La Meca - centro de la devoción terrena, lugar en que se halla la Santa Mezquita - a

Jerusalén, la masdjid aqsa o mezquita lejana.

En Jerusalén, punto final de la isra, viaje terrestre, comienza la mi'raj o viaje celeste.

Antes de abandonar la tierra, Mahoma deja la huella de su pie sobre la piedra de Gubbat-as-Sajra, la cúpula de la Roca en Jerusalén, como Abraham había dejado la huella de su pie sobre el maqam Ibrahim en La Meca.

La segunda etapa del viaje va desde Jerusalén hasta la cúpula del cielo, hasta el cielo de la luna, que es el más bajo de los siete cielos. Esta segunda parte del viaje sigue haciéndose a lomos del buraq .

Desde el cielo inferior, Mahoma sube al séptimo, llegando al Sidrat-al-Muntaha, es decir, al Árbol del Limite o Loto del Límite. El profeta se halla tan cerca de Dios que, desde el sitio en que está, describe el ruido de la pluma con que Dios escribe, sobre la mesa intangible, las leyes y las órdenes que rigen la marcha del universo.

A pesar de esa proximidad, Mahoma no ve (ni siquiera un instante) la figura del Señor. Ningún hombre, aunque sea profeta, tiene el privilegio de contemplar el rostro del Creador.

Existen siete cielos, como siete esferas, que más tarde describirá el Dante en su Divlina Comedia. El cielo inferior, o cielo de la luna, estáguardaqo por ángeles que comprueban la identidad de quienes llegan al Cielo, procedentes del planeta terrestre.

En ese cielo inferior, Mahoma encuentra a Adán. El primer hombre está entre dos grupos de hombres recientemente llegados de la tierra. Algunos de esos nuevos huéspedes están a la derecha de Adán; son los que subirán al Paraiso. Otros están a su izquierda: descenderán al infierno. Adán, aunque sea el primero de los hombres, es un hombre y como tal se comporta; llora cuando mira a los que están a su izquierda. los designados para ir al infierno, y sonríe cuando mira a los de su derecha, que irán al Paraiso. Adán es el padre de todos los hombres, tanto de los buenos como de los malos. Por eso, toma parte - igual que un padre - en sus alegrías y sus penas.

En el segundo cielo, Mahoma encuentra a Jesús y a san Juan. En el tercero, está José; en el cuarto, Idris; en el quinto, Aarón; en el sexto cielo se halla Moisés y en el séptimo – el más alto - Abraham.

El patriarca permanece apoyado -como un pastor- contra el muro de Bait-al-Mamur, es decir, la casa de los ángeles. Esta casa ha sido construida exactamente según el plano del santuario de la Kaaba.

Más alto que la casa de los ángeles, que está rodeada por un territorio sagrado o haram, igual que el santuario de la Kaaba, se halla el Loto del Límite, el término supremo. Cuanto hay más allá del Árbol del Limite es desconocido.

 

El hombre puede acercarse a Dios a una distancia que no debe ser menor de «dos arcos». No puede oírse la voz de Dios.

Para conversar con el Creador, el hombre necesita un intermediario, un ángel.

Mahoma conoce todas esas realidades celestes con motivo de ese miraj o viaje al cielo.

Dios sabe que Mahoma ha quedado excluido del clan de los coraichitas y que está expuesto en la tierra a toda clase de peligros. Le consuela, contándole los sufrimientos - muy parecidos - que los anteriores profetas han padecido. Dios recuerda a Mahoma que otros profetas han sufrido aún más: algunos han sido torturados y muertos.

Antes de abandonar el Cielo, Mahoma recibe doce mandamientos que debe transmitir a los musulmanes. Exactamente como Moisés ha recibido los diez.

Esos doce mandamientos son:

No adorar más que a un solo Dios.

Amar y respetar al padre y a la madre.

Amar al prójimo y darle lo que se le debe.

Proteger a los débiles, a los viajeros y extranjeros.

No ser pródigo.

No ser avaro.

No cometer adulterio.

No matar.

No tocar los bienes de otro, y especialmente los bienes de los huérfanos.

No hacer fraude en las medidas.

No emprender cosas insensatas.

No ser orgulloso.

En cuanto a las oraciones que todo musulmán está obligado a hacer cada dia, su número queda fijado en cinco.

Dios habla a Mahoma de Moisés y del Éxodo. Hace saber al profeta que también él - como Moisés - debe reunir a sus fieles y partir con ellos para el exilio. Cosa que exigirá de él gran ánimo y voluntad fuerte. Para dárselos, precisamente, el Creador le ha hecho venir al cielo. En realidad, la hora que seguirá será una hora decisiva en la fundación del Islam.

Mahoma describirá más tarde las personas que ha encontrado en el cielo. En la Divina Comedia, Dante seguirá el mismo plan narrativo. El Corán dice que Abraham, por ejemplo, se parece a Mahoma. Moisés tiene largos cabellos negros y nariz aguileña; es un hombre guapo.

En La Meca, a la mañana siguiente, todo el mundo sabe que Mahoma ha realizado un viaje al Cielo. El profeta no ha contado aún a nadie-Io que le ha sucedido. Pero el hecho apenas ha podido ser mantenido en secreto. Nadie quiere creer en la autenticidad de ese miraj, de ese viaje celeste del profeta. Todos se burlan de Mahoma. Una persona sola cree desde el primer instante y sin vacilaciones: es Abu-Bakr, que desde entonces será

llamado el siddiq o verídico.

En el Cielo, Mahoma ha visto todo lo que la raza humana ha producido de más precioso y de más elevada calidad. Ahora se halla de nuevo en medio de los miserables de La Meca, que lo odian, le persiguen o se burlan de él. Está de nuevo entre los coraichitas, «los pequeños tiburones». Está amenazado de muerte.

Ahora bien, en ese tiempo se encuentran en La Meca árabe llegados de todas las tribus de Arabia, con motivo de la pequeña peregrinación o umrah. Los coraichitas buscan entre los extranjeros un asesino a sueldo-que dé muerte a Mahoma. El profeta lo sabe. Pero confía en Dios. Un día, sin embargo, Thumamah-ibn-Uthal, jefe de la tribu Banu-Hanifah, le impide el paso, saca la espada y dice a Mahoma que si abre la boca le matará.

Mahoma no abre la boca. Era una provocación. A ésa seguirán otras tentativas de asesinato. Esta vez, Mahoma escapa. Pero en adelante, deberá buscar otro sitio para vivir. En La Meca, los coraichitas terminarán asesinándolo. Mahoma piensa seriamente en un lugar de refugio, para él y para su grupo de fieles.

 

XXXVII

MAHOMA ES EXPULSADO A PEDRADAS DE LA CIUDAD DE TAIF

Si no fuera por tu clan, te lapidaríamos.

Tal es la amenaza que Mahoma oye desde hace años. Ahora la vieja amenaza cesa: ya no hay clan. Los coraichitas, sus compatriotas, pueden darle muerte. Sin exponerse a castigos. Sin remordimientos de conciencia.

Mahoma tiene conciencia del peligro. Huye de La Meca durante la noche. Tiene intención de pedir protección a su familia de Taif. Es ésta una ciudad situada al sur de La Meca, a una distancia de una jornada a lomos de asno, o de dos, a lomos de camello. La ciudad está edificada a mil seiscientos metros de altura, sobre una fértil meseta, que en nada se parece al infinito desierto que la rodea. La población de la ciudad de Taif pertenece a la tribu Banu-thaqif. Todos los ciudadanos ricos de La Meca poseen una villa y un jardín en Taif, donde todo es verde, el aire puro y donde uno se creerla en otro continente, no en el paralelogramo desértico de los árabes.

