ENSAYOS SOBRE PEDAGOGÍA

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HERBERT SPENCER

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INDICE

Cronología

 

EDUCACION INTELECTUAL, MORAL Y FISICA

CAPITULO I

¿Que conocimientos son más útiles?

CAPITULO II

De la educación intelectual .

CAPITULO III

De la educación moral

CAPITULO IV De la educación física

 

CRONOLOGIA

1820. nace en Derby Inglaterra el 17 de abril y en el seno de una familia metodista, Herbert Spencer, hijo de un profesor de matemáticas y sobrino del pastor anglicano Thomas Spencer, quien determinaría la educación de filósofo.

1833/37. Realiza estudios tú materia de ciencias naturales y matemáticas, así como sobre cuestiones sociales y políticas, siempre dirigido por su tío y sin acudir a centros públicos de enseñanza.

1837. Corno ingeniero civil, es contratado por la Compañía de Ferrocarriles de Londres y Birmingham. Publica en el Nonconformist, de forma periódica, sus cartas sobre La esfera de acción gubernamental, recogidas en libro al siguiente año.

1846. Cesa en su empleo; al quebrar la compañía de ferrocarriles, y se ve obligado a dedicarse más asiduamente al periodismo, colaborando en el Civil Enginee and Architects Journal.

1848/53. Ocupa la subdirección de The Economist. Colabora con la Westminster Review.

1850. Publica Social Statics.

1852. Publica The development hypothesis, que ya forma parte de su sistema filosófico, buscando la fundamentación de empirismo inglés sobre las nuevas teorías de las ciencias naturales, influido por el esvolucionismo darwiniano. Publica también este año A new theory of population.

1854. Edita Manners and fashion y The genesis of sciences. Desde el 1853. y apoyado por su mecenas E. L. Youmars, que corre con la publicación de sus obras en Estados Unidos, sólo se dedicaría actividades filosóficas.

1855. Publica The priciples of psicology, parte de su obra central sucesivamente ampliada y revisada.

1857. Publica Progress: its Iaw and cause. Reedición de A new theory of populaion.

1858. Publica sus Essays scientific, political and speculative.

1861. Edita su Education physical, intelectual and moral.

1862. Publica los principios. El filósofico idealista Martineau lanza en su Science, nescience and faith el primer ataque contra las doctrinas materialistas y ateas de Spencer.

1863. Publica la segunda colección de la serie de sus Ensayos.

1864. Edita The clasification of the sciences, donde marca las distancias con el también positivista Augusto Comte.

1866/67. Aparecen los dos tomos de sus Priciples of biology, continuación de la obra de 1855.

1870/72. Refunde y actualiza sus principios de psicología, nuevamente editados. En 1871 aparece su libro Recent discussion in science , philosophy and morals.

1873. Publica The study sociology Descriptive sociology , en revista, Repleis to criticism.

1874. Edita The moral of trade.

1876/82. Ven la luz los dos primeros tomos de sus Principles of Sociology

1879. Publica The Rights of children and the true principles of family government y the data of ethics, formando esta última publicación parte de su magna obra Filosofía científica.

1882. la Academia de ciencias Morales y políticas francesa le nombra miembro correspondiente; Spencer rehusa la designación, declarándose contrario a todo tipo de honores, premios y reconoci- mientos públicos. Emprende viaje a los Estados Unidos de América.

1884. de regreso a lnglaterra, edita Religion, restrospect and prospect; Retrogresive religion; y Last words about agnosticism and the religion of humanity.

1887. Edita en Londres sus Factors of organic evolution, primero de sus libros que ve la luz antes en Inglaterra que en América desde 1853.

1888. Publica un estudio sobre Estatic of Kant.

1891. Edita justice, última parte de sus Principios de moral así como From freedom to sondage.

1892. Publica the priciples of ethics, seguidos de Negative and positive beneficence.

1893. Edición de The inadecuacy of natural selection, A rejoinder to Prof Weissmann y Weissmnanism once more. Su famosa polémica con el biólogo Alemán se prolongaría durante todo el año siguiente.

1894. Se publica una selección de Aforismos extraídos dei conjunto de sus obras.

1896 - Aparece el tercer tomo de los Principios de Sociología, centrando así su obra central filosófica, System of Synthec philosophy, compuesta por once volúmenes.

1897. Edita el libro Variuous fragments

1898. Viaja de nuevo por Europa y los Estados Unidos de Amérca.

1902. Edición de Facts and comments, última obra publicada en vida del filósofo.

1903. Muere en Brighton, el ocho de diciembre.

1904. Se publica póstumamente su Autobiografía.

1911. Edición póstuma de sus Essays on education and kindred subjets.

 

CAPITULO I

¿QUÉ CONOCIMIENTOS SON MAS UTILES?

Lo agradable ha precedido a lo útil.

Utilidad relativa de los conocimientos para la educación.

Ideal de la educación. Jerarquía de las actividades humanas.

Principales ramas de la educación.

Educación para la conservación directa del individuo

Educación para la conservación indirecta del individuo.

Conocimientos necesarios a los padres de familia para educar a sus hijos.

Conocimientos necesarios al ciudadano para ejercer las funciones públicas. Educación literaria y artística Disciplina de la educación. Resumen.

 

Se ha observado con exactitud que en el curso de los tiempos el adorno de la persona ha precedido al uso del vestido. Pueblos que se someten a grandes sufrimientos para tatuarse el cuerpo, soportan temperaturas extremas sin tratar casi de mitigar su dolor. Humboldt refiere que el indio del Orinoco trabajará durante quince días para procurarse colores, gracias a los cuales espera ser admirado, y la misma mujer que no vacilaría en salir completamente desnuda de su cabaña no se atrevería a incurrir en infracción tan grande de la moda como la de salir sin estar pintada. Los viajeros han comprobado que las baratijas y cuentas de color son más estimadas por las tribus salvajes que las telas de algodón y los trajes amplios y cómodos, y las anécdotas que refieren el grotesco uso que aquéllas hacen de las camisas y demás prendas qué se les dan revelan claramente cómo la idea de adornarse sobrepasa en ellas a la de vestirse. Pero hay todavía ejemplos más concluyentes; testigo el hecho narrado por el capitán Speke cuando hacia buen tiempo - dice éste.- los africanos se pavoneaban orgullosamente envueltos en sus mantos de piel de cabra; pero a la menor humedad se los quitaban prontamente, los plegaban con cuidado y exponían, tiritando, sus carnes desnudas a la inclemencia de la lluvia. Todo lo que sabemos de la vida primitiva parece indicar que el uso del vestido ha nacido realmente del afán de adornar el cuerpo. Tenemos tanta mayor razón para insistir en este origen, cuanto hasta en nosotros mismos se observa que son muchos los que se preocupan, más del lujo que del bienestar, de la elegancia que de la comodidad, de las apariencias que deben a sus trajes que de los servicios que estos les prestan.

Es curioso observar que la misma correlación existe en la esfera intelectual. lo mismo en ésta que respecto de la persona, el gusto de lo decorativo no cede el paso al uso de lo útil. No sólo en, las Épocas anteriores, sino hoy mismo, la ciencia aplicada al bienestar es pospuesta a las artes de mera ostentación. En las escuelas griegas se enseñaba principalmente música, poesía, retórica y algo de una filosofía que hasta la reforma de Sócrates ejerció escasa influencia en las acciones de los hombres. La misma antítesis existe ahora en nuestras escuelas y universidades. Se nos acusará acaso de repetir una cosa trivial, pero no por ello dejaremos de decir que el estudio del griego y del latín es inútil los jóvenes en sus carreras respectivas nueve veces de cada diez. Es ya observación vulgar la de que en un comercio, en una oficina, en la gestión de la propiedad, en la educación de la familia, en el desempeño de las funciones de director de un banco o de un camino de hierro, no se obtiene beneficio de no saber que tanto ha costado adquirir; tan poco útil es, que la memoria se encarga de olvidarlo en su mayor parte. Si se halla ocasión de aventurar alguna cita latina o cualquier alusión a los mitos griegos se aprovecha menos para ilustrar el asunto que con propósito de mostrar erudición.. Si tratamos de averiguar por que motivos reales se da a los jóvenes una educación clásica no tarda en verse que es simplemente por acomodarse a la opinión general. los hombres forman la inteligencia de sus hijos como visten su cuerpo, según la moda dominante. Así como el indio del Orinoco no sale de su cabaña sin cubrirse la epidermis de pintura no con el objeto de alcanzar un fin útil, sino porque se avergonzaría de no mostrase así, del mismo modo se exige de los Jóvenes un estudio completo del griego y del latín, no por el valor intrínseco de estas lenguas, sino por no exponerlos a la gran humillación de descubrir que las ignoran. Se quiere que reciban la educación de un hombre de mundo, buscando en ella a manera del signo de una posición social que imponga cieno respeto a los demás.

 

Este paralelo es aún más exacto respecto del otro sexo. Así en lo que se refiere al cuerpo corno en lo relativo al espíritu, el gusto de lo decorativo ha seguido dominando en mayor grado en la mujer que en el hombre. Antiguamente, el adorno de la persona preocupaba igualmente la atención de ambos sexos. Hoy ya no es así. Con el desarrollo de la civilización, el sentimiento de la comodidad ocupa el primer rango en el vestido de los hombres, y de igual modo su educación se va encaminando más bien en el sentido de lo útil que en el de lo agradable. Pero respecto de las mujeres, este cambio no ha seguido la misma progresión, ni en una esfera ni en la otra el deseo de excitar la admiración aventaja en la mujer al de tener trajes cómodos y de abrigo; los pendientes; las sortijas, los brazaletes, los peinados complicados, el uso de los cosméticos y a veces de la pintura, la fatiga y cuidado que se toma para atraer la atención con su manera de vestir, el martirio que se impone por seguir la moda, son otros tantos hechos en apoyo de nuestro aserto. Y en cuanto a la educación, la notable preponderancia concedida a ciertos conocimientos demuestra hasta qué punto se subordina en la mujer lo útil y lo conveniente al brillo y la ostentación. ¡Cuánto tiempo consagrado al baile, a la manera de presentarse en el mundo, al piano, al canto, al dibujo! Si preguntáis por qué se aprende el italiano y el alemán, descubriréis como única razón real, a través de las mil respuestas risibles que se os darán. la de que el conocimiento de esas dos len- guas es necesario a una señorita. No es que los libros escritos en ellas puedan ser de utilidad para las mujeres apenas si tienen alguna para ellas, sino que poseer tales conocimientos permite cantar en varios idiomas, y el grado de perfección con que estos ejercicios se ejecutan proporciona aplausos y admiración. Se abruma la memoria de la mujer con el relato del nacimiento, muerte y aniversario de los reyes y otras nimiedades históricas semejantes, no porque ello proporcione ningún beneficio directo, sino porque las gentes consideran esa vana erudición como parte integrante de una educación esmerada, y no poseerla seria exponerla al desdén de los demás. la lectura, la escritura, la ortografía, esto es lo único que se hace aprender a las jóvenes con un fin real de utilidad práctica, y aun muchas de esas cosas se les enseñan más bien por respeto a la opinión ajena que por su propia ventaja.

Para demostrar plenamente la verdad de que el gusto de lo agradable ha precedido al de lo útil, lo mismo en la esfera intelectual que en la material, necesitamos examinar la razón de ser de este fenómeno. Estriba sin duda en que, desde los más remotos tiempos hasta los presentes las necesidades individuales han estado subordinadas a las sociales, entre las cuales se ha considerado como principal el imperio de la sociedad sobre el individuo. Se imagina generalmente, con poco acierto, que no hay más gobierno que el de los reyes, parlamentos o autoridades constituidas. Los gobiernos reconocidos como tales tienen por complemento otros gobiernos anónimos, que se desenvuelven en todas las esferas, por modestas que sean, en que los hombres se afanan por ejercer un dominio cualquiera. Dominar, granjearse consideraciones, captarse la simpatía de los superiores: he aquí la universal lucha en que se consumen las principales fuerzas virales. Cada uno procura subyugar a los demás por su riqueza, sus costumbres ostentosas, la magnificencia de sus vestidos, o bien por la extensión de sus conocimientos o la profundidad de su inteligencia; así se han formado las apretadas mallas de la red de mil jerarquías que mantienen el orden social.

 

No es sólo el jefe salvaje quien con sus terribles pinturas de guerra, con las cabelleras de los enemigos colgadas a la cintura, trata de imponerse por el terror a sus inferiores. No es la belleza mundana la única en soñar conquistas, merced a un elegante atavío, a maneras distinguidas, a innumerables talentos. El sabio, el historiador, el filósofo, se valen de su ciencia adquirida con idéntica intención. Ninguno de nosotros se contentaría con dejar que su individualidad se desenvolviera libremente. Hay en todos como una incesante necesidad de subyugar a los demás, de someterlos a nuestra voluntad. Esto es lo que determina realmente el carácter de nuestra educación. Nos preocupamos menos del valor intrínseco de lo aprendido que de los triunfos, honores y respeto que ha de proporcionarnos, de la influencia que ha de reportamos, de la posición que hemos de deberle; en una palabra, de la mayor consideración que ha de imponer al prójimo. Así, en todo el curso de la Vida, lo importante no es ser, sino parecer en punto a educación, se aprecia menos el valor real de los conocimientos que el efecto que su posesión ha de producir en el mundo. y desde el instante en que esta idea prevalece, el interés real de la ciencia para nosotros queda reducido al que tiene el salvaje en limar sus dientes o teñir sus uñas.

Si se desea aún prueba más evidente del carácter primitivo e incompleto de nuestro sistema de educación haremos observar cuán poco se ha estudiado y discutido metódicamente, con el fin de obtener con conclusiones bien definidas, el valor comparativo de las diferentes ciencias. No se ha adoptado todavía criterio alguno para esta apreciación, ni tan siquiera se ha concebido claramente la existencia de semejante criterio; y apenas si se ha sentido su necesidad. Se leen libros, se oyen muchos discursos acerca de este objeto, determinan los padres enseñar a sus hi1os tal rama de la ciencia con preferencia a otra, más no se guían para hacer su elección sino por la costumbre, por una particular predilección, por un prejuicio, sin presumir la importancia extrema que tiene el determinar antes de una manera racional cuáles son las cosas que realmente merecen ser aprendidas. Se ve, es cierto, discurrir en muchas esferas sociales acerca de la importancia de tos diferentes géneros de instrucción. ¿Hasta qué punto compensará esta instrucción el tiempo in- vertido en adquirirla? ¿No hay cosas cuyo conocimiento sería más importante y en las cuales sería preferible emplear este mismo tiempo? Si alguien se toma el trabajo de plantear las cuestiones, se apresura a resolverlas de manera sumaria, según sus preferencias personales. Es verdad que de vez en cuando renace ti eterna discusión acerca del mérito comparado de las dos educaciones, clásica y científica; pero estar discusión generalmente no ha traspasado tos limites de un mero empirismo, ni ha sido nunca sometida aun criterio fijo. Por otra parte, la cuestión en ella perseguida es insignificante, comparada con la cuestión total. de la que constituye sólo un aspecto. Se cree que decidiendo cuál educación es preferible, la clásica o la científica, se habrá hallado ala vez el ideal de la educación racional. Esto es imitar a los que imaginan que toda la ciencia de la higiene consiste en saber qué alimento es más nutritivo, si pan o la patata.

 

La cuestión importante, en nuestro concepto, no es la de si tal o cual ciencia es útil, sino la de conocer su utilidad relativa. Se estima justificada por completo una manera peculiar de ver, citando ja adquisición de cierto número de 'ventajas mediante un determinado género de estudios; pero se olvida que el punto litigioso es saber si éstos compensan el trabajo ¿qué su posición impone?. Es siempre útil, en mayor o menor escala, todo objeto en que el hombre consume alguna fuerza activa. Un año bien empleado en el estudio de la heráldica daría, sin duda, nociones más exactas acerca de las costumbres y usos de otros tiempos. El individuo que conociera las distancias existentes entre todas las poblaciones en Inglaterra podría acaso sacar partido, en el curso de su vida, de los mil hechos que había aprendido, como si, por ejemplo, algún día necesitaba preparar un plan de viaje. El que recogiera todos los cuentos, anécdotas etc., de una comarca, llegaría quizás a descubrir cómo se transmiten las tradiciones. Preciso es, sin embargo, convenir que en todos estos casos el beneficio no seria proporcionado al esfuerzo. Se consideraría con razón como absurdo, el proponer aun joven semejantes nociones, en vez de estimularle a aprender otras cosas mucho más útiles. Ahora bien, sien los ejemplos citados es necesario atenerse a la utilidad real del resultado, no debe aplicarse el mismo criterio a todo sistema de educación? Si dispusiéramos de tiempo suficiente para abarcar todas las ciencias, nos seria permitido no elegir. Dice una antigua canción; Si el hombre estuviera seguro de que su vida había de durar, como otras veces, millares de año, cuántas cosas aprendería cuántas otras liaría sin apresuramiento ni fatiga. Pero puesto que la existencia es breve no debemos olvidar el corto tiempo de que disponemos para instruirnos tiempo que limitan todavía las mil ocupaciones de la vida siendo menester, por tanto ver la manera de emplearlo más provechosamente. Antes de dedicar tantos años a aprender lo que dictan la moda o el capricho. ¿no seria prudente comparar los resultados que así pueden obtenerse con los que se lograrían empleando los mismos años de otro modo?

 

En esto estriba, pues, la cuestión capital en materia de educación, ya es hora de discutiría ordenada v metódicamente. El problema más importante de la educación, cual es elegir entre los diferentes estudios que se disputan nuestra preferencia, es precisamente el que suele examinarse en último lugar. Para resolverlo, para poder hallar nuestra dirección racional debemos investigar ante todo qué conocimiento es más importante poseer. O valiéndonos de una frase de Bacon, caída desgraciadamente en desuso, debemos averiguar el valor relativo de cada ciencia.

Es necesario, pues, en primer término un criterio de evolución. Afortunadamente no puede haber discusión acerca del modo de determinar este criterio en general. Al contender a propósito del valor de un orden determinado de conocimientos, todos lo hacen indicando su influencia en alguna dirección de la vida. A esta pregunta tan sencilla: ¿Para qué sirve esto? el matemático, el filósofo, el filólogo, el químico, inmediatamente contestarán explicando de qué manen la ciencia que cada uno posee influye ventajosamente en la vida, disminuyendo el sufrimiento, favoreciendo si bien encaminando a la felicidad. El profesor de escritura demuestra que este arte, es un poderoso medio para el manejo de los intereses propios, así como para proveer a mil necesidades sociales; da, pues, la prueba exigida a lo que a él respecta. Cuando un sabio numismático, que pasa la vida investigando las huellas de un pasado desaparecido, no puede Wostnr en qué es útil a la humanidad la ciencia que cultiva, vese obligado a reconocer que sus conocimientos carecen relativamente de valor. Esta es, por tanto, la manera de probar, directa o indirectamente, la utilidad de una ciencia. ¿Cómo debe vivirse? Para nosotros, esta es la cuestión capital. No la planteamos tan sólo en el sentido material de la frase, sino en el más absoluto y extenso. Este problema ge- neral abraza todos los siguientes: ¿ Cuál es la verdadera línea de conducta que debe seguirse en cada situación, en cada circunstancia de la vida? ¿Cómo tratar al cuerpo? ¿Cómo dirigir la inteligencia? ¿Cómo manejar los negocios? ¿Cómo debe educarse la familia? ¿Cómo es necesario cumplir los deberes de ciudadano? ¿Cómo empicar mejor todas nuestras facultades para el bien propio y el de los otros? ¿Cómo, en fin, vivir con vida completa? He aquí lo que más nos interesa conocer y lo que la educación debe ante todo enseñarnos. El fin de la educación es prepararnos a vivir con vida completa. Por tanto, el único criterio racional para juzgar cuál es el mejor sistema de educación es saber en qué grado se aproxima cada uno al fin perseguido.

 

Este criterio no se ha empleado nunca más que parcialmente; nadie se ha servido de él, sino de un modo muy vago y poco consciente, siendo así que es menester aplicarlo científica, metódicamente y en todas las ocasiones. Debemos recordar siempre que el fin de la educación es conducir al hombre a la vida completa, y cuando eduquemos a nuestros hijos, debemos elegir nuestros métodos y estudios entendiendo que este objeto determinado es preciso, en primer termino, sacudir el yugo de la absurda autoridad de la moda en materia de educación; la moda no ofrece ganancia alguna. Es necesario también que nos elevemos sobre cierta manera grosera y empírica de juzgar las cosas, defecto en el cual incurren hasta personas inteligentes' que Se toman el trabajo de ejercer alguna vigilancia acerca de la cultura intelectual de sus hijos. No basta pensar que talo cual ciencia les será útil en lo porvenir o que esta misma ciencia posee un valor práctico superior al de tal otra; ante todo débese investigar el medio de apreciar el valor respectivo de cada ciencia, para saber la que ha de cultivarse preferentemente.

Esta tarea es, sin duda alguna, muy difícil; quizás, nunca sea posible cumplirla por completo; pero la dificultad que ofrece no debe de ser causa para que la abandonemos cobardemente. Por el contrario, habiendo, como hay, en juego en ella muchos y graves intereses, importa desplegar gran energía para hacerse dueños de la dificultad. Procediendo con método, llegaremos pronto y fácilmente a importantes resultados. No hay duda que lo primero es clasificar, según su importancia, las principales direcciones de la actividad que constituyen la vida humana. Divídense éstas naturalmente, como sigue: 1) actividad que concurre directamente a la conservación del individuo; 2) actividad que, proveyendo a Las necesidades de La existencia, contribuye indirectamente a su conservación; 3) actividad empleada en educar y disciplina a la familia;' 4) actividad que asegura el mantenimiento del orden social y de las relaciones políticas; 5) actividad de diversas clases empleada en llenar los momentos de ocio de La existencia, es decir, en la satisfacción de los gustos y de los sentimientos. Tal es aproximadamente el orden jerárquico de las diferentes direcciones de la actividad humana. Inútil nos parece demostrarlo con mayor extensión. Es de toda evidencia que en primer término están las acciones y precauciones con cuyo auxilió nos aseguramos incesantemente nuestra seguridad personal.

 

Imaginé monos un individuo tan ignorante como un niño en mantillas con relación a los objetos inmediatos y los movimientos de tos seres que le rodean, no sabiendo cómo guiarse entre tilos ni garantizarse de sus peligros; este individuo podrá tener la seguridad de que perderá la , vida en la calle la primera vez que salga solo, cualesquiera que sean, por otra parte, sus conocimientos en los demás asuntos. Débese, pues, reconocer que el saber más esencial es el que garantiza la seguridad del individuo, puesto que esta ignorancia le sería más funesta que ninguna otra. Tampoco cabe negar que el segundo lugar corresponde a la conservación indirecta del individuo es decir, a los medios de asegurar su subsistencia. Evidentemente, la obligación de subvenir al propio sostenimiento es anterior a los demás deberes que impone la familia puesto que, por regla general, no es posible crear esta sin haber cumplido con aquella primera condición. Proveer a su sostenimiento es la primera necesidad del hombre; después viene la de subvenir a las atenciones de la familia. Por lo tanto, los conocimientos que deben adquirirse para conservarse a si mismo tienen valor superior a los que permiten asegurar el bienestar de la familia.

 

En el sucesivo desarrollo de la sociedad, la familia ha precedido al Estado. Los hijos han sido educados antes de la existencia del Estado, y podrían seguir siéndolo después de su destrucción, mientras que el Estado perecería sin ellos. Resulta de esto que los deberes de padre de familia tienen más importancia que los de ciudadano. Puesto que el valor y la fuerza de una sociedad descansan, en último extremo, en el carácter de los individuos que la forman, y la educación es el medió más seguro de influir en este carácter, naturalmente se deduce que la prosperidad social descansa en la prosperidad de la familia. La ciencia que coopere más directamente al desarrollo de esta última debe, pues, prevalecer sobre la que asegure la existencia de la primera.

 

Las numerosas artes de agradable recreó que llenan los ocios dejados por más graves ocupaciones, tales como la poesía, la música, la pintura etcétera, implica claramente la preexistencia social. Dichas artes, no lo es imposible que se desenvuelvan en grande escala sin lazos sociales de largo tiempo establecidos, sino que tienen su principal fuente en los sentimientos sociales y de simpatía general. La sociedad, a más de facilitar su desarrollo, alimenta de continuo las ideas y sentimientos que expresan. Por consiguiente, todo cuanto contribuya a formar buenos ciudadanos es más importante que todo lo que pueda servir para adquirir ciertos talentos y satisfacer el gusto y en materia de educación debe preferirse lo primero a lo segundo.

 

He aquí, pues, repetimos, lo que podemos llamar el orden racional de esta jerarquía: educación que prepara para la conservación directa del individuo; educación que prepara para su conservación indirecta; educación que enseña a educar a la familia; educación que forma al ciudadano; por último, educación en que se cultivan las artes, verdadero refinamiento de individuo. Es innegable que estas diferentes ramas de la educación tienen entre si lazos muy íntimos, y que cualquiera de ellas auxilia útilmente para adquirir las demás Indudablemente. Cada división encierra partes más esenciales que algunas de las existentes en visiones presentes. Así, un hombre muy hábil en negocios, pero que tuviese muy limitadas las restantes facultades se acercaría menos al ideal de la vida completa que otro más inepto para procurarse recursos pecuniarios, pero que poseyese mayor juicio y discreción como jefe de familia. No pretendemos que sea necesario desenvolver la ciencia de la vida; práctica proscribiendo el estudio de las artes y de la literatura; por el contrario, es preferible saber algo de todo esto.

No obstante las grandes divisiones que hemos establecido subsisten a pesar de estas ligeras restricciones, y se subordinan unas a otras según el orden indicado, porque las divisiones corres- pondientes de la vida real se hacen mutuamente posibles en este mismo orden.

 

Naturalmente, el ideal de la educación consistiría en obtener la preparación completa para la posesión de todas estas actividades. Pero no permitiendo el estado de nuestra sociedad la realización de este ideal, debemos contentarnos con mantener una justa proporción entre los diferentes grados de preparación para cada una de las divisiones de la actividad humana. Huyamos de consagrar nuestra inteligencia al desarrollo de un orden exclusivo de conocimientos, por importante que nos parezca, con perjuicio de los demás; dirijamos igualmente nuestra atención hacia todos, proporcionando nuestros esfuerzos a su valor relativo. Es preciso, sin embargo, exceptuar los casos en que aptitudes particulares determinan racionalmente la vocación de una ciencia especial, que se convierte en verdadera profesión. En general, el oficio de la educación debe ser adquirir en la mayor medida posible los conocimientos que ayuden con más eficacia a desenvolver la vida individual y social bajo todos sus aspectos, limitándose a desflorar aquellos que concurran menos eficazmente a este desenvolvimiento.

Al dirigir la educación según estos principios, es menester no perder de vista ciertas consideraciones generales. Teniendo como fin todos los objetos en que se ejercita la inteligencia humana el auxiliar al hombre en la realización del ideal de la vida completa, puede ser su valor absoluto o relativo.

 

Hay conocimientos que tienen valor intrínseco; otros de valor casi intrínseco; otros cuyo valor es puramente convencional. El entorpecimiento y el ruido en los oídos preceden generalmente a la parálisis; la resistencia opuesta por el agua aun cuerpo en movimiento es proporcional al cuadrado de la velocidad; el cloro es un desinfectante: he aquí hechos de valor intrínseco, como el de todas las verdades científicas en general, y que influirán en las acciones del hombre dentro de mil años, lo mismo que en la actualidad.

El conocimiento profundo de nuestro idioma, adquirido con el estudio del griego y el latín, sólo tiene valor casi intrínseco, como subordinada que se halla su duración a la de nuestra propia lengua El valor de ese confuso tejido de fechas, nombres y acontecimientos insignificantes, que usurpa en nuestras escuelas el nombre de ciencia de la historia, es puramente convencional; esta ciencia sola sirve para ahorrarnos las absurdas censuras que la opinión inflige al que no la posee. Ahora bien: así como la historia universal es más importante que la de una nación o de un siglo; así como la historia de una nación o de un siglo es más importante que la de una ciudad durante el pasajero transcurso de una moda, así la ciencia que posee valor intrínseco debe anteponerse a aquella cuyo valor casi intrínseco, y ésta preceder a la de valor puramente convencional.

Terminemos estos preliminares. La adquisición de todo conocimiento tiene dos valores el uno como saber, el otro como educación o disciplina intelectual; es en primer termino, un ejercicio intelectual, y en segundo, un medio de dirigir nuestras acciones debiendo considerarse bajo estos dos aspectos el resultado de un saber adquirido como preparación a la vida completa.

 

He aquí, pues, las consideraciones generales en que fundaremos nuestra investigación de un sistema de educación racional: 1) división de toda la vida en actividades de géneros diferentes, de importancia decreciente: 2) valor intrínseco, casi intrínseco y convencional de cada orden de conocimientos en su relación ton estas diferentes actividades: 3) doble influencia de los mismos como saber y como educación o disciplina intelectual. Afortunadamente, la parte más importante de la educación, la que tiene por objeto proveer de modo directo a nuestra propia conservación está asegurada por la misma Naturaleza; era demasiado grande su importancia para que quedase abandonada a nuestra ligereza. En el niño que todavía en brazos de su nodriza oculta el rostro y llora a la vista de un extraño ve reflejado el instinto de conservación, que le impulsa a huir de lo que le es desconocido y puede serle peligroso. Cuando comienza a andar, el terror que experimenta a la aproximación de un perro que no conoce, los gritos agudos y la rapidez con que se acerca a su madre al ver alguna cosa inesperada, nos muestran este mismo instinto ya más desarrollado. Además, su inteligencia se ocupa principalmente, hora por hora, en adquirir los conocimientos que sirven para preservarle directamente de todo daño; no cesa de aprender cómo ha de mantener su cuerpo en equilibrio y de observar sus movimientos, a fin de evitar los choques; poco a Poco va conociendo cuáles objetos son duros y le ocasionarán daño si tropieza con ellos, cuáles son pesados y le herirán si le caen encima, qué cosas soportarán el peso de su cuerpo y cuáles no, que dolor causan el fuego, los proyectiles y los instrumentos cortantes. Esto, con otros muchos elementos de información, útiles para evitar la muerte o los accidentes, constituye el objeto continuo de su estudio. En fin, cuando algunos años más tarde, corre, salta, se ejercita en juegos de fuerza o de destreza, vemos en todas estas aficiones mediante las cuales los músculos se desarrollan, los sentidos se agudizan y el juicio se hace más rápido, tina preparación a saber conducir su cuerpo en medio de los objetos que le rodean y a eludir los peligros que se presentan a todo el mundo en la vida; Habiéndose tomado la Naturaleza tan gran cuidado en instruirnos, no hemos de ocuparnos gran cosa en esta educación fundamental. Lo único que debe exigirse es que se deje a los niños libertad completa para adquirir esta experiencia y recibir esta enseñanza; que la Naturaleza no sea contrariada, como lo es por ignorantes directoras de colegio que impiden generalmente a las niñas confiadas a sus cuidados entregarse a la espontaneidad de su actividad física, según ellas desearían hacerlo, haciéndolas de esta suerte incapaces hasta cierto punto, de preservarse a sí mismas en caso de peligro.

 

Sin embargo, no es esto todo lo que comprende la educación que debe preparar a la conservación directa del individuo. Además de defender cl cuerpo de cuanto pueda perjudicar o destruir mecánicamente su organismo; es necesario protegerlo contra las consecuencias de las infracciones de la ley fisiológica, cuyas consecuencias son la enfermedad o la muerte. Para llegar a la vida completa es necesario, no sólo prevenir el anonadarniento repentino y la vida, sino que cambien escapar a la decadencia y lenta aniquilación que traen consigo nuestros malos hábitos. Como sin la salud y la energía es punto menos que imposible cualquier especie de' actividad, sea industrial, paternal, social, etc., es evidente que este segundo modo de conservación directa de sí mismo no tiene menos importancia que el primero, y que los conocimientos encaminados a asegurarnos su posesión deberían colocarse en tango muy elevado. Es verdad que también aquí estamos dotados de un guía; la Naturaleza se ha asegurado la sumisión relativa a sus principales exigencias por medio de nuestras sensaciones físicas y de nuestros deseos. Afortunadamente para nosotros, la falta de alimento, cl calor excesivo, el frío extremado producen advertencias muy imperiosas para ser desatendidas) y si el hombre obedeciese siempre estas y otras advertencias semejantes, aunque menos fuertes tendría que tener relativamente muy pocos males. Si a la fatiga del cerebro siguiera constantemente el reposo; si la opresión que resulta de una atmósfera cargada determinase en todo caso la ventilación; si no se comiera sin hambre. ni se bebiera sin sed, el organismo rara vez se hallaría ¿n estado de no funcionar, Pero hay en esto tan profunda ignorancia de las leyes de la vida, que los hombres ni siquiera saben que sus sensaciones son sus guías naturales y más dignas de confianza cuando no han llegado a embotarse o a viciarse a causa de una persistente desobediencia. De suerte que, hablando con lógica precisión, la Naturaleza nos ha provisto de guardianes oficiosos de nuestra salud, que la falta de saber hace frecuentemente inútiles.

 

Si alguien dudase de lo importante que es para nosotros estar familiarizados con los principios de la fisiología como medio de alcanzar la vida completa, que mire en torno suyo y vea cuan pocos hombres y mujeres de edad regular o avanzada hay bien conservados, sólo por excepción en- contraremos el ejemplo de una salud vigorosa en la vejez, y en cambio, a cada momento contemplamos casos de enfermedades agudas, de males crónicos, de debilidad general de prematura decrepitud. No hay nadie que no confiese, si se le pregunta, que en el curso de su vida se ha atraído enfermedades de que las más ligeras nociones de higiene le habrían preservado. Aquí, es una enfermedad del corazón: consecuencia de una fiebre reumática originada por el poco cuidado en elegir una habitación bien situada; allí, una vista perdida para la ciencia, a causa del exceso en el estudio. Ayer se trataba de una persona cuya persistente cojera provenía de que, a. pesar del dolor que experimentaba, seguía sirviéndose de una rodilla ligeramente herida; hoy se nos habla de otra que ha necesitado guardar cama largos anos por ignorar que las palpitaciones que sufría eran uno de los efectos del cansancio de su cerebro. Ya es una lesión incurable que proviene de algún estúpido alarde de fuerza, ya una constitución que no ha podido reparar las perdidas ocasionadas por un trabajo excesivo, emprendido sin necesidad. En nuestra ¿poca vemos por todas partes las perpetuas indisposiciones que acompañan a la debilidad. No nos fijemos en los sufrimientos, el cansancio, la melancolía, las pérdidas de tiempo y de dinero que por estos motivos pesan sobre nosotros; atendamos únicamente a que la falta de salud impide el cumplimiento de nuestros deberes, imposibilita o dificulta la gestión de los propios negocios, produce una irritabilidad funesta para la dirección de los hijos hace imposible el ejercicio de las funciones de ciudadano y convierte el placer tú una fatiga. ¿No es evidente que los pecados contra el orden físico, así los de nuestros abuelos como los nuestros, alterando la salud, disminuyen más que ninguna otra causa la vida completa, y en cierta medida hacen de la existencia una enfermedad y una carga, cuando debe ser un beneficio y un goce? No es esto todo. La vida que así se empobrece también se acorta. No es verdad, como se supone generalmente, que después de un desorden o ¿enfermedad nos restablezcamos por completo. Ninguna perturbación funcional desaparece sin dejar huellas permanentes de su paso en el organismo: éste queda resentido pata siempre. Tal vez la lesión no sea inmediatamente apreciable, pero agregada a otras del mismo genero que la Naturaleza nunca deja de anotar en la rigurosa cuenta que lleva, influirá en nosotros hasta que, inevitablemente acorte la vida. Por la acumulación de estas pequeñas injurias que sufre nuestra salud es por lo que las constituciones más robustas se ven minadas y destruidas antes de tiempo.

 

Reflexionando acerca de cuánto dista cl término medio de la vida de su duración posible podemos darnos cuenta de la inmensa extensión del daño. Y si a las heridas parciales de vitalidad que produce la falta de una salud vigorosa añadimos la pérdida final causada por la muerte prematura, c9mprenderemos quede ordinario abreviamos imprudentemente la vida en una mitad. Por tanto, la ciencia que directamente concurre a la propia conservación, impidiendo la pérdida de la salud, tiene capital importancia. No pretendemos que la posesión de esta ciencia remediaría por completo y en todos los casos el mal. Es evidente que, en el período actual de nuestra civilización, ¡a necesidad obliga con frecuencia al hombre a infringir las leyes higiénicas. Además, aun prescindiendo de semejante necesidad, la inclinación nos llevaría a menudo a sacrificar un bien futuro a una satisfacción inmediata. Pero si pretendemos que la verdadera ciencia, convenientemente enseñada, haría mucho, y puesto que para obedecer las leyes de la higiene ante todo es preciso conocerlas, es necesario que la difusión de esta ciencia enseñe y prepare, en un porvenir más que menos lejano, métodos de vida más conformes a la razón. Deducimos de lo dicho que siendo para el hombre una salud robusta y la energía moral que la acompaña los primeros elementos de la dicha, la ciencia que se propone la conservación de estos bienes no cede en importancia a ninguna otra, y aseguramos sin vacilar que deben formar parte esencial de toda educación racional cursos de fisiología suficientemente completos para llevarnos a la inteligencia de las verdades generales de esta ciencia y trazarnos nuestra conducta en la vida ordinaria.

 

¡Extraña cosa que necesitemos hacer esta afirmación! Más extraña todavía que debamos defenderla. No faltan, sin embargo, gentes que la acogerán con burlona sonrisa. Esas personas que enrojecerían de vergüenza si alguien les sorprendiese diciendo Engenia por Ifigenia o mirarían como un insulto la acusación de ignorancia respecto de los trabajos mitológicos de algún semidiós fabuloso, declaran sin el menor rubor que no saben dónde está la trompa de Eustaquio, cuáles son las funciones de la médula espinal, cuál es el número normal de pulsaciones o cómo los pulmones se llenan del aire exterior. En tanto que esperan impacientes ver versados a sus hijos en supersticiones que se remontan a dos mil años. no se preocupan de que adquieran algunos conocimientos acerca de la estructura y funciones de su propio cuerpo. Hasta prefieren que no las posean: ¡tan tiránica es la influencia de la rutina, tan terrible y complejo en nuestra educación el predominio de lo agradable sobre lo útil!

 

No tenemos necesidad de insistir sobre el valor del orden de conocimientos que concurren indirectamente a la conservación del individúo, proporcionándole los medios de ganarse la subsistencia. Todo el mundo está de acuerdo en este punto, y aún la generalidad lo estima, acaso demasiado exclusivamente, como el verdadero fin de la educación. Pero mientras todos se hallan propicios a asentir a la proposición abstracta de que la instrucción que da aptitud a los jóvenes para asegurar su subsistencia tiene altísima importancia, quizás importancia soberana, muy pocos son los que se preocupan de saber qué género de instrucción desarrolla mejor esta aptitud. En verdad, la lectura, la escritura y la aritmética son enseñadas con inteligente apreciación de su objeto. Pero esto es todo . A la par que la mayor parte de lo que se aprende carece aplicación a la actividad industrial, se prescinde de un número inmenso de conocimientos relacionados directa- mente con dicha actividad. En efecto, aparte de algunas clases muy poco numerosas, ¿en qué se ocupan los hombres? Pues se ocupan en la explotación, preparación y distribución de diferentes productos. ¿Y de qué depende el éxito en la explotación, preparación y distribución de estos productos? Depende del empico de métodos adaptados a la naturaleza especial de cada uno de ellos; del exacto conocimiento de sus propiedades físicas, químicas o vitales, según los casos; depende en una palabra, de la ciencia. Este orden de conocimientos, descuidado en gran parte en nuestras escuelas, es precisamente aquel en que se funda la realización de los progresos que hacen posible la vida civilizada. Aunque esta verdad sea indiscutible, parece como si no se tuviera conciencia de ella; sin duda, lo muy familiar que nos es ha influido para que nos habituemos a no tenerla en cuenta.

 

Dejemos a un lado la ciencia más abstracta, la lógica, guía indispensable, sin embargo, de la que dependen, sépanlo no, por la exactitud de sus previsiones, lo mismo el productor que el comerciante en grande escala, y consideremos desde luego las matemáticas. Esta ciencia, en su calidad d¿ ciencia de los números, dirige todas las actividades industriales, ya se trate de regular los procedimientos. de valuar los precios, de comprar, de vender o de llevar la contabilidad. No es necesario que insistamos en demostrar la importancia de esta rama de las ciencias exactas. En las artes de construcción es indispensable tener también algunos conocimientos en la rama especial de las matemáticas que les es aplicable. El carpintero de aldea que traza el plan de su trabajo según reglas empíricas aplica continuamente, lo mismo que el constructor de un Britannia Bridge , las relaciones de distancia .EI agrimensor que mide la tierra vendida , el arquitecto que levanta el plano de la casa que se quiere edificar, el contratista que se encarga de la construcción, el albañil que coloca la piedra, todos los que, ajustan las diferentes partes del edificio, son guiados por verdades geométricas.

 

La construcción de los ferrocarriles está regulada desde el principio hasta el fin por las regias de la geometría: preparación de planos, trazado de líneas, medida de cortes y taludes, proyectos y construcción de puentes1 acueductos, viaductos, túneles y estaciones. Lo mismo sucede con los puertos, muelles y las diferentes obras del ingeniero o del arquitecto que se extienden a lo largo de las costas o cubren el país, no sólo en su superficie, sino hasta en las minas y profundidades del terreno. En nuestros días, el labrador mismo se sirve del nivel para colocar convenientemente sus tubos de drenaje; es decir, recurre a los principios de la geometría.

Vienen a continuación las ciencias abstracto concretas , el éxito de las manufacturas modernas depende de la aplicación de la mecánica, la más sencilla de entre ellas. Es preciso conocer y aplicar en cada máquina las propiedades de la palanca, del eje, de la rueda; y al uso de las máquinas somos deudores hoy de toda clase de productos. Seguid la historia de un panecillo. El terreno de donde procede ha sido regado por medio de tubos de drenaje, construidos según las reglas dadas por la mecánica; con máquinas se labré la superficie del suelo: con máquinas se segó, trillé, aventó y molió el trigo; por último, si la harina hubiese sido enviada a Gosport, con máquinas hubiese sido convertida en galletas. Dirigid la vista en torno de vuestra habitación. Si su construcción es moderna, probable es que los ladrillos de sus muros hayan sido mediante máquinas fabricados, y con máquinas también aserrado y cepillado el entarimado, labrada la campana de la chimenea, hecho y estampado el papel de la pared. El tablero de la mesa, los pies torneados de las sillas, el tapiz, las cortinas, todo es producto de la maquinaria. Nuestro mismo vestido, liso, bordado o estampado, ha sido tejido, tal vez cosido a máquina ? Las hojas del libro que leéis, ¿ no han sido fabricadas por medio de máquinas, y con ayuda de otra máquina tal vez impreso? Agregad a esto que a la maquinaria se deben los principales medios de transporte los productos por mar y por tierra. Fijaos por otra parte, en que el éxito o fracaso de toda industria depende de que la ciencia mecánica haya sido bien o mal aplicada. EI ingeniero que incurre en un error al calcular la resistencia de los materiales que emplea, construye un puente que se derrumba: el manufacturero que se sirve de una máquina mala, se 've arruinado por otro cuya máquina pierde menos fuerza por el roce y la resistencia; el constructor de navíos que se sujeta al modelo antiguo, es superado por otro que construye con arreglo al principio de la línea de flotación reconocido en mecánica. Ahora bien; como la aptitud de una nación para sostener la competencia con las demás depende de la actividad y de la habilidad de los individuos que la componen , síguese de ella que el estado en que se halle la ciencia mecánica puede cambiar los destinos de un país.

 

Elevémonos ahora de las ramas de las ciencias abstracto-concretas, que estudian las fuerzas mecánicas, a las ramas que se ocupan de las fuerzas moleculares y llegaremos a una nueva y vasca serie de aplicaciones A este grupo de ciencias. unido a los grupos precedentes débese la máquina de vapor? que realiza el trabajo de millones de brazos. La rama de la ciencia física que se ocupa en establecer las leves del calor nos ha enseñado la manera de economizar el com- bustible en numerosas industrias, de aumentar el producto de los altos hornos. sustituyendo el aire caliente al aire frío, de ventilar las minas, de evitar las explosiones mediante el uso de la lámpara de seguridad, de regular, en fin, por medio del termómetro la aplicación de una multitud de proce- dimientos. Otra rama de la física, que tiene por objeto el estudio de los fenómenos de la luz, da vista al anciano al miope, ayuda con el microscopio a descubrir las enfermedades y las falsificaciones y a mismo tiempo previene los naufragios con el liso de faros perfeccionados, las investigaciones relativas a la electricidad y de magnetismo han salvad incalculable número de existencias y de riquezas por medio de la brújula, han fomentado el desarrollo de muchas artes por la electrotipia, y acaban de proporcionarnos con el telégrafo un agente que, en el porvenir, regulará las transacciones comerciales y desenvolverá las relaciones políticas incluso en los detalles de la vida doméstica, desde el fogón de cocina perfeccionando hasta el estereoscopio de una mesa de salón,. las aplicaciones de los adelantos científicos vienen a contribuir poderosamente a nuestro bienestar y nuestros goces:

 

Mucho más numerosas todavía son las aplicaciones de la química. El blanqueador, el tintorero, el fabricante de telas estampadas, se entregan todos a operaciones que alcanzan más o menos éxito según que en ellas se aplican o no las leyes de la química. Esta ciencia debe servir de guía en la fundición del cobre, del estaño, del cinc, del plomo, de la plata y del hierro. La refinación del azúcar, la fabricación del gas, la del jabón, la de la pólvora, son operaciones químicas en parte , y lo propio sucede con la fabricación del cristal y de la porcelana. Cuestión química de que depende la ganancia o la pérdida del fabricante de cerveza; es distinguir si punto en que las materias destinadas a la destilación alcanzan el grado de la fermentación alcohólica, de aquel en que entran en la fermentación ácida; y el que explote una fábrica importante de esta clase no tardará en tocar las ventajas de tener un químico al servicio de su establecimiento. De hecho, apenas hay hoy manufactura alguna que no se relacione en mayor o menor grado con la química. En nuestros días, hasta en la agricultura necesita este guía si que a ella quiera consagrarse con provecho. El análisis de los abonos y del suelo, el modo de adaptar aquellos a éstos; el empleo del ñeso o de otras sustancias que fijen el amoníaco, el uso del estiércol, la producción de los abonos artificiales, en fin, son otros tantos beneficios de la química con los cuales es menester que el labrador se familiarice . Ya se trate de alumbramientos de aguas o de desinfección donde surnideros de fotografía, de amar pan sin levadura o de extraer perfumes de los detritus , tenemos que reconocer que la química se relaciona ¿en todas las industrias, y que por esta razón su conocimiento importa a cuantos directa o indirectamente se interesan en ellas.

