ESCRITOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA I - CRÍTICA DE LA SOCIEDAD

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Mijail
Bakunin

Compilación de G.P. Maximoff 

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El Libro de Bolsillo

Alianza Editorial

Madrid

Título original: The Political Philosophy of Bakunin Traductor: Antonio Escohotado

Primera edición en «El Libro de Bolsillo»: 1978 Primera reimpresión en «El Libro de Bolsillo»: 1990

© The Free Press, A Division of Macmillan Publishing Co., Inc, 1953

Todos los derechos reservados © E.d. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1978, 1990

Depósito legal: M. 39.918-1990


Prefacio del editor

El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos tentados a decir que tan antigua como la idea del gobierno, pero faltan pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este estado de las relaciones sociales como el ideal de la sociedad. En bellas y poéticas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la utopía anarquista. En el primer libro de sus Metamorfosis describe una edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador, porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la historia humana, mientras estos últimos la sitúan al final.

Pero Ovidio no fue el inventor de esos sentimientos. En su poesía repitió ideas que se habían abrigado durante siglos. Georg Adler, historiador social alemán que en 1899 publicó un estudio exhaustivo y bien documentado sobre la historia del socialismo, mostró que los criterios anarquistas fueron mantenidos sin duda por Zenón (342 al 270 a. C.), fundador de la escuela estoica de filosofía*. Había sin duda fuertes sentimientos anarquistas entre muchos de los primeros ermitaños cristianos, y en los criterios político-religiosos de algunos —como, por ejemplo, Carpocrates y sus discípulos (siglo ii de la era cristiana)— esos sentimientos parecen haber ocupado una posición fuerte, y quizá predominante. Sentimientos semejantes se revivieron entre algunas de las sectas cristianas fundamentalistas de la Edad Media, e incluso del período moderno.

Max Nettlau, el infatigable historiador del anarquismo, se ha ocupado también de esta cuestión y enumera una serie de trabajos, compuestos durante los dos siglos precedentes a la Revolución Francesa, que contienen puntos de vista libertarios, o incluso abiertamente anarquistas**. Entre los trabajos franceses más importantes de este período están el Discours de la Servitude Volontaire de Etionne de la Boétie, compuesto alrededor del 1550, pero no publicado hasta 1577; el libro de Gabriel Foigny, Les aventures de Jacques Sadeur dans la Dêcouverte et le Voyage de la Terre Australe, que apareció anónimamente en 1676; unos pocos ensayos cortos de Diderot, y una serie de poemas, fábulas y relatos de Sylvain Maréchal que se publicaron en las dos décadas inmediatamente anteriores a la Revolución. De modo semejante, pueden encontrarse ideas anarquistas durante el mismo período en Inglaterra, donde —como en Francia— suelen expresarlas representantes del ala más radical de la clase media ascendente. Aparecen, así, concepciones anarquistas en algunos de los escritos de Winstanley, y es bien conocido que el joven Burke, en su Vindication of Natural Society (1756), presenta un ingenioso argumento en favor de la anarquía, aunque la finalidad del trabajo fuera la sátira.

Pero todos estos escritos y muchos otros poseen una o dos características que los hacen diferir profundamente de los textos anarquistas posteriores. O bien son abiertamente utópicos, como acontece con los libros de Foygny o Maréchal, o se trata de opúsculos políticos dirigidos contra algún abuso experimentado directamente de algún legislador o algún gobierno, o dirigido al logro de una mayor libertad de acción dentro de una constelación política particular. No es infrecuente que contengan un análisis de la teoría política, pero es siempre incidental y no constituye nunca la meta principal del trabajo.

Como teoría sistemática, el anarquismo filosófico puede considerarse iniciado en Inglaterra con el trabajo de William Godwin Enquiry Concerning Political Justice, que apareció en 1793. El anarquismo de Godwin, como el de sus más inmediatos predecesores y el de Proudhon unos cincuenta años después, es la teoría política del ala más radical de la pequeña burguesía. En la Revolución Inglesa de 1668 y en la Revolución Francesa de 1789 la burguesía había roto el monopolio del poder político detentado antes por la corona y la aristocracia. Aunque los gobiernos post-revolucionarios estaban todavía muy influidos por la nobleza rural y la burocracia (que durante mucho tiempo siguió siendo una noblesse de robe), las familias de clase media más poderosas y opulentas se asociaron gradualmente por medio de matrimonios y alianzas políticas con los círculos aristocráticos; y puesto que el gobierno se abstenía de una interferencia excesiva en sus asuntos económicos, la haute burgeoisie le prestaba su apoyo gustosamente. Pero puesto que exigía y obtenía mayor libertad en asuntos económicos, fue un instrumento en el proceso de abolir gradualmente o hacer ineficaces las viejas organizaciones gremiales y otras asociaciones protectoras y casi monopolísticas, que habían sobrevivido desde la Edad Media y habían llegado a constituir una traba para el pleno desarrollo hasta del comercio en pequeña escala y de las manufacturas. A finales del siglo xviii el productor inglés que tenía unos pocos empleados, el pequeño tendero y el comerciante de baratijas formaban todos una masa de empresarios independientes. A mediados del siglo xix, en Francia, el artesano y el artífice, el campesino que ganaba lo justo para mantenerse a sí mismo y a su familia habían adquirido también la naturaleza de pequeños empresarios independientes. Todos esos hombres sólo tenían un pequeño capital a su disposición; estaban expuestos a los abiertos vientos de la competencia, sin protección de los gremios ni otras organizaciones cooperativas; por lo mismo, se vieron relegados a un estado de impotencia política. No recibieron beneficios del gobierno, y todas las legislaciones parecían tender a la protección de la propiedad a gran escala, a la salvaguarda de la opulencia acumulada, al mantenimiento de derechos monopolísticos en manos de las grandes compañías de comercio, y al apoyo a los privilegios económicos y políticos establecidos.

 

Los elementos más moderados de este grupo patrocinaban la tendencia hacía una reforma parlamentaria, mientras los radicales seguían a Paine y más tarde a los cartistas; pero algunos intelectuales más radicales mantuvieron ideas anarquistas. La distancia entre el anarquismo de Godwin y el liberalismo de algunos de sus contemporáneos no era muy grande. Básicamente, ambas doctrinas surgían de la misma corriente de tradiciones políticas, y la diferencia principal entre ellas se encontraba en que el anarquismo constituía la deducción más lógica y coherente a partir de las premisas comunes de la psicología pragmatista y la creencia de que la mayor felicidad y las relaciones sociales más armoniosas sólo podrían conseguirse si todas las personas disponían de libertad para perseguir su propio interés. Desde luego, y siguiendo a John Locke, los liberales consideraban a la propiedad como una consecuencia del derecho natural, y por ello apoyaban el mantenimiento de un monopolio del poder político en manos del gobierno para salvaguardar la seguridad de la propiedad y la vida contra un ataque interno y externo. Pero a esto replicaban los anarquistas: el gobierno protege la propiedad de los ricos; esta propiedad es un robo; suprimid el gobierno y acabaréis con los latifundios y la gran propiedad industrial; de este modo crearéis una sociedad igualitaria de productores pequeños y económicamente autónomos, una sociedad que además estará libre de privilegios o distinciones clasistas, donde el gobierno será superfluo porque la felicidad, la seguridad económica y la libertad personal de cada uno estarán salvaguardadas sin su intervención.