Los ciudadanos de Taif son ricos. Su principal ocupación es el préstamo con usura. En Taif se presta dinero al 100 por ciento de interés. Nunca a menos. El segundo carácter de la ciudad lo constituyen sus jardines y huertos: se cultiva en éstos, legumbres y cereales. Lo que hace a los taifianos célebres entre los beduinos es que comen pan. . . En el desierto, eso es cosa excepcional. En Taif, las gentes tienen tiempo y medios para ocuparse de arte, de ciencias y de letras. El único médico conocido en aquella época en Arabia es un taifiano, llamado Harith-ibn-Kaladah. Ha estudiado en el Irán. Cuando el nacimiento de Mahoma, el cielo se llenó de cometas y estrellas fugaces. El astrónomo más célebre, al que las gentes pidieron explicaciones acerca de los fenómenos celestes, era un astrónomo de Taif, llamado Amr-ibn-Umayah.

Todo el territorio de la ciudad es haram, o sagrado. Sobre una peña de su recinto está la estatua de AI-Lat, una de las tres haraniq -las tres grullas - que son el origen de los versículos satánicos del Corán.

El territorio que rodea a la estatua y al santuario es lugar de refugio. En principio el peor de los asesinos dejaria de ser perseguido si penetrara en ese recinto. En el territorio sagrado de Taif no se puede matar ni bestias ni pájaros y ni siquiera derribar un árbol.

La ciudad de Taif es la única de toda Arabia que está rodeada de muros. En árabe, ta'if significa muralla. Después de los servicios prestados al emperador de Persia por un taifiano, el soberano le dijo que pidiera lo que deseara a modo de recompensa.

El taifiano dijo que querla un ingeniero que edificara un muro de defensa en tomo a su ciudad. Así fueron construidas las fortificaciones que rodean la ciudad de la meseta llamada Wajj.

No lejos de Taif se celebra cada año la feria de Ukaz.

Mahoma entra en la ciudad de las murallas, en lo alto de la meseta, y se dirige a la casa de Abd-Yalil, un primo suyo del clan de Abd-al-Muttalib. Yalil no sólo se niega a recibir a Mahoma en su casa, sino que envia a un grupo de esclavos y de granujas para lapidarlo.

Mahoma es atacado y expulsado a pedradas por todas partes en las calles de Taif. Para salvar su vida, se refugia en un jardín y se oculta entre unos árboles. El propietario del jardín en que se refugia el profeta es un ciudadano de La Meca. No protege a Mahoma, para no ganarse la enemistad de sus conciudadanos, pero se apiada del desgraciado. Mahoma está herido y su rostro lleno de sangre. El propietario ordena a un esclavo que lleve al fuera de la ley un racimo de uvas. El esclavo es un cristiano de Ninive y se llama Addas. La extrañeza del esclavo no tiene limites cuando oye a Mahoma, antes de llevarse los granos de uva a la boca, decir: «por la gracia de Dios». El esclavo pregunta al profeta si es cristiano, puesto que la fórmula que ha pronupciado es la misma que usan los cristianos entre sí.

Mahoma responde negativamente. Se explica: «Soy un profeta, un enviado de Dios, como tu compatriota Jonás». Porque es profeta lo apedrean y amenazan de muerte. Entre el profeta del Islam y el esclavo cristiano surge en seguida la amistad. Son hermanos por la fe. Ambos creen en un Dios único, creador del cielo y de la tierra.

El esclavo ayuda a Mahoma a salir de Taif sin encontrarse con los grupos que lo buscan para lapidarlo.

Por la noche. Mahoma regresa hacia La Meca. No ha encontrado sitio en que refugiarse. Debe volver a la ciudad de donde ha huido. En el camino, poco antes de medianoche, se detiene, fatigado, herido, hambriento, desesperado, y ora: Oh Dios mío, yo trabajo para ti, pero estoy tan débil, tan falto de fuerzas. ¡Quisiera continuar, para no atraerme tu cólera, pero ayúdame, te lo suplico!

Mahoma está en tierra. Vencido. Pero un árabe sabe que para un hombre la mayor vergüenza sobre la tierra es perder 1a paciencia. Y Mahoma la conserva, soporta el dolor moral de haber sido expulsado a pedradas de Taif, el dolor físico de sus heridas y el dolor de la fatiga y del hambre. Prosigue por su camino de regreso, hacia La Meca.

En la región de Najla, región frecuentada por los demonios y por toda clase de espíritus, donde hasta Abraham había sido victima de los djinns y les había tirado piedras, Maboma se detiene de nuevo y reza otra vez. Está en pie. Nunca antes ni después de entonces su oración ha sido tan fervorosa, Está en el colmo de su dolor. Comprueba que sobre la tierra la huida no podría merecernos refugio alguno. Que el único refugio posible está en Dios. Mientras Mahoma reza con lágrimas de sangre, un grupo de djimls escucha la oración del profeta y llora de piedad. En lugar de torturar a Mahoma, los djinns se van y se convierten al Islam. Hay en total siete grupos de djinns que han oído la oración del profeta en el desierto de Najla y se han conmovido. Mahoma prosigue su camino hacia La Meca. Llegado a las cercanias de la ciudad, se detiene. Si entra, le darán muerte. Envía a un mensajero para pedir la protección, el djiwar, de Ajnas-ben-Chariq, del clan de Zuhrah. Mahoma espera la respuesta. Está cerca del monte Hira, donde el ángel Gabriel le habló por primera vez, hace diez años. Ahora, Mahoma es otro hombre. Nadie reconoceria ya al rico comerciante de hace diez años, que iba a la gruta de la Montaña de la Luz a retirarse allí. Ahora, Mahoma es un proscripto, expulsado de pedradas de la ciudad en que había buscado asilo. Está delgado, sucio, cubierto de sangre, berido y tan aplastado por la tristeza que hasta los demonios tienen piedad de él y han llorado. No tiene valor para entrar en La Meca, porque teme ser asesinado. El correo despachado por el profeta regresa. La respuesta es negativa. Ajnas no puede conceder a Mahoma su protección. Es un aliado de los coraichitas. Un aliado no puede conceder libremente su protección a otro; ni siquiera tiene los mismos derechos que los miembros del clan de que depende.

Mahoma pide entonces la protección de Suhail-ben-Amr. Éste no es un aliado. Es un coraichita. También él niega la protección pedida por Mahoma. Las leyes del clan son estrictas, severas y precisas. Suhail es un coraichita que no desciende del clan principal de Kab. Por lo tanto, no puede conceder protección contra los coraichitas. Mahoma se resigna por segunda vez. Por último, implora el djiwar de Mut'im-ibn-Adi. Éste acepta. Envia a sus propios hijos con armas para escoltar al profeta que se dirige a La Meca. Mut'im forma parte de la tribu Naufal. Concede su protección, pero en determinadas condiciones. Mahoma no podrá beneficiarse por mucho tiempo de esa concesión. El profeta busca un refugio estable. Porque no tiene de estable más que el djiwar, la protección, de Dios.

 

XXXVIII

¿DEBE UN PROFETA ESCOGER ENTRE LA VIDA O LA MUERTE?