En las ciencias concretas, empezaremos por la astronomía. De esta ciencia ha nacido la navegación, que ha hecho posible cl inmenso comercio exterior, que Sostiene a gran parte de nuestro pueblo, al mismo tiempo que nos proporciona muchos objetos de primera necesidad y la mayor parte de los de lujo. la geología es también una ciencia cuyo estudió coopera, en gran parte, al progreso industrial. Ahora que las minas de hierro son Riente tan abundante de> riqueza; ahora que la seguridad de nuestro aprovisionamiento de carbón es asunto de capital interés: ahora que tenemos una Escuela de Minas y un servicio de inspectores geólogos, es innecesario insistir acerca de esta verdad, a saber: que el estudio de la envoltura terrestre interesa a nuestra prosperidad material.

 

¿qué decir de la ciencia de la vida ,de la biología ? ¿No tiene también por base la investigación de los procedimientos indirectos de la conservación personal? No tiene, es verdad, relaciones muy íntimas ¿en lo que llamamos ordinariamente manufacturar, pero está inseparablemente ligada a la primera dé las industrias, la producción de alimentos. Debiendo la agricultura acomodar sus métodos a los fenómenos de la vida vegetal y animal, siguese de ello que la ciencia de estos fenómenos es su base racional. Es cierto que los labradores han reconocido y aplicado empíricamente muchas verdades biológicas antes de que fuesen científicamente concebidas. Sabían, por ejemplo, que ciertos abonos convienen a determinadas plantas; que ciertos cultivos tornan el suelo impropio para otros; que de caballos mal nutridos no puede esperarse un buen trabajo; que tal o cual enfermedad de las bestias o de los carneros se produce en estas o en las otras circunstancias Estas nociones y las que el agricultor diariamente adquiere por la experiencia relativa al modo de cuidar las plantas y los animales constituían la suma de hechos biológicos que le eran conocidos, hechos biológicos de que depende en gran parte el resultado de sus esfuerzos. Ahora bien; si aun mal definidos y rudimentarios le prestan tan importantes servicios juzgad que valor no tendrían tales hechos si llegaran a ser positivos, bien definidos y profundos. Esto nos permite vislumbrar los beneficios que reporta la biología racional la verdad de que la producción de calor animal implica una pérdida de sustancia y que, por consiguiente impidiendo la pérdida del calor se evita la necesidad de un aumento de nutrición, esta verdad, resultado de conclusiones puramente teóricas, sirve hoy de guía para cebar el ganado, pues tenemos pruebas de que manteniendo los establos a una alta temperatura se economiza forraje. Lo mismo acontece en lo concerniente a la variedad de alimentos, habiendo demostrado las experiencias fisiológicas no sólo que es provechoso el cambio de nutrición, sino que también la digestión se facilita con la mezcla de alimentos distintos en el estómago. Igualmente a la biología deben los agricultores el conocer la causa de la enfermedad llamada vértigo, que se ceba todos los años en millares de carneros. Sabemos ahora, en efecto, que dicha enfermedad proviene de la presencia de un entozoario que ejerce cierta presión en el cerebro, bastando extraer este insecto por el sitio del cráneo cuyo reblandecimiento indica él lugar en que se halla, para que el carnero se cure en casi todos los casos.

Otra ciencia que ejerce influencia directa en la prosperidad industrial de una nación, es la sociología. Los hombres que estudian diariamente la situación del mercado financiero ; que pasan revista a los precios corrientes; que discuten las probabilidades de la mejor o peor cosecha del trigo, del azúcar, del algodón, de lana, de la seda; que piensan las probabilidades de la guerra y de la paz, y que basan en estos datos sus operaciones comerciales, se consagran a la sociología. La estudian empírica, erróneamente, pero la estudian, porque sus ganancias o pérdidas dependen de la exactitud de sus apreciaciones. No es sólo el negociante, el manufacturero, quien debe guiarse en sus transacciones flor la comparación entre la oferta y la demanda, comparación qué exige el conocimiento concreto de numerosos hechos, y por consiguiente, el general de diversos principios sociales, sino que también el comerciante al por menor debe de tener en cuenta todas estas consideraciones. Su prosperidad depende ante todo de la exactitud de sus previsiones relativas al precio al por mayor y dé la extensión del consumo. Es evidente que todo el que se vea envuelto en el torbellino de la actividad comercial tiene interés vital en conocer las leyes según las cuales se modifica esta actividad.

 

Es, pues, fundamentalmente importante para quien se interesa en la producción, el cambio y la distribución de las mercancías, el poseer ciertos conocimientos que derivan de algunas ramas de la ciencia. A los hombres que, de cerca o de lejos, tengan relaciones con nuestras industrias (¿y quién no las tiene?) les interesa conocer las propiedades matemáticas, físicas y químicas de las sustancias, quizás algunas leyes biológicas, y sin disputa, las de la sociología. El buen o mal éxito que se obtiene en los esfuerzos para ganarse la vida lo que es una manera indirecta de proveer a la conservación personal depende del conocimiento que se posee de ciertos hechos referentes a una o varias de estas ciencias; conocimiento irracional, empírico generalmente pero real. Lo que llamamos aprender un comercio es, en realidad, bajo uno u otro nombre, aprender la ciencia que le sirve de fundamento. Los estudios científicos propiamente dichos son, pues, de extraordinaria importancia porqué preparan a la vida industrial y comercial, y porque el conocimiento reflexivo tiene superioridad inmensa Sobre el conocimiento empírico. No basta conocer los hechos, cuando se está interesado en la producción y el cambio; es preciso saber también el por que y el cómo de las cosas, las leyes de su encadenamiento. Asimismo es preciso conocer con frecuencia el por qué, el cómo y el encadenamiento de otros hechos. En este siglo de sociedades en participación, casi todo el mando, excepto el campesino, está interesado como capitalista en alguna industria que no es la suya. Con frecuencia su ganancia y su pérdida dependen de sus conocimientos en las ciencias relacionadas con aquella industria. Tomemos por ejemplo una mina de hulla cuyos accionistas se ven arruinados: no hubiera sido así si hubiesen sabido que ciertos fósiles pertenecen a la capa de granito rojo, bajo la cual no se encuentra el carbón mineral. Se han hecho numerosos ensayos para construir máquinas electromagnéticas, que se esperaba podrían reemplazar a las máquinas de vapor; si. los que han proporcionado los fondos hubiesen conocido la ley general de la correlación y de la equivalencia de las fuerzas, no hubieran perdido su dinero. Todos los días se ven personas que constituyen sociedades para aplicar inventos cuya futilidad podría demostrar el menos versado en la ciencia. Cuántas fortunas no se han comprometido en ensayos practicados en la: realización de algún proyecto imposible.

 

Si la perdidas de dinero que resultan de la ausencia de conocimientos científicos son ya ahora tan frecuentes en nuestra sociedad, cuánto más frecuentes y mayores no serán en lo porvenir para los que permanezcan extraños a la ciencia! A medida que sean más científicos los procedimientos industriales, lo que debe inevitablemente acontecer bajo el aguijón de la competencia , y a medida que las sociedades en participación se multipliquen, lo que con seguridad ha de verificarse, todos tendrán mayor necesidad de poseer conocimientos positivos . Lo que más se descuida en nuestras escuelas es precisamente aquello de que tenemos más necesidad en la vida. Nuestras industrias, sin la instrucción supletoria que los hombres adquieren como pueden después que se ha dado por terminada su educación, sin esa instrucción acumulada de siglo en siglo a espaldas de la en- señanza oficial no sólo perecerían, sino que nunca habrían existido. Si no hubiese habido entre nosotros otra enseñanza que la dada en las escuelas públicas, Inglaterra sería hoy lo que era en los tiempos feudales. Nuestra ciencia, extendiendo diariamente sus dominios, mostrando las leyes que presiden a toda clase de fenómenos, permitiéndonos sostener la Naturaleza a nuestras necesidades y procurar al campesino de hoy goces que otras veces eran inaccesibles a los mismos reyes. no se debe sino en pacte insignificante a nuestros establecimientos de instrucción publica. Los conocimientos vitales - aquellos sobre los que descansa nuestra existencia nacional - se han propagado en la sombra y en el retiro del gabinete, mientras nuestro profesores oficiales apenas hacían otra cosa que balbucear algunas fórmulas.

 

Llegamos a la tercera de las grandes divisiones de la actividad humana, división de nuestra actividad para la cual nada nos prepara. Si por casualidad sólo llegase a la posteridad un fragmento de nuestros libros clásicos o un trozo de nuestras composiciones de colegio, ¿cuál no sería el asombro de un anticuario del porvenir al no hallar en estos papeles y en estos libros nada que le indicase que los discípulos que de ellos se servían deberían tener hijos alguna vez ¡Y bien! – diría -; esto debía ser un curso de estudios para los célibes. Observo que aquí se llamaba la atención hacia multitud de cosas, especialmente acerca de la inteligencia de las obras legadas por pueblos que no existían ya, o pertenecientes a otros que existían aún( lo que indica, al parecer, que este pueblo tenía pocas propias de mérito). pero no descubro en todo esto ni una alusión al arte de educar a los niños. Estas gentes no podían estar tan falsas de sentido que permaneciesen extrañas a un asunto que implica la más grave de las responsabilidades. Evidentemente, estos serían los estudios de una de sus órdenes monásticas.

 

En realidad, ¿no es inconcebible que si la vida y la muerte de nuestros hijos, sí sus cualidades morales dependen de la manera como los eduquemos, no se haya dado nunca en nuestras escuelas la menor instrucción acerca de estas materias a alumnos que mañana serán padres de familia? ¿No es. monstruoso que el porvenir de una generación nueva quede abandonado a la influencia de hábitos irreflexivos, a la instigación de los ignorantes, al capricho de los padres. a las sugestiones de las nodrizas o a los consejos de las abuelas? Si un negociante se consagrase al comercio sin poseer la menor noción de la aritmética ni de la teneduría de libros, ¿no nos burlaríamos de su necedad , augurándole desastrosas consecuencias? Si antes de haber estudiado anatomía, cualquiera se dispusiese a manejar el bisturí del cirujano, ¿no nos sorprenderíamos de su audacia y compadeceríamos a los enfermos y sin embargo, que los padres acometan la difícil tarea de educar a sus hijos sin haber soñado nunca en preguntarse cuáles son los principios de la educación física, moral, intelectual que deben servirles de guía, esto no nos inspira ni asombra respecto de los padres, ni piedad para los niños sus víctimas. Los millares de seres humanos que sucumben, los centenares de miles que sobreviven para arrastrar una salud enfermiza, los millones que crecen con constituciones menos fuertes que las que deberían tener, nos dan idea del mal causado por los padres que ignoran las leyes de la vida. Piénsese que el régimen a. que se somete a los niños ejercerá una influencia saludable o perniciosa sobre todo su , porvenir., que hay veinte maneras .de engañarse y sólo una de acatar, y se medirá la extensión de las miserias que introduce en el mundo nuestro caprichoso e irreflexivo sistema de educación. Se dispone que un muchacho vaya vestido con chaqueta corta, ancha y ligera, y que juegue así, a la intemperie; con los miembros enrojecidos por el frío, y esta decisión ejerce una influencia durante toda su vida., ya por la enfermedad ya por el empobrecimiento de su naturaleza; por lo menos, será poco vigoroso en su edad madura, circunstancia que constituirá un obstáculo a su felicidad. Sométase a los niños a un régimen alimenticio poco variado y escasamente nutritivo, y se resentirán de ello hasta el ultimo día de su vida, disminuyendo considerablemente su actividad como hombres o como mujeres. Prohíbanseles los juegos ruidosos o impídaseles a causa de su vestido demasiado ligero salir al frío, y de seguro que no alcanzarán la medida de fuerza y de salud a que la Naturaleza les había destinado. Cuando sus hijos se ven atacados de enfermedades o de debilidad , los padres llaman a esto una desgracia, una prueba que les envía la Providencia. El caos que reina en sus cabezas, como en las de los otros, les hace suponer que los efectos se producen sin causa o por causas sobrenaturales. No hay nada de esto. En ciertos casos, sin duda, estas causas se han recibido por herencia', pero más frecuentemente tienen su origen en las absurdas prácticas observadas con los niños. La responsabilidad de tantos sufrimientos, debilidad. abatimiento, incumbe, en general, a los padres.

 

Pusieron especial cuidado en dirigir, hora tras hora, cuanto se refería a la existencia de sus hijos, y con cruel ligereza omitieron instruirse en las leyes del desenvolvimiento vital, que contrariaban incesantemente con sus órdenes y prohibiciones. En su completa ignorancia de las más importantes leyes fisiológicas, minaron de continuo la constitución de sus hijos, infligiendo así la enfermedad, la muerte prematura, no sólo a sus descendientes en primer grado, sino a todos los demás.

 

Los funesto efectos de la ignorancia senos presentan no menos grandes en la educación moral que en la física. Ved la joven madre y el régimen que establece en la habitación de la nodriza. Hace algunos años apenas, esa joven se sentaba en los bancos de la escuela, donde se recargaba su memoria de palabras, de nombres, e fechas, sin que su facultad de reflexión se ejercitase más que en ínfimo grado. Allí no se le dio la menor idea del modo como había de dirigir un espíritu naciente; la educación que recibió allí, la disciplina a que estuvo sometida, no eran la atmósfera más propia para colocarla en estado de hacer por si misma el descubrimiento. Los años sucesivos estuvieron consagrados al estudio de la música, a los primores del bordado, a la lectura de las novelas y a los placeres del mundo. Nunca se le hizo fijar el pensamiento en las graves responsabilidades de la maternidad; no e le dio la sólida cultura intelectual que hubiese podido prepararla a afrontar tales responsabilidades. ¡Vedla ahora enfrente de un carácter que se desenvuelve y cuyo desarrollo te está confiado . Observad su profunda ignorancia de los fenómenos a que asiste y cómo interviene ciegamente en hechos que no podía regular con probabilidades de acierto, aunque poseyera conocimientos superiores. Desconoce la naturaleza de las emociones el orden que preside a su evolución, sus funciones, el punto preciso en que cesan de ser saludables para convertirse en perniciosas; cree que existen sentimientos absolutamente malos lo cual no es verdad respecto de ningún sentimiento; cree que existen sentimiento absolutamente buenos, cualquiera que sea su grado lo cual es también un error, y no conociendo el organismo que tiene ante si, ignora igualmente la influencia que en el puede ejercer este o el otro tratamiento. ¿Cómo. pues, han de eludirse los resultados desastrosos de que son mas diariamente testigos? Ignorando como ignora la joven madre los fenómenos mentales, sus causas y sus efectos, su intervención es con frecuencia más perjudicial que lo habría sido su abstención absoluta.

 

A cada momento ha cohibido el juego regular, benéfico, de las facultades del niño, perjudicando de este modo su felicidad, su porvenir, maleando su carácter, como malea el suyo propio, y enajenándose su afección. Por motivos deducidos del temor, del interés y del orgullo, le impulsa a actos que cree útil alentar, preocupándose poco del móvil, siempre que el acto exterior concuerde con su idea del bien, sin temor a desenvolver de este modo la hipocresía, - el egoísmo - y no los buenos sentimientos. Predicando las sinceridad , le da constantemente el ejemplo de la mentira, profiriendo amenazas que no ejecuta. Mientras le predica el dominio de si mismo, le reprende con acritud por cosas que no lo merecen. No seda cuenta de esta verdad: que en el hogar doméstico, como en el mundo, la única disciplina saludable es la experiencia de las consecuencias, buenas o malas, agradables. o desagradables, que naturalmente derivan de nuestros actos. Falta de toda luz teórica, incapaz de buscar un guía en la observación de las fases por que atraviesa el niño en su desarrollo, la joven madre sigue el impulso del momento con funesta ligereza. la dirección maternal se fía casi siempre de desastrosos resultados si no fuera porque la tendencia a superior del joven espíritu a revestir el tipo moral de la raza, ordinariamente triunfa de todas las influencias secundarias.

 

Y la educación intelectual ¿no es conducida de la misma manera? Si se concede que el espíritu humano tiene leyes y que la evolución de la inteligencia en el niño se ajusta a ellas, es evidente que la educación no puede ser bien dirigida cuando falta el conocimiento de estas leyes. El evidentemente absurdo suponer que es dado regular la formación y acumulación de las ideas sin saber cómo se forman. ¿Cuánto no diferirá la enseñanza tal como es, de la enseñanza tal como debiera ser si son tan pocos los padres y maestros que sepan algo de psicología? Como no puede menos de suceder, el sistema establecido adolece de graves defectos en el fondo y en la forma. Mientras se pasan en silencio cosas esenciales, se impone al espíritu lo que es perjudicial, y se le impone por procedimientos más perjudiciales todavía. Bajo el imperio de la idea estrecha que hace consistir toda la educación en el estudio de los libros, los padres ponen los abecedarios en manos de sus hijos en su más tierna edad. Desconociendo la verdad de que el uso de los libros es simplemente supletorio, que constituye un medio indirecto de aprender á falta del medio directo - un medio de ver con los ojos de otros cuando no podemos ver con los nuestros propios -., los directivos de nuestra educación están siempre prontos a darnos. los hechos de segunda mano, en vez de procurar que los adquiramos por nosotros mismos. No comprendiendo el inmenso valor de esta educación espontánea, que es el fruto de nuestros primeros años; ignorantes de que la observación continua a que se entrega el niño, lejos de ser combatida o cohibida, debe ser diligentemente secundada, tornándola tan exacta, tan completa como sea posible, se obstinan en ocupar sus ojos y su espíritu en ideas y cosas que, en esa ¿poca de la vida, son inteligibles y repulsivas. Poseídos de la extraña superstición por virtud de la cual se adoran los símbolos de la ciencia y no la ciencia misma, no ven que sólo cuando hayan sido agotados los objetos que se encuentren en la casa, en la calle, en el jardín, será menester abrir al niño en los libros nuevas fuentes de información, y esto no sólo porque el conocimiento inmediato es preferible al mediato, sino que también porque el libro no puede despertar ideas, más que en proporción de la experien- cia qué se vaya adquiriendo de las cosas. Hay que observar, además, que esa instrucción de fórmulas se conozca demasiado pronto y se dirige sin consideración a las leyes de nuestro desenvolvimiento mental. Nuestro espíritu asciende necesariamente de lo concreto a lo abstracto.

 

Por no tener en cuenta este hecho, estudios abstractos como la gramática que debieran coronar la instrucción, constituyen su comienzo. La geografía política; ciencia muerta y sin ningún interés para los niños, que debiera ser un apéndice de sociología, se enseña desde luego, al paso que la geografía propiamente dicha, cosa inteligible y relativamente agradable para ellos, es poco menos que olvidada. Casi todas las materias abordadas les son propuestas en un orden anormal, sentando, desde luego, las definiciones, las reglas y los principios, en vez de irlos revelando poco a poco a su espíritu según surjan naturalmente de la observación de los casos, y sobre esto, en el fondo de todos los sistemas, está el método que estriba en obligar a aprender de memoria, por rutina, método que sacrifica el espíritu a la letra. Véase los resultados. Parte por debilitar las percepciones desde el primer instante con el cuidado que se pone en violentar la Naturaleza y forzar la atención del discípulo hacia los libros; parte por la confusión mental que se introduce con la enseñanza de materias que no pueden ser comprendidas y con el prurito de generalizar antes de mostrar los hechos a que la generalización ha de referirse; parte por convenir al alumno en mero recipiente de las ideas de otros, en vez de educarle para la investigación activa de los hechos y de las ideas; parte por recargar excesivamente su cerebro, es el caso que pocas inteligencias producen todo lo que sería dado esperar dé ellas. Pasados los exámenes, se dejan de lado los libros, desapareciendo velozmente las nociones que se adquirieron por no estar organizadas y coordinadas, y si alguna se salva del 9lvido, permanece casi siempre en estado inerte, por no ha- ber cultivado el arte de aplicar los conocimientos y no haber desarrollado en el discípulo la facultad de observar con exactitud y de pensar por si mismo. Añádase a esto que mientras gran parte de las cosas que se aprenden carecen de valor, se descuida la adquisición de conocimientos sobremanera importantes.

 

Las consecuencias son las mismas que hubiéramos podido inferior a priori. La educación física, moral e intelectual de la infancia es terriblemente defectuosa, y lo es principalmente porque los padres son extraños a la ciencia única que podría ilustrarles en su misión. ¿Qué ha de esperarse cuando se ve que emprenden la solución de uno de los problemas más complicados que existen personas que jamás pensaron en darse cuenta de los principios en que esta solución descansa? Se requiere largo aprendizaje para hacer un par de botas, para edificar una casa, para dirigir un navío para conducir una locomotora, ¿y se cree que el desarrollo corporal e intelectual de un ser humano sea cosa relativamente tan sencilla que pueda encargarse de él cualquier persona sin ningún estudio previo? Si no es así, sise reconoce que el proceso de este desenvolvimiento es, como una sola excepción acaso, el más complejo que en la Naturaleza existe y si la necesidad de secundarle ofrece dificultades extraordinarias, ¿no es locura no preparar al hombre para el cumpli- miento de esta misión? Sería preferible sacrificar la adquisición de ciertos conocimientos a omitir esta preparación absolutamente indispensable. Cuando un padre que procede con arreglo a falsos principios adoptados sin examen se enajena el afecto de sus hijos, los impulsa con su severidad a la rebeldía, provoca su ruina moral y labra su propia desgracia, podría pensar, me parece, que el estudio de la etnografía le hubiese valido más que el de Esquilo. Cuando una madre llora a su primogénito, víctima de la fiebre escarlatina, y un ataco sincero le dice lo qué ella sospechaba ya ; que su hijo hubiera sanado si no se hubiese empobrecido su naturaleza con el abuso del estudio; cuando gime bajo el doble peso del dolor y los remordimientos es pobre consuelo para ella poder leer al Dante en el original.

 

Vemos así que para regular la actividad humana en la tercera de sus tres grandes divisiones se necesita algún conocimiento de las leyes de la vida. Es indispensable conocer los primeros principios de la fisiología y las verdades elementales de la psicología, si se quiere educar debidamente a los hijos: Seguros estamos de que esta afirmación será acogida con cierta Sonrisa burlona. Erigir que los padres adquieran conocimientos tan ocultos parecerá desde luego absurdo. En verdad si se exigiese de todos los padres y madres conocimientos profundos en estas materias, se caería visiblemente en el absurdo. Bastará inculcar a los alumnos los principios generales, acompañándolos de algunos ejemplos para facilitar su inteligencia, y se les enseñarán dogmática, ya que no racionalmente. Sea como quiera los hechos siguientes son irrecusables; el desenvolvimiento físico e intelectual de los niños está sometido a leyes: silos padres desatienden por completo en su conducta estas leyes, la muerte es inevitable si sólo la desatienden en parte, sobrevienen graves defectos físicos y morales; sólo cuando en un todo se ajustan a días los hijos llegan a la madurez perfecta. Júzguese, pues, si cuantos algún día han de ser padres no deben esforzarse ardientemente en conocer estas leyes pasemos ya de las funciones paternales a las funciones del hombre en la vida pública. No cabe decir que se omita absolutamente en la enseñanza la instrucción necesaria para el cumplimiento de dichas funciones, porque en los cursos del colegio van comprendidos algunos estudios que tienen, al menos en el nombre, cierta relación con los deberes sociales y políticos. sin embargo, entre estos estudios, el de la Historia es el único al que se concede un lugar importante.

 

Pero como indicamos anteriormente, las nociones que se dan bajo esta denominación a la juventud carecen en absoluto de valor como guías en la vida. los hechos relatados en libros de texto de los colegios y los contenidos en obras más serias, escritas pata los adultos, apenas dejan entrever los principios verdaderos dé la acción política. Las biografías de los soberanos (y nuestros hijos no aprenden otra cosa) no arrojan mucha luz sobre la ciencia social. Saber de memoria las intrigas de corte, los complots, las usurpaciones que han ocurrido y otras cosas por el estilo, con los nombres de todos los personajes que en los sucesos intervinieron, nos dice muy poco acerca de las causas del progreso en las naciones. Leemos que hubo en tal época contiendas con el poder y que esas contiendas produjeron guerras desastrosas; que los generales y sus lugartenientes llevaban tales o cuales nombres; que disponía cada uno de tantos infantes, tantos caballos y tantos cañones; que colocaron sus tropas en este o el otro orden; que maniobraron, atacaron, retrocedieron; que a tal hora del día sufrieron tal pérdida o ganaron tal ventaja; que en cierto movimiento fue muerto un general y un regimiento diezmado; que después de todas las peripecias deI combate, la victoria se decidió a favor de uno u otro. Ejército; en fin, que hubo tantos muertes, tantos heridos y se hicieron tantos prisioneros. En todos los detalles acumulados que componen el relato no se encuentra uno solo que pueda sernos útil al ejercer nuestros derechos de ciudadano. Suponed que hayáis leído con atención no sólo las quince batallas decisivas que se han librado en el mundo, sino que también la narración de todas las demás batallas que consigna la Historia. ¿será por ello más juicioso vuestro voto en las elecciones próximas? Peto -diréis- estos son hechos (si es que a veces no son ficciones), y para muchos serán interesantes. Sí; mas esto no implica en manera alguna que sea útil su conocimiento. Una opinión errónea o mal dirigida puede prestar valor a cosas que carezcan de él. Un taulipómano no cambiaría un tubérculo de tulipán raro por su peso en oro. Hay gentes para quienes un pedazo de porcelana antigua es un tesoro.; otras hay que pagan un precio exorbitante por las prendas u objetos de uso y porte dé un asesino. ¿Se dirá que estos gustos dan la medida del valor real de su objeto? No, sin duda alguna.

 

Debe admitirse, pues, que el placer que pueda encontrarse en el relato de ciertos hechos históricos no prueban su valor, y que, para darnos cuenta de la importancia de este valor, en el caso presente como en todos, es preciso preguntar a qué usos son aplicables. Si alguien nos visitase para decirnos que la gata de nuestra vecina había a dado a luz sus hijuelos ,contestaríamos que el conocimiento de este hecho carecía de valor. Por más que se tratase de un hecho, lo estimaríamos como un hecho inútil, un hecho incapaz de ejercer influencia alguna en nuestra conducta, un hecho que no había de contribuir es nada a que alcanzásemos la plenitud de la vida. Pues bien; si someternos a la misma prueba la gran masa de los hechos llama dos históricos. se llegará a idéntica conclusión. Son hechos de los que nada puede deducirse; hechos no susceptibles de organización : hechos, por consiguiente incapaces de sugerirnos principios de conducta, que es en lo que debe consistiría principal utilidad de la ciencia. Leedlos, si gustáis, por entretenimiento, pero sin lisonjearos de encontrar en ellos una fuente de instrucción. En las obras consagradas a esta materia se prescinde casi por completo de lo que constituye la Historia verdadera. Sólo de algunos años a esta parte han comenzado los historiadores a darnos, en cierta medida, el género de instrucción realmente útil. Lo mismo que en los siglos pasados el rey lo era todo y el pueblo nada, así en los antiguos libros de historia las acciones de los reyes constituían el cuadro, y la vida nacional el fondo indeterminado y vago. Únicamente en nuestros días en que el bien de los gobernados en vez de la felicidad del gobierno ha llegado a ser la idea dominante, los historiadores procuran desentrañar los fenómenos del progreso social. Lo que nos interesa realmente conocer es la birlada natural de la sociedad. Necesitamos saber todos los hechos capaces de mostrarnos cómo una nación se ha formado y organizado. inclúyase entre estos hechos la historia de su gobierno, en la cual se debe hacer mención del mayor numero - posible de anécdotas y pormenores acerca de los hombres que hayan ejercido ese gobierno. y del mayor número de detalles acerca de su constitución, de sus principios, de sus procedimientos. de sus prejuicios v de la corrupción que acusara, v en este cuadro ha de incluirse no sólo lo que se refiere a la naturaleza y organismo del gobierno central , sino que también cuanto respecta a los gobiernos locales hasta en sus últimas subdivisiones.

 

Trácese a la vez v esto no había necesidad de decirlo. una descripción paralela del gobierno eclesiástico, de su organización , su conducta, su grado de poder , sus relaciones con el Estado y al mismo tiempo del ceremonial, del culto , del credo de las ideas religiosas, así de aquellas en que nominalmente sé ha creído , como de aquellas en que se ha creído de verdad y han dirigido la conducta de los hombres. Conozcamos igualmente cuál ha sido el dominio ejercido por ciertos clases sobre otras ,de lo que dan testimonió las fórmulas sociales de cortesía, los títulos, las salutaciones, las fórmulas empleadas en las cartas v en los discursos. Conozcamos también los usos populares establecidos entre personas de una misma familia v entre las extrañas. sin excluir los que se refieren a las relaciones entre ambos sexos y a las de los padres con sus hijos. Las supersticiones corrientes, desde los mitos más im- portantes hasta los cuentos de brujas, deberían ser cuidadosamente referidos. Sería menester después trazar el cuadro industrial de la nación , inquiriendo hasta qué punto reinaba en ella el método y la división de trabajo; cuáles eran los reglamentos en vigor: si los productores constituían castas, corporaciones o trabajaban aisladamente: qué clase de relaciones existían entre patrono y obrero: cómo circulaban los productos; qué medios de comunicación había v cuál era el signo representativo de los valores. Además, sería preciso detallar el estado de las artes industriales bajo el punto de vista técnico, indicando los procedimientos seguidos y la cualidad cíe los productos. Por otra parte habría necesidad de poner de manifiesto el estado intelectual de las diferentes clases nacionales, en lo relativo a las exigencias impuestas por la educación , en los progresos realizados por cada una de las ciencias en su peculiar manera de pensar, y a continuación el grado de su cultura estética en la arquitectura, pintura, escultura, música, trajes, poesía y ficciones. Tampoco se debería omitir el cuadro de su vida diaria; antes bien, detallar cuáles eran el régimen doméstico, la alimentación, los placeres. Finalmente, como sirviendo de lazo a todo este vasto conjunto de hechos, se debería trazar una exposición de su moral teórica y práctica en todas las clases, y según se dedujese de la legislación, de las costumbres, de los proverbios y de las acciones. Estos hechos deberían ser relatados tan brevemente como lo consintiera el cuidado de la claridad y de la exactitud, agrupándolos y disponiéndolos de suerte que pudieran ser abarcados en su conjunto y considerados como partes correlativas de un todo. El fin que ha de perseguirse es que al estudiante le sea fácil advertir desde luego la armonía que existe entre ellos, con objeto de que aprenda a conocer cuáles son los fenómenos coexistentes. El cuadro de los distintos siglos debe disponerse de modo que se vea cómo se modifican las creencias, las instituciones, los usos y las leyes, y la armonía de un edificio se funde en la armonía de otro edificio que le sucede. Este es el conocimiento del pasado que puede ser útil al ciudadano para dirigir su conducta. La única historia con valor práctico podría denominarse sociología descriptiva y el servicio más importante que el historiador puede prestarnos es referir la vida de las naciones por tal manera que nos proporcione elementos de sociología comparada, a fin de determinar las leyes fundamentales de los fenómenos sociales.

 

Nótese ahora que, aun suponiendo que se llegue a adquirir una suma suficiente de conocimientos históricos de verdadero valor, tendrán escasa utilidad si no se posee la clave de ellos, y la clave sólo de la ciencia hemos de esperarla. Sin las generalizaciones de la biología y de la psicología, es imposible hallar la explicación racional de los fenómenos sociales. No se comprenderán los hechos más simples de la vida social, como por ejemplo, la relación entre la oferta y la demanda, si no se han hecho algunas observaciones, por groseras y empíricas que sean, acerca de la naturaleza humana y si es imposible penetrar las verdades sociológicas más elementales sin saber cómo el hombre siente y piensa en circunstancias dadas, es notorio que no se llegará a la inteli- gencia de toda la ciencia sociológica si no se conoce a fondo al hombre con todas sus facultades corporales y mentales. Considera el asunto bajo el punto de vista abstracto, y surgirá por, sí misma la siguiente conclusión: la sociedad se compone de individuos; todo lo que en ella se realiza es resultado de las acciones individuales combinadas; luego en la dirección de la acción individual es donde ha de encontrarse la solución de los fenómenos sociales. Pero como las acciones de los individuos se fundan en las leyes de su naturaleza, no es posible comprenderlas sin el conocimiento de estas leyes. Reducidas a su expresión más sencilla, estas leyes son corolarios forzosos de las que presiden a la vida del cuerpo y del espíritu en general. Por canté, la biología y la psicología son los intérpretes indispensables de la sociología. Para formular esta conclusión de una manera más simple todavía, diremos: todos los fenómenos sociales son fenómenos de la vida, y como las manifestaciones más complejas de la vida deben conformarse a las leyes de la misma, no es posible su inteligencia sin el conocimiento de estas leyes Así. Pues, cuanto se refiere a la dirección de la actividad humana en su cuarta división, depende necesariamente de la ciencia. De todo lo que se enseña comúnmente en los colegios v universidades , en pocas cosas halla el hombre auxilio para su conducta cómo ciudadano. Parte escasa tan sólo de la Historia, tal como se escribe, puede ofrecer para él utilidad práctica y nada le prepara en la educación que recibe a hacer de ella uso provechoso. Le faltan los elementos y hasta la idea misma de la sociología descriptiva. careciendo a la par de esas generaciones de las ciencias orgánicas sin las cuales la sociología misma de muy poco le serviría.

 

Llegamos ahora a la última división de la actividad humana , que abarca las distracciones, los entretenimientos para llenar nuestras horas de ocio. Después de haber examinado qué educación nos hace más aptos para velar por la conservación y mantenimiento de nuestra vida, para el cumplimiento de nuestros deberes paternales y para la dirección de nuestra conducta social y política, examinemos cuál es la que más nos conviene con relación a nuestros goces literarios – y - artísticos , bajo todas sus formas y a los que nos proporciona el espectáculo de la Naturaleza. Como hemos antepuesto todo lo que afecta más directamente al progreso humano y lo hemos juzgado todo según el criterium del valor práctico, tal vez se inferirá de aquí que desdeñamos estos objetos secundarios; pero sería gran error creerlo así; antes al contrario, concedemos verdadero valor a la cultura estética y a los placeres que proporciona. Sin la pintura, la escultura, la música, la poesía y las emociones producidas por las bellezas naturales de toda especie perdería ]a vida la mitad de sus encantos. Lejos de considerar la educación del gusto y los goces que proporciona como desprovistos de importancia, creemos que ambas cosas ocuparán en lo porvenir ,mucho mayor lugar qué en el presente en la vida del hombre. Cuando hayamos sometido por completo las fuerzas de la Naturaleza; cuando se hayan perfeccionado los medios de producción y economizado todo lo posible el trabajo físico del hombre; cuando la educación esté tan bien organizada que la preparación para las funciones más esenciales de la actividad humana pueda obtenerse en plazo relativamente corto; y cuando, por consecuencia, el hombre tenga mas tiempo libre a su disposición, entonces lo bello en el arte y en la Naturaleza ocupará con justo título un lugar importante en todos los espíritus. Pero no es lo mismo mentir a qué la cultura estética contribuya en gran escala a la felicidad humana, que admitir que sea fundamentalmente necesaria a esta felicidad. Por importante que pueda ser debe ceder el primer puesto a la cultura en las demás esferas que directamente se relacionan con los deberes diarios de la vida. Como ya hemos dicho, la literatura y las bellas artes solo pueden existir en virtud de las actividades que producen la vida social, y es evidente que lo tornado posible debe seguir a aquello que lo posibilita. Un hortelano cultiva una planta por su flor pero no desatiende las hojas ni las raíces, que son los agentes de la producción de la flor. Así, mientras ve en la flor el producto al cual todo debe estar subordinado, el jardinero sabe que las hojas y las raíces tienen por sí mismas mayor importancia, porque de ellas depende la evolución de la flor. Prodiga todos sus cuidados a la salud de la planta, y comprende que seria locura no cuidarla si quiere obtener la flor. Ocurre lo mismo en el caso que nos ocupa. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la poesía; todo esto puede ser considerado como la eflorescencia de la vida civilizada. Mas aún atribuyéndole valor tan superior que la vida civilizada que la produce deba estarle subordinada en un todo pretensión casi insostenible, será siempre forzoso admitir que su primera condición esencial es una civilización robusta, y que la educación que conduzca a este resultado debe ocupar el rango más importante. Aquí aparece más de relieve el vicio de nuestro sistema de educación. Se descuida la planta para sólo pensar en la flor; se olvida lo que sostiene la vida para no pensar más que en lo que le da elegancia. Mientras no se enseña nada de lo que interesa a la conservación personal; mientras sólo se proporcionan nociones elementales acerca de las cosas que permiten al hombre ganarse el sustento y que debe aprender más tarde acá y allá, como le sea posible; mientras no se nos inicia en el más insignificante estudio preparatorio al cumplimiento de los deberes paternales y en lo referente a los deberes de ciudadano , dándosenos por toda preparación el Conocimiento de una masa de hechos, muchos sin importancia y los otros sin sentido, en cambio se consagran todos los cuidados a la enseñanza de cosas que proporcionan a la vida refinamientos, brillo y exterioridad.

Aunque admitamos que el conocimiento de las lenguas modernas tenga su valor. porque facilita la lectura de los originales, la conversación con los extranjeros y la costumbre de viajar, no se sigue de ello que debe ser adquirido a expensas de otros conocimientos de más vital interés. Aun suponiendo exacto que con la educación clásica se alcance un estilo elegante y correcto, no cabe sostener que la elegancia y la corrección del estilo sean tan útiles como la posesión de los principios con cuyo auxilio, educaríamos convenientemente a nuestros hijos. Concedemos que la lectura de los poetas antiguos, de aquellos que han escrito en las lenguas muertas. contribuye a formar el gusto; ¿mas se deducirá de esto que el perfeccionamiento del gusto compensa la ignorancia de las leyes de la higiene? Los talentos, las bellas artes, las letras, todo lo que constituye. como ya hemos dicho, la eflorescencia de la civilización, debe subordinarse a la instrucción, a la disciplina en que la civilización se basa. siendo su destino, en la educación lo mismo que en la vida. llenar los momentos de ocio.

Ya que hemos determinado el rango de la estética y afirmado que si su cultivo debe formar parte de la educación ha de ser con el carácter de subsidiario, vayamos a inquirir cuáles son los conocimientos que conducen derechamente a este fin y tienen más relaciones con esta esfera de la actividad. Por inesperada que parezca la afirmación, no es menos exacto que el arte más elevado se funda. en todas sus ramas, en el conocimiento científico; que sin la ciencia no hay pro- ducciones perfectas ni apreciación completa de las mismas. Posible es que artistas de gran renombre hayan carecido de cultura científica en el sentido limitado que ciertas gentes dan a esta palabra; pero a fuer de atentos observadores, poseían seguramente cierta suma de esas generalizaciones empíricas que constituyen los rudimentos de la ciencia, y si de ordinario no se elevaron al nivel de la perfección artística, búsquese la causa en que sus generalizaciones no eran bastante exactas y numerosas. A priori se demuestra que la ciencia está oculta bajo el arte, con sólo recordar que las producciones artísticas son en mayor o menor escala representación de fenómenos objetivos o subjetivos cuya representación no puede ser buena, sino en la medida en que se ajusta a las leyes de estos fenómenos, y para acomodarse a estas leyes es menester que el artista las conozca. No tardaremos en ver que esta conclusión apriori es comprobada por la experiencia.

 

Los jóvenes que se dedican al estudio de la estatuaria necesitan conocer los huesos y los músculos del cuerpo humano, saber cómo están dispuestos y cuáles son sus ligamentos y funciones. Corresponden estos conocimientos a la ciencia, y su adquisición se ha juzgado indispensable para prevenir los errores en que incurren los escultores que no los poseen. Es preciso que se instruyan también en los principios de la mecánica, y porque en general los ignoran, incurren con frecuencia en faltas imperdonables bajo este punto de vista.

He aquí un ejemplo: para que una estatua se tenga en pie, es menester que la línea vertical que pasa por el centro de gravedad, la línea recta, como se dice, repose sobre el punto de apoyo, de lo cual resulta que cuando el hombre coma la actitud llamada de reposo, actitud en que una de las dos piernas está rígida y la otra no, la línea de dirección cae en medio del pie de la pierna rígida.

 

Ahora bien, los escultores que no están familiarizados con la teoría del equilibrio representan frecuentemente esta actitud de suerte tal, que la línea de dirección cae entre ambos pies. La ignorancia de las leyes del movimiento ambulatorio origina errores del mismo género, como lo atestigua la admirada estatua del Discóbolo, la cual, en la posición que tiene, caería inevi- tablemente hacia adelante si el disco no la sostuviese En la pintura es todavía más evidente la necesidad de conocimientos científicos, si no racionales, empíricos por lo menos. De dónde procede que las pinturas chinas sean tan grotescas, sino de que los chinos ignoran las leyes de la verosimilitud y de que es absurda su perspectiva lineal y nula el área . Por qué son tan defectuosos los dibujos de los niños, sino a causa de la falta de verdad, falta que proviene de su ignorancia de la manera como cl aspecto de los objetos varía según las distintas condiciones en que se presentan a nuestra vista. Recordaran sólo los libros y las conferencias con que se instruye a los discípulos, considerad la crítica de Ruskin y las obras de los prerrafaelistas y veréis que el progreso en el arte de la pintura implica el conocimiento creciente del modo como se producen los efectos en la Naturaleza. La observación más asidua, si no es auxiliada por la ciencia, no preservará a los pintores del error. Todo pintor comprenderá que si no conociese de antemano cómo debe cambiar el aspecto de los objetos en condiciones dadas, no le seria posible su reproducción. y saber que las cosas deben revestir cierto aspecto, es conocer, en cierto modo, la ciencia de las apariencias. Por falta de ciencia, Mr. S. Lewis, no obstante ser un pintor concienzudo, proyecta la sombra de una persiana en líneas firmes y marcadas sobre la pared de enfrente, cosa que no hubiera hecho a estar familiarizado ton la teoría de 1~ penumbra. Por falta de ciencia, Mr. Rossetti, habiendo observado una iridiscencia particular causada por algunas superficies cabelludas baje la influencia de los rayos , luminosos ( iridiscencia que reconocía por causa la difracción de la luz al pasar por entre los cabellos), incurre en el error de representar este fenómeno en superficies y circunstancias en que no puede producirse.

 

Aun será mayor la sorpresa con que se nos oirá decir que la música necesita el desarrollo de la ciencia, No obstante, puede probarse que la música es simplemente la expresión idealizada, y que, por tanto. será buena o mala según se ajuste o no a las leyes de la expresión natural. Las diversas inflexiones de la voz humana expresando los distintos sentimientos del hombre y sus grados de intensidad son el origen de la música, y puede demostrarse que estas inflexiones y estas cadencias no son producto de la casualidad, sino que están determinadas por ciertas leyes generales que presiden a los actos virajes, a lo que se debe su propiedad de expresión Síguese de lo dicho que las frases musicales y las melodías compuestas sobre la base que estas frases ofrecen no pueden producir efecto, sino cuando están en concordancia, con aquellas leyes generales. Difícil es presentar aquí ejemplos en apoyo de nuestra opinión; pero quizás baste señalar esa multitud de baladas que invaden nuestros sajones, para citar una muestra de las composiciones que la ciencia no toleraría. Esos cantos pecan contra la ciencia, porque revisten con ja forma de la música ideas que no son suficientemente bellas para engendrar la expresión musical; pecan también contra la ciencia, porque sus frases musicales no tienen relaciones naturales con las ideas expresadas, aun que estas ideas fuesen bellas; en resumen, son malas porque no son verdaderas, y decir que no son verdaderas es afirmar que no son científicas. Lo propio sucede en poesía. Como la música, la poesía tiene su origen en esos modos naturales de expresión que acompañan a los sentimientos profundos. Su ritmo, sus atrevidos y numerosos tropos. sus hipérboles, sus inversiones violentas, todo esto es sólo la exageración de las formas naturales de un lenguaje apasionado. Por consiguiente, para ser buena la poesía, debe respetar las leyes de la acción nerviosa a que obedece el discurso apasionado, dando a las diferentes partes del discurso distintos grados de intensidad; debe respetar la ley de proporción, moderando la expresión poética cuando los sentimientos son menos intensos, empleándola más libremente cuando la emoción crezca y desplegándola por completo cuando ésta llegue a su colmo. Si no obedece a estas leyes, degenera en ampulosa y es artificio puro Obsérvese que en la poesía didáctica no son lo bastante respetadas dichas leyes, y porque rara vez lo son en absoluto hay tantas poesías contrarias al espíritu del arte.