Es de la mayor importancia comprender que la doctrina anarquista propuesta por Godwin, Proudhon y sus contemporáneos fue la apoteosis de la existencia pequeño-burguesa. Que su ideal último era idéntico al Cándido de Voltaire: cultivar el propio jardín; que ignoraba o se oponía a las empresas industriales o agrícolas de grandes dimensiones; y que, por tanto, jamás se convirtió en una teoría política capaz de encontrar simpatía o un apoyo entusiástico entre las masas de trabajadores industriales. Era la ampliación radical de la doctrina liberal que consideraba que la libertad de cada uno era el bien político más elevado, y que la confianza responsable en la propia conciencia era el más alto deber político. Se basaba, por consiguiente, en una filosofía política estrechamente unida al ascenso de movimientos políticos de clase media liberales y antisocialistas. Pero Bakunin, como es bien sabido, se consideraba un socialista; logró su admisión como miembro dirigente de la Asociación Internacional de Trabajadores, luchó por el control de esta organización y tuvo entre sus seguidores a muchos verdaderos proletarios.

¿Cómo y por qué se asoció tan estrechamente hacia mediados del siglo xix el anarquismo con el socialismo, filosofía política que capitaneaba las aspiraciones de un estrato social diferente y que atraía a una clase de hombres tan distinta? No es necesario insistir en que la camaradería entre anarquistas y socialistas no fue nunca muy satisfactoria. Sin embargo, a pesar de los conflictos repetidos, las acusaciones mutuas y los amargos abusos, los anarquistas y los socialistas se agruparon una y otra vez, de tal manera que a finales del siglo xix se consideraba habitualmente al anarquismo como el ala más radical del socialismo. La razón de este estrecho vínculo entre socialistas y anarquistas no puede hallarse en la semejanza de sus doctrinas básicas, sino únicamente en la estrategia revolucionaria común a ambos.

La filosofía política de Godwin y Proudhon expresaba, como ya dijimos, las aspiraciones de una parte de la pequeña burguesía. Con la consolidación del capitalismo en Europa occidental y central durante el siglo xix, la lenta extensión del sufragio y la gradual retirada del laissez-faire, absoluto, unida a la adopción por el Estado de nuevas responsabilidades respecto a sus ciudadanos, sectores cada vez más amplios de la clase medía se convirtieron en firmes apoyos del orden político existente, y el anarquismo llegó a ser cada vez más una filosofía sostenida sólo por grupos pequeños y marginales de intelectuales. Este desarrollo tuvo como resultado que la teoría anarquista se volviera más difusa, y al mismo tiempo más radical. En vez de escribir gruesos volúmenes, como sucedía con Godwin y Proudhon, los anarquistas comenzaron a escribir opúsculos, panfletos y artículos de periódicos o revistas donde trataban asuntos del día, puntos de controversia personal o de facciones, y problemas de táctica revolucionaria. Los escritos a menudo fragmentarios de Bakunin —la alta proporción de manifiestos, proclamas y cartas abiertas en su obra— no son sólo típicos de sus rasgos personales, sino de la gran mayoría de las publicaciones anarquistas de su época. En esta situación, para salvar la teoría anarquista de una completa desintegración lo que se necesitaba era la aparición de un gran teórico o de una personalidad dinámica y poderosa que, por el transparente atractivo de sus propias convicciones, reuniese los fragmentos desperdigados del movimiento. Este papel fue el que le tocó a Bakunin. Sin ser un teórico de la altura de su gran antagonista, Marx, fue superior al líder socialista en el fervor de sus convicciones y en la pasión con que las expresó.

 

La importancia de Bakunin para los estudiantes de filosofía política reside, por eso, en la posición crucial que su obra ocupa dentro de la literatura anarquista y libertaria en general. A pesar de su abierta confusión en muchos casos, a pesar de las contradicciones internas de sus escritos, a pesar del carácter fragmentario de casi toda su producción literaria, Bakunin debe ser considerado el filósofo político anarquista más importante. Por el accidente de su nacimiento —tanto en el tiempo como en el lugar—, como consecuencia del cual sufrió muchas influencias tempranas desde el contacto con la eslavofilia hasta el hegelianismo, el marxismo y el proudhonismo; y en virtud también de su temperamento inquieto y romántico, Bakunin es un hombre que se encuentra en la encrucijada de diversas corrientes intelectuales, que ocupa una posición en la historia del anarquismo a finales de la era antigua y a comienzos de una nueva. No hay en las obras de Bakunin nada parecido al grave sentido común de Godwin, a la pesada dialéctica de Proudhon, a la ponderada minuciosidad de Max Stirner. En ellas ha desaparecido el anarquismo como teoría de la especulación política, y ha renacido como teoría de la acción política. Bakunin no está satisfecho con perfilar los males del sistema existente y describir el marco general de una sociedad libertaria; predica la revolución, participa en la actividad revolucionaria, conspira, arenga, hace propaganda, forma grupos de acción política y apoya todo alzamiento social, grande o pequeño, prometedor o destinado al fracaso, desde su mismo comienzo. Y el tipo de rebelión en la que piensa sobre todo Bakunin es la salvaje Pugachevchina, el desencadenamiento de las masas campesinas reprimidas durante siglos, que habían saqueado y destruido el campo, pero que se habían demostrado esencialmente incapaces de construir una sociedad nueva y mejor. Y aunque Bakunin no fue miembro de ninguno de los grupos de acción nihilista de Rusia ni en ninguna otra parte, su incondicional adhesión al derrocamiento revolucionario del orden existente suministraba inspiración a los hombres y mujeres jóvenes que creían en la eficacia de la «propaganda por los hechos». Con Bakunin aparecieron, por tanto, dos nuevas tendencias en la teoría anarquista. La doctrina se desplazó desde la especulación abstracta sobre el uso y el abuso del poder político a una teoría de la acción política práctica. Al mismo tiempo, el anarquismo dejó de ser la filosofía política del ala más radical de la pequeña burguesía y se convirtió en una doctrina política que reclutaba la masa de sus adherentes entre los obreros, incluso entre el lumpenproletariat, aunque sus cuadros centrales siguieran reclutándose entre la intelligentsia. Sin Bakunin es impensable el sindicalismo anarquista como el que existió largo tiempo sobre todo en España. Sin Bakunin, Europa quizá nunca habría presenciado un movimiento político anarquista organizado, como el que se hizo sentir en Italia, Francia y Suiza en los treinta años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Y el talento de Bakunin y su imaginación para «establecer una escuela de actividad subversiva tuvieron una importante influencia en las tácticas de Lenin»*.

