LAS RELIGIONES DEL MUNDO

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El concepto de trascendencia en la historia de la humanidad

Hagamos un poco de ciencia ficción y supongamos que un investigador galáctico desciende al planeta Tierra en el que se ha extinguido la raza humana: a través de las ruinas se dispone a estudiar la conducta del hombre comparándola con la de los demás seres vivos. Deduce que el Homo sapiens sapiens, como todas las demás especies vivas, nació, creció, se reprodujo y murió; que, como casi todas las especies animales, aunque con una tecnología más evolucionada, construía sus cubículos; como muchas de ellas tenía una organización gregaria y jerárquica y sólo como algunas pocas fabricaba instrumentos, investigaba el funcionamiento de la naturaleza y diseñaba estrategias de preservación personal y de utilización de los recursos en favor del clan.

Aparentemente fue el único que se planteó algo tan inconsistente e intangible como la trascendencia. El hombre no sólo buscaba comida y comía; no sólo buscaba pareja y se apareaba, y establecía una vivienda elaborada como cubículo y se refugiaba en ella; no sólo establecía relaciones de dominio y sumisión entre los suyos y los animales y plantas de su entorno; y, en el ámbito de estas relaciones, no sólo comerciaba y guerreaba.

En la Tierra desierta quedan ciudades, mercados, comercios y edificios bancarios, entre otras innumerables huellas del paso y la acción del hombre en el planeta. Quedan lugares de encuentro y discusión, cines, teatros, salas de fiestas y cosos deportivos con taquilla en la entrada. Pero también quedan edificios singulares, aparentemente sin sentido, como lugares de encuentro social y sin taquilla en la entrada, aunque con muros (a veces defensivos) y puertas: son los templos.

¿Por qué, para qué el hombre erigió esos edificios no utilitarios y carísimos, de arquitectura casi siempre pionera con relación al tiempo en que fueron construidos? ¿Sólo para demostrar el poder de la clase clerical que los mandó construir? ¿Qué se encuentra en el interior de esos templos, sino espacios libres y, en todo caso, artes decorativas, y a veces altares y muebles obviamente pensados para que un humano se prosterne con menos incomodidad? ¿Para qué tanto dispendio y fastuosidad si en todo lo demás, excepto en la poesía, el Homo sapiens era una de las especies más depredadoras, asoladoras y utilitaristas?

Las cuestiones que se planteará el antropólogo galáctico serán sorprendentes y, sin duda, la respuesta que dará, si no conoce la trascendencia (cosa difícil puesto que realiza sus investigaciones en las estrellas), será la perplejidad más impenetrable. ¿Era el hombre tan goloso, tan voraz de vida que no le bastaba con aquella de la que gozaba, sino que pretendía otra después de la muerte; o esa vida le resultaba tan penosa que sólo le quedaba como consuelo el refugio en la esperanza de una vida posterior mejor y llena de placeres? ¿Tan orgulloso era que pretendía la inmortalidad, a pesar de la fragilidad de su estructura corporal y de la limitación de su capacidad cognitiva? ¿Tan infantil, a pesar de tan inteligente, que pretendía comprar a los dioses unos atributos exclusivamente sobrenaturales, arrebatar para sí una esencia metafísica? ¿Y para ello rezaba, se mortificaba, peregrinaba, se reunía en multitudes orantes, cumplía mandamientos, daba limosnas, se ejercitaba en la donación desinteresada a los demás? ¿Eran realmente desinteresadas las conductas éticas de los seres humanos, regidas por ideas religiosas convertidas en principios de vida?

Volvamos a nuestro siglo XXI: en el planeta Tierra y a la altura de nuestros conocimientos, el fenómeno de la trascendencia es en apariencia exclusivo de la humanidad. Y tan difícil de definir que se ha dicho que cualquier explicación del fenómeno religioso está necesariamente viciado por las ideas preconcebidas de quien intenta realizarla. Se puede describir sin riesgo, quizás, como una realidad social que liga ("re-liga", éste es el origen de la palabra "religión") a cada una de las personas íntimamente con el entorno social donde surge un determinado sistema de creencias; casi siempre da sentido a un sistema cultural tan amplio como se quiera y que implica a diversos conjuntos de grupos humanos étnica y geográficamente afines. Un fenómeno, además, capaz de propagarse y de ser utilizado como instrumento de cohesión política interna así como de expansión externa, de cariz netamente imperial.

Ésta es la historia del hombre en su inquietante dimensión espiritual, la aventura del robo del fuego sagrado, la manzana comida del árbol de la ciencia del bien y del mal, el osado aldabonazo propinado a las puertas del Olimpo, del cielo, del Paraíso, en suma, del que aparentemente fue expulsado en los tiempos primeros y al que siempre tercamente pretendió regresar.

 

El culto en el Paleolítico

Si el hombre prehistórico fue "religioso", es un misterio para nosotros porque sus mensajes, en caso de que hayan conseguido llegar hasta hoy, lo han hecho truncados por el tiempo, la ruina, el saqueo... y el silencio.

Tal vez hace decenas de miles de años uno de nuestros ancestros celebró un complejo ritual de ofrenda, durante el cual colocó en el suelo una piedra y puso encima de ella una corteza vegetal pintada de ocre, y en su interior una víscera asada de un animal recién cazado. A quién iba dirigida la ofrenda, en qué consistía y, sobre todo, por qué y cómo se realizó, no lo narran los restos fósiles que nuestros científicos recogen, estudian, clasifican y guardan en museos. Los gestos y la palabra del ancestro, la víscera, la bandeja y hasta la propia memoria del dios..., todo ha desaparecido. Y por lo que se refiere a la piedra, sólo el ojo experto de un arqueólogo puede distinguirla de las demás piedras que afloran durante la excavación.

Es decir, que sabemos poco más que nada.

Aun así, resulta seductora la idea de introducirnos en el silencio y el asombro que suscita la contemplación de los restos no utilitarios de nuestros antepasados más remotos. Porque en un entorno de absoluta supervivencia en el que ellos tuvieron que moverse necesariamente, cualquier manifestación que no implique mera utilidad nos parece indicar una voluntad de trascendencia.

En nuestros días se ha conseguido asentar una certeza sobre operaciones de culto religioso y sobre un armazón de creencias entre los seres humanos primitivos. Sabemos, por ejemplo, que el hombre de Neanderthal tenía comportamientos que iban más allá del beber y el comer, que amasaba bolas, recogía fósiles y ocre, y ocultaba a algunos de sus muertos...; quedan vestigios de un cierto "culto" a las osamentas, quizás al oso, han llegado hasta nosotros colmillos perforados para llevar colgados a modo de trofeo... Pero de ahí no es posible deducir ideas precisas sobre el modo de pensar -religioso o no- de la Prehistoria, so pena de dar por verdad sentada lo que en realidad nunca sucedió o, si sucedió, fue por otros motivos o de otra manera. Dicho de otro modo, esto sólo añadiría nuevas incertidumbres a lo de por sí ya confuso de sobras.

En cambio, a partir del Paleolítico superior (entre 30000 y 9000 antes de nuestra era) se abre para la humanidad la nueva etapa de la figuración gráfica. El hombre del caballo y del bisonte deja ya miles de figuras que, sin ser textos, constituyen vestigios de una literatura oral que puede ser tratada como tal.

 

El arte religioso prehistórico

Pinturas calladas durante milenios

Arte, abstracción, orden

La religión en la Edad de Piedra

El arte rupestre conocido

Breve cronología del arte religioso prehistórico

 

Pinturas calladas durante milenios

 

Como un eco lejano, suspendido en el tiempo y de repente percibido, el arte prehistórico conservado en abrigos naturales hoy nos sigue atestiguando que sus autores percibieron lo trascendente.

Las pinturas rupestres son como un decorado sin texto teatral en un escenario vacío sólo iluminado por las débiles luces de la conjetura; no hay vestuario, ni partitura musical ni siquiera un triste programa de mano, nada: sólo nos quedan el decorado y el silencio de siglos.

Ni siquiera conocemos a ciencia cierta cómo debemos aplicar la palabra "religión" a un "santuario" que consiste en un abrigo natural decorado con grabados y pinturas de las que sólo conocemos su antigüedad aproximada, y, en algunas ocasiones, la composición del colorante.

En cuanto al artista, sólo podemos ceñirnos a las manifestaciones y preocupaciones que, en apariencia, sobrepasen el orden natural de la mera subsistencia. Argumentos como la prolongación de la especie o un zozobrante asombro frente al misterio de la muerte son todavía terrenos más oscuros, más conjeturales, por lo que más inciertas serán las conclusiones. Nos movemos en un mundo de sombras lejanas.

 

Arte, abstracción, orden

Las primeras muestras de arte paleolítico europeo fueron descubiertas en el último tercio del siglo XIX en Francia y Suiza (1878) y en Altamira, España (1879). Las discusiones que siguieron a los descubrimientos dieron pie a reconocer en la humanidad en general, y a la prehistórica en particular, un rasgo fundamental: el origen común de la religión y el arte. Incluso en las obras menos figurativas y más despojadas de contenido religioso, el artista es el creador de un mensaje mediante el cual, a través de las formas, pretende llenar la necesidad individual y social de un punto de inserción en el mundo móvil y aleatorio que le rodea.

Por lo que respecta al arte, el Paleolítico abarca, en general, tres categorías de temas: animales, seres humanos y signos. Los signos son muy numerosos y están presentes en todas las cavernas descubiertas.

En los signos, la fantasía contemporánea, muchas veces disfrazada de ciencia prehistórica, ha querido ver trampas de caza, trampas-choza para cazar espíritus, armas o trofeos conmemorativos. Sin embargo, análisis estilísticos y estadísticos rigurosos invitan más bien a pensar en la hipótesis de que los signos fueran símbolos de carácter sexual masculino y femenino, y de que se trataría, por tanto, de la explicitación de una primera percepción de la dualidad y la síntesis.

En las pinturas rupestres, la representación de animales heridos ha sido un "argumento" en favor de una interpretación mágica de las escenas, según la cual, los humanos de la Edad de Piedra remota herían la imagen de los animales para asegurarse el éxito de la caza. Pero un recuento de los animales pintados en las poco más de 125 cuevas que se conocen en el mundo, con más de 2 500 figuras, demuestra que los animales heridos representan sólo el cuatro por ciento de todos los animales representados, lo cual no significa, por supuesto, que los primitivos renunciaran al 96 por ciento de sus expediciones de caza, o que en ellas fracasaran en la misma proporción. Sin magia, el arte paleolítico pierde absolutamente cualquier carácter utilitario y pasa a ser sólo manifestación del espíritu: arte.

Y por otra parte, las pinturas de las cavernas muestran un mundo auténticamente organizado. No percibimos al detalle un sistema simbólico, pero sí advertimos que el conjunto se apoya en representaciones cuya disposición supone un pensamiento más allá del prejuicio que sobre él nos habían transmitido los teóricos.

¿Es posible "animar" el legado del hombre de las cavernas sin introducir en él elementos modernos? Una vez adquirida la certeza de que existe una organización de conjunto, podemos realizar un análisis de los temas tratados y buscar indicios de su relación mutua.

 

La religión en la Edad de Piedra

Como en todas las religiones perdidas, la religión de la Edad de Piedra nos ha llegado a través del arte conservado. En él encontramos, tras los símbolos de personajes humanos o animales, una determinada concepción del orden universal. Innumerables religiones utilizaron figuras masculinas y femeninas como elemento central. El arte paleolítico contiene también esa representación con el añadido de un emparejamiento estadístico constituido por el bisonte y el caballo, o por una pareja de bisontes y una pareja de caballos que parecen representar dos grupos complementarios. Interviene a menudo un tercer animal (mamut, ciervo, cabra).

No sería difícil encontrar esquemas mitológicos en los que la combinación binaria de personajes entra en relación con un tercero. Pero esa vinculación dinámica escapa a nuestra comprensión; por mucho que la fórmula se repita cientos de veces en las cavernas, lo único que afirma es la existencia de un sistema de representación sólidamente establecido. Lo único que podemos constatar, aparte de un principio general de complementariedad entre símbolos de distinto valor sexual, es que las representaciones recubren un sistema extremadamente complejo y rico, una mitología que, a partir del año 12000 antes de nuestra era, quizás se prolongó evolucionando hasta tiempos posteriores, quizás incluso de un modo u otro hasta nuestros propios días..., pero cuyo contenido siempre desconoceremos.