 

No sólo es imposible que el artista produzca una obra verdadera sin conocer las leyes de los fenómenos que quiere representar, sino que también es menester que comprenda la impresión que causará su obra en el espíritu del espectador o del auditorio, y esta es una cuestión psicológica. La impresión producida por una obra de arte depende evidentemente de la manera de pensar y sentir de aquellos a quienes se presenta y como en la manera de pensar y sentir de todos existen ciertos caracteres comunes, existen también cienos principios generales que deben servir de norma a toda obra de arte. Esta regla sólo puede ser comprendida y aplicada cuando el artista conoce su relación con las leyes del espíritu humano. Preguntar si es buena la composición de un cuadro, es, en rigor, preguntar qué efecto producirá en la inteligencia y sentimiento de los espectadores; preguntar si el pensamiento de un drama está bien desarrollado, equivale a preguntar si las situaciones se hallan convenientemente dispuestas para fijar la atención del auditorio y no abusar de ningún género de sentimientos, Por igual manera, en la distribución de las principales partes de un poema, en la combinación de las palabras de una simple frase, el éxito depende de la habilidad con que impresionamos la energía mental y la sensibilidad del Iector.

 

Los artistas, en el curso de su educación y de su vida, acaban de acumular en su espíritu cierto número de máximas que les guían en la ejecución de sus obras. Si nos remontamos a la fuente de estas máximas, la encontraremos movitablemente en las leyes psicológicas. Sólo conociendo estas leyes y sus consecuencias, producirán los artistas obras en perfecta armonía con ellas. No creemos, en verdad, que la- ciencia haga artistas. Cuando decimos que éstos deben comprender las grandes leyes de los fenómenos objetivos y subjetivos no pretendemos que con el conocimiento de estas leyes se supla la falta de percepciones naturales. Se nace artista como se nace poeta, y la educación no crea ni al uno ni al otro. Lo que afirmamos es que las facultades innatas no dispensan al artista de apoyarse en la - ciencia organizada. La intuición es mucho, pero no lo es todo. Sólo cuando el genio va aliado con la ciencia alcanza la plenitud de su fuerza. Como ya hemos dicho, la ciencia es necesaria para producir, y además para apreciar las obras de arte. ¿Por qué el hombre adulto es más capaz que el niño de apreciar las bellezas de un cuadro? ¿No es porque conoce mejor las escenas de la Naturaleza o de la vida que el cuadro representa? ¿Por qué el gentleman encuentra más placer que el campesino en la lectura de un hermoso poema? ¿No es porque su conocimiento más completo de las cosas y de los hombres le permite ver en él lo que el otro no ve? Ahora bien; si, como es claro en estos casos, debemos estar en algún modo familiarizados con las cosas representadas para ser capaces de gozar con su representación, de igual suerte no es posible apreciar la representación por completo si las cosas representadas no nos son también completamente conocidas. El hecho es que toda verdad adicional" expresada por una obra de arte proporciona un goce adicional también al espíritu que la contempla, goce de que carece el que no conoce esta verdad. Cuanto mayor número de realidad expresa un artista en su obra, mayor número de facultades pone en juego, más ideas sugiere y mayor placer produce. Pero para experimentar este , placer, le es forzoso al espectador, al agente, al lector, el conocimiento de las realidades que el artista indica, y conocer estas realidades es poseer esa gran cosa: la ciencia.

 

Y ahora no echemos en olvido otro hecho culminante, a saber; que la ciencia, además de ser la base de la escultura, de la pintura, de la música, de la poesía, es poesía por sí misma. La opinión común de que la ciencia y la poesía se rechazan procede de una ilusión. Es sin duda cierto que, como estados de conciencia, el conocimiento y la emoción se excluyen mutuamente. Sin duda es cierto también que la tensión extrema de la reflexión tiende a amortiguar los sentimientos, lo propio que la violencia extrema de los sentimientos tiende a oscurecerla reflexión; y en tal sentido sería exacto decir que ambas direcciones de la actividad se ejercen cada una a expensas de la otra. Pero lo que no es cierto es que los hechos científicos estén en sí mismos desprovistos de poesía, o que la cultura científica nos incapacite para el ejercicio de la imaginación y el amor a lo bello. Antes al contrario, la ciencia abre al sabio vastos horizontes de poesía allí donde el ignorante nada ve. Los hombres absorbidos en investigaciones científicas nos muestran a cada momento que sienten, no sólo tan vivamente corno los otros, sino aún más vivamente, la poesía de su objeto. Cualquiera que hojee las obras de geología de Hugh Miller o lea los Estudios de las costas marítimas , de Mr. Lewis , verá que la ciencia aviva el sentimiento poético en vez de extinguirlo, y los que conocen la vida de Goethe saben que el poeta y el sabio pueden coexistir con igual plenitud en el mismo individuo. ¿No es absurdo, sacrílego, creer que cuando menos se estudia la. Naturaleza mas se la reverenda? ¿Se puede imaginar que una gota de agua, que para el vulgo es sólo una gota de agua, pierde algo a los ojos del físico por saber éste que si la fuerza que reúne los elementos de que aquélla se compone quedase súbitamente en libertad se produciría un relámpago ? ¿Cabe pensar que lo que parece al espectador no iniciado un simple copé de nieve no despierta ideas más elevadas en el que examina con el auxilio del microscopio las formas maravillosamente variadas y tan elegantes de sus cristales? ¿Se puede creer que esa roca redondeada; surcada de estrías paralelas, evoca tanta poesía en el espíritu del ignorante como en el del geólogo, que sabe que un alud de hielo se deslizó sobre ella hace un millón de años? La verdad es que aquellos que- no han penetrado nunca en los dominios de la ciencia son ciegos ante la gran poesía que les rodea. Quien en su juventud no ha coleccionado insectos ni plantas, desconoce el interés que inspira un seto o una pradera.. Quien no ha desenterrado fósiles, no sabe cuántas ideas poéticas despiertan los lugares en que se hallan ocultos esos tesoros científicos. Quien en sus paseos por la orilla del mar no ha ido provisto de un microscopio y un aquarium , no conoce las delicias de las costas marítimas. ¡Triste es; en verdad4 ver cómo los hombres se ocupan en trivialidades y permanecen indiferentes ante los más admirables fenómenos; cómo se desdeñan de conocer la arquitectura de los cielos, mientras malgastan el tiempo en despreciables controversias acerca dejas intrigas amorosas de María, reina de Escocia; cómo se aplican a criticar sabiamente una oda griega, y pasan sin notarlo ante ese gran poema épico que ha escrito el dedo de Dios en las capas de la tierra!

Vemos , pues, que la cultura científica constituye una preparación necesaria en la última división de la actividad humana. lo mismo que en las anteriores; vemos que la estética general se funda forzosamente en leyes científicas. y que lo bello absoluto será inaccesible para nosotros si no conocemos estas leyes; vemos que para la critica y exacta apreciación de las obras de arte se requiere el conocimiento de la naturaleza de las cosas; en otros términos: se necesita de la ayuda de la ciencia; vemos finalmente, que la ciencia es. no sólo indispensable auxiliar del arte y de la poesía bajo todas sus , formas, sino que también puede ser considerada, con harta razón, eminentemente poética.

 

Hasta ahora nos hemos preguntado la utilidad que tienen este o el otro género de conocimientos para servirnos de guía en la vida; réstanos examinar el valor relativo de cada uno de estos diferentes géneros de conocimientos bajo el punto de vista de la disciplina. Nos vemos forzados a tratar con relativa brevedad esta parte de nuestro objeto, parte que. por fortuna. no exige un desarrollo muy extenso.

Al demostrar qué conocimientos son preferibles para nuestro gobierno, hemos demostrado cuáles son los mejores pata nuestra disciplina. Podemos estar ciertos de que el conocimiento de la clase de hechos cuya posesión nos es más útil como regla de conducta supone el ejercicio mental más adecuado para fortalecer nuestras facultades. Sería completamente contrario a la magnífica armonía de la Naturaleza que tuviésemos necesidad de cierta clase de cultura tomo instrucción, y de la cultura diferente como gimnastica mental. Vemos por todas partes, en la creación que la fa- cultades se desarrollan por el cumplimiento mismo de los fines para cuya realización existen, y no son artificiales ejercicios, imaginados con propósitos de adaptarlas a esos fines. Los pieles rojas adquieren en la carrera la ligereza y agilidad que los convierte en excelentes cazadores de los animales que persiguen, y gracias a los diversos ejercicios que ocupan su vida, logran a poseer una energía física superior a la que la gimnástica les hubiese dado. Su destreza en tender lazos a su enemigo o a su presa indica una finura de percepción imposible de adquirir por la educación artificial, Lo mismo ocurre al hombre en todas las circunstancias y en todas las profesiones. El indio cuya vista, acostumbrada a percibir de lejos los seres que deben perseguir o de que necesita huir, adquiere la potencia del telescopio, de igual manera que el tenedor de libros, a quien una práctica constante permite sumar simultáneamente varias columnas de cifras, debe el desarrollo extraordinario de sus facultades especiales al ejercicio continuo de las mismas. Podemos asegurar a priori, que esta ley se aplica a todos los ramos de la educación, y dejar sentado que la educación más útil bajo el punto de vista de la dirección es también la más útil bajo el punto de vista de la disciplina. Veamos la prueba;

 

Una de las ventajas invocadas para justificar la preeminente importancia concedida en nuestro sistema de enseñanza al estudio de las lenguas, es que con él se desenvuelve la memoria. Se supone que esta ventaja pertenece exclusivamente al estudio de las palabras, cuando es lo cierto que las ciencias proporcionan campo de ejercicio mucho más vasto a nuestra memoria. No es tarea fácil acordarse de todos los nombres relativos a nuestro sistema solar ; no lo es retener todo lo referente a la vía Láctea. Tan grande es el número de los cuerpos compuestos, que aumenta de día en día con los descubrimientos de la química, que, a excepción de los profesores, a pocas personas les sería dable enumerarlos y recordar la constitución atómica y las afinidades de todos esos cuerpos compuestos; apenas es permitido a aquellos que convierten la química en exclusiva ocupación de su vida. En la enorme masa de fenómenos que ofrece la corteza terrestre ven la más enorme aún de los fósiles que encierra, hay materia suficiente de trabajo durante años para la memoria del geólogo. Cada parte principal de la física, la acústica, el calor, la luz, la electricidad, contiene hechos en número suficiente para asustar al que se propusiera aprenderlos todos.

 

Pero mucho mayor todavía es el esfuerzo de nuestra memoria en las ciencias orgánicas. Sólo en la anatomía del cuerpo humano es tal el número de detalles, que el discípulo necesita generalmente aprenderlos por quinta y sexta vez antes de poder recordarlos con alguna seguridad. A trescientas veinte mil se acercan las especies de plantas que distinguen los botánicos, y las formas de la vida animal conocidas por los zoólogos se elevan a la cifra de dos millones. La acumulación de hechos que se presenta a la atención de los sabios es tan importante, que sólo dividiendo y subdividiendo el trabajo les es posible estudiarlos. Al conocimiento detallado de los hechos referentes a la rama especial de la ciencia a que se dedica, cada sabio une conocimientos generales en las demás ramas que con ella se relacionan, y quizás los elementales en algunas otras. Es, pues, evidente que la ciencia, aunque no se cultive en toda su extensión., proporciona ejercicio suficiente a la memoria, siendo, por lo menos, disciplina tan buena para esta facultad como lo puede Ser el estudio de las lenguas. Considérese ahora que si tan útil es la ciencia como ejercicio de la memoria, si no más que las lenguas, es infinitamente superior a ellas por el género de memoria que cultiva. En el estudio de una lengua, la serie de ideas de que el espíritu se penetra corresponde a hechos en su mayor parte accidentales, mas en el estudio de las ciencias, las series de ideas en que se ocupa la memoria corresponden a hechos necesarios. Verdad es que la relación de las palabras con su significado es, en cierto sentido natural; que hay posibilidad de remontarse al conocimiento de algunas relaciones originales, aunque rara vez a su origen mismo, y que las leyes de esta génesis forman una rama en la ciencia del espíritu humano, que se llama filología; pero como no se pretenderá seguramente que en la enseñanza de las lenguas, tal como de ordinario se practica, se indiquen habitualmente, explicándose sus leyes, esas relaciones naturales entre las palabras y su significado, forzoso es admitir que se presentan y perciben como puramente fortuitas. Por el contrarío, en el estudio de las ciencias, las relaciones que se ofrecen al espíritu son relaciones de causalidad, y bien enseñadas ,el discípulo las comprende como tales. Mientras que el estudio de las lenguas familiariza, pues. al espíritu con relaciones irracionales, el estudio de las ciencias le familiariza con relaciones racionales' mientras. que el uno no ejercita más que la memoria, el otro ejercitaba a par la memoria vía inteligencia.

 

Considérese. después de esto, que una de las grandes superioridades de la ciencia sobre las lenguas, como medio de disciplina intelectual, es que desarrolla el juicio. Según ha hecho observar con sobrada razón el profesor Faraday en una conferencia acerca de la educación mental dada en cl Instituto Real, el defecto más común en los hombres es la insuficiencia del juicio. La sociedad en general -dice- ignora todo lo que concierne a la educación del juicio, y es lo peor que también ignora su ignorancia. Y la causa que asigna a tal estado de cosas es la falta de cultura científica. Su conclusión encierra innegable verdad. No es posible formar juicio exacto de las cosas, de los acontecimientos v de sus consecuencias sin conocer las relaciones que existen entre los fenómenos que nos rodean. El conocimiento del significado de las palabras. por amplio que sea, no nos llevará nunca a inferir de las causas los efectos. Sólo mediante el auxilio de la ciencia nos es dado ponernos en condiciones de deducir conclusiones de los datos primordiales y de comprobar enseguida estas conclusiones a la luz de la observación y la experiencia. Y esta es una de las inmensas ventajas del científico.

 

La ciencia que constituye el mejor instrumento de disciplina intelectual , lo es así mismo disciplina moral. El estudio de las lenguas tiende a aumentar el indebido respeto a la autoridad. Tal palabra significa esto, dice el maestro o el diccionario ; esta es la regla para tal o cual caso , añade la gramática : órdenes que el discípulo acepta como superiores a toda discusión. El estado constante de su espíritu es el de la más completa sumisión a la enseñanza dogmática.. y el resultado de semejante hábito la predisposición a aceptar sin examen todo lo que encuentre establecido. Muy otro es el carácter que imprime al espíritu el estudio de la ciencia. A cada paso. invoca la ciencia el testimonio de la razón individual Las. verdades no son aceptadas bajo la fe del maestro; todos pueden si quieren, experimentarlas y en muchos casos se invita al discípulo a que deduzca las conclusiones por sí mismo. Sometense a su juicio todos los procedimientos seguidos en las investigaciones científicas. No se le impone que acepte lo que no se le demuestre, y la confianza en las propias fuerzas que de este modo se despierta en él se acrecienta con la uniformidad con que la. Naturaleza justifica sus inducciones siempre que las ha buscado oportunamente. Proviene de aquí ésa independencia de juicio, que es uno de los elementos más preciosos del carácter. No es esta la única ventaja moral que nos lega la educación científica. Cuando se ha procedido en ella, como debería hacerse siempre, bajo la forra de investigaciones personales en el mayor número de casos posibles, desarrolla la perseverancia y la sinceridad. Como dice el profesor Tyndall a propósito de la investigación inductiva es menester poner a ella. con el convencimiento de la necesidad de un trabajo paciente un humilde y serio asentimiento a todo lo que la Naturaleza nos revele. La primera condición para el buen éxito consiste en la leal voluntad de aceptar la verdad, abandonando toda idea preconcebida, por cariño. que nos inspire, que resulte estar en contradicción con ella. Creedme: se realizan nobles v numerosos actos de abnegación y sacrificio a espaldas del mundo. en el corazón de un verdadero adepto de la ciencia. cuando en el secreto de su laboratorio persigue el curso de sus experiencias.

 

En fin, debemos decir y la aserción producirá sin duda extrema sorpresa que la disciplina de la ciencia es superiora la de la educación ordinaria, hasta bajo el punto de vista de la cultura religiosa del espíritu humano. No es necesario advertir que no empleamos las palabras ciencia y religión en la acepción limitada que comúnmente se les da. sino en su sentido más amplio y elevado. La ciencia es, sin duda, hostil a las supersticiones que han corrido en el mundo bajo el nombre de religión; pero no loes a la religión esencial que esas supersticiones ocultan a nuestros ojos. Sin duda también, una parte de nuestra ciencia corriente está impregnada de cierro espíritu irreligioso; pero tal espíritu no existe en la verdadera ciencia, en la que penetra en el fondo de las cosas. La verdadera ciencia y la verdadera religión ha dicho el profesor Huxley, terminando una serie de conferencias son dos hermanas gemelas, a quienes no se puede separar sin ocasionar la muerte de una o de otra. La ciencia se eleva a medida que es religiosa; la religión florece a proporción que extiende sus raíces en las profundidades de la ciencia; las grandes obras realizadas por los filósofos han sido fruto menos de su inteligencia que resultado de la dirección impuesta a la misma por un espíritu eminentemente religioso. La verdad se ha revelado, más bien que a su genio , a su paciencia, a su amor, a su sencillez, a su abnegación.

 

Lejos de ser la ciencia irreligiosa, como muchos creen, hay, por el contrario, lo irreligioso en el abandono de la ciencia: la irreligiosidad está en el hecho de negarse a estudiar las maravillas de ja creación, Veámoslo en un sencillo ejemplo. Supongamos que se celebra de continuo y en frases pomposas el mérito de un escritor; supongamos que el objeto de las alabanzas que se le dirigen se hace consistir en la sabiduría, grandiosidad y belleza de sus obras; supongamos que los que así las elogian sin' cesar no las hayan visto mas que por el forro, no las hayan Ieído nunca, no hayan tratado jamás de comprenderlas ¿Que valor pueden tener para el escritor esos elogios? ¿Qué puede pensar de la sinceridad de aquellos que sé los tributan? Y no obstante, si es lícito comparar las cosas pequeñas a las grandes, así es como generalmente procede la humanidad para con el universo y su causa. Decimos mal; se conduce mucho peor. El hombre no se contenta con pasar indiferentemente al lado de los fenómenos que proclama como maravillosos, sino que condena a aquellos mismos que se entregan a la observación de la Naturaleza, acusándoles de entretenerse con bagatelas, desprecia a los que manifiestan un interés activo hacia tantas maravillas.

 

Repetimos que lo irreligioso no es la ciencia, sino la indiferencia científica. La devoción a la ciencia es un culto tácito, es el reconocimiento implícito del valor de las cosas que se estudian, y por consecuencia, de su causa. No es un homenaje que se presta simplemente con los labios, no es un fingido respeto, es respeto probado por sacrificios del tiempo, del pensamiento y del trabajo. Otro aspecto hay en la cuestión, bajo el cual la verdadera ciencia es esencialmente religiosa. Este aspecto consiste en que la ciencia inspira respeto profundo hacia esa uniformidad de acción que se revela en todas las cosas y una fe implícita en la misma. Por la acumulación de sus experien- cias, adquiere el sabio una creencia absoluta en las relaciones inmutables de los fenómenos, en las leyes de causalidad. en la necesidad de resultados buenos o malos. En vez de las recompensas y de los castigos de que hablan los símbolos tradicionales y que los hombres esperan vagamente obtener o evitar a despecho de su desobediencia, el sabio descubre que hay recompensas y castigos que se derivan de la constitución ordenada de las cosas, y que la deso- bediencia lleva inevitablemente aparejados resultados funestos. Descubre que las leyes a que debemos someternos son , a la par, benéficas e inexorables, ve que ajustándonos a ellas la marcha de las cosas tiende siempre hacia un grado mayor de perfección y de bienestar: innecesariamente en la observación de estas leyes y se indigna cuando se las infringe . Por esta razón al afirmar los eternos principios de las cosa y la necesidad de representarlas se muestra esencialmente religioso agréguese a estas consideraciones otra fase religiosa de la ciencia: la de que sí lo mediante ella nos es dado concebir con exactitud lo que somos y cuáles son nuestras relaciones con los misterios del ser. En efecto al propio tiempo que nos manifiesta todo lo que se puede saber, la ciencia marca los límites más allá dé los cuales es imposible saber nada. Nos muestra esta imposibilidad haciéndonos tocar en todos sentidos infranqueables límites; nos hace sentir la cortedad de la inteligencia humana en presencia de aquello que la supera, como ninguna otra cosa puede hacérnosla sentir. Mientras que su actitud es altiva respecto de las tradiciones y autoridades humanas, manifíestase humilde ante el impenetrable velo que le oculta lo Absoluto. Su altivez y su humildad son igualmente justas. El sabio sincero, y con este nombre no designamos al que exclusivamente se ocupa en calcular distancias, analizar compuestos o numerar especies, sino al que a través de las verdades de orden menor persigue verdades más elevadas y tal. vez la verdad suprema, el verdadero sabio, repetimos, es el único hombre que sabe cómo por encima no sólo del conocimiento humano. sino que de toda concepción humana, está el Poder Universal, del que son simples manifestaciones la Naturaleza, la Vida, el Pensamiento.

 

Terminemos, pues, repitiendo que la ciencia tiene capital valor para la disciplina del hombre, lo propio qué para su dirección. Es preferible, bajo todos los conceptos y puntos de vista, aprender el sentido de las cosas, a conocer el sentido de las palabras. Como educación intelectual, moral y religiosa. El estudio de los fenómenos que nos rodean es inmensamente superior al estudio de las gramáticas y tratados lexicológicos.

Por tanto, a la pregunta que nos ha servido de punto de partida ¿qué saber es más útil? la respuesta unánime es la ciencia. Este es el veredicto pronunciado en todos los casos expuestos. Por lo que respecta a la conservación personal, al mantenimiento de la vida y de la salud, los conocimientos cuya posesión entraña más importancia son los científicos. Si se trata de proveer indirectamente a dicha conservación personal librando la subsistencia en el trabajo, los conocimientos científicos son también los más importantes para ello En el cumplimiento de las funciones paternales, Se nos presenta como gula indispensable la ciencia. Para la inteligencia de la vida nacional, histórica y Presente, inteligencia sin la cual el ciudadano no puede dirigir su con- ducta, la clave indispensable es la ciencia. Ocurre lo mismo respecto a la producción y a los goces; artísticos bajo todos sus aspectos: en una ven otros la ciencia constituye la preparación. Igualmente, para la disciplina intelectual, moral y religiosa, el estudio más eficaz es la ciencia. La cuestión, que en un principio se presentaba erizada de dificultades, ha llegado a ser en el curso de nuestro examen relativamente sencilla. No es necesario evaluar los diferentes grados de importancia de las distintas direcciones de la actividad humana, puesto que vernos que el estudio de la ciencia, en el más amplio sentido de la palabra, es la mejor preparación para todas ellas.

 

No tenemos que elegir, entre los derechos que se arrogan sobre nosotros, estudios a los que se atribuye convencionalmente extraordinario valor, y los de otros estudios cuyo valor, aunque intrínseco, es menor para muchos, pues vemos que los estudios más útiles en cada caso son también los que mayor valor intrínseco tienen, valor que no depende de la opinión., sino que es invariable, como lo son las relaciones del hombre con el mundo que le rodea. Necesaria y eterna, lo propio que las verdades por ella proclamadas, la ciencia interesa a toda la humanidad en todos los tiempos. En el porvenir más remoto, como hoy, será de importancia inmensa para los hombres el poseer la ciencia de la vida física, intelectual, social y todas las demás ciencias, como una clave de la ciencia de la vida.

Y sin embargo, este estudio, que tanto aventaja a los demás en importancia, es el que menos se atiende en un siglo de pretendida cultura. Lo que llamamos civilización nunca hubiera podido producirse sin el auxilio de la ciencia, a pesar de lo cual ésta apenas forma parte apreciable en nuestra culta educación. Aunque seamos deudores a la ciencia de que millones de hombres puedan vivir hoy en un espacio de terreno que , antes con dificultad suministraba la nutrición necesaria para algunos millares, apenas hay entre estos millones quien tribute algún respeto a la causa eficiente de su existencia en la tierra. El progresivo conocimiento de las propiedades y de las relaciones de las sustancias ha permitido a tribus errantes convertirse en naciones populosas y gozar además de placeres y comodidades que sus abuelos, desnudos, casi aislados, no hubieran podido imaginar. ¡ Y esa ciencia se admite con pena y despecho en nuestros establecimientos de instrucción superior!

 

Al lento descubrimiento de la coexistencia de los fenómenos y de su encadenamiento debemos el habernos emancipado de las más groseras supersticiones; sin la ciencia seguiríamos siendo fetichistas o inmolaríamos numerosas víctimas para que nos fuesen propicias las divinidades infer- nales, y esto no obstante, esa ciencia que, en vez de concepciones degradantes, descubre a nuestros ojos algunas de las grandezas de la creación, esa ciencia se ve denigrada en nuestros libros de teología y en ocasiones anatematizada desde lo alto de la cátedra.

Parafraseando cierta fábula oriental, diremos que en familia de los estudios la ciencia es la Cenicienta que oculta en la oscuridad perfecciones ignoradas. Le ha sido dado hacer todo el trabajo de la casa. Gracias a su habilidad, abnegación e inteligencia, se han obtenido todas las comodidades y placeres de la vida, y mientras se ocupa incesantemente en servir a los demás, se la aisla a fin de que sus orgullosas hermanas puedan ostentar sus oropeles a los ojos del mundo. Posible sería llevar más lejos el paralelo, porque se apresura el desenlace, y con él el cambio de situaciones. Las hermanas orgullosas caerán en merecido abandono, y la ciencia, proclamada la mejor y más bella, reinará como soberana.

 

CAPITULO II

DE LA EDUCACIÓN INTELECTUAL

Los antiguos y los nuevos sistemas

Progresos verificados en la educación intelectual.

Principio fundamental de la educación intelectual

Sistema de Pestalozzi

leyes de la educación intelectual

Educación en la infancia

Lecciones de cosas

Enseñanza del dibujo

Enseñanza de la geometría

Ventajas de la buena educación intelectual.

 

Existen necesariamente estrechas relaciones entre los sistemas sucesivos de educación y los estados sociales con que han coexistido. Como las instituciones de cada época tienen sus raíces en el espíritu nacional, en todas ellas, cualquiera que sea su origen, se presenta como un cierto tire de familia . Cuando los hombres recibían su credo completo y acabado y su interpretación por conducto de una autoridad infalible que se desdeñaba de darles explicación alguna, natural era que la enseñanza fuese puramente dogmática. La máxima - de la escuela era entonces la misma que la de la Iglesia: Creed y no preguntéis. Por el contrario, hoy que el protestantismo ha conquistado para el hombre el derecho del libre examen , haciendo prevalecer el hábito de apelar a la razón, es su consecuencia que la instrucción de la juventud revista la forma de una exposición ofrecida a su inteligencia. Cuando imperaba el despotismo político, duro en sus órdenes, que castigaba el delito más insignificante con la muerte, implacable en su venganza para con los rebeldes; se desenvolvió simultáneamente una disciplina académica, dura como él, que multiplicaba los castigos y prodigaba los golpes por la menor infracción de sus reglas; una disciplina autocrática mantenida por el palo, la férula y el calabozo. El acrecentamiento de la libertad política, la dulcificación de las leyes criminales, han ido acompañados de un progreso de la misma índole hacia una educación menos coercitiva. El discípulo se ve ya menos cohibido por prohibiciones de toda especie; se emplean para dirigirle otros medios, mejor que los castigos. En los tiempos del ascetismo, en que los hombres, en conformidad con la ley del amor a los sufrimientos, creían que cuanto más se abstuviesen de los goces más se aproximaban a la perfección, debiase necesariamente considerar como la mejor de las educaciones la qué contrariase más completamente todas las inclinaciones de los niños y reprimiese toda actividad espontánea de su parte con estas palabras estereotipadas.' No debéis hacer esto. Por el contrario, hoy que se considera la felicidad como un fin político; hoy que se trata de disminuir las horas de trabajo y de procurar al pueblo recreos agradables, padres y maestros empiezan a ver que pueden satisfacerse sin inconveniente la mayor parte de los deseos de los niños, que deben estimularse los juegos de la infancia y que las tendencias naturales. de un espíritu naciente no son tan diabólicas como se suponía.

 

El siglo en que se creía que toda industria debía vivir a la sombra de un régimen de protección y prohibición que era necesario regular la calidad y el precio de las primeras materias y de los productos manufacturados y que el curso del dinero debía ser objeto de una ley, un siglo semejante, por fuerza había de prohijar la idea de que el espíritu de un niño debe ser artificialmente dirigido y de que su energía le es comunicada por el maestro, siendo como un receptáculo de las nociones que. en él se depositan y con las cuales es posible construir arbitrariamente el edificio que nos propongamos. Empezamos comprender hoy que las cosas llevan ensimismas su regla y su ley; que el trabajo, el comercio, la agricultura, la navegación, mejor subsisten sin reglamentación que reglamentados; que los gobiernos políticos, para tener eficacia, deben surgir de las entrañas de la sociedad y no ser caprichosamente impuestos a los pueblos; por esta razón comprendemos también- que la evolución mental sigue naturalmente cierta marcha, siendo semillero de grandes perjuicios los obstáculos que se le oponen. Estarnos convencidos hoy de que no nos es posible plegar un espíritu que se desarrolla a nuestras formas artificiales, habiendo descubierto aquí también Ia psicología una ley de correlación entre la oferta y la demanda, a cuya ley debemos conformarnos, si no queremos producir el mal. En su dogmatismo absoluto, en su rígida disciplina, en sus múltiples prohibiciones, en su ascetismo declarado, en su fe con los oráculos humanos, el antiguo sistema de educación era hermano del sistema social contemporáneo suyo; por el contrario, en sus caracteres completamente opuestos, nuestro sistema moderno de educación corresponde a instituciones más liberales en materias religiosas y políticas. Pero hay otro paralelismo de que no hemos hablado aún:

 

El que existe entre la manera cómo esos cambios se han operado y los diferentes estados a que han conducido a la opinión. Mace algunos siglos, existía en el mundo uniformidad de creencias acerca de la religión, la política y la educación. Todos eran romanistas, monárquicos aristotélicos; nadie pensaba en someter a examen la rutina de colegio en que todos se habían educado. La misma causa ha destruido en religión, en política, en educación, esa uniformidad de opinión sustituyéndola con una diversidad de pareceres mayor de día en día. Esta tendencia a afirmar la individualidad que después de haber contribuido a producir el gran movimiento protestante ha engendrado numerosas sectas que sin cesar aumentaran; esta tendencia que ha dado origen a los partidos políticos y a que del seno dé los dos campos que dividían antes a los hombres salgan todos los días nuevas sectas políticas; esta tendencia que creó la rebelión baconiana contra la escuela, siendo el punto de arranque de todos los sistemas filosóficos que después se han sucedido en Inglaterra y en otras partes, esta tendencia es la misma que ha dividido a los hombres y multiplicado los métodos en materia de educación. La decadencia de la autoridad papal, filosófica, real o pedagógica es esencialmente un solo y mismo fenómeno; bajo. cada uno de sus aspectos es visible igualmente la inclinación ala libertad de acción de la manera que se opera el cambio y en las nuevas teorías o las nuevas prácticas a que ese cambio da nacimiento.

Mientras muchas personas deploran esta variación producida en los sistemas de educación, cl observador que ve las cosas en su conjunto aprecia en ellas un medio por el que se llegará al fin a establecer un medio racional. Cualquiera que sea la opinión acerca de la diversidad de sectas reli- giosas, es innegable que las sectas en materia de educación facilitan el examen del objeto por la división del trabajo. Si poseyésemos ya el verdadero método, inútil es decir que toda divergencia seria un mal; pero como esta todavía por encontrar el método verdadero, los esfuerzos de investigadores numerosos e independientes que dirigen sus indagaciones en sentidos distintos constituyen el mejor medio practicable para descubrirlo. Teniendo cada uno su idea, idea pro- bablemente más o menos fundada en los hechos; celoso cada cual por su proyecto; fecundos todos en expedientes para demostrar la bondad de su sistema; infatigables en sus esfuerzos para patentizar sus resultados; criticándose mutuamente sin piedad, ha de suceder que, por la acumula- ción de fuerzas, se realicen progresos reales en cl verdadero camino. Lo que cada uno haya encontrado verdadero y propio para formar parte del método normal, no podrá menos de ser reconocido y aceptado , mediante la publicidad y la experiencia. Por idéntica razón, acabarán por ser desechados los errores en que cada cual haya incurrido; y por esta agregación de verdades y esta eliminación de errores, se formará, más pronto o más tarde, un cuerpo de doctrina verdadera. En lastres fases porque la opinión atraviesa, la unanimidad de los ignorantes, el disentimiento de los investigadores y la unanimidad de los sabios, es evidente que la tercera fase debe su existencia a la segunda. No hay sólo sucesión en el tiempo, la hay también la causalidad. Cual- quiera que sea, pues, ja impaciencia con que podamos ver el conflicto actual de los sistemas de educación, por pena que nos inspiren los inconvenientes que le acompañan. estamos obligados a reconocer que es una fase de transición por la que es necesario pasar y de la que el bien ha de salir.

 

Mientras tanto, podemos gozar ya de nuestros progresos. Después de cincuenta años de discusiones, de experiencias, de resultados comparados, ¿no hemos dado algunos pasos hacia el fin? No pocos de nuestros antiguos métodos han caldo en desuso; otros más nuevos les han sustituido, y muchos están en vías de ser abandonados o adaptados. Es probable que, comparando entre sí estos cambios, descubramos en ellos caracteres semejantes y común tendencia, y así la experiencia nos proporcionar un hilo conductor para alcanzar nuevos perfeccionamientos. Dirijamos, pues, preventivamente, y como preliminar de un examen más profundo, una ojeada a las diferencias particulares que existen entre la educación actual y la que anteriormente se daba.

 

Cuando se abandona un error, ocurre de ordinario que se cae, durante cierto tiempo en el error opuesto. Así es Como, tras una serie de siglos durante los cuales la educación tuvo por único objetivo el desarrollo físico, vino otra serie de , siglos en los cuales sólo se atendió a la cultura del espíritu. En esta época se han puesto los libros en manos de niños de dos y tres años de edad, creyendo que era cl saber la única cosa indispensable. Como naturalmente debía suceder, después de cada una de estas reacciones se ha dado un nuevo paso, coordinando los errores contrarios, los cuales se ha observado que forman dos aspectos opuestos de la misma verdad. De esta suerte hemos alcanzado la convicción de que el cuerpo y el espíritu deben ser objeto de solici- tud idéntica, y que debe desenvolverse el ser humano en toda su integridad. Se ha renunciado al sistema de violentar la Naturaleza y se ha buido de favorecer la precocidad. Se empieza a comprender, que la primera ventaja que un hombre puede tener en la vida consiste en la robustez física. El cerebro mejor organizado de nada le servirá si no posee fuerza vital suficiente para ponerlo en ejercicio. Se estima hoy como una locura procurar el desarrollo del primero esterilizando la fuente de la segunda, creencia que comprueban diariamente los resultados de la precocidad y demuestra la exactitud del proverbio que dice: <En materia dé educación, es preciso saber perder el tiempo.>

 

La costumbre, antes universalmente extendida, de aprender de memoria, pierde crédito de día en día. Todas las autoridades modernas condenan el antiguo método de enseñar mecánicamente el alfabeto, y hasta se aprende ya con frecuencia la tabla de Pitágoras por el método experimental. En la enseñanza de las lenguas se sustituyen ahora los procedimientos de los colegios con los que espontáneamente sigue el niño cuando aprende el idioma patrio. En el Informe acerca de las escuelas de battersea y los métodos que allí se practican, se dice: <La enseñanza, en todo el curso preparatorio es principalmente oral facilitada Con demostraciones derivadas de la Naturaleza. > Lo mismo ocurre en todo. El sistema de aprender de memoria, como todos sus coetáneos, daba a la fórmula y al símbolo la prioridad sobre la cosa formulada o simbolizada. Bastaba con repetir correctamente las palabras, comprenderlas era inútil, método que sacrificaba el espíritu a la letra. Se ha reconocido, al fin, que, en este caso como en los demás el resultado no es accidental; sino inevitable, están en razón inversa la atención que se prodiga

al signo y la que se da a la cosa significada, o que, conforme dijo Montaigne hace largo tiempo, saber de memoria no es saber.

 

Al mismo tiempo que se abandona el uso de que los niños aprendan de memoria; se abandona también poco apoco cl hábito que le acompañaba de enseñar por reglas. Comenzar por los casos particulares y acabar por la generalización, he aquí el nuevo método, el cual, según observa el informe acerca de las escuelas de Battersea, demuestra la experiencia ser el mejor, aunque esté en abierta contradicción con, el ordinariamente seguido, que consiste en dar inmediatamente. reglas al discípulo. Condenase la enseñanza por preceptos, porque no conduce sino al conocimiento empírico; da la apariencia del saber, no su realidad. presenta al espíritu el producto neto de la indagación sin hacerle pasar por las diferentes fases de ella es método tan enerverante como ineficaz las verdades generales exigen ser conquistadas por el propio esfuerzo, si han de tener utilidad verdadera y permanente. El proverbio <Dineros del sacristán , etc., lo mismo que a la riqueza es aplicable a la ciencia. Mientras las reglas aprendidas no forman un todo con las demás nociones que hay en el espíritu y arraigan en él, se olvidan pronto los principios que expresan; por el contrario, una vez comprendidas, una vez que la inteligencia se ha apoderado de tilas, constituyen una inalienable propiedad de la misma. Así, mientras que el joven instruido por reglas se encuentra perdido tan pronto como se le exige darles aplicaciones nuevas para él, el que posee los principios resuelve los casos nuevos con tanta facilidad como los antiguos y conocidos. Entre un espíritu que conoce únicamente las reglas y otro que conoce los principios existe la misma dife- rencia que entre un montón confuso de materiales y estos mismos materiales organizados en un todo completo cuyas partes forman un conjunto armónico; siendo además de notar que el espíritu tiene, respecto al cuerpo organizado, la ventaja de que, sobre estar sus partes más estrechamente ligadas, es un agente activo de indagaciones, de reflexiones, de descubrimientos. No se crea que esto es una metáfora; es la estricta verdad. En enlazar los- hechos, en reunirlos en ge- neralizaciones consiste realmente la organización del conocimiento, considérese como fenómeno objetivo o como fenómeno subjetivo, pudiendo apreciarse el alcance del espíritu por la medida en que esta organización se realice.

De la sustitución de los principios de las reglas y del método que con ello se impone de dar de lado las abstracciones hasta que el espíritu se familiarice con los hechos, ha resultado el aplazamiento de estudios que antes se colocaban al principio de la carrera, habiéndose renunciado a la cos- tumbre, mil veces absurda, de enseñar la gramática a los niños. Como dice Marcel puede afirmarse sin vacilar que la gramática no es punto de partida, sino instrumento de per- feccionamiento. Wyse razona así a este propósito; la gramática y sintaxis son una colección de leyes y de reglas. Las reglas se derivan de la práctica; son el resultado de inducciones a que llegamos mediante la observación prolongada y la comprobación dé los hechos: constituyen la ciencia, la filosofía del lenguaje. Si consultamos la marcha de la Naturaleza, vemos que no conduce desde luego a los individuos y las naciones a la ciencia. Se habla una lengua, se escriben poemas en ella desde mucho antes que se piense en la gramática y en la prosodia. No ha aguardado el hombre para razonar a que Aristóteles construyera el edificio de su lógica.» En resumen, como quiera que la gramática ha nacido con posterioridad a la lengua debe ser enseñada después de ella: deducción a cuya exactitud harán justicia cuantos conozcan la relación que existe entre la evolución del individuo y la evolución de la especie.

 

Entre los nuevos hábitos que se han constituido durante la decadencia de los antiguos, el más importante ese] de desenvolver sistemáticamente en el niño la facultad de observación. Después de largos siglos de ceguera, se estima al fin, que la actividad espontánea en el niño de las facultades que se refieren a la observación tiene su significación y su utilidad. Lo que se estimaba en él antes como un juego, como una curiosidad sin objeto, como una prueba de malicia, según los casos. se ha reconocido que es el procedimiento mediante el cual adquiere el espíritu humano las nociones en que se basará toda su futura ciencia: de aquí ha nacido el sistema bien concebido pero mal aplicado. de las lecciones de cosas. El axioma de Bacon que la física: es la madre de las demás ciencias ha sido aplicado a la educación. Sin el exacto conocimiento de las propiedades visibles y tangibles de los objetos. nuestras concepciones serán falsas; nuestras deducciones, erróneas; nuestras operaciones mentales, estériles. Cuando la educación de los sentidos ha sido descuidada, toda la educación se resiente inevitablemente de la Pereza, del entorpecimiento, de la insuficiencia de Estos. Si reflexionamos en ello, fácil nos es ver que el éxito depende en todo de la potencia de observación. Es necesaria ésta, no sólo al artista, al naturalista, al hombre de ciencia; no sólo al médico , que en ella funda la seguridad de su diagnóstico; no solo al ingeniero, que debe pasar muchos años en los talleres de construcción para adquirirla, sino que lo es también al filósofo, que la ejercita más que nadie, porque su misión es observar las relaciones de las cosas allí donde los demás hombres no descubren ninguna relación, y lo es igualmente al poeta, que deber ver lo bello en la Naturaleza, que todo el mundo admira cuando se le expone, pero en lo que nadie había reparado antes. Nada hay acerca de lo cual deba insistirse tanto como en la necesidad de recibir impresiones vivas y completas. No se construye un sólido edificio de sabiduría con materiales mal debastados .

 

Mientras ha caído en desuso el antiguo método de presentar la verdad bajo la forma abstracta, se ha adoptado ti nuevo de presentarla bajo la forma concreta. Hoy se aprenden hechos elementales de las ciencias exactas por la intuición directa, ni más ni menos que como se aprende a conocer los tejidos, los tonos, los colores. El empico de una figura esférica en las primeras lecciones de aritmética es ejemplo de este método. Lo es también la manera cómo el profesor Morgan explica la numeración decimal. M. Marcel, rechazando con razón el sistema antiguo de las tablas, enseña los pesos y las medidas presentando al discípulo una vara, un pie, una libra, una onza, un cuartillo , una pinta, y dejando que el alumno halle las relaciones que existen entre unos y otras por la observación. El empleo de las esferas en relieve y de los modelos de los cuerpos regulares en los cursos de geografía y geometría constituyen un hecho de la misma índole. Evidentemente; el rasgos común de todos estos métodos es que conducen el espíritu del niño por los caminos que ha seguido el espíritu de la humanidad. Las verdades relativas al número, a la forma, a las relaciones de posición, todas han sido deducidas del examen de los objetos materiales, y presentárselas al niño bajo el punto de vista concreto es dejárselas aprender cómo la raza las ha aprendido. No tardará en verse que es imposible que las aprenda de otro modo, porque si se le obliga a repetirlas como abstracciones, las abstracciones carecen de sentido para él hasta que descubre que son simplemente enunciados dé lo que discierne intuitivamente.

 

Pero de todos los cambios que se producen, el más significativo es el deseo de tornar el estudio más bien agradable que penoso, deseo basado en la percepción más o menos clara de este hecho que el género de actividad que agrada más a cada edad es precisamente aquel que le es saludable, y viceversa. La opinión comienza a convencerse de que cuando un espíritu que está en vías de desarrollo experimenta una curiosidad de cualquier género, es porque se halla en condiciones de asimilarse el objeto de esta curiosidad y porque dicha asimilación es necesaria a su progreso, que, por el contrario, la repulsión que experimenta por tal o cual estudio que no sea entretenido prueba que d objeto de éste se le presenta prematuramente o bajo forma indigesta. De aquí los esfuerzos que se despliegan para que el estudio sea entretenido en la infancia e interesante en la juventud; de aquí las discusiones acerca del valor de los juegos en la educación, de aquí la estima en que se tienen las canciones de las nodrizas y los cuentos de hadas. De día en día se va adaptando más el plan de educación al gusto de los niños. ¿Ama el niño este estudio?, ¿ lo sigue con gusto?, preguntamos sin cesar. «El gusto natural del niño por la variedad debe ser satisfecho dice Marcel , y es preciso servirse de su curiosidad para su instrucción. Las lecciones deben concluir antes de que de señales de fatiga.> Lo mismo decimos respecto a la instrucción superior. Los cortos ratos de descanso durante las horas de estudio, las excursiones al campo las lecturas entretenidas, los cantos en coro, todas estas prácticas nuevas son otras tantas pruebas del cambio sobrevenido. El ascetismo desaparece de la educación como desaparece de la vida, y el fin ordinario de la legislación política el bienestar es ya también, en gran parte, el objeto de los reglamentos de colegio y de los cuidados de la nodriza.

 

¿Y cuál es el carácter común de estos diferentes cambios? ¿No es la tendencia a armonizarse cada vez más con los procedimientos de la Naturaleza? El abandono de una cultura prematura contra la cual la Naturaleza se subleva, el cuidado de consagrar los primeros años al desarrollo de los miembros y de los sentidos. son buena prueba de ello. Otra prueba es el hecho de sustituir las lecciones aprendidas de memoria con lecciones orales y experimentales, como las que se dan en los campos y jardines en que juegan los niños. El desuso en que ha caído la enseñanza por reglas y el método adoptado de enseñar por ejemplos, es decir, de prescindir de las generalizaciones hasta que se conozcan bastantes casos particulares para deducirlas de ellos, es otra prueba de nuestra aserción. Pero esta tendencia se manifiesta, sobre todo, en los esfuerzos hechos en todos sentidos para presentar el estudio bajo formas agradables y atractivas. Porque, puesto que se halla en el orden establecido por la Naturaleza que en todas las criaturas el placer que acompaña a la satisfacción de las necesidades naturales sirva de estímulo a su cumplimiento; puesto que, en el período de la educación espontánea, el placer que encuentra el niño en morder las piedras y romper sus juguetes le lleva a actos mediante los cuales adquiere el conocimiento de las propiedades de la materia, síguese de ello que. eligiendo y presentando los asuntos que se estudian en el orden y forma que interesan más al discípulo, obedecemos a la voluntad de la Naturaleza y ponemos nuestros procedimientos en armonía con sus leyes.