Por tanto, se puede considerar que el papel de Bakunin en la tradición anarquista consistió en la fundación de un nuevo grupo político, en cuyo programa se encontraba la abolición de todos los partidos y todas las políticas, y en la elaboración del programa de ese nuevo partido, estableciendo sus pilares filosóficos y políticos generales. No es una hazaña pequeña, pero dada la peculiar constelación de movimientos políticos, intelectuales y prácticos que afectaron a Bakunin, su contribución a la teoría política debe ser de especial interés para los estudiantes dedicados a la historia de las ideas políticas y sociales. En el núcleo del pensamiento político de Bakunin hay dos problemas que han suministrado tema para una verdadera multitud de argumentaciones y debates: la libertad y la violencia. El primero de ellos ha sido la preocupación principal del anarquismo filosófico desde el mismo momento de su aparición en el pensamiento humano; el segundo fue añadido por Bakunin. La originalidad de su contribución está en el entrelazamiento de ambos temas dentro de una totalidad coherente.

Desgraciadamente, el pensamiento de Bakunin ha recibido muy escasa atención hasta hace muy poco tiempo en los Estados Unidos. Por ejemplo, el conocido texto de George H. Sabine Historia de la Teoría Política sólo menciona una vez a Bakunin, e incluso en esa ocasión no hace comentario alguno sobre sus puntos de vista, sino que simplemente lo enumera como precedente intelectual del sindicalismo. Sólo una minúscula fracción de los trabajos originales de Bakunin han estado disponibles hasta el presente en traducciones inglesas, y por lo mismo sus propias opiniones expresadas en sus propias palabras apenas son conocidas para quienes no leen otras lenguas. Pero tampoco son fáciles de conseguir las ediciones, rusas, francesas, alemanas y españolas de las obras de Bakunin, y hay bastantes bibliotecas en los Estados Unidos, incluso grandes, que sólo poseen colecciones muy pobres e incompletas de sus escritos.

 

La razón de esta negligencia en hacer disponibles las obras de un pensador político indiscutiblemente importante en una edición americana parece ser triple. En parte, la mala reputación que el anarquismo ha tenido en los Estados Unidos es una de las causas. Puesto que se consideraba un conjunto de creencias mantenidas por «criminales» o en el mejor de los casos «lunáticos», no parecía necesario poner a disposición de los lectores americanos la obra de un hombre considerado como el antecedente intelectual más importante de esa «demencia política». Pero ya hemos visto que el anarquismo no se originó en Bakunin; posee una historia larga y distinguida, y algunas de sus raíces —la búsqueda de la libertad humana, el postulado de una confianza moral responsable en la propia conciencia, el derecho a usar de la violencia contra la tiranía— se encuentran en la tradición radical cristiana y anglosajona, que tiene una profunda influencia sobre el pensamiento político en los Estados Unidos.

Una segunda razón para la inexistencia casi total de escritos de Bakunin en inglés ha sido la persistencia de un relato histórico unilateral sobre su conflicto con Marx, llevado casi al extremo de una leyenda por los seguidores y discípulos posteriores de este último. El incidente, la lucha por controlar la Asociación Internacional de Trabajadores, es probablemente el episodio más conocido de la vida de Bakunin. Por desgracia, no existe un solo estudio verdaderamente objetivo sobre dicho conflicto. Los seguidores de Marx han atribuido a veces los más siniestros motivos a Bakunin, y los seguidores de Bakunin, especialmente James Guillaume, parecen inspirados por tal odio hacia Marx que sus descripciones del conflicto deben descartarse debido a sus evidentes prejuicios. La mejor y más detallada historia de las relaciones de Bakunin con Marx, entre cuantas conozco, es el relato hecho por E. H. Carr en su biografía de Bakunin. No es necesario repetirlo aquí, ni siquiera en un breve resumen. En su aspecto esencial, la lucha entre Bakunin y Marx tenía por objeto el control de una organización con ramificaciones internacionales, que ambos creían capaz de conseguir gran influencia entre amplias masas de trabajadores. Puesto que la organización necesitaba tener un programa político claro y coherente, la lucha se hizo despiadada y utilizando todas las armas ideológicas a disposición de cada uno de los lados. Hubo denuncias y contra-denuncias, hubo censuras sobre el carácter y la pureza de motivos entre los oponentes, y puesto que tanto Marx como Bakunin podían encolerizarse y ser sarcásticos y violentos en el uso de las palabras, el conflicto fue doloroso para cada uno y dejó como secuela una gran cantidad de odio, sospechas y malos sentimientos. Bakunin perdió, pero la victoria de Marx fue una victoria pírrica, como es bien sabido. El conflicto entre los gigantes había destruido a la Internacional. La venganza póstuma del movimiento marxista, infinitamente mejor organizado y provisto de fondos considerablemente más amplios que los seguidores de Bakunin, fue el intento de condenar a Bakunin al olvido. Pero al hacerlo así hirió al propio Karl Marx, que había continuado leyendo los escritos de Bakunin incluso tras la ruptura; y sobre la base de algunas notas marginales que Marx escribió en su ejemplar de Gesudarstvennest i Anarkhiia (Estatismo y Anarquismo), publicadas por Ryazanoff en el segundo volumen (1926) de Letopisi Marksisma, hemos de concluir que muchas ideas de Bakunin ejercieron una influencia profunda y duradera sobre él. Y aunque la influencia de Bakunin sobre el socialismo ruso sólo se ha investigado parcialmente, poca duda cabe de que debe ser contado entre los precedentes intelectuales del partido leninista. La tercera razón para la falta de publicidad de las obras de Bakunin en Estados Unidos debe atribuirse al propio Bakunin. Como ya hemos indicado, la mayor parte de sus obras son fragmentarias o tratan problemas políticos del día o disputas entre facciones. El lector de esas obras se encuentra ante una pieza incompleta y necesita familiarizarse con un conjunto de datos sobre la historia de los partidos y movimientos radicales del siglo xix para poder valorarlas plenamente. Los posibles lectores de Bakunin han recibido alguna ayuda desde 1937 en la amplia biografía publicada por Edward H. Carr. Pero la utilidad del trabajo de Carr está estrictamente limitada, puesto que trata casi exclusivamente de los incidentes fácticos de la vida de Bakunin, y no de sus ideas. La intención obvia de Carr de no escribir una biografía intelectual aparece claramente demostrada por el hecho de no mencionar siquiera el libro Estatismo y Anarquismo, al que algunos consideran como la obra principal y más madura de Bakunin.

