LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS I

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Sigmund Freud

Flectere si nequeo superos, acheronta movebo

 «Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

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CAPÍTULO I

LA LITERATURA CIENTÍFICA SOBRE LOS PROBLEMAS ONÍRICOS

 

CAPÍTULO II

EL MÉTODO DE LA INTERPRETACIÓN ONÍRICA

EJEMPLO DEL ANÁLISIS DE UN SUEÑO

 

CAPÍTULO III

EL SUEÑO ES UNA REALIZACIÓN DE DESEOS

 

CAPÍTULO IV 

LA DEFORMACIÓN ONÍRICA

 

CAPÍTULO V

MATERIAL Y FUENTES DE LOS SUEÑOS

 

CAPÍTULO VI

LA ELABORACIÓN ONÍRICA

 

CAPÍTULO VII 

PSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS ONÍRICOS

 

 

1898-9 [1900]

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

(1900)

        AL proponerme exponer la interpretación de los sueños no creo haber trascendido los ámbitos del interés neuropatológico, pues, el examen psicológico nos presenta el sueño como primer eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos elementos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes, conciernen al médico por motivos prácticos. Desde luego, como ya lo demostraremos, el sueño no puede pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor teórico como paradigma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las imágenes oníricas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas, los delirios, y por ejercer sobre esa estos fenómenos un posible influjo terapéutico.

        Mas precisamente esta vinculación, a la que nuestro tema debe toda su importancia, es también el motivo de los defectos de que adolece el presente trabajo, pues el frecuente carácter fragmentario de su exposición corresponde a otros tantos puntos de contacto, a cuyo nivel los problemas de la formación onírica toman injerencia en los problemas más amplios de la psicopatología, que no pudieron se considerados en esta ocasión y que serán motivo de trabajos futuros, siempre que para ello alcancen el tiempo, la energía y el nuevo material de observación.

        Además, esta publicación me ha sido dificultada por particularidades del material que empleo para ilustrar la interpretación de los sueños. La lectura misma del trabajo permitirá advertir por qué no podían servir para mis fines los sueños narrados en la literatura o recogidos por personas desconocidas; debía elegir, pues, entre mis propios sueños y los de mis pacientes en tratamiento psicoanalítico. La utilización de este último material me fue vedada por la circunstancia de que estos procesos oníricos sufren una complicación inconveniente debida a la intervención de características neuróticas. Por otra parte, la comunicación de mis propios sueños implicaba inevitablemente someter las intimidades de mi propia vida psíquica a miradas extrañas, en medida mayor de la que podía serme grata y de la que, en general, concierne a un autor que no es poeta, sino hombre de ciencia. Esta circunstancia era penosa pero inevitable, de modo que me sometí a ella para no tener que renunciar, en principio, a la demostración de mis resultados psicológicos. Sin embargo, no pude resistir, naturalmente, a la tentación de truncar muchas indiscreciones omitiendo y suplantando algunas cosas; cada vez que procedí de tal manera no puede menos de perjudicar sensiblemente el valor de los ejemplos utilizados. Sólo me queda expresar la esperanza de que los lectores de este trabajo comprenderán mi difícil situación, aceptándola benévolamente, y espero, además, que todas las personas que se sientan afectadas por los sueños comunicados no pretenderán negar la libertad del pensamiento también a la vida onírica.

 

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN INGLESA DE «LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS »

1931

        EN el año 1909 G. Stanley Hall me invitó a la Universidad de Clark, en Worcester, para que pronunciara allí mis primeras conferencias sobre psicoanálisis. El mismo año el doctor Brill publicó la primera de sus traducciones de obras mías, que al poco tiempo había de ser seguida por otras. Si el psicoanálisis desempeña hoy un papel en la vida intelectual de Estados Unidos o si está destinado a desempeñarlo en el futuro, gran parte del mérito deberá atribuirse a ésta y las demás actividades del doctor Brill.

Su primera traducción de La interpretación de los sueños apareció en 1913. Mucho ha ocurrido desde entonces en el mundo y mucho han cambiado nuestros conceptos acerca de las neurosis. Este libro, empero, con su nueva contribución a la psicología, que tanto sorprendió al mundo cuando fue publicado (1900), sigue subsistiendo sin modificaciones esenciales. Aún insisto en afirmar que contiene el más valioso de los descubrimientos que he tenido la fortuna de realizar. Una intuición como ésta el destino puede depararla sólo una vez en la vida de un hombre.

FREUD.

Viena, 15 de marzo de 1931.

 

CAPÍTULO I

LA LITERATURA CIENTÍFICA SOBRE LOS PROBLEMAS ONÍRICOS

 

        EN las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material.

        Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y el estado científico actual de los problemas oníricos, ello obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas ocasiones de volver sobre tales materias. La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones aisladas. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más incompleto.

        Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños».

        Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica. Admitían éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación.

        En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo.

        Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día.

        Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición.

        Gruppe (Griechische Mithologie und Religonsgeschichte, pág. 390) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio de significación con respecto al porvenir, pertenecían los enupnia, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los fantasmata, que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se incluían: 1º, el oráculo directo, recibido en el sueño (crhmatismos, oraculum); 2º la predicción de un suceso futuro (orama, visio), y el 3º, el sueño simbólico, con necesidad de interpretación (oneiros, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos.»

        De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica». Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber se un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido.

        La concepción precientífica de los antiguos sobre los sueños se hallaba seguramente de completo acuerdo con su total concepción del Universo, en la que acostumbraban proyectar como realidad en el mundo exterior aquello que sólo dentro de la vida anímica la poseía. Esta concepción del fenómeno onírico tomaba, además, en cuenta la impresión que la vida despierta recibe del recuerdo que del sueño perdura por la mañana, pues en este recuerdo aparece el sueño en oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y procedente de un mundo distinto. Sería, sin embargo, equivocado suponer que esta teoría del origen sobrenatural de los sueños carece ya de partidarios en nuestros días. Haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos -que obran consecuentemente, defendiendo los últimos reductos de lo sobrenatural hasta que los procesos científicos consigan desalojarlos de ellos-, hallamos todavía hombres de sutil ingenio, e inclinados a todo lo extraordinario, que intentan apoyar precisamente en la insolubilidad del enigma de los sueños su fe religiosa en la existencia y la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas (Haffner). La valoración dada a la vida onírica por algunas escuelas filosóficas -así, la de Schelling- es un claro eco del origen divino que en la antigüedad se reconocía a los sueños. Tampoco la discusión sobre el poder adivinatorio y revelador del porvenir atribuido a los sueños puede considerarse terminada, pues, no obstante la inequívoca inclinación del pensamiento científico a rechazar la hipótesis afirmativa, las tentativas de hallar una explicación psicológica valedera para todo el considerable material reunido no han permitido establecer aún una conclusión definitiva.

        La dificultad de escribir una historia de nuestro conocimiento científico de los problemas oníricos estriba en que, por valioso que el mismo haya llegado a ser con respecto a algunos extremos, no ha realizado progreso alguno en determinadas direcciones. Por otro lado, tampoco se ha conseguido establecer una firme base de resultados indiscutibles sobre la que otros investigadores pudieran seguir construyendo, sino que cada autor ha comenzado de nuevo y desde el origen el estudio de los mismos problemas. De este modo, si quisiera atenerme al orden cronológico de los autores y exponer sintéticamente las opiniones de cada uno de ellos, tendría que renunciar a ofrecer al lector un claro cuadro de conjunto del estado actual del conocimiento de los sueños, y, por tanto, he preferido adaptar mi exposición a los temas y no a los autores, indicando en el estudio de cada uno de los problemas oníricos el material que para la solución del mismo podemos hallar en obras anteriores. Sin embargo, y dado que no me ha sido posible dominar toda la literatura existente sobre esta materia -literatura en extremo dispersa, y que se extiende muchas veces a objetos muy distintos-, he de rogar al lector se dé por satisfecho, con la seguridad de que ningún hecho fundamental ni ningún punto de vista importante dejarán de ser consignados en mi exposición.

        Hasta hace poco se han visto impulsados casi todos los autores a tratar conjuntamente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio de estos últimos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los dominios de la Psicopatología (alucinaciones, visiones, etc.). «En cambio, en los trabajos más modernos aparece una tendencia a seleccionar un tema restringido, y no tomar como objeto sino uno solo de los muchos problemas de la vida onírica; transformación en la que quisiéramos ver una expresión del convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo definitivos. Una de tales investigaciones parciales y de naturaleza especialmente psicológica es lo que aquí me propongo ofreceros. No habiendo tenido gran ocasión de ocuparme del problema del estado de reposo -problema esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico-, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura existente sobre tal problema.

        El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones que siguen, interdependientes en parte:

 

a) Relación del sueño con la vida despierta.

        El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo filósofo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase, muy citada y conocida (pág.474): «…nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias reales.» J. H. Fichte (1-541) habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergänzungsträume) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, autocurativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños (pág.16), obra que goza justamente de un general renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la consciencia despierta…» Página 17: «En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al ordenado contenido de la consciencia despierta y de su funcionamiento normal…» Página 19: «La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta…»

        La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así, Haffner (pág. 19): «Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la consciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior.» Weygandt (pág.6) contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella.» Maury (pág.56) dice en una sintética fórmula: Nous rêvons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1885, pág. 530), manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.»

        El filósofo J.G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: «La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado con el objeto de sus tiernas esperanzas… Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für Psychoanalyse.)

        Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia , se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida.»

        En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los siguientes versos (IV, v. 959):

                Et quo quisque fere studio devinctus adhaeret,

                aut quibus in rebus multum summus ante moratti

                atque in ea rationes fut contenta megis mens,

                in somnis eadem plerumque videmur obire;

                causidice causas agere et componere leges.

                induperatores pugnare ac proelia obire, etc.

        Y Cicerón De Divinatione, II. anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe: Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogitavimus aut egimus.

        La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción» (pág. 8). «La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real…» A continuación expone Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena, para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos de emprenderla no eligiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino al contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventuras oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos homogéneos y subsiguientes de nuestra vida.

        «Y, sin embargo -prosigue Hildebrandt-, lo aparentemente contrario es igualmente cierto y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta separación existe una íntima relación. Podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla… Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormente.»

 

b) El material onírico. La memoria en el sueño.

        Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido -recordado- en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa y atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de peculiaridades que la capacidad de recordar mubra en el sueño, y que, aunque generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento. Creo interesante estudiar detenidamente tales caracteres.

        Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la consciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar.

        Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida, las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy gustado por los lacértidos. En su sueño conocía incluso el nombre de dicha planta: asplenium ruta muralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pared,y, por último, quedó cubierta la calle entera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección.

        El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de asplenium.Mas, con gran asombro, comprobó que existía un helecho así llamado -el asplenium ruta muraria- nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pensar en la coincidencia casual , resultaba para Delboeuf un misterio el origen del conocimiento que el nombre asplenium había poseído en su sueño.

        Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en algunas regiones de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo sintió surgir en su memoria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el asplenium de su sueño, reconociendo, además, su propia letra, manuscrita en el nombre latino escrito al pie de la página. En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente, se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nombre correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección de un botánico que le fue dictando dichos nombres.

        Otra de las felices casualidades que tanto interés dan a este ejemplo permitió a Delboeuf referir un nuevo fragmento de su sueño a su correspondiente origen olvidado. En 1877 cayó un día en sus manos una antigua colección de una revista ilustrada, y al hojearla tropezó con un dibujo que representaba aquella procesión de lagartijas que había visto en su sueño del año 1862. El número de la revista era de 1861, y Delboeuf pudo recordar que en esta fecha se hallaba suscrito a ella.

        Esta libre disposición del sueño sobre recuerdos inaccesibles a la vida despierta constituye un hecho tan singular y de tan gran importancia teórica, que quiero atraer aún más sobre él la atención de mis lectores, por la comunicación de otros sueños «hipermnésticos». Maury relata que durante algún tiempo se le venía a las mientes varias veces al día la palabra Mussidan, de la que no sabía sino que era el nombre de una ciudad francesa. Pero una noche soñó hallarse dialogando con cierta persona que le dijo acababa de llegar de Mussidan, y habiéndole preguntado dónde se hallaba tal ciudad, recibió la respuesta de que Mussidan era una capital de distrito del departamento de la Dordoña. Al despertar no dio Maury crédito alguno a la información recibida obtenida en su sueño, pero el Diccionario geográfico le demostró la total exactitud de la misma. En este caso se comprobó el mayor conocimiento del sueño, pero no fue encontrada la olvidada fuente de dicho conocimiento.

        Jessen relata (pág. 55) un análogo suceso onírico de la época más antigua: «A estos sueños pertenece, entre otros, el de Escalígero el Viejo (Hennings I, c., pág. 300), al que, cuando se hallaba terminando un poema dedicado a los hombres célebres de Verona, se le apareció en sueños un individuo que dijo llamarse Brugnolo y se lamentó de haber sido olvidado en la composición. Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, incluyó unos versos en su honor, y tiempo después averiguó en Verona, por un hijo suyo, que el tal Brugnolo había gozado largos años atrás en dicha ciudad un cierto renombre como crítico.»

        Un sueño hipermnéstico, que se distingue por la peculiaridad de que otro sueño posterior trajo consigo la admisión del recuerdo no reconocido al principio, nos es relatado por el marqués D'Hervey de St. Denis (según Vaschide, pág. 232): «Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que veía conversando con mi hermana mientras le enseñaba un bordado. En el sueño me parecía conocerla y creía incluso haberla visto repetidas veces. Al despertar siguió apareciéndoseme con toda precisión aquel bello rostro, pero me fue imposible reconocerlo. Luego, al volver a conciliar el reposo, se repitió la misma imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pregunté si había tenido el placer de verla anteriormente en algún lado. «Ciertamente -me respondió-; acuérdese de la playa de `Pornic.' Inmediatamente desperté y recordé con toda claridad las circunstancias reales relacionadas con aquella amable imagen onírica.»

        El mismo autor (según Vaschide, pág. 233) nos relata lo siguiente:

        «Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció completamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha colección entre sus manos.»

        En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the Society for psychical research) ha publicado Myers una amplia serie de tales sueños hipermnésticos. A mi juicio, todo aquel que haya dedicado alguna atención a estas materias tiene que reconocer como un fenómeno muy corriente este de que el sueño testimonie poseer conocimientos y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos psicoanalíticos realizados con sujetos nerviosos, trabajos de los que más adelante daré cuenta, se me presenta varias veces por semana ocasión de demostrar a los pacientes, apoyándome en sus sueños, que conocen citas, palabras obscenas, etc., y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las hayan olvidado. A continuación citaré un inocente caso de hipermnesia onírica, en el que fue posible hallar con gran facilidad la fuente de que procedía el conocimiento accesible únicamente al sueño.

        Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía un kontuszowka. Al relatarme su sueño me preguntó qué podía ser aquello, respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y que era imposible lo hubiese inventado en su sueño, pues yo lo conocía por haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algunos días más tarde, después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día.

        En mis propios sueños he podido comprobar lo mucho que el descubrimiento de la procedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. Así, mucho antes de pensar en escribir la presente obra, me persiguió durante varios años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitectura, que no podía recordar haber visto nunca y que después reconocí bruscamente en una pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre 1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más tarde, hallándome ya consagrado intensamente al estudio de los sueños, llegó a hacérseme molesta la constante aparición de la imagen onírica de un singular local. En una precisa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un vago y lejanísimo recuerdo al que no me decidía a dar crédito, me decía que tal habitación constituía el acceso a una cervecería, pero no me era posible esclarecer lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde procedía. En 1907 hice un viaje a Padua, ciudad que contra mi deseo no me había sido posible volver a visitar desde 1895. En mi primera visita había quedado insatisfecho, pues cuando me dirigía a la iglesia de la Madonna dell' Arena con objeto de admirar los frescos de Giotto que en ella se conservan, hube de volver sobre mis pasos al enterarme de que por aquellos días se hallaba cerrada. Doce años después, llegado de nuevo a Padua, pensé, ante todo, desquitarme de aquella contrariedad y emprendí el camino que conduce a dicha iglesia. Próximo ya a ella, a mi izquierda, y probablemente en el punto mismo en que la vez pasada hube de dar la vuelta, descubrí el local que tantas veces se me había aparecido en sueños, con sus grotescas esculturas. Era realmente la entrada al jardín de un restaurante.

        Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil. Citaré tan sólo algunos de los autores que han observado y acentuado esta circunstancia.

        Hildebrandt (pág. 23): «Ya ha sido manifestado expresamente que el sueño vuelve a presentar ante el alma, con toda fidelidad y asombroso poder de reproducción, procesos lejanos y hasta olvidados por el sueño, pertenecientes a las más tempranas épocas de su vida.»

        Strümpell (pág. 40): «La cuestión se hace aún más interesante cuando observamos cómo el sueño extrae de la profundidad a que la.s sucesivas capas de acontecimientos posteriores han ido enterrando los recuerdos de juventud, intactas y con toda su frescura original, las imágenes de localidades, cosas y personas. Y esto no se limita a aquellas impresiones que adquirieron en su nacimiento una viva consciencia o se han enlazado con intensos acontecimientos psíquicos y retornan luego en el sueño como verdaderos recuerdos en los que la consciencia despierta se complace. Por lo contrario, las profundidades de la memoria onírica encierran en sí preferentemente aquellas imágenes de personas, objetos y localidades de las épocas más tempranas, que no llegaron a adquirir sino una escasa consciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas hace ya largo tiempo, y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubrimos su primitivo origen.»

        Volkelt (pág. 119): «Muy notable es la predilección con que los sueños acogen los recuerdos de infancia y juventud, presentándonos así, incansablemente, cosas en las que ya no pensamos y ha largo tiempo que han perdido para nosotros toda su importancia.»

        El dominio del sueño sobre el material infantil, que, como sabemos, cae en su mayor parte en las lagunas de la capacidad consciente de recordar, da ocasión al nacimiento de interesantes sueños hipermnésicos, de los que quiero citar nuevamente algunos ejemplos:

        Maury relata (pág. 92) que, siendo niño, fue repetidas veces desde Meaux, su ciudad natal, a la próxima de Trilport, en la que su padre dirigía la construcción de un puente. Muchos años después se ve en sueños jugando en las calles de Trilport. Un hombre, vestido con una especie de uniforme, se le acerca, y Maury le pregunta cómo se llama. El desconocido contesta que es C…, el guarda del puente. Al despertar, dudando de la realidad de su recuerdo, interroga Maury a una antigua criada de su casa sobre si conoció a alguna persona del indicado nombre. «Ya lo creo -responde la criada-; así se llamaba el guarda del puente que su padre de usted construyó en Trilport.»

        Un ejemplo igualmente comprobado de la precisión de los recuerdos infantiles que aparecen en el sueño nos es relatado también por Maury, el que fue comunicado por un señor F., cuya infancia había transcurrido en Montbrison. Veinticinco años después de haber abandonado dicha localidad, decidió este individuo visitarla y saludar en ella a antiguos amigos de su familia, a los que no había vuelto a ver. En la noche anterior a su partida soñó que había llegado al fin de su viaje y encontraba en las inmediaciones de Montbrison a un desconocido que le decía ser el señor T., antiguo amigo de su padre. Nuestro sujeto sabía que de niño había conocido a una persona de dicho nombre, pero una vez despierto no le fue posible recordar su fisonomía. Algunos días después, llegado realmente a Montbrison, halló de nuevo el lugar en que la escena de su sueño se había desarrollado, y que le había parecido totalmente desconocido, y encontró a un individuo al que reconoció en el acto como el señor T. de su sueño. La persona real se hallaba únicamente más envejecida de lo que su imagen onírica la había mostrado.

        Por mi parte, puedo relatar aquí un sueño propio, en el que la impresión que de recordar se trataba quedó sustituida por una relación. En este sueño vi una persona de la que durante el mismo sueño sabia que era el médico de mi lugar natal. Su rostro no se me aparecía claramente, sino mezclado con el de uno de mis profesores de segunda enseñanza, al que en la actualidad encuentro aún de cuando en cuando. Al despertar me fue imposible hallar la relación que podía enlazar a ambas personas. Habiendo preguntado a mi madre por aquel médico de mis años infantiles, averigüe que era tuerto, y tuerto también el profesor cuya persona se había superpuesto en mi sueño a la del médico. Treinta y ocho años hacía que no había vuelto a ver a este último, y, que yo sepa, no he pensado jamás en él en mi vida despierta, aunque una cicatriz que llevo en la barbilla hubiera podido recordarme su actuación facultativa.

        La afirmación de algunos autores de que en la mayoría de los sueños pueden descubrirse elementos procedentes de los días inmediatamente anteriores, parece querer constituir un contrapeso a la excesiva importancia del papel que en la vida onírica desempeñan las impresiones infantiles. Robert (página 46) llega incluso a observar que, «en general, el sueño normal no se ocupa sino de las impresiones de los días inmediatos», y aunque comprobamos que la teoría de los sueños edificada por este autor exige imprescindiblemente una tal repulsa de las impresiones más antiguas y un paso al primer término de las más recientes, no podemos dejar de reconocer que el hecho consignado por Robert es cierto, y yo mismo lo he comprobado en mis investigaciones. Un autor americano, Nelson, opina que en el sueño hallamos casi siempre utilizadas impresiones del día anterior a aquel en cuya noche tuvo lugar, o de tres días antes, como si las del día inmediato al sueño no se hallaran aún lo suficientemente debilitadas o lejanas.

