PIERRE BOURDIEU Y LOS ESTUDIOS DE GÉNERO: CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS

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Cristina Palomar Verea

Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara 

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Según Alain Touraine, [1] poco después de la muerte de Pierre Bourdieu (1930-2002) y a pesar de las muchas diferencias entre ambos, era una obligada referencia ­positiva o negativa­ para el análisis de la sociedad. Bourdieu fue un pensador polémico que supo movilizar todo el pensamiento contemporáneo. Se ha comentado que era el sociólogo-filósofo-antropólogo más citado del mundo, con sus más de siete mil páginas en Internet y los diversos "sitios" dedicados a su obra y su pensamiento. [2]

Su agudo análisis alcanzó prácticamente todos los ámbitos de la vida social; buscaba comprender todas aquellas formas a través de las cuales se constituyen las instituciones sociales, las representaciones "oficiales" de la realidad, las formaciones ideológicas, las estructuras temporales, las categorías de la percepción artística, los criterios del gusto y los estilos de vida, los discursos, las formas de lenguaje, el campo literario, el campo periodístico, las jerarquías deportivas, sexuales o escolares, las "posiciones" de la filosofía, de la economía, de la ciencia, de la sociología mismas ­es decir, de todo aquello que ofrece una "precondición" a la acción social; de todo aquello que, por una suave e imperceptible violencia simbólica, impone las estructuras mentales mediante las que el sujeto percibe el mundo social y cultural.

En este escrito voy a referirme a los aportes que Bourdieu realizó, con su obra, al campo de los estudios de género, aunque quizá sería más preciso hablar de las convergencias y las divergencias entre la obra de Bourdieu y los desarrollos de los estudios de género.

Podríamos decir que la desigualdad social entre los sexos entró "naturalmente" en el campo de las reflexiones de Bourdieu, al ser ubicada por él como una expresión más de la dominación social, uno de sus principales objetos de trabajo teórico y práctico. No obstante, dichos aportes van mucho más allá de los trabajos que desarrolló sobre el tema de las oposiciones sexuales, del "principio masculino" o sobre la dominación masculina, y, al mismo tiempo, que se trató de contribuciones de alguna manera involuntarias, ya que Bourdieu no mantuvo diálogo directo con el campo de los estudios de género.

Gran parte de su original elaboración conceptual ha demostrado ser útil para múltiples análisis, en distintas disciplinas, sobre la desigualdad sexual y sus diversas expresiones culturales. Es decir, si consideramos su obra como un corpus de alguna manera unitario, es posible observar su gran potencial de "caja de herramientas" conceptual para estudiar la compleja realidad social en todas sus manifestaciones. Por esta razón, pensar las contribuciones de Bourdieu al análisis de género sin retomar sus aportes teóricos fundamentales no tiene mucho sentido. Esto va como respuesta al reproche que él mismo lanzó a los estudios feministas, [3] basado en su percepción de que éstos sólo se interesan en "la situación de las mujeres" y no de los lugares mismos donde se pone en juego con insistencia la opresión. Hay que decir que este señalamiento de Bourdieu fue extraordinariamente desatinado, ya que mostró dos cuestiones insólitas en un analista social de su categoría: por un lado, su desconocimiento del amplio y diversificado trabajo en el campo de los estudios feministas y de sus aportaciones conceptuales de los últimos veinte años, en particular a partir de la formulación del género como categoría de análisis; y, por otra, un asombroso prejuicio contra el feminismo. Y es asombroso porque, basado en la ignorancia mencionada, parece sólo fundarse en lo que analiza: la dominación masculina como forma de opresión incorporada de modo imperceptible y fundida con las estructuras mentales.

Volviendo a los elementos teóricos de la obra de Bourdieu que han sido más fructíferos para su puesta en práctica en el campo de los estudios de género, habría que hacer referencia a cuatro elementos fundamentales: sus contribuciones generales en torno a la dominación social, a la ética del analista social, a la identidad, y a la violencia simbólica. Considero que son estos cuatro elementos los que se conjugan en el análisis de "la dimensión más invisible de las relaciones de dominación, de las relaciones entre dominantes y dominados según el género", [4] la dominación masculina.

 

* * *

 

Cuando en 1996 la Revista de Estudios de Género. La Ventana le solicitó a Bourdieu su autorización para traducir y publicar en su tercera edición un artículo aparecido en Francia, en 1990, titulado "La dominación masculina", [5] el autor contestó personalmente señalando que éste era todavía un trabajo en proceso que, a partir de su publicación, había sido retrabajado de manera abundante; sin embargo, y en vista de que su forma final todavía no estaba lista, daba gustoso su autorización para que fuera traducido y publicado en La Ventana. Era, este gesto, un rasgo característico de Bourdieu, que se basaba en la convicción de que la divulgación del análisis científico de un modo de dominación puede incidir en neutralizarla, "un poco a la manera de la divulgación de un secreto de Estado, favoreciendo la movilización de las víctimas", [6] llegó a decir. Esta convicción recorrió toda su obra teórica y, sobre todo, su práctica como sociólogo. Como buen francés formado en el espíritu de la Ilustración, creía con firmeza en que el mismo esclarecimiento científico de la desigualdad tendría un efecto modificador de las estructuras sociales.