 

Hemos venido, pues, a parar a la doctrina que hace largo tiempo proclamó Pestalozzi, a saber: que la educación debe ajustarse, en su orden como en su método, a la marcha natural de la evolución mental; que hay cierto orden para el desarrollo espontáneo de las, facultades, y cierto género par- ticular de conocimientos que cada una de estas facultades reclama durante su desarrollo, y que nos toca descubrir este orden y suministrar a cada facultad su respectivo alimento. Todas las mejoras referidas más arriba son aplicaciones parciales de este principio general.

 

Afortunadamente, la idea vaga de esta verdad comienza ya a difundirse entre los institutores y a formar parte integrante de los libros referentes a la educación. el método de la Naturaleza es el arquetipo de los métodos», dice Marcel. EI principio vital de la enseñanza - escribe Wyse - es enseñar al discípulo a que aprenda por sí mismo.» Ya medida que la ciencia nos familiarice con la naturaleza de las cosas, se va adquiriendo convicción más profunda de la eficacia del método que proclamamos de la propia manera que en Medicina se reemplaza el tratamiento heroico de otros tiempos con otro tratamiento más suave, ya veces se prescinde de todo tratamiento, re- comendando sencillamente un régimen, regular; a la manera que se reconoce como útil el envolver con fajas y pañales el cuerpo de los niños, como lo hacen los papues; a la manera que se ha demostrado que ninguna disciplina, por hábilmente combinada que esté, influye en la moralidad del preso tanto como la disciplina moral del trabajo así también es imposible, en materia de educación, obtener resultados satisfactorios sin ajustarse a las leyes naturales, limitándose a secundar el movimiento espontáneo del espíritu en su progreso hacia la madurez.

 

No es necesario decir que el principio fundamental de la educación, a saber: que la distribución de los estudios y su método deben corresponder al orden de evolución y al modo de actividad de las facultades , principio tan visiblemente verdadero, que una vez enunciado parece claro como la luz no ha sido nunca dado al olvido por completo. Los maestros y profesores han debido por necesidad tenerlo presente en su conducta, por la sencilla razón de que sin él la educación nunca hubiera sido posible. Jamás se ha enseñado la regla de tres antes que la suma; nunca se ha obligado a componer antes que a escribir; las sesiones cónicas han ido precedidas siempre de los elementos de Euclides. El error de los métodos antiguos estriba en no admitir para los casos particulares lo que en el procedimiento general aplican. No obstante, el principio domina en todo. Si desde el momento en que el niño puede concebir la relación de posición entre los objetos hasta el momento en que le es dable concebir la tierra como una esfera formada de continentes y mares, cubierta de montañas y bosques, surcada de ríos, poblada de ciudades, girando sobre su eje y alrededor del sol, deben transcurrir muchos años; si el espíritu del niño pasa de una concepción a otra por grados y los conceptos intermedios son cada vez más extensos y más complejos, ¿no es evidente que existe un orden moral de sucesión por cuya serie debe pasar porque cada concepto se forma mediante la reunión de conceptos más limitados, los cuales presupone, y el ofrecer un concepto al niño antes que posea los que le integran es casi tan absurdo como sería el proponer al espíritu el concepto final de la serie antes que el concepto inicial? Para hacerse dueño de un asunto, es preciso pasar por una serie de ideas cada vez más complejas. La evolución de las facultades correspondientes se efectúa por la asimilación de esas ideas, y tal asimilación es realmente imposible si las ideas no se presentan al espíritu en el orden normal. Cuando no se observa este orden, resulta que las ideas son recibidas con apatía , con disgusto, y a menos que el discípulo no sea bastante inteligente para llenar por sí mismo las lagunas. las tales ideas quedarán en su memoria en la condición de hechos muertos, sin reportarle utilidad alguna.

 

¿Pero por qué - se dirá- tomarnos el trabajo de buscar un sistema de educación? Si el espíritu tiene, como el cuerpo, determinada de antemano su evolución; si se desarrolla espontáneamente: si su tendencia hacia tal o cual género de conocimientos se despierta cuando estos conocimientos son necesarios a su desarrollo; si posee en sí mismo un estímulo a la actividad que necesita en cada período de su desenvolvimiento, ¿por qué intervenir de otra manera? ¿Por qué no confiar completamente los niños a la disciplina de la Naturaleza? ¿Por que no permanecer extraños a todo y dejarles adquirir- la ciencia como puedan? ¿Por qué no ser consecuentes hasta el fin? He aquí una objeción que parece grave. Como implica, al parecer plausiblemente, que la consecuencia lógica de nuestras doctrinas sería un sistema completo de de1ar hacer, parece que facilita una prueba contra ellas por la reductio ad absurdum. Sin embargo, bien comprendida nuestra doctrina, no nos coloca en esta insostenible posición. Una mirada dirigida a las analogías materiales ¡a hará ver con claridad. Es ley conocida de la vida que cuanto más complejo es el organismo que se produce, tanto mayor es el período durante el cual necesita para su nutrición del organismo que lo engendró. La diferencia entre el esporo de la conserva viviendo de su vida propia, rápidamente formada, y el germen lentamente desarrollado de un árbol, con sus múltiples enyolturas y las provisiones de nutrición que Estas contienen para alimentarle durante los primeros períodos de su desarrollo, ofrece en el mundo vegetal la prueba de este hecho. En cl reino animal podemos observarlo en una serie de contrastes, desde la monada, cuyas dos mitades, después de haberse espontáneamente dividido, se bastan separadamente a sí mismas, igual que se bastaban al formar un todo, hasta el hombre, que pasa por una prolongada gestación y necesita de una larga lactancia para vivir, siendo menester luego presentarle los alimentos, dependiendo después de sus padres durante largo espacio de tiempo, para las necesidades de la nutrición, del abrigo, de vestido, y no encontrándose en condiciones de bastarse a sí mismo hasta los quince o veinte años de edad. Ahora bien; esta ley es aplicable al espíritu lo mismo que al cuerpo. En lo que al alimento del espíritu se refiere, todo ser superior, el hombre especialmente, depende en sus primeros años de los servicios del adulto. Como el niño no puede moverse, tan imposible le es apoderarse de materiales en que ejercer su facultad de concepción como le es imposible apoderarse de los alimentos que su cuerpo le reclama. Así como no puede preparar su nutrición, tampoco puede reducir sus conocimientos a forma bajo la cual sean asimilables. De los que le rodean recibe el lenguaje, ese agente mediante el cual adquirimos todas las verdades de orden superior, y vemos ejemplos análogos al del pequeño salvaje del Aveyrón , que sobreviene un paréntesis en el desarrollo humano cuando se priva al niño de los cuidados de los padres y de las nodrizas. Así, obteniendo diariamente al niño hechos a su alcance, disponiéndolos de modo conveniente, midiendo su cantidad e intercalando entre las lecciones intervalos necesarios, hay un campo de actividad tan vasto para el alimento del espíritu como puede serlo el de la nutrición del cuerpo. La función principal de los padres consiste en ambos casos en velar porque no falten las condiciones requeridas para el desenvolvimiento del niño. Y por igual manera que, procurando al niño la nutrición, el abrigo y el vestido, no intervienen los padres en el espontáneo desarrollo de los miembros y de las vísceras, el cual sigue su marcha y su ley, así también pueden facilitarle sonidos que imitar, objetos que examinar, libros que leer, problemas que resolver, sin perturbar en modo alguno - antes bien favoreciéndola sobremanera - la marcha natural de la evolución mental. Basta para ello que no usen de coacciones directas ni indirectas. Síguese de lo dicho que las doctrinas por nosotros enunciadas no implican, como podría pretenderse, el abandonó de toda enseñanza; dejan, por el contrario, ancho campo para establecer un sistema activo y cuidadosamente meditado de educación.

 

Pasando de las generalidades a las consideraciones particulares se puede notar que al sistema de Pestalozzi le ha faltado mucho en la práctica para llenar las promesas que en teoría hacía concebir. Los niños, dícese, no siguen con interés las explicaciones dadas con arreglo a este sistema; por el contrario, dan señales de hastío, y en efecto, hasta aquí las escuelas pestalozzianas no han hecho en gran proporción hombres distinguidos: tal vez no han alcanzado la proporción media de las demás escuelas. Esto no nos sorprende. El éxito de un método depende de la inteligencia con que se le aplica. Es ya vulgar la observación de que los mejores útiles dan mal resultado en manos inexpertas. Pues bien; nosotros diremos que la excelencia de un método se convierte en causa de mal éxito bajo la dirección de un maestro torpe, del mismo modo que, continuando la comparación, útiles muy perfeccionados sólo sirven, manejados torpemente, para echar a perder la obra. Un método simple, invariable, casi mecánico, cual lo es la rutina seguida, puede ser aplicado por cualquiera y producir con seguridad los escasos frutos de que es susceptible; al contrario, un sistema completo de educación - sistema tan heterogénico en sus aplicaciones como lo son el espíritu y sus facultades -, un sistema que exige el empleo de un medio especial para cada objeto especial, requiere en los encargados de aplicarlo una potencia de inteligencia que pocos hombres poseen. Una directora cualquiera de colegio puede enseñar a deletrear a las niñas, cualquier maestro puede conseguir que sus alumnos repitan la tabla de Pitágoras; más para enseñar a leer como se debe, procurando que las letras hablen al espíritu más bien que a los oídos, para instruir a los niños en la ciencia de las combinaciones numéricas mediante el análisis experimental, se necesita alguna más inteligencia, y para proseguir la aplica- ción de un sistema racional durante el curso entero de los estudios, es indispensable un grado de juicio, de invención, de simpatía, de potencia analítica, que no es posible adquirir mientras la carrera de la enseñanza no sea tenida en la más alta estima. La enseñanza verdaderamente racional sólo puede ser dada por un verdadero filósofo, júzguese de los riesgos que corte hoy todo sistema pedagógico! ¿Como ha de obtener éxito un sistema que descansa por completo en la ciencia psicológica, entregado a profesores y maestros que, ignoran en absoluto lo poco que en estas materias se sabe?

 

Otra dificultad y mayor desatiento todavía han resultado de la confusión entre el principio pestalozziano y las formas que ha revestido. Porque los planes puestos en práctica para aplicarlo no han respondido a las esperanzas de sus autores, se ha arrojado el descrédito a manos llenas sobre la doctrina que trataban de seguir, sin inquirir si dichos planes estaban realmente de acuerdo con ella. Juzgando, como de ordinario se hace, bajo el punto de vista concreto, más bien que bajo el punto de vista abstracto, se ha condenado la teoría a causa de haber sido inhábilmente aplicada. Esto es lo mismo que si se hubiese dicho que el vapor no podía ser utilizado como fuerza motriz por haber sido mal concebido el prima ensayo de una locomotora.

 

No se olvide que si Pestalozzi estaba en lo cierto en cuanto a las ideas fundamentales de su sistema, no se sigue de ello que lo estuviese igualmente en las aplicaciones que hizo de las mismas. Tal como nos lo presentan sus propios admiradores, Pestalozzi era hombre de intuiciones parciales hombre que obedecía a súbitas inspiraciones, más bien que al desarrollo sistemático de su pensamiento. Sus grandes éxitos en Stanz los obtuvo antes de escribir ningún libro de enseñanza, y cuando sólo se ocupaba en averiguar, a cada momento, qué conocimientos reclamaba el espíritu de sus alumnos y cual era la mejor manera de enlazar aquellos co- nocimientos con los que estos ya poseían . Gran parte de su fuerza procedía, no de haber madurado y razonado con calma un plan educativo, sino del poder y simpatía que le permitía percibir con claridad las necesidades de los niños y los obstáculos que dificultaban su satisfacción.

 

Faltábale la facultad de desenvolver y coordinar lógicamente las verdades de que su espíritu se apoderaba de vez en cuando. Dejaba en gran parte esta tarea a sus sucesores, Kruesi Torbier, Buss, Niederer y Schmid; de todo lo cual resultó que, en los detalles, sus planes, y más aún los planes de sus auxiliares, encerraban muchas inconsecuencias. Su método de educación para los niños de corta edad, expuesto en el Manual de ¡a madre, que comienza por la nomenclatura de las diferentes partes del cuerpo, especificando después su posición relativa y sus relaciones, no se ajusta del todo a la marcha natural del espíritu en el período inicial de su evolución . Su manera de enseñar la lengua materna, mediante ejercicios formales acerca del sentido de las palabras y de la construcción de frases, carece completamente de valor y produce pérdida de tiempo, de trabajo y de placer para el niño. Las lecciones de geografía que propone se separan por completo de su doctrina. Frecuentemente, allí donde su plan es bueno, se ve que es incompleto o que está viciado por algún resto del antiguo régimen. Así pues, mientras aprobamos la aplicación completa de la doctrina general de Pestalozzi, creemos ocasionado a graves inconvenientes el adoptar sin examen sus métodos particulares. La tendencia persistente de la humanidad a consagrar las formas y las prácticas bajo las cuajes se les ha transmitido alguna gran verdad; su disposición a prosternarse ante el profeta y a jurar por su palabra, su facilidad en tomar el atavío de la idea por la idea misma, todo esto nos estimula a insistir en la distinción que debe establecerse entre los principios fundamentales del sistema de Pestalozzi y el conjunto de medios imaginarios para aplicarlos, haciendo observar que si los primeros pueden ser considerados como establecidos, los segundos sólo son ensayos informes y defectuosos que necesitan ser retocados y corregidos. A la verdad, cuándo se considera el estado de la ciencia, se comprende que este hecho es inevitable.

 

Antes de que sea posible armonizar los métodos de la enseñanza, en sus principios y en su desarrollo, con las facultades mentales in el modo y orden de su desenvolvimiento, necesitamos saber cómo se desenvuelven estas facultades. Hasta ahora sólo hemos adquirido acerca de esta materia nociones generales. Pero hay que pasar de las nociones generales a las nociones detalladas y transformar estas nociones en multitud de proporciones especificas, para poder decir que poseemos la ciencia en que se funda el arte de la educación. Y cuando definitivamente se sepa en qué sucesión, por qué combinaciones entran en juego las fuerzas mentales, faltará todavía elegir, entre los diferentes medios adecuados pasa ejercitarías facultades, los más en consonancia con el modo natural de acción de las mismas. Sin esto, evidentemente nuestros métodos de enseñanza menos retrógrados no serán lo que deben ser, ni siquiera se aproximarán a ello. Teniendo, por tanto, presente esta distinción entre la teoría y la práctica en el sistema de Pestalozzi, y comprendiendo que por las razones indicadas debe de ser la última necesariamente defectuosa, el lector apreciará en su verdadero valor el desaliento con que algunas personas se expresan acerca de este sistema, y verá que la idea pestalozziana está todavía por realizar. Si se pretendiese, sin embargo, fundándose en lo que hemos dicho, que esta realización no es factible en nuestros días y que debemos consagrar todos nuestros esfuerzos a trabajos preliminares, replicaremos que aun cuando no sea posible perfeccionar, en el fondo y en la forma, ningún sistema de educación antes de establecer una psicología racional, se puede, con ayuda de otros principios culminantes y mediante procedimientos empíricos, realizar algunos progresos en el sentido de la perfección deseada. Para abrir el camino a las investigaciones más amplias, vamos a especificar estos principios. Algunos de ellos se hallan más o menos implicitamente comprendidos en las consideraciones precedentes, más no está fuera de nuestro propósito el exponerlos todos en su orden lógico.

 

1. En materia de educación espontánea, procedemos de lo simple a lo compuesto. Esta es una verdad en cierta medida, casi siempre evidente. El espíritu se desenvuelve , como todo, progresando de lo homogéneo a lo heterogéneo, y como un sistema normal de educación es el complemento objetivo de esta marcha subjetiva, debe seguir la misma progresión. Además, interpretada así, esta fórmula tiene un alcance mucho más extenso de lo que se cree: por que su principio implica, no sólo que debemos proceder de lo simple a lo compuesto en la enseñanza de cada rama de la ciencia, sino que también debemos hacer lo propio en lo que se refiere a todas las esferas del conocimiento. Como el espíritu dispone primeramente de un pequeño número de facultades activas, y las que se desenvuelven más tarde van entrando sucesivamente en juego, hasta que al fin funcionan todas simultáneamente, síguese dé ello que la enseñanza no debe abrazar desde luego sino reducido número de objetos, que debe irse aumentando sucesivamente hasta comprenderlos todos. En los detalles, y también en el conjunto, la educación debe proceder, pues, de lo simple a lo compuesto.

 

2. El desarrollo del espíritu, como todos los demás desarrollos, es un progreso de lo indefinido a lo definido. Lo mismo que el resto del organismo, el cerebro no llega a la perfección de su estructura, sino en la madurez, y cuando menos perfecta es su estructura, tanta menos precisión tienen sus funciones. De aquí proviene que las primeras percepciones y las primeras ideas sean vagas, como lo son los primeros ensayos de lenguaje y los primeros movimientos. Así como existe un progreso del ojo rudimentario, que solamente distingue la luz de las tinieblas, al ojo que distingue los matices y los detalles de las formas con toda exactitud, así la inteligencia, en su conjunto o en cada una de sus facultades considerada, comienza por las distinciones más groseras entre los objetos y las acciones, para acabar por distinciones de una delicadeza y claridad mayores cada vez. Nuestros estudios y nuestros métodos de educación deben sujetarse a esta ley general. No es posible, no sería útil, aunque fuera posible, inculcar ideas precisas en un espíritu no desenvuelto. Podemos, ciertamente, transmitir siempre al niño las formas verbales que aquellas ideas revisten, y cuando los maestros así lo han hecho, creen ordinariamente quele han transmitido las ideas, pero leí menos escrupuloso contraexamen del alumno prueba lo contrario. Descúbrese o que las palabras están como almacenadas en su memoria, sin que él acierte a penetrar su sentido, o que la percepción de éste es oscura por todo extremo, Cuando la multiplicidad de experiencias llega a proporcionarle materiales para concepciones definidas; cuando la observación ha descorrido ante sus ojos, año tras año, los atributos de las cosas y su marcha en los fenómenos menos visibles y que en un principio confundía; cuando la idea de clase y la idea de serie le son familiares por la repetición de casos; cuando las diferentes relaciones di toda esta especie se presentan claramente a su espíritu en su mutua limitación, sólo entonces son intelígibles para él las últimas conclusiones de la ciencia. Por consiguiente, debemos contentarnos, en materia de educación, con empezar por las nociones groseras, tendiendo a aclararlas gradualmente y facilitando al niño la adquisición de una experiencia que corrija , en primer lugar, los errores de más bulto; después. y progresivamente. los menos importantes. No debe darsele la fórmula científica hasta que los conceptos hayan alcanzado toda su perfección.

 

3. Decir que las lecciones deben ir de lo concreto al o abstracto es, en apariencia. repetir en parte el primer principio que hemos establecido. No obstante, es máxima que debe ser enunciada, al menos para mostrar lo que es realmente en ciertos casos, lo simple y lo compuesto, porque, por desgracia, hay muchas equivocaciones en este punto. Creen los hombres que. Habiendo simplificado sus concepciones mediante la reunión de muchos hechos en uno solo, las fórmulas generales que han encontrado para expresar grupos de casos particulares simplificarán por igual manera las concepciones del niño. Olvidan que las generalizaciones son simples en comparación de la masa entera de verdades particulares que comprenden, pero que son más complejas que cada una de estas verdades aisladamente tomadas; no advierten que sólo cuando se ha adquirido cierto número de estas verdades aisladas, la generalización alivia la memoria y ayuda a la razón, y que para el espíritu que no posea estas verdades aisladas, la generalización ha de ser forzosamente un misterio De esta suerte los profesores , confundiendo dos especies de simplificaciones, han errado siempre comenzando por los primeros principios: manera de proceder en esencia, si no en apariencia, contraria a la regla principal, que consiste en exponer al espíritu los principios mediante ejemplos apropiados, conduciéndole. de lo particular a lo general, de lo concreto a lo abstracto.

 

4. La educación del niño debe concordar, en su modo y orden, con la educación de la humanidad, considerada bajo el punto de vista histórico. En otros términos: la génesis de la ciencia en el individuo ha de ser semejante, en su desarrollo, a la génesis fue la ciencia en la raza. En rigor, se puede considerar este principio como ya implícitamente establecido, porque si las dos fases del desarrollo de la inteligencia en el individuo y en la raza son dos aspectos de la evolución, ambas deben sujetarse a las leyes generales de esta, como ya hemos considerado. e ir de acuerdo. No obstante, este paralelismo tiene un valor especial. Creemos que la sociedad debe reconocimiento a Comte por haberle formulado, y por nuestra parte, aceptamos este pensamiento de dicho escritor, sin contraer el menor compromiso respecto a los demás. Esta doctrina puede ser sostenida por dos razones, independientes ambas de toda teoría abstracta, y las dos suficientes para establecerla. Se deduce la primera de la ley de transmisión hereditaria, considerada en sus consecuencias más extensas. Porque si es verdad que los hombres se parecen a sus antecesores bajo el doble aspecto del temperamento y del carácter; si es verdad que ciertos fenómenos mentales, como la locura, se producen en los miembros sucesivos de la misma familia en una edad determinada: si, pasando de los individuos (porque mezclándose los caracteres de los progenitores remotos a los de los progenitores inmediatos, la ley se oscurece en sus defectos) a los tipos na- cionales; observamos hasta que punto son estos persistentes de siglo en siglo; si recordamos que estos tipos se derivan de un tronco común, proviniendo las diferencias actuales de la acción de circunstancias modificadoras en las generaciones sucesivas, que han transmitido los efectos acumulados a los posteriores; si las diferencias llegan a ser orgánicas por tal manera, que un niño francés será un francés aunque se eduque en un pueblo extraño; en fin, si el hecho general, del que esto constituye un ejemplo, se extiende a toda la Naturaleza, la inteligencia humana inclusive, resulta que desde el momento en que ha existido un orden determinado para la adquisición por la humanidad de los diferentes conocimientos que ésta posee, existe en el niño una predisposición a adquirir estos conocimientos en aquel mismo orden. De manera que, aun cuando este orden fuera en sí mismo indiferente, se facilitarla la educación haciendo pasar el espíritu del individuo por los trámites que ha recorrido el espíritu de la raza. Pero este orden no es indiferente en sí mismo, y de aquí la razón fundamental por cuya virtud la educación debe reproducir, en pequeño, la historia de la civilización. Se puede demostrar al mismo tiempo que el desarrollo histórico está sometido a leyes necesarias, y que sus causas se aplican así al individuo como a ja especie. Para no entrar en la exposición detallada de todas estas causas, basta decir ahora que si la inteligencia humana, asediada por toda clase de fenómenos y esforzandose por comprenderlos, ha llegado, después de una infinita serie de comparaciones, de especulaciones, de experiencias, de teorías, a la ciencia de cada objeto por un camino particular., es. razonable inferir de ello que la relación del espíritu con los fenómenos es tal, que no puede adquirir esta ciencia por ningún otro camino. De las razones expuestas se deduce, por consiguiente, que pata hallar el buen método de educación debe consultarse la marcha que ha seguido la civilización

 

5.Una de las conclusiones a que esto conduce es que en cada rama de conocimientos hay que proceder de lo empírico a lo racional, En la marcha del progreso humano, cada ciencia nace del arte que con ella se corresponde; De la necesidad en que estamos, como individuos y como raza, de llegar a lo abstracto por la observación de lo concreto, resulta que debe prepararse el camino a la ciencia mediante una experiencia repetida y gran número de generalizaciones empíricas. La ciencia es el conocimiento organizado, y para que el conocimiento se organice es necesario que exista previamente. En consecuencia, todo estudio ha de tener una base puramente experimental, no debiendo utilizarse el razonamiento hasta que se posea un copioso fondo de observaciones acumuladas. Come ejemplo de esta regla podemos citar la costumbre que empieza a generalizarse, de enseñar la gramática después de la lengua, ola que se sigue de ordinario, de hacer dibujar a los discípulos desde mucho antes de explicarles las leyes de la perspectiva. Más tarde indicaremos nuevas aplicaciones.

 

6. Otro corolario del principio general que acabamos de enunciar, acerca de cuya importancia nunca insistiríamos bastante, es que, en materia de educación , se debe estimular por todos los medios el desenvolvimiento espontáneo. Seria menester que el niño fuese inducido a hacer por sí mismo las investigaciones, a deducir por sí mismo las consecuencias de su descubrimiento, Sería preciso decir/e lo menos posible, obligándole a encontrar lo más que sea posible. La humanidad no ha progresado, sino educándose a sí misma, y él mejor medio pata el individuo de llegar a los resultados más satisfactorios posibles es el seguir el ejemplo; del éxito que alcanzaríamos nos dan frecuentemente pruebas los hombres que sin auxilio ajeno se han elevado a la cumbre de la ciencia. Las personas que se han educado sometidas a la disciplina ordinaria de las escuelas. y que abrigan la creencia de que la educación no puede obedecer a otros principios , reputarán imposible el convertir a un niño en su propio maestro. No obstante. si se toman la molestia de reflexionar que el conocimiento fundamental, el más importante de los objetos que le rodean lo adquiere el niño sin la ayuda de nadie; si recuerdan. que por sí solo aprende la lengua materna; si se dan cuenta de la suma dé observaciones, de experiencias, de conocimientos extra escolares que cada hombre adquiere por sí mismo; si se fijan en la inteligencia extraordinaria que se desarrolla en el pilluelo abandonado en las calles de Londres, en cuántas direcciones solicitan sus facultades las circunstancias en medio de las cuales vive; si, por último, quieren reflexionar en el gran número de individuos que se abren paso por su propio esfuerzo, luchando con las dificultades que les oponen nuestros procedimientos universitarios, tan irracionales, y con otros mil obstáculos, deducirán, sin duda, que no es desatino el pensar que silos objetos le fuesen presentados en el orden y modo debidos, todo discípulo dotado de capacidad regular podría superar casi sin auxilio de nadie, las dificultades sucesivas con que tropezara. Quien haya sido testigo de la actividad incesante con que el niño inquiere, pregunta, deduce; quien haya oído sus acertadas observaciones acerca de las cosas que están al alcance de sus facultades presentes, comprenderá que si se aplicase sistemáticamente esa actividad a los estudios que están igualmente a su alcance, los proseguiría por sí solo. La necesidad que tiene el niño de que todo se le diga proviene de nuestra estupidez, no de la suya. Le impedimos que observe los hechos que le interesan y que está en aptitud de asimilar prontamente. y ponemos ante sus ojos otros hechos mucho más complejos para él, y que, por tanto, le enojan. Cuando vemos que no aprende voluntariamente estos hechos, nos valemos de la fuerza, de las amenazas, de los castigos, para vencer su repugnancia. Privándole de los conocimientos a que aspira, recargando su memoria de conocimientos que no puede digerir, determinamos un estado morboso en sus facultades y provocamos un disgusto profundo en su espíritu a todo estudio, y cuando la indolencia estúpida del maestro que así procede, unida al régimen que se le sigue imponiendo, conducen al niño a no comprender nada sin explicaciones y a ser simple recipiente de nuestras propias ideas, concluimos que la educación solo puede tener lugar por vía de transmisión . Autores de la pasividad que caracteriza al niño, la convertimos en motivo para continuar la aplicación de nuestro método. No cabe invocar, pues, contra nuestro sistema la experiencia de los pedagogos, y toda persona de buena fe que se proponga convencerse de ello verá que podemos seguir hasta el fin con confianza la disciplina de la Naturaleza; que podemos, ejerciendo con habilidad nuestro ministerio, hacer de suerte que el espíritu se desenvuelva tan espontáneamente en sus últimas fases como en las primeras, y que sólo así dar todos sus frutos.

 

7. Como última piedra de toque, mediante la cual nos es fácil apreciar la excelencia de cualquier plan de educación, surge naturalmente la siguiente pregunta: ¿Hay en el niño excitación agradable? Siempre que haya dudas sobre cuál de dos modos o de dos órdenes de estudios está más en armonía con los principios anteriormente establecidos, podemos sin temor de equivocarnos apelar a este criterio. Aunque uno de los dos métodos parezca mejor en teoría, desde el instante en que no despierta interés o lo excite en menor grado que el otro, debemos renunciar a él, porque los instintos intelectuales del niño son guía más segura que nuestros razonamientos. Bajo el punto de vista de las facultades intelectuales, podemos estar ciertos de que, en condiciones normales, la actividad sana es agradable y la actividad que no sea agradable degenera en morbosa, Aunque hasta aquí el sentimiento no se adapta, sino muy imperfectamente a esta ley, la inteligencia la obedece casi por completo; al menos así se observa en el niño. La repugnancia que experimenta hacia tal o cual estudio, con gran disgusto del maestro, no es repugnancia innata, sino repugnancia determinada por el sistema poco juicioso que con él se sigue. Fellenberg ha dicho : <La experiencia me ha enseñado que la indolencia en los jóvenes es cosa tan contraria a su necesidad natural de actividad, que a menos de ser producida por una mala educación, es casi siempre indicio de algún defecto constitucional.» En efecto la actividad espontánea a que los niños tienen tanta inclinación reconoce por móvil el aliciente del placer que causa el saludable ejercicio de las facultades. Es verdad que algunas de nuestras facultades superiores, todavía poco desarrolladas en la raza y que sólo en cierto grado poseen las mejores organizaciones, no son siempre impulsadas a una actividad suficiente para su objeto; pero en virtud de su complejidad misma no habrá necesidad de ejercerlas hasta más tarde. y cuando el discípulo haya de servirse de ellas, ha llegado a una edad en que entran en juego los móviles exteriores y en que el placer indirecto compensa el disgusto directo. Pero respecto de las facultades menos elevadas, el placer inmediato que produce la actividad es el estímulo ordinario y bien dirigido , el único estímulo necesario. Cuando nos hallemos precisados a emplear otros. debemos ver en ellos la prueba de que estamos en mal camino. La experiencia muestra que hay siempre una manera de interesar. v de interesar mucho. a los niños. y todas las demás piedras de toque a que se acuda evidenciarán que esta manera es la mejor bajo todos conceptos.

Estos principios directivos no tendrán gran peso para ciertas personas, si únicamente son presentados bajo una forma abstracta. Así pues tanto para presentar ejemplos de su aplicación como para deducir algunas de sus consecuencias particulares nos proponemos pasar por ahora de la teoría de la educación a su practica.

Opinaba Pestalozzi, y gana diariamente esta opinión terreno, que hay cierta educación que debe empezar en la cuna. Quien haya visto los ojos de un niño desmesuradamente abiertos fijándose en todo lo que le rodea , sabe que su educación de hecho empieza desde aquel momento. Aquellos delitos que todo lo tocan, con los que lleva a la boca cuantos ob1etos halla a las manos, sirven para que su espíritu dé los primeros pasos en el camino que conduce al descubrimiento de los planetas invisibles, a la invención de los métodos algebraicos, a la creación de las grandes obras de pintura, a la composición de sinfonías y óperas. Siendo en sus comienzos la actividad de las facultades espontánea e irresistible, trátase de saber si debemos proporcionarle una gran variedad de elementos en que pueda ejercitarse; por nuestra parte, no encontramos otra solución más que la afirmativa. No obstante, como ya lo hemos dicho, puede estarse de acuerdo con la teoría de Pestalozzi sin estarlo con su práctica, y aquí se presenta precisamente un caso en que diferimos de su opinión.

Hablando de la manera de enseñar a leer, dice : <El libro para deletrear debe, desde luego, contener todos los sonidos empleados en la lengua, y es indispensable ponerlo en manos de los niños desde su más tierna edad. El niño que aprende a deletrear en un libro debe repetir los sonidos que encierra a su hermanito antes que éste pueda pronunciarlos, de suerte que se impriman profundamente en su espíritu por la frecuente repetición.>

 

Teniendo en cuenta, además de esto, los consejos contenidos en el Manual de la madre acerca del método de educación aplicable al niño por la nodriza, manual en que el autor se extiende en observaciones relativas al nombre, a la posición, a las relaciones, al número, a las propiedades del cuerpo y de los miembros, se ve que las nociones de Pestalozzi respecto al desarrollo mental del hombre en el primer periodo de su vida eran demasiado groseras para que pudiese trazar un plan juicioso. Veamos la marcha que indica la psicología.

 

Las primeras impresiones que el espíritu puede asimilarse son las sensaciones indivisibles de resistencia, de luz, de sonido, etc. Es evidente que los estados de conciencia complejos no pueden preceder a los simples. No es posible tener idea de la forma antes de saber apreciar la luz en sus diferentes grados de intensidad; porque - de antiguo es sabido - reconocemos la forma visible por las variaciones de la resistencia. Por igual manera, no puede conocerse ningún sonido articulado antes de conocer los inarticulados que lo producen. Lo mismo ocurre en todos los casos análogos. Así pues, para seguir la ley de progresión necesaria de lo simple a lo compuesto , deberíamos proporcionar al niño un número suficiente de objetos que presentasen diferentes grados y diversas cualidades de luz, y otros objetos también que produjesen multitud de sonidos distintos en fuerza, en tonalidad y en timbre. Se ve que esta conclusión sentada a priori , está justificada por los instintos de la infancia, cuando se observa el placer con que el niño muerde sus juguetes, palpa los brillantes botones de la chaqueta de su hermano y tira de los bigotes de su papi; cuando se ve cómo absorbe su atención la vista de un objeto de vivos colores objeto al cual aplica la palabra a bonitos tan pronto como puede pronunciaría, únicamente a causa de su brillo. y cómo su rostro se alegra con una sonrisa oyendo la cháchara de su nodriza, el castañeo de los dedos de un amigo o cualquier sonido nuevo para él. Afortunadamente , los hábitos de las niñeras v de las nodrizas responden bastante bien a estas primeras necesidades de la educación. No obstante, aún falta mucho que hacer, y esta omisión tiene más importancia de lo que algunos pueden irnaginarse . En cada una de nuestras facultades hay aptitud mayor para recibir impresiones vivas durante la acti- vidad espontánea que acompaña a su evolución que en cualquier otro período. Además, como es necesario adquirir los elementos simples, y en su adquisición hay que invertir algún tiempo. se economizará éste empleando el primer período de la infancia , cuando no es posible ningún otro género de ocupación intelectual, en familiarizarse por completo con las impresiones primordiales en todas las esferas. No olvidemos que el carácter y la salud del niño han de mejorarse con el placer que recibirá de la multiplicidad de emociones, que todos ellos se asimilan con canto ardor. A no impedírnoslo los límites que nos hemos impuesto. nos extenderíamos aquí en algunas útiles indicaciones acerca de un método más sistemático que él ordinario, de proporcionar elementos a las simples percepciones del niño - Pero basta recordar la ley general de evolución de lo indefinido a lo definido, para que se comprenda que este método debe basarse en el corolario de dicha ley, según el cuál, durante el desarrollo de cada facultad, las impresiones que ofrezcan mayor contraste son las primeramente percibidas. Así, los sonidos que difieren mucho en fuerza y en tonalidad, los colores entre si muy distintos, las sustancias que no se parecen en el tejido ni en la dureza, deben ser lo primero que se presente, debiendo ser lenta la progresión hacia impresiones más próximas unas de otras.

 

Pasando a las lecciones de casar, que son evidentemente la natural continuación de esta cultura inicial de los sentidos, haremos observar que el sistema comúnmente seguido es distinto en un todo del de la Naturaleza, tal como éste se nos manifiesta en la infancia, en la adolescencia y en la historia de la civilización. <Se deberá - dice Marcel - mostrat al niño cómo se ligan entre sí las diferentes partes de un objeto, etc. Todo manual de lecciones de cosas contiene una lista de hechos, que se dirá al niño con motivo de cada objeto que se le enseñe.» Ahora bien, sabemos por la observación más superficial de la vida diaria del niño que todo lo que éste aprende antes de saber leer lo aprende por sí mismo; que las propiedades de solidez y de pesadez asociadas a cierta apariencia, los colores y las formas que distinguen a las personas, la producción de sonidos especiales por animales de cierto aspecto, son fenómenos que observa por si solo. En la edad adulta, cuando ya nos faltan maestros, hacemos por nosotros mismos a cada instante observaciones curiosas y deducimos diariamente de nuestra experiencia reglas de conducta, dependiendo el éxito en la vida de la manera más o menos completa como se observa, más o menos exacta como se concluye. ¿Es razonable, pues, que cuando vemos reproducirse en el niño y en el hombre la marcha que sigue la evolución de toda la humanidad, deba adoptarse la marcha opuesta durante el periodo que se extiende desde la infancia a la madurez, y esto en cosa tan sencilla como la de enseñar a conocer las propiedades de los objetos? ¿No es claro, por el contrario, que en todo se debe seguir siempre el mismo método? ¿No es Este el que la Naturaleza emplea continuamente con nosotros, sin exigirnos más que la voluntad de comprenderlo y la humildad de sujetarnos a el? ¿Hay nada más manifiesto que el deseo de simpatía intelectual que experimentan los niños? Ved aun pequeñuelo sentado en vuestras rodillas, aproximando sus mejillas a vuestro rostro para que podáis contemplarlas. Ved cómo os mira cuando con su mano dé un golpe en la mesa , cómo vuelve a empezar a miraros otra vez, pareciendo deciros: <¡ Oye este nuevo sonido!> Ved cómo entra en la habitación gritando:

<¡Mamá, mira esto; mamá, mira aquello!>, costumbre que conservaría por largo tiempo si la mamá ignorante no le prohibiese molestarla. Observad cómo, cuando están en un paseo, corren todos hacia su niñera para enseñarles la flor que han cogido, hacerle ver que es bonita y conseguir que también la encuentre bella . Fijaos en la ardiente volubilidad con que todos refieren las cosas nuevas que han visto, con sólo hallar una persona que les preste atención. Ante semejantes hechos, la verdad surge por sí misma. ¿No es evidente que debemos acomodar nuestra conducta a estos instintos intelectuales, que debemos sistematizar el procedimiento de la Naturaleza, escuchando todo lo que el niño quiera decirnos ,acerca de cada objeto, alentándole y haciéndole que nos manifieste todo lo qué se le ocurra, llamando algunas veces su atención hacia hechos que se le hayan escapado - esto con el propósito de ponerle en condiciones de que los observe cuando vuelvan a presentársele -, y luego facilitándole o indicándole nuevas series de objetos, en los cuales pueda ejercitarse por un examen completo? Ved cómo una madre inteligente dirige las lecciones de su hijo según este método. Le familiariza con los nombres de los atributos simples, dureza, blandura, color; gusto, dimensiones,- en esta tarea le ayuda su mismo hijo, que le muestra con insistencia que esto es rojo, que aquello es duro, tan luego como ha aprendido las palabras con que se designan estas propiedades. Después, y a medida que le van presentando boros objetos para que los vea y palpe, llama su atención hacia algunas de sus propiedades adicionales, teniendo cuidado de agruparlas en una mención común con las que ya conoce, de modo que, por su tendencia natural a la imitación el niño adquiere el hábito de repetirlas unas después de otras.

 

Poco a poco, como se presentan casos en los cuales el niño omite citar una o muchas de las propiedades que ya conoce, la madre le pregunta si no tiene nada que añadir acerca del objeto presente, y no siendo probable que recuerde nada, le manifiesta lo que ha omitido, no sin dejarle reflexionar algún tiempo y sin reírse algo de su olvido. Repetida varias veces esta prueba, el niño acaba por recordarlo todo desde luego. Más adelante le dice que sabe acerca del objeto en cuestión algo más que el , excita su orgullo, y logra, si el problema es de fácil solución, que por sí mismo lo resuelva. El niño se siente orgulloso de su éxito, y la madre premia su inteligencia; desea aquél nuevas victorias, y ésta se las prepara. A medida que las facultades del uno se desarrollan, agrega la otra nuevas propiedades a su lista, progresando de la cualidad de duro a la dulce, de la de rugoso a la de compacto, del color a la tersura, de los cuerpos simples a los compuestos; complica siempre el problema en proporción de sus fuerzas, reclamando cada vez más a su atención y a su memoria; sostiene constantemente su interés proporcionándole elementos de nuevas impresiones que pueda asimilarse y brindándole sin cesar ocasión de enorgullecerse con las victorias que es capaz de alcanzar. Obrando así, secunda sencillamente la marcha espontánea seguida por el niño en el primer período de su vida, no hace más que auxiliar la evolución natural de su inteligencia y auxiliaría de la manera que le indican la curiosidad y los movimientos instintivos del niño. Es evidente que dicho procedimiento es el más apropiado para que éste adquiera el hábito de observar a fondo, en lo que debe consistir, según los mismos defensores . proclaman,. el objeto de las lecciones de cosas. Decir las cosas a un niño y mostrárselas no es enseñarle a obsevar , es convenirle en simple receptáculo de las observaciones ajenas; es debilitar, más bien que fortalecer, su disposición natural a instruirse espontáneamente; es privarle del placer que proporciona la actividad cuando la corona el éxito; es presentarle la atractiva tarea de adquirir conocimientos bajo la forma de tina enseñanza rutinaria y producir con ello la indiferencia, el disgusto que con frecuencia experimentan los niños por estas lecciones por el contrario, con el procedimiento que dejamos expuesto se da al espíritu el alimento que desea, se añade a los estímulos intelectuales los sentimientos que naturalmente se les asocian, el amor propio y la simpatía ; se determina por medio de todos estos motivos una intensidad de atención que proporciona percepciones enérgicas y completas; en una palabra, se habitúa al espíritu desde un principio a ayudarse a si mismo, hábito que conservará toda su vida.

 

Es preciso seguir en las lecciones de cosas otros métodos que los actuales1 abrazar en ellas mayor número de objetos y prolongarlas por un espacio de tiempo más considerable No deben limitarse a los objetos encerrados en la casa sino abarcar también los que se encuentran en el campo, en los setos, en las carreteras y en las playas. No deben terminar con la infancia, sino ser continuadas en la juventud, de manera tal, que vengan insensiblemente a confundirse con las investigaciones del naturalista y del sabio. Aquí también sólo tenemos que seguir las indicaciones de la Naturaleza ¿Hay placer mayor que el del niño que coge una flor nueva, se apodera de un insecto desconocido o reúne piedrecillas y conchas? ¿Y quién no ve que, con cariño y habilidad, puede conducírsele al examen completo de las cualidades y estructura de estos objetos? . Todo botánico que se haya acompañado de niños en sus excursiones habrá podido observar el interés con que Estos se asocian a sus trabajos, su ardor en buscar plantas, la atención intensa con que siguen el examen que hace de ellas y las múltiples e incesantes preguntas con que le abruman. El discípulo de Bacon, consecuente consigo mismo servidor e intérprete de la Naturaleza- comprenderá que debe limitarse a obedecer modestamente estas indicaciones. Familiarizado ya el niño con las propiedades simples de los cuerpos inorgánicos, deberá procurarse que pase mediante el procedimiento ya Conocido, al examen completo de los objetos que encuentra en sus paseos diarios. Se comenzará por los hechos menos complejos; por ejemplo, en las plantas se observará cl color, el número, la forma de los pétalos, de los tallos, de las hojas; en los insectos, el número de alas, de patas, de antenas y el color; en las flores, el número de estambres y pistilos. ¿La forma de la corola es radiada o bilateral? ¿La disposición y aspecto de las hojas son opuestas o alternas, pedunculadas o no pedunculadas, aterciopeladas o tersas, dentadas o unidas . En los insectos, las divisiones del cuerpo, los segmentos del abdomen, los matices de las alas, el número de articula- ciones de las patas, la disposición de todos los órganos, etc. El fin de este sistema será siempre inspirar al niño el deseo de verlo y decirlo todo por sí mismo. Más tarde, y cuando sea llegado el momento oportuno, se podrá, como por favor, indicar al niño los medios de conservar las plantas, a las que los conocimientos adquiridos habrán dado tanto precio, y tal vez, y por un favor mayor todavía, facilitarle el aparato necesario para preservar a las larvas de las moscas y arañas domésticas durante su transformación. Este entretenimiento, del que hemos hecho la prueba, es de los más interesantes; dura por espacio de años, y cuando llega a ser el punto de partida de una colección entomológica, añade inmenso atractivo a los paseos del domingo y sirve de excelente introducción al estudio de la fisiología.