        Varios investigadores, que no querían poner en duda la íntima conexión del contenido onírico con la vida despierta, han opinado que aquellas impresiones que ocupan intensamente el pensamiento despierto, sólo pasan al sueño cuando han sido echadas a un lado por la actividad diurna. Así sucede que en la época inmediata al fallecimiento de una persona querida y mientras la tristeza embarga el ánimo de los supervivientes, no suelen éstos soñar con ella (Delage). Sin embargo, uno de los más recientes observadores, miss Hallam, ha reunido una serie de ejemplos contrarios, y representa en este punto los derechos de la individualidad psicológica.

        La tercera peculiaridad, y la más singular y menos comprensible de la memoria en el sueño, se nos muestra en la selección del material reproducido, pues se considera digno de recuerdo no lo más importante, como sucede en la vida despierta, sino, por lo contrario, también lo más indiferente y nimio. Dejo aquí la palabra a los autores que con mayor energía han expresado el asombro que este hecho les causaba.

        Hildebrandt (pág. 11): «Lo más singular es que el sueño no toma sus elementos de los grandes e importantes sucesos, ni de los intereses más poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios o, por decirlo así, de los residuos sin valor del pretérito inmediato o lejano. La muerte de una persona querida, que nos ha sumido en el más profundo desconsuelo, y bajo cuya triste impresión conciliamos el reposo, se extingue en nuestra memoria durante tal estado, hasta el momento mismo de despertar vuelve a ella con dolorosa intensidad. En cambio, la verruga que ostentaba en la frente un desconocido con quien tropezamos, y en el que no hemos pensado ni un solo instante, desempeña un papel en nuestro sueño…»

        Strümpell (pág. 39): «…casos en los que la disección de un sueño halla elementos del mismo que proceden, efectivamente, de los sucesos vividos durante el último o el penúltimo día, pero que poseían tan escasa importancia para el pensamiento despierto, que cayeron en seguida en el olvido. Estos sucesos suelen ser manifestaciones casualmente oídas o actos superficialmente observados de otras personas, percepciones rápidamente olvidadas de cosas o personas, pequeños trozos aislados de una lectura, etc.»

        Havelock Ellis (1889, pág. 727). «The profound emotions of waking life, the questions and problems on which we spread our chief voluntary mental energy, are not those which usually present themselves at once to dreamconsciousness. It is so far as the immediate past is concerned, mostly the trifling, the incidental, the forgotten impressions of daily life wich reappear in our dreams. The psychic activities that are awake most intensely are those that sleep most profoundly.»

        Binz (pág. 45) toma estas peculiaridades de la memoria en el sueño como ocasión de mostrar su insatisfacción ante las explicaciones del sueño, a las que él mismo se adhiere: «El sueño natural nos plantea análogos problemas. ¿Por qué no sonamos siempre con las impresiones mnémicas del día inmediatamente anterior, sino que sin ningún motivo visible nos sumimos en un lejanísimo pretérito, ya casi extinguido? ¿Por qué recibe tan frecuentemente la consciencia en el sueño la impresión de imágenes mnémicas indiferentes, mientras que las células cerebrales, allí donde las mismas llevan en sí las más excitables inscripciones de lo vivido, yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco tiempo antes las haya excitado en la vida despierta de un agudo estímulo?»

        Comprendemos sin esfuerzo cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia del sueño de la vida diurna, y después, a dificultar, por lo menos en cada caso, la demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible que en la estadística de sus sueños (y de los de su colaborador), formada por miss Whiton Calkins, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está seguramente en los cierto cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las imágenes oníricas. Claro es que a continuación califica esta labor de «tarea penosa e ingrata, pues se trataría principalmente de rebuscar en los más recónditos ángulos de la memoria toda clase de cosas, desprovistas del más mínimo valor psíquico, y extraer nuevamente a la luz, sacándolas del profundo olvido en que cayeron, quizá inmediatamente después de su aparición, toda clase de momentos indiferentes de un lejano pretérito». Por mi parte, debo, sin embargo, lamentar que el sutil ingenio de este autor no se decidiese a seguir el camino que aquí se iniciaba ante él, pues le hubiera conducido en el acto al punto central de la explicación de los sueños.

        La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, en efecto, que «nada de aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por completo» (Scholz, pág. 34). O como manifiesta Delboeuf, que «toute impression même la plus insignifiante, laisse une trace inaltérable, indéfiniment susceptible de reparaître au jour»; conclusión que nos imponen asimismo otros muchos fenómenos patológicos de la vida anímica. Esta extraordinaria capacidad de rendimiento de la memoria en el sueño es cosa que deberemos tener siempre presente para darnos perfecta cuenta de la contradicción en que incurren ciertas teorías, de las que más adelante trataremos, cuando intentan explicar el absurdo y la incoherencia de los sueños por el olvido parcial de lo que durante el día nos es conocido.

        Podía quizá ocurrírsenos reducir el fenómeno onírico en general al del recordar, y ver en el sueño la manifestación de una actividad de reproducción no interrumpida durante la noche y que tuviese su fin en sí misma. A esta hipótesis se adaptarían comunicaciones como la de von Pilcz, de las cuales deduce este autor la existencia de estrechas relaciones entre el contenido del sueño y el momento en que se desarrolla. Así, en aquel período de la noche en que nuestro reposo es más profundo reproduciría el sueño las impresiones más lejanas o pretéritas, y en cambio hacia la mañana, las más recientes. Pero esta hipótesis resulta inverosímil desde un principio, dada la forma en que el sueño actúa con el material que de recordar se trata Strümpell llama justificadamente la atención sobre el hecho de que el sueño no nos muestra nunca la repetición de un suceso vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino fragmentos de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos utilizarlo como base de una construcción teórica. Sin embargo, también aquí hallamos excepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como pudiera hacerlo nuestra memoria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de sus colegas de Universidad pasó en un sueño por la exacta repetición de un accidente, del que milagrosamente había salido ileso. Calkins cita dos sueños, cuyo contenido fue exacta reproducción de un suceso del día anterior, y por mi parte, también hallaré oportunidad más adelante de exponer un ejemplo de retorno onírico no modificado de un suceso de la infancia.

 

c) Estímulos y fuentes de los sueños.

        Aquello que estos conceptos significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que «los sueños vienen del estómago». En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturbación del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación.

        La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la investigación biológica. En efecto, los antiguos que consideraban el sueño como un mensaje divino no necesitaban buscar para el estímulo ninguno, pues veían su origen en la voluntad de los poderes divinos o demoníacos, y atribuían su contenido a la intención o el conocimiento de los mismos. En cambio, para la Ciencia se planteó en seguida la interrogación de si el estímulo provocador de los sueños era siempre el mismo o podía variar, y paralelamente la de si la explicación causal del fenómeno onírico corresponde a la Psicología o a la Fisiología. La mayor parte de los autores parece aceptar que las causas de perturbación del reposo, esto es las fuentes de los sueños, pueden ser de muy distinta naturaleza, y que tanto las excitaciones físicas como los sentimientos anímicos son susceptibles de constituirse en estímulos oníricos. En la referencia dada a una y otras de estas fuente y en la clasificación de las mismas por orden de su importancia como generatrices de sueño es en lo que ya difieren más las opiniones.

        La totalidad de las fuentes oníricas puede dividirse en cuatro especies; división que ha servido también de base para clasificar los sueños:

        1. Estímulo sensorial externo (objetivo).

        2. Estímulo sensorial interno (subjetivo).

        3. Estímulo somático interno (orgánico).

        4. Fuentes de estímulo puramente psíquicas.

  

      1. LOS ESTÍMULOS SENSORIALES EXTERNOS. Strümpell el Joven, hijo del filósofo del mismo nombre y autor de una obra sobre los sueños, que nos ha servido muchas veces de guía en nuestra investigación de los problemas oníricos, refiere las observaciones realizadas en un enfermo, que padecía una anestesia general del tegumento externo y una parálisis de varios de los más importantes órganos sensoriales. Este individuo se quedaba profundamente dormido en cuanto se le aislaba por completo del mundo exterior, privándole de los escasos medios de comunicación que aún poseía con el mismo. A una situación semejante a la del sujeto de este experimento de Strümpell tendemos todos cuando deseamos conciliar el reposo. Cerramos las más importantes puertas sensoriales -los ojos- y procuramos resguardar los demás sentidos de todo nuevo estímulo o toda modificación de los que ya actúan sobre ellos.

        En esta forma es como llegamos a conciliar el reposo, aunque nunca nos sea dado conseguir totalmente el propósito antes indicado, pues ni podemos mantener nuestros órganos sensoriales lejos de todo estímulo ni tampoco suprimir en absoluto su excitabilidad. El hecho de que cuando un estímulo alcanza una cierta intensidad logra siempre hacernos despertar demuestra «que también durante el reposo ha permanecido el alma en continua conexión con el mundo exterior». Así, pues, los estímulos sensoriales que llegan a nosotros durante el reposo pueden muy bien constituirse en fuentes de sueños.

        De tales estímulos existe toda una amplia serie; desde los inevitables, que el mismo estado de reposo trae consigo, o a los que tienen ocasionalmente que permitir el acceso, hasta el casual estímulo despertador, susceptible de poner fin al reposo o destinado a ello. Una intensa luz puede llegar a nuestros ojos; un ruido a nuestros oídos o un olor a nuestro olfato. Asimismo podemos llevar a cabo durante el reposo movimientos involuntarios que, dejando al descubierto una parte de nuestro cuerpo, la expongan a una sensación de enfriamiento, o adoptar posturas que generen sensaciones de presión o de contacto. Por último, puede picarnos un insecto o surgir una circunstancia cualquiera que excite simultáneamente varios de nuestros sentidos. La atenta observación de los investigadores ha coleccionado toda una serie de sueños en los que el estímulo comprobado al despertar coincidía con un fragmento del contenido onírico hasta el punto de hacernos posible reconocer en dicho estímulo la fuente del sueño.

        Tomándola de Jessen (pág. 527), reproduciré aquí una colección de estos sueños imputables a estímulos sensoriales objetivos más o menos accidentales. Todo ruido vagamente advertido provoca imágenes oníricas correspondientes; el trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse en un grito de angustia y el chirriar de una puerta hacernos soñar que han entrado ladrones en nuestra casa. Cuando nos destapamos soñamos quizá que andamos desnudos o hemos caído al agua. Cuando nos atravesamos en la cama y sobresalen nuestros pies de los bordes de la misma, soñamos a lo mejor que nos hallamos al borde de un temeroso precipicio o que caemos rodando desde una altura. Si en el transcurso de la noche llegamos a colocar casualmente nuestra cabeza debajo de la almohada, soñaremos que sobre nosotros pende una enorme roca, amenazando con aplastarnos. La acumulación del semen engendra sueños voluptuosos; y los dolores locales, la idea de sufrir malos tratamientos, ser objeto de ataques hostiles o de recibir heridas…

        «Meier (Versuch einer Erklärung des Nachtwandels, Halle, 1858, pág. 33) soñó una vez ser atacado por varias personas que le tendían de espaldas, le introducían por el pie, por entre el dedo gordo y el siguiente, un palo, y clavaban luego éste en el suelo. Al despertar sintió, en efecto, que tenía una paja clavada entre dichos dedos. Este mismo sujeto soñó, según Hennings, 1784 (pág. 258), que le ahorcaban una noche en que la camisa de dormir le oprimía un poco el cuello. Hoffbauer soñó en su juventud que caía desde lo alto de un elevado muro, y al despertar observó que, por haberse roto la cama, había caído él realmente con el colchón al suelo… Gregory relata que una vez que al acostarse colocó a los pies una botella con agua caliente soñó que subía al Etna y se le hacía casi insoportable el calor que el suelo despedía. Otro individuo que se acostó teniendo una cataplasma aplicada a la cabeza soñó ser atacado por los indios y despojado del cuero cabelludo. Otro que se acostó teniendo puesta una camisa húmeda creyó ser arrastrado por la impetuosa corriente de un río. Un sujeto en el que durante la noche se inició un ataque de podagra soñó que la Inquisición le sometía al tormento del potro (Macnish).»

        La hipótesis explicativa basada en la analogía entre el estímulo y el contenido del sujeto queda reforzada por la posibilidad de engendrar en el durmiente, sometiéndole a determinados estímulos sensoriales, sueños correspondientes a los mismos. Macnish y después Girón de Buzareingues han llevado a cabo experimentos de este género. Girón «dejó una vez destapadas sus rodillas y soñó que viajaba por la noche en una diligencia». Al relatar este sueño añade la observación de que todos aquellos que tienen la costumbre de viajar saben muy bien el frío que se siente en las rodillas cuando se va de noche en un carruaje. Otra vez se acostó dejando al descubierto la parte posterior de su cabeza y soñó que asistía a una ceremonia religiosa al aire libre. En el país en que vivía era, en efecto, costumbre conservar siempre el sombrero puesto, salvo en ocasiones como la de su sueño.

        Maury comunica nuevas observaciones de sueños propios experimentalmente provocados. (Una serie de otros experimentos no tuvo resultado alguno.)

        1. Le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz. Sueña que es sometido a una horrible tortura, consistente en colocarle una careta de pez y arrancársela luego violentamente con toda la piel del rostro.

        2. Frotan unas tijeras contra unas tenazas de chimenea. Oye sonar las campanas, luego tocar a rebato y se encuentra trasladado a los días revolucionarios de junio de 1848.

        3. Le dan a oler agua de Colonia.- Se halla en El Cairo, en la tienda de Juan María Farina. Luego siguen locas aventuras que no puede reproducir.

        4. Le pellizcan ligeramente en la nuca.- Sueña que le ponen una cataplasma y piensa en un médico que le asistió en su niñez.

        5. Le acercan a la cara un hierro caliente.- Sueña que los chauffeurs han entrado en la casa y obligan a sus habitantes a revelarles dónde guardan el dinero, acercando sus pies a las brasas de la chimenea. Luego aparece la duquesa de Abrantes, cuyo secretario es él en su sueño.

        6. Le vierten una gota de agua sobre la frente.- Está en Italia, suda copiosamente y bebe vino blanco de Orvieto.

        7. Se hace caer sobre él repetidas veces, a través de un papel rojo, la luz de una vela.- Sueña con el tiempo, con el calor y se encuentra de nuevo en medio de una tempestad de la que realmente fue testigo en una travesía.

        D'Hervey, Weygandt y otros han realizado también experimentos de este genero.

        Muchos autores han observado «la singular facilidad con que el sueño logra entretejer en su contenido súbitas impresiones sensoriales, convirtiéndolas en el desenlace, ya paulatinamente preparado de dicho contenido» (Hildebrandt).

        «En mis años de juventud -escribe este mismo autor- acostumbraba tener en mi alcoba un reloj despertador cuyo repique me avisase a la hora de levantarme. Pues bien: más de cien veces sucedió que el agudo sonido del timbre venía a adaptarse de tal manera al contenido de un sueño largo y coherente en apariencia, que la totalidad del mismo parecía no ser sino su necesario antecedente y hallar en él su apropiada e indispensable culminación lógica y su fin natural.»

        Con un distinto propósito citaré tres de estos sueños provocados por un estímulo que pone fin al reposo.

        Volkelt (pág. 68): «Un compositor soñó que se hallaba dando clase y que al acabar una explicación se dirigía a un alumno preguntándole: `¿Me has comprendido?' El alumno responde a voz en grito: `¡Oh, sí! ¡Orja!' Incomodado por aquella manera de gritar, le manda que baje la voz. Pero la clase entera grita ya a coro: `¡Orja!' Después: `¡Eurjo!' Y, por último,`¡Feuerjo! (¡Fuego!)' En este momento despierta por fin el sujeto, oyendo realmente en la calle el grito de `¡Fuego!'»

        Garnier (Traité des facultés de l'âme, 1865) relata que cuando se intentó asesinar a Napoleón, haciendo estallar una máquina infernal al paso de su carruaje, iba el emperador durmiendo y la explosión interrumpió un sueño en el que revivía el paso del Tagliamento y oía el fragor del cañoneo austriaco. Al despertar sobresaltado, lo hizo con la exclamación: «¡Estamos exterminados!»

        Uno de los sueños de Maury ha llegado a hacerse célebre (pág. 161 ). Hallándose enfermo en cama soñó con la época del terror durante la Revolución francesa, asistió a escenas terribles y se vio conducido ante el tribunal revolucionario, del que formaban parte Robespierre, Marat, Fourquier-Tinville y demás tristes héroes de aquel sangriento período. Después de un largo interrogatorio y de una serie de incidentes que no se fijaron en su memoria, fue condenado a muerte y conducido al cadalso en medio de una inmensa multitud. Sube al tablado, el verdugo le ata a la plancha de la guillotina, báscula ésta, cae la cuchilla y Maury siente cómo su cabeza queda separada del tronco. En este momento despierta presa de horrible angustia y encuentra que una de las varillas de las cortinas de la cama ha caído sobre su garganta análogamente a la cuchilla ejecutora.

        Este sueño provocó una interesante discusión que en la Revue Philosophique sostuvieron Le Lorrain y Egger sobre cómo y en qué forma era posible al durmiente acumular en el corto espacio de tiempo transcurrido entre la percepción del estímulo despertador y el despertar una cantidad aparentemente tan considerable de contenido onírico.

        En los ejemplos de este género se nos muestran los estímulos sensoriales objetivos advertidos durante el reposo como la más comprensible y evidente de las fuentes oníricas, circunstancia a la que se debe que sea ésta la única que ha pasado al conocimiento vulgar. En efecto, si a un hombre culto, pero desconocedor de la literatura científica sobre estas materias, le preguntamos cómo nacen los sueños, nos contestará seguramente citando alguno de aquellos casos en los que el sueño queda explicado por un estímulo sensorial objetivo comprobado al despertar. Pero la observación científica no puede detenerse aquí y halla motivo de nuevas interrogaciones en el hecho de que el estímulo que durante el reposo actúa sobre los sentidos no aparece en el sueño en su forma real, sino que es sustituido por una representación cualquiera distinta relacionada con él en alguna forma. Pero esta relación que une el estímulo y el resultado onírico es, según palabra de Maury, «une affinité quelconque, mais qui n'est pas unique et exclusive (pág. 72). Después de leer los tres sueños interruptores del reposo que a continuación tomamos de Hildebrandt, no podemos por menos de preguntarnos por qué el mismo estímulo provocó tres resultados oníricos tan distintos y por qué precisamente tales tres:

        (Pág. 37): «En una mañana de primavera paseo a través de los verdes campos en dirección a un pueblo vecino, a cuyos habitantes veo dirigirse, vestidos de fiesta y formando numerosos grupos, hacia la iglesia, con el libro de misa en la mano. Es, en efecto, domingo, y la primera misa debe comenzar dentro de pocos minutos. Decido asistir a ella; pero como hace mucho calor, entro, para reposar, en el cementerio que rodea la iglesia. Mientras me dedico a leer las diversas inscripciones funerarias oigo al campanero subir a la torre y veo en lo alto de la misma la campanita pueblerina que habrá de anunciar dentro de poco el comienzo del servicio divino. Durante algunos instantes la campana permanece inmóvil, pero luego comienza a agitarse y de repente sus sones llegan a hacerse tan agudos y claros que ponen fin a mi sueño. Al despertar oigo a mi lado el timbre del despertador.»

        Otra comunicación: «Es un claro día de invierno y las calles se hallan cubiertas por una espesa capa de nieve. Tengo que tomar parte en una excursión en trineo, pero me veo obligado a esperar largo tiempo antes que se me anuncie que el trineo ha llegado a mi puerta. Antes de subir a él hago mis preparativos, poniéndome el gabán de pieles e instalando en el fondo del coche un calentador. Por fin subo al trineo, pero el cochero no se decide a dar la señal de partida a los caballos. Sin embargo, éstos acaban por emprender la marcha, y los cascabeles de sus colleras, violentamente sacudidos, comienzan a sonar, pero con tal intensidad que el cascabeleo rompe inmediatamente la tela de araña de mi sueño. También esta vez se trataba simplemente del agudo timbre de mi despertador.»

        Tercer ejemplo: «Veo a mi criada avanzar por un pasillo hacia el comedor llevando en una pila varias docenas de platos. La columna de porcelana me parece a punto de perder el equilibrio.`Ten cuidado -le advierto a la criada-, vas a tirar todos los platos'. La criada me responde, como de costumbre, que no me preocupe, pues ya sabe ella lo que se hace; pero su respuesta no me quita de seguirla con una mirada inquieta. En efecto, al llegar a la puerta del comedor tropieza, y la frágil vajilla cae, rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo y produciendo un gran estrépito, que se sostiene hasta hacerme advertir que se trata de un ruido persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse y parecido más bien al de un timbre. Al despertar compruebo que es el repique del despertador.»

        El problema que plantea este error en que con respecto a la verdadera naturaleza del estímulo sensorial objetivo incurre el alma en el sueño ha sido resuelto por Strümpell -y casi idénticamente por Wundt- en el sentido de que el alma se encuentra con respecto a tales estímulos, surgidos durante el estado de reposo, en condiciones idénticas a las que presiden la formación de ilusiones. Para que una impresión sensorial quede reconocida o exactamente interpretada por nosotros, esto es, incluida en el grupo de recuerdos al que, según toda nuestra experiencia anterior, pertenece, es necesario que sea suficientemente fuerte, precisa y duradera y que, por nuestra parte, dispongamos de tiempo para realizar la necesaria reflexión. No cumpliéndose estas condiciones, nos resulta imposible llegar al conocimiento del objeto del que la impresión procede, y lo que sobre esta última construimos no pasa de ser una ilusión. «Cuando alguien va de paseo por el campo y distingue imprecisamente un objeto lejano, puede suceder que al principio lo suponga un caballo.» Visto luego el objeto desde más cerca, le parecerá ser una vaca echada sobre la tierra, y, por último, esta representación se convertirá en otra distinta y ya definitiva, consistente en la de un grupo de hombres sentados. De igual naturaleza indeterminada son las impresiones que el alma recibe durante el estado de reposo por la actuación de estímulos externos, y fundada en ellas, construirá ilusiones, valiéndose de la circunstancia de que cada impresión hace surgir en mayor o menor cantidad imágenes mnémicas, las cuales dan a la misma su valor psíquico. De cuál de los muchos círculos mnémicos posibles son extraídas las imágenes correspondientes y cuáles de las posibles relaciones asociativas entran aquí en juego, son cuestiones que permanece aun después de Strümpell, indeterminables y como abandonadas al arbitrio de la vida anímica.