«Desear la muerte es abreviar la vida. Menospreciar la muerte es prolongar la vida», dice el poeta árabe. Mahoma se halla en esa alternativa. No puede islamizar a La Meca. Tiene conciencia de la vanidad de sus esfluerzos. Debe morir asesinado por sus perseguidores coraichitas, por su propia tribu o huir.

Los profetas no huyen. Esperan - como una liberación - a la muerte. Son felices cuando los perseguidores vienen para someterlos a tortura y llevarlos al suplicio. Todo profeta tiene vocación al martirio.

Pero Mahoma es un árabe. y un árabe sabe que nunca tiene elección. Sobre todo, cuando se trata de la vida y de la muerte del hombre. Nadie ha sido consultado antes de venir al mundo.

Si se les consultara, los hombres, en su mayoría, se negarían a venir. Peto reciben la existencia sin su consentimiento, como un don de Dios. No tienen elección entre ser o no ser. La hora de la muerte- el término de la vida, o adjal, como se dice en árabe - se sitúa también fuera de la voluntad y elección del hombre. Para el árabe, la existencia es un bien que Dios ofrece al hombre cuando quiere y lo retira igualmente cuando quiere El hombre tiene la libertad de usufructuar . No es el propietario. Su vida es propiedad de otro. Pertenece al Creador.

«Los menos morbosos de los pueblos han aceptado el don de la vida como axioma incontrovertible. La existencia es a sus ojos un usufructo impuesto al hombre y que un destino que está fuera de nuestro control, concede o retira a su capricho. El suicidio, entonces, es inimaginable y la muerte deja de ser un mal».

Mahoma es un árabe y, además, un musulmán, es decir, un hombre abandonado totalmente a la voluntad de Dios. Su vida y su muerte son una cuestión que no le toca personalmente: son asunto de Dios. Ni siquiera imagina que pueda elegir. Eso sería impío. Si Dios quiere que Mahoma muera mártir, asesinado por los coraichitas, Mahoma morirá del modo más normal del mundo. Death is no grief. «La muerte no es un mal».

A la espera de la decisión divina, Mahoma actúa como cualquier beduino excluido de su tribu: se busca otra tribu. En el desierto nadie puede vivir sin tribu. Como el átomo salido de una molécula busca otros átomos para formar una molécula nueva. La naturaleza niega a los átomos y a los beduinos la existencia individual en el universo.

En La Meca se hallan ahora en el séptimo mes del año o radjab, época de la pequeña peregrinación, la umra. Casi todas las tribus árabes tienen alli sus representantes. Mahoma y sus fieles entran en contacto con los jefes de las tribus extranjeras y piden su protección. Mahoma recibe la negativa de quince tribus.

A pesar de todo, su oferta es tentadora. Dice a las tribus extranjeras: «Protegedme y escuchad mis palabras, y muy pronto seréis los dueños de los imperios vecinos». Los jefes de las tribus escuchan a Mahoma y se ríen de buena gana de sus promesas. Nadie toma en serio al profeta. En Oriente, el ejemplo de los ricos es seguido por todos con fervor. Desde el momento en que los coraichitas - capitalistas del desierto - expulsan a Mahoma de su seno, eso quiere decir que Mahoma nada vale. Además, Abu-Lahab, Abu-Sufian, Abu Jahl y los otros enemigos del Islam hacen saber a losa beduinos que Mahoma es un loco peligroso. Que no es recomendable escucharle. Que cuanto dice es insensato. Los beduinos no tienen motivo alguno para dudar de las afirmaciones prodigadas por los grandes negociantes de La Meca. Por consiguiente, llenan de ultrajes a Mahoma. Pero el profeta no se desanima. Es un árabe. Si los árabes se desanimaran, no podrían atravesar el desierto de arena sin agua, sin alimentos, de un extremo al otro, durante toda la vida y durante toda la historia. La primera virtud de quien vive en el desierto es la paciencia; la segunda es la paciencia y la tercera virtud capital es de nuevo la paciencia. Las demás virtudes son secundarias.

«Es imposible estimar a un hombre que sea incapaz de soportar los sufrimientos físicos y morales». La paciencia de Job es moneda corriente en el desierto. Quien no la posee, pierde la vida. Porque sin la paciencia de Job, es inimaginable la vida del hombre en el desierto. Mahoma no se desanima. Como dice un proverbio: «Busca bien en el desierto de tu desgracia y acabarás encontrando un oasis».

La decimosexta tribu a la que Mahoma se dirige en demanda de protección, escucha al profeta sin burlarse de él. Acepta su proposición. Es un grupo de seis hombres de Medina o Yatrib.

Para discutir, con calma y con todo detalle, el ingreso del profeta en su clan, los árabes de Medina se entrevistan con él en el desfiladero aqabah, nombre que en árabe significa precisamente «desfiladero». El lugar está a breve distancia de La Meca.

 

La discusión entre Mahoma y los seis árabes de Medina se entabla sobre una base muy seria: para las gentes de Yatrib, Mahoma no es un extraño. Su padre está enterrado cerca de Medina, en Abwa. Abd-al-Muttalib, su abuelo, era hijo de una mujer de Medina. El «castillo» de esta mujer existe todavía hoy, contruido con una piedra blanca como la plata.

Los seis hombres de Medina escuchan atentamente a Mahoma. Y abrazan el Islam sin vacilaciones. Tras la peregrinación a La Meca, regresan a su tierra y organizan con su clan, la elección de Mahoma.

Entre tanto, el profeta permanece en La Meca. Además de los lazos de parentesco, hay otros motivos por los que los seis homres que hablaban en nombre del clan dominante en Medina, el clan Jazraj, aceptan a Mahoma. Ante todo, en Medina hay muchos judíos.

Los judíos hablaban sin cesar, sobre todo desde hacía algún tiempo, de la llegada inminente de un profeta o Mesías. Incluso hacen sus preparativos para recibirlo en Medina. Los hombres de Jazraj ven en Mahoma al profeta anunciado por los judios. Están encantados de que esta vez el enviado de Dios sea un árabe y no un judio. Además, el nuevo profeta es un coraichita. Por lo tanto, un noble. Las gentes de Yatrib se sienten muy honradas con recibir a un noble en su ciudad, es decir, a un hombre que puede poner en contacto el desierto infinito que se extiende a sus pies, con el infinito azul que hay sobre sus cabezas.

Entre tanto, Mahoma prosigue su actividad. Soporta los golpes con más ánimo, porque entrevé un oasis, Medina, en el que podrá refugiarse.

Mahoma se casa con Sauda-Bint-Zamah. Es la mujer divorciada de un musulmán llamado Sukrán, que ha emigrado a Abisinia. Allá, Sukrán ha abjurado el islamismo, haciéndose cristiano, al mismo tiempo que un nieto de Abd-al-Muttalib, llamado Ubaidallab-ibn-Djach. Ambos han quedado impresionados por el culto cristiano, por los iconos y las iglesias que han visto en Abisinia.

La esposa de Sukrán, que sigue siendo musulmana, se ha divorciado y regresa sola a La Meca, donde se instala en la casa del profeta. Saudah no es ni joven ni hermosa.  Mahoma la recibe por esposa porque ha permanecido fiel al Islam y ha regresado a La Meca, prefiriendo divorciarse antes que seguir a su marido y hacerse cristiana como él. Es una recompensa que el profeta concede a esa mujer por su fuerza y su fe en el Islam.