 

No esperamos que se nos conteste que con esto se perdería tiempo y fuerzas, y que seria preferible para el niño el aprender a escribir y la tabla de multiplicar, preparándose así mejor para el trabajo y ocupaciones que le esperan en la vida. Deploraríamos que se tuviera idea can grosera de lo que constituye la educación y concepto tan estrecho de la utilidad, sin hablar de la necesidad que hay de desarrollar sistemáticamente las percepciones y del valor del método expuesto para llegar a este resultado; pretendemos que los conocimientos así adquiridos tienen importancia verdadera. Si los hombres no debiesen ser sino mercaderes o tenedores de libros; si no debiesen poseer más nociones que las relativas a su profesión; si fuera necesario que todos se pareciesen - al vagabundo, que no concibe otro placer campestre que el de sentarse en una terraza a fumar su pipa y beber un vaso de vino, o al aristócrata, para quien los bosques son simplemente sirios donde se caza y las plantas agrestes hierbas inútiles o nocivas, y que clasifica a los animales en de caza, de trabajo y sabandijas, entonces, en efecto, no debería aprenderse sino lo que pudiera contribuir a llenar el bolsillo y el granero. Pero si existen objetos más dignos de nuestra ambición; si las cosas que nos rodean sirven para algo más que para hacer dinero; si hay en nosotros facultades distintas de los apetitos sensuales; si los goces que procuran las artes, la poesía, la ciencia y la filosofía tienen alguna importancia para nuestra felicidad, entonces conviene que sea alentada la inclinación de todos los niños a observar las bellezas de [a Naturaleza y a estudiar sus fenómenos, Además, ese utilitarismo grosero, que lleva a los hombres a pensar que basta venir al mundo y a abandonarle sin preocuparse para nada de los objetos que encierra, alcanzará también provecho de nuestro sistema. Ya veremos que la ciencia de las leyes de la vida es, bajo todos los conceptos, la más importante de todas, porque estas leyes no sólo presiden a nuestros pensa- mientos, sino que también se imponen implícitamente en todas las transacciones públicas y privadas, en comercio, en política, en moral, siendo imposible, sin la inteligencia de las mismas, conducirse acertadamente ni como hombres ni como ciudadanos, De igual modo veremos más adelante que las leyes de la vida son esencialmente las mismas en todo reino orgánico, y además, que no pueden ser comprendidas en sus manifestaciones complejas sin haberlo sido antes en sus manifestaciones simples. Y cuando hayamos visto esto, veremos también que ayudando al niño a adquirir Conocimientos acerca de los objetos que traspasan los límites de la casa, conocimientos de que tan ávido se muestra, y estimulándole en este camino durante toda su juventud, le facilitamos la reunión de los elementos primordiales de una organización científica para el porvenir, elementos en los que algún día hallará su espíritu materia adecuada para esas poderosas generalizaciones mediante las cuales son sabiamente dirigidas las acciones de los hombres .

 

La opinión, ya muy extendida, de que el dibujo es uno de los elementos más importantes de la educación, prueba que se comienza a tener idea más exacta de lo que es la cultura del espíritu. Es también otro signo de la misma naturaleza el que los maestros adoptan al fin la marcha que la Naturaleza les indica constantemente. Los esfuerzos hechos por los niños para representar las personas, las casas, los árboles, los animales que ven - en una pizarra, a falta de otra cosa mejor, o con un lápiz plomo en él papel, si se les da - es hecho de todo el mundo conocido, Ver estampas es uno de sus mayores placeres, y su tendencia a la imitación les inspira, como en todo, el deseo de hacer otras iguales. Estos esfuerzos para asimilar los objetos que impresionan su vista constituyen también un ejercicio útil de las percepciones y un medio de que éstas sean más exactas y completas. Y al tratar de interesarnos en sus descubrimientos acerca de las propiedades visibles de los objetos, al esforzarse por llevar nuestra atención hacia sus dibujos, demandan precisamente de nuestra parte el genero de cultura de que tienen mayor necesidad -

 

Si los profesores se hubiesen dejado guiar por las indicaciones de la Naturaleza, no sólo considerando el dibujo como parte de su enseñanza, sino consultando esas indicaciones en la elección de los métodos adoptados para enseñarlo, todavía hubiese sido mucho mejor. ¿Cuáles son los objetos que el niño procura representar primeramente? Los voluminosos, los que tienen color agradable, aquellos a queasocia sus placeres. las personas que le han causado alguna emoción, las vacas, los perros, que le interesan por los numerosos fenómenos que ofrecen, las casas que ve diariamente y que le llaman la atención por sus dimensiones o por el contrasté que ofrecen sus partes. Y cuál es el procedimiento de representación que más le agrada? La coloración. A falta de otra cosa, se sirve del lápiz y del papel. Pero una caja de colores y un pincel son para él tesoros de inestimable valor, Dibuja un objeto sólo por el placer de pintarlo, y si se le entrega un libro de litografía con licencia para darle color, ¡qué felicidad! Por ridículo que esto pueda parecerá los profesores de dibujo, que demoran el estudio de la pintura y enseñan la forma mediante enojosos ejercicios de dibujo lineal, estamos convencidos de que la marcha indicada por la Naturaleza es la única buena, La prioridad del colorido sobre el dibujo, prioridad fundada en la psicología, como ya hemos dicho, debe ser admitida de buen grado, y desde un principio deben tomarse por modelos objetos reales. Ese placer superior del colorido, que se muestra durante toda su vida, debe servir de natural estímulo al estudio relativamente difícil e ingrato de la forma. La esperanza próxima de pintar debe ofrecerse como una recompensa al trabajo de la delineación, Es conveniente alentar los esfuerzos del niño para reproducir los objetos actuales de su interés, con la certidumbre de que, a medida que vaya adquiriendo experiencia, los objetos más sencillos y de ejecución más práctica irán siendo interesantes para él y ensayará igualmente reproducirlos , aproximándose por grados a la exacta imitación de la realidad.

 

No es razón suficiente para desechar nuestro método el que estos primeros ensayos sean confusos o indefinidos. No importa que las formas sean grotescas; no importa que los colores sean chillones y formen chafarrinadas, No se trata de saber si el niño dibuja bien; se trata de saber si desarrolla sus facultades. Ante todo, es menester que sea dueño de los movimientos de su mano y que adquiera alguna noción, aunque sea grosera, de la semejanza, y para lograr este fin, nada mejor que nuestro método, iniciado por él espontáneamente y con agrado. En los primeros años no es posible recibir lecciones serias de dibujo.- ¿reprimiremos, pues, esos esfuerzos de cultura espontánea, o bien los alentaremos y guiaremos, considerándolos como ejercicios naturales del poder de percepción y de manipulación? Entregando grabados en madera a los niños, para que les den color, y mapas, para que tinten las líneas divisorias. estimulamos agradablemente en ell6s la facultad del colorido, y además les proporcionamos accidentalmente algún conocimiento de las cosas y de los países y cierta habilidad en manejar el pincel con mano firme. Si proporcionándoles objetos. seductores que imitar mantenemos en ellos el hábito instintivo de reproducirlos, por groseramente que sea, sucederá que, cuando venga el tiempo de darles lecciones de dibujo, tendrán una aptitud de que en otro caso carecerían. Se habrá ganado tiempo y economizado trabajo a los discípulos y al maestro.

De lo que acabamos de decir puede fácilmente inferirse que condenamos la práctica de que los niños copien, y más aún ese método estricto de ciertos maestros de comenzar por líneas rectas, líneas curvas y líneas compuestas. Deploramos que la Sociedad de Bellas Artes haya dado últimamente en su lista de manuales de instrucción y práctica elemental el apoyo de su autoridad a una obra de dibujo que es la peor que en nuestra vida hemos visto. Hablamos del Manual de dibujo del escultor John Bell , Como en el prefacio se dice, el autor se propone «facilitar al alumno un medio sencillo y lógico de instruirse, y a este fin comienza por cierto número de definiciones, como las siguientes:

Línea simple, en dibujo, es un trazo ligero que va de un punto a otro

Las líneas, en dibujo, pueden dividirse en dos clases:

1. La línea recta que va de un punto a otro por el camino más corto; ejemplo, A. B.

2. La línea curva, que no va de un punto a otro por el camino más corto; ejemplo, C. D.>

 

Y por este estilo, el profesor enseña al alumno lo que es línea horizontal, perpendicular, vertical; cuáles son los diferentes grados de los ángulos y las distintas figuras que con los ángulos y las líneas se forman. La obra es en una palabra, una gramática de la forma, con ejercicios Por manera que reaparece en la enseñanza del dibujo el sistema de colocar en el comienzo de un estudio el análisis descarnado de los elementos, sistema proscrito ya de la enseñanza de las lenguas. Empezamos por lo definido, en vez de empezar por lo indefinido; lo abstracto precede una vez más a lo concreto, la concepción científica a las experiencias empíricas Es inútil repetir que con esto se trastorna el orden natural. Se ha dicho con mucha exactitud: la costumbre de que a la práctica de un idioma anteceden las definiciones de las partes del discurso y de su empleo es casi tan poco ra- zonable como lo sería el que hiciese anteceder al ejercicio ambulatorio un curso acerca de los huesos, los músculos y los nervios de la pierna. Pues lo mismo cabe decir de esa proporción según la cual el arte de la representación de los objetos debe ir precedido de la nomenclatura y de las definiciones de las líneas, tales como nos las presenta el análisis.

Estos detalles técnicos son, a la vez, enojosos e inútiles hacen ingrato el estudio desde el primer momento, y son inútiles porque hay seguridad de que el niño ha de aprenderlos sin cuidarse de ello, por el uso Lo mismo que aprende el sentido de las palabras que en su presencia se pronun- cian sin el auxilio de los diccionarios aprenderá sin esfuerzo y hasta con placer, por la observación directa de las cosas de las pinturas y de sus propios dibujos, los términos técnicos, que en un principio se le antojan enojosos misterios.

 

Si es licito confiar en los principios generales de educación que hemos establecido, las lecciones del maestro deberán asociarse constantemente a los esfuerzos del niño, que creemos tan dignos de ser estimulados. Cuando los ensayos voluntarios de éste le hayan dado alguna seguridad en la mano y cierra idea de la proporción, comenzará a concebir vagamente los cuerpos, presentando sus tres dimensiones en la perspectiva. Y cuando, después de muchos esfuerzos y de no pocos fracasos para representar en el papel esta apariencia, haya llegado a comprender algo de lo que le corresponde hacer para lograr su propósito y concebido el deseo de realizarlo, se le podrá dar la primera lección de perspectiva empírica, por medio del aparato que de ordinario se emplea para explicar científicamente las leyes de la perspectiva. Colocase una plancha de vidrio verticalmente sobre la mesa interponiéndola entre el ojo del niño y un objeto cualquiera, un libro, por ejemplo ; adviértese al niño que no cambie de punto de vista, y se le manda señalar por puntos en d. cristal los ángulos del objeto. Luego se le dice que reúna estos puntos. por medio de líneas, y al hacerlo, le es fácil observar que estas líneas siguen los contornos del libro. Entonces, colocando una hoja de papel detrás del cristal, se le hace ver que las líneas que ha trazado representan el objeto tal como lo ha visto, y que reproducen no sólo su apariencia, sino que siempre que estén bien trazadas, le son realmente semejantes, pudiendo convencerse plenamente de ello quitando y volviendo a poner el papel detrás del cristal tantas veces como le parezca. El hecho es, a sus ojos, nuevo y sorprendente. Comprende la demostración experimental de que las líneas de cierta longitud, colocadas en determinadas direcciones en una superficie plana, pueden representar líneas de otra longitud y que ocupen otras posiciones en el espacio. Cambiando la posición del objeto colocado detrás de la plancha de cristal, también se puede observar cómo las líneas se acortan y desaparecen, cómo otras aparecen y se prolongan. La convergencia de las paralelas y todos los hechos más importantes de la perspectiva pueden así, de vez en cuando, serle demostrados por igual método. Y cuando haya adquirido suficientemente el hábito de ayudarse a sí mismo, tendrá empeño, si se le aconseja. en trazar aquellas líneas a simple vista sobre el papel. Más adelante deseará dibujar por si solo un objeto, el cual comparará en seguida con la silueta trazada en el cristal. De este modo adquirirá poco a poco, por un método sencillo y agradable, vista sobre el papel; Más adelante deseará dibujar por si solos objetos y, la facilidad de reproducirlos, sin pasar por el procedimiento ininteligente y mecánico de copiar los dibujos dé otros. A esta ventaja se agrega la de que el discípulo aprende por este medio, sin darse cuenta de ello, la verdadera teoría de la pintura, a saber que ésta es una delineación de los objetos tal como se nos presentan al proyectase en una superficie plana interpuesta entre ellos y nosotros, y de esta manera, cuando llegue la edad de comenzar el estudio científico de la perspectiva, conocerá ya perfectamente los hechos que son su base lógica.

 

Como ejemplo de un método racional de hacer concebir a los niños las primeras ideas geométricas, copiamos de Wyse el pasaje siguiente :

<Se debe habituar al niño a servirse de cubos para aprender la aritmética; enséñesele también a servirse de ellos para aprender los elementos de la geometría. Yo quisiera que se comenzase por los sólidos, cosa contraria a lo quede ordinario se hace. Evitarla esto las definiciones absurdas y las explicaciones erróneas acerca del punto, de la línea, de la superficie, que son simplemente abstracciones. El cubo presenta muchos de los elementos principales de la geometría: puntos, líneas rectas, líneas paralelas, ángulos, paralelogramos, etc. El cubo es divisible por partes. <Familiarizado ya el discípulo con estas divisiones por la numeración, pasa ahora a la comparación de aquellas partes y de sus relaciones entre si; en seguida progresa del círculo al globo, y adquiere las nociones elementales acerca del círculo, de las curvas en general, etc. Cuando el alumno está suficientemente instruido en los sólidos, se sustituyen éstos por superficies planas. La transición puede ser muy fácil. Por ejemplo, se corta el cubo en láminas delgadas, que se extienden sobre el papel; el discípulo verá que hay tantos rectángulos planos como secciones. Se hará lo mismo con los demás sólidos. Se someterá la esfera a idéntico procedimiento, y de este modo el niño aprenderá a conocer cuál es la generación real de las superficies, y podrá en seguida abstraerlas fácilmente de todo sólido. Cuando conozca el alfabeto de la geometría y sepa leer esta ciencia, empezará a escribirla .

>La operación más sencilla, y por consiguiente la primera, será la de colocar las divisiones planas sobre una hoja de papel, pasando el lápiz por los contornos. Cuando haya hecho esto bastantes veces, se retira la sección plana y se obliga al niño a copiarla de lejos.> Cuando haya adquirido el niño, por un método análogo al propuesto por Wyse, cierto caudal de conocimientos geométricos, puede darse un nuevo paso, acostumbrándole a apreciar la exactitud de las figuras trazadas a pulso; de esta manera se excita su deseo de dibujarlas correctamente y se le acostumbra a vencer la dificultad de la operación. Es. indudable que la geometría tiene su origen (como lo indica la misma palabra) en los métodos descubiertos por el hombre para tomar exactamente las medidas, cuyo conocimiento es indispensable para la construcción de edificios, división de propiedades, etc. , que se formé un cuerpo de doctrina con las verdades que la constituyen, a fin de facilitar su inmediata aplicación. Pues bien, en el mismo orden debe ser presentada al discípulo dicha ciencia. Enseñándole a cortar pedazos de cartón para construir un castillo de naipes y a dibujar diafragmas ornamentales, que pintará luego; ocupándole en las diversas cosas que un maestro ingenioso ideará con facilidad, se puede dejarle durante algún tiempo. que haga sus tentativas por sí mismo como las hizo el constructor primitivo. De este modo aprenderá, prácticamente cuán difícil es llegar al fin deseado con el solo auxilio de los sentidos.

 

Cuando más adelante haya desarrollado su potencia de observación y esté en condiciones de servirse del compás, apreciará sus ventajas, pero seguirá viéndose cohibido por la imperfección del método aproximativo. Puede quedar entregado a sus propias fuerzas durante algún tiempo en esta fase de su trabajo: en primer lugar, porque aún será muy joven para avanzar más; en segundo. porque conviene que se penetre bien de la necesidad de procedimientos sistemáticos . Si es necesario procurar que la adquisición de conocimientos sea interesante. y si en ti primer período de civilización del individuo, como en el primer periodo de civilización de la raza, la ciencia sólo se estima por los servicios que a las artes presta. es evidente que la verdadera preparación para el estudio de la geometría consiste en prolongados ejercicios en las artes de construcción, cuya ejecución tanto facilitará la ciencia mencionada. Obsérvese que también aquí nos enseña el camino la Naturaleza. Los niños manifiestan gusto especial pata edificar, para cortar objetos de papel; gusto que, si es alentado y dirigido, allanará el camino a las concepciones científicas y desarrollará, además esa habilidad mecánica que con tanta frecuencia se necesita.

 

Cuando hayan alcanzado la potencia necesaria las facultades de observación y de invención, podrá iniciarse al discípulo en la geometría empírica, es decir en la geometría queda soluciones metódicas pero sin demostrarlas .Como todas las demás transiciones en la educación, ésta deberá ser incidental. Hacer construir al discípulo con cartón un tetraedro, conforme al modelo que se le enseñará. es interesarle en resolver un problema que puede servir de punto de partida al nuevo estudio. El alumno verá desde luego, que para formar un tetraedro necesita cortar cuatro triángulos iguales y colocarlos en determinada posición. Como es imposible que lo haga con exactitud careciendo de un método exacto. Al colocar los triángulos observará que sus lados no se ajustan ni los ángulos coinciden en el vértice. Entonces se le puede explicar cómo describiendo dos círculos , los triángulos se trazan con seguridad y con exactitud. Habiéndole ya ayudado de esta suerte a resolver el primer problema, a fin de dejarle adivinar la índole de los métodos geométricos, se debe procurar en seguida que resuelva por sí sólo, lo mejor que pueda los problemas que se presenten. Dividir una línea en dos partes iguales, levantar una perpendicular inscribir un cuadro, dividir un ángulo , trazar dos líneas paralelas , construir un exágono , son problemas que resolverá por sí mismo con alguna paciencia. Después , paso a paso , Se le irán presentando otros más complejos , que resolverá o hará esfuerzos por resolver sin auxilio de nadie. Ciertamente, habrá muchas personas, educadas en el antiguo sistema, que dudarán de esta afirmación. Sin embargo, hablamos por experiencia y por experiencia común y repetida. He- mos visto a. toda clase de niños de corta edad interesarse tanto en la solución de tal o cuál problema, que aguardaban su lección de geometría como el acontecimiento culminante de la semana. Ultimamente hemos oído hablar de un colegio de niños en el que muchos de ellos se ocupan voluntariamente de cuestiones geométricas en las horas de descanso y recreo, y de otro en el que los discípulos no sólo hacen lo mismo, sino que piden problemas para resolverlos el domingo, hechos que consignamos bajo la fe de los respectivos profesores. ¡Qué prueba de la posibilidad y del valor del desenvolvimiento espontáneo! ¡Una rama de la ciencia que, cuando se enseña por el método ordinario, es árida y enojosa, se torna, siguiendo el procedimiento natural, en extremo interesante y profundamente útil! Añado <profundamente útil,, porque sus efectos no se limitan a la adquisición de verdades geométricas, sino que con frecuencia originan una revolución en el espíritu. Se ha observado que los niños cuya inteligencia hablan como adormecido los méto- dos escolares - con las fórmulas abstractas, el abuso y el hastío del estudio- renacían vigorosamente a la vida intelectual tan pronto como cesaban de ser puros recipientes pasivos y entraba en ejercicio su actividad. Habiendo cedido, por virtud de métodos de mayor atractivo, el desaliento inspirado a esos niños con los malos métodos de enseñanza, y habiéndose despertado en ellos alguna perseverancia a consecuencia de tal o cual triunfo obtenido en el estudio, se ha operado una verdadera revolución en todas sus facultades. No desconfiaban ya de sus propias faenas: se creían también capaces de alguna cosa. Poco a poco, a medida que un éxito se agregaba a otro, dejaba de pesar sobre ellos el desaliento y acometían las dificultades en todas las ramas del estudio con una energía que de antemano garantizaba el vencimiento.

 

Algunas semanas después de haber dado a la estampa estas reflexiones, el profesor Tyndall, en una conferencia dada en el Instituto Real acerca de la Importancia del estudio de la física como rama de la educación, citaba algunos hechos de tú misma índole que son concluyentes. Su testimonio. Básado en sus observaciones personales es de demasiado peso para que dejemos de transcribirlo. <Uno de los deberes que tuve que llenar -dice- fue el de dar una clase de Matemáticas, y observé que Euclides y en general toda la geometría antigua es, cuando se sabe interesar la inteligencia, un estudio de gran atractivo para la juventud. Pero yo libertaba siempre a los niños de la rutina de los libros v ponía en juego su iniciativa en cuestiones libremente esco- gidas. Al principio desagradaba a los niños verse sacados del camino trillado y se sentían como desorientados pero jamás noté que durase este disgusto. Cuando los veía muy desalentados, les animaba refiriéndoles la anécdota de Newton, quien decía que la única diferencia que había entre él y los demás hombres era alguna más paciencia por su parte; o la de Mirabeau prohibiendo a su criado pronunciar ante él la estúpida frase de que '' algo podía ser imposible''. Alentados así, volvían siempre sonriendo a su tarea tal vez con cierto aire de duda, pero resueltos a hacer nuevos ensayos. He visto brillar los ojos de los niños v les he oído exclamar después, con un placer del que el éxtasis de Arquímedes era un nuevo reflejo: ¡ Lo encontré, señor !''. El sentimiento de sus propios medios despertado en ellos de esta suerte tenía inmenso valor, v así animada. m clase hacia sorprendentes progresos. Con frecuencia dejaba a mis discípulos en liber- tad de elegir entre las proposiciones contenidas en el libro o ensayar sus fuerzas buscando otras.

 

Nunca les vi decidirse por el libro Estaba siempre dispuesto a ayudarles cuando creía necesario mi auxilio pero de ordinario rehusaban. Habían gustado las delicias de las conquistas intelectuales, y buscaban la ocasión de nuevas victorias. Re visto diafragmas suyos grabados en las paredes y en las tarimas de la sala de recreo y he observado otras muchas pruebas del vivo interés que tomaban por el estudio. Por mi parte, más bien limitaban sus vuelos, no entendiendo por completo las leyes de la pedagoga como los alemanes las entienden. Sin embargo, me atenía al espíritu de la enseñanza tal como lo he explicado en el comienzo de este discurso, esforzándome en hacer de la geometría, no una rama, sino un medio de educación la experiencia me demostró que estaba en lo cierto, y las mejores horas de mi vida son aquellas en que vi la vigorosa y feliz expansión de las fuerzas mentales a que me habla dirigido.

Esta geometría empírica, que ofrece una serie sin fin de problemas, debe ser continuada durante algunos años, a la vez que otros estudios que pueden con ventaja ir acompañados hasta el fin de las aplicaciones concretas que les han servido de preliminares. Después de conocer el cubo el octaedro, las diversas formas de la pirámide y del prisma, puede pasarse a otros cuerpos regulares más complejos, como él dodecaedro, el octaedro, que exigen gran inteligencia para ser construidos con pedazos de cartón - De aquí es fácil y natural la transición a las formas modificadas de los cuerpos regulares, tales como las presentan las cristalizaciones el cubo truncado, el cubo de ángulos truncados y las variedades análogas del octaedro y del prisma, con lo que se presenta ocasión, mientras se imitan las formas diversos que afectan las sales y los metales, de dar a conocer al alumno algunos de los grandes hechos de la mineralogía .

Como puede presumirse, la geometría racional no ofrecerá ningún obstáculo al discípulo después que esté práctico en ejercicios de este género. Acostumbrado a observar las relaciones de forma y de cantidad, habiendo entrevisto muchas veces que ciertos resultados son necesarios dados ciertos datos, no verá en las demostraciones de Euclides sino el cumplimiento que faltaba a los problemas que ya le son familiares. Sus facultades bien disciplinadas se asimilarán fácilmente a las proposiciones sucesivas del maestro, y apreciará su valor. Experimentará, además, el placer de encontrar algunas veces por si mismo el verdadero método. Así, este estudio, árido para los que no han sido preparados, será agradable para él. Nos falta agregar que, con este procedimiento, se anticipará el momento en que su espíritu adquiere aptitud para el ejercicio más propio e influyente en el desarrollo de nuestras facultades reflexivas: las demostraciones originales. No tardarán en ser de fácil solución para el teoremas como los que contienen los libros de Euclides y de Chambers y la demostración de estos teoremas facilitará el desarrollo espontáneo, no sólo de las facultades intelectuales, sino que también de las morales.

 

Llevar más lejos estas indicaciones sería escribir un minucioso tratado de educación, y no es ese nuestro propósito. El bosquejo que hemos trazado de un plan de enseñanza para ejercitar las percepciones del niño, dirigir las lecciones de cosas y enseñar el dibujo y la geometría, debe ser considerado únicamente como un ejemplo fundado en los principios generales expuestos. Creemos que si se examina, se hallará dicho bosquejo conforme con las reglas que exigen se proceda de lo simple a lo compuesto, de lo indefinido a lo definido, de lo concreto a lo abstracto, de lo empírico a lo racional, y creemos también que responde a las condiciones requeridas que son:

1. que la educación sea la reproducción en pequeño de la civilización;

2. que sea todo lo espontánea posible;

3. que vaya acompañada de placer.

 

La reunión de estas condiciones en un solo y mismo método sirve para mostrar a la vez que ellas son verdaderas y el método bueno. Considérese también que dicho método es el producto lógico de la tendencia característica de todos los progresos modernos en. materia de educación esto es, la adopción plena y completa del sistema de la Naturaleza, del que son aquellos progresos la adopción parcial ; y lo es. primero, porque se adapta a los principios establecidos: segundo, porque atiende las sugestiones directas del espíritu del niño .Hay, pues. motivo sobrado para creer que el pro- cedimiento de educación expuesto e ilustrado con algunos ejemplos se aproxima al verdadero. Vamos a agregar todavía algunas palabras, para inculcar más en el espíritu del lector los dos principios generales, que son a la par los más importantes y los más desatendidos:. primero, que desde la cuna hasta la edad adulta el método de instrucción debe ser espontáneo, como deberá serlo más tarde en la edad madura; segundo - y este principio sirve para aclarar el primero -, que la actividad mental producida debe ir siempre acompañada de placer. Si la progresión de lo simple a lo compuesto, de lo indefinido a lo definido, de lo concreto a lo abstracto, es verdad demostrada por la psicología, la espontaneidad y el placer en el estudio son las piedras de toque con las cuales juzgaremos si ha sido respetada la ley psicológica. Si el primer principio contiene las generalizaciones principales de la ciencia de la educación, el segundo contiene las principales reglas del arte de la misma. Porque evidentemente, si nuestros estudios están dispuestos de modo que el discípulo los siga con un poco o ningún auxilio su disposición se corresponderá con las diferentes fases de la evolución intelectual de aquel, y evidentemente también, si el paso de un estudio a otro le es grato, será porque no se le exige sino el ejercicio normal de sus facultades .

 

Pero el convertir la educación en simple medio de facilitar la evolución natural del espíritu tiene todavía otra ventaja mayor que la de facilitar la formación de un plan de estudio completo . En primer lugar, asegúrase de esta manera la energía y la duración de las impresiones, lo que nunca se consigue con los métodos ordinarios. Todo conocimiento que el discípulo adquiere, todo problema que resuelve por si mismo, se lo apropia como por derecho de conquista. La actividad previa del espíritu que el problema implica, La concentración del pensamiento que exige la excitación del triunfo, todo concurre a grabar profundamente los hechos en la memoria del alumno, siendo para ello medio mucho más poderoso que la lectura o la audición. Aunque hayan sido estériles sus esfuerzos, la tensión de sus facultades fija sus recuerdos, al serle dada la solución, mejor que podrían hacerlo explicaciones muchas veces repetidas. En segundo lugar, con esta manera de instruirse, es necesaria la continua organización de los conocimientos adquiridos. Está en la naturaleza de los hechos que las conclusiones de esta suene asimiladas pasen a ser sucesivamente premisas de otras conclusiones, medios de resolver otros problemas. La solución de la cuestión anterior ayuda al discípulo a resolver la cuestión presente. De este modo, el conocimiento nuevo se conviene en aptitud tan pronto como se adquiere, y coopera a la función general del pensamiento, no quedando tan solo escrito en las páginas de un libro interno, como acontece estudiando de memorial Obsérvese, al propio tiempo, cuánto contribuye esta espontaneidad del trabajo a nuestro desarrollo normal. El valor en acometer las dificultades, la concentración sostenida de la atención, la perseverancia en los contratiempos, son disposiciones necesarias en la vida, y precisamente son las que desarrolla el sistema que obliga al espíritu a ganarse su pan intelectual. Podemos atestiguar por nosotros mismos, pues así se nos ha enseñado la perspectiva en nuestra juventud, que este método es perfectamente práctico, y si pasamos revista a los grandes maestros, veremos que todos se han dirigido a desarrollar esa tendencia en el espíritu de sus alumnos, como lo demuestran:

Fellenberg, al decir que <la actividad libre e individual del alumno tiene más importancia que los extremos oficios de los que dirigen su educación>: Horacio Mann, consignando la opinión de que <desgraciadamente la educación entre nosotros consiste más en decir las cosas a los niños que en ejercitar sus facultades, y M. Marcel, cuando observa que <lo que el alumno descubre con el trabajo de su pensamiento lo sabe mucho mejor que lo que se le enseña>

 

Lo mismo ocurre en lo referente a la otra condición, de que el método de educación que se exija determine en el alumno una actividad agradable, y no por el estímulo de la recompensa, sino por la satisfacción que lleva consigo. Además de preservarnos de ¡os inconvenientes que ocasiona siempre el contrariar el progreso normal de la evolución natural , la obediencia a esta regla tiene todavía otras muchas ventajas. A menos que nos propongamos retroceder a la moral ascética - o más bien, a la inmoralidad ascética -, el respeto a la dicha de la juventud debe ser considerado en sí mismo como objeto digno de ser perseguido. Pero sin insistir en esta reflexión, observaremos que el estado de placidez del espíritu es más favorable al trabajo que el estado de indiferencia o de disgusto. Sabido es de todo el mundo que las cosas leídas, oídas o vistas con interés, se retienen mejor que las leídas, oídas o vistas con apatía; en el prime caso, las facultades se ocupan activamente en el objeto que se les presenta; en el segundo, se ocupan en él pasivamente y comparten la contemplación del mismo con otros pensamientos más agradables. De esto depende el que la impresión sea enérgica o débil. Además ; a la distracción que produce en el discípulo la falta de interés se agrega el temor a las consecuencias de su distracción, el cual temor le paraliza y contribuye a apartar su atención del estudio. Luego es evidente que la eficacia de la enseñanza será, en igualdad 'de condiciones, proporcional al placer con que el discípulo trabaje.

 

Preciso es considerar también las grandes consecuencias mórales que se desprenden del placer o de la pena que acompaña a la lección diaria. Cornpruebese el aspecto y la manera de ser de los niños , de los cuales uno es dichoso en el estudio de objetos que le interesan y otro es desgraciado por el hastío del trabajo, la severidad de sus profesores, las amenazas y los castigos , se observa que el estado moral del primero progresa, el del segundo decae. Quien haya observado los secretos que en el espíritu ejercen el éxito y los esfuerzos frustrados y la influencia del espíritu en el cuerpo, sabe que en el primero de los dos niños se mejoran el carácter y la salud, al paso que en el segundo no tarda en aparecer la tristeza, la timidez y acaso el empobrecimiento de la consti- tución. Restanos todavía señalar un efecto indirecto pero no escaso en importancia, del método empleado las relaciones entre los profesores y los discípulos son, en igualdad de condiciones, afectuosas y eficaces o impotentes de antipatía, según que la enseñanza produzca placer o pena. El hombre obedece, a veces sin saberlo, a la asociación de ideas. Un mensajero de dolor cotidiano no puede ser mirado sin cierta aversión secreta, y si siempre es causa de emociones penosas y nunca de agradables, inevitablemente será aborrecido.

 

Por el contrario, el maestro que ayuda al niño a alcanzar el logro de sus deseos, que le proporciona diariamente el placer de la victoria, que le alienta en las dificultades, que simpatiza con él en los triunfos, será necesariamente objeto de simpatía; y si su conducta está en todo de acuerdo con sus principios, llegará a ser amado. Ahora bien; cuando reflexionamos en la influencia bienhechora de la tutela de un maestro considerado por. el alumno como un amigo, comparada con la dirección impotente del que es mirado con aversión, no podemos menos de decir que las ventajas indirectas de la educación en que no se olvida la dicha de los jóvenes no son apenas inferiores a sus ventajas directas. Si alguien pone en duda la posibilidad de aplicar el sistema que sostenemos aquí, ¡e responderemos que además de estar justificado en teoría, cuenta con el apoyo de la experiencia. A los juicios emitidos por todos los maestros hábiles que han dado testimonio acerca de este punto agregaremos el del profesor Pillans , cuando dice : <Si se enseña a los niños como se debe hacerlo, no son menos felices en las horas de clase que durante las de juego; rara vez el ejercicio bien dirigido de las energías mentales va acompañado en ellos de menos placer que el ejercicio de sus fuerzas físicas, y en ocasiones el primer goce es mayor.>

 

Para aducir la última razón a favor de la educación espontánea, y de consiguiente agradable, recordaremos que cuanto mayor sea el empeño que se ponga en que aquélla revista la última condición, tanto menos probable es que el discípulo la abandone al dejar de ir a la escuela , y al contrario, porque tornándola agradable se producirá la tendencia a proseguir sin guía la cultura espontánea comenzada bajo ajena dirección, y viceversa. Estos resultados son inevitables, Mientras sean verdaderas las leyes de la asociación de ideas; mientras el hombre experimente disgusto hacia las cosas y lugares que le evoquen recuerdos penosos y gusto por los lugares y cosas que le traigan el recuerdo de pasados goces, las elecciones acompañadas de dolor o de hastío le harán repulsiva la adquisición de conocimientos, mientras que las lecciones acompañadas de placer le colmarán de atractivos. Hombres a quienes en su juventud les ha sido presentada la ciencia bajo la forma de un penoso deber escoltado de amenazas y castigos, hombres a quienes no se ha inculcado el hábito de la libre indagación, no serán nunca sabios; por el contrario aquellos que han adquirido la ciencia por medios naturales, en sazón oportuna, que recuerdan los hechos aprendidos, no sólo como interesantes en sí mismos, sino como ocasión de larga serie de éxitos llenos de encanto, estos hombres continuarán instruyéndose durante toda su vida, como lo hicieron en su juventud.

 

CAPITULO III

DE LA EDUCÁCION MORAL

Consideraciones generales - Principios - Máximas y reglas

No observamos la falta capital de que adolecen nuestros programas de educación. Mientras en el detalle sé perfeccionan mucho los sistemas; en su fondo ven su forma no se ha reconocido todavía, ni a titulo de desideratum el verdadero ideal en la materia. Preparar a la juventud para los deberes de la vida, tal es el objeto que los padres y maestros reconocen implícitamente como fin constructivo de la educación, y afortunadamente, el valor de lo que se enseña y la excelencia de los métodos seguidos se juzgan con arregló a este fin. Por ello se considera conveniente sustituya a la educación puramente clásica otra en que se incluye el estudio de los idiomas modernos; por esta razón también se insiste en la necesidad de atender debidamente al estudio de las ciencias. Pero aunque se muestre cierto empeño en preparar a la juventud de ambos sexos para la vida social y la pública, no se la prepara en modo alguno para la condición de padres y madres de familia. Mientras se está convencido de que para saber ganarte la vida en el mundo se necesita haber pasado por una laboriosa preparación parece creerse que para educar a los niños no hace falta preparación alguna Mientras el joven empeña años y años en adquirir esos conocimientos cuya principal mérito consiste en constituir la educación de un hombre de mundo, y la joven esos talentos que hacen de ella el ornamento de las soirées , no se concede ni una hora a los estudios que los pondrían en aptitud de llenar el deber más grave de todos el de dirigir y gobernar la familia. ¿Es que este deber sólo se presentará eventualmente en la vida? Por el contrario, es seguro que se presentará nueve veces de cada diez. ¿Es que es fácil de llenar ? Por el contrario, de todas las funciones del hombre, ninguna es más difícil. ¿Es que puede esperarse que todos los jóvenes de uno y otro sexo se formarán espontáneamente en el arte de educar a sus hijos? Nada de eso; no sólo no se aprecia la necesidad de adquirir dicho arte, sino que no se comprende que éste es uno de aquellos en que es menos fácil educarse sin el auxilio ajeno. No es posible invocar ningún motivo razonable para excluir de nuestros estudios el arte de la educación. Ora adoptemos el punto de vista de la dicha de los padres, ora el de la de los hijos y su descendencia más remota, nos es forzoso admitir que el arte de educar a la juventud, física y moralmente, es conocimiento importantísimo . Deberíamos colocarle al final de los estudios, para que sirviese como de coronamiento de Estos. Así como en lo físico la edad madura está caracterizada por la potencia generatriz, en la moral se caracteriza por la capacidad de educar a los hijos. El fin que a todos comprende y que debe, por tanto, constituir el punto capital de la educación, es la teoría y la práctica de la educación misma.

Por faltar está preparación, el gobierno de los niños, y en especial su gobierno moral, es lamentablemente malo. En la mayor parte de los casos, sobre todo en lo que a las madres se refiere, el modo de tratar a los niños, en cuantas ocasiones se presentan, depende del humor del momento. No se funda dicho trato en ninguna convicción razonada acerca de la conveniencia del niño, que experimentan los padres, y varía de hora en hora con este sentimiento. Si las inspiraciones de la pasión tienen por suplemento alguna doctrina, algún método definitivo, son las doctrinas y los métodos heredados, sugeridos por nuestros recuerdos de la infancia, adoptados bajo la fe de las nodrizas y de los criados; métodos que deben su existencia, no a los principios científicos sino a la ignorancia de los tiempos. Comentando Richter, el caos que reina en la opinión y en la práctica en materia de educación, escribe:

 

Si se reunieran y aplicaran en un libro, para que sirviese de texto a un curso moral, los cambios secretos que experimentan la mayor parte de los padres, leeríamos frases y máximas como las siguientes: primera máxima, <debe enseñarse la moral pura a los niños>; segunda máxima, < debe enseñárseles la moral mixta o la moral de la propia utilidad>; tercera máxima, < ¿ no ves lo que hace tu padre?>; cuarta máxima, <¡ eres pequeño, y esto no conviene sino a las personas mayores!>; quinta máxima, <lo importante es que medres y seas algo en el mundo>; sexta máxima, <el hombre no ha sido creado para ja tierra, sino para el cielo>; séptima máxima, <soporta la injusticia con paciencia; octava máxima, <defiéndete con bravura si alguien te ataca>; novena máxima, <querido niño, no hagamos ruido>; décima máxima, <los niños no deben estar inmóviles>; undécima máxima, obedece a tus padres>; duodécima máxima, <haz tu educación por' ti mismo>. La madre es aún mucho peor que el padre; ¡ mucho peor que ese arlequín que aparece en escena con un legajo de papeles debajo de cada brazo y que, cuando se le pregunta qué lleva debajo del brazo derecho, responde: <órdenes>; y debajo del izquierdo : <contraórdenes>! ¡A la madre sólo puede comparársela a un gigante Briáreo que llevase debajo de cada uno de sus cien brazos un legajo por el estilo !>

 

Y tal estado de cosas no ofrece probabilidades de cambiar. Deberán pasar algunas generaciones antes que pueda esperarse verlo ostensiblemente mejorado los sistemas de educación, lo mismo que las constituciones políticas, no se crean, se desenvuelven, y sus progresos no son apreciables en períodos cortos de tiempo. Sin embargo por lentos que sean estos progresos, implican el empleo de medios adecuados, y estos medios constituyen el objeto de la presente discusión. No somos de los que creen en el dogma de lord Palmerston: <que todos los niños, al nacer, son buenos>. El dogma contrario, por insostenible que parezca, lo creemos menos falso. No opinamos tampoco que mediante una educación hábilmente combinada, pueda cambiarse totalmente la manera de ser de cada uno; por el contrario, sabemos que si es posible disminuir las imperfecciones naturales, no lo es el destruirlas. Podría compararse la opinión de ciertas personas, de que un sistema perfecto de educación produciría una humanidad ideal, a aquella otra Opinión de Shelley, expresada en sus poemas; que si la humanidad aboliese sus antiguas instituciones y olvidase sus añejos prejuicios, todos los males que afligen al mundo desaparecerían como por encanto. Al hombre que ha estudiado sin pasión las cosas humanas no le es lícito sostener ninguna de estas dos opiniones.

 

A pesar de lo dicho, es bueno simpatizar con los que abrigan esperanzas, demasiado halagueñas. El entusiasmo, aun el rayano al fanatismo resulta buen motor, tal vez motor indispensable. Es evidente que el político aferrado a su idea no soportaría las fatigas que sobrelleva, no haría los sacrificios que hace, si no creyese que la reforma porque combare es la mayor necesidad de su país o de la humanidad. Sin la convicción de que la embriaguez es el origen de todos los males sociales, el partidario del impuesto sobre las bebidas se agitaría con menor vehemencia. En el terreno de la filantropía, como en los demás, la división del trabajo produce grandes ventajas, y para que exista esta división, es preciso que cada filántropo esté absorto en su función particular y tenga fe exagerada en su obra. De aquí proviene que podamos decir que no está exenta de ventajas la no bien meditada esperanza de los que consideran la educación intelectual y moral como una panacea. y quizás forme parte del orden armónico y bienhechor de las cosas el que esta confianza no pueda ser menoscabada.

 

Pero aunque fuese exacto que, merced a algún sistema de educación moral no descubierto todavía, se pudiese formar moralmente a los niños según el plan deseado y aunque se lograra que adaptasen este sistema todos los padres, estaríamos aún lejos de alcanzar el fin apetecido. Olvidase que la aplicación de tal sistema supone, de parte de los adultos, un grado de inteligencia, de bondad, de imperio sobre si mismos que no posee nadie. El error de los que discuten sistemas de educación doméstica consiste en atribuir todas las faltas, en achacar todas las dificultades a los hijos, nada a los padres. En lo que afecta al gobierno de la familia, como en lo referente al gobierno de la nación, se supone siempre que las virtudes están del lado de los gobernantes; sus vicios, de parte de los gobernados. A juzgar por las teorías de educación, parece que hombres y mujeres se metamorfosean al considerarlos como padres y madres. Vernos diariamente personas con las cuales sostenemos relaciones más o menos estrechas; pues todas esas personas y cuantas otras encontramos en el mundo son seres imperfectos.

En los escándalos de que dan cuenta los periódicos, en las querellas entre amigos antiguos, en las quiebras, en los procesos, en los informes de la policía, tenemos de continuo la prueba del egoísmo de la falta de probidad, de la inmoralidad general; y. sin embargo, cuando se habla de la educación de los niños de corta edad y de la conducta de otros mayores, tienese por hecho establecido que aquellos que los educan, y que no son otros que todos esos pecadores, no son responsables de faltas morales hacia ellos. Esto está tan lejos de ser cierto, que no vacilamos en atribuir a los padres la mayor parte de los males que se originan en la familia, y que de ordinario se imputan a los niños. No decimos que suceda así entre las personas benévolas y dueñas de sí mismas, en cuyo número creemos poder clasificar a la mayoría de nuestros lectores pero sí afirmarnos que es verdad respecto a la masa. ¿Qué clase de cultura moral es capaz de inculcar una madre que tiene la costumbre de azotar fuertemente a su niño, como nosotros lo hemos visto, cuando no quiere mamar? ¿Qué sentimiento de justicia es capaz de inculcar un padre cuando, advertido por los gritos de su hijo de que éste se ha cogido un dedo en una puerta, comienza por golpearle en vez de soltárselo? Este hecho nos ha sido afirmado por un testigo ocular.

 

Otro ejemplo todavía más elocuente, y garantizado también por un testimonio directo: ¡condúcese a un niño a su casa con una pierna rota, y se le recibe a palos! ¿Qué esperanza de educación moral cabe abrigar para ese niño? Es verdad que estos son casos extremos, casos que denotan en el ser humano la presencia de ese instinto ciego que lleva al bruto a destruir sus crías cuando están enfermas o han sido heridas; pero por extremados que sean son el tipo de los sentimientos y de los procedimientos que diariamente se observan en muchas familias. ¿Quién no ha visto a menudo que el aya o los padres riñan a un niño a causa de su mal humor, cuyo origen estriba en las alteraciones de la salud? ¿Quién no ha oído a una madre cuando levanta a su hijo del sucio, llamarle tonto con tal tono de enojo que le presagia ilimitada serie de agrias reprimendas durante toda su infancia? Y el duro acento con que un padre manda a su hijo que se esté quieto, ¿no revela cuán lejos está de comprender la manera de sentir del último? ¿Acaso las trabas constantes e inútiles que a los niños se imponen, por ejemplo la orden de sentarse, cuando en pequeñas criaturas tan activas la inmovilidad debe producir gran irritación nerviosa; la prohibición de mirar por la ventanilla de un tren, cuando para el niño inteligente esto constituye una privación seria; acaso, repetimos. no índica todo esto una terrible falta de simpatía? la verdad es que las dificultades de la educación moral tienen un doble origen: provienen. a la vez, de los padres y de los hijos . Si la transmisión por herencia es ley de la Naturaleza. como saben todos los naturalistas y lo repiten diariamente la experiencia y los proverbios de las naciones, en la mitad de los casos las faltas de los hijos son el reflejo de las faltas de los padres. Decimos en la mitad de los casos, porque hallándose el hecho de la transmisión inmediata complicado con la herencia de los antecesores remotos, no puede ser verdad sino en general. Y si en la mitad de los casos la herencia se recibe inmediatamente. Las malas pasiones que los padres tienen que combatir en sus hijos son precisamente las mismas que ellos tienen. Quizás no se manifieste esto a lo exterior, tal vez se halle cubierto y oculto por otros sentimientos, pero es exacto . Resulta evidente, pues. que no cabe esperar reine un sistema perfecto de educación ideal; los padres no son bastante buenos para esto.