Por todos estos motivos, parece eminentemente deseable dejar que Bakunin hable por sí mismo. Pero publicar en inglés una selección amplia de sus obras habría presentado insuperables dificultades. No menos de varios volúmenes son necesarios para hacer justicia a la voluminosa producción de Bakunin. Dicho procedimiento era claramente impracticable —por muy deseable que pudiera considerarse desde el punto de vista puramente académico—, y sin duda habría retrasado durante décadas, si no para siempre, la aparición de las obras de Bakunin en inglés. Por fortuna esas dificultades quedan evitadas por la inteligente compilación y la presentación sistemática de fragmentos de las obras de Bakunin realizada por G. P. Maximoff, e incluida en este volumen. Aunque Bakunin nunca presentó sus ideas en forma tan sistemática y lógicamente coherente, la ventaja de esta solución es obvia: se gana mucho espacio sin perder ni la sustancia ni la fundamentación exhaustiva del pensamiento de Bakunin. Creemos, por ello, que este trabajo presenta de un modo adecuado el pensamiento de un importante pensador político del siglo xix, y desde luego de una de las tres o cuatro figuras principales en la historia del anarquismo filosófico.

 

Pero hay todavía otra razón para considerar oportuna una publicación actual de los escritos de Bakunin. El estado burocrático y centralizado crece por todas partes. En la órbita soviética todas las libertades personales, que incluso en los períodos más democráticos de esos países tuvieron una existencia muy tenue, están siendo suprimidas más concienzudamente que nunca. En el mundo occidental, las libertades políticas están sufriendo un ataque desde diversos puntos, y las masas —en vez de vocear abiertamente su preocupación por esta tendencia— parecen hacerse cada día más inertes, con gustos estereotipados, criterios estereotipados y, nos tememos, emociones estereotipadas. El campo está abierto de par en par para demagogos y charlatanes, y aunque pueda ser cierto todavía que resulta imposible engañar a todos durante todo el tiempo, muchas personas han sido al parecer engañadas durante un período muy largo. El estado cuartelario de Stalin, por una parte, y la creciente apatía política de amplios sectores de las masas populares, por otra, han proporcionado un nuevo ímpetu a algunos hombres de visión para reflexionar nuevamente sobre algunos de los principios considerados habitualmente como fundamento del pensamiento político occidental. El significado de la libertad, como las formas y límites de la violencia política, son problemas que preocupan hoy a tantos espíritus inteligentes como en los días de La Boétie, Diderot, Junius y Bakunin. En una situación semejante, el hombre suele volver —en busca de inspiración o confirmación para su pensamiento— sobre la obra de quienes han luchado con problemas idénticos o similares. Las sorprendentes y a menudo brillantes intuiciones de Bakunin presentadas en este volumen deben ser una fructífera fuente de ideas nuevas para la aclaración de las grandes cuestiones que rodean a los problemas de la libertad y el poder.

Bert F. Hoselitz

LA UNIVERSIDAD DE CHICAGO


 

Introducción
Por
Rudolf Rocker

Mijail Bakunin es una figura única entre las personalidades revolucionarias del siglo xix. Este hombre extraordinario combinó en su naturaleza el intrépido pensador socio-filosófico con el hombre de acción, mezcla rara vez encontrada en un mismo individuo. Siempre estaba preparado para utilizar cualquier oportunidad de remodelar alguna esfera de la sociedad humana.

Sin embargo, su tendencia impetuosa y apasionada a la acción remitió algo tras la derrota de la Comuna de París en 1871, y finalmente, tras el colapso de las rebeliones de Polonia e Imola en 1874, se apartó completamente de la actividad política dos años antes de morir. Su poderoso cuerpo estaba minado por las penurias que tan largo tiempo padeciera.

Pero esta decisión no estaba solamente motivada por el ocaso progresivo y rápido de sus facultades físicas. La visión política de Bakunin —que después se vería confirmada tan a menudo por los acontecimientos— le convenció de que el nuevo Imperio Alemán, tras la guerra franco-prusiana de 1870-71, había iniciado una época histórica desastrosa para la evolución social de Europa, destinada a "paralizar durante muchos años todas las aspiraciones revolucionarias en torno a un renacimiento de la sociedad en el espíritu del Socialismo.

La razón de abandonar la lucha no fue la desilusión de un hombre ya mayor, afligido por la enfermedad y sin fe en sus ideales, sino la certeza de que con el cambio de condiciones provocado por la guerra Europa había entrado en un período que rompería radicalmente con las tradiciones creadas por la gran Revolución Francesa de 1789, y que se vería seguido por una nueva e intensa reacción. En este sentido, Bakunin previó el futuro de Europa mucho más correctamente que la mayor parte de sus contemporáneos. Se equivocó en la duración de esta nueva reacción, que conducía a la militarización de toda Europa, pero captó su naturaleza mejor que nadie. Esto se observa muy particularmente en su patética carta del 11 de noviembre de 1874, a su amigo Nikolai Ogarev:

«En cuanto a mí, viejo amigo, esta vez he abandonado yo también, definitivamente, cualquier actividad práctica y me he retirado de toda conexión con compromisos activos. En primer lugar, porque el tiempo presente es decisivamente poco apropiado. El bismarckianismo, con su militarismo, su regla policíaca y su monopolio financiero unificados en un sistema característico del nuevo estatismo, está conquistando todo. Durante los diez o quince años próximos es posible que este poderoso y científico desprecio hacia lo humano se mantenga victorioso. No quiero decir que no pueda hacerse nada ahora, pero estas condiciones nuevas exigen nuevos métodos y, principalmente, nueva sangre. Siento que ya no sirvo para las luchas abiertas, y las he abandonado sin esperar a que un valiente Gil Blas me diga: «¡Plus d'homélies, Monseigneur!» (¡No más sermones, Señor!)

 

Bakunin jugó un papel destacado en dos grandes períodos revolucionarios, que hicieron conocido su nombre en el mundo entero. Cuando estalló en Francia la revolución de febrero de 1848 que —como ha dicho Max Nettlau— había previsto el propio Bakunin en su valiente discurso de noviembre de 1847 con ocasión del aniversario de la Revolución polaca, se apresuró a presentarse en París y en el corazón del torbellino de los acontecimientos revolucionarios vivió probablemente las semanas más felices de su vida. Pero pronto comprendió que el curso victorioso de la revolución en Francia, dado el fermento de rebeldía perceptible a todo lo largo de Europa, suscitaría fuertes reverberaciones en otros países; por eso era de decisiva importancia unificar a todos los elementos revolucionarios y evitar la desintegración de esas fuerzas, sabiendo que dicha dispersión sólo trabajaría a favor de la escondida contrarrevolución.

La capacidad adivinatoria de Bakunin estaba por entonces bastante más allá de las aspiraciones revolucionarias generales del momento, como se observa en su carta de abril de 1848 a P. M. Annenkov, y especialmente también en sus cartas a su amigo el poeta alemán Georg Herwegh, escritas en agosto del mismo año. Y tuvo también suficiente intuición política para observar que era preciso tener en cuenta las condiciones existentes para abolir los mayores obstáculos antes de que la revolución pudiera realizar sus metas más elevadas.