Además, Mahoma está solo. Nadie ha ocupadá ni ocupará jamás en su corazón el puesto de Kadidja. Pero “ya que su madre ha muerto, los hijos de Kadidja necesitan otra madre que los peine”. Saudah, la nueva esposa de Mahoma, es una dueña de casa de edad madura. Al convertirse en esposa de Mahoma, declara: «No deseo lo que las mujeres desean tener en este mundo, sino solamente alcanzar un puesto entre las esposas del profeta el día de la asamblea suprema».

Al mismo tiempo, el más fiel amigo del profeta, Abu-Bakr, que ha sacrificado toda su fortuna por el Islam, ruega al profeta que le haga el honor de prometerse con su hija Aicha, la primera niña nacida musulmana. Aicha tiene siete años. Llegará a ser esposa de Mahoma cuando sea púber. Por el momento, su padre, Abu-Bakr pide solamente que se prometa con ella; así, Abu.Bakr se convierte en pariente del profeta. Sus lazos de amistad quedarán ahora fundados en la sangre. Aunque ni el profeta ni Abu-Bakr, el cuarto musulmán, conocen el porvenir, presienten terribles acontecimientos, a los que no podrán hacer frente sino más unidos de lo que lo están. Nos hallamos en el año 620.

 

XXXIX

EL JURAMENTO DE LAS MUJERES

Llegamos al año 621. A La Meca, con motivo de la pequeña peregrinación, llegan doce musulmanes de Medina. Son los seis del año anterior, con otros seis fieles. Diez de ellos pertenecen a la tribu Jazraj y dos a la tribu Aus. Estos dos clanes importantes de Medina están de acuerdo para recibir en sus filas Mahoma y a sus fieles.

«Nuestro pueblo está muy desgarrado por disputas intestinas. Tal vez Dios lo libre de ese mal por tu mediación. Todos vamos a trabajar en ese sentido y a proponer a nuestro pueblo lo que tú nos propones y nosotros hemos aceptado».

Tal es el discurso del representante de los doce hombres de Yatrib.

El encuentro de Mahoma con los doce medineses sucede presicamente en Aqabah, en el mismo desfiladero en que se celebró la entrevista del año anterior.

El desfiladero está entre La Meca y Mina. Es un lugar frecuentado por Satanás y por toda clase de espiritus y de djinns.

Cuando Abraham salió para sacrificar a su hijo lsaac, para probar a Dios que era muslim, es decir, abandonado a la voluntad divina, fue perseguido por e1 diablo que lo alcanzó en ese mismo sitio, en el desfiladero de Aqabah. Abraham se vio obligado a tirar piedras al diab1o para desembarazarse de él. Este rito de arrojar piedras al diablo es respetado en nuestros días con motivo de las peregrinaciones.

Cuando llegan a aquel lugar, los musulmanes tiran sobre los tres djarma, o montones de guijarros, siete piedras, que cada uno ha llevado de Moz Dalifa. También allí se presentan el año 621 los doce medineses que llevarán en el porvenir el nombre de ansares (o ançares) o sea, auxiliares de Mahoma.

Los doce musulmanes ansares, que hablan en nombre de una de las ciudades más importantes de Aíabia, no solamente quieren conceder su protección a Mahoma sino que, además, le juran fidelidad y le tratan como debe ser tratado un enviado de Dios.

En Medina es muy elevado, desde hace un año, el número de convertidos. Semejante rapid-ez en el ritmo de las conversiones tiene algo de milagroso. Uno no puede dejar de preguntarse de qué magia usaba Mahoma. El mismo afirma que no hace milagros. Pero el que realiza, por la eficacia del proselitismo, es a los ojos de los árabes el mayor de los milagros.

Cada época y cada pueblo piden a sus profetas milagros diferentes. En esa época, los árabes reclamaban de su profeta algo que conste escrito, como lo tienen judios y cristianos. Mahoma les ha dado el Corán. Ese era el gran milagro que esperaban los árabes para salir de aquel estado de inferioridad en que se hallaban con respecto a los pueblos que poseen libros, los judíos y los cristianos. Al recibir el Corán, ven abrirse la via de ia emancipación árabe. Se hallan asi en pie de igualdad con quienes poseen el Evangelio y el Pentateuco. Para los árabes, el Corán es el libro más maravilloso del mundo.

Sábido es que cada profeta lleva a cabo milagros para probar 1a autenticidad de su misión. En cada caso, Dios escoge la clase de milagro, según las preferencias que manifiesta el pueblo y la época en que vive cada profeta. En tiempos de Moisés, los hombres apreciaban a los magos más que ninguna otra cosa.

Dios concedió a Moisés el poder de hacer prodigios como los prestidigitadores. En tiempos de Jesús, lo que más aprecia el pueblo son las curaciones y resurrecciones. Jesús realiza ambas, sobre todo las curaciones milagrosas, en amplia escala. En tiempos de Mahoma, nada aprecian los árabes tanto como la habilidad en expresarse. Con precisión, vigor y talento poético, Mahoma realiza ese milagro por el Corán.

 

En las discusiones que entabla con los ansares, Mahoma habla desde el comienzo como un jefe. Además, Medina buscaba desesperadamente un jefe. En el mismo momento en que Mahoma discute con los ansares de su ida a la ciudad en calidad de árbitro y de profeta, los joyeros de Medina trabajan en cincelar una corona para un eventual rey de la ciudad. Porque una parte de los ciudadanos está decidida a escogerse un rey. Conocida es la persona del nuevo monarca. Se llama Abadía-ibn-Ubaiy-ibn-Salul. Los orfebres han tomado ya la medida de su cabeza para cincelar la corona. Pero Ubaiy es un jazrajita y las demás tribus no están de acuerdo. Prefieren que, en vez de nombrar un rey, Medina haga venir a Mahoma, que será profeta y árbitro. Un profeta es superior a un rey. Se beneficia de la colaboración de Dios. La ciudad sólo puede salir ganando.

Mahoma dice a los doce ansares: «Os emplazo a protegerme como protegeríais a vuestras mujeres e hijas».

Es la clásica fórmula del juramento, para quienes no tienen clan, cuando son elegidos para otro clan. Es el bay-at an-nisa, el «juramento de las mujeres».

Los doce ansares juran. En el momento en que pronuncian el «juramento de las mujeres» ante Mahoma, el diablo, que rondaba según su costumbre por el desfiladero Aqabah, comienza a gritar. Los ansares no prestan atención a los terribles aullidos del diablo y siguen pronunciando la fórmula solemne del juramento:

Juramos escuchar y obedecer, tanto en la dicha como en la desgracia, en el placer como en el disgusto. Tendrás preferencia sobre nosotros mismos. Y no negaremos el mando a quien lo detente. Ni temeremos, por la causa de Dios, la ira de ningún contrario. No asociaremos a Dios a ningún otro que no sea Él mismo. No robaremos. No fornicaremos. No mataremos jamás a nuestros hijos. No propagaremos la calumnia entre nosotros ni desobedeceremos en ninguna acción.

Mahoma responde a los ansares:

“Si cumplis vuestro juramento, el Paraíso será vuestra recompensa; si lo violáis en cualquier sentido, será Dios quien os castigue o perdone”.

Los doce ansares vuelven a su ciudad, como doce apóstoles. Van acompañados de un misionero que debe enseñarles el Corán y guiarlos en el Islam, es decir, en el abandono en Dios.