Pierre Bourdieu trabajó sobre el presupuesto de que la sociología es un saber reflexivo que permite a la sociedad intervenir sobre sí misma, es decir, es un arma teórica que convierte al sociólogo en un agente comprometido con su realidad. Para él, la sociología debía ser una disciplina que ayudara a comprender la sociedad y, por lo tanto, a transformarla. Por esta razón, Bourdieu era visto como la encarnación viviente de un modelo heredado de los años sesenta y setenta en Francia, es decir, el modelo del filósofo que ilumina a la sociedad. Este modelo fue, sin embargo, redefinido por Bourdieu en múltiples discusiones en torno a las cuestiones de la objetividad del investigador y la convicción del militante, fundadas en una exigencia de analizar el papel y el estatuto de la sociología misma, para dotarla de la más grande calidad científica, aunque sin cesar de cuestionar críticamente esa cientificidad. Bourdieu creía en un "intelectual de intervención", crítico y colectivo, que cuestionara los aparatos políticos y que acompañara a los actores en los movimientos sociales. Con esta posición, este pensador formó parte de una tradición que ha intentado vincular el trabajo literario o filosófico a los acontecimientos que informan y deforman al mundo, y de la que han participado, entre otros, Zola, Sartre y Foucault.

La cuestión de fondo en la manera bourdieusiana de entender la misión de las ciencias sociales era, precisamente, la de la liberación vuelta posible por el conocimiento; sin embargo, asumía que nada puede garantizar que la develación de los determinismos sociales baste para romperlos, ya que los dominados, según él, interiorizan su propia dominación, y terminan así por dirigir ellos mismos su opresión. La violencia simbólica cumple en esencia esta función. De aquí se desprende el planteamiento de que la transparencia de la realidad social es imposible. Es más: la tarea es entonces romper la ilusión de transparencia dondequiera que subsista.

La propuesta ética para los científicos sociales que se deriva de esta perspectiva encierra un elemento que el movimiento feminista tiene incorporado desde sus orígenes y que queda formulado, junto con otros contenidos, en el conocido lema "Lo personal es político". Es decir, no es posible pensar en una separación entre los ámbitos de lo íntimo y lo social, de lo cotidiano y lo público, y del ámbito teórico y el de la lucha. Hay una especie de exigencia de continuidad y coherencia entre los distintos planos de la vida social, desde lo íntimo o privado hasta lo más público o político, que compartió Bourdieu con el feminismo y que se liga, en último término, con el espíritu emanado de los movimientos sociales de los años sesenta en ambos casos.

Por otra parte, hay un tema que atraviesa la obra de Bourdieu a manera de un hilo conductor, por encima de los distintos periodos y etapas que tuvo su desarrollo: la cuestión de la identidad. Es decir, una inquietud fundamental era comprender cómo se produce un sujeto particular, cómo se engendran sus gustos, su visión de sí mismo, sus estrategias. Sin embargo, el núcleo para esa comprensión no la ubicaba Bourdieu en el sí mismo, ya que el conocimiento de éste no radicaba, para él, en la introspección, sino en la objetivación. Aunque compartía con Freud la convicción de que el individuo no está en el centro de sí mismo, [7] Bourdieu no se preocupaba por los conflictos psíquicos que permiten al psicoanálisis aprehender la formación de sujeto; para él ­aunque sí utilizaba la categoría de lo inconsciente­ las posibilidades de dicha aprehensión se encontraban en la exterioridad social, en las condiciones sociales de producción y en la posición que se ocupa en el mundo social. De aquí se desprende que el sí mismo, al igual que la realidad social, tampoco es transparente: la estructura mental es el resultado complejo de un juego de códigos y de distinciones que son todo menos naturales. La finalidad del trabajo sociológico, según Bourdieu, es la develación de los mínimos detalles de ese juego frecuentemente microscópico de códigos y distinciones, y su reproducción implacable.

Este aspecto conforma uno de los hilos teóricos que Bourdieu tejió después en el análisis de la dominación masculina, ya que su planteamiento parte de que las estructuras mentales, también en su dimensión sexuada, han sido creadas por la dinámica social expresada en el género. Los sujetos masculinos o femeninos son determinados de múltiples maneras, en su mente y en su cuerpo, por un orden simbólico relativo a la diferencia sexual traducido en jerarquías sociales. Este punto forma parte también de las principales preguntas que el feminismo académico ha planteado: ¿cómo es que un sujeto adviene a hombre o mujer?, ¿qué fuerzas intervienen en ese proceso? Bourdieu hizo aportes desde los dos ángulos de la cuestión: lo social y lo biológico en mutua determinación, y en su dimensión simbólica. Y es justo este asunto el que lo lleva, con sus trabajos como etnólogo y las reflexiones teóricas derivadas de éstos, plasmadas en 1980 en El sentido práctico, [8] a desarrollar la cuestión de la creencia y el cuerpo, en la que hace referencia, como elemento fundamental, a la oposición masculino-femenino en la construcción de la hexis corporal como "la mitología política realizada, incorporada, convertida en disposición permanente, manera duradera de mantenerse, de hablar, de caminar y, por ello, de sentir y de pensar". [9]

A partir de esta oposición simbólica incorporada a manera de identidades sexuales, el autor habla de dos distintas relaciones con el cuerpo que están en la base de dos relaciones con los otros, con el tiempo y con el mundo, y que se constituyen por esto mismo en dos aparentes sistemas de valores. Señala que estos sistemas de oposiciones basan su eficacia simbólica en su retraducción práctica en gestos que funcionan por sí solos, es decir, en un principio práctico, inseparablemente lógico y axiológico, que se enuncia a menudo de manera explícita y se combina con otras oposiciones.