Poco después de la revolución de marzo en Berlín, Bakunin viajó a Alemania para tomar contacto desde allí con sus múltiples amigos polacos, checos y de otras nacionalidades eslavas, con la idea de estimularles a una rebelión general combinada con la democracia occidental y alemana. En ello veía el único camino posible para suprimir los baluartes del absolutismo real en Europa —Austria, Rusia y Prusia— que no se habían visto muy afectados por la gran Revolución Francesa. A sus ojos, esos países seguían siendo los frenos más fuertes contra cualquier intento de una reconstrucción social en el continente, y los más poderosos bastiones de cualquier reacción. Su actividad febril en el período revolucionario de 1848-49 alcanzó su punto culminante en la jefatura militar del alzamiento de Dresde en mayo de 1849, circunstancia que hizo de él uno de los revolucionarios europeos más celebrados, a quien ni siquiera Marx ni Engels podían negar el reconocimiento. Sin embargo, este período se vio seguido por años tenebrosos de largo y atormentador confinamiento en prisiones alemanas, austriacas y rusas, que sólo se aliviaron cuando fue exiliado a Siberia en marzo de 1857.

 

Tras doce años de cárceles y exilio, Bakunin logró escapar de Siberia y llegar a Londres en diciembre de 1861, donde sus amigos Herzen y Ogarev le recibieron con los brazos abiertos. Fue justamente entonces cuando comenzó a mitigarse la general reacción europea que había seguido a los acontecimientos revolucionarios de 1848-49. En la década de 1860 en muchas partes del continente aparecieron nuevas tendencias y un espíritu nuevo que inspiró una esperanza renovada entre los levantiscos cuya meta era la libertad humana. Los éxitos de Garibaldi y sus valientes bandas en Sicilia y en la península italiana, la insurrección polaca de 1863-64, la creciente oposición en Francia al régimen de Napoleón III, el comienzo de un movimiento laborista europeo, y la fundación de la Primera Internacional, fueron signos portentosos de grandes cambios por venir. Todos esos acontecimientos estimulantes hicieron creer a revolucionarios de diversas tendencias políticas que estaba gestándose un nuevo 1848, e incluso historiadores de reputación se vieron llevados a hacer predicciones similares. Fue una época de grandes esperanzas que, sin embargo, sucumbió con la guerra de 1870-71, la derrota de la Comuna de París y el fracaso de la Revolución española de 1873.

Esta atmósfera vibrante de la década de 1860 era exactamente lo que necesitaba la impetuosa tendencia de Bakunin a la acción, ansia que en modo alguno se vio debilitada por su doloroso confinamiento anterior. Casi parecía que intentaba recuperar toda la actividad perdida durante más de una década de forzado silencio. A lo largo de los prolongados años de prisión —primero en la fortaleza austriaca de Olmutz, y luego en la de Pedro y Pablo y en Schlüsselburg, donde se le mantuvo en situación de continuo confinamiento solitario— no tuvo posibilidad alguna de informarse sobre lo que acontecía en el mundo exterior. Y durante su exilio en Siberia tampoco pudo seguir las grandes transiciones europeas que siguieron a los días tormentosos de los dos años revolucionarios. Cuanto oyó por accidente en el período de exilio fueron débiles ecos venidos de tierras distantes, relatos de sucesos que carecían de relación alguna con su medio siberiano.

 

Esto ayuda a explicar por qué inmediatamente después de fugarse de los confines más distantes de Alejandro II, Bakunin intentó reanudar su actividad donde la había abandonado en 1849, anunciando que renovaba su lucha contra los despotismos ruso, austriaco y prusiano pidiendo la unión de todos los pueblos eslavos sobre la base de las comunas federadas y la propiedad común de la tierra.

Sólo tras la derrota de la insurrección polaca de 1863 y su marcha a Italia, donde encontró un campo enteramente nuevo para sus energías, asumieron las acciones de Bakunin un carácter internacional. Desde el mismo día de llegar a Londres su infatigable impulso interior le llevó una y otra vez a empresas revolucionarias que ocuparon los trece años siguientes de su agitada vida. Tomó parte directiva en los preparativos clandestinos para la insurrección polaca, e incluso consiguió persuadir al tranquilo Herzen para que siguiese un camino contrario a sus inclinaciones. En Italia fue fundador de un movimiento social-revolucionario que entró en conflicto abierto con las aspiraciones nacionalistas de Mazzini y atrajo a muchos de los mejores elementos de la juventud italiana.

Más tarde se convirtió en el alma y en el inspirador del ala libertaria de la Primera Internacional, siendo así, el fundador de la rama federalista y anti-autoritaria del movimiento socialista, que se diseminó por todo el mundo y que luchó contra todas las formas de socialismo estatal. Su correspondencia con revolucionarios bien conocidos de diversos países creció hasta adquirir un volumen casi sin paralelos. Participó en la revuelta de Lyon en 1870, y en el movimiento italiano de insurrección en 1874, cuando ya su salud estaba obviamente en quiebra. Todo ello indica la poderosa vitalidad y la fuerza de decisión que poseía. Herzen dijo de él: «Todo en este hombre es colosal, su energía, su apetito, hasta el propio hombre».

Se comprenderá fácilmente, dado lo tempestuoso de esa vida, la razón por la que han quedado en estado fragmentario la mayor parte de los escritos de Bakunin. La publicación de sus obras escogidas no comenzó hasta diecinueve años después de su muerte. Entonces, en 1895. P. V. Stock de París publicó el primer volumen de una edición francesa a cargo de Max Nettlau. A ese volumen siguieron otros cinco, también publicados por Stock pero al cuidado de James Guillaume, en el período que va desde 1907 a 1913. La misma editorial anunció la publicación de obras adicionales, pero se lo impidieron las condiciones derivadas de la Primera Guerra Mundial. Sabemos que Guillaume preparaba un séptimo volumen para los impresores, cuya aparición se preveía para después del Armisticio. Pero, desgraciadamente, no ha aparecido todavía. Los seis volúmenes franceses aparecidos incluyen el texto de numerosos manuscritos jamás impresos antes, así como obras publicadas en forma de panfleto en fechas anteriores.

En 1919-22 apareció en Petrogrado y debida a Golos Truda una edición rusa de Bakunin en cinco volúmenes. El primero de ellos es Estatismo y Anarquismo, que no aparece en la edición francesa. Pero la edición rusa carece de diversos trabajos de Bakunin incluidos en la francesa. Además de esos cinco tomos en ruso, el gobierno bolchevique planeaba preparar ediciones completas de los trabajos de Bakunin y Kropotkin en sus Clásicos Socialistas. La edición de Bakunin se confió a George Steklov, que pretendía publicar catorce volúmenes. Pero sólo se publicaron cuatro, que contienen escritos, cartas y otros documentos de Bakunin hasta 1861. Sin embargo, incluso esos cuatro volúmenes fueron retirados de la circulación andando el tiempo.