        Nos hallamos aquí ante un dilema. Podemos admitir que no es factible perseguir más allá la normatividad de la formación onírica y renunciar por tanto a preguntar si la interpretación de la ilusión provocada por la impresión sensorial no se encuentra sometida a otras condiciones. Pero también podemos establecer la hipótesis de que la excitación sensorial objetiva surgida durante el reposo no desempeña, como fuente onírica, más que un modestísimo papel y que la selección de las imágenes mnémicas que se trata de despertar queda determinada por otros factores. En realidad, si examinamos los sueños experimentalmente generados de Maury, sueños que con esta intención he comunicado tan al detalle, nos inclinamos a concluir que el experimento realizado no nos descubre propiamente sino el origen de uno solo de los elementos oníricos, mientras que el contenido restante del sueño se nos muestra más bien demasiado independiente y demasiado determinado en sus detalles para poder ser esclarecido por la única explicación de su obligado ajuste al elemento experimentalmente introducido.

        Por último, cuando averiguamos que la misma impresión objetiva encuentra a veces en el sueño una singularísima interpretación, ajena por completo a su naturaleza real, llegamos incluso a dudar de la teoría de la ilusión y del poder de las impresiones objetivas para conformar los sueños.

        M. Simon refiere un sueño en el que vio varias personas gigantescas sentadas a comer en derredor de una mesa y oyó claramente el tremendo ruido que sus mandíbulas producían al masticar. Al despertar oyó las pisadas de un caballo que pasaba al galope ante su ventana. Si las pisadas de un caballo despertaron en este sueño representaciones que parecen pertenecer al círculo de recuerdos de los viajes de Gulliver -la estancia de éste entre los gigantes de Brobdingnag-, y del virtuoso Houyhnms, si me arriesgo a interpretar sin la ayuda del soñador, ¿no habrá sido facilitada además la elección de este círculo de recuerdos, tan ajenos al estímulo, por otro motivos?.

 

        2. ESTÍMULOS SENSORIALES INTERNOS (SUBJETIVOS).- A despecho de todas las objeciones, nos vemos obligados a admitir como indiscutible la intervención durante el reposo, y a título de estímulos oníricos, de las excitaciones sensoriales objetivas. Mas cuando estos estímulos se nos muestran de naturaleza y frecuencia insuficientes para explicar todas las imágenes oníricas, nos inclinaremos a buscar fuentes distintas, aunque de análoga actuación. Ignoro qué autor inició la idea de agregar como fuentes de sueños, a los estímulos externos, las excitaciones internas (subjetivas); pero el hecho es que en todas las exposiciones modernas de etiología de los sueños se sigue esta norma. «A mi juicio -dice Wundt (página 363)-, desempeñan también un papel esencial en las ilusiones oníricas aquellas sensaciones subjetivas, visuales o auditivas, que en el estado de vigilia nos son conocidas como caos luminoso del campo visual oscuro, zumbido de oídos, etc., entre ellas especialmente las excitaciones subjetivas de la retina, con lo que quedaría explicada la singular tendencia del sueño a presentarnos considerables cantidades de objetos análogos e idénticos -pájaros, mariposas, peces, cuentas de colores, flores, etc.-; en estos casos, el polvillo luminoso del campo visual oscuro toma una forma fantástica, y los puntos luminosos de que se compone quedan encarnados por el sueño en otras tantas imágenes independientes que a causa de la movilidad del caos luminoso son considerados como dotadas de movimiento. Aquí radica quizá también la gran preferencia del sueño por las más diversas figuras zoológicas, cuya riqueza de formas se adapta fácilmente a la especial de las imágenes luminosas y subjetivas.»

        Las excitaciones sensoriales subjetivas poseen, desde luego, en calidad de fuentes de las imágenes oníricas, la ventaja de no depender, como las objetivas, de causalidades exteriores. Se hallan, por decirla así, a la disposición del esclarecimiento del sueño siempre que para ello las necesitamos. Pero, en cambio, presentan, con respecto a las excitaciones sensoriales objetivas, el inconveniente que su actuación como estímulos oníricos nos resulta susceptible -o sólo con grandes dificultades de aquella comprobación que la observación y el experimento nos proporcionan en las primeras.

        El poder provocador de sueños de las excitaciones sensoriales subjetivas es demostrado principalmente por las llamadas alucinaciones hipnagógicas, que han sido descritas por J. Müller como «fenómenos visuales fantásticos», y consisten en imágenes, con frecuencia muy animadas y cambiantes, que muchos individuos suelen percibir en el período de duermevela anterior al dormir y pueden perdurar durante un corto espacio de tiempo después que el sujeto ha abierto los ojos. Maury, en quien eran frecuentísimas tales alucinaciones, las estudió cuidadosamente, y afirma su conexión y hasta su identidad con las imágenes oníricas, teoría que sostiene también J. Müller.

        Para su génesis dice Maury es necesaria cierta pasividad anímica, relajamiento de la atención (págs. 59 y sigs.). Pero basta que caigamos por un segundo en un tal letargo para percibir, cualquiera que sea nuestra disposición de momento, una alucinación hipnagógica, después de la cual podemos despertar, volver a aletargarnos, percibir nuevas alucinaciones hignagógicas, y así sucesivamente, hasta que acabamos por conciliar, ya profundamente, el reposo. Si en estas circunstancias despertamos de nuevo al cabo de un intervalo no muy largo podremos comprobar, según Maury, que en nuestros sueños durante dicho intervalo han tomado parte aquellas mismas imágenes percibidas antes como alucinaciones hipnagógicas. Así sucedió una vez a Maury con una serie de figuras grotescas, de rostro desencajado y extraños peinados, que, después de importunarle antes de conciliar el reposo, se incluyeron en uno de sus sueños. Otra vez en que, hallándose sometido a una rigurosa dieta, experimentaba una sensación de hambre, vio hipnagógicamente un plato y una mano, armada de tenedor, que tomaba comida con él. Luego, dormido, soñó hallarse ante una mesa ricamente servida y oyó el ruido que los invitados producían con los tenedores. En otra ocasión, padeciendo de una dolorosa irritación de la vista, tuvo antes de dormirse una alucinación hipnagógica, consistente en la visión de una serie de signos microscópicos que le era preciso ir descifrando uno tras otro con gran esfuerzo. Una hora después, al despertar, recordó un sueño en el que había tenido que leer trabajosamente un libro impreso en pequeñísimos caracteres.

        Análogamente a estas imágenes pueden surgir hipnagógicamente alucinaciones objetivas de palabras, nombres, etc., que luego se repiten en el sueño subsiguiente, constituyendo así la alucinación una especie de abertura en la que se inician los temas principales que luego habrán de ser desarrollados.

        Igual orientación que J. Müller y Maury sigue en la actualidad un moderno observador de las alucinaciones hipnagógicas, G. Trumbull Ladd. A fuerza de ejercitarse, llegó a poder interrumpir voluntariamente su reposo de dos a cinco minutos después de haberlo conciliado, y sin abrir los ojos hallaba ocasión de comparar las sensaciones de la retina, que en aquel momento desaparecían, con las imágenes oníricas que perduraban en su recuerdo. De este modo asegura haber logrado comprobar, en todo caso, la existencia entre aquellas sensaciones y estas imágenes de una íntima relación, consistente en que los puntos y líneas luminosos de la luz propia de la retina constituían como el esquema o silueteado de las imágenes oníricas psíquicamente percibidas.

        Así, un sueño en el que se vio leyendo y estudiando varias líneas de un texto impreso en claros caracteres correspondía a una ordenación en líneas paralelas de los puntos luminosos de la retina. O para decirlo con sus propias palabras: la página claramente impresa que leyó en su sueño se transformó luego en un objeto que su percepción despierta interpretó como un fragmento de una hoja realmente impresa que para verla más precisamente desde una larga distancia la contemplaba a través de un pequeño agujero practicado en una hoja de papel. Ladd opina sin disminuir -la importancia de la parte central del fenómeno- que apenas si se desarrolla en nosotros un solo sueño visual que no tenga su base en los estados internos de excitación de la retina. Esto sucede especialmente en aquellos sueños que surgen en nosotros al poco tiempo de conciliar el reposo en una habitación oscura, mientras que en los sueños matutinos queda constituida la fuente de estímulos por la luz que penetra ya en el cuarto y hasta los ojos del durmiente.

        El carácter cambiante y capaz de infinitas variaciones de la excitación de la luz propia corresponde exactamente a la inquieta huida de imágenes que nuestros sueños nos presentan. Si admitimos la exactitud de estas observaciones de Ladd, no podemos por menos de considerar muy elevado el rendimiento onírico de esta fuente de estímulo subjetiva, pues las imágenes visuales constituyen el principal elemento de nuestros sueños. La aportación de los restantes dominios sensoriales, incluso el auditivo, es menor y más inconstante.

 

        3. ESTÍMULO SOMÁTICO INTERNO (ORGÁNICO).- Habiendo emprendido la labor de buscar las fuentes oníricas dentro del organismo y no fuera de él, habremos de recordar que casi todos nuestros órganos internos, que en estado de salud apenas nos dan noticia de su existencia, llegan a constituir para nosotros, durante los estados de excitación o las enfermedades, una fuente de sensaciones, dolorosas en su mayoría, equivalentes a los estímulos de las excitaciones dolorosas y sensitivas procedentes del exterior. Son muy antiguos conocimientos los que, por ejemplo, inspiran a Strümpell las manifestaciones siguientes (pág. 107):

        «El alma llega en el estado de reposo a una consciencia sensitiva mucho más amplia y profunda de su encarnación que en la vida despierta, y se ve obligada a recibir y a dejar actuar sobre ella determinadas impresiones excitantes, procedentes de partes y alteraciones de su cuerpo de las que nada sabía en la vida despierta.»

        Ya Aristóteles creía en la posibilidad de hallar en los sueños la indicación del comienzo de una enfermedad de la que en el estado de vigilia no experimentábamos aún el menor indicio (merced a la ampliación que el sueño deja experimentar a las impresiones), y autores médicos de cuyas opiniones se hallaba muy lejos el conceder a los sueños un valor profético, han aceptado esta significación de los mismos como anunciadores de la enfermedad (cf. M. Simon, pág. 31, y otros muchos autores más antiguos).

        Tampoco en la época moderna faltan ejemplos comprobados de una tal función diagnóstica del sueño. Así, refiere Tissié, tomándolo de Artigues (Essai sur la valeur seméiologique des rêves), el caso de una mujer de cuarenta y tres años que durante un largo período de tiempo, en el que aparentemente gozaba de buena salud, sufría de horribles pesadillas, y sometida a examen médico, reveló padecer una enfermedad del corazón, a la que poco después sucumbió.

        En un gran número de sujetos actúan como estímulos oníricos determinadas perturbaciones importantes de los órganos internos. La frecuencia de los sueños de angustia en los enfermos de corazón y pulmón ha sido generalmente observada, y son tantos los autores que reconocen la existencia de esta relación, que creo poder limitarme a citar aquí los nombres de algunos de ellos (Radestock, Spitta, Maury, M. Simon, Tissié). Este último llega incluso a opinar que los órganos enfermos imprimen al contenido del sueño un sello característico. Los sueños de los cardíacos son, por lo general, muy cortos, terminan en un aterrorizado despertar y su nódulo central se halla casi siempre constituido por la muerte del sujeto en terribles circunstancias. Los enfermos de pulmón sueñan que se asfixian, huyen angustiados de un peligro o se encuentran en medio de una muchedumbre que los aplasta, y aparecen sujetos, en proporción considerable, al conocido sueño de opresión, el cual ha podido también ser provocado experimentalmente por Börner colocando al durmiente boca abajo o cubriéndole boca y nariz. Dado un trastorno cualquiera de la digestión, el sueño contendrá representaciones relacionadas con el sentido del gusto. Por último, la influencia de la excitación sexual sobre el contenido de los sueños es generalmente conocida y presta a la teoría de la génesis de los sueños por estímulos orgánicos su más sólido apoyo. Asimismo es indiscutible que algunos de los investigadores (Maury, Weygandt) fueron inducidos al estudio de los problemas oníricos por la observación de la influencia que sus propios estados patológicos ejercían sobre el contenido de sus sueños.

        De todos modos, el aumento de fuentes oníricas que de estos hechos comprobados resulta no es tan considerable como al principio pudiéramos creer. El sueño es un fenómeno al que están sujetos los hombres sanos -quizá sin excepción y quizá todas las noches-, y no cuenta entre sus necesarias condiciones la enfermedad de algún órganos. Además, lo que se trata de averiguar no es la procedencia de determinados sueños, sino la fuente de estímulos de los sueños corrientes de los hombres normales.

        Sin embargo, a poco que avancemos por este camino, tropezamos con una fuente que fluye con más abundancia que las anteriores y promete no agotarse para ningún caso. Si se ha comprobado que el interior del cuerpo deviene, en estados patológicos, una fuente de estímulos oníricos, y si aceptamos que el alma, apartada del mundo exterior durante el reposo, puede consagrar al interior del cuerpo una mayor atención que en el estado de vigilia, fácil nos será ya admitir que los órganos no necesitan enfermar previamente para hacer llegar al alma dormida excitaciones que en una forma aún ignorada pasan a constituir imágenes oníricas. Aquello que en la vida despierta sólo por su calidad, percibimos oscuramente como sensación general vegetativa, y a lo que, según la opinión de los médicos, colaboran todos los sistemas orgánicos, devendría por la noche, llegado a su máxima intensidad y actuando con todos sus componentes, la fuente más poderosa y al mismo tiempo más común de la evocación de imágenes oníricas. Admitido esto, sólo nos quedarían por investigar las reglas conforme a las cuales se transforman los estímulos orgánicos en representaciones oníricas.

        Esta teoría de la génesis de los sueños ha sido siempre la preferida por los autores médicos. La oscuridad en la que para nuestro conocimiento se encuentra envuelto en nódulo de nuestro ser, el moi splanchnique, como lo denomina Tissié, y aquella en que queda sumida la génesis de los sueños, se corresponden demasiado bien para que se haya dejado de relacionarlas. La hipótesis que hace de la sensación orgánica vegetativa la instancia formadora de los sueños presenta, además, para los médicos, el atractivo de permitirles unir etiológicamente los sueños y las perturbaciones mentales, fenómenos entre los que pueden señalarse múltiples coincidencias, pues también se atribuye a alteraciones de dicha sensación y a estímulos emanados de los órganos internos una amplia importancia en la génesis de la psicosis. No es, pues, de extrañar que la paternidad de la teoría de los estímulos somáticos pueda adjudicarse con igual justicia a varios autores.

        Para muchos investigadores han servido de normas las ideas desarrolladas en 1851 por el filósofo Schopenhauer. Nuestra imagen del mundo nace de un proceso en el que nuestro intelecto vierte el metal de las impresiones que del exterior recibe en los moldes del tiempo, el espacio y la causalidad. Los estímulos procedentes del interior del organismo, del sistema nervioso simpático, exteriorizan a lo más, durante el día, una influencia inconsciente sobre nuestro estado de ánimo. En cambio por la noche, cuando cesa el ensordecedor efecto de las impresiones diurnas, pueden ya conseguir atención aquellas impresiones que llegan del interior análogamente a como de noche oímos el fluir de una fuente, imperceptible entre los ruidos del día. A estos estímulos reaccionará el intelecto realizando su peculiar función; esto es, transformándolos en figuras situadas dentro del tiempo y el espacio y obedientes a las normas de la causalidad. Tal sería, pues, la génesis del fenómeno onírico. Scherner y luego Volkelt han intentado después penetrar en la más íntima relación de los estímulos somáticos y las imágenes oníricas, relación cuyo estudio dejaremos para el capítulo que hemos de dedicar a las teorías de los sueños.

        Después de una consecuente investigación ha derivado el psiquiatra Krauss la génesis de los sueños, así como la de los delirios e ideas delirantes, de un mismo elemento: de la sensación orgánicamente condicionada. Según este autor apenas podemos pensar en una parte del organismo que no sea susceptible de constituir el punto de partida de una imagen onírica o delirante. La sensación orgánicamente condicionada «puede dividirse en dos series: 1ª, las de los estados de ánimo (sensaciones generales); 2ª, la de las sensaciones específicas inmanentes a los sistemas capitales del organismo vegetativo, sensaciones de las que hemos distinguido cinco grupos: a), las sensaciones musculares; b), las respiratorias; c), las gástricas; d), las sexuales; e), las periféricas» (pág. 33 del segundo artículo).

        El proceso de la génesis de las imágenes oníricas sobre la base de los estímulos somáticos es explicado por Krauss en la forma siguiente: la sensación provocada despierta, conforme a una ley asociativa cualquiera, una representación afín a ella, con la que se enlaza para constituir un producto orgánico. Mas con respecto a este producto se conduce la consciencia de una manera distinta a la normal, pues no concede atención alguna a la sensación misma, sino que la dedica por entero a las representaciones concomitantes, circunstancia que, desorientando a los investigadores, les había impedido llegar al conocimiento del verdadero estado de cosas (págs. 11 y sigs.). Krauss designa este proceso con el nombre especial de transustanciación de las sensaciones en imágenes oníricas (pág. 24).

        La influencia de los estímulos somáticos orgánicos sobre la formación de los sueños es casi generalmente aceptada en la actualidad. En cambio, sobre la naturaleza de la relación existente entre ambos factores se han establecido hipótesis muy diversas y con frecuencia harto oscuras. De la teoría de los estímulos somáticos surge la especial labor de la interpretación onírica; esto es, la de reducir el contenido de un sueño a los estímulos orgánicos causales, y si no aceptamos las reglas de interpretación fijadas por Scherner, nos hallamos con frecuencia ante el hecho embarazoso de que fuera del contenido mismo del sueño no encontramos indicio alguno de una fuente orgánica de estímulos.

        Lo que sí se ha observado es una cierta coincidencia en la interpretación de varios sueños a los que, por retornar con casi idéntico contenido en un gran número de personas, se ha calificado de «típicos». Son éstos los tan conocidos sueños en que caemos desde una altura, se nos desprenden los dientes, volamos o nos sentimos avergonzados de ir desnudos o mal vestidos. Este último sueño procedería sencillamente de la percepción, hecha durante el reposo, de que hemos rechazado las sábanas y yacemos desnudos sobre el lecho. El sueño de perder los dientes es atribuido a una excitación bucal no necesariamente patológica, y aquel otro en que volamos constituye, según Strümpell -de acuerdo en este punto con Scherner-, la adecuada imagen elegida por el alma para interpretar el quantum de excitación emanado de los lóbulos pulmonares en el movimiento respiratorio cuando la sensibilidad epidérmica del tórax ha descendido ya simultáneamente hasta la inconsciencia. Esta última circunstancia generaría la sensación enlazada a la representación del flotar. El sueño de caer desde una altura es ocasionado por el hecho de que, existiendo una inconsciencia de la sensación de presión epidérmica, separamos un brazo del cuerpo o estiramos una pierna, movimiento con el que se hace de nuevo consciente dicha sensación, siendo este paso de la misma a la consciencia lo que toma cuerpo psíquicamente como sueño de caída Strümpell, pág. 118). La debilidad de estos plausibles intentos de explicación reside claramente en que, sin mayor fundamento, arrebatan a la percepción psíquica o acumulan a ella grupos enteros de sensaciones orgánicas, hasta lograr constituir la constelación favorable al esclarecimiento buscado. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre los sueños típicos y su génesis.

        M. Simon ha intentado derivar de la comparación de una serie de sueños análogos algunas reglas relativas al influjo de las excitaciones orgánicas sobre la determinación de sus consecuencias oníricas. Así, dice (pág. 34): «Cuando cualquier aparato orgánico, que normalmente torna parte en la expresión de un afecto, se encuentra durante el reposo y por una distinta causa cualquiera en aquel estado de excitación en el que es de costumbre colocado por dicho afecto, el sueño que en estas condiciones nace obtendrá representaciones adaptadas al efecto de referencia.»

        Otra de estas reglas dice así (pág. 35): «Cuando un aparato orgánico se halla durante el reposo en estado de actividad, excitación o perturbación, el sueño contendrá representaciones relacionadas con el ejercicio de la función orgánica encomendada a dicho aparato.»

        Mourly Vold (1896) emprendió la labor de demostrar experimentalmente, con relación a un solo punto concreto, la influencia de que la teoría de los estímulos somáticos atribuye a éstos sobre la producción de los sueños. Con este propósito realizó experimentos en las que, variando la posiciones de los miembros del durmiente, comparaba luego entre sí los sueños consecutivos. Como resultado de esta labor nos comunica las siguientes conclusiones:

        1. La posición de un miembro en el sueño corresponde aproximadamente a la que el mismo presenta en la realidad. Soñamos, pues, con un estado estático del miembro que corresponde al real.

        2. Cuando soñamos con que el movimiento de un miembro es siempre igual a dicho movimiento, es que una de las posiciones por las que el miembro pasa al ejecutarlo corresponde a aquella en que realmente se halla.