Este misionero enviado del Profeta, se llama Musab-ibn-Umair. Es un hombre de sienes plateadas, de voz musical, que recita el Corán con arte pero que es, sobre todo, un gran seductor de hombres. Posee el arte de hablar y hacerse querer.

Cumplirá su misión con habilidad y talento. En Medida se intala en la casa de Asad-ibn-Zurarah, uno de los seis convertidos al Islam. A finales del año 621, toda la población de la ciudad de Medina se habrá hecho musulmana, excepto los judios. Estos, aunque no abandonen el judaismo, son favorables a la venida de Mahoma como árbitro.

Entre tanto, Mahoma espera en La Meca. Tiene conciencia de la gravedad de su acto. Todos los árabes tienen conciencia de eso. Es una fitna, una ruptura, cosa grave en la sociedad árabe.

Porque las raíces de cualquier hombre están en su árbol genealógico. Mahoma se separa de sus raíces. En adelante, los hombres ya no estarán ligados a su voz por la sangre, sino por la fe. 

La nueva sociedad que él crea no constará ya de hombres descendientes de unos mismos antepasados, sino de hombres que creen en un mismo Dios. La nueva sociedad se llama ummah, que significa comunidad. Su jefe supremo es Dios. El representante de Dios es el profeta. Todos los miembros de esa colectividad son iguales entre sí y delante de Dios. Los ricos, los pobres, los negros, los blancos y amarillos, las mujeres y los hombres son iguales. La ummah no está separada del resto de los hombres -como el clan- por la sangre, sino por la fe. «Todos los creyentes forman una sola y misma ummah fuera de los humanos». Por supuesto, todos los hombres de la tierra pueden entrar, sin distinción de derechos - en esa comunidad, si se abandonan a la voluntad de Dios, si se hacen musulmanes.

Queda formada la sociedad islámica.

Tal es el acontecimiento del año 621. Nadie ignora, ni los ansares, ni el profeta, que aquella noche acaba de crearse en Aqabah una ummah, una comunidad que sobrevivirá a los siglos y que abarcará a cientos y cientos de millones de hombres.

Porque, aquella noche, no ha habido en el desolado desfiladero de Aqabah, más que doce hombres y su profeta.

 

XL

EL JURAMENTO DE GUERRA

A1 año siguiente, 622, el día después del tachriq, tras la peregrinación a Mina, Mahoma se encuentra por tercera vez, siempre de noche y una vez más, en el desfiladero de Aqabah, con los musulmanes de Medina. Además de los doce ansares que el año anterior prestaran el «juramento de las mujeres», hay otros.

En total, son setenta y tres hombres y dos mujeres. Se deslizan en la oscuridad - desfiladero adelante- sin ser vistos, rápidos como los pájaros. El encuentro es estrictamente secreto. Son necesarias las precauciones. En esos días de peregrinación, la muchedumbre es numerosa. Esta vez ya no se trata de un simple compromiso, de un «juramento de las mujeres», al margen de la protección y de la obediencia: los setenta y cinco musulmanes de Yatrib juran a Mahoma que lucharán por él. Es un bay'at al harb, un juramento de guerra.

El ceremonial nocturno en el salvaje desfiladero frecuentado por el demonio, es más solemne que el del año precedente.

Mahoma abre la sesión recitando lentamente, con su voz musical, unos versiculos del Corán. Inmediatamente, vuelve a prestarse el bay`at an nisa el «juramento de las mujeres», para quienes no estuvieron presentes en la anterior ocasión. Mahoma dice: «Os emplazo a protegerme de la misma manera con que protegéis a vuestras mujeres e hijos».

Los setenta y cinco conspiradores - por la causa de Alah - responden: «Si, juramos por Aquél que te ha enviado provisto de la verdad, que te protegeremos de la manera que protegemos a nuestras mujeres». Mahoma informa a los setenta y tres hombres que podrian ser llevados a tomar las armas por Alah. A hacer la guerra. Los ans.ares no retroceden. Juran defender a Mahoma ya su fe todos contra todo el mundo. Es el juramento de guerra. Quien pronuncia tal juramento lo mantiene. Pero los ansares tienen, también, una pregunta que hacer en caso de victoria, ¿los dejará Mahoma para volverse a La Meca? Objetan: “Oh enviado de Dios: hay un pacto entre nosotros y los judios de nuestra región, y pensamos denunciarlo. Pero si lo hacemos y si más tarde Dios te da la victoria, ¿pensarás abandooarnos para regresar a tu pueblo?”.

A su vez, Mahoma jura fidelidad a los musulmanes de Medina:

Vuestra sangre se ha hecho mi sangre. Vuestra remisión es la mía. Participo de vosotros y vosotros participáis de mí. Combatiré contra aquel a quien comba'tais vosotros y haré la paz con aquel con quien vosotros la hagáis.

Mahoma pide a los doce ansares que se escojan doce jefes, uno para cada uno de los nueve clanes kazrajitas y de los tres clanes aus. Los jefes elegidos reciben el nombre de naqib. Mahoma elige como jefe a uno de los naqib, en la persona de As'ad-ibn-Zurarah. Es el ciudadano de La Meca en cuya casa ha habitado y predicado el misionero Musab-ibn-Umair.

En ese momento. con excepción de tres pequeñas familias, todos los ciudadanos de Medina son musulmanes.

Mahoma dice a los doce naquib que van a representarle en Medina: «Seréis para vuestras gentes la garantia de todo lo que les concierne, como fueron los doce apóstoles de Jesús, el Hijo de María».

Se ha desencadenado ya la revolución que debe desarrollarse en años sucesivos. La sangre ha sido remplazada por la fe.

El clan continúa; un clan en el que los hermanos no son ya los que tienen el mismo padre y la misma madre, sino quienes poseen la misma fe. Sólo los musulmanes son henmnos entre sí.

El clan queda quebrantado. Dios ha dividido a los hombres en clanes y en naciones para que pudieran reconocerse, no para que las naciones y los clanes constituyan una barrera entre los hombres.

Mahoma recomienda a los fieles que piensen en Dios, como piensan en sus propios padres y hasta con más intensidad.

El jefe tribal de los árabes es Abraham.

El sitio en que han sido prestados el «juramento de las mujeres» y el «juramento de guerra» queda hoy señalado por una mezquita, una masjid. Porque en ese lugar se halla la piedra fundamental del Islam.

De esta manera se abrió un nuevo periodo de la vida de Mahoma. Seguirla siendo, sin duda alguna, el transmisor fiel de la Revelación y el Consejero Espiritual de los Creyentes; pero ahora se convertia además en el dueño responsable de la existencia material de cierto número de hombres. Con razón el Corán le propone en adelante como modelo a Moisés: se ha convertido en jefe de pueblos».

 

XLI

PARA CAPTURAR A LOS «ANSARES»

El vocabulario islámico cuenta en adelante con dos vocablos básicos de nuevo cuño: ansar –o ançar- que textualmente significa «ayudante» o «auxiliar» y que es el nombre que llevarán todos los musulmanes de Medina, y muhajirun - o mohajirun -, que significa refugiado, emigrado y que será el nombre de todos los ciudadanos de La Meca refugiados en Medina, para integrarse en la ummah, comunidad musulmana.

Mahoma declara: «Los seres para mi más queridos en el mundo son los mohajtrun y los ansares».

Los ansares son quienes han albergado y protegido a Mahoma en el exilio; los mohajirun son los que le han seguido en el destierro. Los unos y los otros han sufrido y sufrirán mucho por su fe.