Los editores del periódico Der Syndikalist en Berlín publicaron tres volúmenes de Bakunin en alemán durante el período 1921-24. A sugerencia mía, emprendieron la tarea de producir dos nuevos volúmenes, con traducción y preparación de Max Nettlau, que también había elegido los contenidos y cuidado los volúmenes segundo y tercero de esta edición. Pero la dominación nazi impidió la publicación de estos dos volúmenes adicionales.

En la década de 1920 los administradores del periódico anarquista La Protesta, de Buenos Aires, proyectaron una edición castellana de Bakunin. Diego Abad de Santillán fue encargado de preparar el texto español, con Nettlau como asesor editorial. En 1929 habían aparecido cinco volúmenes de esa edición, siendo el quinto Estatismo y Anarquismo con un prólogo escrito por Nettlau. Pero la aparición de los cinco restantes se vio completamente bloqueada con la supresión de La Protesta y de su propio negocio editorial decretada por el régimen dictatorial de Uriburu, establecido en 1930.

El quinto volumen español incluía el texto de Anarquismo y Estatismo, que Bakunin escribió en ruso. Este libro no se ha traducido hasta el presente a ninguna otra lengua salvo el castellano, y en 1878 sólo se habían publicado unos breves pasajes en francés para la revista L'Avant-Garde en Chaud-de-Fonds, Suiza. Pero una especial virtud de la edición de Buenos Aires es la luminosa introducción histórica escrita por Nettlau para cada volumen. Después, en la época de la guerra civil española, Santillán intentó publicar las obras de Bakunin en Barcelona, y allí se imprimieron, en efecto, unos pocos volúmenes con un bello formato, pero la victoria de Franco liquidó cualquier intento de completar esa empresa.

 

Todavía no se ha publicado en ninguna lengua una edición completa de las obras de Bakunin. Y ninguna de las ediciones existentes —excepto el grupo de cuatro volúmenes publicado por el gobierno soviético ruso— contiene los escritos de su primer período revolucionario, que son de particular interés e importancia para la comprensión de su evolución espiritual. Algunos de esos escritos aparecieron en revistas o como panfletos en alemán, francés, checo, polaco, sueco y ruso. Entre estos textos estaba su notable y bien difundido ensayo La reacción en Alemania, fragmento hecho por un francés, que, bajo el pseudónimo de Jules Elysard, escribió para los Deutsche Jahrbücher publicados por Arnold Ruge en Leipzig; su artículo sobre Comunismo en la revista de Fröbel en Zürich, Schweizerischer Republikaner; el texto del discurso de Bakunin en el aniversario de la revolución polaca; sus artículos anónimos en la Allgemeine Oderzeitung de Breslau; su Llamamiento a los Eslavos en 1849 y otros escritos de ese período. Después, tras su huida de Siberia, Bakunin escribió su Llamamiento a mis amigos rusos, polacos y a todos los demás eslavos, en 1862; su ensayo La causa del pueblo: Romanov, Pugachev o Pesie/? que apareció durante el mismo año en Londres, y varios otros escritos.

Bakunin era un autor brillante, aunque sus escritos carezcan de sistema y organización, y sabía poner ardor, entusiasmo y fuego en sus palabras. La mayor parte de su obra literaria fue producida bajo la influencia directa de inmediatos acontecimientos contemporáneos, y como tomó parte activa en muchos de ellos rara vez tenía tiempo para pulir serena y deliberadamente sus manuscritos. Esto explica en gran medida por qué quedaron incompletos muchos de ellos, y a menudo en estado de meros fragmentos. Gustav Landauer lo comprendió bien cuando dijo : «He querido y admirado a Mijail Bakunin, el más seductor de todos los revolucionarios, desde el primer día que le conocí porque pocas disertaciones están escritas tan vivazmente como las suyas, y este es quizá el motivo de que sean tan fragmentarias como la vida misma».

Bakunin deseó durante largo tiempo exponer sus teorías y opiniones en un amplio volumen comprensivo de todas ellas, deseo que expresó repetidamente en sus últimos años. Lo intentó varias veces, pero por una u otra razón sólo lo consiguió en parte, cosa que —dada su vida prodigiosamente activa, donde cualquier tarea era fácilmente desplazada a un segundo lugar por otras diez nuevas— difícilmente podía haberse evitado.

El primer intento en esa dirección fue su trabajo La cuestión Revolucionaria: Federalismo, Socialismo y Anti-teologismo. Con sus más íntimos amigos presentó al Comité organizador del Primer Congreso de la Liga para la Paz y la Libertad —celebrado en 1867 en Ginebra— una resolución que pretendía obtener el apoyo de los delegados para sus tesis, esfuerzo enteramente desesperado dada la composición de ese comité. Bakunin expresó sus tres puntos en una extensa argumentación que debía imprimirse en Berna. Pero tras haber pasado por imprenta unas pocas paginas, el trabajo se detuvo y los moldes se destruyeron, por razones jamás explicadas. Como había sobrevivido el manuscrito (o la mayor parte de él), el texto se publicó en 1895 en el primer volumen de la edición francesa de Bakunin. Dicho trabajo ocupa 205 páginas. Sin embargo, falta la conclusión, pues el último párrafo impreso termina con una frase inacabada. No sabemos qué parte se perdió, o si Bakunin quizá no llegó a completarlo. Pero las páginas preservadas muestran claramente que pretendía incluir en un volumen los principios básicos de sus teorías y opiniones.

Bakunin, hizo un segundo y más ambicioso intento con su libro El Imperio Látigo-germánico y la Revolución Social, cuya primera parte se publicó en 1871. Durante su vida no llegó a aparecer la segunda parte, de la cual algunas páginas ya habían pasado por imprenta. Pero numerosos manuscritos, entre los cuales algunos estaban preparados muy cuidadosamente —como prueban las correcciones del texto— demuestran que Bakunin tenía un enorme interés por completar este trabajo.

Como la mayor parte de las producciones literarias de Bakunin, ésta estaba inspirada también por los acuciantes acontecimientos de la hora política. En dicho caso el motivo impulsor fue la guerra franco-alemana de 1870-71. Precedió ese escrito en septiembre de 1870 con una especie de introducción llamada Cartas a un francés sobre la Crisis Actual, texto del que sólo se imprimió una pequeña parte de 43 páginas en aquel momento. Con aquellas cartas, que había despachado secretamente a elementos rebeldes de Francia, Bakunin intentaba despertar al pueblo francés a una resistencia revolucionaria contra la invasión alemana, y su participación personal en la insurrección de Lyon en septiembre de 1871 atestigua que estaba presto a arriesgar su propia vida en tal aventura. Sólo cuando fracasaron los intentos sediciosos de Lyon y Marsella se vio obligado a huir de Francia, encontró tiempo para trabajar en su manuscrito más esencial, aunque aún entonces su trabajo de escribir se vio frecuentemente interrumpido. El residuo de las Cartas a un francés, inédito durante su vida, así como la mayor parte de los manuscritos preparados para el extenso volumen sobre el Imperio Látigo-alemán se publicaron por primera vez en francés mucho tiempo después de su muerte.