        3. En nuestros sueños podemos transferir a una tercera persona la posición de uno de nuestros miembros.

        4. Podemos asimismo soñar que una circunstancia cualquiera nos impide realizar el movimiento de que se trata.

        5. Uno de nuestros miembros puede tomar en el sueño la forma de un animal o un monstruo. En este caso existirá siempre una analogía entre la forma y la posición verdaderas y las oníricas correspondientes.

        6. La posición de uno de nuestros miembros puede sugerir en el sueño pensamientos que poseen con el mismo una relación cualquiera. Así, cuando se trata de los dedos, soñamos con números o cálculos.

        De esos resultados deduciría yo que tampoco la teoría de los estímulos somáticos consigue suprimir por completo la contingencia de que nos parece gozar la determinación de las imágenes oníricas.

 

        4. FUENTES PSÍQUICAS DE ESTÍMULOS.- Al tratar de las relaciones del sueño con la vida despierta, y del origen del material onírico vimos que tanto los investigadores más antiguos como los más modernos han opinado que los hombres sueñan con aquello de que se ocupan durante el día y les interesa en su vida despierta. Este interés, que de la vida despierta pasa al estado de reposo, constituye, a más de un enlace psíquico entre el sueño y la vigilia, una fuente onírica nada despreciable, que unida a lo devenido interesante durante el reposo -los estímulos actuales durante el mismo-, habría de bastar para explicar el origen de todas las imágenes oníricas. Pero también hemos hallado una opinión contraria: la de que el sueño aparta al hombre de los intereses del día y que, por lo general, sólo soñamos con nuestras más intensas impresiones diurnas cuando las mismas han perdido ya para la vida despierta el atractivo de la actualidad. Resulta, pues, que conforme vamos penetrando en el análisis de la vida onírica, se nos va imponiendo la idea de que sería equivocado establecer reglas de carácter general.

        Si la etiología de los sueños quedase totalmente esclarecida por la actuación del interés despierto y la de los estímulos externos e internos sobrevenidos durante el reposo, nos hallaríamos en situación de dar cuenta satisfactoria de la procedencia de todos los elementos de un sueño, habríamos conseguido resolver el enigma de las fuentes oníricas y no nos quedaría ya más labor que la de delimitar en cada caso la participación de los estímulos oníricos psíquicos y somáticos. Mas esta total solución de un sueño no ha sido nunca conseguida, y todos aquellos que han intentado interpretar alguno han podido comprobar cómo en todo análisis les quedaban elementos del sueño -casi siempre en número considerable- sobre cuyo origen les era imposible dar ninguna indicación. Los intereses diurnos no presentan, pues, como fuente onírica psíquica, todo el alcance que nos hacía esperar la afirmación de que cada uno de nosotros continúa en el sueño aquello que le ocupa en la vigilia.

        Siendo éstas todas las fuentes oníricas conocidas, advertimos en todas las explicaciones de los sueños contenidas en la literatura científica exceptuando quizá la de Scherner, que más adelante citaremos se observa una extensa laguna en lo referente a la derivación del material de imágenes de representación más característico para el sueño. En esta perplejidad muestran casi todos los autores una tendencia a reducir cuanto les es posible la participación psíquica en la génesis de los sueños. Como clasificación principal distinguen ciertamente, entre sueños de estímulo nervioso y sueños de asociación, fijando la reproducción como fuente exclusiva de estos últimos (Wundt, pág. 365), pero no logran libertarse de la duda «de si pueden o no surgir sin un estímulo físico impulsor» (Volkelt, pág.127). Tampoco resulta posible establecer una característica fija del sueño de asociación: «En los sueños de asociación propiamente dichos no puede ya hablarse de un tal nódulo firme, pues su centro se halla también constituido por una agrupación inconexa. La vida de representación, libertada ya, fuera de esto, de toda razón e inteligencia, no es contenida aquí tampoco por aquellas excitaciones somáticas y psíquicas llenas de peso, y queda de este modo abandonada a su propia arbitraria actividad y a su caprichosa confusión» (Volkelt, página 118). Wundt intenta después minorar la participación psíquica de la génesis de los sueños al manifestar «que los fantasmas oníricos son considerados, quizá erróneamente, como puras alucinaciones. Probablemente, la mayoría de las representaciones oníricas son, en realidad, ilusiones emanadas de las leves impresiones sensoriales que no se extinguen nunca durante el reposo» (págs. 359 y siguientes). Weygandt hace suya esta opinión y la generaliza, afirmando, con respecto a todas las representaciones oníricas, que la causa inmediata de las mismas se halla constituida «por estímulos sensoriales a los que sólo después se enlazan asociaciones reproductoras» (pág. 17). Tissié va aún más allá en la reducción de las fuentes psíquicas de estímulos (pág. 183): Les réves d'origine absolument psychique n'existent pas. Y en otro lugar (pág. 6): Les pensées de nos rêves nous viennent du dehors.

        Aquellos autores que, como Wundt, adoptan una posición intermedia no olvidan advertir que en la mayoría de los sueños actúan conjuntamente estímulos somáticos y estímulos psíquicos desconocidos o conocidos como intereses diurnos.

        Más adelante veremos cómo el enigma de la formación de los sueños puede ser resuelto por el descubrimiento de una insospechada fuente psíquica de estímulos. Mas por lo pronto no hemos de extrañar el exagerado valor que para la formación de los sueños se concede a los estímulos no procedentes de la vida anímica, pues, aparte de que son los más fáciles de descubrir y pueden ser experimentalmente comprobados, la concepción somática de la interpretación de los sueños corresponde en un todo a la orientación intelectual dominante hoy en la psiquiatría. En esta ciencia constituye regla general acentuar intensamente el dominio del cerebro sobre el organismo, pero todo lo que pudiera suponer una independencia de la vida anímica de las alteraciones orgánicas comprobables o una espontaneidad en sus manifestaciones asusta hoy al psiquiatra, como si su reconocimiento hubiera de traer consigo nuevamente los tiempos del naturalismo y de la esencia metafísica del alma. La desconfianza del psiquiatra ha colocado al alma como bajo tutela y exige que ninguno de sus sentimientos revele la posesión de un patrimonio propio. Pero esta conducta no demuestra sino una escasa confianza en la solidez de la concatenación causal que se extiende entre lo somático y lo psíquico. Incluso donde lo psíquico se revela en la investigación como la causa primera de un fenómeno, conseguirá alguna vez un más penetrante estudio hallar la continuación del camino que conduce hasta el fundamento orgánico de lo anímico. Mas cuando lo psíquico haya de significar la estación límite de nuestro conocimiento actual, no veo por qué no reconocerlo así.

 

d) ¿Por qué olvidamos al despertar nuestros sueños?

        Es proverbial que el sueño se desvanece a la mañana. Ciertamente es susceptible de recuerdo, pues lo conocemos únicamente por el que de él conservamos al despertar, pero con gran frecuencia creemos no recordarlo sino muy incompletamente y haber olvidado la mayor parte de su contenido. Asimismo podemos observar cómo nuestro recuerdo de un sueño, preciso y vivo a la mañana, va perdiéndose conforme avanza el día, hasta quedar reducido a pequeños fragmentos inconexos. Otras muchas veces tenemos consciencia de haber soñado, pero nos es imposible precisar el qué, y en general nos hallamos tan habituados a la experiencia de que los sueños sucumben al olvido, que no rechazamos como absurda la posibilidad de haber soñado, aunque al despertar no poseamos el menor recuerdo de ello. Sin embargo, existen también sueños que muestran una extraordinaria adherencia a la memoria del sujeto. Por mi parte, he analizado sueños de mis pacientes que databan de veinticinco años atrás, y recuerdo con todo detalle un sueño propio que tuve hace ya más de treinta y siete años. Todo esto es muy singular y parece al principio incomprensible.

        Strümpell es el autor que con mayor amplitud trata del olvido de los sueños,fenómeno de indudable complejidad, pues no lo refiere a una sola causa, sino a toda una serie de ellas.

        En la motivación de este olvido intervienen, ante todo, aquellos factores que provocan un idéntico afecto en la vida despierta. En ella solemos olvidar rápidamente un gran número de sensaciones y percepciones a causa de la debilidad de las mismas o por no alcanzar sino una mínima intensidad la excitación anímica a ellas enlazada. Análogamente sucede con respecto a muchas imágenes oníricas; olvidamos las débiles y, en cambio, recordamos otras más enérgicas próximas a ellas. De todos modos, el factor intensidad no es seguramente el decisivo para la conservación de las imágenes oníricas. Strümpell y otros autores (Calkins) reconocen que a veces olvidamos rápidamente imágenes oníricas de las que recordamos fueron muy precisas, mientras que entre las que conservamos en nuestra memoria se encuentran otras muchas harto vagas y desdibujadas. Por otra parte, solemos también olvidar con facilidad, en la vida despierta, aquello que sólo una vez tenemos ocasión de advertir, y retenemos mejor lo que nos es dado percibir repetidamente, circunstancia que habrá de contribuir asimismo al olvido de las imágenes oníricas, las cuales no surgen, por lo general, sino una sola vez.

        Mayor importancia que las señaladas posee aún una tercera causa del olvido que nos ocupa. Para que las sensaciones, representaciones, ideas, etc., alcancen una cierta magnitud mnémica es necesario que, lejos de permanecer aisladas, entren en conexiones y asociaciones de naturaleza adecuada. Si colocamos en un orden arbitrario las palabras de un verso, nos será muy difícil retenerlo así en nuestra memoria. «Bien ordenadas y en sucesión lógica, se ayudan unas palabras a otras, y la totalidad plena de sentido es fácilmente recordada durante largo tiempo. Lo desprovisto de sentido nos es tan difícil de retener como lo confuso o desordenado.» Ahora bien: los sueños carecen, en su mayoría, de orden y comprensibilidad. No nos ofrecen el menor auxilio mnémico, y la rápida dispersión de sus elementos contribuye a su inmediato olvido. Con estas deducciones no concuerda, sin embargo, la observación de Radestock (pág. 168) de que precisamente los sueños más extraños son los que mejor retenemos.

        Todavía concede Strümpell una mayor influencia en el olvido de los sueños a otros factores derivados de la relación de los mismos con la vida diurna. La facilidad con que nuestra consciencia despierta los olvidos corresponde, evidentemente, al hecho antes citado de que el fenómeno onírico no toma (casi) nunca de la vida diurna una ordenada serie de recuerdos, sino sólo detalles aislados, a los que separa de aquellas sus acostumbradas conexiones psíquicas, dentro de las cuales los recordamos durante la vigilia. Falto de todo auxilio mnémico, carece el sueño de lugar en el conjunto de series psíquicas que llenan el alma. «El producto onírico se desprende del suelo de nuestra vida anímica y flota en el espacio psíquico como una nube que el hálito de la vida despierta desvanece» (pág. 87). En igual sentido actúa al despertar el total acaparamiento de la atención por el mundo sensorial, que con su poder destruye casi la totalidad de las imágenes oníricas, las cuales huyen ante las impresiones del nuevo día como ante la luz del sol el resplandor de las estrellas.

        Por último, hemos de atribuir el olvido de los sueños al escaso interés que en general les concede el sujeto. Así, aquellas personas que a título de investigadores dedican por algún tiempo su atención al fenómeno onírico sueñan durante dicho período más que antes: esto es, recuerdan con mayor facilidad y frecuencia sus sueños.

        En esta causa del olvido se hallan contenidas las dos que Bonatelli añade a las citadas por Strümpell, o sea, que la transformación experimentada por la sensación vegetativa general al pasar el sujeto del estado de reposo al de vigilia, e inversamente, es desfavorable a la reproducción recíproca, y que la distinta ordenación adoptada por el material de representaciones en el sueño hace a éste intraducible para la consciencia despierta.

        Dados todos estos motivos de olvido resulta singular -como ya lo indica Strümpell- que en nuestro recuerdo se conserve, a pesar de todo, tanta parte de nuestros sueños. El continuado empeño de los investigadores en sujetar a reglas nuestro recuerdo de los mismos, equivale a una confesión de que también en esta materia queda aún algo enigmático e inexplicable. Con todo acierto se han hecho resaltar recientemente algunas peculiaridades del recuerdo de los sueños; por ejemplo, la de que un sueño que al despertar creemos olvidado puede ser recordado en el transcurso del día con ocasión de una percepción que roce casualmente el contenido onírico olvidado (Radestock, Tissié). Sin embargo, la posibilidad de conservar un recuerdo exacto y total del sueño sucumbe a una objeción, que disminuye considerablemente su valor a los ojos de la crítica. Nuestra memoria, que tanta parte del sueño deja perderse, no falseará también aquello que conserva?

        Strümpell manifiesta asimismo esta duda sobre la exactitud de la reproducción del sueño: «Puede entonces suceder con facilidad que la consciencia despierta intercale involuntariamente en nuestro recuerdo algo ajeno al sueño y de este modo imaginaremos haber soñado una multitud de cosas que nuestro sueño no contenía.»

Jessen declara categóricamente (pág. 547):

        «Debe, además, tenerse muy en cuenta en la investigación de sueños coherentes y lógicos la circunstancia, poco apreciada hasta el momento, de que nuestro recuerdo de los mismos no es casi.nunca exacto, pues cuando los evocamos en nuestra memoria los completamos involuntaria e inadvertidamente llenando las lagunas de las imágenes oníricas. Un sueño coherente sólo raras veces o quizá ninguna lo es tanto como nuestra memoria nos lo muestra. Aun para el más verídico de los hombres resulta imposible relatar un sueño singular sin agregarle algún complemento o adorno de su cosecha. La tendencia del espíritu humano a ver totalidades coherentes es tan considerable, que al recordar un sueño hasta cierto punto incoherente corrige esta incoherencia de un modo involuntario.»

        Las observaciones de V. Egger sobre este punto concreto parecen una traducción de las anteriores palabras de Jessen no obstante ser seguramente de concepción original: …l'observation des rêves a ses difficultés spéciales et le seul moyen d'eviter toute erreur en pareille matière est de confier au papier sans le moinde retard ce que l'on vient d'eprouver et de remarquer, sinon l'oubli vient vite ou total ou partiel; l'oubli total est sans gravité: mais l'oubli partiel est perfide; car si l'on se met ensuite à raconter ce que l'on n'a pas oublié, on est exposé à completer par l'imagination les fragments incohérents et disjoints fournis par la mémoire…; on devient artiste à son insu, et le récit périodiquement répété s'impose a la créance de son auteur, qui, de bonne foi, le présente comme un fait authentique dûment établi selon les bonnes méthodes…

        Idénticamente opina Spitta (pág. 338), el cual parece admitir que en la tentativa de reproducir el sueño es cuando introducimos un orden en los elementos oníricos laxamente asociados unos con otros, «convirtiendo la yuxtaposición en una sucesión causal; esto es, agregando el proceso de la conexión lógica, de que el sueño carece. »

        Da o que para comprobar la fidelidad de nuestra memoria no poseemos otro control que el objeto, y éste nos falta por completo en el sueño, fenómeno que constituye una experiencia personal y para el cual no conocemos fuente distinta de nuestra memoria, ¿qué valor podremos dar aún a su recuerdo?

 

e) Las peculiaridades psicológicas del sueño.

        En la discusión científica del fenómeno onírico partimos de la hipótesis de que el mismo constituye un resultado de nuestra propia actividad anímica; mas, sin embargo, el sueño completo se nos muestra como algo ajeno a nosotros y cuya paternidad no sentimos ningún deseo de reclamar. ¿De dónde procede esta impresión de que el sueño es ajeno a nuestra alma? Después de nuestro examen de las fuentes oníricas habremos de inclinarnos a negar se halle condicionada por el material que pasa al contenido del sueño, pues este material es común, en su mayor parte, a la vida onírica y a la despierta. Por tanto, podemos preguntarnos si tal impresión no constituye una resultante de modificaciones experimentadas por los procesos psíquicos en el sueño e intentar establecer de este modo una característica del mismo.

        Nadie ha acentuado con tanta energía la diferencia esencial entre la vida onírica y la despierta, ni tampoco ha deducido de esta diferencia conclusiones de tanto alcance como G. Th. Fechner en algunas observaciones de sus Elementos de Psicofísica (pág. 520, tomo II). Opina este autor que «ni el descenso de la vida anímica consciente por bajo del umbral principal», ni el apartamiento de la atención de las influencias del mundo exterior son suficientes para explicar las peculiaridades que la vida onírica presenta co.n relación a la despierta. Sospecha más bien que la escena de los sueños es otra que la de la vida de representaciones despierta. «Si la escena de la actividad psicofísica fuera la misma durante el reposo la vigilancia, el sueño no podría ser, a mi juicio sino una continuación, mantenida en un bajo grado de intensidad de la vida despierta, y compartiría además con ella su contenido y su forma. Pero, por lo contrario, se conduce de muy distinto modo.»

        No ha sido aún totalmente esclarecido lo que Fechner significaba con este cambio de residencia de la actividad anímica, ni tampoco sé de investigador alguno que haya seguido el camino indicado en las observaciones apuntadas. A mi juicio, sería totalmente erróneo dar a las mismas una interpretación anatómica en el sentido de la localización fisiológica del cerebro, o incluso con relación a la estratificación histológica de la corteza cerebral. En cambio, revelarán un profundo y fructífero sentido si las referimos a un aparato anímico compuesto de varias instancias, sucesivamente intercaladas.

        Otros autores se han contentado con acentuar una cualquiera de las comprensibles peculiaridades psicológicas del sueño y convertirlas en punto de partida de más amplias tentativas de explicación.

        Se ha hecho observar acertadamente que una de las principales peculiaridades de la vida onírica surge ya en el estado de adormecimiento anterior al del reposo, y debe considerarse como el fenómeno inicial de este último. Lo característico del estado de vigilia es, según Schleiermacher (pág. 351), que la actividad mental procede por conceptos y no por imágenes. En cambio, el sueño piensa principalmente en imágenes, y puede observarse que al aproximarnos al estado de reposo, y en la misma medida en que las actividades voluntarias se muestran cohibidas, surgen representaciones involuntarias, constituidas en su totalidad por imágenes. La incapacidad para aquella labor de representación que sentimos como intencionadamente voluntaria y la aparición de imágenes, enlazada siempre a esta dispersión, son dos caracteres que el sueño presenta en todo caso y que habremos de reconocer en su análisis psicológico como caracteres esenciales de la vida onírica. De las imágenes -las alucinaciones hipnagógicas- hemos averiguado ya que son de contenido idéntico al de las imágenes oníricas.

        Así pues, el sueño piensa predominantemente en imágenes visuales, aunque, no deje de laborar también con imágenes auditivas, y en menor escala con las impresiones de los demás sentidos. Gran parte de los sueños es también simplemente pensada o ideada (representada probablemente en consecuencia por restos de representaciones verbales), igual a como sucede en la vida despierta. En cambio, aquellos elementos de contenido que se conducen como imágenes, o sea, aquellos más semejantes a percepciones que a representaciones mnémicas, constituyen algo característico y peculiarísimo del fenómeno onírico. Prescindiendo de las discusiones, conocidas por todos los psiquiatras, sobre la esencia de la alucinación, podemos decir, con la totalidad de los autores versados en esta materia, que el sueño alucina; esto es, sustituye pensamientos por alucinaciones. En este sentido no existe diferencia alguna entre representaciones visuales o acústicas. Se ha observado que el recuerdo de una serie de sonidos, que evocamos al comenzar el reposo, se transforma al comenzar a quedarnos dormidos en la alucinación de la misma melodía, para dejar de nuevo paso a la representación mnémica, más discreta y de distinta constitución cualitativa, siempre que salimos de nuestro aletargamiento, cosa que puede repetirse varias veces antes de conciliar definitivamente el reposo.

        La transformación de las representaciones en alucinaciones no es la única forma en que el sueño se desvía del pensamiento de la vida despierta al que quizá corresponde. Con estas imágenes forma el sueño una situación, nos muestra algo como presente, o, según expresión de Spitta (pág.145), dramatiza una idea. Mas para completar la característica de esta faceta de la vida onírica habremos de añadir que al soñar -generalmente, pues las excepciones precisan de una distinta explicación- no creemos pensar, sino experimentar, y, por tanto, damos completo crédito a la alucinación. La crítica de que no hemos vivido o experimentado nada, sino que lo hemos pensado en una forma especial -soñando-, no surge hasta el despertar. Este carácter separa al sueño propiamente dicho, sobrevenido durante el reposo, de la ensoñación diurna, jamás confundida con la realidad.

        Burdach ha concretado los caracteres hasta aquí indicados de la vida onírica en las siguientes observaciones (pág. 476): «Entre las más esenciales características del sueño debemos contar las siguientes: a) la actividad subjetiva de nuestra alma aparece como objetiva, dado que la capacidad de percepción acoge los productos de la fantasía como si de productos sensoriales se tratase…; b) el reposo es una supresión del poder del ser, razón por la cual hallamos entre las condiciones del mismo una cierta pasividad. Las imágenes del letargo son condicionadas por el relajamiento del poder del ser.»

        Llegamos ahora a la tentativa de explicar la credulidad del alma con respecto a las alucinaciones oníricas, las cuales sólo pueden surgir después de la supresión de una cierta actividad del ser. Strümpell expone que el alma continúa conduciéndose aquí normalmente y conforme a su mecanismo peculiar. Los elementos oníricos no son en ningún modo meras representaciones, sino verídicas y verdaderas experiencias del alma, iguales a las que en la vida despierta surgen por mediación de los sentidos (página 34). Mientras que durante la vigilia piensa y representa el alma en imágenes verbales y por medio del lenguaje, en el sueño piensa y representa en verdaderas imágenes sensoriales (pág. 35). Además, hallamos en el sueño una consciencia del espacio, pues, análogamente a como sucede en la vigilia, quedan las imágenes y sensaciones proyectadas en un espacio exterior (pág. 36). Habremos, pues, de confesar que el alma se halla en el sueño, y con respecto a sus imágenes y percepciones, en idéntica situación que durante la vida despierta (pág. 43). Si a pesar de todo incurre en error, ello obedece a que en el estado de reposo carece del criterio que establece una diferenciación entre las percepciones sensoriales procedentes del exterior y las procedentes del interior.