Aunque el pacto militar, el bay'at-a'-harb, el «juramento de guerra» del mes de radjab del año 622, ha sido concluido en Aqaba en el mayor sigilo, los coraichitas saben que algo grave ha ocurrido.

Los ansares han sido discretos. Son hombres hábiles. Han acudido a la entrevista de noche, deslizándose entre las rocas del desfiladero como los qata, es decir, como los pájaros. Pero a pesar de ello, los «pequeños tiburones», los coraichitas, han sabido que un pacto ha sido confirmado aquella noche. Y comienzan sus pesquisas.

Los ciudadanos de Medina que se hallan de peregrinación y son interrogados, contestan sinceramente que nada saben de ninguna conspiración. Sólo los setenta y tres hombres y dos mujeres conocen algo, pero han desaparecido de La Meca. Los coraichitas se tranquilizan de nuevo. Seguramente se les ha dado la alarma sin fundamento alguno. Pero unos días después del juramento de guerra, los coraichitas reciben informaciones precisas: realmente se ha tramado una conspiración. Inmediatamente reúnen una caravana de camellos blancos -los más rápidos - y de caballos para alcanzar a los ansares y capturarlos.

Los ansares han partido al siguiente día del bay'at-al-harb.

Se hallan en camino. El viaje de La Meca a Medina dura once dias. Con todo, existen caravanas ultra-rápidas que pueden recorrer esa distancia en cuatro dias y en cuatro noches. Una de esas caravanas es la que los coraichitas han puesto en marcha para adueñarse de los ansares y saber con certeza cuál es la conjura urdida entre ellos y los musulmanes de La Meca.

Los ansares ya se esperan ser perseguidos por los idólatras. Cada día han cambiado de ruta. Y los coraichitas no los encuentran. Echan mano a un comerciante de Medina que ha formado parte de la caravana de los ansares y que, rezagado, se ha separado de ellos. El cautivo, encadenado, es llevado a La Meca y sometido a un interrogatorio sin descanso. Declara que en verdad ha hecho parte de su viaje con la caravana de los

ansares. Pero nada sabe del Pacto de Aqaba. A pesar de la tortura, lo,s coraichitas no pueden arrancar una confesión del comerciante. Por otra parte, es imposible proseguir por más tiempo el interrogatorio, porque el prisionero es hombre muy rico y tiene relaciones muy influyentes en La Meca. Sus amigos lo liberan rápidamente.

Aunque ignoran todos los detalles, los coraichitas están en ascuas. Una cosa les parece clara: la conjura de Mahoma se dirige contra ellos. Envían urgentemente una nueva caravana y espías a Medina, a fin de recoger informaciones concretas sobre la conspiración. En La Meca, la casa de Mahoma está rodeada y vigilada de día y noche. Por primera vez, los coraichitas abandonan la ironía, el ultraje y la sátira, en sus relaciones con Mahoma. Se ha convertido para ellos en un peligro real.

En esa época, Mahoma está muy tranquilo, aunque casi prisionero. Ha iniciado el combate por la vittoria del Islam, según la orden del ángel: «Combátelos (a los muchrikum, es decir, a los idólatras hasta que no haya más tentación, fitnah, y la religión de Dios lo sea todo».

Desencadenada la lucha, no puede cesar más que con la total victoria o de los idólatras o del Islam. Porque «el clavecin visual de los árabes no tiene medios tonos. Este pueblo ve al mundo en negro o en blanco... No conocen más que la verdad o la falsedad, la fe y la incredulidad, sin vacilaciones ni matices».

 

XLII

TERROR CONTRA LOS «MOHADJIRUN»

El Corán define asi a los mohadjirun: Aquellos a quienes el celo por la santa religión ha hecho expulsar de sus casas y de sus posesiones.

Inmediatamente después del pacto militar concluido con los ansares, Mahoma ordena a sus fieles de La Meca organizarse en pequeños grupos, formar caravanas y refugiarse en Medina.

A su llegada a esta ciudad, los Mohadjirun, los refugiados a causa del islam, eran acogidos por los ansares, sus hermanos en Alah.

El éxodo de los musulmanes de La Meca prosigue, día a día.

Pero la marcha se hace más dificil conforme pasa el tiempo. Los coraichitas se esfuerzan por impedir la formación de un grupo hostil de emigrantes, y eso ya desde los comienzos. No retroceden ante ningún medio.

La marcha de los que van a convertirse en molradjirun se realiza en secreto. Mas no es posible guardar un secreto absoluto. Tres amigos musulmanes deciden marchar juntos al exilio.

Se llaman Aiyach-ibn-Rabiah y los hermanos Umat y Hachim-ibn-As. Realizan sus preparativos con la mayor discreción posible.

Pero la vispera de su partida, uno de los hermanos, Hachim, desaparece. Los otros dos marchan sin él. Al día siguiente, todos los ciudadanos de La Meca conocen el caso Hachim. Sabiendo que es musulmán y que trata de exiliarse, los coraichitas lo detienen. En La Meca no hay prisión. La primera prisión árabe será construida en Kufah, años después de la muerte de Mahoma, por su hijo adoptivo Ali.

Pero en esta época, los detenidos son, como el negro Bilal, encadenados y abandonados desnudos sobre la arena o crucificados sobre un camello y agregados a una caravana o arrojados al fondo de un pozo.

Hachim es despojado de sus vestidos, cargado de cadenas y encerrado en una casa sin tejado, para que la espada del sol lo abrase y le abra las carnes hasta los huesos.

En la tradición árabe, el sol es del género femenino; está representado bajo el aspecto de una mujer vieja y maligna, que sólo hace daño al universo. Por el coI:ltrario, la luna, que trae la frescura de la noche, es, para el árabe, del género masculino.

La luna es esposo del sol; y las manchas azules y negras que vemos por la noche en el disco lunar son los cardenales que el sol ocasiona en el cuerpo de la luna, porque cada vez que el sol se encuentra con su esposo, lo ataca y hiere. y cada noche, el cuerpo de la luna, mártir conyugal, queda cubierto de golpes y heridas. Tales son las manchas que vemos en él.

Así pues, Hachim queda entregado al sol para que éste le corte la carne y la piel. Los otros dos fugitivos son perseguidos, pero nadie los alcanza. Los emisarios coraichitas se presentan en casa de Aiyach, en Medina, y le anuncian que su madre está enferma. Le suplica que vaya. Aiyach sabe que se trata de una trampa. Pero prefiere caer en ella antes que ser sordo al llamamiento de su madre, por si le llama realmente. Es conducido a La Meca y encerrado desnudo y con cadenas en la misma casa sin tejado en que está Hachim, para ser ejecutado por el sol, el más grande verdugo del desierto.

Pero ninguno de los dos musulmanes muere bajo las torturas del sol. Son liberados por un reducido grupo de ansares, llegados especialmente de Medina. No solamente se inflige a los mohadjirun tormentos fisicos, sino que se presiona sobre ellos arrebatándoles sus fortunas. Abu-Sufian se adueña de la casa de Banu-Djach. Un musulmán llamado Suhaib-ar-Rumi, que posee una gran fortuna, es capturado por los coraichitas cuando se refugia en Medina con otros musulmanes. Los coraichitas le dicen: «Llegaste pobre a nuestra ciudad. Te has enriquecido entre nosotros. ¿Ahora quieres irte con la fortuna que has ganado en La Meca? No te lo permitiremos». Suahib no vacila un momento: renuncia a sus bienes y parte para Medina, pobre, pero lleno de fe. El Corán lo cita como ejemplo y alaba su actitud.