 

El arte rupestre conocido

Si los primeros vestigios humanos se remontan a unos 2,3 millones de años, hasta hace unos 40 000 nuestros antepasados proliferaron en el planeta Tierra como una especie más de mamíferos depredadores, en apariencia sin proyectos trascendentes. A partir de esa fecha, las balbucientes manifestaciones artísticas de algunos especímenes humanos nos invitan a pensar que habían dado el paso hacia la comprensión de algo trascendente más allá de las tareas cotidianas de la comida, la protección del grupo y la procreación instintiva.

Ciñéndonos a esas fechas, el arte rupestre (grabados, pinturas y relieves en las cavernas) se difundió casi exclusivamente en la Europa atlántica, aunque también (en menor abundancia) en el interior de las penínsulas Ibérica e Itálica, Rumania y Rusia; en Asia sólo hay vestigios en el sur de Siberia; las pinturas de África no pueden fecharse con seguridad, y en América y Oceanía no se conocen. El núcleo principal se extiende por la región francocantábrica, desde el oeste de las tierras asturianas, continuando por Cantabria, los Pirineos y la margen derecha del Ródano.

Aunque existen representaciones figurativas en rocas al aire libre o en entradas de abrigos, las mejores creaciones se encuentran en el interior de las cuevas, en algunos casos en zonas muy alejadas de la entrada, para lo cual los artistas tuvieron que ayudarse de luz artificial proporcionada por lamparillas de arenisca (algunas decoradas) alimentadas con grasa animal. Los científicos han clasificado los estilos y la cronología a partir de diversos hallazgos.

 

Breve cronología del arte religioso prehistórico

-35000 a 30000: primeras manifestaciones decorativas muy simples: Arcy-sur-Cure, Laugerie-Haute (Francia).

-30000 a 25000: primeros grabados sobre piedra, toscas representaciones animales, símbolos femeninos y abstractos: Cellier (Francia).

-25000 a 18000: representaciones de especies animales reconocibles en accesos a las cuevas: Pair-non-Pair (Francia).

-17000 a 13000: pinturas de animales con volumen, todavía en las bocas de las cavernas, aunque alguna, como en Lascaux, ya en el interior.

-13000 a 10000: perfección de proporciones y movimiento: Lascaux (Francia), Altamira (España).

-10000 a 8000: representaciones muy realistas y con movimiento, animales en grupos y en distintas actitudes: Limeuil (Francia).

-8000 a 6000: en el Levante español se representan actividades cinegéticas humanas en cuevas de Cádiz, Jaén, Almería, Murcia, Albacete, Cuenca, Teruel, interior de Valencia, Castellón, Tarragona y Lérida.

En Mas d'Azil (Francia) y en otros yacimientos se encuentran cantos de piedra pintados: se han relacionado con los churinga australianos, "piedras del alma" de los antepasados que cada tribu guardaba como patrimonio sagrado.

 

Los ritos funerarios prehistóricos

Huellas de ritos funerarios prehistóricos

Emoción y culto

Los primeros cementerios

Glosario fundamental de la religión prehistórica

Cronología del pensamiento trascendente en la prehistoria

-35000 a -8000

-8000 a -5000

-5000 a -3000

 

Huellas de ritos funerarios prehistóricos

Los ritos funerarios tienen un significado claramente religioso, ya que son, en primer lugar, una respuesta elaborada a la constatación del hecho de la muerte -una reflexión trascendente- y una exaltación de la memoria de los muertos.

El culto a los muertos de las comunidades humanas primitivas implica la presencia de la conciencia de la muerte, probablemente la creencia en los espíritus de los muertos y en una comunidad de difuntos, y casi con toda seguridad, una concepción de la muerte como una prolongación de la vida con unas necesidades más o menos similares a ésta.

Los enterramientos rituales prehistóricos, en los que se ataviaba al difunto con su ajuar, adornos y los atributos de que había gozado en vida, debían de tener ese significado, si no nos empeñamos en creer que sus coetáneos quisieran enterrar con el difunto todo rastro o recuerdo que de alguna manera prolongara la memoria de su presencia entre los vivos; de hecho, todavía nosotros adornamos a nuestros difuntos de esa manera siempre que es posible.

Por cierto, los adornos más usuales debieron de ser los dientes de animales, las conchas y, sobre todo, los caninos de ciervos, éstos tan apreciados que hasta se hicieron imitaciones talladas en cuernos de reno, como se descubrió en un enterramiento de Arcy-sur-Cure, en Francia.

Que algún tipo de culto o trato ritualizado a los muertos fuera ya una realidad en la prehistoria espiritual de nuestros antepasados remotos es un hecho constatado por el hallazgo y estudio de los cadáveres primitivos depositados en las fosas, tendidos o muchas veces en posición fetal, y según rituales tan diversos y tan diversamente emocionales como lo puedan ser hoy en día en las dispares culturas que subyacen a la especie humana común.

 

Emoción y culto

 

En el yacimiento de Sungir, cerca de Vladimikov, en Bielorrusia, bajo una gran losa de piedra sobre la que se había colocado un cráneo de mujer apareció el cadáver de un hombre de unos cincuenta años que había sido depositado, en el momento de su enterramiento, sobre un lecho de brasas incandescentes; veinte brazaletes hechos con colmillos de mamut cubrían sus brazos y sobre su pecho se había colocado un collar de dientes de zorro y un colgante de piedra.

En Grimaldi (Liguria, Italia) existe la llamada Cueva de los Niños, donde se encontraron los restos de una mujer adulta y de un adolescente. La posición forzada de los esqueletos indica que fueron enterrados juntos, metidos en un saco de cuero: ¿una historia de sentimientos proyectada al más allá? Sí, en cualquier caso y bajo cualquier interpretación, novelesca o no.

En la necrópolis de Bögenbakken, en Dinamarca, fechada en el 5300 antes de nuestra era, se encontró una doble tumba que contenía el cadáver de una mujer muy joven y, a su lado, el de un recién nacido varón que reposaba sobre un ala de cisne.

Otro hallazgo sobrecogedor fue el del enterramiento triple descubierto en una fosa poco profunda en Dolni-Vestonice (Checoslovaquia), con los restos de tres individuos de entre 17 y 23 años. Todos estaban orientados con la cabeza hacia el sur. El del centro correspondía a una mujer con graves malformaciones y con vestigios de un feto en las proximidades de su pelvis. El de su izquierda, depositado boca abajo, tenía uno de sus brazos apoyado en la joven, como si estuviera protegiéndola. Tanto él como su compañero, colocado al otro lado de la mujer, presentaban signos de muerte violenta. En el momento del enterramiento, la estructura había sido cubierta con maderos y posteriormente incendiada y cubierta con tierra.

 

Los primeros cementerios

 

En el Neolítico, a partir del octavo milenio antes de nuestra era, se fueron imponiendo las sepulturas colectivas, situadas en zonas alejadas de las aldeas, al modo de nuestros cementerios.

En lugares tan dispares como Biblos (Fenicia, cerca del actual Beirut), el Tigris medio o la meseta de Irán, los cadáveres se enterraban en grandes tinajas de cerámica común, pero de grandes dimensiones, como las utilizadas para almacenar el grano. También hubo, sobre todo en una amplia zona de la Europa central, sepulturas individuales, rodeadas o cubiertas de losas, o señalizadas por túmulos de grandes piedras.

Y la creencia en el más allá se tradujo cada vez con mayor firmeza en el incremento de la riqueza de las ofrendas y los ajuares funerarios.

El culto a los muertos se constata progresivamente, hasta el inicio de la historia propiamente dicha, en los rituales de conservación de los cráneos, práctica de la que se tiene constancia en Jericó (Palestina) y en Hacilar (Anatolia). Se han encontrado cráneos alineados sobre piedras llanas, posiblemente expuestos a la veneración de los vivos.

Estas y muchas otras inquietudes aparentemente funerarias culminaron con la construcción de grandes moles pétreas, llamadas megalitos (como los menhires, los dólmenes o las alineaciones pétreas de Stonehenge) cuyo origen y significado todavía no son plenamente conocidos, pero que, en cualquier caso, constituyen los primeros monumentos funerarios que fueron construidos por la mano del hombre y que han llegado más o menos intactos hasta nuestros días.

 

Glosario fundamental de la religión prehistórica

 

Ashdown: Localidad británica, en Berkshire, donde se conserva un enorme complejo megalítico con más de ochocientos megalitos situados en un paralelogramo de 250 por 500 metros de lado.

Bachler, Emil: Estudioso suizo que investigó las cuevas de Drachenloch y Wildenmannlisloch, donde se hallaban enterramientos de huesos de oso. Ello demuestra que, al igual que algunas culturas de cazadores árticos, el ser humano daba sepultura ritual a los animales que le servían de sustento, probablemente para garantizar su regreso a la vida para continuar el ciclo.

Carnac: Enclave bretón donde se halla uno de los alineamientos más famosos de la cultura megalítica.

Childe, Gordon: Teórico que postuló una religión megalítica general extendida en Europa gracias a los colonizadores mediterráneos.

Chu-ku-tien: Yacimiento arqueológico en China, donde se han encontrado cráneos y mandíbulas inferiores enterrados por razones desconocidas. Es el enclave funerario más antiguo conocido y se remonta a entre trescientos y cuatrocientos mil años.

Crómlech: Monumento funerario megalítico similar al dolmen. Consistía en un círculo de piedras, a menudo con un dolmen en el centro.

Culto a los cráneos: Tipo de enterramiento frecuente en el Neolítico, al menos en Oriente Próximo. Las cabezas tenían los rasgos faciales sobremodelados con arcilla u otras sustancias, y se enterraban acompañadas de estatuillas, armas y otros objetos. El culto debe probablemente su origen a la creencia ancestral de que el alma está localizada en el cráneo.

Diosa Madre: Deidad principal y común a casi todas las culturas neolíticas. Se la representaba en figurillas de arcilla o en pinturas que adornaban los sepulcros. Ello hace pensar en la existencia de una relación entre el culto a los muertos y el culto a la fecundidad, dado el carácter cíclico de la sociedad agrícola del Neolítico.

Dolmen: En la cultura megalítica europea de las zonas preceltas, cámara funeraria sencilla compuesta por varias piedras verticales sin tallar y una piedra enorme como techo.

Gran Diosa: Divinidad femenina y protectora de los muertos, similar a la Diosa Madre neolítica, que prolifera en casi todas las culturas megalíticas en Europa.

Hacilar: Cultura neolítica de Anatolia en la que los muertos eran enterrados en subterráneos adornados con pinturas y esculturas de dioses, especialmente de la Diosa Madre.

Hal Saflieni: Gran necrópolis del período megalítico, situada en Turquía, que contiene más de 7 000 osamentas inhumadas en cámaras talladas en la roca y acompañadas de figuras femeninas recostadas, probablemente representaciones de la Gran Diosa.

Hematites: Mineral rojizo que se usaba en enterramientos, principalmente en África. (Véase Ocre rojo.)

Jericó: Probablemente la ciudad más antigua de la historia (6850-6770 a.C.), es un paradigma de las costumbres funerarias neolíticas: los sepulcros estaban situados bajo el pavimento de las viviendas, y en ellos las partes inferiores del difunto eran tratadas con yeso y se colocaban conchas en los ojos.

Los Millares: Necrópolis megalítica situada en las inmediaciones de Almería, donde hay más de cien sepulcros con restos de pinturas y cubiertos por túmulos.

Menhir: Gran piedra vertical característica de la cultura megalítica europea. El más alto conservado, de 20 metros, es el de Locmariaquer.

Meuli, Karl: Investigador que postula el origen no religioso de los enterramientos de osos en los Alpes. Según su teoría, el cazador prehistórico pretendía garantizar de forma mágica el retorno del oso, pero en ello no intervenía deidad alguna.

Musteriense: Período prehistórico (70000-50000 antes de nuestra era) a partir del cual es posible afirmar con seguridad arqueológica la existencia de verdaderas sepulturas.

Natufiense: Período mesolítico cuyo nombre procede de Wadi en Natuf, lugar donde se hicieron las primeras excavaciones que pusieron al descubierto esta población. Sus tumbas eran de dos tipos: enterramiento del cuerpo entero, encorvado, e inhumación tan sólo del cráneo.

Ocre rojo: Polvo con el que se rociaban los cadáveres que se enterraban hace cientos de miles de años. Fue una práctica común tanto en Asia como en Europa, América, Australia y África. Se cree que el rojo era símbolo de vida y que el polvo de este color garantizaba al difunto la resurrección o la encarnación en el otro mundo.

Piggot, Stuart: Estudioso que sitúa el origen de la cultura megalítica en el Egeo, desde donde se extendió a casi toda Europa.