Aunque Bakunin jamás logró completar el extenso volumen pretendido, su intento de concentrarse sobre los puntos más importantes de sus propias teorías socio-filosóficas pronto le permitió enfrentarse a Mazzini con argumentos brillantes cuando éste lanzó sus ataques contra la Primera Internacional y la Comuna de París. De hecho, los escritos polémicos de Bakunin contra Mazzini, y especialmente La teología política de Mazzini y la Internacional, se encuentran entre los mejores de cuantos salieron de su pluma. Partiendo de diversos manuscritos dejados por Bakunin es evidente que pretendía escribir una continuación de este panfleto, pero sólo se han descubierto unas pocas notas esquemáticas sobre el tema.

 

Su última obra importante, Estatismo y Anarquismo, apareció en 1873. Fue el único texto extenso que escribió en ruso. Allí incorporó muchas ideas que se encuentran en una forma u otra a lo largo de diversos manuscritos que Bakunin pretendía incluir en El Imperio Látigo-germánico y la Revolución Social. Pero de Estatismo y Anarquismo sólo se ha publicado la primera parte, que, junto con un apéndice, comprende 332 páginas impresas en la edición rusa. En 1874, cuando Bakunin se había retirado definitivamente de la acción revolucionaria, tanto pública como secreta, pudo haber encontrado tiempo para materializar esta ambición de toda la vida; pero su enfermedad y el problema de cubrir las mínimas necesidades de subsistencia ocuparon sus dos últimos años de existencia, aunque no sospechara cuán breve era el plazo de su vida. Pero incluso en esos días de horrible pobreza estaba atormentado por el deseo de terminar la gran tarea literaria tan frecuentemente interrumpida. En noviembre de 1874 escribió a Ogarev en la carta antes citada:

«Por lo demás, no me quedo ocioso y trabajo mucho. En primer lugar, estoy escribiendo mis memorias, y en segundo —si las fuerzas me lo permiten — me preparo a escribir las últimas palabras sobre mis convicciones más profundas. Y leo mucho. Actualmente estoy leyendo tres libros a la vez: la Historia de la Cultura Humana de Kolb, la Autobiografía de John Stuart Mill y a Schopenhauer... Ya estoy harto de enseñar. Ahora, viejo amigo, en nuestros días de vejez queremos comenzar a aprender de nuevo. Es más entretenido.»

Pero sus memorias, que Herzen le había estimulado tanto y tan a menudo a escribir, jamás llegaron al papel salvo un fragmento titulado Historia de mi Vida, donde Bakunin habla de su primera juventud en la finca familiar de Pryamukhino. El texto lo publicó por primera vez Max Nettlau en septiembre de 1896, para la revista Société Nouvelle de Bruselas.

Aunque la masa de escritos de Bakunin haya seguido siendo fragmentaria, los numerosos manuscritos que dejó y que se imprimieron sólo bastantes años después contienen muchas ideas originales y sagazmente desarrolladas sobre una gran variedad de problemas intelectuales, políticos y sociales. Y estas ideas mantienen en gran medida su importancia y pueden inspirar también a las generaciones futuras. Entre ellas están las observaciones profundas e ingeniosas sobre la naturaleza de la ciencia y su relación con la vida real y los cambios sociales de la historia. Deberíamos recordar que esas espléndidas disertaciones se escribieron cuando la vida intelectual solía estar bajo la influencia del resurgir de las ciencias naturales. En esa época se asignaban a la ciencia funciones y tareas que jamás podría cumplir, y muchos de sus representantes se veían llevados por ello a conclusiones que justificaban cualquier forma de reacción.

Los propugnadores del llamado darwinismo social hicieron de la supervivencia del más fuerte la ley básica de existencia para todos los organismos sociales, e increpaban a cualquiera que osase negar esta revelación científica definitiva. Economistas burgueses e incluso socialistas, arrastrados por el ansia de proporcionar un fundamento científico a sus propios tratados, malentendieron tanto el valor del trabajo humano que lo consideraron equivalente a un bien intercambiable por cualquier otro. Y en sus intentos por reducir a fórmulas válidas el valor de uso y el valor de cambio olvidaron el factor más vital, el valor ético del trabajo humano, verdadero creador de toda vida cultural.

Bakunin fue uno de los primeros en percibir claramente que los fenómenos de la vida social no podían adaptarse a fórmulas de laboratorio, y que los esfuerzos en esa dirección conducirían inevitablemente a una tiranía odiosa. En modo alguno se equivocó en cuanto a la importancia de la ciencia, y jamás pretendió negarle su puesto; pero recomendó cautela antes de atribuir un papel excesivamente grande al conocimiento científico y a sus resultados prácticos. Estaba en contra de que la ciencia se convirtiese en árbitro final de la vida personal y el destino social de la humanidad, pues era agudamente consciente de las desastrosas posibilidades de tal camino. Hasta qué punto estaba en lo cierto lo comprendemos ahora mejor que sus propios contemporáneos. Hoy en la era de la bomba atómica, se hace obvio hasta qué punto nos hemos visto extraviados por el predominio de un pensamiento exclusivamente científico cuando no se ve influido por consideración humana alguna y sólo tiene en cuenta los resultados inmediatos prescindiendo de las consecuencias finales, aunque puedan llevar al exterminio de la vida humana.

Entre las incontables notas fragmentarias de Bakunin existen diversos memorándums esquemáticos, que pretendía desarrollar cuando el tiempo se lo permitiera. Y jamás tuvo tiempo suficiente para hacerlo. Pero hay otros desarrollados con un meticuloso cuidado y un lenguaje vivamente expresivo; por ejemplo, el centelleante ensayo que Carlo Cafiero y Elisée Reclus publicaron por primera vez en 1882 —en forma de panfleto— bajo el título Dios y el Estado. Desde entonces ese panfleto se ha reimpreso en muchas lenguas, y ningún otro escrito del autor ha tenido una circulación más amplia. Una continuación lógica de este ensayo, en páginas escritas para El Imperio Látigo-germánico, fue descubierta después por Nettlau entre los escritos de Bakunin e incorporada bajo el mismo título en el primer volumen de la edición francesa de Obras, tras publicar un extracto en inglés en la revista de James Tochetti Liberty, publicada en Londres.

El mundo de las ideas de Bakunin se revela en un gran número de manuscritos. No era por eso tarea sencilla descubrir en este laberinto de fragmentos literarios las conexiones internas esenciales para formar un cuadro completo de sus teorías.

Fue un propósito admirable por parte de nuestro querido camarada Maximoff, que murió demasiado joven, presentar en un orden adecuado los pensamientos más importantes de Bakunin, proporcionando así al lector una exposición clara de sus doctrinas en las páginas que siguen. Este trabajo es particularmente recomendable porque la mayor parte de los escritos escogidos de Bakunin están agotados y son difíciles de obtener en cualquier lengua. Las ediciones rusas y alemanas están completamente agotadas, y varios volúmenes de la edición francesa no son disponibles ya. Es especialmente satisfactorio que la edición actual aparezca en inglés, porque de Bakunin sólo Dios y el Estado y unos pocos panfletos menores han aparecido en inglés.