Bourdieu plantea que las oposiciones fundamentales del orden social, tanto entre dominantes y dominados como entre dominantes-dominantes y dominantes-dominados, están siempre sobredeterminadas sexualmente "como si el lenguaje corporal de la dominación y de la sumisión sexuales hubiera proporcionado al lenguaje corporal y verbal de la dominación y de la sumisión sociales sus principios fundamentales". [10] Con esto, el autor hace un planteamiento capital que retomará como objeto central de un análisis más amplio y sistemático años más tarde: la cuestión del género como un principio de dominación basada en las oposiciones sexuales, en las que los componentes biológicos son indistinguibles de su dimensión simbólica, y como el modelo básico de toda otra dominación social.

En estos planteamientos iniciales que Bourdieu realiza sobre las oposiciones sexuales, el vínculo entre género y clase social es esbozado con bastante claridad:

 

La relación con el cuerpo se especifica según el sexo y según la forma que reviste la división del trabajo entre los sexos en función de la posición ocupada en la división social del trabajo  [...] y la oposición así especificada recibe a su vez unos valores diferentes según las clases, es decir, según la fuerza y el vigor con lo que la oposición entre los sexos es ahí afirmada, en las prácticas o en los discursos  [...] y según las formas que debe revestir el compromiso inevitable entre el cuerpo real y el cuerpo legítimo  [...] para ajustarse a las necesidades inscritas en la condición de clase. [11]

 

Bourdieu analiza el proceso de la naturalización de las elecciones sociales más fundamentales y de la construcción del cuerpo, con sus propiedades y sus desplazamientos, como un operador analógico que instaura toda suerte de equivalencias prácticas entre las diferentes divisiones del mundo social, entre los sexos, entre las clases de edad y entre las clases sociales o, más exactamente, entre las significaciones y los valores asociados a los individuos que ocupan posiciones prácticamente equivalentes en los espacios determinados por esas divisiones; por esta vía llega al planteamiento de que

 

las determinaciones sociales adscritas a una determinada posición en el espacio social tienden a formar, a través de la relación con el propio cuerpo, las disposiciones constitutivas de la identidad sexual  [...] y, probablemente también, las disposiciones sexuales mismas. [12]

 

De esta manera, la imbricación de las determinaciones sociales y biológicas traducida en códigos simbólicos y concretada en la construcción de las identidades sexuales era considerada por este autor como una pieza central para la comprensión de dichas identidades; así, coinciden con las reflexiones que a partir de la categoría de género, aparecida en esos mismos años (setenta-ochenta) en el campo de la antropología feminista, se bosquejaban como una nueva perspectiva de trabajo en torno a las elaboraciones simbólicas de la diferencia sexual en las distintas culturas.

Si bien estos análisis de Bourdieu aparecieron en 1980, el interés por las oposiciones sexuales estuvo presente en su obra desde bastante más temprano. Ya en los años sesenta, se evidencia un incipiente interés sobre el tema de las relaciones entre los sexos y el ethos de la virilidad expresado en el "sentido de la honra" en los trabajos que realizó sobre la sociedad argelina y sobre Bearne, su provincia natal. A partir de este punto, publicó después un trabajo sobre las oposiciones masculino-femenino que actuaban de organizadores de la cosmogonía cabileña y sus prácticas rituales. [13] Posteriormente, en sus trabajos sobre la educación, Bourdieu introdujo el análisis sobre las desigualdades escolares con base sexual, [14] y en 1990 publicó un artículo en el que parecía reunir las piezas sueltas que sobre el tema había venido trabajando.

Este artículo, titulado "La domination masculine", [15] tenía como objetivo reflexionar sobre la dimensión propiamente simbólica de la dominación masculina, a partir de un análisis materialista de la economía de los bienes simbólicos. La vía que Bourdieu encontró para cumplir su objetivo fue un uso particular de la etnología para analizar con objetividad una sociedad organizada según el principio androcéntrico (la sociedad cabileña), como una arqueología objetiva de una especie de inconsciente colectivo, o más bien, como el instrumento de un socioanálisis. Para Bourdieu, este rodeo por una "tradición exótica" era indispensable para romper la equívoca relación de familiaridad que nos liga con nuestra propia tradición. [16]

 

Las apariencias biológicas y los efectos tan reales que ha producido, en los cuerpos y en los cerebros, un largo trabajo colectivo de socialización de lo biológico y de biologización de lo social se conjugan para trastornar la relación entre las causas y los efectos, y para hacer aparecer una construcción social naturalizada (los "géneros" en tanto que habitus sexuados) como el fundamento natural de la división arbitraria que está al principio, y de la realidad y de la representación de la realidad y que se impone a veces a la investigación misma. [17]

 

Este artículo ilustraba, pues, la especificidad teórica e histórica de esa forma de dominación basada en el orden masculino. El análisis es realizado, por una parte, con el apoyo de las reflexiones producidas por el trabajo etnográfico de Bourdieu en la sociedad argelina tradicional, pero combinado con la visión literaria de Virginia Woolf, y de textos clásicos de filosofía de Kant y de Sartre, tratados como documentos antropológicos.