Reichel-Dolmatoff, C: Antropólogo que buscó las claves de las costumbres funerarias de la Prehistoria observando los enterramientos y ritos funerarios de los indígenas kogis de la Sierra de Santa Marta, en Colombia.

Schmidt, Wilhelm: Teórico del fundamento religioso de los enterramientos paleolíticos de osos en los Alpes. Según su teoría, obedecen a la creencia de los cazadores prehistóricos en algún tipo de señor de los animales. Se contrapone así a la tesis de Karl Meuli.

Sepulcro de corredor: Tipo de estructura funeraria megalítica procedente del dolmen, al que se añadía un pasillo de losas como vestíbulo. Es característico de Europa occidental y Suecia.

Stonehenge: Enclave próximo a la ciudad de Salisbury donde se encontró el crómlech más célebre de la cultura megalítica. Está rodeado de varios túmulos funerarios.

Tell Halaf: Cultura neolítica que conocía el cobre y enterraba a sus difuntos acompañados de figurillas de arcilla, especialmente del toro sagrado y la Diosa Madre.

Toro salvaje: Deidad común a muchas culturas neolíticas, que la representaban en esculturas o pinturas que se han hallado en tumbas. Representa la virilidad. Su presencia puede cumplir el mismo objetivo que la Diosa Madre.

Túmulo: Monumento funerario, probablemente correspondiente a la última época de la cultura megalítica, que incluía cámaras y objetos en bronce y hierro. El más conocido es el de New Grange, cuyas piedras tienen labrados numerosos dibujos simbólicos.

 

Cronología del pensamiento trascendente en la prehistoria

 

-35000 a -8000

 

Extremo Oriente: Probable culto a la fecundidad, rituales de caza, enterramientos ceremoniales.

África: Muertos enterrados con ornamentos y tocados, y con collares de cuentas.

Asia Menor: Culto a animales, ritos de caza, enterramientos ceremoniales.

Mediterráneo Occidental: Culto a la fecundidad con figuras de diosas. Culto a animales y sitios totémicos.Ritos de caza y enterramientos ceremoniales.

 

-8000 a -5000

 

Asia Central: Vestigios de culto a la Diosa Madrey a los animales.Figuritas de jabalíes pinchados.

África: Quizá culto a las cabezas de los antepasados. Cultos a la Diosa Madre asociados con animales. El buitre, asociado con cultos funerarios.

Asia Menor: Cultos de caza y magia. Enterramientos con bienespersonales.

Mediterráneo Occidental: Continuación de ritos de caza. Enterramientos con bienes personales.

 

-5000 a -3000

 

Extremo Oriente: Enterramientos con bienes del difunto.

Asia Central: Cultos de fecundidad asociados con la Diosa Madre en Irán y la India.

Oriente Medio: Cultos de fecundidad asociados con la Diosa Madre y los toros

Asia Menor: Cultos a la Diosa Madre. Enterramientos comunales, quizá culto a los antepasados.

Mediterráneo Occidental: Enterramientos comunales. Culto a los antepasados.

 

El culto a la mujer en la Prehistoria

¿Culto a la fecundidad o a la mujer?

Diosa de la abundancia

Diosa lunar

 

Cuando el enigma de la Prehistoria con sus representaciones mudas cede el paso, con la invención de la escritura, a la historia con palabras, nos encontramos de repente frente a una constelación elaborada de creencias coherentes, mezcladas con fantásticos relatos sobre los orígenes del mundo.

Adivinamos que durante milenios, y bajo una organización social eminentemente matriarcal, el mundo se concibió como surgido de un gran huevo germinal empollado por una Gran Diosa en un océano turbulento y confuso; que unas reglas superiores imponían tempestades, diluvios y terremotos. Que el fuego de poderes sobrehumanos no podía ser en la Tierra otra cosa que el fruto de un robo tan sacrílego como precioso, perpetrado por los humanos contra los designios de la divinidad.

El hombre en lucha por sobrevivir en un entorno tan hostil se concibió a sí mismo en una dialéctica constante de sumisión y enfrentamiento con los seres superiores. Con los dioses.

 

¿Culto a la fecundidad o a la mujer?

 

¿Existió realmente una Diosa Madre venerada por los pueblos de la Antigüedad? ¿Qué significado tenían para estos hombres las figurillas encontradas siglos después en tumbas y fosas domésticas? ¿Responden a una organización matriarcal de la sociedad?

Algunas de las numerosas estatuillas halladas en excavaciones de asentamientos mediterráneos nos remiten al Paleolítico superior. El cometido de estas figuras sigue siendo un tema de discusión para muchos arqueólogos, pues opinan que, al desconocer el contexto en que fueron producidas, las diversas interpretaciones sobre su función no dejan de ser meras hipótesis que han dado lugar, a veces, a conjeturas muy arriesgadas.

Desde hace miles de años la figura femenina ha estado vinculada a la muerte. En Egipto, por ejemplo, los sarcófagos de piedra eran denominados "vientres maternos". Asimismo, en la cuenca mediterránea los difuntos solían ser enterrados en el seno de las montañas, pues se creía que la divinidad que habitaba en ellas les ayudaba a renacer: convertidos en estrellas (las almas se elevaban hasta la constelación Orión), los traspasados guiaban las existencias de los vivos desde el firmamento. Por otro lado, muchas de las estatuillas que nos han llegado se han encontrado en sepulcros, lo que hace suponer que su misión era despertar a los muertos para conducirlos hacia su nueva vida en la tierra de los bienaventurados. Utilizadas como ornamentos, fetiches, joyas o amuletos, estas representaciones femeninas (de divinidades o de sacerdotisas) actuaban como intermediarias entre los dioses y los muertos. Así, a su belleza se unían sus poderes mágico-religiosos, ya que la fuerza que emanaba de ellas tenía un carácter protector relacionado con las creencias en el más allá.

 

Diosa de la abundancia

 

Casi todas las figurillas encontradas están desnudas y sus características físicas son muy parecidas. Tanto sus exageradas formas nutricias y sexuales como sus cabezas carentes de rasgos hacen dudar de que estemos ante representaciones realistas de la mujer paleolítica; más bien sugieren una interpretación simbólica (las formas generosas remiten a la abundancia de bienes terrenales). Sin embargo, el significado de su desnudez evoluciona a lo largo de los siglos. En las representaciones posteriores, los rasgos femeninos se muestran tan esquematizados que quedan reducidos a simples trazos geométricos. Estas mujeres no parecen seres de este mundo, sino apariciones celestes (algunas, incluso, adquieren la apariencia de un pájaro).

Otras funciones de estas figuras están relacionadas con el ámbito doméstico. Algunas tribus cazadoras de Asia septentrional fabricaron unas estatuillas femeninas, llamadas dzuli, que representaban a la abuela mítica de la tribu, de la que se suponía que descendían todos sus miembros. Situadas en los hogares, las dzuli protegían tanto la vivienda como a quienes habitaban en ella; por eso, como muestra de agradecimiento, cuando los hombres regresaban de sus expediciones de caza les ofrecían ofrendas. Asimismo, en la región siberiana de Mal'ta se han descubierto unas casas antiquísimas cuya planta rectangular estaba claramente dividida en dos partes: una de ellas se reservaba a los hombres y la otra, a las mujeres. Las estatuillas halladas en su interior estaban situadas precisamente en este último sector, lo que hace pensar que fueron realizadas por mujeres. Quizá formaban parte de rituales domésticos: usadas como talismanes mágicos, garantizaban el cumplimiento de un bien deseado (fertilidad, salud para la familia, buena suerte, etc.).

El cambio de una sociedad nómada cazadora a otra sedentaria agricultora otorgó protagonismo a la figura femenina. Se estableció un vínculo entre la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la mujer: las mujeres no sólo trabajaban los cultivos, sino que se convirtieron en responsables de la abundancia de las cosechas, pues sólo ellas poseían el misterio de la creación. La vida humana empezó a asimilarse al ciclo vegetal: tras ser engendrados (la tierra pasa a transformarse en una enorme matriz), tanto los hombres como las plantas crecen y terminan regresando a las entrañas terrestres cuando mueren. Asimismo, esta evolución hizo que la sacralidad femenina cobrase mayor importancia. En el Mediterráneo Oriental (Egipto, Fenicia, Frigia y Grecia) empezaron a venerarse las diosas Isis, Cibeles y Rea, consagradas a la fecundidad vegetal, animal y humana.

 

Diosa lunar

 

Además de estar estrechamente relacionada con la tierra, la sexualidad femenina guarda también una clara correspondencia con las fases lunares, lo que favoreció el nacimiento de una "Diosa Blanca" vinculada a la Luna. La literatura antigua nos ha dejado un valioso testimonio del culto a esta poderosa Diosa Madre lunar. En la obra latina El asno de oro, escrita por Apuleyo (125-180), se conserva un completísimo relato acerca de esta divinidad. Junto a su descripción física, se hace referencia a su poder sobre los hombres y sobre todos los cuerpos, pues aumentan o disminuyen según los ciclos lunares.

Esta diosa "soberana", que "resplandece con gran majestad", era adorada en su calidad de cultivadora, segadora y aventadora del grano. Se representaba con una larga cabellera que le cubría la espalda, una corona de flores que adornaba su cabeza y una túnica oscura "sembrada toda de unas estrellas muy resplandecientes, en medio de las cuales la Luna de quince días lanzaba rayos inflamados". Pero dejemos que la propia divinidad sea quien se presente: "Soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única sola de todos los dioses y diosas del cielo, que dispenso con mi poder y mando las alturas resplandecientes del cielo, y las aguas saludables de la mar, y los secretos lloros del infierno. A mí, sola y una diosa, honra y sacrifica todo el mundo en muchas maneras de nombres".

Y es cierto que casi cada pueblo que la adoptó la nombró de un modo distinto: los troyanos, Pesinuntica ("madre de los dioses"); los atenienses, Minerva cecrópea; los chipriotas, Venus Pafia; los cretenses, Diana; los etíopes, arrios y egipcios, Isis; los sicilianos, Proserpina, y los eleusinos, Ceres ("madre primera de los panes"). La lista, sin embargo, parece no terminar nunca, pues también se la reconoce bajo los nombres de Juno, Bellona, Hécates, Ranusia..

 

La escritura en el Fértil Creciente

Enuma elish

Poema de Gilgamesh

Libro del Génesis

El diluvio en la tradición mesopotámica

En la epopeya de Atrahasis

En el Poema de Gilgamesh

En el libro del Génesis

Con la invención de la escritura en el llamado Fértil Creciente, alrededor de los ríos Tigris y Éufrates, empezaron a compilarse antiguas narraciones que describían el origen del mundo a partir de un caótico abismo germinal.

Durante el cuarto día de la fiesta de Año Nuevo en el templo de Babilonia se recitaba un poema: el Enuma elish. Este texto (conocido por sus palabras iniciales, que en acadio significan "Cuando en lo alto") manifiesta el interés de la religiosidad sumeria por enlazar sus concepciones teogónicas y cosmogónicas con los orígenes del hombre... Todo este esfuerzo respondía a un claro objetivo: exaltar la figura de Marduk, el rey de los dioses.

 

Enuma elish

 

Según el poema, al principio de los tiempos existía una enorme masa acuática de la que surgió la pareja primigenia, Apsu (agua dulce) y Tiamat (agua salada). Ambos engendraron a Lakhmu y Lakhamu, quienes, a su vez, dieron vida a Anshar ("totalidad de los elementos superiores") y Kishar ("totalidad de los elementos inferiores"). De la unión de los dos complementarios nació Anu (el dios del cielo). Apsu, añorando el silencio y la quietud previas a la eclosión cosmogónica, se irritó tanto por el jolgorio de las deidades jóvenes que decidió aniquilarlas. Algunas divinidades descubrieron sus intenciones y trataron de impedir que las llevara a cabo. Anu hizo surgir los Cuatro Vientos y creó las olas para perturbar a Tiamat, mientras que Enki (dios de las aguas dulces) adormeció a Apsu y, tras encadenarlo, le mató. Tiamat envió a los dioses un regimiento de criaturas demoníacas y les retó a luchar contra Kingu (poseedor de la Tablilla de los Destinos). Sólo Marduk se atrevió a entrar en combate, pero impuso como condición ser erigido dios supremo.