Maximoff dividió sus selecciones anotadas en cuatro partes, y ordenó en una secuencia lógica los conceptos fundamentales expresados por Bakunin sobre temas que incluían la religión, la ciencia, el Estado, la sociedad, la familia, la propiedad, las transiciones históricas y los métodos de lucha por la liberación social. Como profundo conocedor de las ideas socio-filosóficas de Bakunin y de su obra literaria, Maximoff estaba magníficamente cualificado para emprender este proyecto, al cual entregó años de duro trabajo.

Gregori Petrovich Maximoff nació el 10 de noviembre de 1893 en la aldea rusa de Mitushimo, provincia de Esmolensko. Tras completar su educación elemental, fue enviado por su padre al seminario teológico de Vladimir para iniciar la carrera sacerdotal. Aunque terminó el curso allí comprendió que no estaba hecho para esa vocación y partió hacia San Petersburgo, donde ingresó en la Academia Agrícola y se graduó como agrónomo en 1915.

A una edad muy temprana tomó contacto con el movimiento revolucionario. Era incansable en su búsqueda de nuevos valores espirituales y sociales, y durante sus años universitarios estudió los programas y métodos de todos los partidos revolucionarios en Rusia, hasta encontrar un día ciertos escritos de Kropotkin y Stepniak donde halló confirmación a muchas de sus ideas, a las cuales había llegado por sus propios caminos. Y su evolución espiritual recibió un empuje adicional al descubrir en una biblioteca privada del interior de Rusia dos obras de Bakunin que le impresionaron profundamente. De todos los pensadores libertarios, Bakunin era quien atraía más intensamente a Maximoff. El lenguaje osado del gran rebelde y el irresistible poder de sus palabras, que tan profundamente habían influido sobre tantos jóvenes rusos conquistó también a Maximoff, que durante el resto de su vida quedaría bajo su fascinación.

Maximoff tomó parte en la propaganda secreta hecha entre los estudiantes de San Petersburgo y los campesinos en las regiones rurales, y cuando al fin estalló la tan esperada revolución estableció contacto con los sindicatos, trabajando en sus consejos y hablando en sus reuniones. Fue un período de ilimitadas esperanzas para él y sus camaradas que, sin embargo, se vio cegado poco después de asumir los bolcheviques el control del gobierno ruso. Se unió al Ejército Rojo para combatir a la contrarrevolución, pero cuando los nuevos dueños de Rusia utilizaron el ejército para tareas policíacas y para desarmar al pueblo, Maximoff rehusó obedecer órdenes de ese tipo y fue condenado a muerte. Sólo por la solidaridad y las enérgicas protestas del sindicato de trabajadores del metal se le perdonó la vida.

Fue arrestado por última vez el 8 de marzo de 1921, en la época de la rebelión de Kronstadt, y arrojado a la prisión de Taganka en Moscú junto a una docena de camaradas, bajo el único cargo de mantener opiniones anarquistas. Cuatro meses más tarde tomó parte en una huelga de hambre, que duró diez días y medio y tuvo amplias repercusiones. La huelga sólo terminó después de que los camaradas franceses y españoles —asistentes entonces a un congreso de la Internacional Sindical Roja— elevaran sus voces contra la falta de humanidad del gobierno bolchevique y exigieran la libertad de los prisioneros. El régimen soviético accedió a esta demanda con la condición de que los prisioneros, todos ellos rusos nativos, fuesen exilados de su tierra natal.

Este es el motivo de que Maximoff fuese primero a Alemania, donde tuve la grata oportunidad de conocerle y unirme al círculo de sus amigos. Permaneció en Berlín unos tres años, y luego se trasladó a París. Allí estuvo seis o siete meses, tras los cuales,  emigró a los Estados Unidos.

Maximoff escribió abundantemente sobre la lucha humana a lo largo de muchos años, durante los cuales fue diversas veces director y colaborador de periódicos y revistas libertarias en lengua rusa. En Moscú trabajó como co-director de Golos Truda [«Voz del trabajo»] y, más tarde, de su sucesora Novy Golos Truda [«Nueva Voz del Trabajo»]. En Berlín se convirtió en director de Rabotchi Put [«La Senda del Trabajo»], revista publicada por anarcosindicalistas rusos. Al establecerse más tarde en Chicago, se le nombró director de Golos Truzhenika [«Voz del Explotado»], en la que había colaborado desde Europa. Cuando dicho periódico dejó de existir, se encargó de la dirección de Dielo Trouda-Probuzhdenie [«Causa del Trabajo-Despertar», nombre surgido de la fusión de dos revistas], aparecida en Nueva York, puesto que mantuvo hasta su muerte. La lista de escritos de Maximoff en el terreno periodístico forma una bibliografía extensa y sustancial.

Entre sus escritos, se encuentra también un libro llamado La guillotina en funciones, historia muy bien documentada de 20 años de terror en la Rusia soviética, publicado en Chicago en 1940; un volumen titulado Anarquismo Constructivo, publicado igualmente en esa ciudad en 1952; un panfleto, Bolchevismo: Promesas y Realidad, que constituye un luminoso análisis de las acciones del partido comunista ruso, aparecido en Glasgow en 1935 y reimpreso en 1937; y dos panfletos en ruso publicados primero en Alemania: En lugar de un Programa, que examinaba las resoluciones de dos conferencias de anarco-sindicalistas en Rusia, y Por qué y Cómo despertaron los bolcheviques a los anarquistas de Rusia, relacionado con sus experiencias y las de sus camaradas en Moscú.

Maximoff murió en Chicago el 16 de marzo de 1950, mientras estaba aún en la flor de la edad, a consecuencia de trastornos cardiacos, y fue llorado por todos quienes tuvieron la buena suerte de conocerle. No sólo era un pensador lúcido, sino un hombre de impecable carácter y amplia comprensión humana. Y era una persona integral, en la que la claridad del pensamiento y el calor de los sentimientos se unificaban del modo más feliz. El anarquismo no era para él solamente una preocupación dirigida al porvenir, sino el leit-motiv de su propia vida; desempeñaba un papel en todas sus actividades. También tenia comprensión para otras concepciones distintas, mientras estuviese convencido de que dichas creencias estaban inspiradas por la buena voluntad y por una convicción profunda. Su tolerancia era tan grande como amistosa y cooperativa su actitud hacia todos aquellos que entraban en contacto con él. Vivió como un anarquista, no porque sintiese el deber de hacerlo así, impuesto desde el exterior, sino porque no podía obrar de otro modo, porque su ser más íntimo siempre le hizo obrar como sentía y pensaba.

Crompond, N. Y. Julio, 1952

 

 

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