Bourdieu señaló [18] que el análisis realizado en el artículo sobre la dominación masculina se basó en sus investigaciones etnográficas acerca de los cabileños en Argelia por dos razones: 1) por una intención de evitar la "vacua especulación de los discursos teóricos" y de los lugares comunes en torno al sexo y al poder que, según su punto de vista, más que facilitar el debate, lo habían entorpecido; y 2) señaló que su procedimiento pretendía evitar la dificultad crítica que origina el examen de la dominación sexual y que se basa en el hecho de que al estudiar dicho fenómeno se está tratando

 

con una institución inscrita por milenios en la objetividad de las estructuras sociales y la subjetividad de las estructuras mentales, de tal manera que el análisis tenga todas las oportunidades de emplear como instrumentos de conocimiento categorías de percepción o de pensamiento a las que debería tratar como objetos de conocimiento. [19]

 

Con esto, Bourdieu estaba haciendo referencia a una cuestión nuclear en las ciencias sociales: el riesgo en el análisis social de la aplicación, a cualquier objeto del mundo natural y social, de esquemas no pensados de pensamiento que son argüidos como neutrales procedimientos metodológicos, pero que en realidad son producto de la incorporación de una relación de poder, que hacen asumir una relación de dominación como un fenómeno de orden natural.

Si bien esta advertencia es útil frente a cualquier objeto de análisis social, Bourdieu mostró que la dominación masculina es el privilegiado para ilustrar esta manera de proceder, con el argumento de que el orden masculino, justo por estar tan arraigado, ya no necesita justificación y se impone a sí mismo como evidente y universal. Debido al acuerdo casi perfecto e inmediato que se establece entre las estructuras sociales (como la organización social del espacio y del tiempo, y la división sexual del trabajo) y las cognoscitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes, el orden masculino se admite como una autoevidencia incuestionable.

Los trabajos etnográficos en la sociedad montañesa de África septentrional fueron para Bourdieu de gran utilidad para mostrar los ángulos de la dominación masculina, ya que para él las comunidades estudiadas habían conservado vigente un sistema de principios de visión y de división representativo de la civilización mediterránea que continuaba encontrando en momentos más actuales en las estructuras mentales y, de modo parcial, en las sociales. Abordó la sociedad cabileña como una "imagen amplificada" en la que se podían descifrar con claridad las estructuras fundamentales de la visión masculina del mundo que, para Bourdieu, descansaban en una cosmología "falonarcisista" pública y colectivamente exhibida y que obsesionaba "nuestro inconsciente".

Bourdieu señaló que la dominación masculina muestra mejor que ninguna otra que la violencia simbólica se realiza a través de un acto de conocimiento y desconocimiento situado más allá de los controles de la conciencia y la voluntad, "en las tinieblas de los esquemas del habitus, los cuales son, al mismo tiempo, sexuados y sexuantes". [20] Otro elemento de esta forma de dominación es que su análisis demuestra que no es posible entender la violencia simbólica sin descartar la oposición entre coerción y consentimiento, imposición externa e impulso interno. Es decir, a partir de su elucidación, es posible ver que la socialización tiende a efectuar una progresiva somatización de las relaciones de dominación sexual: impone una construcción social de la representación del sexo biológico que es, en sí misma, la base de todas las visiones míticas del mundo; al mismo tiempo, inculca un hexis corporal que es una auténtica política incorporada, y que al inscribirla en un esquema biológico, conduce a una legitimación de la relación de dominación concretada en una construcción social biologizada y que produce e impone a hombres y mujeres conjuntos diferentes de disposiciones con respecto a los juegos sociales considerados fundamentales. Por medio de la masculinización de los cuerpos masculinos y la feminización de los cuerpos femeninos, se efectúa una somatización inconsciente de una construcción perdurable.

 

* * *

 

Un par de años después de que en Guadalajara se publicó el artículo "La dominación masculina", en septiembre de 1998, aparece en París un libro de 134 páginas con el mismo título. [21] Era éste el resultado de ese cuidadoso proceso de reformulación y ampliación de las ideas germinales publicadas en el artículo de idéntico título aparecido en 1990, y al que había hecho referencia el autor en 1996. Era un trabajo muy esperado por los interesados en la obra de Bourdieu, pero en particular por quienes lo están en los estudios de género y en la posibilidad de obtener, de este importante pensador francés, sus aportes a este campo. También el ojo crítico de las académicas feministas estaba a la expectativa.