        No puede someter a sus imágenes a aquellas pruebas susceptibles de demostrar su realidad objetiva y además desprecia la diferencia entre las imágenes intercambiables a voluntad y aquellas otras en las que no existe tal arbitrio. Yerra porque no puede aplicar al contenido de su sueño la ley de la causalidad (pág. 58). En concreto, su apartamiento del mundo exterior es también la causa de la fe que presta al mundo onírico subjetivo.

        Tras de desarrollos psicológicos, en parte diferentes, llega Delboeuf a idénticas conclusiones. Damos a los sueños crédito de realidad porque en el estado de reposo carecemos de otras impresiones a las que compararlos, y nos hallamos desligados del mundo exterior. Mas si creemos en la verdad de nuestras alucinaciones, no es porque nos falte durante el reposo la posibilidad de contrastarlas. El sueño puede mentirnos toda clase de pruebas, haciéndonos, por ejemplo, tocar la rosa que en él vemos; mas no por esto dejamos de estar soñando. Para Delboeuf no existe criterio alguno, fuera del hecho mismo del despertar -y esto sólo como generalidad práctica-, que nos permita afirmar que algo es un sueño o una realidad despierta. Al despertar y comprobar que nos hallamos desnudos en nuestro lecho es, en efecto, cuando declaramos falso todo lo que desde el instante en que conciliamos el reposo hemos visto (pág. 84). Mientras dormíamos hemos creído verdaderas las imágenes oníricas a consecuencia del hábito intelectual, siempre vigilante, de suponer un mundo exterior, al que oponemos nuestro yo.

        Elevado así el apartamiento del mundo exterior a la categoría de factor determinante de los más singulares caracteres de la vida onírica, creemos conveniente consignar unas sutiles observaciones del viejo Burdach, que arrojan cierta luz sobre la relación del alma durmiente con el mundo exterior y son muy apropiadas para evitarnos conceder a las anteriores deducciones más valor del que realmente poseen: «El estado de reposo -dice Burdach- tiene por condición el que el alma no sea excitada por estímulos sensoriales…; pero la ausencia de tales estímulos no es tan indispensable para la conciliación del reposo como la falta de interés por los mismos. En efecto, a veces se hace necesaria la existencia de alguna impresión sensorial, en tanto en cuanto la misma sirve para tranquilizar el alma. Así, el molinero no duerme si no oye el ruido producido por el funcionamiento de su molino, y aquellas personas que como medida de precaución acostumbran dormir con luz no pueden conciliar el reposo en una habitación oscura» (página 457).

        «El alma se retira de la periferia y se aísla del mundo exterior, aunque sin quedar falta de toda conexión con el mismo. Si no oyéramos ni sintiéramos más que durante el estado de vigilia, y no, en cambio, durante el reposo, nada habría que pudiera despertarnos. La permanencia de la sensación queda aún más indiscutiblemente demostrada por el hecho de que no siempre es la energía meramente sensorial de una impresión, sino su relación psíquica, lo que nos despierta. Una palabra indiferente no hace despertar al durmiente, y, en cambio sí su nombre, murmurado en voz baja. Resulta, pues, que el alma distingue las sensaciones durante el reposo. De este modo podemos ser despertados por la falta de un estímulo sensorial cuando el mismo se refiere a algo importante para la representación. Las personas que acostumbran dormir con luz despiertan al extinguirse ésta, y el molinero, al dejar de funcionar su molino; o sea, en ambos casos, al cesar la actividad sensorial. Esto supone que dicha actividad es percibida, pero que no ha perturbado al alma, la cual la ha considerado como indiferente o más bien como tranquilizadora» (págs. 460 y sigs.).

        Si por nuestra parte no queremos dejar de reconocer el valor nada despreciable de estas objeciones, habremos, sin embargo, de confesar que las cualidades de la vida onírica examinadas hasta ahora y derivadas del apartamiento del mundo exterior no explican por completo la singularidad de la misma, pues en este caso habría de ser posible resolver el problema de la interpretación onírica, transformando de nuevo las alucinaciones del sueño en representaciones y sus situaciones en pensamientos. Ahora bien: este proceso es el que llevamos a cabo al reproducir de memoria nuestro sueño después de despertar, y, sin embargo, aunque consigamos efectuar totalmente o sólo en parte tal retraducción, el sueño continúa conservando todo su misterio.

        La totalidad de los autores admite sin vacilación alguna que el material de representaciones de la vida despierta sufre en el sueño otras más profundas modificaciones. Strümpell intenta determinar una de éstas en las siguientes deducciones (pág. 17): «El alma pierde también con el cese de la percepción sensorial activa y de la consciencia normal de la vida el terreno en que arraigan sus sentimientos, deseos, intereses y actos. También aquellos estados, sentimientos, intereses y valoraciones espirituales, enlazados en la vida despierta a las imágenes mnémicas, sucumben a una presión obnubilante, a consecuencia de la cual queda suprimida su conexión con las mismas; las imágenes de percepciones de objetos, personas, localidades, sucesos y actos de la vida despierta son reproducidos en gran número aisladamente, pero ninguna de ellas trae consigo su valor psíquico, y privadas de él, quedan flotando en el alma, abandonadas a sus propios medios…»

        Este despojo que de su valor psíquico sufren las imágenes es atribuido nuevamente al apartamiento del mundo exterior, y, según Strümpell, posee una participación principal en la impresión de singularidad, con la que el sueño se opone a la vida despierta en nuestro recuerdo.

        Hemos visto antes que ya el acto de conciliar el reposo trae consigo el renunciamiento a una de las actividades anímicas: a la guía voluntaria del curso de las representaciones. De este modo se nos impone la hipótesis de que el estado de reposo se extiende a las funciones anímicas, alguna de las cuales queda quizá totalmente interrumpida. Nos hallamos, pues, ante el problema de si las restantes siguen también este ejemplo o continúan trabajando sin perturbación, y en este último caso, si pueden o no rendir en tales circunstancias una labor normal. Surge aquí la teoría que explica las peculiaridades del sueño por la degradación del rendimiento psíquico durante el reposo; hipótesis que encuentra un apoyo en la impresión que el fenómeno onírico produce a nuestro juicio despierto. El sueño es incoherente; une sin esfuerzo las más grandes contradicciones; afirma cosas imposibles; prescinde de todo nuestro acervo de conocimientos, tan importante para nuestra vida despierta, y nos muestra exentos de toda sensibilidad, ética y moral. El individuo que en la vida despierta se condujese como el sueño le muestra en sus situaciones sería tenido por loco, y aquel que manifestara o comunicase cosas semejantes a las que forman el contenido onírico nos produciría una impresión de demencia o imbecilidad. Así, pues, creemos reflejar exactamente la realidad cuando afirmamos que la actividad psíquica queda en el sueño reducida al mínimo, y que especialmente las más elevadas funciones intelectuales se hallan interrumpidas o muy perturbadas durante el mismo.

        Con inhabitual unanimidad -de las excepciones ya hablaremos en otro lugar- han preferido los autores aquellos juicios que conducían inmediatamente a una determinada teoría o explicación de la vida onírica. Creo llegado el momento de sustituir el resumen que hasta aquí vengo efectuando por una transcripción de las manifestaciones de diversos autores -filósofos y médicos- sobre los caracteres psicológicos del sueño:

        Según Lemoine, la incoherencia de las imágenes oníricas es el único carácter esencial del sueño.

        Maury se adhiere a esta opinión diciendo (pág. 163): …il n'y a pas des rêves absolument raisonnables et qui ne contiennent quelque incohérence, quelque anachronisme, quelque absurdité.

        Según Hegel (citado por Spitta), el sueño carece de toda coherencia objetiva comprensible.

        Dugas dice: Le réve, c'est l'anarchie psychique affective et mentale, c'est le jeu des fonctions livrées à ellesmêmes et s'exerçant sans contrôle et sans but: dans le rêve l'esprit est un automate spirituel.

        Volkelt mismo, en cuya teoría sobre el fenómeno onírico se reconoce un fin a la actividad psíquica durante el estado de reposo, señala, sin embargo, en los sueños (pág. 14) «la dispersión, incoherencia y desorden de la vida de representación, mantenida en cohesión durante la vigilia por el poder lógico del yo central».

        El absurdo de los enlaces que en el sueño se establecen entre las representaciones fue ya acentuado por Cicerón en una forma insuperable (De Divin., II.): Nihil tam praespostere, tam incondite, tam monstruose cogitari potes, quod non possimus somniare.

        Fechner dice (pág. 542): «Parece como si la actividad psicológica emigrase del cerebro de un hombre de sana razón al de un loco.»

        Radestock (pág. 145): «En realidad, parece imposible reconocer leyes fijas en esta loca agitación. Eludiendo la severa política de la voluntad racional, que guía el curso de las representaciones en la vida despierta y escapando a la atención, logra el sueño confundirlo todo, en un desatinado juego de calidoscopio.»

        Hildebrandt (pág. 45): «¡Qué maravillosas libertades se permite el sujeto de un sueño; por ejemplo, en sus conclusiones intelectuales! ¡Con qué facilidad subvierte los más conocidos principios de la experiencia! ¡Qué risibles contradicciones puede soportar en el orden natural y social, hasta que la misma exagerada tensión del disparate trae consigo el despertar! Nos parece muy natural que el producto de tres por tres sea veinte; no nos admira en modo alguno que un perro nos declame una composición poética; que un muerto se dirija por su propio pie a la tumba o que una roca sobrenade en el agua, y hacemos con toda seriedad, y penetrados de la importancia de nuestra misión, un viaje al ducado de Bernburg o al principado de Lichtenstein para inspeccionar la Marina de guerra de estos países, o nos enrolamos como voluntarios en los ejércitos de Carlos XII, poco antes de la batalla de Pultava.»

        Binz (pág. 33), refiriéndose a la teoría onírica que de estas observaciones se deduce, escribe: «De diez sueños, nueve por lo menos presentan un contenido absurdo. Enlazamos en ellos objetos y personas que carecen de toda relación. Mas al cabo de un instante, la agrupación establecida se transforma por completo, como en un calidoscopio, haciéndose quizá aún más disparatada, y este cambiante juego es continuado por el cerebro, incompletamente dormido, hasta que despertamos, nos pasamos la mano por la frente y nos preguntamos si realmente poseemos todavía la capacidad de representación e intelección racionales.»

        Maury (pág. 50) refleja la relación de las imágenes oníricas con los pensamientos de la vida despierta en, una comparación muy impresionante para los médicos: La production de ces images que chez l'homme éveillé fait le plus souvent naître la volonté, correspond, pour l'intelligence, à ce que sont pour la motilité certains mouvements que nous offrent la chorée et les affections paralytiques. Por lo demás, se da en el sueño toute una série de dégradations de la faculté pensante et raisonante (pág. 27).

        No creemos necesario consignar las manifestaciones de aquellos autores que reproducen con respecto a las más elevadas funciones anímicas el principio de Maury.

        Según Strümpell, quedan suprimidas en el sueño -naturalmente también allí donde el desatino no resulta evidente- todas aquellas operaciones lógicas del alma que se basan en relaciones y conexiones (pág. 26). Según Spitta (pág. 148), las representaciones parecen quedar emancipadas por completo de la ley de causalidad. Radestock y otros acentúan la debilidad de la capacidad de juicio y deducción. Según. Jodl (pág. 123), no existe en el sueño crítica ninguna, ni quedan corregidas las series de percepciones por el contenido de la consciencia completa. Este mismo autor manifiesta: «En el sueño aparecen todas las actividades de la consciencia, pero incompletas, cohibidas y aisladas unas de otras.» Las contradicciones en que el sueño se sitúa con respecto a nuestro conocimiento despierto son explicadas por Stricker y otros muchos autores por el olvido de hechos, la ausencia de relaciones lógicas entre las representaciones, etc.

        Los autores que, en general, juzgan tan desfavorablemente la labor de las funciones psíquicas en el sueño, conceden, sin embargo, que en el mismo perdura un resto de actividad anímica. Wundt, cuyas teorías han servido de norma a tantos otros investigadores de los problemas oníricos, confiesa abiertamente este hecho. Surge, pues, el problema de determinar la naturaleza y composición de este resto de actividad anímica normal que en el sueño se manifiesta: Casi generalmente se concede que la capacidad de reproducción -la memoria- es lo que menos parece haber sufrido, pudiendo incluso producir rendimientos superiores a los habituales en la vigilia, aunque una parte de los absurdos del sueño haya de quedar explicada por la capacidad de olvido de la vida onírica. Según Spitta, es la vida espiritual del alma lo que no queda suprimido por el sueño y dirige el curso del mismo. Espíritu es, para este autor, «aquella constante reunión de los sentimientos que constituye la esencia subjetiva más íntima del hombre» (página 84).

        Scholz (pág. 37) ve una de las actividades anímicas que se manifiestan en el sueño en la transformación alegorizante de sentido a la que es sometido el material onírico. Siebeck comprueba también en el sueño la «actividad interpretadora complementaria» del alma (pág. 11 ), aplicada por ésta a toda percepción. La conducta de nuestra más elevada función anímica -la consciencia- en el fenómeno onírico resulta especialmente difícil de fijar. Dado que sólo por ella sabemos algo de nuestros sueños, no podemos dudar de su permanencia; pero Spitta opina que en el sueño sólo se conserva la consciencia y no la autoconsciencia. Delboeuf confiesa no alcanzar a comprender esta diferenciación.

        Las imágenes oníricas se enlazan incluso a revelársenos en el sueño más conforme a las mismas leyes asociativas que las representaciones, llegando claro y precisamente el origen de dichas leyes. Strümpell (pág.10): «El sueño se desarrolla, ora exclusivamente, como parece conforme a las leyes de las representaciones puras, ora conforme a las de estímulos orgánicos, con tales representaciones; esto es, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estético y el juicio ético intervengan para nada.» Los autores cuyas opiniones reproducimos aquí se representan la formación de los sueños aproximadamente en la forma que sigue: la suma de los estímulos sensoriales, procedentes de las diversas fuentes antes estudiadas, y actuantes durante el reposo, despierta ante todo en el alma un acervo de representaciones, que se presentan en calidad de alucinaciones (o, según Wundt, como verdaderas ilusiones, dada su procedencia de los estímulos, externos e internos.) Estas representaciones se enlazan entre sí según las leyes de asociación que nos son conocidas, y evocan a su vez, conforme a las mismas reglas, una nueva serie de representaciones (imágenes). El material total es elaborado en lo posible por el resto, aún en actividad, de las capacidades anímicas ordenadoras y pensadoras (cf. Wundt y Weygandt). Lo que no se ha conseguido descubrir todavía son los motivos que deciden que la evocación de las imágenes no procedentes del exterior se realice conforme a estas o aquellas leyes asociativas.

        Se ha observado, sin embargo, repetidamente, que las asociaciones que enlazan a las representaciones oníricas entre sí son de una peculiarísima naturaleza y diferentes por completo de las que actúan en el pensamiento despierto. Así, dice Volkelt (pág.15): «Las representaciones se persiguen y se enlazan en el sueño conforme a analogías casuales y a conexiones apenas perceptibles. Todos los sueños se hallan entrelazados por tales asociaciones, negligentes y lejanas.» Maury concede máxima importancia a este carácter del enlace de las representaciones, que le permite establecer una más íntima analogía entre la vida onírica y ciertas perturbaciones mentales. Reconoce dos caracteres principales del délire: 1º Une action spontanée et comme automatique de l'esprit. 2º Une asociation vicieuse et irrégulière d'idées (pág. 126). Este mismo autor nos refiere dos excelentes ejemplos de sueños, en los que el enlace de las representaciones oníricas fue determinado exclusivamente por la similicadencia de las palabras. En uno de estos sueños comenzó por emprender una peregrinación (pélèrinage) a Jerusalén o a la Meca, y después de un sinnúmero de aventuras llegó a casa del químico Pelletier, el cual, al cabo de una larga conversación, le entregó una pala (pelle) de cinc, que en el fragmento onírico siguiente se convirtió en una gran espada de combate (pág. 137). Otra vez soñó que paseaba por una carretera, leía en los guardacantones las cifras indicadoras de los kilómetros y se detenía después en una droguería, en la que un individuo colocaba pesas de kilo en una gran balanza con objeto de pesarle; luego el droguero se dirigía a él y le decía: «No está usted en París, sino en la isla de Gilolo.» En el resto de este sueño vio la flor llamada lobelia y al general López, cuya muerte había leído recientemente en los periódicas. Por último, despertó cuando comenzaba a jugar con otras personas en una partida de lotería.

        Como era de esperar, esta desestimación de los rendimientos psíquicos del sueño ha hallado también sus contradictores. Sin embargo, no parece fácil sostener la afirmación contraria. No posee, en efecto, gran importancia que uno de los autores que rebajan el valor de la vida onírica (Spitta, pág. 118) asegure que los sueños son regidos por las mismas leyes psicológicas que reinan en la vida despierta, ni tampoco que otro investigador (Dugas) manifieste que le rêve n`est pas déraison, ni même irraison pure, mientras que ninguno de ellos se tome el trabajo de armonizar estas opiniones con la anarquía y desorganización psíquicas que en el sueño atribuyen a todas las funciones. En cambio, otros autores parecen haber entrevisto que la demencia de los sueños podía no carecer de método, no siendo quizá sino fingimiento, como la del Hamlet shakesperiano. Estos autores tienen que haber huido de juzgar a los sueños por su apariencia, o, de lo contrario, la que los mismos les han ofrecido ha sido muy diferente de la que ofrecieron a los demás.

        Así, Havelock Ellis ( 1899), sin querer detenerse en el aparente absurdo del sueño, lo considera como an archaic world of vast emotions and imperfect thougths, cuyo estudio podría enseñarnos a conocer fases primitivas de la vida psíquica. J. Sully (pág. 362) representa esta misma concepción de los sueños, pero de un modo aún más comprensivo y profundo. Sus manifestaciones son tanto más interesantes y dignas de consideración cuanto que se trata de un psicólogo del que sabemos se hallaba convencido, quizá como ningún otro, del sentido oculto de los sueños. Now our dreams are a means of conserving these succesive personalities. When asleep we go back to the old ways of looking at things and of feeling about then, to impulses and activities which long ago dominated us. Un pensador como Delboeuf afirma -aunque cierto es que sin presentar prueba alguna contra las aducidas en contrario- que dans le sommeil, hornis la perception, toutes les facultés on de l'esprit, intelligence, imagination mémoire, volonté, moralité, restent intactes dans leur essence; seulement elles s'appliquent à des objets imaginaires et mobiles. Le songeur est un acteur qui joue á volonté les fous et les sages, les bourreaux et les victimes, les mains et les géants, les démons et les anges (pág. 222). El marqués D'Hervey, que sostuvo vivas polémicas con Maury, y cuya obra no me he podido procurar, no obstante haberla buscado con empeño, parece haber sido quien con mayor energía ha negado la degradación del rendimiento psíquico en el sueño. Refiriéndose a él, dice Maury (pág. 19): M. le marquis d'Hervey, prête à l'intelligence durante le sommeil toute sa liberté d'action et d'attention et il ne semble faire consister le sommeil que dans l'occlusion des sens, dans leur fermenture a un monde extérieur; en sorte que l'homme qui dort no se distingue guère, selon sa manière de voir, de l'homme qui laisse vaguer sa pensée en se bouchant les sens; toute la différence qui sépare alors la pensée ordinaire de celle du dormeur c'est que, chez celui-ci, l'idée prend une forme visible, objetive et ressemble, à s'y méprendre, á la sensation déterminée par les objets extérieurs; le souvenir revèt l'apparence du fait présent.

        Pero a continuación añade qu'il y a une différence de plus et capitale, à savoir, que les facultés intellectuelles de l'homme endormi n'ofrent pas l'equilibre qu'elles gardent chez l'homme eveillé.

        En Vaschide, que nos facilita un más completo conocimiento del libro de D'Hervey, encontramos que este último se pronuncia sobre la aparente incoherencia de los sueños en la forma siguiente: L'image du réve est la copie de l'idée. Le principal est l'idée; la vision n'est qu'accesoire. Ceci êtabli, il faut savoir suivre la marches des idées, il faut savoir analyser le tissu des rêves; l'incohérence devient alors compréhensible, les conceptions les plus fantastiques deviennent des faist simples et parfaitement logiques (pág.146). Y (pág. 147): Les rêves les plus bizarres trouvent mème une explication des plus logiques quand on sait les analyser.

        J. Stärcke cita una análoga explicación, dada a la incoherencia onírica por un antiguo autor. Wolf Davidson (1799), desconocido para mí (pág. 136): «Los singulares saltos de nuestras representaciones oníricas tienen todos su fundamento en la ley de la asociación; lo que sucede es que este enlace se realiza a veces en el alma de un modo harto oscuro, resultando así que con frecuencia creemos observar un salto de la asociación en casos en que dicho salto no existe.»