Tras vencer a sus adversarios y dar muerte a Tiamat, Marduk se convirtió en el creador del mundo. Dividió el cuerpo de su víctima en dos partes: con una construyó la bóveda celeste y con la otra formó la Tierra. Marduk intervino y dispuso las estrellas en constelaciones y configuró los elementos terrestres a partir de los órganos de Tiamat ("hizo fluir de sus ojos el Éufrates y el Tigris", "sobre sus pechos amontonó las lejanas montañas"). Posteriormente, con la sangre de Kingu creó al hombre ("para que le sean impuestos los servicios de los dioses y que ellos estén descansados").

Así, tanto el hombre como el mundo participan de una doble naturaleza. Ambos han surgido de una materia demoníaca (el cosmos ha sido creado a partir del cuerpo de Tiamat, mientras que el hombre ha nacido de la sangre de Kingu) y adquieren características positivas gracias a la intervención de Marduk (que ordena el cielo e insufla a los hombres un hálito divino).

 

Poema de Gilgamesh

 

Otro escrito babilónico fundamental es el poema épico Gilgamesh. Se trata de una compilación de diversos episodios aislados y reinterpretados hace cinco mil años a lo largo de doce tablas de arcilla (el número de tablas corresponde a un orden astrológico) encontradas en la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive.

Al principio de la epopeya se enumeran las grandes obras llevadas a cabo por Gilgamesh, rey legendario de la ciudad de Uruk, y a continuación se describe su tiránico comportamiento ("separa a los hijos de sus padres", "no deja a la doncella al lado de su madre"...). Atemorizados por su desenfreno, sus súbditos pidieron a la diosa Aruru (esposa de Marduk y madre del género humano) que creara un contrincante a su medida. Y la divinidad modeló a Enkidu, un "valiente héroe" de apariencia bestial. Tras establecer relaciones con una prostituta, Enkidu perdió sus características animales ("no podía correr como antes, mas su espíritu ahora era sabio, comprendía") y cuando se encontró con Gilgamesh, en lugar de asesinarle, se convirtió en su mejor amigo. Ambos aunaron sus fuerzas para combatir el mal.

El regreso a Uruk les deparó una desagradable sorpresa: Ishtar (diosa de la guerra y el sexo, conocida también con el nombre de Inanna) propuso a Gilgamesh que se casase con ella. El héroe la rechazó despectivamente y la divinidad, humillada, pidió a su padre (Anu) que creara al Toro Celeste para destruir al arrogante Gilgamesh. Tras derrotar al animal con ayuda de su amigo, Enkidu insultó a Ishtar y fue condenado por los dioses, de modo que murió doce días después. Gilgamesh, desolado por la pérdida, tomó conciencia de lo efímero de la existencia y se propuso descubrir el secreto de la vida eterna. Ése sería ahora su único afán.

Como sólo conocía a un hombre que poseyera el don de la inmortalidad (Ut-Napishtim, el superviviente del diluvio), fue en su búsqueda. Después de superar varias pruebas, Gilgamesh se encontró ante Ut-Napishtim, quien le habló de una planta que crecía en el fondo marino y restituía la juventud. El soberano consiguió la planta, pero, en un descuido, una serpiente se la arrebató (por eso este animal "rejuvenece" periódicamente al cambiar la piel).

La epopeya de Gilgamesh ilustra a la perfección la dramática condición humana, definida por la inevitabilidad de la muerte. Su mensaje es concluyente: la búsqueda de la inmortalidad conduce inexorablemente al fracaso.

 

Libro del Génesis

 

Aunque el pueblo de Israel centró su interés en la relación con Dios y relegó a un segundo plano la cosmogonía y los mitos de los orígenes, en los capítulos iniciales del Génesis (primer libro del Pentateuco y de toda la Biblia) se describen diversos acontecimientos fabulosos que reproducen tradiciones orales muy arcaicas.

El Génesis arranca con el célebre pasaje "En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra, empero, estaba informe y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo: y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas".

La ordenación del caos se llevó a término mediante la palabra divina ("Dijo, pues, Dios: Sea la luz. Y la luz fue") y durante seis días se fueron sucediendo distintas etapas de la creación.

Después, Dios completó su obra formando al primer hombre (Adán) con "lodo de la tierra" e insuflándole "en el rostro un soplo o espíritu de vida". Como "no es bueno que el hombre esté solo", le hizo caer en un profundo sueño y, quitándole una de sus costillas, formó a Eva, que se convirtió en su esposa.

Ambos habitaron en el Paraíso terrenal, situado en el centro del mundo y donde brotaba un río que se dividía en cuatro brazos que llevaban a cada una de las regiones terrestres. En medio del edénico jardín se elevaba el árbol de la vida y del conocimiento del bien y del mal (del cual Dios ha prohibido que tomen frutos). Eva, tentada por una serpiente, desobedeció, porque estaba convencida de que si probaba la fruta del árbol adquiriría conocimiento, es decir, sería como Dios. Como en el Gilgamesh, se trata de un fracaso iniciático, ya que en ambos casos el objetivo es igualar a los seres divinos por su calidad de inmortales o por su sabiduría.

Adán acompañó a Eva en su desafío y ambos fueron expulsados del "lugar de delicias". Habían cometido el primer pecado: a partir de ese momento estarían condenados a trabajar para vivir. Este primer acto de rebeldía transforma la condición humana y se convierte en el origen de todos los males que afligen a los hombres. Eva engendró a Caín y Abel, autor y víctima del primer homicidio. El crimen cometido por Caín le arrastró a vagar incesantemente por el mundo, donde construyó ciudades en las que reinó el mal... hasta que Dios enmendó la situación con el diluvio universal.

Así, el diluvio se convierte en un medio de purificación y al mismo tiempo en una catástrofe necesaria para hacer una tabula rasa moral. Estos dos conceptos son comunes a los mitos de otras culturas.

 

El diluvio en la tradición mesopotámica

 

El mito del diluvio aparece universalmente difundido y, con la excepción del continente africano, encontramos sus vestigios en todas las religiones del mundo. Es probable que catástrofes diluviales auténticas dieran lugar a estos relatos fabulosos, sobre todo si se tiene en cuenta que una de las primeras versiones procede de Mesopotamia, zona afectada periódicamente por las inundaciones de los ríos Tigris y Éufrates.

Casi todos los mitos del diluvio se integran en un ciclo cósmico: después de haber sido creado, el universo envejece, se deteriora. Los hombres se han reproducido de manera desordenada y han entrado en una espiral de decadencia (el mal impera por doquier): es necesario "regenerar" todas las cosas, borrarlo todo y empezar de nuevo. La acción diluvial, por lo tanto, es el resultado de un castigo divino que pretende poner fin a un período de corrupción y aniquilar a la humanidad pecadora. El mundo hasta entonces conocido desapareció bajo el agua, elemento estrechamente vinculado a las fases lunares y poseedor de un carácter purificador. Así pues, las aguas del diluvio no son demoledoras ya que, aunque las formas sean destruidas, las potencias creadoras permanecen intactas para que, cuando cese la mítica tormenta, surja de nuevo la vida.

 

En la epopeya de Atrahasis

 

El relato diluvial más completo se conserva en la Epopeya de Atrahasis (Atrahasis fue un rey de la ciudad mesopotámica de Shuruppak).

Según la tradición recogida en esta epoeya, los hombres, creados mil doscientos años atrás, se habían multiplicado y el alboroto que producían molestaba a las divinidades, que los habían creado para poder descansar y ser servidos por ellos. El dios Enlil decidió poner orden entre los humanos, y con este objeto en diversas ocasiones intentó reducir la población: primero envió la peste y después, dos sequías. Pero gracias al sabio Enki (que había enseñado a Atrahasis a combatir con éxito las plagas) la humanidad salió prácticamente indemne de las maldiciones divinas. Molesto con la intervención de Enki, el dios Enlil solicitó ayuda a las demás deidades para provocar un gran diluvio que acabase con todos los hombres. De nuevo el dios Enki salió en defensa del género humano y ordenó a Atrahasis que construyera una nave y se refugiara en ella junto con los miembros de su familia y algunos animales.

Entre tanto, los dioses reconsideraron su decisión ya que si los hombres desaparecían de la faz de la tierra, ellos tendrían que trabajar. Fue de este modo como, pasados siete días y siete noches desde el inicio de la tempestad, hicieron que remitiera la lluvia y Utu (el dios solar) devolvió la luz al universo. Terminada la inundación, y habiendo Atrahasis ofrecido un sacrificio a las divinidades, éstas renovaron la vegetación del planeta, lo repoblaron y recompensaron al valiente soberano con el don de la inmortalidad (An y Enlil le concedieron la "vida eterna, como un dios"). Aunque en un primer momento Enlil se enfureció con la renovada presencia humana, al final terminó aceptándola, pero adoptó dos medidas para evitar su crecimiento desmesurado: introdujo la mortalidad infantil e instituyó sacerdotisas a las que prohibió tener descendencia.

En la versión sumeria del mito, el nombre del monarca Atrahasis es sustituido por el de Zisudra, y el benefactor de la humanidad Enki recibe el nombre de Ea.

 

En el Poema de Gilgamesh

 

Otra variante mesopotámica del diluvio aparece en la tablilla número 11 del Poema de Gilgamesh. Como el relato anterior, guarda muchas similitudes con el mito narrado en el Génesis, por lo que se cree que ambas versiones proceden de una fuente arcaica común. Los paralelismos van más allá de la idea esencial que subyace en los textos (necesidad de destruir radicalmente a una humanidad y un mundo degenerados a fin de restituirles su integridad inicial) y se concretan en numerosos detalles.

El héroe Gilgamesh, en su búsqueda de la fórmula para la vida eterna, salió al encuentro de Ut-Napishtim (el superviviente del diluvio), quien le relató los hechos acaecidos durante el aguacero: cómo los dioses decidieron desatar la tempestad y cómo, advertido por el dios Ea, él derribó su choza de caña para construir un barco en forma de cubo perfecto ("su longitud ha de ser igual que su anchura", le indicó la divinidad). Tras narrar el proceso de construcción de la nave, Ut-Napishtim cuenta cómo llevó a ella los animales y "la semilla de toda cosa viviente". Su descripción de la inundación es sobrecogedora: "Todo lo que había sido luz era negrura; la vasta tierra era sacudida como una olla; cada vez más rauda, la tormenta sumergió las montañas"...

Cuando la lluvia cesó, Ut-Napishtim soltó varias aves para que reconocieran el terreno (primero una paloma, después una golondrina y, por último, un cuervo). Después, tomó tierra, y ofreció un sacrificio a los dioses en la cumbre de una montaña. Los dioses, arrepentidos por el excesivo castigo que habían impuesto a los hombres, se reconciliaron con ellos. Ea reprendió a Enlil por su idea (en lugar de intentar aniquilar a toda la humanidad, debiera haber sido más justo y haberse limitado a reprenderla). Enlil reflexionó sobre estas sabias palabras y bendijo a Ut-Napishtim (convertido en salvador del género humano) concediéndole el don de la inmortalidad.

 

En el libro del Génesis

 

En los capítulos seis a nueve del Génesis (primer libro de la Biblia) se describe el diluvio universal. La humanidad había crecido a lo largo de los años, pero su comportamiento era tan ominoso que a Dios le pesó haberla creado: "Viendo, pues, Dios ser mucha la malicia de los hombres en la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón se dirigían al mal continuamente, pesóle de haber creado al hombre en la tierra". Sólo conoció a un "varón justo y perfecto en sus días", Noé. A él se dirigió con estas palabras: "Llegó ya el fin de todos los hombres decretado por mí: llena está de iniquidad toda la tierra por sus malas obras; pues Yo los exterminaré juntamente con la tierra".

Pidió a Noé que fabricara un arca "de trescientos codos" de longitud, donde él y su familia permanecerían a salvo de la inundación que haría "morir toda carne en que hay espíritu de vida debajo del cielo". Asimismo, en la nave debía llevar consigo un macho y una hembra "de todos los animales de toda especie". Las aguas del diluvio lo cubrieron todo durante cuarenta días. Pasado el temporal, Noé envió primero un cuervo y después una paloma para comprobar si la tierra se había secado. Entonces desembarcó y construyó un altar donde realizó diversas ofrendas a Dios. Complacido, el Señor estableció una alianza con Noé y sus descendientes: "Nunca más maldeciré la tierra por las culpas de los hombres, atento a que los sentidos y pensamientos del corazón humano están inclinados al mal desde su mocedad; no castigaré, pues, más a todos los vivientes como he hecho".

Aparte detalles menores, estas tres versiones del mito diluviano son muy parecidas.