A pesar de que el libro no representó muchos avances novedosos o espectaculares respecto a lo anteriormente dicho por Bourdieu, La dominación masculina puede considerarse una aportación importante al campo de los estudios de las relaciones de género, por varias razones. En primer lugar, se trata de la puesta en funcionamiento de todo el aparato conceptual producido a lo largo de muchos años por Bourdieu, a un objeto social de específico interés para los intelectuales y académicos comprometidos con los estudios de la relaciones de género: la dominación social fundada en la diferencia sexual. Era la primera vez que esta aplicación conceptual se hacía de manera amplia, directa y sistemática sobre el tema. Por otra parte, se trataba de una cuidadosa reflexión sostenida etnográficamente de lo que el autor mismo había categorizado como una estructura mental universal, con mucha finura y agudeza conceptual. Corresponde, además, a la preocupación ética presente en toda la obra de Bourdieu, que se plantea develar una faceta más de la dominación social, de desenmascararla, para proporcionar un instrumental teórico a las víctimas de esa forma de opresión. [22]

Lo original de La domination masculine es que Bourdieu la utiliza como el objeto central para desarrollar sus ideas en relación con cuestiones en permanente debate en el campo de la teoría crítica feminista ­si bien, no exclusivas de éste como él quiso plantear­, como la construcción social del cuerpo, la encarnación subjetiva de la dominación, la violencia simbólica, las cargas simbólicas de la masculinidad y la feminidad, la economía de los bienes simbólicos y las estrategias de la reproducción, la fuerza de las estructuras, el trabajo histórico de deshistorización y los factores para el cambio.

Su análisis comienza demostrando de qué manera la división del trabajo entre los sexos en la sociedad cabileña orienta toda la percepción del mundo, todas las creencias, las prácticas, al estar inscrita en los cuerpos tanto como en las mentes. Al mismo tiempo, Bourdieu va haciendo transposiciones culturales y mostrando que en las sociedades occidentales actuales las estructuras mentales encontradas en sociedades mediterráneas tradicionales están igualmente presentes, aunque de un modo más velado: "Todos somos cabileños, pero cabileños hipócritas", declara en una entrevista. [23] A partir de este punto, la cuestión es entender cómo ese principio social de funcionamiento ha llegado a ser universal. Bourdieu plantea que la tarea es cuestionar las condiciones históricas que aseguran la perpetuación de dicho principio social, a pesar de todas las transformaciones que han tenido las condiciones de las mujeres en las sociedades occidentales. Este cuestionamiento hay que ubicarlo en las instituciones que permiten la reproducción de la dominación masculina: la familia, la escuela, la Iglesia, el Estado y el mundo del trabajo. Es decir, se trataría de emprender un trabajo histórico de "deshistorización del habitus", y hacer la historia de las combinaciones sucesivas de los mecanismos estructurales en las instituciones que organizan el patriarcado público.

En el preámbulo de esta obra, Bourdieu expresa:

 

Siempre he visto en la dominación masculina y en la manera en que ésta es impuesta y padecida, el ejemplo por excelencia de esa sumisión paradójica, efecto de lo que llamo la violencia simbólica: volencia suave, insensible, invisible para las mismas víctimas, que se ejerce en lo esencial por las vías puramente simbólicas de la comunicación y del conocimiento o, más precisamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en el límite, del sentimiento. Esta relación social extraordinariamente ordinaria ofrece de esta manera una ocasión privilegiada para aprehender la lógica de la dominación ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y reconocido tanto por el dominante como por el dominado, un lenguaje (o una pronunciación), un estilo de vida (o una manera de pensar, de hablar o de actuar) y, más generalmente, una propiedad distintiva, emblema o estigma, cuya mayor eficiencia simbólica es esa propiedad corporal perfectamente arbitraria y no predictiva que es el color de la piel. [24]

 

Con estos planteamientos, Bourdieu abre el análisis de la dominación, fenómeno que es visto desde ambos lados: el de la dominación y el de los dominados. En ese punto retoma a Virginia Woolf, quien en su trabajo Al faro hace referencia a la dimensión paradójica de la dominación simbólica: la dominación del dominante por su dominación. Aquí entra en abierta polémica con el feminismo, al que interpela de modo directo al lanzar la afirmación de que este movimiento ignora usualmente esta dimensión de la dominación. Las feministas, por su parte, contraargumentan preguntando si no se trataba más bien de una ignorancia de Bourdieu respecto a los avances del feminismo académico.

Para la teoría crítica feminista, desde hace muchos años, ha sido central incorporar la reflexión de la colaboración de los dominados en su propia dominación, ya que se considera fundamental identificar los mecanismos por los que esto sucede, y hacer hincapié en aquello que logra la colaboración de los actores subordinados en el sostenimiento de un orden social de dominación, así como en la cuestión de la capacidad de actuación o agencia de dichos actores. Las feministas han llevado esta reflexión hasta el punto de pensar también qué es lo que sostiene ese mecanismo y qué márgenes de actuación son posibles para los sujetos involucrados, así como preguntarse qué lugar tienen el azar, la contingencia, las variaciones, los cambios y el papel de los propios actores sociales.