        La escala de la apreciación del sueño como producto psíquico alcanza en la literatura científica una gran amplitud. Partiendo del más profundo menosprecio, cuya expresión ya nos es conocida, y pasando luego por la sospecha de un valor aún no descubierto, llega hasta la exagerada estimación, que coloca al sueño muy por encima de los rendimientos de la vida despierta. Hildebrandt, que, como sabemos, encierra en tres antinomias las características psicológicas de la vida onírica, reúne en la tercera de ellas los extremos de esta serie (pág. 19). Esta tercera antinomia es la existente «entre una elevación o potenciación de la vida anímica, que llega muchas veces hasta el virtuosismo, y una minoración y debilitación de la misma, llevada con frecuencia por bajo del nivel de lo humano.»

        «Por lo que a lo primero se refiere, ¿quién no puede confirmar, por propia experiencia, que en las creaciones del genio del sueño se exteriorizan a veces una profundidad y una cordialidad, una claridad de concepción, una sutileza de observación y una prontitud de ingenio que modestamente negaríamos poseer si nos fueran atribuidas como cualidades constantes de nuestra vida despierta? El sueño posee una maravillosa poesía, una exacta facultad alegórica, un humorismo incomparable y una deliciosa ironía. Contempla el mundo a una peculiarísima luz idealizadora e intensifica el efecto de sus fenómenos con la más profunda comprensión de la esencia fundamental de los mismos. Nos presenta lo bello terrenal en un resplandor verdaderamente celeste; lo elevado, en su más alta majestad; lo que, según nuestra experiencia, es temeroso, en la forma más aterrorizante, y lo ridículo, con indescriptible comicidad; a veces nos hallamos, aun después de despertar, tan dominados por una de estas impresiones, que creemos no haber hallado nunca en el mundo real nada semejante.»

        Surge aquí la interrogación de cómo pueden referirse a un mismo objeto las despreciativas observaciones anteriores y estas entusiásticas alabanzas. ¿No habrán pasado inadvertidos para unos autores los sueños desatinados, y para otros los profundos e ingeniosos? Y si existen sueños de ambas clases, que justifican, respectivamente, ambos juicios, ¿no será ocioso buscar una característica psicológica del sueño, y deberemos limitarnos a decir que en él es todo posible, desde la más baja degradación de la vida anímica hasta una elevación de la misma, desacostumbrada en la vida despierta? Mas, por cómoda que fuera esta solución, tropieza con el inconveniente de que los esfuerzos de todos los investigadores parecen hallarse guiados por la hipótesis de que existe una característica de los sueños, de validez general en sus rasgos esenciales, susceptible de resolver las contradicciones apuntadas.

        Es indiscutible que los rendimientos psíquicos del sueño han hallado un más voluntario y caluroso reconocimiento en aquel período, ya pasado, en el que los espíritus se hallan dominados por la Filosofía y no por las ciencias exactas. Manifestaciones, como la de Schubert, de que el sueño constituye una emancipación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento del alma de las ligaduras de la sensualidad, y análogos juicios de Fichte, el joven, y de otros autores, en los que se considera el sueño como una elevación de la vida anímica a un más alto nivel, nos parecen hoy apenas comprensibles. En la actualidad sólo son repetidos por los autores místicos o piadosos. La disciplina mental científica ha producido una reacción en la apreciación del sueño. Precisamente los autores médicos son los que antes se han inclinado a considerar muy escasa y falta de todo valor la actividad psíquica en el sueño, mientras que los filósofos y los observadores no profesionales -psicólogos de afición-, cuyas aportaciones a estos estudios no deben despreciarse, han continuado sosteniendo, más en armonía con las hipótesis populares, el valor psíquico del sueño. Aquellos que tienden a menospreciar el rendimiento psíquico en el sueño conceden, naturalmente, la máxima importancia etiológica a las fuentes de estímulos somáticos. En cambio, para aquellos otros que atribuyen al alma soñadora la mayor parte de las facultades que la misma posee en la vida despierta, desaparece toda razón de no atribuirle también estímulos oníricos independientes.

        Entre los rendimientos extraordinarios que aun después de la más escrupulosa comparación pudiéramos inclinarnos a atribuir a la vida onírica, es el de la memoria el más patente. En páginas anteriores detallamos ya todos los hechos, nada raros, que así lo demuestran. En cambio, otra de las prerrogativas de la vida onírica que con mayor frecuencia ensalzan los autores antiguos -su facultad de franquear libremente las distancias temporales y espaciales- es, como ya observa Hildebrant, por completo ilusoria. El sueño lo hace en forma idéntica a como lo realiza el pensamiento despierto, y precisamente por no ser sino una forma del pensamiento. Con respecto al tiempo, gozaría, en cambio, el sueño de otra distinta prerrogativa, siendo independiente de su curso en un diferente sentido. Sueños como aquel en que Maury se vio guillotinar, parecen demostrar que el fenómeno onírico puede acumular en brevísimos instantes un contenido de percepciones mucho mayor que el contenido de pensamientos que nuestra actividad psíquica puede abarcar en la vida despierta. Esta deducción ha sido, sin embargo, combatida con los más diversos argumentos. Desde los artículos de Le Lorrain y Egger «sobre la aparente duración de los sueños» se ha desarrollado en derredor de este problema -tan intrincado como el profundo alcance- una interesantísima discusión, que no ha llevado aún a esclarecimiento alguno definitivo.

        Después de numerosas investigaciones y de la colección de sueños publicada por Chabaneix, parece ya indiscutible que el sueño puede acoger la labor intelectual del día y conducirla a una conclusión no alcanzada en la vida despierta, resolviendo así problemas y dudas que preocupan al sujeto y constituyendo una fuente de inspiración para los poetas y compositores. Pero aunque este hecho es innegable en sí, la hipótesis construida sobre él sucumbe a importantes objeciones.

        Por último, el afirmado poder adivinatorio del sueño constituye otro objeto de discusión, en la que a dudas difíciles de dominar se oponen tenaces afirmaciones. Sin embargo, se evita negar rotundamente -y con razón- lo que de efectivo ha sido observado en este punto, pues para toda una serie de casos existe quizá la cercana posibilidad de una natural explicación psicológica.

 

f) Los sentimientos éticos en el sueño.

        Por motivos que sólo después del conocimiento de mis propias investigaciones sobre el sueño pueden resultar comprensibles, he separado del tema de la psicología del sueño el problema parcial de si las disposiciones y sentimientos morales de la vigilia se extienden -y hasta qué punto- a la vida onírica. La misma contradicción que con respecto a las restantes funciones anímicas hubimos de hallar con extrañeza en las exposiciones de los investigadores, vuelve aquí a surgir a nuestros ojos. En efecto, con la misma seguridad que unos muestran al afirmar que el sueño ignora en absoluto toda aspiración moral, sostienen los otros que la naturaleza moral del hombre perdura también en la vida onírica.

        La experiencia onírica parece colocar la exactitud de la primera afirmación por encima de toda duda: Así escribe Jessen (pág. 553): «Tampoco nos hacemos mejores ni más virtuosos en el sueño. Más bien parece que en él calla nuestra conciencia, pues sin compadecernos por nada ni de nadie realizamos con la mayor indiferencia y sin remordimiento alguno los mayores crímenes.»

        Radestock (pág. 146): «Debe tenerse en cuenta que en el sueño emergen las asociaciones y se enlazan las representaciones, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estético y el juicio moral puedan intervenir para nada. El juicio es debilísimo, y predomina la indiferencia ética.» Volkelt (pág. 23): «Nadie ignora el desenfreno que la vida onírica muestra, especialmente en lo que a la sexualidad se refiere. Del mismo modo que el sujeto se contempla en sus sueños falto de todo pudor y todo sentimiento ético, ve a otras personas -incluso a las que más respeta- entregadas a actos que en su vida despierta se espantaría de asociar a ellas.»

        En abierta oposición con estas manifestaciones se hallan otras, como la de Schopenhauer, de que todos obramos y hablamos en sueños conforme a nuestro carácter. K. Ph. Fischer afirma asimismo que en los sueños se revelan los sentimientos y aspiraciones, o afectos y pasiones subjetivos y las peculiaridades morales del durmiente.

        Haffner (pág. 25): «Salvo raras excepciones, el hombre virtuoso lo será también en sueños. Rechazará las tentaciones y resistirá al odio, a la envidia, a la cólera y a los demás vicios. En cambio, el hombre pecador hallará generalmente en sus sueños aquellas imágenes que tenía ante sí en la vigilia.»

        Scholz (pág. 36): «Nuestros sueños entrañan algo verdadero. En ellos reconocemos nuestro propio yo, a pesar del disfraz de elevación o rebajamiento con el que se nos aparece. El hombre honrado no puede tampoco cometer en sueños un delito que le deshonre, y, si lo comete, quedará espantado, como ante algo totalmente ajeno a su naturaleza. El emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos, confeso de haber atentado contra él en sueños no dejaba de tener razón cuando se justificaba diciendo que el individuo que así soñaba tenía que abrigar en su vida despierta análogos pensamientos. De algo que no puede hallar lugar alguno en nuestro ánimo decimos así, muy significativamente: `Esto no puede ocurrírseme ni en sueños.'»

        Por el contrario, afirma Platón que los hombres mejores son aquellos a los que sólo en sueños se les ocurre lo que los demás hacen despiertos.

        Pfaff, glosando un conocido proverbio, dice: «Cuéntame durante algún tiempo lo que sueñas, y te diré lo que dentro de ti hay.»

        El pequeño escrito de Hildebrandt, del que ya se ha extraído tantas interesantes citas, y que constituye la más perfecta y rica contribución que a la investigación de los problemas oníricos me ha sido dado hallar en la literatura científica, da a este tema de la moralidad de los sueños una importancia esencial. También para Hildebrandt constituye una regla fija la de que cuanto más pura es la vida del sujeto, más puros serán sus sueños, y cuanto más impura, más impuros.

        La naturaleza moral del hombre perdura, desde luego, en el sueño: «Pero mientras que ningún error de calculo, ninguna herejía científica ni ningún anacronismo nos hiere, ni se nos hacen siquiera sospechosos, por palpables, románticos o ridículos que respectivamente sean, distinguimos siempre lo malo; la justicia, de la injusticia; la facultad de distinguir lo bueno de la virtud, del vicio. Por mucho que sea lo que de nuestra personalidad despierta perdamos durante el reposo, el «imperativo categórico» de Kant se ha constituido de tal manera en nuestro inseparable acompañante, que ni aun en sueños llega a abandonarnos… Este hecho no puede explicarse sino por la circunstancia de que lo fundamental de la naturaleza humana, el ser moral, se halla demasiado firmemente unido al hombre para participar en el juego calidoscópico, al que la fantasía, la inteligencia, la memoria y demás facultades de igual rango sucumben en el sueño» (págs. 45 y sigs.)

        En la discusión de esta materia incurren ambos grupos de autores en singulares desplazamientos e inconsecuencias. Lógicamente, la hipótesis de que la personalidad moral del hombre desaparece en el sueño debiera despojar a sus partidarios de todo interés por los sueños inmorales, permitiéndoles además rechazar la posibilidad de exigir por ellos una responsabilidad al sujeto o atribuirle perversos sentimientos, con la misma tranquilidad que la equivalente de deducir, por el absurdo de los sueños, la carencia de valor de los rendimientos intelectuales del sujeto en la vida despierta. En cambio, aquellos otros autores para los cuales se extiende al fenómeno onírico el dominio del imperativo categórico, deberían aceptar sin limitación alguna la responsabilidad del sujeto con respecto a sus sueños. Habríamos, únicamente, de desearles que sueños propios reprobables no les hicieran errar en la estimación de su propia moralidad, tan segura con respecto a otros dominios distintos del onírico.

        Mas, por lo visto, nadie sabe a punto fijo en qué medida es bueno o malo, ni puede tampoco negar haber tenido alguna vez sueños inmorales, pues por encima de su opuesto juicio sobre la moral onírica coinciden ambos grupos de autores en un esfuerzo por esclarecer el origen de los sueños inmorales, surgiendo nuevamente opiniones contradictorias, según se vea dicho origen en las funciones de la vida psíquica o en influencias somáticamente condicionadas, ejercidas sobre la misma. El poder coactivo de la evidencia hace, sin embargo, coincidir a muchos defensores de la responsabilidad y de la irresponsabilidad en el reconocimiento de una fuente psíquica especial para la inmoralidad de los sueños.

                De todos modos, aquellos investigadores que extienden a los sueños la moral subjetiva, se guardan muy bien en aceptar la completa responsabilidad de los sueños propios. Haffner dice (pág. 24): «No somos responsables de nuestros sueños, porque nuestro pensamiento y nuestra voluntad quedan despojados en ellos de la base sobre la cual posee únicamente nuestra vida verdad y realidad. Siendo así, nada de lo que en sueños queremos o hacemos puede tenerse por virtud o pecado.» Pero el hombre es responsable de sus sueños pecadores en tanto en cuanto los origina indirectamente, y antes de conciliar el reposo tiene, del mismo modo que en el resto de la vigilia, el deber de purificar moralmente su alma.

        Hildebrandt ahonda mucho más en el análisis de esta mezcla de negación y afirmación de nuestra responsabilidad con respecto al contenido moral de los sueños. Después de indicar que la forma dramática de exposición adoptada por el fenómeno onírico, la acumulación de los más complicados procesos reflexivos en un brevísimo espacio de tiempo y la desvalorización y confusión que también reconoce de los elementos de representación, deben tenerse en cuenta, como circunstancias atenuantes, al juzgar el aspecto inmoral de los sueños, confiesa que tampoco nos es posible negar en absoluto toda responsabilidad por los pecados y faltas que en ellos cometemos.

        Página 49: «Cuando queremos rechazar de un modo decidido una acusación injusta referente a nuestros propósitos o sentimientos, solemos servirnos de la expresión: «Eso no se me ha ocurrido ni aun en sueños.» Con esto manifestamos, por un lado, que el dominio de los sueños es para nosotros el último por cuyo contenido pudiera exigírselos responsabilidad, puesto que nuestros pensamientos no poseen en él sino tan escasa y lejana conexión con nuestro verdadero ser, que apenas pueden ya atribuírsenos; pero al sentirnos inducidos a negar también la existencia de tales pensamientos en este dominio, confesamos al mismo tiempo indirectamente que nuestra justificación sería incompleta ni no alcanzase también hasta él. A mi juicio, hablamos aquí, siquiera sea inconscientemente, el lenguaje de la verdad.»

        Página 52: «No podemos suponer ningún hecho onírico cuyo primer motivo no haya cruzado antes en alguna forma a título de deseo, aspiración o sentimiento por el alma del individuo despierto.» Este primer sentimiento no lo ha inventado el sueño; se ha limitado a copiarlo y desarrollarlo, elaborando en forma dramática un adarme de materia histórica que halló previamente en nosotros. Así, pues, el fenómeno onírico no hace sino poner en escena las palabras del Apóstol: «Aquel que odia a su hermano es un homicida.» Y mientras que conscientes de nuestra energía moral podemos sonreír, al despertar, ante el amplio cuadro perverso que nuestro sueño pecador nos ha presentado, el nódulo originario causal no presenta faceta alguna que nos mueva a risa. Nos sentimos, por tanto, responsables de nuestros extravíos oníricos; no en su totalidad, pero sí en cierto tanto por ciento. «Comprendemos, en este indiscutible sentido, la palabra de Cristo: `Del corazón vienen malos pensamientos', y no podemos casi defendernos de la convicción de que cada pecado cometido en el sueño trae consigo para nosotros, por lo menos, un oscuro mínimo de culpa.»

        En los gérmenes de sentimientos reprobables que a título de tentaciones cruzan por nuestra alma en la vigilia encuentra, pues, Hildebrandt la fuente de inmoralidad de los sueños y no vacila en tener en cuenta estos elementos inmorales en la estimación moral de la personalidad. Estos mismos pensamientos y su idéntica valoración es lo que ha hecho acusarse a los santos y a los hombres piadosos de toda época de ser los más grandes pecadores.

        No cabe duda alguna sobre la general aparición de estas representaciones contrastantes en la mayoría de los hombres y también con relación a dominios distintos del ético. Pero algunas veces se les ha juzgado con menos severidad. Así, Spitta transcribe las siguientes manifestaciones de A. Zeller (pág. 144): «Raras veces se halla tan felizmente organizado un espíritu que posea en todo momento un poder absoluto y no quede estorbada la continua y clara marcha de sus pensamientos por representaciones no sólo insignificantes, sino hasta ridículas y desatinadas. Incluso los más grandes pensadores se han lamentado de esta inoportuna turba de representaciones, semejantes a las de los sueños, que perturba sus más profundas reflexiones y su más seria y sagrada labor mental.»

        Una observación de Hildebrandt, la de que el sueño nos permite a veces contemplar los repliegues y profundidades de nuestro ser, que durante la vigilia quedan casi siempre ocultos a nuestros ojos, arroja más clara luz sobre la situación psicológica de estos pensamientos de contraste.

        Análoga idea expone Kant en un pasaje de su Antropología al afirmar que el sueño tiene por función la de descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y revelarnos no lo que somos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser si hubiéramos recibido una educación diferente. Radestock (pág. 84) reproduce este juicio cuando dice que el sueño nos revela aquello que no queremos confesarnos a nosotros mismos, siendo esto lo que nos impulsa a calificarlo injustamente de mentiroso y engañador. J. E. Erdmann manifiesta: «Nunca me ha revelado un sueño lo que de un hombre debo opinar; pero lo que de él opino y cuáles son mis verdaderos sentimientos con respecto a él, eso sí me lo ha mostrado más de una vez, con gran asombro mío.»

        En forma semejante opina J. H. Fichte: «El carácter de nuestros sueños nos revela mucho más fielmente nuestro estado de ánimo total que el autoanálisis durante la vigilia.» Observaciones como las de Benini y Volkelt, que a continuación transcribimos, nos hacen advertir que la emergencia de estos impulsos ajenos a nuestra conciencia moral, sólo es comparable a la ya conocida disposición del sueño sobre otro material de representaciones que falta a la vida despierta o desempeña en ella un insignificante papel. Benini: Certe nostre inclinazioni che ci credevano soffocate e spente da un pezzo, si ridestano; passioni vecchie e sepolte rivivono; cosa e persona a cui non pensiamo mai, ci vengono dinazi (pág. 149). Y Volkelt: «También representaciones que se han introducido casi inadvertidamente en la consciencia despierta y quizá no hubieran sido sacados nunca por ella del olvido, suelen revelar al sueño su presencia en el alma» (pág. 105). Por último, es éste el lugar de recordar que, según Schleiermacher, ya el acto de conciliar el reposo se halla acompañado de representaciones (imágenes) involuntarias.

        En este concepto de «representaciones involuntarias» debemos incluir todo aquel acervo de representaciones cuya emergencia tanto en los sueños inmorales como en los absurdos despierta nuestra extrañeza. La única diferencia importante que podemos señalar entre las representaciones involuntarias referentes a la moralidad y las relativas a otros dominios es que las primeras se revelan en oposición con nuestra restante manera de sentir, mientras que las segundas se limitan a despertar nuestra extrañeza. Pero hasta el momento no hemos realizado progreso ninguno que nos permita ampliar esta diferenciación por un conocimiento más completo y profundo de sus términos.

         ¿Qué significación tiene la emergencia de representaciones involuntarias en el sueño? ¿Y qué conclusiones pueden deducirse para la psicología del alma despierta o soñadora de esta emergencia nocturna de sentimientos éticos contrastantes? Habremos de señalar aquí una nueva diferencia de opinión y una nueva agrupación distinta de los autores. El proceso mental de Hildebrandt y de otros representantes de su opinión fundamental no puede ser continuado sino en el sentido de que los sentimientos inmorales entrañan también en la vigilia un cierto poder -cohibido, desde luego- de llegar a convertirse en actos, y que en el estado de reposo desaparece algo que, actuando como una retención, nos había impedido advertir este sentimiento. El sueño mostraría así, aunque no en su totalidad, la verdadera esencia del hombre, y pertenecería a los medios de hacer accesible a nuestro conocimiento el oculto interior del alma. Sólo partiendo de tales hipótesis puede Hildebrandt adjudicar al sueño el papel de un consejero que atrae nuestra atención sobre escondidas debilidades morales de nuestra alma, del mismo modo que, según confesión de los médicos, puede anunciar a la consciencia enfermedades físicas que hasta entonces ignorábamos nos aquejaran.

        Tampoco Spitta puede guiarse por otra idea cuando señala las fuentes de excitación que, por ejemplo, en la pubertad actúan sobre el alma, y consuela al sujeto diciéndole que ha hecho todo lo que en su mano se hallaba cuando ha sido virtuoso en su vida despierta y se ha esforzado en ahogar siempre los malos pensamientos, no dejándolos madurar y convertir en actos. Conforme a esta concepción, podríamos designar las representaciones involuntarias como aquellas que han sido ahogadas durante el día, y habríamos de ver en emergencia un fenómeno puramente psíquico.

        Mas, según otros autores, esta última conclusión es totalmente errónea. Así, para Jessen, las representaciones involuntarias exteriorizan, por medio de movimientos internos, y tanto en el sueño como en la vigilia y el delirio febril o de otro género, «el carácter de una actividad de la voluntad en reposo y de un proceso hasta cierto punto mecánico de imágenes y representaciones» (pág. 360). Un sueño inmoral no significa, con respecto a la vida anímica del soñador, sino que el mismo se había percatado alguna vez del contenido de representaciones correspondiente, pero desde luego no un sentimiento anímico propio. Determinadas manifestaciones de Maury nos inclinan a creer que atribuye al estado onírico la facultad de fragmentar en sus componentes la actividad anímica, en lugar de destruirla, sin sujeción a plan ninguno. Así, de los sueños en los que traspasamos los limites de la moralidad dice: Ce sont nos penchants qui parient et qui nous font agir, sans que la conscience nous retienne, bien que parfois alle nous al evertisse. J'ai mes défauts et mes penchants vicieux à l'état de veille, je tâche de lutter contre eux, et il m'arrive assez souvent de n`y pas succomber. Mais dansmes songes, j'y succombe toujours ou, pour mieux dire, j'agis par leur impulsion, sans crainte et sans remords… Evidemment, les visions qui se déroulent devant ma pensée et qui constituent le rêve, me sont suggérées par les incitations que je ressens et que ma volonté absente me cherche pas à refouler (pág. 113).