 

El mito de los orígenes para los aborígenes de Australia

La creación
Pinturas sagradas
 
Pinturas rupestres y héroes primitivos australianos
El ensueño y la creación
El Tiempo del Ensueño
Estilos de pintura rupestre
Pinturas sobre corteza de árbol
La danza del canguro

Los antepasados de los actuales aborígenes australianos llegaron del Sudeste Asiático hace aproximadamente cincuenta mil años. Los hábitos de aquellos pueblos, recolectores y cazadores nómadas, sufrieron una importante transformación con la colonización europea de finales del siglo XVIII, pero su estructura social se ha mantenido inalterable a lo largo del tiempo.

Para los aborígenes no existen jerarquías: organizados en tribus, se dividen en numerosos clanes, compuesto cada uno de ellos por entre cincuenta y quinientos individuos. Aunque todos los clanes comparten el mismo universo mítico, cada uno hace suyas las aventuras que los héroes ancestrales vivieron en su territorio. Durante el recorrido que llevaron a cabo estos héroes creando el mundo, se cobijaron en cuevas, pescaron en riachuelos, dejaron sus huellas en rocas... Estas trazas conforman una señal indeleble de su paso por la zona y estos lugares se consideran sagrados, pues están impregnados de la energía creadora que desprenden los antepasados míticos. Los rituales llamados de "incremento" se celebran en estos espacios sagrados y los participantes se transforman en los antepasados y recrean sus viajes.

En Australia existe un lugar especial tanto por su condición sacra como por los innumerables mitos vinculados a él. Se trata de la montaña sagrada Ayers Rock (en lengua aborigen, Uluru). Con un perímetro de 9 kilómetros cuadrados es un macizo rojizo situado en el inmenso desierto de Simpson, en pleno corazón del continente. Una de las leyendas más famosas vinculadas a esta gran masa rocosa es la de las Siete Hermanas.

El mito, que es conocido por clanes que habitan a miles de kilómetros, cuenta la accidentada huida de siete mujeres al sur del país (escapaban del lascivo Nyiru, que quería violar a la mayor). Las escalas de su agitado periplo marcan un itinerario sagrado: acamparon en Witapula, bebieron en la fuente Tjuntalitja, unas líneas en una cueva de Walinya atestiguan que se sentaron allí... Al llegar a la costa, cerca de la actual Port Augusta, se lanzaron al mar y de ahí saltaron al cielo, convirtiéndose en estrellas (en la constelación de Kurialya). Pero ni aun así consiguieron librarse del lujurioso Nyiru, que continuó persiguiéndolas en el firmamento (se le identifica con la constelación de Orión).

 

La creación

 

Para los aborígenes, la tierra era un disco plano y flotante debajo del cual habitaban unas formas indefinidas. Tras una gran inundación que barrió el paisaje y el orden social anteriores, las misteriosas figuras tomaron apariencia humana y emergieron a la superficie. Estos seres ancestrales vagaron por la tierra y crearon las montañas, los ríos y las rocas, además de dar nombre a los animales y las plantas. Esta etapa (conocida como el Tiempo del Ensueño) corresponde al período de creación. Existe un fuerte vínculo entre este mítico Tiempo del Ensueño y los ritos religiosos, ya que se considera que aquella época posee una doble dimensión: la temporal (origen del mundo) y la espacial (conforma una realidad espiritual paralela a la realidad tangible e inmediata). Mediante la actividad onírica, y a través de ceremonias celebradas en lugares sagrados, los hombres tienen acceso al mundo "ensoñado", habitado por los espíritus de los muertos y por los dioses ancestrales.

La gran inundación, que tiene un correlato real en la última glaciación, se atribuye, según los clanes, a seres humanos y distintos animales. Para los kimberleys, los espíritus ancestrales del Tiempo del Enueño provocaron la inundación, mientras que los tiwi (de las islas de Melville y Bathurst) consideran que fue una anciana llamada Mudungkala la que separó estas islas del resto del territorio y las pobló con tres niños. Los yolngu (en el noreste de la isla) poseen un mito más elaborado: las hermanas Wawilak enfurecieron a Yulunggul (una enorme pitón), la cual, tras engullirlas, desencadenó una tormenta que lo inundó todo. Cuando se retiraron las aguas, la serpiente regurgitó a las dos mujeres y a sus hijos; éstos se convirtieron en los primeros yolngu iniciados. El episodio sirve como base a la ceremonia de iniciación: los jóvenes son recluidos en un recinto sagrado, de donde salen convertidos en adultos. Se cree, además, que los cánticos del ritual fueron inventados por las hermanas Wawilak.

 

Pinturas sagradas

 

Como los aborígenes desconocían la escritura, el arte constituye la única vía no oral de transmisión de mitos. Las manifestaciones artísticas más importantes corresponden a grabados y pinturas rupestres que datan de cuarenta siglos atrás. Algunas de las representaciones que se conservan son muy esquemáticas: personas, animales y plantas aparecen como figuras apenas perfiladas. El esquematismo a veces es llevado al extremo, pues una simple línea de puntos debe ser interpretada en ocasiones como las huellas de un determinado animal. En Arnhem Land, al norte de la isla, se encuentran las pinturas rupestres más famosas del continente australiano. En ellas se observan dos estilos pictóricos bien diferenciados: uno más antiguo (sus figuras, que tienen mucho movimiento y son de color rojizo, forman parte de escenas de caza, lucha o danza) y otro posterior (que representa el exterior de los elementos de manera estilizada, pero también retrata su anatomía interna). En una de las cuevas de Arnhem aparece una alusión al mito de la creación: junto a representaciones de animales y diversos dibujos, se distingue la gran serpiente de la inundación (llamada también del arco iris).

En zonas alejadas de la isla se han encontrado manifestaciones artísticas muy enigmáticas. Los habitantes de la región de los montes Kimberley, por ejemplo, plasmaron unas misteriosas figuras blancas de cabeza redondeada y sin boca; al sur del cabo York se han descubierto representaciones de los quinkan (delgadísimas criaturas nocturnas de aspecto demoníaco que poseen ojos enormes y están relacionadas con las ceremonias de iniciación). Los postes funerarios de los tiwi son muy interesantes: construidos con madera y pintados de colores muy vivos, se erigen para señalar las tumbas; su número depende de la edad e importancia del difunto.

Otros soportes utilizados por los antiguos australianos para plasmar su concepción del mundo fueron las rocas, las cortezas de los árboles, algunos utensilios cotidianos, el suelo e incluso el propio cuerpo. En los churinga pueden encontrarse grabadas imágenes que representan al tótem del clan

 

Pinturas rupestres y héroes primitivos australianos

 

El ensueño y la creación

 

El ensueño es el origen de los pueblos aborígenes, cuando los antepasados espirituales conspiraron para poner orden y dar forma al universo. El ensueño dio origen a las leyes tribales y comunitarias. Fue una presencia espritual constantemente manifestada en el entorno físico: en las rocas, los ríos, el mar, el desierto, los animales y las plantas. Todas las leyes morales y costumbres del mundo aborigen se remontan a este emparejamiento del universo físico y espiritual. Los vivos son guiados hacia el buen camino por el mundo de los espíritus, que son contemporáneos suyos. Los muertos están presentes en todas partes y los vivos y los muertos son, en último término, indivisibles. Cuando se refleja el tiempo de la creación en un ritual, los participantes penetran en el espíritu del ensueño; es decir, entran y se convierten en las figuras espirituales reales de la creación. El ensueño no es, por tanto, un estado fantástico o ilusorio, sino un estado que, aunque espiritual en su origen, es plenamente consciente del universo físico. Todos los aborígenes leen el pasaje como una serie de complejos sistemas de signos de los cuales derivan el significado y las verdades espirituales.

 

El Tiempo del Ensueño

 

La religión de los aborígenes australianos se basa en la creencia de que en los orígenes de los tiempos, la Tierra era un disco plano y vacío que flotaba en el universo; debajo de su superficie existían unas fuerzas indefinidas que, en un momento dado, emergieron para tomar el aspecto de seres humanos y se formó el mundo. Aquellos seres míticos, en su vagar continuo sobre la Tierra, crearon las montañas, los ríos, dieron nombre a las plantas y a los animales, proporcionaron las distintas lenguas a los hombres, les enseñaron a recolectar, cazar, pescar y preservar la naturaleza. Aquella época de creación se llamó "Tiempo del Ensueño".

 

Estilos de pintura rupestre

 

Las manifestaciones artísticas más importantes de los aborígenes australianos corresponden a sus grabados y a las pinturas rupestres. Las más antiguas de estas obras se remontan a dos mil años antes de nuestra era. En la Tierra de Arnhem, al norte del continente autraliano, existen dos tipos de pintura rupestre: uno muy antiguo, conocido como "estilo mimi", que consta de figuras con mucho movimiento y de color rojizo; y el otro, llamado "estilo de rayos X", con el que se representa no sólo el exterior de la figura, sino también su anatomía interna.

El "estilo mimi" es muy naturalista, formado por escenas de caza, lucha o danza. Con el paso del tiempo fueron estilizándose y simplificándose hasta transformarse en un estilo simbólico, a base de figuras compuestas por elementos humanos y vegetales.

El "estilo de rayos X" también sufrió una evolución en el tiempo, desde unas representaciones muy simples hasta otras mucho más complejas, pasando por las más equilibradas, que pueden considerarse clásicas.

En la región de los montes Kimberley, al noroeste, se han descubierto pinturas que representan figuras blancas de gran tamaño y cabeza reondeada, con rostros en los que no aparece la boca. Se las ha relacionado con los Wandjina, seres que llegaron del mar para habitar estas tierras.

En la zona situada al sur del cabo de York son características las figuras Quinkan, de aspecto demoníaco, que están relacionadas con ceremonias de iniciación. Se trata de figuras muy delgadas, entre las cuales pueden distinguirse mujeres y hombres. Sus rostros presentan grandes ojos, como si se tratara de seres nocturnos, pero carecen de boca y nariz.

 

Pinturas sobre corteza de árbol

 

La pintura sobre corteza de árbol, al igual que la rupestre, formaba parte de los rituales sagrados entre los aborígenes australianos. La decoración consistía -consiste todavía- en una serie de diseños místicos que se transmitieron de generación en generación hasta nuestros días y que servían para invocar a las fuerzas ancestrales.

Se trata de una tradición muy antigua pero, debido a la gran fragilidad del soporte, ninguna muestra ha llegado hasta nuestros días. Estas pinturas se realizan sobre la corteza interior de ciertas especies de eucaliptos con pigmentos minerales de color rojo, ocre, amarillo, blanco y negro. Las cortezas pintadas se utilizaban en determinadas ceremonias y tenían un claro contenido ritual y didáctico. Con ellas se explicaba a los miembros del clan todo lo que debían saber sobre los mitos y el territorio de caza.

En la actualidad, este tipo de pintura ha perdido su carácter ritual y se destina a la venta turística. Sin embargo, las piezas con clara simbología sagrada se reservan para los iniciados y se excluyen del circuito comercial.

 

La danza del canguro

 

La danza tribal no sólo era representativa, sino que copiaba el universo físico. Cuando se representaba un canguro en una ceremonia, los actores, más que imitar al canguro, invocaban al espíritu del canguro. La relación entre la tribu y el canguro era aún más fuerte. La sociedad aborigen aprendió técnicas de supervivencia mediante la observación de la conducta de las manadas de canguros, que no es muy distinta de la organización social de muchas tribus, e incluía hábitos de migración que definían claramente los límites territoriales. Los canguros se protegen de sus enemigos corriendo en pequeños grupos. En la vida cotidiana, cada miembro de la tribu era investido con una responsabilidad personal hacia el bienestar de la tribu como conjunto, y aunque existían divisiones tribales, todo el mundo contribuía directamente a la totalidad. Las leyes y reglas de comportamiento no eran aplicables a toda la sociedad aborigen en general, no eran intercambiables entre pueblos y territorios, sino que estaban arraigadas en cada estado y grupo particular.

 

El mito de la creación para los comanches de Texas

Creación y sacrificio entre los comanches de Texas
La leyenda de La-Que-Ama-Mucho-A-Su-Pueblo
Otras leyendas de creación entre los indios de Norteamérica

 

Creación y sacrificio entre los comanches de Texas

 

La aportación personal a la acción creadora de la Divinidad es una pauta común en las más diversas religiones a lo largo de la historia.

El faraón egipcio ejercía los rituales matutinos para restablecer el orden creador; Adán y Eva tenían que abstenerse de comer del árbol de la ciencia como aportación ecológica al equilibrio de la creación; Jesucristo, con su muerte y resurrección, restableció este orden; a través de sucesivas purificaciones y reencarnaciones, la ascesis budista permite que la persona se integre en el universo.