Las teóricas feministas han señalado, desde hace más de una década, que construir el problema de la dominación femenina como el drama de la vulnerabilidad femenina victimizada por la agresión masculina

 

ha sido una debilidad de la política radical  [que significa] idealizar a los oprimidos, como si la política y la cultura de éstos nunca hubieran sido alcanzadas por el sistema de dominación, como si las personas no participaran en su propia sumisión. Reducir la dominación a una relación simple de agente y paciente equivale a reemplazar el análisis por indignación moral. Además, esa simplificación reproduce la estructura de la polaridad de los géneros, bajo la apariencia de atacarla. [25]

 

Cuando se hace un planteamiento como el de Bourdieu, en el que el fenómeno de la dominación masculina parece ubicar claramente a dominantes y a víctimas de la dominación, surge un problema referente, por una parte, a las bases mismas de la teoría del poder y de la dominación, y, por otra, a la específica forma de dominación que representa la dominación masculina: ¿quiénes son, en concreto, esas víctimas?, ¿las mujeres?, ¿los homosexuales y lesbianas? Es decir, ¿los varones heterosexuales no padecen esa forma de dominación?, ¿son solamente los verdugos? Estas preguntas apuntan hacia la necesidad de una visión más móvil y flexible de la compleja dinámica del poder en permanente circulación, y que permita incluir la discusión en torno a la capacidad de agencia de los actores sociales, con las siguientes implicaciones: hay que repensar la idea del poder tradicionalmente entendida como algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan, para transitar a una lógica que, por el contrario, plantea el poder no como un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre los otros, de una clase sobre las otras, de una ideología sobre las otras, sino como un elemento que tiene que ser analizado en su circulación, o más bien, como algo que no funciona sino en cadena, que se practica a través de una organización reticular en la que los individuos circulan y además están siempre en situación de sufrir o de ejercer ese poder, y no son nunca el blanco inerte o pasivo de éste, ni son siempre los elementos de conexión. El poder no está totalmente localizado en un punto o en otro: funciona, es decir, transita de modo transversal, no está quieto en los individuos o en los grupos. El poder encierra una dialéctica de control en el sentido de que la agencia humana, aunque subordinada, siempre conlleva una capacidad transformadora.

Bourdieu reflexionó también sobre otra cuestión que ha sido tomada como preocupación tradicional de la teoría feminista: la pretendida universalidad de la desigualdad entre hombres y mujeres. Señaló, respecto a este punto, que la asimetría de los estatutos asignados a cada sexo dentro de la economía de los intercambios simbólicos debe ser considerada para entender esa posición social inferior de las mujeres en las diversas sociedades conocidas, ya que la dominación masculina se basa en la lógica de la economía de los intercambios simbólicos, es decir, en la asimetría entre los hombres y las mujeres que se instituye en la construcción social del parentesco y el matrimonio, la del sujeto y el objeto, la del agente y el instrumento. Y es la relativa autonomía de la economía de los bienes simbólicos la que explica cómo la dominación masculina puede perpetuarse a pesar de las transformaciones en los modos de producción.

En estos presupuestos teóricos Bourdieu basa su opinión respecto a lo que será una "verdadera" liberación femenina:

 

Una acción colectiva que conduzca a romper en la práctica la concordancia inmediata de las estructuras incorporadas y objetivas, es decir, mediante una revolución simbólica capaz de poner en tela de juicio las bases de la producción y reproducción del capital simbólico y, en particular, la dialéctica de la pretensión y la distinción que fundamenta la producción y el consumo de los bienes culturales como muestra de distinción. [26]

 

Es muy interesante y muy paradójico que al mismo tiempo que las reflexiones de Bourdieu hayan sido tan lúcidas y esclarecedoras en torno a algunas claves de la dominación masculina, su posición como intelectual se sostenga en actitudes que podrían calificarse como autoritariamente masculinas: no nada más no se abrió a una discusión seria con el feminismo académico o militante, sino que no hay en su obra indicio de haber mantenido un diálogo con los planteamientos que este movimiento venía realizando de manera paralela al desarrollo de sus ideas, o por lo menos una lectura de ellos. Con esto, parecería que Bourdieu se asume como el descubridor de cuestiones que el feminismo teórico ha ido consolidando con solidez por sus propias vías y, por otra parte, se vislumbra una lógica que sorprende por su simplicidad respecto a las aportaciones que el feminismo, como movimiento y pensamiento, ha hecho a las ciencias sociales, y además, como un interlocutor poco valioso para sus ideas sobre la dominación masculina.

Es notorio, en particular, el silencio de Bourdieu referente a algunas discusiones teóricas fundamentales planteadas por Judith Butler ­una de las teóricas feministas contemporáneas más relevantes­ de la censura implícita y la agencia discursiva, que aluden al enfoque de Bourdieu respecto de la incorporación subjetiva de la dominación, a través del habitus. [27] Estas discusiones lejos de estar centradas, y mucho menos limitadas, a la "situación de las mujeres" ­como sugiere simplistamente Bourdieu al hablar del feminismo­, aluden a sutiles aspectos teóricos de la construcción conceptual en la obra de Bourdieu, discutidos desde el terreno de la teoría crítica feminista que él ignoraba.

Michelle Perrot, historiadora feminista, señaló poco después de la edición de La domination masculine, [28] que aunque había sido muy positivo que Bourdieu participara en el interés que el tema del género despertó en el seno del Collége de France y que se ha visto reflejado en los trabajos de Georges Duby, Michel Foucault, Paul Veyne o Fraçoise Heritier, lamentaba la ignorancia o la poca consideración que este autor reconocía al trabajo que desde hace unos veinte años se había estado desarrollando al respecto, y cuestionaba si esa "negación de existencia" no formaba parte de la dominación en cuestión. De igual modo, cuestionaba la utilización de algunas categorías insuficientemente aclaradas por Bourdieu, como el inconsciente histórico. Por su parte, Didier Eribon, [29] en una reseña sobre La domination, hizo un señalamiento similar al de Perrot sobre la poca originalidad de la crítica de Bourdieu al orden social masculino, y agregaba que era palpable la falta de diálogo del autor con las teóricas feministas norteamericanas que habían reflexionado sobre la cuestión del género desde hacía más de veinte años.