Para el mundo materializado de los negociantes de La Meca, el hecho es inconcebible.

Los ricos de La Meca poseen propiedades para las vacaciones en Taif. Los dátiles y las hortalizas cultivadas en esas residencias de vacaciones son vendidas en el mercado de La Meca. Una residencia estival no es verdaderamente agradable más que si produce además dinero.

«Pero se contaba en La Meca con asombro y emoción profunda, y casi con angustia mistica, que un riquísimo coraichita, dueño de un gran huerto en Taif, se limitaba a hacer de él una propiedad de puro placer, no un negocio. Las más sangrientas escaramuzas de los beduinos del desierto no hubieran conmovido tanto a los elegantes representantes de los altos negocios de La Meca».

En semejante sociedad, en la que el dinero es más precioso que los astros, abandonar toda su fortuna para seguir a un profeta es un hecho increíble. Y sin embargo, no hay duda alguna: docenas y centenares de hombres abrazan el Islam, dejando fortuna, casa, familia y clan para seguir a Mahoma en el destierro.

El número de los mohadjirun aumenta. Y cuanto más crece su número, mayor es la angustia de los coraichitas. Buscan una solución. Pero nadie puede evitar semejante éxodo, como no se puede detener las aguas de un río cuando crece el nivel y se desborda.

 

XLIII

NUEVO PLAN PARA ASESINAR AL PROFETA

Reunidos los coraichitas, tratan de buscar un nuevo plan para asesinar a Mahoma y aniquilar el Islam. Los coraichitas comprenden diez familias. Su organización es la de la sociedad nómada, según la cual, el territorio de la ciudad, con sus alrededores, es haram, es decir, sagrado. Ese territorio, según la tradición, ha sido delimitado por Abraham. Mide cerca de doscientos ki1ómetros cuadrados.

Cada familia coraichita posee su territorio propio, más un anexo situado fuera de la ciudad, el chib, donde se albergan los clientes, extranjeros y esclavos de la tribu.

Además de los miembros de la familia propiamente dicha, cada uno de esos clanes comprende una población numerosa.

Hay, ante todo, los maula, o clientes, que son los «hermanos contractuales». La segunda categoria se llama halif y se compone de extranjeros admitidos en el clan. Siguen los jar, o sea los «hermanos contractuales temporarios». Los esclavos, muy numerosos, no pertenecen a ninguna de esas categorías, sino a la de los objetos y animales.

Cada clan tiene su sitio de reunión, llamado nadi. Además, todos los clanes de La Meca tienen un lugar de reunión común, el dar-an-ntJdwah. En las sesiones del dar-an-nadwah participan todos los jefes de nadi, y en general todos los coraichitas que hayan superado los cuarenta años, «a causa de su inteligencia excepcional». La sala del consejo es generalmente utilizada para las festividades y de modo especial para las bodas, Las mujeres se muestran allí cubiertas de joyas que, si no son propias, son prestadas por los joyeros de Kaibar.

De esta manera se reúnen los «pequeños tiburones», los coraichitas, para estudiar el caso de Mahoma y tomar contra él medidas urgentes. Todos saben que se decidirá su asesinato. Es la más radical y la más fácil de las medidas. Pero antes de decidir fa elección, los coraichitas consideran otras soluciones. Primero se propone el arresto de Mahoma. Pero no seria eficaz.

Sus partidarios correrlan a liberarlo. Habría derramamiento de sangre y el prisionero acabarla por recobrar la libertad. Se elimina también el destierro. Si Mahoma fuera expulsado, levantaria pronto un ejército en pie de guerra y atacaria a La Meca.

Y no sólo se elimina esa solución, sino que se decide que por todos los medios debe impedirse que Mahoma salga de la ciudad.

Por fin se piensa en el asesinato y todos los coraichitas están de acuerdo. Es la única solución razonable para terminar de una vez con el profeta y el Islam.

Para la sociedad coraichita, el asesinato en sí mismo no es un hecho grave desde el punto de vista moral, religioso y humano. La vida de un hombre es exclusivamente un bien material.

Si se suprime a un hombre, puede ser remplazado por camellos, corderos, dinero, o por otro hombre. No se conoce aún el pecado de bomicidio. A este respecto, el asesinato de Mahoma no presenta desventaja alguna. Su vida pertenece al clan Abd-al-Muttalib. El jefe de ese clan es Abu-Lahab. Ha excluido a Mahoma del clan, por falta grave contra los antepasados. Por lo tanto, Abu-Lahab no pedirá reparaciones a los asesinos, por la vida de Mahoma. Al contrario, tomará parte en el asesinato de su sobrino. Planteado así el problema, la muerte del profeta no puede traer consigo inconveniente alguno. Desde el momento que la familia no exige reparaciones en caso de muerte, es que la vida de Mahoma no tiene valor alguno. No cuesta nada.

El proyecto de asesinato del profeta es adoptado por unanimidad. Incluso lo aprueban familias que se consideran amigas de Mahoma.

Los coraichitas son comerciantes, y por lo tanto, gentes muy prudentes. Saben que, por el momento, no suscitarán complicación alguna, ni se exponen a gaffios si matan a Mahoma. Pero procuran también que esa muerte no tenga malas consecuencias en el porvenir. Andando el tiempo, otro individuo del clan Abd-al-Muttalib puede substituir a Abu-Lahab en la dirección, y el nuevo jefe podría exigir a los asesinos el precio de la sangre, por la vida del profeta. Para ponerse al abrigo de cualquier exigencia futura, exigencia que puede surgir en diez, cien o más años, y que seria una fuente de disgustos para los descendientes de los asesinos, se decide que el grupo de encargados de dar muerte a Mahoma estará formado por representantes de todas las familias coraichitas, de todas las tribus asociadas y de todas las categorías de clientes y aliados. De ese modo, el número de asesinos que eventualmente habria de rendir cuentas, sería tan elevado como para desanimar cualquier veleidad de reclamación.

Es necesario que la muerte de Mahoma sea en cierta manera ánónima. El asesinato debe realizarse como un linchamiento.

Puestos de acuerdo acerca de esa cuestión, los negociantes coraichitas hacen la lista de las personas que participarán en el asesinato. No debe olvidarse a nadie. Porque nadie debe quedar inocente de esa muerte. y el número de culpables debe ser lo más elevado posible. La culpabilidad en materia de asesinato crece en razón inversamente proporcional al número de asesinos. Cuando el plan queda bien dispuesto en todos sus detalles, se decide ejecutarlo con toda urgencia.

Los coraichitas, aunque invencibles en materia de comercio, pues son meticulosos y prudentes, cometen un error: olvidan que Mahoma es el enviado de Alah; un djiwar más eficaz que el de los coraichitas. A causa de ese error, el plan de asesinato del profeta fracasa. No tener en cuenta a Alah será un olvido fatal para los asesinos.

 

XLIV

LA HÉJIRA

El mundo quiere saber si Mahoma es capaz de evitar la muerte. Si es verdaderamente un profeta, es decir, un hombre que puede hacer milagros. Mahoma les grita: Diles: no tengo poder alguno para procurarme lo que me es útil y alejar lo que me es dañoso, sino en cuanto Dios lo quiere. Si conociera las cosas ocultas, me haría rico. Pero no soy más que un hombre encargado de anunciar y advertir. ¿Qué soy, sino un mortal y un apóstol?