Son ejemplos de cómo la humanidad ha entendido que cada uno debe realizar su aportación personal, su sacrificio, al acto creador iniciado por la Divinidad.

 

La leyenda de La-Que-Ama-Mucho-A-Su-Pueblo

 

Entre los indios comanches de Texas, esta aportación personal se reflejaba en la leyenda de una flor llamada, entre otros nombres, Wolf Flower, y también Conejo. La leyenda permanece viva en la actualidad, conservada en forma de cuento para niños, como tantas otras leyendas antiquísimas.

El pueblo comanche no conocía la idea de un solo Dios o un solo Gran Espíritu. Ellos adoraban a muchos espíritus, cada uno de los cuales representaba una acción. Por ejemplo, invocaban al espíritu del ciervo para obtener la agilidad, al espíritu del águila para conseguir fuerza, al importante espíritu del búfalo para obtener buena caza.

Según la leyenda, en un invierno de los tiempos pretéritos, la lluvia no cayó en las praderas de Texas. La sequía fue tan grande que ahuyentó la caza y sembró el hambre. La muerte abatió a los hombres y diezmó las tribus del pueblo comanche.

Entre los pocos hambrientos que quedaron vivos se encontraba la huérfana Muy-Sola, a quien en tiempo de prosperidad sus padres habían confeccionado un muñeco de piel de ante, con los rasgos del rostro pintados con jugo de bayas y plumas azules de guerrero coronando su cabeza. La niña quería mucho a su muñeco.

Un día, a la hora de la puesta del sol, el sacerdote de la tribu, que había subido al monte para consultar a los espíritus, regresó y dijo: "El pueblo se ha vuelto egoísta; durante años lo ha obtenido todo de la tierra sin devolver nada. Los grandes espíritus dicen que el pueblo ha de ofrecer un sacrificio. Cada uno de nosotros ha de quemar lo más valioso que podamos ofrecer. Las cenizas de la ofrenda serán desparramadas en el Hogar de los Vientos. Cuando el sacrificio se haya consumado, se acabarán la sequía y el hambre, y la muerte ya no os amenazará".

Los hombres pensaron que sus más apreciados arcos con sus correspondientes flechas no agradarían a los espíritus; lo mismo pensaron las mujeres acerca de sus hermosas mantas teñidas a mano. Sólo Muy-Sola comprendió que debía quemar su muñeco: "Tú eres lo más valioso que tengo. Es a ti a quien quieren los grandes espíritus".

Y así, cuando la hoguera del consejo se extinguía y la gente se había recogido en sus tipis para dormir, la pequeña Muy-Sola tomó su muñeco y una tea de la hoguera y subió al monte para ofrecer su sacrificio.

Pensó en su abuela y su abuelo, en su mamá y su papá, a quienes el hambre había devorado; pensó en lo que quedaba de su gente y, antes de que pudiera arrepentirse, prendió fuego al muñeco. Se quedó mirando la pequeña hoguera hasta que las llamas se apagaron y las cenizas se enfriaron; entonces las tomó en sus manos y las esparció por el Hogar de los Vientos, por el norte y el este, el sur y el oeste. Y se durmió hasta el amanecer. Cuando despertó, el suelo se hallaba cubierto de flores azules como las plumas prendidas del cabello de su muñeco allí donde habían caído las cenizas.

Y cuando el pueblo salió de sus tiendas, entendió el fenómeno como un milagro que simbolizaba el perdón de los grandes espíritus. Entonces empezó a caer una lluvia tibia y el suelo reseco volvió a cobrar vida. La gente comprendió que por encima del egoísmo reinante entre las tribus, el sacrificio de la pequeña les había salvado de la extinción.

A partir de entonces, Muy-Sola recibió el nombre de La-Que-Ama-Mucho-A-Su-Pueblo.

 

Otras leyendas de creación entre los indios de Norteamérica

 

La identificación con la naturaleza por parte de los indios norteamericanos, como en todas las civilizaciones antiguas, influye en sus leyendas de creación. En ellas se advierte hasta qué punto fueron sensibles al entorno natural en el que vivieron.

Según los indios mandan, el mundo era sólo plantas, agua y arena hasta que el Hombre Único mezcló arena con agua y del barro fue dando forma a los diversos animales que hoy la pueblan.

Para los esquimales, el cielo proviene de las disputas de una familia celestial: ante la mirada de sus padres, el hermano hizo enfadar a la hermana, que le persiguió con un tizón encendido: él se convirtió en la luna y ella en el sol.

Los indios pit river tienen un leyenda según la cual hombres y mujeres fueron creados por Coyote y Lobo a partir de las virutas que salieron raspando con un cuchillo unos palos de madera.

Por último, para los shasta, existe un creador llamado Chareya o el Anciano de lo Alto, que descendió sobre la tierra desierta y plantó los primeros árboles. Luego sopló sobre las hojas caídas y se convirtieron en pájaros. Rompiendo ramas, hizo al resto de animales.


El mito japonés de la creación del mundo

La creación como drama
La Pareja Creadora
El periplo de Izanagi

 

La creación como drama

 

En la mitología japonesa, dos fuentes principales hablan del origen del mundo. Se trata del Kojiki, escrito en el año 712, y el Nihongi, finalizado en el 720. Ambas obras fueron concebidas bajo los auspicios del emperador Temmu y responden a la voluntad política de dar un origen mítico a la dinastía.

El hecho de que los dos textos se hayan conservado escritos responde precisamente a esa voluntad histórica, ya que el emperador y las clases gobernantes pretendían hacer coincidir el origen del mundo con el origen de la historia, y para ello era esencial que sus antepasados (convertidos en divinidades) estuviesen presentes en él.

El fragmento que narra el principio de la creación es bastante críptico en ambos relatos, ya que no sólo se citan los nombres de los dioses sin especificar cómo se produjo su nacimiento, sino que algunas de las divinidades que aparecen no vuelven a mencionarse ni una sola vez. Tras la separación entre el cielo y la tierra, surgieron una serie de dioses, entre ellos, las denominadas cinco Divinidades Celestiales y las Siete Generaciones de la Era de los Dioses. Asimismo se hacen referencias a la Alta Planicie Celestial, la Augusta Columna Celestial y la Estrella Polar. Esta última simboliza el Gran Uno, que puede identificarse tanto con el principio primigenio como con la figura del emperador y sus antepasados. La explicación de la formación del mundo que ofrece el Nihongi está muy influida por la concepción china y es más esclarecedora, en primer lugar, porque utiliza una sencilla imagen (un huevo), y, en segundo lugar, porque se percibe un cierto afán ordenador, ya que hace referencia a los principios femenino y masculino (la dualidad yin/yang):

"Cuando el cielo y la tierra no estaban todavía divididos, yin y yang tampoco estaban separados, su masa caótica era como un huevo de gallina, indeterminado e ilimitado, y contenía un germen. Lo puro y claro se extendió de forma tenue y se convirtió en el cielo: lo pesado y turbio se depositó y se convirtió en la tierra. Al unirse lo tenue y maravilloso, la concentración fue fácil; al fortalecerse lo pesado y turbio, la solidificación resultó difícil. Por eso surgió primero el cielo y luego se formó la tierra. A continuación generaron entre ambos a los seres divinos."

 

La Pareja Creadora

 

El siguiente pasaje se inicia con la presentación de las dos divinidades primigenias que dieron paso a la creación: Izanagi (dios masculino) e Izanami (su hermana menor), dos de los últimos miembros de las anteriormente citadas Siete Generaciones de la Era de los Dioses. Antes de unirse conyugalmente (según les habían ordenado las divinidades celestes) debían dar una vuelta de carácter ritual alrededor de la Augusta Columna Celestial (vínculo entre el cielo y la tierra), situada en el centro de la Sala de Ocho Brazas (en la concepción japonesa del universo, el número ocho representa la totalidad; esta sala es, por tanto, una representación del mundo a pequeña escala, un microcosmos). Él por la izquierda y ella por la derecha, cuando vuelven a encontrarse se emparejan y de su unión nace un primer hijo malogrado (Hiruko, el niño-sanguijuela), que es abandonado a su merced en un bote en medio del océano (se convertirá en la divinidad protectora de los pescadores). De sus relaciones posteriores surgieron varias islas (entre ellas, el conjunto llamado Gran País de las Ocho Islas, nombre mítico por el que es conocido Japón), numerosas divinidades y los mares, los ríos, las montañas, los árboles y las hierbas de todo el universo.

Cuando Izanami estaba a punto de dar a luz un nuevo dios, murió quemada, ya que este último y póstumo vástago es Kagutsuchi (el dios del fuego). Como su alumbramiento supuso la destrucción de su procreadora, este principio-dios tiene un poder devastador. De ahí que su padre, Izanagi, abatido por la pérdida de su esposa, lo degollara con su espada de diez palmos de largo. De las ocho gotas de sangre del infanticidio divino surgieron otras tantas divinidades (llamadas dioses nacidos por la espada y relacionadas todas con partes de la montaña: rocas, hierbas, guijarros, árboles, etc.). Una de las propiedades de los seres divinos es su capacidad de metamorfosearse, por ello Kagutsuchi se transforma: de los pedazos de su cuerpo surgen otras deidades relacionadas con el fuego, pero en su vertiente "domesticada" y no peligrosa.

 

El periplo de Izanagi

 

Tras la descripción del origen de los componentes celestiales y terrenales del universo, el siguiente pasaje de las narraciones míticas explica el mundo de los muertos. Izanagi, que no se resigna a la soledad y considera que debe continuar su labor creadora con la desaparecida Izanami, parte hacia el País de las Tinieblas. Como en el caso de Orfeo y Eurídice, Izanami le dice a su esposo que intentará llevarlo de regreso al mundo de los vivos, pero que él deberá respetar el tabú y no mirarla. Izanagi no cumple su promesa y la ira de los habitantes del reino de la muerte se cierne sobre él. Perseguido por maléficas mujeres, intenta huir utilizando distintos elementos: su peine (cuyos dientes se convierten en rayos de luz cegadora), piedras (o melocotones, según una de las versiones del Nihongi; en el Japón moderno, todavía se cree que este fruto posee el atributo mágico de ahuyentar a los demonios) y un espejo. La fuga finaliza cuando Izanagi logra interponer entre él y sus perseguidoras una roca, que se conocerá como el Gran Dios que Cierra la Puerta a las Tinieblas y que marcará la frontera que separa el mundo de los vivos del de los muertos.

Cuando regresó a la tierra, el dios tuvo que purificarse, ya que cualquier contacto con la muerte implica suciedad. Arrojó sus ropas y su bastón a un lado y después limpió las distintas partes de su cuerpo: todos estos gestos dieron lugar a diversas deidades. De este modo, Izanagi realizó el último acto de creación en solitario.

 

El mito de la creación del universo en el Asia Central

Cosmogonías del frío
La deidad creadora
Cosmogonía altaica
La cosmogonía hindú

 

Cosmogonías del frío

 

Buriatos, tártaros, calmucos, beltires, yakutos, teleutes... son pueblos que tienen unas concepciones cosmogónicas prácticamente idénticas. Se distinguen unas de otras tan sólo por unas pequeñas diferencias que atañen a los nombres de las divinidades y a sus atributos.

A lo largo de la cordillera de Altai, que se encuentra en el centro de Asia, se establecieron diversas comunidades que sufrieron las sucesivas invasiones de las tribus guerreras de turcos, hunos y mongoles. Estos pueblos, unidos por una lengua propia (la altaica), se extendieron hacia el norte hasta llegar a la taiga siberiana. Esta expansión les permitió asimilar ideas religiosas de otras zonas, principalmente de China y la India, pero también aparecen influencias iranias, cristianas, tibetanas e islámicas. Aunque los habitantes de esta región abrazaron el cristianismo ortodoxo, en la actualidad todavía persisten algunas de sus ideas religiosas más arcaicas y ciertos mitos ancestrales, como la creencia en el dios celeste y la pervivencia del chamanismo.