La reacción de las académicas feministas al texto de Bourdieu estuvo teñida por una serie de afirmaciones que el autor planteó en sus conclusiones, [30] en las que, apoyándose en lo dicho por J. Benjamin, señala que las feministas prefieren "esquivar el análisis de la sumisión, por temor de que al admitir la participación de las mujeres en la relación de dominación, la responsabilidad pase de los hombres a las mujeres, y la victoria moral de las mujeres, a los hombres". Éste era una declaración provocadora y un tanto tramposa, ya que esa cita de Benjamin ­quien hace referencia a "una tendencia del feminismo"­ es recortada por Bourdieu y sacada de un contexto en el que la autora está hablando de la necesidad de incluir, en todos los análisis sociales, el aspecto de la participación de los dominados en su dominación. Esta polémica imaginaria construida por Bourdieu parecía obedecer a un intento de anticipar críticas y ponerse a salvo de ellas, aunque deja ver que él mismo las consideraría objeciones justificadas. El autor imaginaba la reacción de las feministas frente a su obra, y preveía una posible acusación dirigida a él, como varón, de pensar un objeto largamente trabajado por las feministas "sin estar autorizado por la experiencia de la feminidad". Según Bourdieu, "las feministas" aseguraban tener el monopolio de dicho objeto, lo que fue leído por ellas como una acusación y como una señal de desconfianza, por lo que agudizaron aún más sus críticas a la arrogancia que el autor transmitía.

La parte final de La dominación masculina se compone de dos breves ensayos relativos a dos cuestiones que Bourdieu considera fenómenos ligados a la dominación social basada en el sexo de las personas: uno es el fenómeno amoroso y el otro, el movimiento gay y lesbiano.

En cuanto a este movimiento, Bourdieu le reconoce una gran importancia; según él, responde a una forma particular de violencia simbólica cuya develación encierra una serie de cuestiones que están entre las más importantes de las ciencias sociales, algunas de ellas totalmente novedosas, y que hacen tambalear los fundamentos del orden social y ponen las condiciones para subvertirlo. La especificidad de la violencia simbólica a homosexuales y lesbianas tiene, para Bourdieu, semejanza con ciertos tipos de racismo, ya que se trata, en ambos casos, de una forma de denegación de la existencia pública, visible, traducida en el rechazo de su existencia legítima, pública, es decir, capaz de ser conocida y reconocida, en particular por el derecho y por una estigmatización que sólo aparece cuando el movimiento reivindica esta visibilidad. La otra singularidad de esta relación de dominación simbólica, que la distingue de la dominación entre los sexos, es que ésta se liga no ya a signos sexuales perceptibles, sino a una práctica sexual.

Por otra parte, Bourdieu muestra las antinomias del movimiento homosexual, que sólo puede producir una movilización congregando una categoría particular de individuos, al mismo tiempo que debería denunciar la arbitrariedad histórica y sexual de esta categorización social. Introduce el autor, además, una discusión en torno al significado de las manifestaciones de gays y lesbianas en relación con el régimen del derecho, como expresión del derecho al reconocimiento social, sintetizadas en la cuestión del derecho al matrimonio. Al final del breve texto, Bourdieu hace algunas consideraciones utópicas sobre el movimiento homosexual como "vanguardia posible" del movimiento social.

El otro ensayo mencionado, escrito como un "postscriptum sobre la dominación y el amor", parece ser un intento de Bourdieu por explorar la posibilidad de que exista un lugar más allá de las determinaciones sociales de la dominación, un reducto frente a la opresión. Ahí, este autor se pregunta:

 

¿Se trata  [el amor] de una excepción, la única y la mayor, de la ley de la dominación masculina, una puesta en suspenso de la violencia simbólica, o es, más bien, la forma suprema de ésta, justo por ser la más sutil y la más invisible?

 

Una vez más, Bourdieu está reflexionando sobre un tema estructuralmente ligado a las preocupaciones de la teoría feminista, representado también por el mencionado lema "Lo personal es político" y objeto de muchos trabajos de exploración y análisis del vínculo que liga la subjetividad con el mundo social, asunto delicado para desmontar las cadenas de la subordinación femenina: los lazos del amor. [31]

A partir de sus observaciones sobre el amor-destino, Bourdieu señala que el amor es dominación aceptada desconocida como tal, y reconocida en la pasión feliz o desgraciada. Sin embargo, también aventura la existencia de un "amor puro", entendido como el "arte del amor", invención histórica relativamente reciente y muy frágil, ya que siempre está asociado a excesivas exigencias, a "locuras" y sin cesar amenazado por las crisis que suscita el eterno regreso del cálculo egoísta o por el simple efecto de la rutina.

No obstante, dice Bourdieu, el amor es posible, ya que tiene el poder de rivalizar victoriosamente con todas las demandas que se dirigen de manera usual a las instituciones y a la sociedad como sustitutos mundanos de la idea de dios.