Mahoma es musulmán, es decir: abandonado a la voluntad divina. Espera lo que Dios decida.

Y Dios decide salvar al profeta.

Una tía de Mahoma, llamada Ruqayab-bint-Abi-Saifi-ibn-Hachim, casada con un hombre de la tribu Zuhrah, tiene noticias de que los coraichitas han decidido la muerte del profeta, para la noche siguiente, por obra de un grupo de asesinos pertenecientes a todos los clanes. Acude a anunciárselo a Mahoma. El profeta se lo esperaba, sin duda alguna. Pero ignoraba que su muerte estuviera tan próxima. Cada vez que se hallan ante la muerte, los hombres quedan sorprendidos: siempre les parece demasiado pronto. Mahoma no cuenta más que con dos personas que pueden ayudarle en aquel momento de locura: Dios en el cielo y Abu-Bakr en la tierra. Ruega a Dios y abandona la casa, ocultándose para acudir a Abu-Bakr.

Abu-Bakr, el comerciante ponderado y prudente, que posee el hilm de los hombres de La Meca, la flema árabe, se esperaba la visita de Mahoma. Lo ha preparado todo - en sus mínimos detalles - para una huida. Ha comprado dos camellos blancos, es decir, lo más rápido que hay en el desierto; y esos dos camellos, escondidos a la entrada de La Meca, en un ramblazo están dispuestos para la marcha. Abu-Bakr prohibe a Mahoma que regrese a su casa. Lo conduce a una cueva del monte Thaur. Ali, el hijo adoptivo de Mahoma, acude a recibir las últimas instrucciones del profeta. Para burlar la vigilancia de los guardias que rodean la casa de Mahoma, Alí se pondrá la capa del profeta y permanecerá en la casa, cerca de la ventana, para hacer creer a los coraichitas que Mahoma sigue allí. Debe pernianecer todo aquel tiempo junto a la ventana, de espaldas a la calle. Por la noche, Alí dormirá en la cama del profeta.

Alí ejecuta todas las órdenes. Durante toda la jornada, los ciudadanos de La Meca, que preparan la muerte de Mahoma, gozan con saber que el profeta está allí, en su casa, ajeno a lo que se trama. Asi pues, podrán matarlo en su lecho.

Entre tanto, Abu-Bakr y Mahoma organizan la huida. Son ayudados por dos personas: un esclavo libertado de Abu-Bakr, llamado Abdallah-ibn-Arqath, y un guia llamado Amir-ben-Fuhayrah. Al crepúsculo, y para mayor seguridad, Abu-Bakr y Mahoma dejan a sus dos ayudantes con los camellos y los bagajes, y parten solos, a pie, a ocultarse en una cueva, lo más lejos posible de La Meca.

Al día siguiente al amanecer, cuando sea descubierta la huida de Mahoma, los coraichitas organizarán batidas enormes en todo el desierto, para descubrir y capturar al profeta. Éste y Abu-Bakr permanecerán ocultos durante todo el tiempo que duren las búsquedas. Varios días después, Arqath y Amir se reunirán con ellos llevando los camellos y bagajes. Y entonces partirán para Medina.

Tal es el plan. Mahoma y Abu-Bakr se van a pie. Caminan casi toda la noche. Quieren alejarse lo más posible de La Meca.

 

El camino es largo, de muchos kilómetros. Hacia el Norte, el terreno, muy accidentado, está cubierto de piedras. Mahoma tiene los pies bañados en sangre. Está preocupado. Sabe que Dios le ha salvado. Dios.no ha querido que su profeta muera. Ha enviado a Ruqayah para advertirle que los coraiohitas van a matarlo durante la noche. El Corán habla así de esta huida: Cuando los creyentes usaban astucias contigo para retenerte prisionero y darte muerte, se manifestaban muy astutos; pero Alah lo era más: porque Alah es el mejor de los astutos.

Mahoma está, por supuesto, muy halagado de que Alah le haya salvado de la muerte haciéndole anunciar por medio de Ruqayah que debe huir de noche de aquella casa en que iba a ser asesinado.

Pero sufre. Las únicas raices de la sociedad árabe, gracias a las cuales los árabes han podido mantenerse sobre la tierra, residen en el qwaw, la tribu. Es el árbol genealógico. Los antepasados. El qwaw es para ellos lo que la tierra para el campesino.

Los antepasados y el clan son para el nómada la tarjeta de identidad, la tarjeta de visita, la herencia, el único bien terrestre y el único modelo. Mahoma ha abierto una brecha en el clan. Abate el árbol que mantiene al pueblo árabe sobre la tierra. Porque, sin el árbol genealógico, la vida de los árabes no sería posible entre los dos desiertos infinitos, el que se extiende bajo sus pies, de arena ardiente, y el que se ext!ende sobre su cabezas,

ese cielo de fuego color ópalo. Ahora, Mahoma abandona el clan para vivir en una comunidad según la fe, el ummah. En su ca1idad de árabe, eso le resulta difícil. Tal vez sea la cosa más difícil que Dios le haya pedido. Pero los que se encuentran con Dios deben sacrificarse. Dios ha enviado a Mahoma al ángel Gabriel. Mahoma debe hacer lo que el ángel le ordena. El ángel es su huésped. y un huésped es sagrado. El poeta árabe dice: «Partiría mi cuerpo para dar de comer al huésped y me contentaría con agua pura».

Dar es un gran placer para los árabes. Dan hasta su vida. Esta vez, Mahoma sacrifica, efectivamente, al cielo, el árbol de carne y sangre de su clan. Para siempre. Es más doloroso que sacrificar su propio cuerpo: Porque el árbol genealógico es el único que crece, resiste y protege al hombre en el paralelogramo desierto de los árabes donde, en una extensión de tres millones de kilómetros cuadrados. no crecen otros árboles. El

árbol genealógico es el único bien concreto y estable del desierto.

Mahoma avanza al lado de Abu-Bakr, que tiene tres años más que él, pero camina con más facilidad, porque no está aplastado por el peso de los pensamientos y responsabilidades que lleva consigo el profeta. Entre tanto, surgen los primeros resplandores de la aurora. Ambos fugitivos buscan una gruta en que ocultarse, durante esa jornada que ahora empieza.

En La Meca, los asesinos penetran en la casa de Mahoma, con sus cuchinos dispuestos al crimen. Se lanzan sobre el lecho del profeta, prestos a herir. Pero de aquel lecho, vestido con la burda, la capa del profeta, y nevando en la cabeza el gorro de Mahoma, se levanta Alí. Los asesinos le molestan. Buscan por toda la casa, lo destrozan todo. Por último, comprenden que han sido burlados. Mahoma ha huido. Organizase inmediatamente la persecución. Nunca La Meca ba perseguido a un asesino con tantos medios como persigue ahora al profeta. Estos negociantes realistas, los «pequeños tiburones», los coraichitas, saben con certeza que, si no matan a Mahoma ahora, si se les escapa, acabará conquistando a La Meca.

Por el momento, los coraicbitas despachan a los munadi y muazin - es decir, pregoneros públicos- para anunciar por todas las calles de la ciudad que, aquel que indique el lugar en que se halla Mahoma recibirá en recompensa cien camenos. Se ha puesto precio a la cabeza del profeta. 

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