 

La deidad creadora

 

El dios Tangri (que, según las variantes, recibe los nombres de Tengri, Tengeri, Tingir y Tangere) es la divinidad suprema. La palabra tangri (que tanto en turco como en mongol significa a la vez dios y cielo) da una pista sobre las principales características del dios, entre las que destacan su cualidades de eterno, fuerte, elevado, así como blanco y celeste. Se trata de una deidad creadora que separó el cielo de la tierra, y a quien en algunos casos se atribuye el origen del hombre; sin embargo, no se le considera responsable ni de las enfermedades ni de la muerte, ambas debidas a los malos espíritus (Kormos es uno de ellos). Tangri es omnisciente y no sólo decide el orden cósmico y la organización del mundo, sino que rige el destino individual y colectivo de los hombres. Sus designios tienen un peso específico en la estructura social, por ello todos los soberanos reciben la investidura del cielo: los gobernantes son los representantes en la tierra del cielo divino. Cuando no existe ningún dirigente, esta divinidad se fragmenta en numerosas deidades celestes (Tengri): dios de la tormenta, de la fecundidad cósmica, etc. Aunque no se sabe a ciencia cierta si tuvo templos dedicados a su persona ni se conserva ninguna representación en forma de estatua, Tangri era invocado, se le dirigían plegarias y se le ofrecían sacrificios (caballos, toros y carneros), especialmente antes de emprender una campaña bélica. Los cometas, las carestías y las inundaciones eran considerados manifestaciones de su enojo con los hombres.

 

Cosmogonía altaica

 

Por lo que respecta a la concepción del mundo, a pesar de que los pueblos altaicos conservaron varios elementos autóctonos antiguos, asimilaron y reinterpretaron muchas ideas foráneas. Su noción del universo se basa en la unión de tres niveles: el cielo (ámbito de las divinidades y donde tiene su palacio Bai Olgan, "el de arriba"), la tierra (ocupada por los hombres) y el infierno (regido por Erlik Khan, el soberano del averno, es el lugar donde van a parar los muertos). La estructura del mundo se concibe como la superposición de estos tres planos, cuyo peso sostiene un animal (una tortuga o un pez, según las tradiciones) para impedir que se hundan en el océano. Existen dos representaciones muy gráficas del cielo: como si se tratara de una tapadera de la tierra (que da origen a los diversos vientos cuando no está bien cerrada) o como si fuera la carpa de una tienda. Las costuras de esta carpa conformarían la Vía Láctea, y el poste principal de la tienda, la estrella Polar. Por este eje (que, según las variantes, recibe los nombres de "columna de oro", "columna de hierro" o "columna solar") los dioses bajan a la tierra y los muertos descienden a los infiernos. Los hombres representan este vínculo con las deidades a través de unas estacas llamadas "columnas del mundo", que colocan en el exterior de sus yurtas (viviendas). En el interior de los hogares, un poste principal o la abertura por la que sale el humo se encargan de simbolizar la unión entre el cielo y la tierra. El centro del mundo se representa mediante el árbol cósmico, elemento fundamental en las ceremonias chamánicas. El árbol une las tres regiones que conforman el universo: se erige en el centro de la tierra, las ramas superiores llegan al cielo y sus raíces se hunden en el subsuelo. Según algunas versiones, los Tengri se alimentan de sus frutos, mientras que otras variantes cosmogónicas sugieren que las almas de los niños que todavía no han nacido reposan como pájaros entre el follaje.

Para los altaicos, el origen del universo se desencadena a partir del acto de creación de un dios que recibe los nombres de Sombol-Burkan, Ocirvani u Ocurman, según la tradición. Esta divinidad ordena a un animal (que en ocasiones es un anfibio, un ave acuática o un cisne blanco) que se sumerja en las vastas aguas primigenias: del fondo de ellas debe extraer un poco de lodo con el que posteriormente el dios moldea al hombre (al que insufla un alma) y todas las cosas del mundo. En algunas versiones de este mito tan universalmente difundido (es conocido incluso en la India y América del Norte), el protagonista de la inmersión se convierte en un perverso rival de la divinidad que ha creado el mundo. Esta variante posibilita una interpretación dualista de la realidad: la figura maligna es muy útil para explicar las imperfecciones de la creación, la condición mortal de los seres humanos y la existencia del mal. Sin embargo, otras veces no es el buceador cosmogónico quien se convierte en antagonista, sino las fuerzas del mal, personificadas en Erlik Khan o en Cholm ("el adversario"). A ellos se deben tanto las impurezas de la tierra como las del hombre. El chamán, individuo capaz de descender a los infiernos y tratar con los espíritus, es el encargado de reparar algunas de estas anomalías.

 

La cosmogonía hindú

 

En el sur de Asia, el primitivo panteón védico de 33 devas dio paso al trimurti (trío sagrado), compuesto por Brahma, Visnú y Siva, al que posteriormente se incorporaron otras divinidades.

Brahma, cuya figura a veces se asocia a la de Prajapati, es considerado el creador. De su cuerpo surgió una joven de la cual se enamoró y con quien tuvo un hijo, Manu, el primer hombre. Esta divinidad suele ser representada con mil caras, recordando cómo, prendado de su hija amante, la seguía con su mirada. La duración del universo se cuenta según la duración de la vida de Brahma, cada día de su existencia equivale a un año de la de los hombres; en este período, el dios crea el universo durante el día y lo desintegra por la noche. Con el tiempo, su prestigio cedió ante el de Visnú y Siva.

Uno de los calificativos de Visnú es "el de los grandes pasos", pues su tres célebres zancadas convirtieron el universo en un lugar habitable para los dioses y los hombres. Amigo y aliado de Indra, ayuda a este dios en su lucha contra la serpiente Vritra. Está casado con Shri, una bellísima deidad asociada a la fertilidad y considerada paradigma de la lealtad de la esposa hindú (complaciente, fiel y sumisa a su marido).

Siva está revestido de características contradictorias. Por un lado, se le considera un dios malévolo, vengador y causante de todo tipo de desastres, mientras que por otro aparece vinculado al ascetismo (suele representarse meditando en el monte Kailasa). Así, entre sus atributos, además de un terrorífico collar de calaveras, cuenta con el tercer ojo de la iluminación. Seductor empedernido, se le relaciona con lo erótico, por eso se le rinde culto en forma de linga o falo sagrado. En ocasiones se le venera como "el señor de la danza", y entonces tiene cuatro brazos y su figura aparece rodeada por un círculo en llamas.

La deidad más popular entre los poetas del Rigveda es Indra. Dios guerrero, domina la región intermedia (la atmósfera) y es el señor de todo lo húmedo. Aunque sus calificativos hacen referencia a la fuerza que posee ("el que empuña el rayo", "el señor poderoso", "el de los mil ojos"), su gran afición al soma contribuye, sin duda, a su imbatibilidad. Tras reemplazar a su antecesor Varuna, se erigió en jefe de los dioses, a los que capitanea en su lucha contra las divinidades maléficas (asuras). Su combate más famoso es el que mantuvo con la serpiente Vritra ("la que no tiene hombros"): el maléfico reptil tenía encerradas las aguas hasta que la poderosa deidad, tras derrotarlo, las liberó abriendo canales en las montañas y formando los ríos. El triunfo de Indra representa la victoria de la vida contra la esterilidad (estancamiento) y la muerte. Durante el período clásico se convirtió en dios de la lluvia. En los Puranas aparece como pecador. Su carácter belicista y el hecho de haber seducido a la esposa de un sabio hacen que pierda brillo.

Menos popular que Indra, Varuna fue considerado durante un tiempo el dios supremo por excelencia, creador del mundo y regidor de los dioses y los hombres. Tiene el poder de atar a los seres humanos, por eso suele representársele con una cuerda en la mano. El Rigveda dice de él que "estiró la tierra para que sirviese de alfombra al sol" y puso "leche en las vacas, inteligencia en los corazones, el sol en el cielo...". Es omnipresente e infalible: quien se resiste a la ley es responsable ante Varuna y el culpable sólo es absuelto tras llevar a cabo los sacrificios que el propio dios ha establecido. Como muchas otras divinidades, está relacionado con un animal: la serpiente Ahi, que se identifica con el Sol. El astro rey, al alba, se libera de la noche de la misma manera que Ahi se libera de su piel.

El dios Agni representa el fuego y se encuentra en la madera, el agua y las plantas. Nace en el cielo y desciende a la tierra en forma de relámpago; esta conexión le convierte en mensajero entre los dos mundos (a él se le dirigen las ofrendas para que lleguen a los dioses). Eternamente joven, pues renace con cada fuego que se enciende, en el Rigveda se afirma que "jamás envejece". Es dios del sacrificio y a la vez sacerdote, por eso se le invoca constantemente (ahuyenta los demonios y protege de las enfermedades y hechicerías).

El panteón védico está dominado por los dioses. Las pocas diosas de que se tienen noticia desarrollan un papel oscuro. Por ejemplo, bajo el nombre de Devi (la diosa) o de Mahadevi (la Gran Diosa) se agrupan diversas divinidades femeninas del panteón hindú clásico. Una de las más diferenciadas es Aditi ("la no ligada", o sea, la libre). Se la identifica con la tierra y representa la anchura, la libertad, lo que hace pensar que tal vez se trate de una antigua Diosa Madre.

Pavarti (también llamada Uma) es la paciente esposa de Siva. No se deja desanimar por la conducta y costumbres groseras del dios. Con una encomiable tenacidad, logra domesticar a su misantrópico cónyuge.

Durga, en cambio, es una diosa guerrera (inalcanzable para sus pretendientes e invencible en combate). Armada con arcos, espadas y tridentes, lucha contra los demonios que amenazan con desestabilizar el universo. Se la representa con ocho brazos. Kali, que brota de la frente de Durga cuando ésta se enoja, es aún más peligrosa. Calificada como "la oscura", contribuye a la aniquilación de los demonios, pero en ocasiones, cegada por la sangre, destruye la tierra y siembra el pánico entre los hombres. Tiene la apariencia de una bruja demacrada y suele representarse adornada con un collar de calaveras o cabezas cortadas. Los sacrificios de animales forman parte de su culto y son espectaculares: en su templo se sacrifican cabras a diario y, en épocas pasadas, se le ofrecían víctimas humanas.

La diosa Mariyamman también es terrible. Perteneciente a la casta de los brahmanes (sacerdotes), se casó con un intocable que se vistió como uno de su clase; encolerizada por el engaño, tiene por costumbre castigar a los intocables y reducirlos a cenizas. Otras diosas menos conocidas son Usas (diosa de la aurora), Ratri (de la noche), Sitala (de la viruela y afecciones de la piel) y Shashti (del parto). A muchas se les ofrecen en sacrificio búfalos en memoria de Mahisha, un demonio búfalo que mató Durga.

 

El totemismo

Un símbolo de la identidad comunicativa
Tótem y emblema
 
El tótem individual
 

 

Un símbolo de la identidad comunicativa

 

Aunque el totemismo tenga un espacio en la vida religiosa de numerosas tribus indias de América del Norte y africanas, es en Australia donde resulta más interesante, porque las creencias totémicas se encuentran aquí en un estado más cercano al origen y porque estas creencias constituyen la base de un sistema religioso completo.

En la antigua Australia, los clanes se agrupan en una unidad superior llamada tribu. Cada clan rinde culto a un determinado animal, planta u objeto inanimado que recibe el nombre de tótem, con el cual sus miembros establecen unos vínculos muy especiales. Para comprender la importancia de las creencias totémicas es fundamental entender qué es un clan y qué tipo de relaciones se establecen entre los individuos que lo integran. Los miembros de un mismo clan están unidos por un vínculo de parentesco, lo cual no significa que exista consanguinidad entre ellos, sino que participan de los mismos derechos y obligaciones que los miembros de una familia: no deben casarse entre sí, tienen que guardar luto cuando muere uno de ellos, etc. Pero lo que en realidad los identifica como miembros de una comunidad es el nombre que todos comparten (y que coincide con el de un animal, planta u objeto): su tótem.

La mayoría de objetos utilizados como tótem pertenecen al reino vegetal o animal, y sobre todo a este último. Otros tótems, mucho menos habituales, se refieren a elementos de la naturaleza o a fenómenos atmosféricos: el fuego, la lluvia, el viento, las nubes, el sol, la luna, el humo, el verano, el agua, el mar, las estrellas... A veces el tótem no es un animal, sino una parte de su cuerpo (la cola, el estómago, el hígado, etc.). Esto ocurre cuando un antiguo clan que compartía el mismo tótem se ha subdividido en varios clanes: cada uno de ellos adopta como suya una parte del animal. También son susceptibles de convertirse en tótems los lugares en que un antepasado mítico realizó una gesta importante e incluso el propio antepasado. Por lo general, los tótems se transmiten por vía hereditaria: según los clanes, el hijo adquiere el tótem de la madre o del padre (o el de la región donde fue concebido).