        La creencia en la capacidad del sueño para revelar una disposición inmoral del sujeto, realmente existente, pero ahogada o escondida, no puede hallar expresión más exacta que en las siguientes palabras de Maury (pág. 115): En rêve l'homme se révèle done tout entier à soi même dans sa nudité et sa misère natives. Dés qu'il suspend l'exercise de sa volonte, il devient le jouet de toutes les passions contre lesquelles à l'état de veille la conscience, le sentiment d'honneur, la crainte nous défendent. En otro lugar halla también la frase exacta (pág. 462): Dans le rêve, c'est surtout l'homme instinctif qui se revèle… L'homme revient, pour ainsi dire, à l'état de nature quand il rêve; mais moins les idées acquises ont pénetré dans son esprit, plus les penchants en dessaccord avec elles conservent encore ser lui d'influence dans le rêve. Como ejemplo aduce que sus sueños le muestran con frecuencia víctima de aquella misma superstición que con más energía ha combatido en sus escritos.

        Pero el valor de todas estas ingeniosas observaciones para un conocimiento psicológico de la vida onírica queda disminuido en Maury por su resistencia a no ver en los fenómenos tan acertadamente observados por él sino pruebas del automatisme psychologique, que, a su juicio, domina la vida onírica. Este automatismo lo considera como la completa antítesis de la actividad psíquica.

        En sus estudios sobre la consciencia dice Stricker: «El sueño no se compone exclusivamente de engaños; cuando en él sentimos miedo de los ladrones, éstos son imaginarios, pero el miedo es real.» De este modo se nos advierte que el desarrollo de afectos en el sueño no puede ser juzgado en la misma forma que el resto del contenido onírico, y se nos plantea de nuevo el problema de qué es lo que en los procesos psíquicos del sueño puede considerarse como real; esto es, puede aspirar a ser incluido entre los procesos psíquicos de la vigilia.

 

g) Teorías oníricas y función del sueño.

        Un conjunto de juicios sobre el sueño que intente explicar, desde un determinado punto de vista, la mayor suma posible de los caracteres observados en su investigación y fije al mismo tiempo su situación con respecto a un más amplio campo de fenómenos, merecerá ser calificado de teoría onírica. Las distintas teorías que de este modo puedan establecerse se diferenciarán en el carácter que de los sueños consideren como esencial, enlazando a él las explicaciones y relaciones constitutivas de su contenido. No habrá de ser condición indispensable que de todas y cada una de ellas pueda deducirse una función o utilidad del fenómeno onírico; pero obedeciendo a nuestra acostumbrada orientación teleológica, habremos de preferir aquellas que entrañen el conocimiento de una tal función.

        Conocemos ya varias concepciones de los sueños merecedoras, en este sentido, del nombre de teorías oníricas. Así, la antigua creencia de que los sueños eran enviados por los dioses para dirigir los actos de los hombres constituía una teoría completa que explicaba todo lo que en el fenómeno onírico presenta interés. Desde que el sueño ha llegado a ser objeto de la investigación biológica, ha surgido un número más considerable que nunca de teorías oníricas; pero entre ellas existen algunas harto incompletas.

        Renunciando a incluirlas en su absoluta totalidad, puede intentarse la siguiente clasificación -no extremadamente rigurosa- de las teorías oníricas, conforme a la hipótesis que sobre la magnitud y la naturaleza de la actividad psíquica en el sueño les sirva de base.

        1º Aquellas teorías que, como la de Delboeuf, hacen perdurar en el sueño la total actividad psíquica de la vigilia. Según ellas, el alma no duerme; su aparato permanece intacto, pero sometida a las condiciones del estado de reposo, distintas de las correspondientes a la vigilia, tiene que producir, aun funcionando normalmente, rendimientos distintos. Surge aquí la duda de si estas teorías consiguen derivar, en su totalidad de las condiciones del estado de reposo, las diferencias que se nos muestran entre el sueño y la reflexión. Pero, además, falta en ellas toda posibilidad de deducir la existencia de una función onírica. No nos explican para qué soñamos ni por qué el complicado mecanismo del aparato anímico sigue funcionando aun después de haber sido colocado en circunstancias para las que no se halla calculado. En esta situación, las únicas reacciones adecuadas serían dormir sin sueños o despertar cuando sobreviniera un estímulo, perturbador; pero nunca soñar.

        2º Aquellas teorías que, por el contrario, aceptan en el sueño un descenso de la actividad psíquica y una debilitación de la coherencia. De estas teorías se deduce una característica psicológica del estado de reposo muy distinta de la establecida por Delboeuf. El reposo se extiende al alma y no se limita a aislarla por completo del mundo exterior, sino que penetra en su mecanismo, haciéndolo temporalmente inutilizable. Si me es permitida una comparación con material psiquiátrico, diré que las primeras teorías construyen el sueño como una paranoia y las segundas lo convierten en el prototipo de la imbecilidad o de una amencia.

        La teoría de que en la vida onírica sólo se manifiesta una parte de la actividad anímica paralizada por el reposo es la preferida por los autores médicos y, en general, por el mundo científico. En tanto en cuanto ha de suponerse un profundo interés por el esclarecimiento de los sueños, puede considerársela como la teoría dominante. Su característica es la facilidad con que sortea uno de los mayores peligros que se alzan ante toda explicación de los sueños: el de estrellarse contra una de las antinomias a las que los mismos dan cuerpo.

        Considerando el fenómeno onírico como el resultado de una vigilia parcial («una vigilia paulatina, parcial, y al mismo tiempo, muy anómala», dice Herbart, sobre el sueño, en su Psicología) puede explicar, por una serie de estados cada vez más cercanos al de vigilia, toda la serie de rendimientos imperfectos del sueño -exteriorizados en el absurdo del mismo- hasta el rendimiento mental perfecto y totalmente concretado.

        Para aquellos a quienes ha llegado a ser indispensable la forma de exposición fisiológica o la encuentran más científica, transcribiré aquí la descripción que Binz hace de esta teoría (pág. 43):

        «Este estado (de estupor) camina paulatinamente hacia su fin en las primeras horas de la mañana. Las toxinas que la fatiga acumuló en la albúmina cerebral van disminuyendo cada vez más, destruidas o arrastradas por la continua corriente de la sangre. Algunos grupos de células, despiertos ya, comienzan a funcionar en medio del general letargo, y ante nuestra obnubilada consciencia surge entonces la actividad aislada de estos grupos de células, falta del control de las demás partes del cerebro que rigen la asociación. En consecuencia, las imágenes creadas, correspondientes generalmente a las impresiones materiales de un próximo pasado, se agregan unas a otras sin orden ni concierto. Luego, conforme va haciéndose mayor el número de células cerebrales despiertas, va disminuyendo, en proporción, el destino del sueño.»

        Todos los fisiólogos y filósofos modernos se muestran conformes con esta concepción del sueño como una vigilia incompleta y parcial, o cuando menos, influidos por ella. Maury es quien más ampliamente la desarrolla, pareciendo ver en la vigilia o el resposo estados desplazables por regiones anatómicas, aunque de todos modos se le muestren siempre enlazadas una determinada región anatómica y una determinada función psíquica. Pero quisiera limitarme aquí a indicar que si la teoría de la vigilia parcial se confirmase, habría aún que realizar una importante labor para estructurarla.

        Naturalmente, no puede deducirse de esta teoría de la vida onírica una función del sueño. Obra, pues, Binz con toda consecuencia cuando fija la situación e importancia del fenómeno onírico en los siguientes términos (pág. 357): «Todos los hechos tienden, como vemos, a caracterizar el sueño como un proceso somático, inútil en todo caso, y hasta patológico en muchos…»

        El término «somático», referido al sueño y subrayado por el autor mismo, nos revela la posición de Binz con respecto a varios de los problemas oníricos, y en primer lugar a la etiología de los sueños, de la que Binz se ocupo especialmente al investigar la génesis experimental de sueños por absorción de materias tóxicas. Sobre este problema etiológico coinciden todas las teorías que integran el presente grupo en la tendencia a excluir en lo posible estímulos distintos de los somáticos, su forma más extrema sería aproximadamente la que sigue:

        Conseguido el reposo por la supresión de todo estímulo, no tendríamos necesidad ni ocasión de soñar hasta que en las primeras horas de la mañana pudiera reflejarse en un sueño el paulatino despertar provocado por la aparición de nuevos estímulos. Pero sucede que nunca conseguimos mantener nuestro reposo libre de todo estímulo, pues análogamente a los gérmenes de la vida, de cuya inagotable emergencia se lamentaba Mefistófeles, llegan sin interrupción hasta el sujeto estímulos de las más diversas procedencias, externos, internos y hasta de aquellas regiones de su cuerpo a las que nunca ha prestado la menor atención. De este estímulo queda el reposo perturbado, y el alma, sacada ora en un punto, ora en otro, de su letargo, funciona un momento con la parte despertada, para volver luego al reposo. Resulta, pues, que el sueño es la reacción -totalmente superflua- a la perturbación del reposo ocasionada por el estímulo.

        Mas al designar el sueño -que de todas maneras continúa siendo un rendimiento del órgano anímico- como un proceso somático, posee aún otro sentido diferente. Se trata de despojarle de la dignidad de proceso psíquico. La comparación, muy antigua y empleada, del sueño con «los sonidos que los diez dedos de un individuo totalmente profano en música producirían en un piano, recorriendo al azar el teclado» constituye quizá la descripción más exacta de la apreciación que en la mayoría de los casos ha hallado el rendimiento onírico en los representantes de las ciencias exactas. En esta concepción se convierte el sueño en algo totalmente ininterpretable, pues no es posible que recorriendo al azar el teclado improvise el profano en música composición alguna.

        Contra esta teoría de la vigilia parcial se han elevado desde un principio numerosas objeciones. Así, Burdach escribía en 1830: «Con la afirmación de que el sueño es una vigilia parcial no se explican, en primer lugar, ni el reposo ni la vigilia, y en segundo, no se dice sino que algunas fuerzas del alma actúan en el sueño mientras otras reposan. Pero esta desigualdad tiene efecto durante la vida…» (pág. 483).

        En la teoría dominante, que ve en el sueño un proceso «somático», se apoya una muy interesante concepción de los sueños, desarrollada por Robert en 1866 y que posee el atractivo de atribuir al fenómeno onírico una función y un resultado útil. Toma este autor como base de su teoría dos hechos comprobados, de los que ya tratamos al ocuparnos del material onírico: la frecuencia con que en nuestros sueños se incluyen las impresiones diurnas más secundarias y lo raramente que soñamos con lo que más nos ha interesado en nuestra vida diurna. Robert afirma categóricamente: «Aquellas cosas que hemos pensado con detenimiento y hasta asimilarlas, no se constituyen jamás en estímulos oníricos, sino tan sólo aquellas otras que permanecen inacabadas en nuestro espíritu o sólo lo han rozado fugitivamente» (pág. 10). «Por esta razón no podemos explicarnos la mayoría de nuestros sueños, pues las causas que los originan son precisamente aquellas impresiones sensoriales diurnas de las que el sujeto no ha llegado a adquirir un suficiente conocimiento.» Para que una impresión pueda llegar a incluirse en un sueño es, por tanto, necesario que su elaboración haya quedado perturbada o que, por ser demasiado insignificante, no haya podido aspirar siquiera a una tal elaboración.

        Robert se representa al sueño «como un proceso somático de segregación, que llega al conocimiento nuestro al reaccionar mentalmente a él. Los sueños son segregaciones de pensamientos ahogados en germen». «Un hombre al que se despojase de la facultad de soñar contraería en poco tiempo una perturbación mental, pues en su cerebro se acumularía una masa de pensamientos inacabados, no terminados de pensar, y de impresiones insignificantes, bajo cuyo peso quedaría ahogado aquello que a título de todo acabado hubiera de ser incorporado a la memoria.» De este modo presta el sueño a la consciencia sobrecargada el servicio de una válvula de seguridad. Los sueños poseen una fuerza curativa y derivativa.

        Sería equivocado preguntar a Robert cómo por medio del representar onírico puede producirse un desastre del alma, pues lo que de las dos peculiaridades del material onírico antes citadas deduce evidentemente este autor, es que durante el reposo se verifica en algún modo, y como proceso somático, una tal expulsión de las impresiones carentes de valor y que el soñar no es ningún proceso psíquico especial, sino unicamente la noticia que de dicha selección obtenemos. Pero no es una segregación lo único que durante la noche se realiza en el alma. El mismo Robert añade que, además, se lleva a efecto una elaboración de los estímulos del día, y que «aquello que de la materia de pensamiento no asimilada resiste a la segregación es reunido por cadenas de pensamientos tomados de la fantasía, hasta formar una totalidad, e incorporado así a la memoria como una innocua pintura de la fantasía» (pág. 23).

        En total contradicción con la teoría dominante se nos muestra, en cambio,

la de Robert, por lo que respecta a las fuentes oníricas. Mientras que, según la primera, no soñaríamos en absoluto si los estímulos externos e internos no despertaran de continuo a nuestra alma, según la teoría de Robert, el impulso de soñar reside en el alma misma, esto es, en su sobrecarga, que demanda una derivación. Resulta, pues, por completo consecuente la conclusión establecida por este autor de que las causas condicionantes del sueño, dependientes del estado corporal del sujeto, no ocupan sino un lugar secundario, y no podrían inducir a soñar, en ningún caso, a un espíritu en el que no existiese previamente materia alguna para la formación de sueños, tomada de la consciencia desierta. Debe concederse únicamente que las imágenes fantásticas que procede de lo mas profundo del alma del sujeto, se desarrollan en sus sueños pueden ser influidas por los estímulos nerviosos (pág. 41). De este modo resulta el sueño independiente, hasta cierto punto según Robert, de lo somático. No constituye, ciertamente, un proceso psíquico, ni ocupa lugar alguno entre los procesos de este genero que se desarrollan en nuestra vida despierta; pero es un proceso somático que se desarrolla todas las noches en el aparato de la actividad anímica y tiene a su cargo una función: la de proteger a este aparato contra una excesiva tensión, o, si se nos permite cambiar de comparación, la de limpiar el alma.

        Otro autor, Ives Delage, apoya su teoría en estos mismos caracteres del sueño, que se hacen patentes en la selección del material onírico, siendo muy instructivo observar cómo por una ligera diferencia en la comprensión de un mismo objeto se llega a un resultado final de muy distinto alcance.

        Delage comenzó por observar en sí propio, con ocasión de la muerte de una persona querida, que no soñamos con aquello que durante el día ha ocupado nuestro pensamiento, o únicamente soñamos con ello cuando empieza a desvanecerse ante nuevos intereses. Sus investigaciones subsiguientes con otras personas le confirmaron la generalidad de este hecho. Una de las observaciones de este autor, que de confirmarse su general exactitud sería muy interesante, se refiere a los sueños de los recién casados: S'ils ont été fortement épris, presque jamais ils n'on rêvé l'un de l'autre avant le mariage ou pendant la lune de miel; et s'ils ont rêvé d'amour c'est pour être infidèles avec quelque personne indifférente ou odieuse. Pero, entonces, con qué soñamos? Delage reconoce el material que aparece en nuestros sueños como compuesto de fragmentos y restos de impresiones de los últimos días y de un pretérito más lejano. Todo lo que en nuestros sueños emerge y nos inclinamos a considerar al principio como creación de la vida onírica se nos demuestra, en un más detenido examen, como reproducción ignorada o souvenir inconscient. Pero este material de representaciones muestra un carácter común: el de proceder de impresiones que han herido más nuestros sentidos que nuestro espíritu, o de aquellas otras que sólo un brevísimo instante consiguieron retener nuestra atención.

        En esencia, son éstas las dos mismas categorías de impresiones -las secundarias y las no terminadas- que Robert establece; pero Delage orienta diferentemente su ruta mental, opinando que tales impresiones no devienen susceptibles de crear un sueño por ser indiferentes, sino por no haber sido agotadas. También las impresiones secundarias se hallan hasta cierto punto inagotadas, y son también por su naturaleza de nuevas impresiones, autant de ressorts tendus, que se distenderán durante el sueño. Una impresión intensa, intencionadamente rechazada o cuya elaboración haya quedado detenida casualmente, tendrá mucho más derecho a desempeñar un papel en el sueño que otra más débil y casi inadvertida. La energía psíquica almacenada durante el día a consecuencia de la represión, deviene por la noche el resorte del sueño. En éste se exterioriza lo psíquico reprimido.

        Desgraciadamente, las deducciones de Delage se interrumpen al llegar a este punto, y así no puede asignar en el sueño a una actividad psíquica independiente sino el más insignificante papel. Con esto queda agregada su concepción del fenómeno onírico a la teoría dominante del reposo parcial del cerebro: En somme, le rêve est le produit de la pensée errante, sans but et sans direction, se fix ant succesivement sur les souvenirs, qui ont gardé assez d'intensité pour se placer sur sa route et l'arrêter au passage, établissant entre eux un lien tantôt faible et indécis tantôt plus fort et plus serré selon que l'activité actuelle du cerveau est plus on moins abolie par le sommeil.

        3º En un tercer grupo podemos reunir aquellas teorías que adscriben al alma soñadora la facultad de realizar determinadas funciones psíquicas que la vigilia no puede llevar a cabo o sólo muy incompletamente. Del empleo de estas facultades es deducida, por lo general, una función útil del sueño. A este grupo de teorías pertenecen en su mayoría las desarrolladas por los viejos autores psicológicos, teorías que creo innecesario exponer aquí detalladamente. Me limitaré, pues, a mencionar la observación de Burdach de que el sueño «es aquella actividad natural del alma que no se halla limitada por el poder de la individualidad y no es perturbada por una consciencia de sí misma ni dirigida por autodeterminación, sino que constituye la vitalidad contingente del punto central sensible (página 436).

Burdach y otros autores se representan indudablemente este libre uso de las fuerzas propias como un estado en el que el alma se repone y acumula nuevas energías para la labor diurna; esto es, como una especie de vacaciones psíquicas. No es, por tanto, de extrañar que el primero cite y adopte en su obra las amables palabras con que el poeta Novalis ensalza la labor del sueño: «Los sueños nos protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden ni concierto todas las imágenes de la vida e interrumpiendo, con su alegre juego infantil, la continua seriedad del hombre adulto. Sin nuestros sueños, envejeceríamos antes. Habremos, pues, de ver en ellos, ya que no un don directo de los cielos, una encantadora facultad y una amable compañía en nuestra peregrinación hacia el sepulcro.»

        Purkinje (pág. 456) acentúa aún más intensamente la actividad tónica y curativa del sueño: «Los sueños productivos facilitarían especialmente estas funciones… Son ligeros juegos de la imaginación, exentos de todo enlace con los sucesos del día. El alma no quiere mantener las tensiones de la vida despierta, sino, por el contrario, suprimirlas y reponerse de ellas. Con este objeto crea estados contrarios a los de la vigilia. Cura la tristeza con la alegría, los cuidados con esperanzas e imágenes serenas y entretenidas, el odio con el amor y la cordialidad, el temor con el valor y la confianza; suprime las dudas, sustituyéndolas por el convencimiento y la fe, y nos presenta cumplido aquello que nos parecía esperar o desear en vano. El reposo cura muchas heridas que la vigilia mantenía constantemente abiertas, cerrándolas o preservándolas de nuevas excitaciones. En este hecho reposa en parte el efecto curativo que el tiempo ejerce sobre nuestros dolores. Todos sentimos que el reposo constituye un beneficio para la vida anímica, y la consciencia popular no se deja arrebatar el oscuro presentimiento de que los sueños son uno de los caminos por los que el reposo prodiga su acción bienhechora.»

        La tentativa más original y de mayor alcance realizada para explicar el sueño como una especial actividad del alma, que sólo en el estado de reposo puede desarrollarse libremente, ha sido la emprendida por Scherner en 1861. El libro de este autor, escrito en un estilo turbio y ampuloso y pleno de un tan cálido entusiasmo por la materia que si no logra arrastrar consigo al lector tiene necesariamente que disgustarle, ofrece tan grandes dificultades a un análisis que preferimos limitarnos a transcribir aquí las claras y sintéticas palabras en que Volkelt condensa la teoría en él desarrollada: «Del oscuro conglomerado místico, ampuloso y magnífico, irradia una apariencia de sentido llena de presentimientos, pero que no nos aclara los caminos mentales del autor.>i Los mismos partidarios de Scherner comparten éste juicio de su obra.