 

Además, aunque hubiera métodos mediante los cuales se pudiese llegar al fin inmediato y los padres y madres tuvieran bastante preparación, benevolencia y predominio sobre sí mismos para aplicar estos métodos con perseverancia, podría sostenerse que seria imposible reformar el go- bierno de la familia sin reformar a la vez las demás cosas. ¿Cuál es el objeto que nos propondríamos? La educación, de cualquier naturaleza que sea, ¿no tiene por fin inmediato disponer al niño para la vida, formar un ciudadano que pueda hacer su camino en el mundo? Y hacer su camino en el mundo - no entendemos por esto enriquecerse. sino adquirir los medios de educar a la familia -. ¿ no implica cierta sumisión del individuo a la sociedad? ¿No es evidente, pues, que si se pudiese producir por medio de un sistema de educación ideal un ser humano ideal, carecería éste de aptitud para vivir en el mundo tal como está organizado? ¿No podemos sospechar con razón, que la extremada delicadeza de sus sentimientos, la elevación de sus reglas de conducta, su absoluta rectitud, harían la vida intolerable tal vez imposible para él? ¿Y no sería esto una falta bajo el punto de vista de la sociedad v de la familia por maravilloso que fuese el resultado bajo el punto de vista del individuo? Abundan motivos para creer que el gobierno es en la familia, como en la nación. lo que puede ser. En una y otra esfera, el carácter medio de los individuos determina la naturaleza, la excelencia del poder ejercido; de donde se sigue que el perfeccionamiento del carácter individual determina el perfeccionamiento del sistema. Siendo esto así, sostenemos, por nuestra parte que si fuese posible perfeccionar el sistema sin elevar previamente el nivel común del carácter individual, resultaban más males que bienes. Los duros tratamientos que los padres imponen hoy a sus hijos pueden ser considerados como una preparación a los trotamundos mucho más duros que más tarde les infligirá la sociedad, cabiendo afirmar que si se consiguiese que los padres y maestros les tratasen con completa equidad, con perfecta benevolencia, contribuiría esto a dar mayor intensidad a los sufrimientos que el egoísmo de los hombres debe acarrearles más adelante

 

Pero quizás alguien nos objete: <¿No se prueba demasiado con esto? Si ningún sistema de educación moral puede hacer de los niños lo que deben ser; si aun suponiendo que ese sistema existiese, los padres no serían capaces de aplicarlo; si aun en el caso de que los padres pudiesen aplicarlo, sus resultados contrastarían terrible y desastrosamente con el actual estado de la sociedad ¿no se sigue de lo dicho que la reforma del sistema actual no es posible ni conveniente? No; dedúcese tan sólo que la reforma del gobierno doméstico debe ir pari paso con las demás reformas; síguese tan sólo que los métodos de educación no son ni pueden ser mejorados sino de modo lento y gradual; síguese tan sólo que las reglas dictadas por el deseo de alanzar la perfección absoluta están subordinadas inevitablemente en la práctica al estado presente de la sociedad - tanto a causa de la imperfección de los niños como de la escasa cultura de los padres y de la sociedad - y que irán siendo mejor observados a medida que la moralidad general aumente. <Pero en cualquier caso - replicará la crítica - , es inútil formular un ideal de educación doméstica. No puede haber ninguna ventaja en buscar, en precomenzar métodos que se adelantan a los tiempos.> Sin embargo. pretendemos lo contrario. Así como en lo referente al gobierno político es bueno conocer las leyes de la justicia absoluta, por más que al presente sean inaplicables, a fin de que todos los cambios que se operen vayan dirigidos en sentido de si mismas y no en sentido contrario, así en lo referente al gobierno doméstico es beneficioso conocer lo ideal para poder realizarlo por grados. En general, el instinto conservador de la sociedad es bastante fuerte para impedir los cambios demasiado rápidos. Las cosas se hallan de tal suene dispuestas, que mientras los hombres no se elevan al nivel de las ideas morales superiores, no pueden plantearías; las acepta nominal, pero no virtualmente; y cuando la verdad ha sido reconocida, los obstáculos que imposibilitan su realización son tan renaces y persistentes, que sobreviven a la paciencia de los filántropos y aún a la de los filósofos. Podemos, pues, estar seguros de antemano de que las dificultades con que tropezamos en nuestro camino antes de llegar a la educaci6n moral de los niños retardarán siempre en la medida necesaria los resultados prácticos de nuestros esfuerzos. Conviene, después de estas explicaciones preliminares, que pasemos ya a algunas consideraciones acerca de los objetos y métodos verdaderos de la educación moral. Una vez hayamos consagrado algunas páginas en que solicitaremos la paciencia del lector, trataremos de aclarar con ejemplos la conducta que deben observar los padres en medio de las dificultades que de continuo se presentan en la educación doméstica.

 

Cuando un niño se cae o se da un golpe en la cabeza contra la pared siente cierto dolor, cuyo recuerdo le hace más cauto, y por la repetición dé estas experiencias llega a saber dirigir sus movimientos. Si toca en el hierro enrojecido de la chimenea, si pasa la mano por la llama de una bujía o vierte agua hirviendo sobre cualquier parte de su cuerpo, la quemadura que recibe será una lección que no olvidará fácilmente. Tan fuerte es la impresión producida por uno o varios hechos de esta naturaleza, que ninguna persuasión podrá, en lo sucesivo, impulsarle a despreciar las leyes de su constitución.

Pues bien; en estos casos y otros parecidos, la Naturaleza patentiza sencilla, pero terminantemente, cuáles son la verdadera teoría y la verdadera práctica de la educación moral, teoría y práctica que las personas superficiales creerán comúnmente observadas, pero que no lo son en modo alguno.

 

Obsérvese ante todo que, respecto de las heridas y del dolor que producen, nuestras faltas y sus consecuencias aparecen reducidas a su forma más sencilla. Aunque, en el lenguaje popular, las palabras «bien> y «mal, apenas se aplican a las acciones que sólo ocasionan efectos físicos, cualquiera que reflexione verá que todos sus actos pueden ser calificados con ellas. De cualquier hipótesis que se parra, toda teoría moral reconoce que la conducta cuyos resultados inmediatos y remotos son, en definitiva, beneficiosos, es buena conducta; y viceversa, la conducta cuyos resultados inmediatos y remotos son, en suma, perjudiciales, es mala conducta; siendo, en último término, el criterio que emplean los hombres para juzgar su conducta, la felicidad o la desgracia que les atrae. Consideramos la embriaguez como mala, porque el embrutecimiento y demás consecuencias que la acompañan recaen en el ebrio y su familia. Si el robo fuese tan agradable al robado como al ladrón, no figuraría en la lista de los crímenes; si posible fuera que los actos de bondad multiplicasen los sufrimientos humanos, renegaríamos de su bondad. No hay sino leer el primer artículo de cualquier diario o escuchar cualquier conversación, para ver que los actos del Parlamento, los movimientos políticos, las agitaciones de tos filántropos, se juzgan, lo propio que las actuaciones individuales, según los resultados que de unos y otros se esperan, bien sea aumentando los goces, bien disminuyendo las humanas miserias. Y si, analizando todas las ideas secundarias y derivadas, observamos que ésta es siempre para nosotros la piedra de toque final para la apreciación de lo bueno y de lo mato, deberemos clasificar de buena o de mala la conducta para con el cuerpo seguida según que produzca resultados favorables o perniciosos. Considérese, en segundo lugar. el carácter de los castigos que llevan consigo estas transgresiones de las leyes físicas. Nos servimos de la palabra castigo a falta de otra mejor, pues no son castigos en el sentido literal, no son penas artificial e inútilmente infligidas, son simplemente obstáculos puestos a los actos que contrarían esencialmente los intereses de nuestro cuerpo, obstáculos sin los cuales la vida seria bien pronto anulada por los ultrajes recibidos. El rasgo definitivo de estos castigos si así podemos llamarlos está en ser sencillamente las consecuencias inexorables de nuestros actos; más claro, no son sino las inevitables reacciones de los actos del niño.

 

Recuérdese además que estas reacciones acompañadas de cierta pena son siempre proporcionadas a la importancia de las transgresiones. Un ligero accidente sólo produce un leve dolor; un accidente serio produce ya un dolor más fuerte. No está en el orden natural que un niño que tropieza en el umbral de la puerta y cae, sufra más dolor del necesario, y tome por esta causa en lo sucesivo mayores precauciones de las precisas. Por la experiencia diaria aprendemos cuáles son los castigos más o menos graves de nuestras transgresiones, más o menos graves también de las transgresiones de las leyes físicas.

 

Obsérvese, por último, que estas reacciones naturales que siguen a las acciones torpes o erróneas del niño son constantes, directas, seguras e inevitables. Nada de amenazas, pero nunca dejan de cumplirse, si se le clava una espina en el dedo, experimenta dolor; si se la vuelve a clavar, experimenta dolor nuevamente, así sucederá sin excepción en todos los casos; En todas sus relaciones con la naturaleza inorgánica halla esta persistencia infatigable, que no atiende ninguna excusa y de la que no puede apelarse, y bien pronto, reconociendo esta disciplina severa, aunque bienhechora tiene gran cuidado en no infringir la ley.

 

Estas verdades generales serán para nosotros todavía más significativas advirtiendo que en la vida adulta revisten el mismo carácter de certidumbre que en la infancia. Por la experiencia adquirida de las consecuencias naturales de sus actos, se detienen los hombres en la pendiente del mal. Terminada la educación doméstica, cuando ni padres ni maestros prohíben ya esto o aquello, reaparece espontáneamente una disciplina semejante a aquella mediante la cual aprende el niño a dirigir sus movimientos Si el joven que entra en la vida pierde el tiempo en la ociosidad o llena mal y con lentitud las funciones que le son confiadas, no se hace esperar el natural castigo; pierde su empleo, sufre, durante cierto tiempo, los males de una relativa pobreza. El hombre que carece de puntualidad, que falta de continuo a sus citas para asuntos o distracciones soporta las consecuencias que se traducen en pérdida de dinero o de goces. El mercader que quiere realizar ganancias demasiado crecidas se priva de las ordinarias, y esto sirve de correctivo a su avidez. Los enfermos que le dejan enseñan al médico distraído a tomarse mayor interés por los que restan. El acreedor crédulo, el especulador confiado en demasía, reconocen, por las situaciones embarazosas en que se ven, la necesidad de ser más prudentes en lo porvenir. Lo mismo ocurre en todas las esferas de la vida. En el refrán tan conocido: «Gato escaldado, del agua fría huye>, se consagra la verdad de la analogía entre la disciplina social y la disciplina de la Naturaleza, y al mismo tiempo se reconoce implícitamente que esta disciplina es la mas eficaz de todas.

 

Hay más; esta convicción se expresa, no sólo implícita, sino que también explícitamente. Todo el mundo ha oído decir a alguien que «experiencias a mucho precio pagadas le ha obligado a cambiar de conducta. Todo el mundo ha oído hablar del pródigo o del especulador como de un hombre sólo corregible por la - amarga experiencia -, es decir, por el resultado inevitable de su conducta. Si se necesitara otra prueba de que la reacción natural de nuestras acciones es la más eficaz de las penalidades, que ninguna penalidad inventada por el hombre puede sustituirla, se hallaría en la esterilidad de nuestros sistemas penales. De todos los métodos de disciplina criminal propuestos y declarados en vigor por los legisladores, ninguno ha respondido a las esperanzas que en él se fundaran. Los castigos artificiales no han enmendado nunca a los culpables, y a veces han producido en ellos un recrudecimiento de criminalidad las únicas penitenciarías en que se ha obtenido algún éxito son las establecidas por particulares, cuyo régimen es imitación, en lo que cabe, del de la Naturaleza, es decir, donde no se hace sino aplicar las consecuencias de la mala conducta o dejar que dichas consecuencias se produzcan, disminuyendo la libertad del delincuente en la medida indispensable para la seguridad social y obligándole a ganarse la vida en el entor- pecimiento de esta traba. Por esto vemos en primer lugar que la disciplina mediante la cual la Naturaleza enseña al niño a regular sus movimientos es la misma que retiene en el respeto de la ley a la mayor parte de los hombres, y por cuya influencia éstos se moralizan más o menos; en segundo lugar que todas las disciplinas de invención humana aplicadas a los peores de nuestros semejantes son impotentes cuando se apartan de la divinamente ordenada, y no dan señales de éxito ínterin no se acercan a ella. ¿No nos indica esto el principio directivo de la educación moral? ¿No debemos inferir de ello que un sistema tan bienhechor en la infancia y en la edad madura ofrecerá las mismas ventajas en la juventud? ¿Quién será osado a creer que método tan eficaz en el primer periodo y en el último de la vida no lo será también en el período intermedio? ¿No es evidente que la misión de los padres consiste en velar, <como ministros e intérpretes de la Naturaleza, porque los niños experimenten las verdaderas consecuencias de su conducta las relaciones naturales, no evitándolas, no aumentándolas, no sustituyéndolas con consecuencias artificiales? Ningún lector imparcial rehusará su asentimiento a esta proposición.

 

Probable es que se pretenda por muchos que esto es precisamente lo que hacen la mayoría de los padres; que los castigos que Estos infligen son de ordinario la consecuencia de la mala conducta de sus hijos; que la cólera paterna, estallando en palabras duras y actos severos, es el resultado de la transgresión cometida por el niño, y el sufrimiento físico o moral que éste experimenta la reacción natural de su mal proceder. En este error hay algo de verdad. No hay duda que el disgusto de los padres y de las madres es la consecuencia de las faltas de la juventud, y su manifestación la reprensión normal de esta falta. Las reprensiones, las amenazas, los golpes que el padre airado infiere a su hijo culpable, son ciertamente efectos producidos en el primero por la conducta del segundo, y a este titulo pueden, en cierto modo, ser considerados como la reacción de sus actos. En manera alguna pretendemos que este tratamiento no sea relativamente bueno; bueno, se entiende, respecto a los hijos ingobernables de adultos que a su vez fueron mal dirigidos en su juventud; bueno también con relación a una sociedad en la cual estos adultos mal disciplinados constituyen la inmensa mayoría de la nación. Como ya lo hemos dicho, los sistemas de educación, lo mismo que las instituciones políticas y todas las instituciones, son generalmente tan buenos como lo consiente el grado de cultura de la humanidad. A los hijos bárbaros de padres bárbaros, probablemente sólo podrá reprimírseles mediante el empleo de los métodos también bárbaros que tales padres usan espontáneamente, y estos métodos son acaso la mejor preparación que se pueda dar a esos niños para que vivan en la sociedad no menos bárbara en la que un día serán llamados a desempeñar un papel. Por el contrario, los miembros civilizados de una sociedad civilizada se inclinará naturalmente a manifestar su descontento con menos virulencia y usarán espontáneamente de medios más suaves; medios que bastarán para corregir a sus hijos ya mejorados. Es cierto, pues, que en la expresión de los sentimientos experimentados por los padres se sigue con más o menos fidelidad el principio de la reacción natural. El sistema de la educación doméstica sin cesar gravita hacia su forma más propia.

 

Pero conviene tener presentes dos hechos importantes. El primero es que, en un estado de transición rápida como el nuestro, estado en el cual se originan constantes conflictos entre las prácticas antiguas y las nuevas, entre unas y otras teorías, puede suceder que los sistemas de educación se hallen en desacuerdo con los tiempos. Respecto a ciertos dogmas que sólo son propios de la ¿poca que los ha formulado, muchos padres infligen a sus hijos castigos cuyo empleo es una violencia ejercida a sus personales sentimientos, obligándoles así a experimentar reacciones no naturales, al paso que otros padres entusiastas, en su esperanza de perfección inmediata, caen en el exceso contrario. El segundo hecho es que la experiencia nacida de la aprobación o desaprobación de los padres no constituye la mejor de las disciplinas, mereciendo únicamente este calificativo la experiencia de los resultados que en último término se deriven de la conducta de los mismos niños, con independencia de toda intervención o de toda opinión por parte de los padres. Las consecuencias realmente instructivas y saludables no son las que se fundan en el proceder de los padres que se constituyen en representantes de la Naturaleza, sino las en- gendradas por la misma Naturaleza. Trataremos de aclarar está distinción con algunos ejemplos que, evidenciando lo que entendemos por reacciones naturales y reacciones artificiales, dan idea de sus aplicaciones prácticas.

En todas las familias donde hay niños acontece diariamente que éstos ejecutan alguna diablura, como dicen las madres y las nodrizas. Un niño esparce sus juguetes por el suelo; otro siembra sobre las mesas y las sillas un ramo de flores traído de algún paseo matutino; una niña, haciendo vestidos para su muñeca, llena la habitación de trapos.

 

Casi siempre el trabajo y la pena de reparar estos desórdenes incumben a otras personas. Si han ocurrido en la habitación de la nodriza, ésta, después de refunfuñar algo contra - esas enojosas criaturas -, emprende por sí misma la tarea de colocar todo en su sitio; si han tenido lugar en otros departamentos, esta tarea queda confiada ya a los hermanos mayores, ya a los criados, y todo el castigo del revoltoso consiste en ser reprendido por su travesura. Sin embargo, en casos tan sencillos como los expuestos, los padres son a veces bastante prudentes para seguir con mas o menos persistencia, el orden natural de las cosas, imponiendo al niño la obligación de recoger por sí mismo los juguetes, las flores o los trapos. El trabajo de ordenar las cosas es la verdadera consecuencia de la falta, que consiste en haberlas desordenado; todo mercader en su tienda, toda mujer en su casa, lo experimentan diariamente, y si la educación ha de ser una preparación a la vida, todo niño debe también experimentarlo desde el principié, a cada instante. Si como sucederá allí donde no haya sido bueno el sistema de disciplina moral previamente seguido - el niño rehúsa obedecer, es preciso dejarle sufrir la reacción ulterior. Como se ha negado a reunir y poner en orden los objetos por él dispersados y ha impuesto el trabajo de hacerlo a otra persona se necesita, en las ocasiones sucesivas, privarle de los medios de imponer ese trabajo. Cuando pida su caja de juguetes, la madre contestará.- <La última vez que te los di los dejaste en el suelo, y Juana tuvo que recogerlos; Juana está demasiado ocupada para recoger todos los días lo que tú tires y yo tampoco puedo hacerlo. Así, pues, ya que tú no quieres guardar los juguetes cuando acabas de jugar, no puedo dártelos> Esta es evidentemente la consecuencia natural, ni agravada ni disminuida, de la falta del niño, quien no tardará en comprenderlo así. El castigo se aplica en el momento en que se siente con más viveza. Frustrase el deseo naciente cuando se creía inmediata su realización, y la profunda impresión que de este modo se produce no puede menos de influir en la conducta futura del niño; influencia que, reproducida constantemente, será el mejor medio de corregirte de su defecto. Agréguese a esto que, con el método expuesto, aprenderá desde luego lo que nunca se aprende demasiado pronto, a saber: que ce placer se compra con el trabajo. Pongamos otro ejemplo. No hace mucho, oíamos diariamente la reprimenda dirigida a una niña que nunca estaba dispuesta pata el paseo cotidiano. De carácter ardiente, se dejaba absorber con facilidad por la ocupación del momento, no poniendo nunca el sombrero antes de que las demás niñas estuviesen prestas para salir. Su aya y sus hermanas se veían forzadas casi invariablemente a esperarla, e invariablemente también sobrevenía la reprensión maternal. Aunque la más completa falta de éxito acompañase a su sistema, la madre no había tenido nunca la idea de dejar que Constanza sufriese las consecuencias naturales de su conducta Por el contrario, nunca quiso ensayar este método cuando se le propuso. En este mundo, la inexactitud lleva aparejada la pérdida de alguna ventaja que se hubiera obtenido siendo exacto: ya es el tren que ha partido1 ya el buque que ha levado anclas, ya los mejores artículos del mercado que han sido vendidos o los mejores sitios del teatro que han sido ocupados y fácil es ver, en ejemplos diarios, que la perspectiva de una privación es lo que impide a las gentes llegar demasiado tarde. ¿No se comprende claramente lo que debe inferirse de esto? ¿No debe servir también la perspectiva de la privación para dirigir la conducta de los niños? Si Constanza no está dispuesta a la hora convenida, el resultado natural de su tardanza es dejarla en casa y que pierda el paseo. Y cuando se haya quedado una o dos veces en casa, mientras las demás niñas corren en el campo; cuando haya visto que debe la pérdida de este placer a su falta de diligencia, es muy probable que se corrija. En todo caso, dicha medida daría más resultados que esas reprensiones y refunfuños perpetuos, sin otro efecto que acostumbrar a los niños a oírlos sin darles importancia.

 

De igual modo, cuando los niños son descuidados, aunque sea por causa de su edad, y rompen o pierden los objetos que se les entregan, el castigo natural - el mismo que enseña a las personas mayores a ser previsoras - debe consistir en los Inconvenientes que naturalmente de ello sobre- vengan. El tormento que resulta de la pérdida o la ruptura de un objeto, el gasto que es preciso hacer para reemplazarlo, son las experiencias con cuyo auxilio se disciplinan hombres y mujeres en estas materias, y la experiencia de los niños, en tanto sea posible, debe asimilarse a la de aquellos. No hablemos de ese primer período de la vida durante el cual el niño rompe sus juguetes, porque la Naturaleza quiere que por este medio aprenda a conocer las propiedades de los cuerpos, y en el que no puede saber aún lo que es falta de cuidado; nos referimos a ese segundo período de la vida en el cual se comprende cl sentido y la ventaja de la propiedad. Cuando un niño de bastante edad para tener un cortaplumas se sirve de él con tan poco cuidado que se lo deja en el suelo, al pie de algún arbusto, después de haber cortado una rama, un padre irreflexivo o un tío complaciente va enseguida a comprarte otro, sin ver que desperdicia la ocasión de dar al niño una lección útil. En tal caso, el padre debe explicar que los cortaplumas cuestan dinero; que para tener dinero hay que adquirirlo con el trabajo, y que no es digno de tener aquel útil el que lo rompe o pierde; por consecuencia, basta que haya dado pruebas de ser más cuidadoso, no se le proveerá nuevamente de otro. Semejante disciplina impedirá que el niño sea pródigo. Elegimos estos ejemplos familiares porque su misma sencillez robustece muchos nuestro argumento, y aclarará para todo el mundo la distinción entre los castigos naturales, que sostenemos ser los únicos eficaces, y los artificiales con que se sustituyen. Antes de presentar aplicaciones más sutiles y profundas del principio ilustrado con estos ejemplos, señalaremos sus grandes y numerosas ventajas respecto al principio, o más bien, a la práctica empírica que prevalece en la mayoría de las familias.

 

Una de estas ventajas es que su aplicación despierta en el espíritu las nociones exactas de causa y de efecto, nociones que las experiencias repetidas definirán y completarán más tarde. Hay mayor seguridad de conducirse bien en la vida cuando se aprecian las consecuencias buenas y malas de las acciones, que en el caso de atenerse a la autoridad de los demás. El niño que ve que el desorden implica la pena de ordenar las cosas, o que la lentitud produce pérdida de placeres, o que la falta de cuidado expone a carecer de un objeto útil y agradable, no sólo experimenta las consecuencias que siente vivamente, sino que adquiere la idea de causalidad, y esto por medio del mismo procedimiento que más adelante le mostrará la experiencia. Por el contrario, el niño que en tales casos recibe alguna reprensión o algún castigo artificial no sufre sino una consecuencia, de la que frecuentemente apenas se preocupa y tampoco adquiere la instrucción necesaria acerca de la naturaleza de la conducta buena y de la mala. En esto consiste el vicio del sistema de las recompensas y de los castigos artificiales, vicio que los espíritus previsores han adivinado siempre. Sustituyendo a las consecuencias naturales de la mala conducta en los pensionarios o casas de corrección, se falsea en los niños el criterio moral. Cuando durante toda la infancia y la juventud se conceptúa el descontento de los padres y de los maestros como el principal resultado de las transgresiones, se establece en el espíritu cierta asociación de ideas entre la infracción y el dis- gusto que ocasiona, como entre la causa y el efecto; consiguiente a esto, cuando cesa el poder paternal o tutorial y no es de temer el descontento de los padres o de los maestros cesa o se relaja considerablemente a la par la influencia de las reglas morales, por no haber sido aprendida mediante la triste experiencia, la verdadera ley, la de las reacciones naturales. Como dice un escritor que ha podido apreciar personalmente los efectos de este sistema de estrechas miras, «una vez los jóvenes abandonan la escuela, aquellos, sobre todo en cuya educación los padres no han ejercido la influencia debida, se lanzan a todas las extravagancias; no reconocen ninguna regla de conducta; ignoran las razones morales de las cosas; sus ideas carecen de fundamento, y hasta que son severamente disciplinados por la vida, son miembros en extremo peligrosos para la sociedad.

 

Otra gran ventaja de esta disciplina natural consiste en que su estricta justicia será sentida por todos los niños. Quien no soporta otros males que aquellos que, en el orden natural de las cosas, resultan de su mala conducta, no se creerá injustamente tratado, como aquel que soporta un casti- go artificial, lo cual es tan verdad en cuanto a los niños como respecto a los hombres. Tomad, por ejemplo, un niño negligente por hábito en el cuidado de sus trajes, que atraviesa los bosques sin precauciones que no hace caso del lodo. Si se le da de golpes o se le encierra, se sentirá maltrata- do y se ocupará más en rumiar sus quejas que en arrepentirse de su falta. Pero suponed que se le obliga a reparar en la medida de lo posible el mal que ha causado, a limpiarse el lodo de que se ha cubierto, a componer los desgarrones de su vestido, ¿no comprenderá que esté es un trabajo que se ha impuesto él mismo?. Interin sufra la pena que ha merecido, ¿no estará constantemente presente en su espíritu el lazo entre esta pena y su causa? Y no obstante su irritación, ¿no comprenderá con más o menos claridad, la justicia de esta compensación? Si no producen efecto muchas lecciones de esta especie; si los nuevos trajes son estropeados antes de tiempo, el padre, prosiguiendo la aplicación de su método de disciplina, rehusará gastar dinero en nuevos trajes antes de la época en que tenga costumbre de comprarlos; y si durante este tiempo se presentan ocasiones en las cuales, por falta de trajes propios, el niño se ve privado de ir con su familia a paseo o a casa de sus amigos, es evidente que el castigo será sentido con gran intensidad. El niño advertirá con claridad los efectos de la ley de causalidad; reconocerá que su negligencia es el origen de la prohibición que sufre; y viendo esto, no se sublevará contra la injusticia, como hubiera hecho en el caso de no haber apreciado la existencia de un lazo entre la transgresión y el castigo que le sigue.

 

Además, el carácter de los padres y el de los niños están mucho menos expuestos a agriarse bajo la acción de este sistema que con el sistema corriente. Cuándo, en vez de dejar que los niños experimenten los resultados enojosos qué sé derivan naturalmente de su mala conducta, los padres les infligen ciertas penas arbitrarias, originan un doble mal.

Multiplicando las leyes domésticas e intensificando su autoridad y dignidad con el mantenimiento de estas leyes, toda transgresión se conviene en una ofensa hacia ellos y una causa de cólera por su parte; a esto se agregan las vejaciones que se imponen, encargándose, bajo la forma de gastoso de trabajos suplementarios, de las consecuencias perjudiciales que hubieran debido recaer en los delincuentes. Obsérvese el mismo fenómeno de parte de los niños. Los castigos que las reacciones naturales llevan aparejados, las penas que les son infligidas por agentes impersonales, les producen una irritación relativamente débil y pasajera: pero los castigos aplicados por los padres, y cuya única causa ven en éstos, les irritan más intensa y profundamente. Véase, s no, qué desastrosos resultados se producirían si se aplicase este método empírico desde el comienzo de la educación. Supongamos que fuera posible a los padres apropiarse los sufrimientos físicos que los niños se ocasionan a si mismos por ignorancia o por torpeza, y que, mientras los soportaban, los sustituyesen en la persona de sus hijos con castigos o privaciones arbitrarias, a fin de mostrarles su mal proceder; supongamos que se ha prohibido a un niño tocar a la olla, y que él, a pesar le esto. se vierte encima el agua hirviendo y que la madre es la que siente los efectos de la quemadura ríos sustituye en el niño con un golpe, y lo mismo en los demás casos; ¿no crearían en el niño estos accidentes diarios una irritación mayor que la producida como consecuencia de sus propios actos? ¿No se tornaría crónica el mal humor en am- bos, en el niño y en la madre? Sin embargo, esta es exactamente la conducta que se observa con la juventud. El padre que pega a su hijo porque, por descuido o por malicia, rompe los juguetes de su hermanita, y en seguida compra a ésta otros juguetes, tal padre incurre en el mismo contrasentido; inflige una pena artificial al transgresor y reserva para sí la pena natural de transgresión. lo que a la vez exaspera inútilmente al padre y al niño. Si exigiera sólo un acto de restitución, causaría una pena mucho menor. Si ordenase a su hijo comprar a sus expensas nuevos juguetes a su hermana. y que al efecto se le retendría la parte que le correspondiera en el dinero dado a sus hermanos hasta completar la suma necesaria, habría menos acritud para ambas partes, y al mismo tiempo aquél experimentaría las consecuencias de un castigo equitativo y saludable. En fin, el sistema de la disciplina por medio de las reacciones naturales es el menos perjudicial al carácter; en primer término. porque se comprende su justicia absoluta; en segundo. porque se pone en juego la acción impersonal de la Naturaleza y no la personal de los padres.

 

Por último, es evidente que, con este sistema son más afectuosas, y por consiguiente más fecundas en resultados las relaciones entre padres e hijos. Tenga el origen que tuviere y bajo cualquier forma que se presente la cólera entre padres e hijos es siempre desastrosa. Y lo es doblemente porque debilita el lazo de simpatía tan necesario a todo gobierno bienhechor. En virtud de la ley de asociación de las ideas, sucede inevitablemente entre las personas de edad, lo mismo que entre los jóvenes que se toma aversión a las cosas que se nos presentan habitualmente acompañadas de sensación o sentimientos desagradables; y allí donde originariamente existían afecciones, sobreviene el enfriamiento o la indiferencia en proporción de la energía y de la frecuen- cia de las impresiones recibidas. La cólera paternal que se traduce en reprensiones y castigos no puede menos de producir, si el hecho se repite con frecuencia cierta frialdad en el niño, al paso que el resentimiento y la tristeza de éste debilitarán el cariño que inspira, y acaso a la larga, llegarán a extinguirlo.

 

De aquí resulta a menudo que los padres ( y en particular los que son propensos a la aplicación de castigos) son mirados con indiferencia sino con aversión y de aquí proviene también el que los hijos sean a veces considerados como verdaderos azotes. Ahora bien; corno es evidente que estos hechos son funestos para toda buena educación moral, síguese de ello que nunca serán excesivas las precauciones que se adopten para evitar que nazca un antagonismo directo entre padres e hijos, siendo, por tanto, de necesidad absoluta que los primeros procuren emplear la disciplina de las consecuencias naturales, la cual, exonerándoles de la parte de sus funciones relativas a la aplicación de la pena previene el mutuo alejamiento y la exasperación recíproca.

 

El sistema de la educación moral por la experiencia de las reacciones naturales, que es el sistema divinamente ordenado en la infancia y en la vida adulta, es aplicable igualmente, según hemos visto, en el período intermedio entre infancia y la juventud. Entre sus ventajas. señalaremos: pri- mero que despierta en el espíritu la noción exacta de lo bueno y de lo malo en materia de conducta, noción que resulta de la experiencia de los efectos favorables o adversos; segundo que sufriendo el niño únicamente las consecuencias naturales de su mal proceder, reconocerá al cabo la justicia de la penalidad; tercero, que reconocida esta justicia v aplicada por la Naturaleza y no por el individuo influirá menos desfavorablemente a llenar el deber relativamente, pasivo que consiste en dejar que la pena se produzca por las vías naturales conservara una calma relativa; cuarto y último, que prevenida así la mutua exasperación, existirán entre padres e hijos relaciones más cordiales, más fecundas en influencias benéficas.

 

.Pero, ¿qué deberá hacerse - preguntará alguien - en los casos más graves? ¿Cómo podrá seguirse este plan cuando un niño corneta un hurto? ¿Cómo cuando haya mentido? ¿Cómo cuando haya maltratado a sus hermanitos?

Antes de contestar a estas preguntas examinemos el alcance de algunos hechos tomados por vía de ejemplo. Un amigo nuestro, que vivía con un cuñado suyo, había emprendido la tarea de educar a dos sobrinitos de distinto sexo, siguiendo más bien por simpatía que por reflexión. El método que dejamos expuesto. Los dos niños eran sus discípulos en la casa y sus amigos fuera de ella. Paseaban juntos diariamente y realizaban frecuentes excursiones botánicas. Los niños le buscaban las plantas con afán, le miraban mientras las contemplaba y reconocía, y por esta mane- ra y por otras era su sociedad para ellos útil y agradable dándose el caso de que, bajo el punto de vista moral, era el cuñado el verdadero padre. Refiriéndose los resultados de su método, nos citó entre otros hechos el siguiente: cierta tarde tuvo necesidad de alguna cosa guardada en una habitación retirada de la casa, y mandó a su sobrino que se la trajese. El niño, que estaba con ganas de jugar y dispuesto para ello mostró, contra su costumbre, cierta repugnancia a ir por ella o rehusó hacerlo: no recordamos bien este detalle. El tío, desechando todo medio coercitivo, se levantó y fue por sí mismo a buscar el objeto, dejando únicamente ver en su aspecto el disgusto que le causaba aquella conducta; y por la noche, cuando el niño le propuso el juego a que de ordinario se entregaban, se negó a acompañarle con la frialdad que naturalmente sentía, determinando así que se produjera la consecuencia verdadera de la falta cometida por aquél. A la mañana siguiente, a la hora de levantarse, nuestro amigo oyó en su cuarto una voz que no tenía costumbre o Ir tan temprano. Era su sobrino que le llevaba agua caliente. Mirando por la habitación, el niño buscaba algo más que hacer, y exclamó: ¡ Oh, no tenéis las botas !, y echó a correr para buscarlas. Por este medio y otros muchos manifestó un verdadero arrepentimiento de su conducta, procurando compensar los efectos de su negativa con servicios no acostumbrados. Los buenos sentimientos hablan triunfado definitivamente de los malos, la victoria le había dotado de nueva fuerza, y habiendo sentido el niño La privación del afecto de su tío, lo apreciaba más después dé haberlo recuperado.

 

Nuestro amigo es padre a su vez. Sigue el mismo sistema, y no tiene porqué arrepentirse. Es en todo el amigo de sus hijos. Estos esperan con impaciencia la noche, porque es la hora en que se hallará en casa, y si ven con alegría la aproximación del domingo, débese principalmente a que su padre estará con ellos todo el día. Así, poseedor dé toda la confianza y de todo el cariño de sus hipos, la simple expresión de su aprobación o desaprobación pone en sus manos un poderoso medio directivo y de gobierno. Si al volver a casa se entera de que alguno de sus hijos no se ha portado bien, se conduce para con él con esa frialdad que su falta le produce naturalmente, y este es siempre bastante castigo para el culpable. Absteniéndose simplemente de acariciarle, le causa mayor pena y le arranca más lágrimas que pegándole y nos asegura que los hijos experimentan durante su ausencia el temor de este recibimiento, siempre presente en su espíritu, por tal manera que frecuentemente preguntan a su madre «cómo se han conducido y qué tal los acogerá su padre a la vuelta>. Ultimamente, el primogénito muchacho turbulento de cinco años en una de esas expansiones de la vida frecuentes aun en los niños bien educados realizó en ausencia de su madre no pocas extravagancias. Cortó un mechón de cabellos a su hermano, hirió con una navaja de afeitar etc. Cuando el padre, al regresar se enteró de ello, no dirigió la palabra al niño en toda la noche ni en la mañana del día siguiente, fue tal el efecto de esta pena que el chico, además de experimentar el sentimiento consiguiente, al ver otro día que su padre se disponía a salir le suplicó que se quedase temiendo – dijo - hacer en su ausencia alguna tontería. Hemos expuesto estos hechos antes dé contestar a la pregunta ¿qué deben hacerse en los casos más graves? con el fin de señalar, ante todo, las relaciones que pueden y deben existir entre padres e hijos porque de estas relaciones depende e éxito en la represión de las faltas graves. Debemos ahora manifestar también de manera preliminar que la adopción del sistema que hemos recomendado establecerá estas relaciones. Hemos demostrando ya que dejando simplemente experimentar al niño las relaciones naturales de sus malas acciones los padres se presentarán decaer pata con ellos en un antagonismo perjudicial y evitarán el inconveniente de ser mirados como enemigos; pero nos resta aún patentizar que, cuando desde el comienzo se sigue el buen sistema, hace piso facto un sentimiento activo de afecciones. Los padres y los maestros son hoy considerados en su mayor parte por sus hijos como enemigos íntimos. Estando determinadas inevitablemente las impresiones de los niños por los tratamientos de que son objeto, y siendo conti- nuamente este trato una confusa amalgama de seducciones y de amenazas de caricias y de reprensiones, de dulzura y de severidad, suscítase necesariamente en su inteligencia un conflicto entre sus ideas acerca del carácter paternal. Estiman las madres comúnmente que basta con que digan a sus hijos que son sus mejores amigas para que dios así lo crean, y convencidas de que deben creerlo, llegan a persuadirse de que lo creen. <Es por bien de ustedes - les dicen -. Sé me- jor que ustedes lo que les conviene. Hoy no lo comprenden ustedes porque tienen poca edad, pero ya me lo agradecerán algún día. Diariamente repiten estas y otras semejantes afirmaciones, mas al mismo tiempo los hijos reciben a menudo castigos positivos, y se les prohíbe a cada momento hace? lo que desearían llevar a cabo; en una palabra, su felicidad es el fin, pero su desgracia es el resultado. No siéndoles dado comprender qué porvenir es ese de que su madre les habla, ni por cuál arte la desgracia que sufren puede conducirles a la felicidad, juzgan según sus impresiones del momento, y como estas impresiones no son gratas, acaban por tornarse escépticos respecto a la ternura de que les dicen son objeto. ¿No será insensato esperar otra cosa? ¿No debe el niño razonar según el testimonio de los sentidos?.

 

¿Y no está de acuerdo este testimonio con sus conclusiones? En su lugar, la madre razonaría de igual suerte. Si entre sus amigas hubiese alguna que contrariase incesantemente sus deseos, que le dirigiese agrias reprimendas y que le pegase de cuando en cuando, se preocuparía poco de las expresiones de cejo por su bien con que dicha amiga acompañara sus actos. ¿Porqué, pues1 se supone que han de discurrir de otro modo los hijos?

Véase ahora cuán distinto será el resultado si se aplica con constancia el sistema que defendemos; no sólo evitará la madre hacerse instrumento del castigo, sino que representará también para con el niño el papel de amiga advirtiéndole del daño que la Naturaleza le prepara. Pongamos un ejemplo, y para que evidencie la manera cómo desde la infancia este sistema debe ser establecido, pongamos un ejemplo de los más sencillos. Supongamos que, impulsado por ese instinto experimental, que en los niños es tan pronunciado porque estos acomodan naturalmente sus procedimientos a los del método inductivo en la investigación de la verdad; supongamos que uno de ellos se entretiene en encender pedazos de papel en la lumbre y en mirarlos arder. La madre irreflexiva, como tantas hay creerá de su deber, para impedirle hacer lo que estima malo o por temor de que se queme, el ordenarle cesar, y si insiste, le arrancará el papel de las manos. Pero si el niño tiene, en tal caso la fortuna de que su madre sea prudente comprenderá que el interés demostrado por él en ver arder el papel proviene de una curiosidad razonable, y reflexionando cuerdamente acerca de los resultados de su intervención, razonará de esta manera: ¿Si prohíbo a mi hijo que se entregue a lo que está haciendo, le impediré adquirir algunos conoci- mientos útiles. Es verdad que evitar el que se queme; pero, ¿para que servirá? Acaso para que se queme otro día y necesario es que aprenda a conocer las propiedades del fuego. Si hoy le impido correr este riesgo, lo correrá más tarde, tal vez cuando no esté yo a su lado para preservarle de parte de las consecuencias, mientras que si ahora, que estoy junto a el, le sobreviene un accidente, prevendré una desgracia completa. Además, si quito el papel le contrarío en un entretenimiento inocente en si mismo y hasta instructivo, y experimentará cierto resentimiento hacia mi. Como no conoce el sufrimiento que le ahorrare y sólo sentirá el disgusto de verse privado de su distracción, me mirará como una causa de pena para el. Para preservarle de un peligro del que no tiene idea y que, por consecuencia, para el no existe, le castigo sensiblemente, y por lo tanto, me convierto en ministro de dolor. Lo mejor, pues, que puedo hacer es advertirle sencillamente del peligro y estar pronta a remediar las consecuencias si sobrevienen. En vista de este razonamiento, la madre sólo dirá a su hijo: temo que re quemes si haces eso, y si, como es probable, el niño persiste a pesar de la advertencia y acaba por quemarse los dedos, ¿qué resultará? En primer lugar, que habrá adquirido una experiencia que alguna vez debía adquirir, y que para su misma seguridad nunca adquirirá demasiado pronto; en segundo lugar, que habrá visto que la advertencia o desaprobación de su madre recocida su bien por objeto, y comprobando una vez más la bondad vigilante de la misma:, tendrá un nuevo motivo pata confiar en su juicio , en su ternura, un nuevo motivo para amarla.

 

Sin duda en esas raras ocasiones en que es de temer ocurran graves peligros, es necesario prever de ellos a los niños hasta por la fuerza; pero prescindiendo de los casos extremos, el sistema que se siga deberá de ser, no el de sustraer a los niños a los pequeños riesgos diarios, sino el de aconsejarles, el de advertirles, y por este medio se hará nacer en ellos un sentimiento filial mucho más fuerte que el que de ordinario existe. Si en éste, tomo en los demás casos aná- logos, se deja que entre en juego la ley de las reacciones naturales: si se consiente a los niños que persistan en sus experiencias, bien en la casa o en los entretenimientos a que se entregan en lo exterior; con peligro de lastimarse, disuadiéndolas tan solo con mayor o menor empeño, según que el peligro sea más o menos grande, no puede menos de originarse en ellos una confianza siempre creciente en cl afecto y en la prudencia de los padres. No solo se evita así, como ya lo hemos dicho, el odio que lleva consigo la aplicación de los castigos positivos, sino que se evita igualmente el odio que provoca el continuo empleo de la autoridad, y por otra parte, se obtiene de esos accidentes diarios, semilleros de disputas generalmente, el medio de fortalecer los buenos sentimientos mutuos. En lugar de escuchar a cada momento que los padres son sus mejores amigos, los hijos ven en los hechos que efectivamente lo son, y al penetrarse de esto, su afecto y confianza en ellos se duplican de día en día.

Y ahora, señaladas ya las relaciones simpáticas que nacerán del empleo habitual de nuestro método volvamos a la cuestión precedente.

¿Cómo puede aplicarse dicho método en los casos graves?

 

Señalaremos, ante todo, que estos casos graves serán menos numerosos bajo el régimen que hemos descrito que bajo el usual y corriente, teniendo su origen con frecuencia la mala conducta de los niños en la irritación crónica a que se les lanza mediante un tratamiento injusto e irreflexivo. El estado de aislamiento moral y de antagonismo que producen los repetidos castigos embota por necesidad los buenos sentimientos y por necesidad también abre el camino a estas transgresiones que los buenos sentimientos dificultan los malos tratamientos que los niños pertenecientes a una misma, familia recíprocamente se infieren, son parte por efecto de su irritación continua, parte por el mal carácter y el deseo de. Vengar en los demás los sufrimientos de que somos víctimas, el reflejo de la, conducta seguida para con ellos por los adultos. No cabe poner en duda que la actividad del sentimiento, que el estado feliz del espíritu, mantenidos en los niños por el método expuesto, impedirán que se hagan recíprocamente, como hoy, reos de faltas tan graves, entre sí. Los hurtos, que son las más graves de todas las faltas de los niños, disminuirán por la misma razón. El alejamiento moral de los miembros de una misma familia es origen fecundo de transgresiones de este género. Es ley de la Naturaleza, apreciable para todo observador, que los que se ven privados de los goces superiores de la vida traten de buscar como una compensación en el discute de los goces inferiores. los que no saborean las dulzuras de la simpatía corren tras la dulzura del egoísmo y viceversa, las relaciones cordialmente satisfactorias entre padres e hijos disminuyen el numero de las faltas cuya fuente es el egoísmo. Cuando, a pesar de esto, se comentan semejantes faltas, lo que ocurrirá a veces bajó el mejor régimen, se puede también acudir a la disciplina de las consecuencias, la cual será eficaz si existe este lazo de simpatía y de cariño de que hemos hablado Porque, ¿cuáles son las consecuencias de un hurto? Son de dos clases; directas e indirectas. La consecuencia directa, dictada por la equidad, consiste en la restitución.

 

Todo legislador justo (y todo padre debe procurar 'ser uno de ellos) exigirá, en cuanto sea posible, que toda 'acción mala sea reparada por una buena, lo cual, en el caso de robo o de hurto, implica la restitución del objeto robado, o si ha sido consumido, el pago de su valor. Tratándose de un niño esto es fácil de efectuar, echando mano del dinero que se destine a distraerle o a proveerle de juguetes. La consecuencia indirecta y más seria empieza en el disgusto de los padres y acaba por el hecho de ser considerado el robo en todos los pueblos civilizados como un crimen. Pero - se dirá- la manifestación del descontento paternal se ha verificado siempre en tales casos; no hay en lo expuesto nada de nuevo. Esto es muy exacto. Ya hemos dicho que a veces se sigue espontáneamente nuestro método; hemos mostrado que hay en todos los sistemas de educación cierta tendencia a gravitar hacia su forma más propia, y aquí podemos repetir la observación. La fuerza de la reacción será natural en el orden armónico de las cosas, proporcionada a lo que exija el caso el consejo paternal se expresará por actos de violencia en ¿pocas de barbarie en las que el niño es también relativamente bárbaro: se manifestará menos cruelmente en tiempos de mayor civilización, en que los niños son dirigidos por medio de procedimientos más suaves. Pero lo que ante todo debemos observar aquí es que la manifestación del disgusto paternal no será poderosa para el bien sino en la medida del afecto que el niño experimente por sus padres. La eficacia de la disciplina de las consecuencias naturales será exactamente proporcional al rigor con que esta disciplina se respete en los demás casos. ,La prueba está al alcance de todo el mundo.