 

Tótem y emblema

 

Los aborígenes australianos consideran que el tótem es algo más que un nombre: es el emblema identificativo que señala su pertenencia a una determinada familia y les distingue de los miembros de otros clanes. Para que esta enseña sea recordada y para que la fuerza que emana de ella esté siempre presente, el tótem se imprime en distintos objetos relacionados con las personas: escudos, rocas, trozos de madera situados cerca de las tumbas, y en diferentes utensilios de uso cotidiano. Además, aparte de su función como aglutinante social (pues cohesiona individuos dispares a los que otorga una identidad común), la figura totémica está inextricablemente unida a la religión y es, ante todo, un objeto sagrado.

Durante las ceremonias religiosas, el tótem se integra en el cuerpo de los participantes. Su figura se reproduce mediante tatuajes e incisiones cutáneas, se representa en las máscaras y se evoca utilizando algunas partes de su organismo (si es un ave, sus plumas; si es un mamífero, su piel y, en ocasiones, su sangre). Pero es en los ritos iniciáticos donde la presencia del tótem desempeña un papel determinante.

La iniciación (que incluye la circuncisión y, en la mayoría de los casos, la extracción de dientes) permite al neófito adentrarse en el significado del ritual totémico, a la vez que le familiariza con los nombres y lugares de sus antepasados. Un instrumento imprescindible en la vida religiosa es el churinga (voz aborigen que significa "sagrado"), que desempeña un papel fundamental en este rito. Construidos de madera o de piedra pulimentada, los churinga tienen una forma ovalada y suelen llevar grabado el tótem del clan con representaciones muy esquemáticas. Entre las milagrosas propiedades atribuidas a esta herramienta mágica destacan las de sanar las heridas provocadas por la circuncisión, curar enfermedades de todo tipo, otorgar fuerza antes de entrar en combate, debilitar a los enemigos...

El churinga es el tesoro religioso del clan y debe guardarse de manera disimulada en un recinto apartado (normalmente en una cavidad), fuera del alcance de los extranjeros, las mujeres y los no iniciados. Este espacio sagrado (llamado ertnatulunga) constituye un santuario para todo el grupo totémico y emana una poderosa energía que transmite a todo su entorno. Como lugar de paz, quien se acerca a él goza de derecho de asilo: sirve de refugio a los hombres perseguidos y no está permitido cazar ningún animal que habite en los alrededores.

 

El tótem individual

 

Pero además del tótem común a todos los miembros del clan, existe otro que es propio de cada persona y al que ésta dedica un culto particular, exclusivo. A través del tótem individual cada uno expresa su personalidad: entre él y el individuo, plenamente identificados, se establece un vínculo vital. El animal (porque suele ser un animal) se convierte en el alter ego del sujeto, quien, al participar de la dimensión divina de su tótem, empieza a considerarse a sí mismo como un ser sagrado. Así pues, cada persona posee una doble naturaleza: la humana y la totémica. Esta identificación entre el individuo y su animal patrón implica una serie de derechos y obligaciones hacia ambas partes. Por ejemplo, si un hombre tiene como tótem al emú, no podrá cazar ni comer ningún ejemplar de esta especie, y si lo hace estará sujeto a una serie de obligaciones (como purificarse después de llevar a cabo su acción). A cambio de este tributo que se le rinde, el animal patrón ayuda al hombre: le infunde coraje, le advierte de situaciones peligrosas y le protege de los males que le acechan. En definitiva, se comporta como su mejor amigo.

El totemismo individual es una práctica facultativa, ya que no está impuesta por el clan. Algunos individuos no tienen un tótem propio, mientras que otros tienen varios; además, está permitido renunciar a él y cambiarlo. A diferencia de lo que ocurría con el tótem colectivo, la elección del tótem particular no está determinada ni por los progenitores ni por el lugar de concepción, sino que se lleva a cabo en sueños o, tras el rito de iniciación, es un tercero (pariente, mago o anciano) quien lo sugiere.

 

El chamanismo

Para rectificar la presencia del mal
La llamada
El proceso iniciático
Función del chamán
Cronología del pensamiento prerreligioso
 
-3000 a -2000
-2000 a -1000
-1000 a -500

 

Para rectificar la presencia del mal

 

Adivino y curandero, el chamán, como poseedor de conocimientos superiores a los del resto del grupo, desempeña un papel destacado en la mayoría de las comunidades primitivas.

Los poderes de los que está revestido el chamán (literalmente, "el que conoce") son consecuencia de una serie de experiencias iniciáticas, gracias a las cuales logra comunicarse con las fuerzas sobrenaturales. Esta figura actúa como intermediario entre los hombres y los dioses, pero, como también tiene capacidad para establecer contacto con los malos espíritus, posee además las aptitudes necesarias para sanar a sus congéneres en caso de que sufran daños. Antes de obtener este poder curativo, el iniciado debe superar una serie de pruebas.

Se cuenta que el origen de la estirpe chamánica se debe a un acto de magnificencia divina. Por ejemplo, entre los altaicos, las deidades celestes decidieron que en la tierra tenía que existir un individuo que pudiera ayudar a los hombres a combatir sus dolencias y que, a la vez, supiera encaminar su alma al otro mundo en caso de fallecimiento. Entonces enviaron un águila, que dejó embarazada a una mujer dormida: el primer chamán fue fruto de esta unión.

 

La llamada

 

Los chamanes pueden llegar a adquirir esta categoría por vocación, transmisión hereditaria o elección personal o del clan. La primera posibilidad es la más habitual, es decir, normalmente el futuro chamán lo es porque ha recibido la "llamada". Existen indicios que distinguen al chamán de los demás miembros de la comunidad: empieza a tener visiones, siente la necesidad de alejarse de sus congéneres y en ocasiones sufre ataques que le dejan inconsciente. A estas señales que advierte y siente, el elegido debe responder: se apartará durante unos días del clan y buscará refugio en lugares retirados, caminará sin rumbo por parajes solitarios, hablará consigo mismo en voz alta y se alimentará de manera precaria.

El elegido es consciente de su futura misión, pero también sabe que antes de llevarla a cabo deberá superar pruebas y pasar por sufrimientos que le conducirán a una muerte iniciática. De este modo, su antigua personalidad (su antigua esencia humana) desaparecerá y el individuo renacerá como un ser singular destinado a desarrollar un cometido muy especial en el clan. Porque esta muerte simbólica no sólo le permite conocer los misterios que encierra el alma de los hombres, sino que le familiariza con los dioses y los demonios que son invisibles para el resto de los mortales.

 

El proceso iniciático

 

Sin embargo, antes de establecer este contacto con los poderes sobrenaturales, el iniciado debe recibir instrucciones "prácticas" referidas a su futuro oficio. Serán sus antepasados chamanes quienes se encargarán de proporcionarle esta formación: técnicas chamánicas, nombres y atributos tanto de divinidades como de espíritus malignos, lenguaje secreto que se emplea en el oficio, genealogía del clan...

Por lo general, estas enseñanzas también se reciben en estado de éxtasis, ya que forman parte de un conocimiento esotérico al que sólo pueden acceder los elegidos. Maestro y discípulo se apartan de la comunidad durante un cierto tiempo: el chamán instruye al neófito sobre las enfermedades y le acompaña a los dominios de los espíritus celestes.

La segunda parte de este aprendizaje consiste en un descenso a los infiernos. Sin duda, constituye una experiencia más dramática que la anterior, ya que no sólo debe realizarse en solitario, sino que comprende elementos violentos: para superar esta prueba, el futuro chamán tendrá que asistir a su propia muerte. Como si se tratase de un ser clarividente, el iniciado ve en sueños su llegada al infierno. Una vez en él, los demonios despedazan su cuerpo y las diversas partes del mismo son entregadas a los malos espíritus. Así, conoce de cerca las enfermedades y aprende a curarlas. En otros casos, cuando el neófito entra en los infiernos, sus antecesores chamanes le abren el vientre y beben su sangre para, más tarde, infundirle sangre nueva. Durante todo este doloroso proceso el iniciado permanece inconsciente: su despertar puede considerarse una resurrección, porque cuando regresa a la vida lo hace convertido en otra persona con capacidad para curar.

Una vez finalizada la visita al infierno, para concluir su formación, el aprendiz de chamán debe ascender al cielo. El instrumento que le permitirá el contacto con lo divino es un vegetal que, como una llave, le permite la entrada en la bóveda celeste. El árbol chamánico representa el árbol cósmico que une los planos terrenal y celeste: tiene las raíces dentro del hogar y su copa asoma al exterior a través del agujero por el que sale el humo.

 

Función del chamán

 

A pesar de su importancia fundamental en la vida religiosa, los chamanes no intervienen en todas las ceremonias; por ejemplo, no participan en los matrimonios y sólo asisten a los nacimientos si se presenta alguna complicación. En cambio, la presencia del chamán es ineludible cuando se trata de enfermedades o defunciones, ya que si en el primer caso el curandero debe expulsar del alma del paciente los espíritus malignos que la han ocupado, en el segundo deberá acompañarla al otro mundo. Asimismo, la autoridad del chamán es requerida para resolver problemas con el ganado o la cosecha. A través de complejos rituales, trata de obtener la bendición de los dioses o de los antepasados para recuperar la producción. Los ingredientes esenciales de este rito son la sangre vertida del animal sacrificado, el aguardiente (que facilita el acceso del chamán al infierno) y los tamboriles (que acompañan al curandero en su descenso extático).

 

Cronología del pensamiento prerreligioso

 

-3000 a -2000

 

Asia Central: Muchas figuritas femeninas y sellos con escenas de culto, especialmente con toros.

Baños rituales y altares con fuego.

Asia Menor y Mediterráneo Oriental: Cultos locales a la fecundidad y a la Diosa Madre.

Mediterráneo Occidental: Templos, sacrifico de animales, adivinación, libaciones. Diosa Madre con cultos de fecundidad y de ultratumba. Enterramientos comunales.

Europa Central: Enterramientos comunales que sugieren respeto a los antepasados

 

-2000 a -1000

 

Extremo Oriente: Deidades y antepasados que exigen ofrendas y sacrificios. Oráculos y adivinación mediante huesos.

Asia Central: Precursores de algunos dioses hindúes reconocidos en la civilización del río Indo. Introducción de la religión y la literatura védicas.

Asia Menor y Mediterráneo Oriental: Diosa Madre asociada con palomas Diosa Madre asociada con palomas y al toro.

Mediterráneo Occidental: Culto al Sol. Ofrendas votivas en ríos.

Europa Central: Culto al Sol y a otros cuerpos celestes.Ofrendas votivas en ríos.

 

-1000 a -500

 

Extremo Oriente: Culto a los antepasados. Aparecen Confucio y Lao-Tse.

Asia Central: La religión védica confundida con cultos nativos. Brahmanismo. Principio del budismo.

Europa Central: Ofrendas votivas.

América: Culto al jaguar. Centros ceremoniales. En Norteamérica, cultos funerarios.

 

La teoría de la creación del mundo como una ordenación del caos

Una mente ordenadora del caos

 

Una mente ordenadora del caos

 

Mitos, leyendas, tradiciones, novelas, dioses, héroes, combates sangrientos, diluvios, terremotos; víctimas y sacrificios, monstruos y gigantes, abismos subterráneos, cultos en cavernas, oráculos indescifrables; fragmentos de poemas, estatuas mutiladas, templos de los que sólo queda una parte de los cimientos... A seis mil, cuatro mil años de distancia, con documentos mal transmitidos y la mayoría de los edificios arruinados, ¿qué nos queda de la Antigüedad?

Quedamos nosotros, por supuesto, pero cargados con un bagaje cultural consciente o inconsciente que nos impone, año tras año, acciones tan dispares como encender hogueras en el solsticio de verano o encerrarnos en familia e intercambiarnos regalos en el de invierno. O celebrar locos carnavales justo antes del inicio de la primavera, tomar dulces con licor después de un funeral familiar o llevar flores a las tumbas.

Al profundizar en el porqué de estos y otros rituales, podemos llegar por una intrincada escalera-laberinto hasta la percepción de antiguas sabidurías que, ante todo, se preguntaban de dónde y por qué había surgido el mundo habitable, y hacia dónde se dirigía la vida humana, que aparentemente terminaba siempre en la muerte individual.

Paradójicamente, todo parecía un caos ordenado. Si las tempestades asolaban la región, al año siguiente las cosechas eran más abundantes; si en el cielo nocturno las estrellas se mostraban en total desorden, la cadencia de los días y las estaciones era exacta año tras año; si el fuego lo destruía todo en un momento, bien administrado era fuente de calor y de vida... Orden en el desorden. Ése debía de ser el secreto del principio de todo. Ordenación del caos: eso debía ser, necesariamente, la creación del mundo. 

CONTINÚA CON La religión griega arcaica

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