Hay, pues, un punto de fuga de esa circularidad de la reproducción incesante y al parecer inevitable de la dominación, y ese punto parece ser la relación amorosa que, no obstante, requiere conciencia de esa dominación y de la voluntad de romperla. Expresa Bourdieu:

 

Es solamente a través de un trabajo permanente, incesantemente recomenzado, que puede ser arrancada de las aguas frías del cálculo, de la violencia y del interés "la isla encantada" del amor, ese mundo cerrado y perfectamente autárquico que es el lugar de una serie continua de milagros: aquel de la no-violencia, que vuelve posible la instauración de relaciones fundadas sobre la plena reciprocidad y que autoriza el abandono y la remisión de uno mismo; aquel del reconocimiento mutuo, que permite, como dice Sartre, sentirse "justificado de existir", asumido hasta en las particularidades más contingentes o más negativas, en y por una suerte de absolutización arbitraria de lo arbitrario de un encuentro ("porque era él, porque era yo"); aquel del desinterés que vuelve posibles las relaciones desinstrumentalizadas fundadas en el placer de dar placer, de encontrar en el deslumbramiento del otro, sobre todo frente al deslumbramiento que el otro suscita, las razones inagotables para deslumbrarse.

 

Notas

 [1] Diario Libération, viernes 25 de enero, 2002, París.

 [2] Robert Maggiori, "Pierre Bourdieu: mort d'un sociologue de combat", Libération, viernes 25 de enero, 2002, París.

 [3] Pierre Bourdieu, "Conclusiones", en La domination masculine, París, Du Seuil, 1998, pp. 121-125.

 [4] Pierre Bourdieu, "Trayectoria de un sociólogo", conferencia magistral para la Cátedra Michel Foucault, de la Universidad Autónoma Metropolitana (Valle de México), sustentada el martes 22 de junio de 1999, y publicada en la revista La Tarea, núm. 15, junio de 2001, Guadalajara.

 [5 ]Actes de la recherche en sciences sociales, núm. 84 , París, septiembre, 1990.

 [6] Pierre Bourdieu, La domination masculine, París, Du Seuil, 1998, p. 121. La traducción de las citas es mía.

 [7] Freud movió justamente el centro del sujeto fuera de la conciencia, hacia el dominio de lo inconsciente.

 [8] Bourdieu, El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991.

 [9] Ibid., p. 119.

 [10] Ibid., pp. 122-123.

 [11] Ibid., p. 123.

 [12] Ibid., pp 121-122.

 [13] "Le sentiment de l'honneur dans la societé kabyle" y "La maison kayble ou le monde renvers2" (1960), publicados en Esquisse d'une théorie de la pratique précédée de trois études d'ethnologie kabyle, Genève, Droz, 1972.

 [14] Les Héritiers. Les étudiants en la culture (con Jean-Claude Passeron), París, Minuit, 1964; y La Reproduction. Éléments d'une système d'enseignement (con Jean-Claude Passeron), París, Minuit, 1970.

 [15] Ver la nota 17 del capítulo 4 de Bourdieu y Loïc J. D. Wacquant, Respuestas: por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995, p. 126.

 [16] Esto fue un descubrimiento que Bourdieu tuvo cuando trabajo en Béarn, su pueblo natal, algunos aspectos relacionados con las oposiciones sexuales y donde, sin duda, enfrentó las dificultades de operar objetivamente sobre fenómenos demasiado familiares o cercanos.

 [17] Bourdieu, La domination masculine, p. 9.

 [18] Bourdieu y Loïc J. D. Wacquant, op. cit.

 [19] Ibid., p. 122.

 [20] Ibid., p. 123.

 [21] Bourdieu, La domination masculine.

 [22] Sin embargo, en las conclusiones de esta obra, Bourdieu matiza esta posición al manifestar que la divulgación del análisis científico de un tipo de dominación tiene de modo necesario efectos sociales que pueden tener sentidos opuestos: puede tanto reforzar simbólicamente la dominación en la medida en que su constatación parece reencontrar o recortar el discurso dominante (cuyos veredictos negativos toman con frecuencia la forma de un puro registro constatador), como a contribuir a neutralizarla.

 [23] Eduardo Febbro, "Al margen de la televisión. Entrevista con Pierre Bourdieu", La Ventana. Revista de Estudios de Género, núm. 8, Universidad de Guadalajara, diciembre de 1998.

 [24 ]Ibid., pp. 7-8.

 [25] Jéssica Benjamin, Los lazos del amor, Buenos Aires, Paidós, 1996.

 [26] Ibid., p. 125.

 [27] Judith Butler, Excitable speech. A politics of the performative, Londres, Routledge, 1997, pp. 134-163.

 [28] Michele Perrot, "El feminismo critica: 'lamentamos su ignorancia'", Revista de Estudios de Género. La Ventana, núm. 8, Universidad de Guadalajara, diciembre de 1998, pp. 325-327.

 [29] Didier Eribon, "Por qué siguen mandando los hombres", Revista de Estudios de Género. La Ventana, núm. 8, Universidad de Guadalajara, diciembre de 1998, p. 322.

 [30] Conclusiones de La domination, p. 122.

 [31] Ver particularmente el capítulo "género y dominación" en el texto de Benjamin citado en la nota 25.  

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