 

¡Pues que! ¿no sabe cada uno que, cuando ha ofendido a una persona la pena que experimenta (prescindimos naturalmente de las circunstancias sociales) varía con el grado de la simpatía que ,al ofendido profesa? ¿No siente que al ofender a un enemigo experimenta cierto placer secreto más bien que remordimiento? ¿No tiene presente que cuando una persona que le es' extraña se resiente por algo, se cuida menos de ello que si se trata de un amigo? Por el contrario, el disgusto de una persona querida y admirada, ¿no es considerado por él como desgracia seria, como fuente de amargos y largos pesares. Pues bien; de igual modo debe cambiar el dolor del niño con el grado de afecto persistente. Cuando hay indiferencia, el sentimiento del hijo culpable sólo obedece al temor meramente egoísta de los castigos corporales o de las privaciones a que se le someterá, y después que esto ha sucedido el antagonismo y la irritación aún acrecienta la indiferencia. Por el contrario, cuando existe un afecto filial sólido y tierno, engendrado por los hábitos de amistad de los padres, el estado del espíritu que el descontento del padre provoca en el niño sirve no sólo para prevenir las futuras faltas de la misma índole, sino que es saludable en sí mismo. La pena moral de haber perdido temporalmente amigo tan querido sustituye a la pena corporal, y no le es inferior en eficacia.

 

En vez del temor y del resentimiento experimentados ordinariamente, el niño simpatiza con el dolor de su padre, lamenta el haber sido causa de él y desea poder, con actos de reparación, restablecer las relaciones de amistad. En vez de poner en juego esos sentimientos egoístas, cuyo predominio en este mundo es fuente del crimen, se ponen en juego los sentimientos de simpatía para con los demás, que son, preventivos de los actos criminales. Por estas razones. la disciplina de las consecuencias naturales es aplicable lo mismo a las faltas graves que a las leves , y su práctica conduce no sólo a la reprensión, sino que también a la reparación de las mismas.

En resumen, el salvajismo engendra el salvajismo: la dulzura engendra la dulzura. los niños tratados sin bondad no son buenos. Usando con ellos de simpatía, se desenvuelven en su espíritu sentimientos de la misma naturaleza. En el gobierno doméstico, lo mismo que en el gobierno político, el despotismo es causa de la mayor parte de los crímenes que más tarde es necesario castigar: la dirección suave y liberal, por el contrario, aparta la ocasión de disensiones y mejorando los sentimientos habituales, disminuye la tendencia a las transgresiones de la ley. Como John Locke ha dicho hace tiempo ten materia de educación, los castigos severos son escasos en bienes y pueden ser muy fecundos en males, y creo por mi parte que, en igualdad de condiciones, los niños 'más castigados no son los hombres mejores. En comprobación de esta opinión, podemos citar el caso recientemente hecho público por Rogers , capellán de la prisión de Pentoville, de que los jóvenes delincuentes que han sufrido la pena de azotes son los que más pronto vuelven a ser detenidos.> Los buenos efectos de un tratamiento más suave los manifiesta otro hecho que nos refirió una señora en cuya casa vivimos en París. Como se excusase de las molestias que nos ocasionaba cierto muchacho, tan ingobernable en la casa como en la escuela, añadió que no veía otro remedio a su carácter que el empleado con su hermano primogénito, y que consistía en haberlo enviado a un colegio inglés. Este niño había recorrido: en vano todos los colegios de París. No sabiendo ya que hacer con él; se le envió a Londres y al poco tiempo era tan bueno como revoltoso había sido antes. La madre atribuía este notable cambio a la dulzura relativa de la disciplina inglesa.

 

Después de la exposición de principios que precede, lo mejor que podemos hacer es exponer algunas máximas y reglas que se derivan de ellos. Para abreviar, las presentaremos bajo forma de consejos.

No esperemos' de ningún niño un alto grado de excelencia moral. Durante sus primeros años, el carácter de todo hombre atraviesa por las mismas fases porque pasara la raza, de que procede. Lo mismo que tos rasgos fisonómicos del niño la nariz achatada, con las ventanas, levantadas, los labios gruesos 'los ojos separados. La ausencia del Seno frontal son durante cierto tiempo los del salvaje, de igual modo sus instintos son también los del salvaje. De ah! la tendencia a la crueldad, al robo, a la mentira tan 'general 'en los niños, tendencia que, aun sin el auxilio de la educación, se modificará ala vez que la fisonomía. La idea popular de que los niños son inocentes, verdadera si se la refiere al conocimiento del mal, es completamente falsa aludiendo al instinto del bien. Esto se lo probará media horade observación junto a una nodriza a cualquiera que no cierre invo- luntariamente los ojos. Los niños cuando quedan entregados así mismos en las escuelas, se tratan entre ellos más brutalmente que los hombres, y si se les abandonase a sí mismos en edad más tierna, su brutalidad sería mayor.

No sólo no es prudente esperar mucho de los niños en punto a moralidad, sino que tampoco lo sería el exigirles demasiado. Son generalmente reconocidos hoy los malos resultados de la precocidad moral. Nuestras facultades morales superiores, lo mismo que las intelectuales, son relativamente complejas; por consecuencia, unas y otras son tardías en su evolución. En unas y otras el desarrollo prematuro se realiza a expensas del desenvolvimiento futuro. De ahí esa anomalía, bastante frecuente, en cuya virtud vemos que niños modelos en todo en sus primeros años, experimentan, a medida que crecen, un cambio completo y en apariencia inexplicable, quedando al cabo por debajo del nivel ordinario de inteligencia y moralidad, mientras que una madurez relativamente feliz sucede a una infancia que hacia suponer todo lo contrario.

 

Debemos contentarnos, pues, con pocas medidas y escasos resultados. Recordemos que el grado superior de moralidad, lo propio que el grado superior de inteligencia, ha de ser fruto de un lento y prolongado desenvolvimiento y veremos sin impaciencia las imperfecciones que a cada punto descubrimos en nuestros hijos, y nos sentiremos menos impulsados a esas reprimendas, a esas amenazas, a esas prohibiciones continuas, con las cuales determinamos un estado crónico de irritación doméstica con la loca esperanza de corregirlos.

 

Practiquemos esa forma liberal de gobierno paternal que estriba en no querer regular despóticamente todos los detalles de la conducta de los niños. Contentémonos con vejar porque nuestros hijos sufran siempre las consecuencias naturales de sus acciones y no caeremos en esos abusos de dominio, causa de los errores de tantos padres. Sometámoslos, siempre que podamos, a la disciplina de la experiencia, y les preservaremos así de esa virtud de sumisión incondicional que él exagerado imperio engendra en las naturalezas dóciles, como de ese espíritu de antagonismo que se produce en las naturalezas independientes. Procurando en todas circunstancias dejar desembarazado el camino a las reacciones naturales de las acciones de nuestros hijos, moderaremos felizmente nuestro propio carácter. El método de educación moral seguido por muchos padres tenemos que decir por la mayor parte de los padres- consiste sencillamente en dejar que estalle su cólera a la primera ocasión que se presenta. Los golpes los empujones bruscos, los términos agrios de que se sirven para castigar las faltas de sus hijos faltas que con frecuencia en realidad no lo son>, generalmente no son en el padre sino la manifestación de sus sentimientos mal dominados, y provienen antes que de su propio impulso del deseo de ser útil a aquellos. Pero si siempre que se corneta una falta nos paramos a reflexionar cuál será su consecuencia normal y por que manera haremos esta consecuencia más sensible al agresor, habremos ganado tiempo y nos será más fácil dominarlos, transformándose nuestro primer movimiento de ciega cólera en otra menos violento y menos propio para arrastrarnos más allá del límite debido.

 

No creamos sin embargo, que debemos conducirnos como impasibles instrumentos. Recuérdese que además de las reacciones naturales de las acciones de nuestros hijos, reacciones que derivarán de la marcha natural de las cosas, nuestra aprobación o desaprobación constituye también una reacción natural y uno de los medios apropiados para guiarles. El error que combatimos es el que consiste en sustituir el disgusto paternal y las penas artificiales a los castigos de institución natural. Pero si no deben sustituir los castigos artificiales a los naturales, no se sigue de ello que no deban, bajo cierta forma, acompañarles. Aunque la, pena, de orden secundario no deba usurpar el lugar de la pena de orden principal, puede, bajo forma moderada, servirle de suplemento. El dolor o la indignación que sintamos ha de manifestarse en nuestras palabras y maneras, en la precisa medida que sintamos uno u otra, y después que hayamos analizado su justicia. La naturaleza y la energía del sentimiento que experimentemos necesariamente depende de nuestro carácter, y de consiguiente, es inútil decir que debemos sentir de esta o de la otra manera; no obstante, hemos de procurar modificar nuestros sentimientos e impulsarlos, en cuanto. posible sea, en el sentido que creamos preferible. Pero es menester guardarse de ambos extremos. Debemos, de una parte, evitar esa debilidad tan común en las madres, que consiste en seguir, ya riñendo, ya perdonando, el impulso del momento, y de otra, no continuar sin necesidad mostrándonos filos y reservados más tiempo del debido, no sea que el niño se habitúe a prescindir de nuestro cariño y perdamos nuestra influencia sobre él.

 

Las reacciones morales de sus acciones, que hacen participes a los niños de los sentimientos que experimentamos, deben ser, en los términos de lo posible, semejantes; las que les haría experimentar un padre cuyo carácter fuese perfecto. No prodiguemos los mandatos; no ordenemos sino cuando sean inaplicables los demás medios o hayan sido empleados sin éxito. Cuando se prodigan mucho las órdenes - dice Richter -, es más bien en ventaja de los padres que de los hijos . Lo mismo que en las sociedades primitivas la violación de las leyes se castiga, no tanto porque es punible en si misma, sino por implicar el desprecio de la autoridad real una rebelión. contra ella , de igual suerte en muchas familias el castigo infligido al transgresor está determinado, no por la reprobación que la falta merece, sino por la ira que la desobediencia engendra. Óigase como hablan padres y maestros: ¡Cómo se atreve usted a desobedecerme! ¡Le digo a usted que ha de hacerlo, ¡sí señor! ¡Yo le enseñaré a usted quién es el maestro!. Considérese lo que implican estas palabras, este tono. estas maneras. Implican, ciertamente, antes la voluntad de reinar que el deseo de procurar el bien del niño. Durante una querella o reprensión, el estado de espíritu del padreo del maestro se asemeja mucho al de un déspota resuelto a castigar al súbdito recalcitrante. Más el padre que rectamente sienta será como el legislador filántropo que se regocija, no de usar de castigos. sino de lograr que sea inútil su empleo. No legisla cuando puede. por. otros medios regular con éxito la conducta de los hombres, y cuando legisla, lo hace con pena. Como observa Richter. <la mejor manera de gobernar es no gobernar demasiado ».. Esto es cierto también respecto a la educación. Con arreglo a esta máxima, el padre en quien el gusto de la dominación esté debidamente reprimido por el sentimiento del deber, se consagrará a procurar que sus hijos se gobiernen a si mismos en cuanto sea posible. recurriendo al absolutismo sólo en último extremo.

Pero siempre que ordenemos hagámoslo con resolución y carácter. Si el caso inevitablemente lo requiere, pronunciemos nuestro fiat y habiéndole pronunciado que sea irrevocable. Reflexionemos bien lo que vamos a hacer, preguntémonos si tendremos la suficiente energía para llevarlo a ejecución, y si nos decidimos a dictar una ley, que sea a toda costa cumplida. Que nuestra sanción penal sea semejante a la que inflige la Naturaleza inanimada, es decir, que sea inevitable. El carbón encendido quema al niño la primera vez que lo toca, le quema la segunda le quema la tercera, le quema siempre, y el niño no tarda en aprender que no debe tocarlo. Si imitarnos este ejemplo, si todos nuestros actos tienen la misma uniformidad, el niño no tardará, en respetar nuestras leyes al igual que las de la Naturaleza. Y una vez establecido este respeto, prevendrá males domésticos, sin cuento. De todas las faltas que puedan cometerse en la educación, la peor es la inconsecuencia. De la misma suerte que en la sociedad se multiplican los crímenes cuando la pena, no es cierta en la familia resulta un número inmenso de transgresiones por, la aplicación vacilante e irregular de los castigos. La madre débil que amenaza sin cesar y rara vez obra: que dicta órdenes con precipitación y se arrepiente enseguida; que muestra ya dulzura; ya severidad hacia la misa, falta, según su humor del momento, se prepara mil penas a sí misma y se las prepara a sus hijos, Tórnase, despreciable a los ojos de éstos; les da ejemplo de falta de dominio; les estimula a infringir sus órdenes porto probable de, la impunidad; crea mil conflictos, con detrimento de su carácter y del carácter de aquellos; reduce su espíritu a ser un verdadero caos moral, caos en cl cual largos años de amarga, experiencia difícilmente restablecerán el orden; Valdría más una forma bárbara de gobierno aplicada con constancia que una forma más humana, con tanta indecisión y ligereza aplicada. Lo repetimos: huyamos de las medidas coercitivas siempre que podamos evitarías; pero cuando una vez las hayamos adoptados, cuando conozcamos que el despotismo es realmente necesario, seamos verdaderos, déspotas.

 

Téngase presente que el fin, de la educación es formar un ser apto para gobernarse así mismo, no un ser apto para ser gobernado por /os demás. Si los niños hubieran de ser esclavos, deberíamos acostumbrarles a la esclavitud desde su infancia; pero ya que están llamados a ser hombres libres, puesto que no habrá nadie a su lado para cohibirles, es necesario acostumbrarles a la propia dirección, ínterin podemos vigilarles. Por esta razón, el sistema de la disciplina de inconsecuencias naturales se halla en armonía con el estado social presente de Inglaterra y es susceptible de ser aplicado entre nosotros. En Los tiempos feudales, cuando uno de los mayores mates que constantemente amenazaban a los individuos consistía en la cólera de los superiores, era necesario durante la infancia que la vindicta paterna fuese el principal medio de gobierno. Pero hoy que el ciudadano nada tiene que temer de nadie; hoy que el mal y el bien que le sobre vienen son únicamente resultante de su conducta, por virtud de la naturaleza de las cosas, necesita comenzar a saber por apariencia desde su más tierna edad las consecuencias buenas o malas que siguen naturalmente a tal o cual acto. Procuremos pues, que el gobierno paternal se retire, tan pronto como sea posible ante ese otro gobierno del individuo por sí mismo que se origina en la previsión de los resultados. Un niño de tres años que juega con una navaja de afeitar abierta no puede ser abandonado a merced de la disciplina de las consecuencias, porque las consecuencias serian demasiado graves; pero a medida que la inteligencia aumenta puede y debe ser reducido el número de las intervenciones perentorias, que cesarán poco a poco al alcanzar la mayor edad. Toda transición es peligrosa, mas ninguna lo es tanto como el paso brusco de la disciplina doméstica a la libertad del mundo. De aquí la importancia de adoptar la política que preconizamos la cual, acostumbrando al joven al dominio de si mismo, aumentando gradualmente las ocasiones de ejercer este dominio e impulsándole a ejercerlo sin auxilio, facilita la transición, hoy brusca y poderosa, de la juventud (en que el gobierno del hombre obedece a impulsos exteriores) a la madurez en que obedece a impulsos internos y propios. Que la historia de nuestra legislación doméstica reproduzca en pequeño la historia de nuestra legislación política. En los comienzos La tiranía autocrática, cuando la tiranía es realmente necesaria; después un constitucionalismo naciente, en el cual sea reconocida y garantizada dentro de cienos limites la libertad individual; al fin la extensión e imperio de la libertad, hasta acabar por la abdicación real.

 

No temamos que nuestros hilos tengan iniciativa propia. Esta tendencia responde a la tendencia de los padres, tan visible en la educación moderna, a disminuir la coacción, la disposición, de un lado, a afirmar la libertad, se corresponde, de otro con la disposición a abdicar la tiranía. Ambos hechos denotan que se aproxima el momento de aplicar el sistema de disciplina que defendemos, y por cuya virtud los niños serán impulsados con más energía en cada momento a dirigirse a si mismos, según la experiencia de las consecuencias naturales de sus actos; ambos hechos son producto de nuestro estado social más civilizado. El niño inglés independiente de hoy es el padre inglés independiente de mañana, siendo imposible que se dé lo uno sin lo otro. Los directores de los colegios alemanes dicen que prefieren educar doce escolares alemanes a un escolar inglés. ¿Desearemos para nuestros hijos la docilidad de los niños alemanes, y que más tarde sean siervos, políticamente hablando, como los alemanes lo son? ¿No les procuraremos más bien esos sentimientos que crean hombres libres poniendo nuestros métodos de educación de acuerdo con ellos?

 

Finalmente, no olvidemos que no es cosa fácil y sencilla educar un niño, sino, por el contrario, extremadamente difícil y compleja, la tarea más espinosa de la vida adulta. La manera grosera como se ejerce el gobierno doméstico está al alcance de todas las inteligencias. Los golpes y las amenazas, las frases airadas, son medios de que puede valerse lo mismo el bárbaro más inculto que el más estúpido campesino. Los mismos animales son capaces de aplicar esa disciplina, como lo revelan los gruñidos y los pequeños mordiscos con que castigan los perros las excesivas exigencias de sus crías. Pero si queremos aplicar con éxito un sistema regular y civilizado, debemos comenzar por un vigoroso trabajo de atención; es preciso verificar algunos estudios, que tengamos alguna inteligencia, algún imperio sobre nosotros mismos. Deberemos investigar continuamente cuáles son los resultados naturales. Será menester analizar día por día los motivos de la conducta del niño: distinguir entre las acciones realmente buenas y las que parezcan serlo, pero que tienen por móviles sentimientos de orden inferior, y no incurrir nunca en el error cruel, en que se cae con harta frecuencia, de considerar acciones indiferentes como malas y atribuir a los niños sentimientos peores que los que tienen. Tendremos que reformar, más o menos, nuestro método, a fin de ponerlo en armonía con las disposiciones particulares de cada niño, modificándolo a medida que estas disposiciones revistan nuevos aspectos. Necesitaremos convicción firme para persistir en una línea de conducta que parezca producir escaso o ningún resultado. Especialmente si se trata de niños que han sido antes maltratados, hay que esperar con paciencia a que el nuevo método surta efecto, pues es natural que siendo ya de suyo difícil dirigir con acierto desde los comienzos el sentimiento del niño, lo sea doblemente después de haber dado a este sentimiento una dirección errónea. No sólo debemos analizar los motivos que impulsan al niño, sino también los que informan nuestros actos, distinguiendo entre las sugestiones que emanan de la verdadera solicitud paternal y las que nacen de nuestro egoísmo, de nuestra necesidad de reposo de nuestro apego al mundo, y cuando hayamos descubierto los verdaderos móviles de nuestra conducta, deberemos (esto es lo más penoso) ajustarla a principios racionales; en suma, habremos de educarnos a la vez que educamos a nuestros hijos. Bajo el punto de vista intelectual, tendremos que estudiar, para alcanzar el desiderátum en la materia el objeto más complejo de todos: a saber, la naturaleza humana y sus leyes tales como se manifiestan en el niño, en nosotros mismos y en el mundo. Bajo el punto de vista moral deberemos apoyarnos constantemente en nuestros sentimientos más nobles, refrenando ¡os menos elevados. Está aún por reconocer, pero es verdad, que la última fase del desarrollo mental, en el hombre y en la mujer, sólo se presenta con el cumplimiento verdadero de los deberes paternales. Cuando sea reconocida una verdad se verá cuán admirable es esa disposición de las cosas que somete al ser humano, por medio de sus afec- ciones más poderosas, a una disciplina que sin ello eludiría. Al paso que acogerán algunos este concepto de la educación con duda y desaliento, creemos que otros verán en la elevación misma del ideal que encierra la prueba de su verdad. Que no pueda ser realizado por gentes apasionadas, poco amantes, poco previsoras; que exija el concurso de las facultades más altas de la naturaleza humana para su planteamiento, en nuestra opinión les probará esto que es sus- ceptible de adaptarse a los estados sociales civilizados. Que requiera en la práctica mucho trabajo y abnegación esto constituirá la prueba de que promete abundante cosecha de felicidad para lo presente y lo porvenir. Las personas inteligentes, repetimos, verán que mientras el falso sistema de educación es un doble azote para el padre y para el niño, el sistema verdadero representa un doble beneficio para el que da la educación y para el que la recibe.

 

CAPITULO IV

DE LA EDUCACION FISICA

Lo que es y lo que debe ser.

Alimento : su cantidad

Alimento : su calidad

Alimento : su variedad

Vestido

Ejercicio corporal

exceso de trabajo intelectual

conclusión.

 

En la mesa del lord después que se han retirado las señoras, lo mismo que en la posada de una aldea durante una feria, o el domingo en cualquier taberna de lugar, el asunto que, agotada la cuestión política del día, excita mayor interés es la cría y fomento de los animales útiles. Cuando se regresa de una cacería, mientras se gana la casa a caballo, la manera de mejorar la raza caballar, los cruzamientos, los comentarios acerca de las carreras, proporcionan generalmente asunto a la conversación; otras veces sirve de tema el arte de amaestrar los perros. Dos labradores que regresan de los oficios del domingo, pasan, inadvertidamente, de las observaciones acerca del sermón a las observaciones acerca del tiempo, de la cosecha y de las bestias, y de aquí deslizase insensiblemente la discusión a las distintas clases de forraje y a las propiedades nutritivas de cada uno. Juan y Pedro, con sus observaciones comparadas, a propósito de sus respectivas piaras de puercos, manifiestan que no han desatendido los intereses de sus dueños y que conocen los efectos producidos por tal o cual procedimiento seguido para cebarlos en los cerdos entregados a sus cuidados. No sólo en las poblaciones rurales es asunto predilecto de las conversaciones el reglamento de la perrera, de la cuadra, del establo y de los rediles; también en las ciudades componen buena parte de la población los numerosos artesanos que tienen perros, los jóvenes bastante ricos para , permitirse los placeres de la caza y sus padres, que, más aficionados a las ocupaciones y goces sedentarios, hablan de los progresos de la agricultura, de las relaciones anuales de Mecchi y de las cartas al Times de Caird . Pregúntese a la mayoría de la población masculina del reino, y se verá que casi toda se interesa en las cuestiones de cruzamientos, de cría o de educación de los animales de una u otra especie .

 

Pero nadie habrá oído seguramente, ni en las conversaciones de sobremesa ni en ninguna de las otras ocasiones antes citadas, una sola palabra acerca de la educación física de los niños. Ese lord terrateniente que visita las cuadras e inspecciona por sí mismo el régimen a que están sujetos sus caballos, que dirige una mirada a sus bestias y hace las observaciones que estima oportunas, ¿cuántas veces sube a la habitación de la nodriza, examina los alimentos que se dan a sus hijos, se hace cargo de las horas de las comidas y vela porque dichos departamentos , sean ventilados y estén bien situados? En su biblioteca encontraréis el Mariscal Herrador, de White; el Libro de la granja, de Stephens ; el Tratado de La caza, de Nemrod, y por regla general, ha leído todas estas obras; mas ¿qué libros ha leído acerca de la manera de tratar a los niños de pecho y a los de alguna más edad? Las propiedades que posee el nabo silvestre para engordar las bestias, el valor nutritivo del heno y de la paja, el peligro del abuso del trébol, son puntos en que está instruido todo propietario todo colono ; todo campesino. Pero, ¿cuál de ellos se ha preguntado si la alimentación que seda a sus hijos es apropiada a las necesidades de los niños de uno y otro sexo que están desarrollándose? Acaso se dirá con objeto de explicar esta anomalía , que al interesarse por los animales esas personas se ocupan en sus asuntos e intereses. Esta explicación no es suficiente, porque las demás clases sociales se ocupan muy frecuentemente en lo mismo. Entre los ha- bitantes de una ciudad, son muy pocos los que ignoran que no conviene que un caballo trabaje recién comido, y sin embargo apenas habría uno., suponiendo que todos fueran padres, que se preguntase si es suficiente el tiempo que transcurre entre las comidas y las lecciones de sus hijos.

 

Si penetramos en el fundo de la cuestión. se verá que, casi siempre, el hombre mira el régimen seguido por la nodriza como asunto al que debe permanecer extraño . ¡ Oh, dejo todo eso a las mujeres !, contestará probablemente, y el tono con que pronunciará estas palabras indicará sobradamente que considera todos esos cuidados como incompatibles con la dignidad de su sexo. Considerada bajo cualquier otro punto de vista que el de la conveniencia, es cosa que parecerá extraña el que, mientras la cría de animales de hermosa estampa es asunto al cual consagran mucho tiempo y reflexión hombres distinguidos, declaren estos mismos hombres indigno de su atención el arte de formar hombres robustos. Madres que no han aprendido sino dos o tres idiomas y música, secundadas por nodrizas imbuidas en añejas preocupaciones, son reputadas como jueces competentes en la alimentación, en el vestido, en el grado de ejercicio que a los niños conviene.

 

En el entretanto, los padres leen libros y artículos de periódicos , se reúnen en comités, verifican ensayos y se empeñan en discusiones a fin de descubrir los mejores medios de cebar puercos de primera calidad! Veremos el trabajo sin cuento con que se procura criar un caballo que gane el pre- mio en las carreras y el ninguno que se pone en formar un atleta moderno. Si Gulliver hubiese referido que los liliputienses rivalizaban entre sí para ver quién criaba mejor los hijos de los demás seres, al paso que hacían caso omiso del arte de criar a los suyos, hubiérase creído este absurdo semejante a los demás que les imputa.

El asunto es serio, sin embargo. Por posible que el contraste parezca, el hecho que implica no es menos desastroso. Como observa un pensador, la primera condición de éxito en el mundo es ser un buen animal, y la primera condición de la prosperidad nacional es que la nación esté compuesta de buenos animales. No sólo sucede frecuentemente que el éxito de una guerra depende de la robustez y del valor de los soldados, sino que en las luchas industriales también la victoria es compitiera del vigor físico de los productores. Bajo este punto de vista, hasta hoy no tenemos motivos para temer la inferioridad de nuestro ejército en los campos de batalla; pero los hay para sospechar que no tar- daremos en ser sometidos a rudas pruebas. La lucha por la existencia es tan viva en los tiempos modernos, que no serán muchos los que consigan salir vencedores Ya sucumben militares de individuos bajo la excesiva presión que sufren. Si esta presión, como es probable, continúa aumentando, se quebrantarán rudamente las mejores constituciones. Es, pues, extraordinariamente importante el educar a los niños de manera que sean aptos, no sólo para sostener la lucha intelectual que les espera, sino que también para soportar físicamente la excesiva fatiga que sobre ellos pesará.

 

Felizmente, se comienza a pensar en ello , los escritos de Kingsley denotan que se opera una reacción en el público contra el exceso y la precocidad de la cultura intelectual en los niños, reacción que, como todas, es llevada tal vez demasiado lejos. De vez en cuando, cartas o artículos insertos en los periódicos dan testimonio del creciente interés por la educación física, y el nacimiento de una escuela a que se ha dado el significativo título de La Cristiandad Muscular reve- la que la opinión comienza a comprender que nuestro sistema de educación deja bastante que desear respecto al desarrollo físico del niño. El terreno está, pues, preparado para la reforma. Poner en armonía el régimen que haya de seguir la nodriza y el de la escuela con las verdades de la ciencia moderna, he aquí el desiderátum. Hora es ya de que nuestros hijos participen de los beneficios que han proporcionado los descubrimientos de los laboratorios a nuestros bueyes y carneros. Sin querer poner en tela de juicio la gran importancia de la cría perfeccionada de los caballos y los cerdos, creemos que como el formar hombres robustos y mujeres hermosas tampoco es asunto baladí, las conclusiones deducidas teóricamente y confirmadas en la práctica deben servir de guía en el segundo así como en el primer caso. No pocas gentes se nombrarán, tal vez se ofendan, de que asociemos estas ideas, pero es hecho indiscutible, y que debe aceptarse, el de que el hombre se halla sometido a las mismas leyes orgánicas que los animales inferiores. Ningún anatómico, ningún fisiólogo, ningún químico, vacilará en afirmar que lo que es verdad respecto del animal bajo el punto de vista biológico, lo es también respecto del hombre. La franca aceptación de este hecho lleva consigo su consecuencia, a saber: que las generalizaciones que derivan de las experiencias y de las observaciones hechas en los animales son útiles al hombre.

 

Por rudimentaria que sea hasta el presente la ciencia de la vida, posee ya algunos principios fundamentales ocultos bajo el desenvolvimiento de todo organismo. incluso el organismo humano. Resta todavía averiguar cuál debe

ser la influencia de estos principios en la educación de la in- fancia y o la juventud. Llenar basta cieno punto este vacío es lo que nos proponemos ahora. La tendencia a la sucesión alternada, apreciable en muchas esferas de la vida social, por cuya virtud el despotismo sucede a las revoluciones, los períodos de reforma a los conservadores, los siglos ascéticos a los disolutos, que en el comercio produce, ora el exceso de confianza, ora el pánico, y que hace pasar la moda de un extremo a otro, esta tendencia influye también en nuestra mesa y de consiguiente, en el régimen alimenticio de los niños. A una época en que se comía y bebía extraordinariamente ha sucedido otra de relativa sobriedad, en la que las sociedades contra la intemperancia y el uso de las carnes son protesta vigorosa de los desórdenes de los tiempos pasados. Este cambio de costumbres entre los adultos va acompañado de otro cambio análogo en la nutrición de los niños. Nuestros padres creían que debían obligar a los niños a comer cuanto pudiesen. Todavía entre los campesinos y en las provincias más atrasadas, donde las ideas prácticas y antiguas tardan más tiempo en desaparecer, hay padres que excitan a sus hijos a comer hasta el estado de plétora. Pero en las clases superiores, en las cuales es más poderosa la reacción hacia la abstinencia, puede observarse cierra inclinación a no alimentar suficientemente a los niños. El disgusto que se experimenta en esas ciases por los groseros apetitos de otras épocas , se manifiesta aún más en la conducta observada con los niños que en la seguida por los adultos, porque mientras este ascetismo disfrazado está moderado en los unos por las exigencias de la naturaleza se ejerce libremente en la legislación que a los otros se les impone.

Es verdadera trivialidad el decir que el comer con exceso y el beber demasiado poco son dos cosas perjudiciales. La última de las dos, sin embargo, es más perjudicial. Como dice una autoridad eminente, los efectos de las indigestiones, cuando éstas no se repiten con frecuencia, son menos nocivos y se reparan más pronto que los de la inanición. Además, a no ser que se intervenga en sus comidas con poca discreción, los niños rara vez sufren indigestiones. <Comer con exceso es vicio de los adultos más bien que de los niños, que rara vez son glotones o epicúreos, a no ser por culpa de aquellos que los educan» . Este sistema restrictivo, que tantos padres creen necesario imponer, está fundado en observaciones insuficientes y en falsos razonamientos. Hay muchos reglamentos para el niño, como hay muchos en el Estado para el individuo, siendo uno de los inconvenientes mayores que resulta de esto el que la alimentación de los niños sea insuficiente.

 

<Pero - se dirá - ¿se debe consentir que los niños caigan enfermos tolerándoles que carguen su estómago y que se atraquen de golosinas, como lo harán, ciertamente, si se les deja?» La cuestión, así planteada, no admite más que una respuesta; pero también, planteada ni se halla zanjada por si misma. Sostenemos que como el apetito es guía seguro en todos los animales y guía seguro en el niño de teta, guía seguro en el enfermo, guía seguro en las diversas razas, gula seguro en el adulto que observa una conducta regular . se puede inferir con certidumbre que es asimismo gula seguro en los niños. Extraño sería que, en ellos solamente, este guía. no mereciera confianza.

Quizás algunas personas no sufrirán con paciencia esta respuesta, persuadidas de que pueden citar hechos que la contradigan por completo. No obstante, la paradoja es perfectamente sostenible. La verdad es que los excesos a que esas personas aluden son de ordinario el resultado del sistema restrictivo que se pretende justificar; son las reacciones sensuales contra el régimen ascético. Prueba, en pequeño, esta verdad general el hecho de que aquellos que en su juventud han estado sometidos a una disciplina más rigurosa, son los que después se entregan a mayores extravagancias. Lo prueban también esos terribles fenómenos, tan comunes antes en los conventos, que nos muestran a las monjas pasando de una austeridad extrema a la disolución más diabólica, patentizando la irresistible fuerza de deseos largo tiempo comprimidos. Considérense los gustos de los niños y la manera como se les trata. Su afición a los dulces y sustancias azucaradas es vehemente y casi universal en ellos. Pues bien; noventa y nueve personas de cada ciento, probablemente, se imaginarán que esto es sólo un apetito del paladar, y que, como todos los apetitos sensuales, debe ser reprimido. El fisiólogo, sin embargo, que se ve llevado por sus descubrimientos a admirar cada vez más el orden de la Naturaleza, adivina que en ese gusto hay algo más de lo que se supone, y bien pronto sus indagaciones confirman estas sospechas: no tarda en descubrir que el azúcar desempeña un papel importante en el desenvolvimiento del organismo. En efecto, las sustancias azucaradas y las materias grasas son oxigenadas en nuestro cuerpo y desprenden calor. El azúcar es la forma bajo la cual deben pasar otros muchos compues- tos para producir y sostener el calor animal, y esta formación del azúcar se efectúa en nuestro mismo cuerpo. No sólo se cambia el almidón en azúcar durante la digestión, sino que, como ha demostrado Claudio Bernard, el hígado es un Laboratorio en el cual los demás elementos constitutivos de nuestra alimentación se truecan en azúcar. El azúcar es tan necesario en nosotros, que lo producen las sustancias nitrogenadas cuando en otra forma no se facilita ti estómago. Ahora bien; si al hecho de que los niños apetecen extraordinariamente el azúcar, alimento productivo de calórico unimos el otro hecho de que experimentan un disgusto no menos marcado por las sustancias que desprenden más calórico durante su oxidación. es decir, por las materias grasas. hay motivos para pensar que el exceso en lo uno compensa la falta en lo otro, y que el organismo demanda el azúcar por que no puede asimilarse las grasas , los niños apetecen también los ácidos vegetales. Constituyen su delicia las frutas de todas especies, y a falta de otra cosa mejor, devoran las grosellas verdes y las manzanas más ásperas.

 

Ahora bien; los ácidos vegetales, además de ser, lo mismo que los minerales, muy buenos tónicos usados con moderación, tienen otras ventajas tomadas en su forma normal. ¿as frutas maduras - dice el doctor Andrew Combe - abundan mucho más en el Continente que en nuestro país, y contribuyen poderosamente a restablecer las funciones del intestino.. Véase, pues, el notable desacuerdo que existe entre las necesidades instintivas de los niños y el régimen al cual de ordinario se les sujeta. He ahí dos gustos dominantes en ellos, que según todas las apariencias, revelan ciertas necesidades de la naturaleza en la infancia, y a más de desconocidos, son comúnmente contrariados: no se sale del pan y de la leche por la mañana; del té con pan y manteca por la noche, sustituyendo a veces este sistema de alimentación con otros alimentos no menos insípidos. Júzguese inútil o nociva toda satisfacción del paladar. ¿Cuál es la consecuencia? Que. en los días de fiesta, cuando los niños pueden conseguir sin reserva el logro de las cosas que les son agradables; cuando el dinero que se les da les permite comprar golosinas tanto tiempo codiciadas y admiradas en el escaparate del confitero, o cuando se les consiente comer con libertad por una huerta o jardín, el deseo largo tiempo cohibido conduce a grandes excesos. Entréganse a una especie de frenético Carnaval, en parte debido a la ausencia de temor, en parte a que prevén una prolongada Cuaresma . Y en tales casos, al sobrevenir las indigestiones, ¡se pretende que no se debe dejar a los niños que se guíen por sus apetitos! ¡Se invocan los resultados desastrosos de las restricciones artificiales en prueba de la bondad del sistema restrictivo! Pero por nuestra parte sostenemos que son viciosos los razonamientos empleados para justificar ese sistema de intervención. Sostenemos que si se consintiera a los niños el uso diario de esos alimentos más sabrosos, que responden en ellos a necesidades fisiológicas, no abusarían de los mismos la primera ocasión que se les presentase. Si las frutas - como dice el doctor Combe- constituyesen parte de su nutrición habitual. (tomadas , como aconseja, no entre las comidas, sino en ellas), no manifestarían esa codicia que les impulsa a devorar manzanas verdes y endrinas. Lo propio ocurre en los demás casos análogos)

 

Existen poderosas razones a priori para confiar en los gustos de los niños, al paso que carecen de valor las que se aducen para desconfiar de dichos gustos. siendo imposible, además, adoptar guía más seguro que esos gustos mismos. ¿Cuál puede ser, pues, el valor de ese criterio paternal que se erige en árbitro? Cuando la madre o el aya contestan no a Juanito, que pide algo, ¿en qué dato se fundan? Piensan, sin duda, que tienen razón, pero, ¿por qué lo creen? ¿Penetran acaso en el estómago del niño? ¿Poseen acaso facultades de videntes, que les permitan distinguir las necesidades de su cuerpo? Y si nos las poseen, ¿cómo pueden decidir con seguridad? ¿No saben que la necesidad de alimentos depende de múltiples y complicadas causas; que varía con la temperatura, con el estado higrométrico del aire, con la electricidad de la atmósfera: que varia también con el ejercicio realizado, con la naturaleza y la cantidad de los alimentos absorbidos en la última comida , con la rapidez de la pasada digestión? ¿Cómo calcular los resultados de tal combi- nación de causas? Como nos decía el padre de un niño de cinco años, de mayor cabeza que la mayoría de los de su edad, robusto en proporción, colorado y activo: No puedo dar con ninguna regla artificial para conocer la cantidad de alimentos que necesita mi hijo. Si digo <basta con esto>, es sólo una suposición, y la suposición puede ser lo mismo errónea que exacta. Por lo tanto, no reputándome adivino, le dejo comer cuanto quiere.> Ciertamente, el que juzgue por los resultados reconocerá la sabiduría de esta conducta. Esa confianza y seguridad con que los padres legislan acerca del estómago de sus hijos prueba que son ajenos a las leyes de la fisiología: si fuesen más instruidos, serían más modestos: que <el orgullo de la ciencia es humildad comparado con el orgullo de la ignorancia. Sise desea saber cuánto de. be desconfiarse de los juicios humanos y confiar en el orden preestablecido de las cosas, compárese la temeridad del médico inexperto con la prudencia del profesor consumado , de que da prueba la obra de sir John Forbes acerca de la Naturaleza y arte de curar las enfermedades; se verá que, a medida que se adquiere un conocimiento más profundo de las leyes de la vida, se desconfía más de sí mismo y se confiará más en la Naturaleza,

 

Pasando de la cuestión de cantidad a la cuestión de calidad, observamos la misma tendencia ascética. Se cree que debe darse a los niños un alimento insuficiente, y además, que Este ha de ser de orden inferior, siendo opinión corriente que las sustancias animales perjudican a los niños. En las clases pobres parece que estas reglas han sido dictadas por la economía; parece que engañan el propio deseo. Los padres que no pueden comprar mucha carne contestan a sus hijos cuando se la piden: di carne no es buena para los niños>, y lo que al principio era sencillamente una excusa, ha llegado a ser a fuerza de repetirlo, un articulo de fe. En las clases ricas, donde no se nota escasez de dinero, ha cundido la misma creencia; parte, por el ejemplo de la mayoría; parte por La influencia de las nodrizas salidas del pueblo , y parte, por la reacción contra los apetitos sensuales de los tiempos pasados.

No obstante, si tratamos de averiguar en qué se funda dicha opinión, no hallamos ningún motivo serio que la justificar. Es un dogma que se acepta y se repite sin pruebas, al igual del que imponía hace algunos años el uso de fajas y pañales . Es muy posible que la carne, que requiere ser con- siderablemente triturada para llegar después fácilmente al estado de quimo, no sea alimento muy adecuado al estómago del niño de escasa fuerza muscular. Pero esta objeción carece de valor tratándose de sustancias animales de que se haya extraído la parte fibrosa, y tampoco tiene importancia desde el punto que, a los dos años de edad, el estómago del niño adquiere gran vigor muscular. En cambio, la prueba contraria es fuerte y decisiva. El veredicto de la ciencia es en absoluto opuesto a la opinión popular. Hemos propuesto la cuestión a los de nuestros médicos más eminentes y a varios fisiólogos distinguidos. y unos y otros han concluido unánimemente que la alimentación de los niños debe ser tan nutritiva como la de los adultos, si no más.

 

El fundamento en que esta opinión descansa es evidente, y el razonamiento que así lo muestra sencillo. Basta comparar el progreso de la vida en el niño ven el hombre, para ver que el primero necesita más alimento que el segundo. ¿Por qué experimenta el hombre la necesidad de comer? He aquí la explicación. Todos los días sufre su cuerpo ciertas pérdidas: pérdidas por el ejercicio muscular, pérdidas en el sistema nervioso por la acción mental, pérdidas en la vísceras por las funciones vitales, siendo necesario renovar la parte de tejidos destruida. Cada día pierde también su cuerpo, por la radiación, una cantidad considerable de calor, por cuya causa cienos elementos constitutivos de nuestro organismo experimentan una oxidación continua. Compensar las pérdidas diarias y proporcionar calórico para el gasto cotidiano, tajes son las razones porque el adulto tiene que alimentarse. Considérese ahora el caso del niño. El también consume cierta cantidad de sustancias por el ejercicio, y basta ver su turbulenta actividad para comprender que, en proporción a su volumen, consume probablemente tanta como el hombre. También él pierde calor por radiación, y como su cuerpo presenta mayor superficie, en proporción de su masa. que el del hombre, pierde de consiguiente más calor y con más rapidez, y la cantidad de combustible que necesita es relativamente más considerable. De suerte que, aun en el caso de que el niño tuviera sólo que reparar ciertas pérdidas vitales, corno le ocurre al hombre, necesitarla relativamente más alimento; pero además de la conservación del cuerpo por la renovación de los tejidos1 además de la producción de calor , el niño forma nuevos tejidos crece.

 

Por esto, una vez compensadas las pérdidas de sustancia y de calor, el exceso de nutrición sirve para el desarrollo del organismo. y únicamente merced a este exceso es posible dicho desarrollo, so pena de que se efectúe el crecimiento a expensas del vigor y de la robustez. Verdad es que, por una ley mecánica que aquí no puede explicarse, los organismos pequeños tienen sobre los grandes la ventaja de la proporción que en ellos existe entre las causas de las pérdidas y los medios de repararlas, a cuya ventaja se debe la posibilidad del crecimiento. Pero esto contribuye a que sea más evidente el hecho de que, por más que los niños puedan soportar casi siempre un régimen contrario a sus necesidades, sin que se aniquile el exceso de vitalidad que poseen, se disminuyan con Ella estatura y la perfección físicas Vemos cuán imperiosamente exige el organismo que se está desenvolviendo sustancias que asimilarse en esa <hambre colegial , que no se reproduce en ninguna época de la vida, y en la reaparición comparativamente pronta del apetito en los niños. En las hambres que sobrevienen a consecuencia de naufragios o de otros desastres, son los niños los primeros que sucumben.

 

Admitida, como es forzoso hacerlo, la necesidad de mayor nutrición en los niños, queda la cuestión reducida a lo siguiente: ¿satisfaremos dicha necesidad dando a los niños alimentos diluidos, por decirlo así, en gran cantidad, o; por el contrario, dándoles alimentos concentrados en cantidad menor? Los principios nutritivos que contiene un pequeño pedazo de carne no los contiene la misma cantidad de pan, mucho menos aún la misma cantidad de patatas, y así sucesivamente, por lo que es necesario aumentar la porción a medida que disminuyen las cualidades alimenticias. ¿ Satisfaremos, pues, la necesidad extraordinaria de nutrición en los niños dándoles alimentos en cantidad suficiente y de la misma calidad que los tomamos para los adultos? O bien, sin atender al hecho de que los alimentos digeridos por el niño ocupan mayor espacio relativamente a la capacidad de su estómago que los digeridos por el adulto, ¿abusaremos todavía de sus fuerzas digestivas ofreciéndole una nutrición de orden inferior y en volumen aún más considerable? La respuesta es bastante clara Cuanto menor sea el trabajo digestivo, mayor suma de fuerzas se reservan para el crecimiento y la acción Las funciones gástricas e intestinales se efectúan a expensas de la sangre y de la fuerza nerviosa, y en la fatiga que sigue a las comidas copiosas, todo adulto hallará la prueba de que esas pérdidas en la sangre y en los nervios tienen su equivalente en todo el organismo. Si se obtiene la nutrición indispensable tomando gran cantidad de alimentos poco nutritivos, es sólo imponiendo a las vísceras un trabajo excesivo.' trabajo innecesario, en otro caso, y perdido en su mayor parte, cuya pérdida se traduce en los niños en disminución de fuerzas o en falta de crecimiento, o en ambas cosas a la vez. Debemos, pues afirmar que es preciso dar a los niños, en tanto que sea posible, alimentos que reúnan las cualidades nutritivas a las cualidades digestivas.

 

Es verdad, ciertamente, que los niños pueden mantenerse con alimentos exclusivamente vegetales. En las clases acomodadas hay niños que comen muy poca carne y que. sin embargo, se desarrollan y parecen robustos y bien formados . Los hijos de los obreros están privados casi en absoluto de toda clase de alimento de procedencia animal a pesar de lo cual alcanzan una madurez vigorosa. Pero estos hechos, contrarios en apariencia a nuestra opinión, no tienen el valor que se cree. En primer lugar no prueban que el pan y las patatas constituyen alimentación muy favorable al desarrollo de nuestro cuerpo, y la comparación entre los trabajadores y la nobleza en Inglaterra, entre los proletarios y la clase media en Francia, no redunda , en modo alguno en ventaja de aquellos que se alimentan principalmente de vegetales En segundo jugar , la cuestión no es sencillamente de volumen sino ante todo de calidad. Las carnes blandas y fofas dan la misma apariencia que las musculosas y apretadas. No hay duda que, al observador superficial, el niño cuyos tejidos sean flojos le parecerá tan robusto como aquel cuyas fibras tengan más vigor, pero la menor prueba dará a conocer la diferencia que entre ambos existe. Precisamente la obesidad es con frecuencia signo de debilidad en los adule tos: así, los atletas y andarines pierden parte de su peso con los procedimientos a que se les sujeta. Luego la buena apariencia de esos niños mal nutridos nada prueba. En tercer lugar, además de la estatura y la gordura, debe atenderse al vigor. Entre los niños pertenecientes a la clase que se alimenta de pan y patatas, se observa notable contraste bajo este punto de vista. El hijo del campesino es muy inferior al hijo del gentleman (noble) en cuanto a vivacidad física mental.