        Scherner no pertenece a aquellos autores que hacen continuar al alma en el sueño el ejercicio intacto de todas sus facultades. Expone, en efecto, cómo en el fenómeno onírico queda enervada la centralidad, la energía espontánea del yo; cómo a consecuencia de esta descentralización quedan transformados el conocer, el sentir, el querer y el representar, y cómo el residuo de estas fuerzas anímicas no posee un verdadero carácter espiritual, sino únicamente el de un mecanismo. Pero, en compensación, aquella actividad del alma a la que hemos de dar el nombre de fantasía se eleva en el sueño, libre de todo dominio de la razón, y con ello de toda norma, a un ilimitado imperio. Toma ciertamente sus materiales de la memoria de la vida despierta, pero construye con ellos algo en absoluto diferente a las formaciones de la vigilia, y se muestra en el sueño no solamente reproductiva, sino productiva. Sus peculiaridades prestan a la vida onírica sus especiales caracteres. Muestra una predilección por lo desmesurado, exagerado y monstruoso; pero al mismo tiempo adquiere, por su emancipación de las categorías mentales contrarias, una mayor agilidad y flexibilidad y se revela finalmente sensible a los más sutiles estímulos psíquicos que determinan nuestro estado de ánimo y a los efectos agitadores, transformando instantáneamente la vida interior en imágenes plásticas exteriores. La fantasía onírica carece de lenguaje abstracto; tiene que representar plásticamente aquello que quiere expresar, y dado que de este modo no pueden los conceptos ejercer una acción debilitante, crea imágenes de intensa y plena plasticidad. Resulta así que su lenguaje, por claro que sea, deviene ampuloso, pesado y torpe. La impresión de que además adolece depende especialmente de la peculiar repugnancia de la fantasía onírica a expresar un objeto por la imagen correspondiente, y de su preferencia a escoger otra imagen distinta, en tanto en cuanto le es factible expresar por medio de la misma aquella parte, estado o situación que del objeto le interesa exclusivamente representar. Esta es la actividad simbólica de la fantasía. Muy importante también es el hecho de que la fantasía onírica no copia los objetos en su absoluta totalidad, sino tan sólo su contorno, aun éste con la mayor libertad. Sus creaciones plásticas muestran de este modo algo de inspiración genial. Pero, además, la fantasía onírica no se limita a esta mera reproducción del objeto, sino que se ve interiormente obligada a enlazar con él, más o menos estrechamente, el yo onírico, y crear en esta forma una acción. Así, el sueño provocado por un estímulo visual nos hace ver, tiradas por la calle, relucientes monedas de oro que vamos recogiendo alegremente.

        El material al que la fantasía onírica aplica su actividad artística es, sobre todo, según Scherner, el de los estímulos orgánicos, tan oscuros durante el día. Resulta, pues, que la teoría, en exceso fantástica, de Scherner, y la quizá demasiado tímida de Wundt y otros fisiólogos totalmente opuestas, en general, vienen a coincidir por completo en lo referente a las fuentes y los estímulos del sueño. Pero según la teoría fisiológica, la reacción anímica a los estímulos somáticos internos se limita a la evocación de representaciones a ellos adecuadas, las cuales llaman luego a otras en su auxilio por medio de la asociación, pareciendo quedar terminada con esta fase la serie de los procesos psíquicos del sueño; y, en cambio, según Scherner, los estímulos somáticos no proporcionan al alma sino un material que la misma puede poner al servicio de sus propósitos fantásticos; la formación de los sueños no empieza para Scherner sino precisamente en el punto en que se agota a los ojos de los demás.

        No puede, de todas maneras, considerarse congruente lo que la fantasía onírica realiza con los estímulos somáticos. Se permite en ellos un juego burlón, representándose, por medio de un símbolo plástico cualquiera, la fuente orgánica de la que proceden en cada caso los estímulos. Scherner llega incluso a opinar, sin que en ello le sigan Volkelt y otros, que la fantasía onírica posee una determinada representación favorita para la totalidad de nuestro organismo: la casa. Mas, para dicha de sus representaciones, no parece permanecer constante y obligadamente ligada a esta única imagen. Por el contrario, puede emplear series enteras de casas para designar un solo órgano. Así, largas calles para el estímulo intestinal. Otras veces quedan representadas partes del cuerpo por detalles aislados de una casa. Así, en el sueño provocado por el dolor de cabeza, queda ésta representada por el techo de una habitación que el sujeto ve cubierto de repugnantes arañas semejantes a sapos.

        Fuera del simbolismo de la casa, son empleados otros objetos para representar la parte del cuerpo de la que emana el estímulo onírico. «El pulmón y su función anatómica encuentra su símbolo en la estufa encendida y la corriente de aire que en ella se establece; el corazón, en cajones o cestos vacíos, y la vejiga, en objetos redondos en forma de bolsa o sencillamente cóncavos.

        «El sueño provocado por un estímulo emanado de los genitales masculinos hace encontrar al sujeto en la calle la boquilla de un clarinete o de una pipa, o también una piel. Los dos primeros objetos evocan aproximadamente la forma del sexo masculino, y el último el vello del pubis. En las mujeres queda representada oníricamente la región pubiana por un angosto patio, y la vagina, por un estrecho sendero blando y resbaladizo, que los atraviesa y por el que tiene que pasar la sujeto del sueño para llevar, por ejemplo, una carta dirigida a un hombre.» (Volkelt, pág. 39.) Muy importante es la circunstancia de que al final de un tal sueño de estímulo somático se desenmascara, por decirlo así, la fantasía onírica, presentando en su forma real el órgano estimulador o su función. Así, el sueño provocado por un estímulo dental termina casi siempre con la caída o extracción de una muela o un diente que el sujeto mismo saca de su boca.

        Pero la fantasía onírica no dirige exclusivamente su atención a la forma del órgano estimulador, sino que puede tomar asimismo la sustancia en él contenida como objeto de la simbolización. Así, el sueño de estímulo intestinal hace andar al sujeto por calles cubiertas de excrementos, y el de estímulo vesical le conduce junto a una rápida corriente de agua. El sueño puede representar simbólicamente el estímulo como tal, la naturaleza de la excitación producida y el objeto al que tiende o bien hace entrar al yo onírico en una relación concreta con las simbolizaciones del estado mismo por el que atraviesa. Así sucede cuando, en los sueños provocados por un dolor, luchamos desesperadamente con perros o toros que nos acometen, o cuando en el sueño femenino de estímulo sexual, se ve perseguida la durmiente por un hombre desnudo. Aparte de la enorme variedad de la representación, hallamos en todo sueño, como fuerza central, una actividad simbolizante de la fantasía. Volkelt intentó después penetrar en el carácter de esta fantasía y señalar a la actividad psíquica así reconocida un puesto concreto en un sistema filosófico. Pero su obra, muy bella y escrita con cálido entusiasmo, resulta difícil de comprender para aquellos a quienes una previa preparación no ha habituado a desentrañar lo que en realidad oscuramente presentida existe en los abstractos esquemas filosóficos.

        La actividad de la fantasía simbolizante no es enlazada por Scherner a una función útil del sueño. El alma juega soñando con los estímulos que se le ofrecen. Pudiera incluso llegarse a suponer que juega caprichosamente con ellos. Mas también pudiera preguntársenos si nuestro detenido examen de la teoría onírica de Scherner, tan arbitraria como opuesta a todas las normas de la investigación, puede resultar de algún provecho. A esto responderíamos que nos parece injusto rechazarla sin formación de causa, pues se halla basada en las impresiones que los sueños dejaron a un concienzudo y minucioso observador, dotado de una gran capacidad para desentrañar oscuros problemas anímicos. Trata, además, de un objeto que durante muchos siglos ha sido considerado por los hombres como un enigma de amplio contenido y múltiples ramificaciones, enigma a cuyo esclarecimiento no ha contribuido la ciencia sino intentando negarle -en completa contradicción con el sentimiento popular- todo contenido e importancia. Por último, queremos declarar honradamente que no parece fácil huir de lo fantástico en la explicación de los sueños, y ya conocemos casos en los que se llega a fantasear incluso sobre las células ganglionares. El pasaje antes citado, de un investigador tan exacto y concienzudo como Binz, en el que se describe cómo la aurora del despertar va extendiéndose paulatinamente por los dormidos grupos de células de la corteza cerebral, no es menos fantástico ni menos inverosímil que las tentativas de explicación de Scherner. Con respecto a éstas, espero poder demostrar que entrañan algo real, aunque sólo haya sido muy imprecisamente visto y no posea el carácter de generalidad al que debe aspirar una teoría de los sueños. Por lo pronto, la teoría de Scherner nos señala, mostrándose en total contraposición a la teoría médica, los extremos entre los que oscila aún hoy en día el esclarecimiento de la vida onírica.

 

h) Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales.

        Aquellos que hablan de las relaciones del sueño con las perturbaciones mentales pueden referirse a tres cosas: 1ª A relaciones etiológicas y clínicas, cuando un sueño representa o inicia un estado psicótico o queda como residuo del mismo; 2ª A las transformaciones que la vida onírica sufre en los casos de enfermedad mental; y 3ª A relaciones internas entre el sueño y la psicosis; esto es, a analogías reveladoras de una afinidad esencial. Estas diversas relaciones entre ambas series de fenómenos han constituido en épocas anteriores de la Medicina -y vuelven a constituirlo actualmente- un tema favorito de los autores médicos, como puede verse en la literatura reunida por Spitta, Radestock, Maury y Tissié. Recientemente se ha ocupado de ellas Sante de Sanctis. Mas para los fines de nuestra exposición nos bastará con rozar esta importante materia.

        Con respecto a las relaciones clínicas y etiológicas entre el sueño y la psicosis, quiero comunicar aquí, a título de paradigmas, las siguientes observaciones: Hohnbaum (citado por Krauss) manifiesta haber comprobado que la primera manifestación de la demencia había sido consecutiva en muchos casos a un sueño angustioso y terrible, con el que se mostraba relacionada la idea predominante de la perturbación. Sante de Sanctis publica análogas observaciones con respecto a los paranoicos y declara en alguna de ellas al sueño como la vraie cause déterminat de la folie. La psicosis puede surgir de una vez con el sueño causal que entraña la idea delirante o puede desarrollarse poco a poco por una serie de sueños a los que aún opone el sujeto un estado de duda. En uno de los casos citados por de Sanctis subsiguieron al sueño inicial leves ataques histéricos y más tarde un estado melancólico-angustioso. Feré (citado por Tissié) comunica un sueño que tuvo por consecuencia una parálisis histérica. En estas observaciones se nos presenta al sueño como etiología de la perturbación mental, aunque con igual razón podría deducirse de ellas que la perturbación mental se exteriorizó por vez primera en la vida onírica, manifestándose en el sueño. En otros ejemplos contiene la vida onírica los síntomas patológicos o permanece limitada a ella la psicosis. Así, Thomayer llama la atención sobre determinados sueños de angustia, que deben ser considerados como equivalentes de ataques epilépticos. Allison ha descrito casos de locura nocturna (nocturnal insanity), en los que individuos aparentemente sanos durante el día padecen durante la noche alucinaciones, ataques furiosos, etc. Análogas observaciones hallamos en Sante de Sanctis (equivalente onírico paranoico en un alcohólico, voces que acusan a la mujer de infidelidad) y en Tissié. Este último comunica una serie de casos en los que de un sueño se derivaron actos de carácter patológico (presunciones delirantes, impulsos obsesivos). Guislain describe un caso en el que el reposo era sustituido por una locura intermitente.

        No cabe duda de que ha de llegar un día en que, junto a la psicología de los sueños, ocupará a los médicos una psicopatología de los mismos.

        En los casos de curación de una enfermedad mental se revela con especial claridad el hecho singular de que siendo completamente normal la función diurna, puede perdurar aún la psicosis en la vida onírica. Según Krauss, fue Gregory quien primero hizo notar esta circunstancia. Macario (citado por Tissié) cuenta de un maníaco que revivió en sueños, una semana después de su curación la fuga de ideas y los apasionados impulsos de su enfermedad.

        Sobre las transformaciones que la vida onírica experimenta en las psicosis duraderas no se han emprendido hasta el momento sino muy escasas investigaciones. En cambio, la íntima afinidad entre el sueño y la perturbación mental que se revela en la amplia coincidencia de los fenómenos respectivos ha sido estudiada desde muy temprano. Después de Maury, trató de ella Cabanis en sus Rapports du physique et du moral, y tras él, Lélut, J. Moreau y muy especialmente el filósofo Maine de Biran. Pero la idea de establecer una comparación entre ambos estados es, seguramente, más antigua. En el capítulo que dedica a este paralelo incluye Radestock una serie de citas, en las que se señalan las analogías entre el sueño y la locura. Kant dice que «el loco es un sujeto que sueña despierto», y Krauss define la locura como «un sueño dentro de la vigilia de los sentidos». Schopenhauer escribe que el sueño es una demencia corta, y la demencia, un sueño largo. Hagen define el delirio como una vida onírica no producida por el reposo, sino por la enfermedad, y Wundt escribe en la Fisiología psicológica: «En realidad podemos vivir en sueños todos aquellos fenómenos que en los manicomios nos es dado observar.»

        Spitta enumera las coincidencias en las que se basa esta comparación en la forma siguiente, muy análoga a la de Maury: «1ª Supresión o retraso de la autoconsciencia y, por tanto, desconocimiento del estado como tal; así, pues, imposibilidad de experimentar asombro y falta de conciencia moral; 2ª Percepción modificada de los órganos sensoriales: disminuida en el sueño y muy elevada, en general, en la locura; 3ª Enlace de las representaciones entre sí, exclusivamente conforme a las leyes de la asociación y la reproducción; así, pues, formación automática de series y, por tanto, desproporción de las relaciones entre las representaciones (exageraciones, fantasmas), y como resultado de todo esto: 4ª Modificación e incluso subversión de la personalidad y a veces de las peculiaridades del carácter (perversiones).»

        Radestock agrega aún algunas analogías con relación al material: «Las alucinaciones e ilusiones son en su mayoría visuales o acústicas. En cambio, los sentidos del olfato y del gusto son, como en los sueños, los que menos elementos proporcionan. En el enfermo febril surgen con el delirio, como en el sujeto de un sueño, recuerdos de un pretérito muy lejano. El durmiente y el enfermo recuerdan cosas que el despierto y el sano parecían haber olvidado.» La analogía entre el sueño y la psicosis adquiere su valor total cuando observamos que, como el parecido de familia, se extiende a los gestos y hasta a determinadas singularidades de la expresión fisonómica.

        «El sueño concede al sujeto atormentado por sufrimientos físicos y morales aquello que la realidad le negaba -bienestar y dicha-, y del mismo modo surgen en los enfermos mentales las más rientes imágenes de felicidad, poderío, riqueza y suntuosidad. El contenido principal del delirio se halla constituido muchas veces por la imaginada posesión de bienes o realización de deseos, cuya pérdida, ausencia o negación en la realidad nos dan la razón psíquica de la locura. La madre que ha perdido un hijo querido vuelve a vivir, en su delirio, todas las alegrías maternales; el que ha experimentado pérdidas económicas se cree extraordinariamente rico, y la joven engañada se ve amada con infinita ternura.»

        Este pasaje de Radestock es la síntesis de una sutil exposición de Griesinger (pág. 111), que descubre con toda claridad la realización de deseos como un carácter de la representación, común al sueño y a la psicosis. Mis propias investigaciones me han mostrado que en esta hipótesis puede hallarse la clave de una teoría psicológica del sueño y de la psicosis.

        «El sueño y la locura se caracterizan principalmente por el barroquismo de las asociaciones y la debilidad del juicio.» En ambos fenómenos hallamos una exagerada estimación de rendimientos anímicos propios, que nuestro juicio normal considera insensatos; a la rápida sucesión de las representaciones oníricas corresponde la fuga de ideas de la psicosis. En ambas falta toda medida de tiempo. La disociación que la personalidad experimenta en la vida onírica,y que, por ejemplo, distribuye el conocimiento del sujeto entre su yo onírico y otra persona ajena, a la cual rectifica en el sueño al primero, es por completo equivalente a la conocida división de la personalidad en la paranoia alucinatoria; el sujeto del sueño oye también sus propios pensamientos, expresados por voces ajenas. Incluso para las ideas delirantes fijas se encuentra una analogía en los sueños patológicos de retorno periódico (rêve obsédant). Los enfermos curados de un delirio suelen manifestar que todo el período de su dolencia se les aparece como un sueño, a veces nada desagradable e incluso que aun durante la enfermedad misma sospecharon, en ocasiones, hallarse soñando, como con gran frecuencia sucede al durmiente.

        Después de todo esto no es de extrañar que Radestock concrete su opinión y la de otros muchos autores manifestando que «la locura, anormal fenómeno patológico, debe ser considerada como una intensificación periódica del estado onírico normal» (pág. 228).

        En la etiología, o mejor aún, en las fuentes de excitación, ha intentado fundar Krauss, quizá más íntimamente de lo que la analogía de los fenómenos perceptibles al exterior lo permite, la afinidad entre el sueño y la locura. El elemento fundamental común es, según él, la sensación orgánicamente condicionada, esto es, la sensación de los estímulos somáticos o sensación orgánica general, constituida por aportaciones de todos los órganos (cf. Peisse, citado por Maury, pág. 52).

        La coincidencia entre el sueño y la perturbación mental, indiscutible y que se extiende hasta detalles característicos, es uno de los más firmes sostenes de la teoría médica en la vida onírica según la cual el sueño no es sino un proceso inútil y perturbador y la manifestación de una actividad anímica deprimida. Sin embargo, no habremos de esperar que las perturbaciones mentales nos procuren la explicación definitiva de los sueños, pues nuestro conocimiento de dichas perturbaciones es aún muy poco satisfactorio. En cambio, es muy verosímil que una nueva concepción de la vida onírica influya en nuestras opiniones sobre el mecanismo interno de las perturbaciones mentales, y de este modo podemos afirmar que al esforzarnos en esclarecer el enigma de los sueños laboramos también en el esclarecimiento de las psicosis.

 

APÉNDICE DE 1909.

        Creo necesario justificar por qué no he continuado mi exposición de la literatura existente sobre los sueños con la publicada en el período transcurrido desde la primera edición de la presente obra hasta el momento actual. Ignoro si las razones que para justificar tal omisión puedo aducir parecerán suficientes al lector; pero lo cierto es que fueron las que determinaron mi conducta. Con la introducción que precede quedaban plenamente cumplidos los propósitos que me llevaron a iniciar mi estudio con una exposición de la literatura onírica, y la prosecución de este trabajo hubiera exigido una larga y penosa labor, no compensada por utilidad ninguna real. En efecto: durante los nueve años transcurridos a partir de la primera edición de mi libro no ha surgido ningún punto de vista que haya traído consigo algo nuevo o valioso para la concepción de los sueños. Mi trabajo no ha sido siquiera citado en la mayoría de las publicaciones posteriores, y, naturalmente donde menos interés ha despertado ha sido entre los investigadores especializados en estas materias, los cuales han dado un brillante ejemplo de la repugnancia propia de los hombres de ciencia a aprender algo nuevo. Les savants ne sont pas curieux, ha dicho Anatole France, el fino ironista. Así, pues, si en la Ciencia hay un derecho a la venganza, estaría justificado que a mi vez despreciara la literatura aparecida después de mi libro. Por otro lado, los pocos críticos que en los periódicos científicos se han ocupado de mi obra han revelado tanta incomprensión, que no les puedo contestar sino invitándolos a leerla de nuevo; o, mejor, simplemente a leerla.

        En los trabajos de aquellos médicos que se han decidido a emplear la terapéutica psicoanalítica, y en otros autores, han sido publicados e interpretados conforme a mi procedimiento muchos sueños. Al revisar la presente edición he incorporado a los capítulos correspondientes aquello que en tales trabajos iba más allá de una simple confirmación de mis observaciones. Por último, un índice bibliográfico, que al final incluyo, contiene las publicaciones más interesantes aparecidas con posterioridad a la edición primitiva. La extensa obra de Sante de Sanctis sobre los sueños, traducida al alemán poco después de su aparición, vio la luz casi al mismo tiempo que mi Interpretación de los sueños de manera que ni yo pude tener noticia anterior de ella ni tampoco el autor italiano de la mía. Desgraciadamente, el aplicado trabajo de Sante de Sanctis es tan pobre en ideas, que no deja siquiera sospechar la posibilidad de los problemas por mí tratados.

        No puedo mencionar sino dos obras, en las que el problema de los sueños aparece tratado en forma análoga a la mía. Un filósofo contemporáneo, H. Swoboda, que ha emprendido la labor de extender a lo psíquico la periodicidad biológica en series de veintitrés a veintiocho días, descubierta por W. Fliess, ha intentado resolver con esta clave, entre otros enigmas, el de los sueños, en un escrito de amplia fantasía. Pero asigna al fenómeno onírico una importancia menor de la que posee, explicando su contenido por la reunión de todos aquellos recuerdos que en la noche correspondiente completan por primera o enésima vez uno de los períodos biológicos. Una comunicación personal del autor me hizo suponer al principio que él mismo no trataba de defender seriamente esta teoría. Pero parece que me he equivocado al deducir tal conclusión. Mucho más satisfactorio para mí fue el hallazgo casual, en un lugar totalmente inesperado, de una concepción de los sueños cuyo nódulo coincidía en absoluto con el de mi teoría. Descartada por medio de una simple comparación de fecha toda posibilidad de una influencia ejercida por la lectura de mi obra, debo reconocer aquí el único caso de coincidencia de un pensador independiente con la esencia de mi teoría de los sueños. El libro en el que se halla esta concepción de la vida onírica se publicó en segunda edición en 1900 y ostenta el título de Fantasías de un realista, y lleva la firma de Lynkeus.

 

APÉNDICE DE 1914.

        La justificación que antecede fue descrita en 1909. Desde esta fecha han variado mucho las cosas. Mi aportación a la interpretación de los sueños no es omitida ya en los nuevos trabajos sobre esta materia. Pero la nueva situación me hace imposible continuar la información precedente. La Interpretación de los sueños ha hecho surgir toda una serie de nuevos problemas y afirmaciones, que han sido muy diversamente discutidos, y, como es lógico, no puedo analizar los trabajos de esta índole hasta haber desarrollado aquellas de mis opiniones a que los autores se refieren. De lo que en esta literatura me ha parecido más valioso trato en los capítulos de la presente edición.

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