Si comparamos diferentes especies de animales o diferentes razas de hombres, o los mismos animales y los mismos hombres sometidos a distintos sistemas de alimentación encontraremos una prueba patente de que el grado energía física depende esencialmente de La naturaleza de los alimentos.

 

En la vaca, que se nutre de alimentos tan poco sustanciosos como la hierba, apreciamos que el enorme volumen de tales alimentos exige un vasto sistema digestivo que las extremidades, pequeñas en comparación del cuerpo difícilmente soportan su peso; que para resistido y para di- gerir esa extraordinaria cantidad de alimentos, el animal necesita consumir muchas fuerzas, y: que, quedando pocas de Estas en reserva, es lento y pesado. Compárese la vaca con el caballo, animal cuya estructura se parece a la suya pero que está acostumbrado a mantenerse de alimentos más concentrados. En él, el cuerpo, y particularmente la región abdominal, es más reducido que en la vaca. y no estando ahogado bajo el peso de vísceras tan macizas ni agobiado con la fatiga de digerir tan gran cantidad de alimentos, permite mayor actividad fuerza de locomoción y viveza. Si comparamos igualmente la torpeza estúpida de La oveja con la actividad e inteligencia del perro, observamos la misma diferencia, pero en mayor grado. Basta visitar el Jardín Zoológico y fijarse en la agitación con que los animales carnívoros van y vienen en sus ¡aulas, para comprender claramente, recordando que nunca los animales herbívoros dan muestra de ese vigor superfluo, la relación que hay entre el grado de concentración de los alimentos y el grado de actividad del animal.

Que estas diferencias no resultan directamente de la diversidad de las constituciones, como algunos pretenderán, sino que exclusivamente provienen de la alimentación es hecho demostrado por las observaciones practicadas en animales de la misma especie, las distintas variedades de caballos facilitan un ejemplo. Compárese el pesado caballo del carretero, de vasto abdomen de movimientos lentos, con el caballo de carrera o de caza, de flancos reducidos, de extremidades vigorosas, y téngase en cuenta que la alimentación del primero es mucho menos nutritiva que la del segundo. O bien, tómese un ejemplo en la humanidad. El australiano, el hombre de los bosques, que vive de raíces y de bayas, alternando con las larvas de insectos y otros alimentos insuficientes, es relativamente pequeño, tiene muy desarrollo el abdomen, sus músculos carecen de firmeza y están poco desenvueltos, y es incapaz, en absoluto, de luchar con los europeos, sea en el pugilato, sea en cualquier esfuerzo prolongado. Véanse las razas de salvajes de elevada talla , fuetes, activas, como los cafres de indios de la América del Norte o los patagones, y se observará que todas hacen gran consumo de carne; en cambio, el indio, mal nutrido, se prosterna ante el inglés, cuya alimentación es más fuerte, y le es inferior en inteligencia y en energía física. También la Historia nos revela que las razas vigorosas y conquistadoras han sido siempre las razas mejor alimentadas.

 

El argumento tiene aún mayor fuerza si se considera que el mismo individuo es capaz de más o menos trabajo, según que su alimentación sea más o menos nutritiva. En los caballos vemos una prueba de lo dicho. Aunque engorde un caballo echado a pastar, pierde parte de sus fuerzas, lo cual se observa tan pronto como de nuevo se le somete al trabajo. <El primer efecto de la hierba fresca, dada como alimento a los caballos, es la relajación de su sistema muscular. La hierba es muy buena para cebar un buey que ha de venderse en el mercado, pero carece de valor cuando se trata de formar un caballo vigoroso.> Se ha visto siempre que, después de haber dejado pastar a los caballos durante el estío, se necesita no sacarlos en algunos meses de la cuadra para que puedan seguir a los perros, y no reparan por completo sus fuerzas hasta la primavera siguiente. La práctica moderna es la recomendada por Apperley : <No echar nunca al pasto los caballos de carrera o de caza, a no ser en circunstancias excepcionales y muy favorables, y tenerlos siempre en la cuadra.> O lo que es lo mismo, hacer que su alimentación no sea nunca demasiado pobre, sólo con el uso prolongado de alimentos nutritivos se puede obtener vigor y solidez. Esto es verdad, hasta el punto de que. según Apperley, el uso prolongado de ciertos alimentos permite a un caballo de media fuerza igualarse con otro de primera fuerza nutrido de la manera ordinaria. Agréguese a todas estas pruebas ti hecho bien conocido de que cuando un caballo verifica una doble jornada, se tiene la costumbre de darle guisantes y judías, cuyos alimentos contienen mayor cantidad de nitrógeno, es decir1 de sustancia propia para formar tejidos, que la avena> Respecto al hombre, el hecho es todavía más claro. No hablamos del régimen de los atletas, que se conforma en un todo a esta doctrina; hablarnos de la experiencia hecha por los contratistas de los caminos de hierro a sus obreros. Se ha probado largo tiempo ha que la marina inglesa, cuyo personal consume mucha carne, es más activa que las marinas continentales, que están alimentadas con sustancias farináceas. En vista de ello, los ingleses que han tomado a su cargo el dirigir las construcciones de caminos de hierro en el Continente han hallado ventajoso contratar los obreros en Inglaterra, lo que prueba que este hecho es debido a la diferencia de alimentación y no a la diferencia de raza. es que cuando las dotaciones de los buques continentales se han sometido al mismo régimen que las inglesas, se aproximan mucho a éstas en fuerza y actividad. Añadamos a este hecho nuestro testimonio personal. fundado en una experiencia de seis meses de alimentación puramente vegetal, de cuya experiencia resulta que la abstinencia de carne produce una disminución de vigor físico e intelectual

 

¿No vienen estas diversas pruebas en apoyo de nuestra opinión acerca de la alimentación que conviene a los niños? ¿No resulta de ellas que, aun suponiendo que pueda alcanzarse la misma estatura y el mismo desarrollo con un régimen poco nutritivo, habrá gran diferencia en la cualidad de los tejidos? ¿No confirman la conclusión a priori de que aunque muchos niños a quienes se exige poca actividad física e intelectual puedan muy bien mantenerse con vegetales, los niños que deban ejercitar mucho sus músculos y su inteligencia, además de necesitar elementos disponibles para la formación de nuevos tejidos, necesitan alimentos que contengan mayor cantidad de materia nutritiva? ¿Y no es corolario evidente de esta verdad que, rehusando al niño esa alimentación superior, se perjudica, sea su crecimiento, sea su vigor físico, sea su energía mental, según las circunstancias y según su constitución? No creemos que lo ponga en duda ningún espíritu lógico. Pensar de otro modo sería volver ; bajo forma disfrazada, al antiguo error del movimiento perpetuo; seria creer que puede sacarse la fuerza de la nada.

 

Antes de dejar el asunto de la alimentación vamos a decir algunas palabras acerca de la variedad que es necesario introducir en ella. Bajo este concepto, el régimen de los niños, es muy defectuoso si no están condenados como los soldados de nuestro ejercito , veinte años los de buen cocido , tienen que sufrir una monotonía no menos en desacuerdo con las leyes de la higiene. Es verdad que en la comida toman alimentos de distintas clases y que éstos se varían diariamente; pero todos los días de la semana, todas las semanas del mes, todos los meses del año, se desayunan con pan y leche o sopa de harina de avena mondada, y con igual persistencia, la cena es una segunda edición del almuerzo, compuesta de sopas de leche o quizás de té con pan y manteca. Este uso se halla en oposición con las indicaciones que facilita la fisiología. La saciedad que produce un plato frecuentemente repetido y el placer que determina la aparición de manjares no saboreados desde largo tiempo no son hechos que carezcan de significación, como muchos creen, ligeramente juzgando; son, por el contrario, excitaciones de la naturaleza a variar de régimen alimenticio. Es verdad demostrada por numerosas experiencias que apenas hay alimento, ni aun entre los de primer orden, que reúna, en la proporción suficiente o debida, todos los principios necesarios a las funciones normales del organismo; de lo que resulta la conveniencia del cambio de alimentación, para que se llegue a establecer la proporción requerida entre los. diversos elementos. Es otra verdad, bien conocida de los fisiólogos, que el placer experimentado al paladear ciertos alimentos predilectos es un estímulo nervioso que, activando los latidos del corazón y acelerando el curso de la sangre, facilita la digestión. Ambas verdades están en armonía con la máxima seguida respecto a los animales de someterlos a un régimen variado de alimentación, No sólo es muy conveniente el cambio periódico de alimentación, sino que por idénticas razones, es también muy conveniente que en cada comida entren alimentos de distintas clases la ventaja que con ello se obtiene, y que comiste en equilibrar los diferentes principios nutritivos y en aumentar la acción nerviosa, es tan importante en este caso como en el anterior. Si se nos pide una prueba, podemos citar la facilidad relativa con que el estómago digiere una comida francesa, enorme como cantidad, pero extremadamente variada: pocas personas pretenderán que un peso igual de alimentos de la misma especie, por bien condimentados que estén , podrán ser digeridos con igual facilidad. y se desea otra prueba, no es difícil encontrarla en cualquier obra moderna acerca de la cría de las bestias. los animales son más sanos y robustos cuando, en sus piensos o comidas, se mezclan sustancias diferentes. Las experiencias de Grosn y de Stark <proporcionan una prueba decisiva de la ventaja, o mejor dicho, de la necesidad de mezclar los alimentos para producir la masa más apropiada a las funciones del estomago.

 

Si alguien objeta que el cambio de alimentación y la variedad de manjares en cada comida de los niños ocasionaría muchas molestias, le contestaremos que nunca se consideran excesivas las incomodidades cuando se procura desarrollar su inteligencia y que el desenvolvimiento físico no es menos, sino más importante, que el intelectual para su porvenir. Además, es triste y muy sorprendente que se juzgue demasiado grande, cuando se trata de criar a los niños, el trabajo que tantos voluntariamente se imponen para cebar los cerdos.

Una advertencia todavía a los que quieran adoptar el régimen que indicarnos. El cambio no debe efectuarse bruscamente, porque una alimentación poco nutritiva debilita de tal manera el organismo, que lo vuelve incapaz por el momento de soportar otra más fuerte. A nutrición insuficiente es por sí misma causa de la dispepsia, lo cual es verdad aun tratándose de los animales. <Cuando los becerros se alimentan con leche sin nata o con suero, sufren indigestiones. Por lo tanto, siempre que el individuo carezca de las fuerzas digestivas necesarias. ha de efectuarse gradualmente el paso a una alimentación más nutritiva, debiendo estar justificado cada aumento en Esta por un previo aumento de vigor. Por otra parte, forzoso es tener presente que la concentración de las sustancias nutritivas no ha de traspasar ciertos limites, pues es preciso que el estómago se tiene a cada comida, o lo que es lo mismo, que la masa de los alimentos tenga cierto volumen. Aunque la capacidad de los órganos digestivos sea menor en las razas civilizadas y bien alimentadas que en las salvajes y mal alimentadas , y aunque esta capacidad pueda tal vez disminuir más en el porvenir. Sin embargo . al presente el. volumen de los alimentos ha de medirse por la capacidad del estómago. Guardada esta proporción, afirmamos que la alimentación de los niños debe ser muy nutritiva , variada. así en cada comida como de una comida a otra, y abundante.

 

Ocurre con el vestido lo mismo que respecto a la alimentación : se tiende a tornarlo insuficiente. También aquí reaparece el ascestismo Hay cierta teoría muy en boga, que es aceptada vagamente sin exigir que se la defina, y que consiste en creer que no debemos hacer caso de nuestras sensa- ciones. Reducida a su forma más simple, esta teoría implica la afirmación de que las sensaciones no tienen por objeto guiamos, sino extraviarnos. Sin embargo, no es obedeciendo a las sensaciones, sino desatendiéndolas, como se expone el cuerpo a todos los males y enfermedades. No es nocivo el comer cuando se tiene apetito, sino el comer cuando de El se carece. No constituye un vicio el beber cuando se tiene sed, sino el seguir bebiendo después de apagada ésta, o el beber cuando no la hay. No está el mal en respirar el aire fresco. tan agradable .3 toda persona en buen estado de salud, sino en respirar el aire frío y áspero a despecho de ja protesta de los pulmones. No resultan peligros del ejercicio saludable al cual nos impulsa la naturaleza, según vemos en los niños, sino del desprecio de la fatiga. No es perjudicial la actividad mental espontánea, sino la prolongada demasiado, no obstante tos dolores de cabeza y el calor excesivo del rostro. El trabajo corporal no es nocivo en si mismo; lo es únicamente cuando se extrema hasta el punto de agotar nuestras fuerzas Es cierro que, en los hombres de conducta irregular. las sensaciones no son guía seguro. Los que durante años han vivido encerrados en su gabinete, que para comer han obedecido al reloj y no al estómago, pueden muy bien ser extraviados por sus sensaciones. Si desde su infancia no hubiesen desobedecido a lo que podríamos llamar la conciencia física, ésta no se habría embotado, permaneciendo siempre cómo centinela avanzado y vigilante de su salud.

 

En el número de las sensaciones que nos guían están las de calor y frío, y el traje que no responda a ellas, en los niños, merece ser desechado. La idea vulgar de que es menester <curtir el cuerpo es ilusión perjudicial. Muchos niños se curten tanto y tan bien, que se van de este mundo, y otros reciben lesiones en su organismo que les acompañan toda la vida, influyendo ya en su salud, ya en su crecimiento. <Su aspecto delicado - dice el doctor Combé- proporciona amplia indicación del mal hecho, y sus frecuentes enfermedades deberían constituir una advertencia para los padres poco reflexivos. La razón en que descansa esa pretendida conveniencia de habituarlos a los rigores de la estación es sumamente superficial. Gentes ricas que ven cómo los niños del campesino juegan al aire libre, medio desnudos, y que observan su aspecto de robustez y vigor, deducen de ello que la salud es producida por los trajes ligeros, y resuelven emplear con sus hijos el mismo sistema. Olvidase que esos muchachos que juegan en las plazas de las aldeas viven, ba- jó muchas relaciones, en circunstancias favorables: su vida se pasa en juegos perpetuos; respiran el aire puro todo el día, y su sistema no está sometido a la influencia enerverante del trabajo cerebral. A pesar de las apariencias. es lógico decir que son robustos, no por efecto de su semi- desnudez , sino a pesar de ella, y creemos que nuestra conclusión es la verdadera, como asimismo que las pérdidas de calor animal que sufren les son perjudiciales. Porque silos niños expuestos al frío llegan a acostumbrarse a los rigores de la intemperie cuando tienen, vigor para soportarlos, este hecho se verifica a costa de su crecimiento, verdad tan evidente en el animal como en el hombre los ponys de las islas Shetland soportan temperaturas más rigu- rosas que los caballos del Mediodía de Inglaterra, pero son enanos. Los carneros de las, montañas escocesas son raquíticos comparados con los carneros ingleses. En las regiones ártica, y antártica, la raza humana queda por debajo de la estatura hereditaria. Los japonés y los esquimales que son muy pequeños, y los indígenas de la Tierra del Fuego, que van desnudos, <son –dice Darwin- tan feos y tan raquíticos, que apenas podemos creer que sean semejantes nuestros>.

La ciencia explica este raquitismo por la sustracción del calor animal, demostrando que es resultado necesario en las circunstancias consignadas. Como hemos dicho ya, para compensar el enfriamiento por radiación que experimenta el cuerpo de continuo, se necesita que haya constante oxidación de ciertas sustancias que, sin esto, se utilizarían en la nutrición, siendo necesario aumentar la cantidad de materias que han de oxigenarse en proporción de la pérdida de calórico. Pero el poder de los órganos digestivos tiene sus limites, y cuando se les exige preparar gran cantidad de elementos para, mantener la temperatura del cuerpo, sólo pueden brindar porción escasa para nutrirlo. Un gran gasto de combustible lleva consigo la disminución de sustancias disponibles para otro empleo siendo la consecuencia que el cuerpo se desarrolle poco a poco, o sea inferior bajo cl punto de vista de la calidad de los tejidos, o se den ambos fenómenos a la vez. Queda pues, demostrada la gran importancia del vestido . Como dice Liébig, <el traje es para nosotros, con relación a la temperatura del cuerpo, el simple equivalente de cierta suma de alimento>. Disminuyendo la pérdida de calórico se disminuye la necesidad de combustible pata el mantenimiento de la temperatura, deducción que confirma la experiencia de los que cuidan a los animales. El frío no es soportado por éstos sino a expensas de su grasa, de sus músculos o de su crecimiento, según los casos. <Si se exponen al frío animales que se están cebando, tardarán más tiempo en engordar o es menester darles más alimentos. Apperley insiste sobremanera acerca de la necesidad de que las cuadras no sean frías para la cría y cuidado de los caballos de caza, y es opinión corriente ,en los que se consagran a este oficio, el que debe evitarse exponer los caballos al frío.

 

La verdad científica, que demuestra la etnología y es reconocida por los agricultores, se aplica a los niños con doble razón. El frío les hace tanto más daño cuando más tierna es su edad y más rápido su crecimiento. En Francia mueren algunos recién nacidos al ser llevados al registro oficial, y Quetelet ha señalado que en Bélgica mueren dos niños en enero por uno en julio. En Rusia es enorme la mortalidad de los niños. Aun en el período próximo a la madurez, el cuerpo poco desarrollado es incapaz de soportar la fatiga, como lo demuestra la rapidez con que sucumben los soldados jóvenes en las campañas penosas. La razón es obvia: hemos dicho ya que, a causa de la proporción de la superficie con la masa, el niño pierde relativamente más calorías que el adulto y ahora debemos hacer notar que es aún mayor la desventaja para los niños. Lechamann dice: <Si la cantidad de ácido carbónico segregado por los niños se calcula según el peso, de su cuerpo. resulta que producen proporcionalmente dos veces más ácido carbónico que los adultos.> Ahora bien; la cantidad de ácido carbónico segregada varía, con bastante exactitud, en la proporción que el calor producido. Vernos; por lo tanto, que en los niños el sistema, aun en condiciones no desfavorables debe suministrar en doble proporción los principios generadores del calor. Véase la locura que se comete al vestir a los niños ligeramente. ¿Cuál es el padre que, aun alcanzado todo su desarrollo, no teniendo otra necesidad fisiológica que la sustitución diaria de los tejidos y perdiendo menos calor que su hijo, creería saludable ir con las piernas, los brazos y el cuello desnudos? Sin embargo, impone este sacrificio, ante el cual él retrocerá por su propia cuenta, a su hijo, que se halla en condiciones más desfavorables para soportarlo . o si no se lo impone, tolera que otros se lo impongan sin protesta alguna.

 

No obraría de este suerte si tuviese presente que cada onza de sustancia nutritiva inútilmente .gastada en la conservación de la temperatura del cuerpo es una onza de la misma sustancia arrebatada a la nutrición mediante la cual es posible el desarrollo físico, y que, aun en el caso de no sobrevenir reumas , congestiones u otras enfermedades, se perjudica el crecimiento y la perfección del organismo.

<La regla es, pues, no vestirse en todas las circunstancias invariablemente lo mismo, sino abrigarse con prendas que sean suficientes por su calidad y espesor para proteger al cuerpo contra toda sensación eventual da frío, por ligera que sea. Esta regla, cuya importancia indica el doctor Combe subrayándola, es una de aquéllas que reconocen todos los hombres de ciencia, lo propio que los prácticos. No hemos encontrado ninguna persona competente acerca de este asunto que no haya condenado con energía la práctica exponer al frío los miembros de los niños. Si hay <hábitos perniciosos> que deban abandonarse, ninguno como éste.

 

Es verdaderamente deplorable el ver cómo las madres perjudican la salud de sus hijos por respeto a las exigencias de una moda irracional. No contentas con atacar y aplicar a sus propios trajes todas las locuras inventadas por nuestros vecinos los franceses, cometen la monstruosidad de disfrazar a sus hijos de arlequines, siguiendo las indicaciones del Pequeño correo de las Damas, sin fijarse en la incomodidad o insuficiencia de tales vestidos - De este modo se impone a los niños una molestia más o menos grande, se originan muchas- de las enfermedades que padece, se dificulta su desarrollo o se mina su constitución, y basta no es raro que se ocasione su muerte prematura: todo porque se cree indispensable cortar sus trajes con arreglo a los modelos y en las telas que inventa cl francés . Pero no sólo se perjudica a los niños por conformarse a la moda, sino que, por análogas razones a esas que impiden que vayan convenientemente abrigados, se les adorna con trajes que no les permiten entregarse al saludable ejercicio de su actividad. Se eligen para agradar a la vista colores y géneros impropios de todo punto para el rudo uso a que debieran destinarse, dada la necesidad de los juegos libres de la infancia, y para impedir que los niños estropeen sus trajes, se les prohíbe jugar. <Levántate al momento; vas a manchar tu chaquet; nueva> .dice la madre a su hijo que se arrastra por el suelo. <Ven aquí, que vas a ensuciar tus medias, grita el aya a un niño que se aparta del camino para trepar por un terraplén Con esto se duplica el daño.. A fin de satisfacer el gusto de la madre acerca de lo que cree elegante y bonito, es. preciso que los niños usen vestidos que no les abríguenlo suficiente, y para que estos vestidos no se echen a perder, es forzoso reprimir la actividad inquieta, tan natural y tan necesaria en la juventud. Es decir, que se prohíbe a los niños el ejercicio cuando por la insuficiencia del abrigo les es doblemente útil. ¿No comprenden los que ponen en vigor este sistema la funesta crueldad del mismo? No vacilamos en decir que cl quebrantamiento de la salud, la disminución de las fuerzas y los contratiempos que esto origina en la vida son causa de que millares de criaturas se vean condenadas anualmente a la desgracia, sólo por el respeto a las apariencias; esto cuando una muerte prematura no las sacrifica al Moloch de la vanidad maternal. No somos partidarios de los consejos de rigor, pero es el mal tan grande, que justifica, que reclama la perentoria intervención de los padres de familia.

 

Nuestra conclusión es, pues, que si el traje de los niños no ha de ser tan pesado que produzca un calor sofocante, debe Ser siempre de bastante abrigo pata prevenir toda Sensación de frío; que en vez de ser de algodón, de percal o de un tejido de fantasía , sea de géneros bastos pero conductores del calórico como la lana; que tenga la consistencia necesaria para resistir el escaso cuidado y los juegos de los niños, y que su color sea tal que no pueda fácilmente mancharse o ensuciarse.

 

Son ya muy pocos los que no se preocupan de la importancia del ejercicio corporal, por lo que tal vez es menos necesario hablar de esa parte de la educación física que de las anteriores. Las escuelas públicas y particulares tienen todas gimnasio y sala de recreo bastante bien acondicionados, y de ordinario se destina algún rato a pasear, reconociendo la conveniencia de hacerlo así. En esto, ya que no en otras cosas, se admite que debe seguirse el instinto natural de los jóvenes, y en la costumbre nueva de intercalar entre las largas lecciones de la mañana y de la tarde algunos minutos de recreó al aire libre vemos robustecerse la tendencia a poner de acuerdo los reglamentos escolares con las sensaciones físicas de los alumnos. Tenemos, pues poca cosa que decir aquí, sea como exposición de motivos. sea como consejos prácticos.

Pero al reconocer que se admitía la necesidad del ejercicio, nos hemos visto obligados a decir ten lo que respecta a los niños, porque desgraciadamente no es lo mismo con relación a las niñas. Tenemos casualmente ocasión personal de hacer todos los días comparaciones bajo este punto de vista. Hay al pie de nuestras ventanas dos colegios uno de niños y otro de niñas, y el contraste entre ambos es pasmoso. En el primero se ha convertido la mayor parte de un gran jardín un terreno descubierto y arenoso, que proporciona vasto campo para juegos de todas clases y en el que abundan pones y barras para los ejercicios gimnásticos .Todos los días, antes del desayuno, a las once, al mediodía, por la tarde después de las clases, ensordece la vecindad un coro de gritos y de risas que la advierte que los alumnos salen de clase y van a correr y saltar. En tanto que permanecen en el jadio los ojos y los oídos dan testimonio de que los niños se entregan a esa agradable actividad que acelera el pulso y asegura el saludable ejercicio de todos los órganos. ¡Cuán diferente es el cuadro que presenta el segundo colegio ! Antes de que se nos dijera, no sabíamos que estábamos tan cerca de <un establecimiento de educación de señoritas>. El jardín tan extenso como el otro, no ofrece nada de particular para servir a los entretenimientos propios de la juventud:  está todo formado por prados artificiales, por calles de árboles enarenadas, por bosquecillos y por flores, como los jardines ordinarios Durante cinco meses no hemos oído ni un grito ni una risa. Algunas veces se distingue a las jóvenes, que avanzan lentamente por las alamedas, con los libros e estudio en la mano, ora se pasean dándose el brazo. Una sola vez hemos visto una que corría tras de otra alrededor del jardín. Con esta única excepción quizás; no hemos notado que se entregasen jamás a ningún ejercicio violento.

 

¿Por qué esta pasmosa diferencia? ¿Es que la constitución de las niñas difiere tan esencialmente de la de los niños, que no necesitan de esos ejercicios activos? ¿Es que las niñas no participan de los gustos que impulsan a los chicos a sus juegos bulliciosos? O bien, ¿debe pensarse que mientras la Naturaleza ha dado esos gustos a los jóvenes como estímulos a una actividad sin la cual no pueden desarrollarse suficientemente, sólo ha dorado de ellos a sus hermanas para que sirvan de vejamen a las directoras de colegio? No lo probable es que no engañamos acerca del pensamiento que solemos atribuir a las personas encargadas de la educación del bello seto.

Aunque vagamente sospechamos que dichas personas están bajo el imperio de la idea de que no es conveniente determinar en las jóvenes un robusto desenvolvimiento físico; que la salud fuerte y el gran vigor son cualidades plebeyas, que cierta delicadeza, una fuerza calculada por paseos de una milla o dos, un apetito escaso satisfecho fácilmente, unido todo esto a esa timidez que es compañera de la debilidad, se reputan cualidades más propias de las señoritas. No esperemos que se confiese, pero presumimos que en el espíritu de las directoras de colegio se acaricia un ideal de señoritas muy parecido al expuesto. Si es así, no puede negarse la perfección del sistema establecido. Pero suponer que ese ideal sea también el de los hombres, es un profundo error. Sin duda, es cierto que no se sienten atraídos por las mujeres de formas varoniles; admitirnos sin obstáculo que cierta debilidad relativa. que parece reclamar protección, constituye para ellos un atractivo. Pero la diferencia que corresponde a los sentimientos del hombre es la diferencia preestablecida1 y sin que se recurra a medios artificiales se afirmará por sí misma lo bastante; y cuando con artificiales procedimientos se logre que el grado de diferencia traspase el límite por la Naturaleza trazado se creará un principio de repulsión más bien que un elemento de atracción.

<Entonces ¿se deberá permitir a las niñas que corran Como locas y crezcan entre brincos y porrazos?>. exclamará algún censor de costumbres. Tal es, nos lo imaginamos. EI temor siempre presente al espíritu de las directoras de colegio. Resulta de informes exactos que, <en tos establecimientos de educación para señoritas >, se consideran como transgresiones punibles los juegos ruidosos a que diariamente se entregan los niños, e inferimos que les son prohibidos por temor a que adquieran hábitos impropios de señoritas bien educadas. Este miedo, sin embargo, carece de fundamento, porque silos juegos activos permitidos a los niños no les impiden tener más tarde maneras de caballero, ¿por qué esos mismos juegos impedirían a las niñas adquirir a su tiempo maneras de señora? Por rudos que hayan podido ser sus recreos en ja sala de juegos del colegio, ninguna joven se entretendrá en dar volteretas en la calle ni en saltar a pie juntillas en un salón. Al dejar sus chaquetas dejan a la vez los juegos de niña, poniendo un cuidado extremo a veces un cuidado risible- en evitar toda, apariencia masculina; Si al cumplir cierta edad el sentimiento de la dignidad de hombre pone fin a los juegos de los niños, ¿no pondrá fin a su tiempo el sentimiento de la modestia femenina a los juegos de las niñas? ¿No respetan aún más las apariencias las mujeres que los hombres? ¡Cuán absurdo ? es suponer que los instintos de la mujer no se afirmarían por sí mismos, sin necesidad de recurrir a la rigurosa disciplina de las directoras de colegio!

 

En este caso, como en todos, para remediar los males producidos por un tratamiento artificial, se acude a otro tratamiento artificial. Como se habla prohibido el ejercicio espontáneo y se veían claramente los efectos de la falta de ejercicio, se ha adoptado un sistema de ejercicio ficticio, cual es la gimnasia . Ciertamente, que más vale esto que nada; pero negarnos formalmente que sea un equivalente del juego, los inconvenientes de este sistema son, a la vez, positivos y negativos. En primer término, esos movimientos acompasados, necesariamente más monótonos que los de- terminados por el ejercicio espontáneo, no aseguran , una igual distribución de actividad entre todas las partes del cuerpo, de lo cual resulta que, obrando tan sólo en una porción del sistema muscular, sobreviene más pronto la fatiga hecho que, entre paréntesis, origina, sise persiste en tales ejercicios ¿ el desarrollo desproporcionado de las diferentes partes del cuerpo. Además, no sólo se distribuyen desigualmente los efectos del ejercicio, sino que, no yendo acompañado éste de placer es menos saludable, pues aun cuando no enojen al alumno por el carácter de lecciones que revisten, esos movimientos monótonos se tornan molestos careciendo del atractivo de los juegos variados. Pero no hemos expuesto todavía la objeción más poderosa. La gimnasia es inferior a los juegos como cantidad de ejercicio muscular, y les es también inferior, y esto es lo más importante, desde el punto de vista de la edad. Esa falta relativa de placer, causa de que se abandonen al poco rato los ejercicios artificiales, influye para, que estos no produzcan sino efectos muy medianos en el organismo. La idea vulgar de que con tal que se obtenga la misma suma de ejercicio corporal importa poco que este sea agradable o no, encierra grave error. la excitación cerebral acompañada de placer ejerce en cl cuerpo una influencia en extremo beneficiosa. ¡Véase el efecto producido en un enfermo por una buena noticia o por la vista de un antiguo amigo ! ¡ Obsérvese cómo los médicos recomiendan a las. personas débiles las sociedades recreativas! ¡ Recuérdese cuánto bien reporta a la salud el cambio de lugares! Lo cierto es que la felicidad es el más poderoso de los tónicos. Acelerando el movimiento del pulso. facilita el cumplimiento de todas las funciones, tendiendo a aumentar la salud cuando posee y a restablecerla cuando se ha perdido. De aquí la superioridad intrínseca del juego sobre la gimnasia. El extremo interés que los niños toman en el primero. la alegra desordenada con que se abandonan a Sus locas ocurrencias, son en si mismos tan importantes al desarrollo físico como el ejercicio que les acompaña. Y por carecer de estos estímulos morales, la gimnasia es esencialmente defectuosa.

 

De consiguiente, reconociendo, como reconocemos, que la gimnasia es preferible a la hita de todo movimiento, que es imposible servirse de ella con ventaja como medio supletorio, sostenemos que no es dable sustituirla nunca a los ejercicios por la Naturaleza indicados, para las niñas, como para los niños; los juegos a que unas y otros les impulsan sus naturales instintos son esenciales a su bienestar corporal. Quien se los prohíba , les prohíbe usar medios divinamente instituidos para su desarrollo.

Nos queda por encaminar un punto, que tal vez erige más reflexión que los precedentes. Muchas personas pretenden que, en las clases elevadas, los niños y los jóvenes que se aproximan a la madurez no son tan altos ni tan robustos como sus padres. Al oír esta afirmación por vez primera, estuvimos a incluirla en el número de las que se hacen todos los días por el afán de alardear el pasado a expensas del presente. Viendo que, a juzgar por las armaduras antiguas, la estatura media es hoy mayor que antes y que las estadísticas de la mortalidad indican una longevidad algo más grande, habíamos prestado atención escasa a una creencia que estimábamos infundada. Sin embargo, examinanda las cosas de más cerca hemos cambiado de parecer. Prescindiendo de los campesinos, hemos observado que, en la mayor parte de los casos, a los hijos no alcanzan ni la estatura de sus padres ni su amplitud de formas, aun habida consideración de la diferencia de edad. Los médicos dicen que hoy no se podrían soportar las sangrías como otras veces , la calvicie prematura es ahora más frecuente que antes, y la pérdida de la dentadura lo mismo. Bajo la relación del vigor general el contraste non menos sorprendente. Los hombre, del pasado siglo a pesar de su vida desordenada, podrán resistir fatigas que nosotros no soportaríamos, no obstante fa regularidad de nuestro régimen. Aunque bebieran extraordinariamente y comiesen a cualquier hora, aunque vivieran en casas poco ventiladas y descuidasen la higiene del aro personal, nuestros padres resistían los efectos de una ocupación prolongada y esto en su ancianidad , como lo demuestran los anales del foro y de la magistratura. En cambio. Nosotros, que cuidamos nuestra salud, que prodigamos nuestra atención , a la ventilación de las casas, que hacemos uso de frecuentes abluciones que multiplicarnos las excursiones anuales y disfrutamos de los beneficios de una ciencia médica más adelantada, nosotros sucumbimos de continuo al peso de nuestras ocupaciones. Más preocupados que nuestros padres de las leyes higiénicas, parecemos más débi- les que ellos.

 

Y sí juzgamos de los hombres de la generación futura por el aspecto exterior y las frecuentes indisposiciones , probable es que sean menos robustos que nosotros.

¿Qué significación tienen estos hechos? ¿Es que la nutrición demasiado abundante que antes se tomaba era menos perjudicial a la salud que. los alimentos de hoy. insuficientes, por regla general? ¿Deberá imputarse dicho fenómeno al uso de vestidos ligeros? ¿Serán origen de este mal los obs- táculos opuestos a los bulliciosos juegos de la infancia? En nuestra opinión, todas y cada una, estas causas han contribuido a que se produzca el efecto indicado; pero todavía y otra influencia perniciosa más poderosa que ninguna otra: nos referimos al exceso de aplicación mental.

Las necesidades de la vida moderna ejercen una presión cada vez mayor en las personas de todas las edades. En las profesiones, en los negocios, en los oficios, sufrimos las consecuencias de una competencia que aumenta por momentos, ya fin de que los jóvenes sean aptos para sobrellevar esta competencia, se les somete a una disciplina intelectual más ruda que en otros tiempos. El mal es doble. Los padres que tienen que luchar rudamente para no ser vencidos en el palenque industrial, comercial, etc., y que a la vez que sufren esta desventaja han de subvenir a los gastos considerablemente acrecidos de sus casas, se ven precisados a trabajar todo el año desde el amanecer hasta las altas horas de la noche, a privarse del ejercicio indispensable y a abreviar sus descansos De esta manera transmiten a sus hijos una constitución debilitada por semejante exceso de aplicación, y después estos hijos relativamente débiles, predispuestos a sucumbir bajo la presión de un trabajo extraordinario; tienen que, seguir cursos de estudios más extensos que los seguidos en las generaciones precedentes por jóvenes no debilitados de antemano.

 

No se hacen esperar las desastrosas consecuencias de tal estado de cosas. Dondequiera que se pregunte, se oirá hablar de niños y de jóvenes de ambos sexos cuya constitución ha empobrecido el exceso en el estudió, Aquí se ve que los médicos han prescrito a Fulano un año de permanencia en el campo, para reparar las pérdidas de su salud; quebrantada por dicha causa; allí sobreviene a Zutano una congestión crónica del cerebro por idéntico motivo, congestión que cuenta meses de existencia y amenaza prolongarse indefinidamente.; acá se nos habla de una fiebre, resultado de la sobre excitación debida a la disciplina escolar; allá es un joven que ya tuvo que interrumpir sus estudios y que, desde que los reanudó, sufre frecuentes desvanecimientos. citamos estos hechos sin buscarlos, que se la han ofrecido a nuestros ojos en nuestros conocimientos, ¡y no está agotada la lista.

Recientemente hemos tenido ocasión de observar que el mal Llega a convertirse en hereditario. Trátase de una señora cuyos padres crean muy robustos, pero cuya salud se había quebrantado de tal manera en un colegio de Escocia, donde la alimentación era escasa y el vestido insuficiente, que experimentaba con frecuencia vértigos. Pues bien; sus hijos han heredado esta disposición debida a debilidad cerebral, hasta el punto de que no pueden soportar sin dolores de cabeza y desvanecimientos un moderado trabajo. En el momento en que escribimos se halla a nuestro lado una joven cuya salud se ha quebrantado, tal vez para siempre, por la fatiga excesiva que le produjeran los estudios escolares. No habiendo tenido nunca tiempo ni fuerzas para hacer ejerci- cio, está hoy, que ha terminado su educación, continuamente enferma, Un apetito escaso y caprichoso, repugnancia hacia la carne, las extremidades frías, hasta en estío, un decaimiento que se opone a la marcha palpitaciones al subir las escaleras, vista debilitada, tejidos sin vigor, tales son, entre otros muchos, los efectos producidos. Podemos añadir que una de sus amigas y compañeras de colegio se halla en el mismo estado, siendo tal su debilidad, que le molestan las reuniones más tranquilas, habiendo exigido el medido que abandone el estudio por completo.

Si estas visibles alteraciones de la salud son tan frecuentes. ¿cuánto más no lo serán aquellas que son inapreciables a simple vista? Para un caso en que puedan reconocerse en una enfermedad positiva los efectos del exceso de aplicación, hay probablemente media docena en que el mal no se manifiesta con tanta evidencia y en que se acumula con lentitud; casos en que el desarrollo de las funciones se atribuye a una causa u otra, por lo común a delicadeza de la constitución; casos en que hay retraso y suspensión en el desarrollo físico; casos en que vienen preparándose de largo tiempo atrás esas afecciones cerebrales causadas tan frecuentemente por el trabajo en la vida adulta. Basta reflexionar acerca de las enfermedades ordinarias producidas por el exceso de trabajo en los hombres de estudio o de gabinete, para comprender la mayor gravedad que las mismas deben revestir obrando en la constitución no desarrollada de los niños, y con qué frecuencia no será minada la salud de Estos por dicha causa, no pudiendo soportar los jóvenes ni tanta fatiga, ni tanto ejercicio físico ni tanto ejercicio mental como los adultos, júzguese , pues de los males que les acarreará el excesivo trabajo intelectual, cuando tan grandes y tan manifiestos son los que ocasiona a hombres completamente formados.

Cuando pensamos en la implacable disciplina de la escuela, nos maravilla, no que produzca males extremos, sino que pueda ser resistida. Considérese el ejemplo citado por sir John Forbes, fruto de su personal experiencia. Trátese de una escuela de niñas, y el autor afirma que esta disciplina es, por término medio, la practicada en todos los colegios destinados a la educación de la clase media en Inglaterra. prescindiendo de las subdivisiones, he aquí las divisiones principales del día:

En el lecho (las niñas más pequeñas. 10) 9

En clase, para estudiar las lecciones 9

En clase, en trabajos de aguja o en el estudio de las artes de adorno 3.5

Las menores, 2 ½.)

Tiempo consagrado a las corridas 1.5

Ejercicio al aire libre, bajo la forma de paseos, frecuentemente con el libro en la mano y tan sólo cuando es bueno cl tiempo 1

Total 24

 

¿Cuáles son los resultados de este régimen estupendo . Como le llama sir John Forbes?

Necesariamente la palidez, la falta de animación.; la constitución enfermiza. Pero lo mis grave es la observación hecha por el mismo escritor relativa que el desprecio completo del cuerpo no sólo perturba las funciones por falta del necesario ejercicio corporal y la excitación continua del cerebro, sino que es causa de deformidad . <Visitamos últimamente -dice- en una de nuestras grandes poblaciones cieno colegio, donde había como unas cuarenta señoritas, y averiguamos, mediante observaciones atentas, que ninguna de las que llevaban en el más de dos años , caso en el cual estaban la mayor parte. dejaba de ser más o menos joroba».

Es posible que desde 1883, en que fueron escritas estas líneas; se haya introducido alguna mejora; esperamos que sea ni. Pero podemos atestiguar personalmente que dicho régimen está aún muy extendido, y tal vez se extrema más que antes en muchas partes. Visitábarnos hace poco tiempo una escuela normal, una de esas escuelas que tienen por objeto formar buenos maestros. He aquí la disciplina establecida en día. bajo la inspección del gobierno, en quien eran de presumir más luces que en una directora de colegio: A las seis se levantan los discípulos; de siete a ocho estudian; de ocho a nueve leen la Biblia, rezan y se desayunan; de nueve a doce estudian; de doce a una y cuarto descasan y pasean (así al menos se dice, pues los alumnos pueden dedicar este rato a estudios voluntarios); de una y cuatro a dos comen (la comida dura de ordinario veinte minutos): de dos a cinco estudian; de cinco a seis toman té y cenan; de seis a ocho y media estudian; de ocho y media a nueve y media se consagran a diferentes cuidados relativos al cumplimiento de sus deberes en la mañana siguiente; a las diez se acuestan.

 

Por lo tanto, de las veinticuatro horas del día, ocho quedan consagradas al sueño; cuatro y un cuarto Se destinan ala oración, comida, limpieza y los breves momentos de reposo que acompañan a estos actos; diez y media se emplean en el estudio, y se reserva una y un cuarto para un ejercicio facultativo y frecuentemente abandonado. No sólo se aumentan en una hora las diez y media de estudios reglamentarios, porque los alumnos prefieren aún trabajar a pasearse, sino que algunos de ellos se levantan a las cuatro de la mañana para disponerse a aprovechar mejor el día, y ¡ basta son estimulados por sus maestros ! Son tan extensos los cursos que es preciso seguir durante algunos años, tan exigentes los profesores, cuyo amor propio está empeñado en que los alumnos obtengan buenas notas en los exámenes, que no es raro que éstos se vean obligados a estudiar doce y trece horas diarias.

 

No hay que ser profeta para comprender que los perjuicios que así se irrogan a la salud deben ser considerables habiéndonos confesado uno de los alumnos que los que llegan a la escuela con el color fresco y sonrosado no tardan en palidecer, que las enfermedades son frecuentes y la falta de apetito y las indigestiones muy comunes. La diarrea es el síntoma ordinario, y casi siempre la tercera parte de los alumnos la padecen. Se quejan generalmente de dolores de cabeza, y algunos los experimentan de continuo durante meses enteros. No falta quien no puede resistir los efectos desastrosos de tal régimen y se ve obligado a abandonar la institución.

Es un hecho inexplicable que sea tal el sistema planteado en una institución modelo, en una institución fundada e inspeccionada por los hombres mas ilustrados de nuestro siglo. Es prueba, si no de crueldad, de triste ignorancia al menos, el que la severidad de los exámenes1 unida al pe- queño número de años o de meses que se dan para prepararse para ellos, haga preciso recurrir a un sistema que destruye la salud.

Verdad es que este caso es excepcional y sólo se encuentra en las instituciones del género indicado; pero basta que exista para comprender el esfuerzo intelectual que de la nueva generación se exige. Como expresa el sentimiento dominante de las clases cultas en materia de educación, la disciplina de estas escuelas normales indicaría, a falta de otra prueba, la tendencia general a adquirir en pocos años el gran caudal de conocimientos.

 

Es raro que se comprenda apenas el peligro de la cultura excesiva e» la juventud, cuando se comprende, por regia general1 el peligro de una excesiva cultura en la infancia. La mayoría de los padres conocen algunos de los inconvenientes de la precocidad en los niños de pocos años. Por todas panes oímos censurar a los que estimulan demasiado pronto la inteligencia de sus hijos, y cuando más impuesto se está del daño que con ello se les puede causar, tanto más se teme esa excitación precoz. Citaremos en prueba de ello la opinión de uno de nuestros más eminentes profesores de fisiología , quien decía que su hijo no daría ninguna lección antes de los ocho años. Pero mientras todo el mundo sabe que el desenvolvimiento prematuro del espíritu produce, sea la debilidad física, sea cierta especie de idiotismo, sea una muerte temprana, nadie parece creer que sea esto tan exacto respecto a la juventud como para la infancia. Sin embargo, lo es. Hay cierto orden y cierta medida naturales para el desarrollo de nuestras facultades. Si en los estudios se res- peta ese orden y esa medida, los resultados son excelentes; si no, las facultades superiores sufren las consecuencias de un esfuerzo extraordinario y continuo, por ofrecérseles incesantemente conocimientos más complejos y más abstractos que aquellos que pueden asimilarse; y si por un exceso de cultura la inteligencia alcanza un desarrollo superior al correspondiente a ¡a edad, la ventaja anormal así obtenida va acompañada sin excepción de cierta desventaja equivalente, y aun más que equivalente.

 

Porque la naturaleza lleva rigurosamente la cuenta, y sise le exige que gaste de un lado, restablece la balanza con deducciones en otro capítulo. Si se la deja seguir su camino, con el solo cuidado de proporcionarle primeras materias para el crecimiento intelectual y físico en la medida que cada edad reclama, producirá con el tiempo un individuo cuyo desarrollo será más o menos armónico; por el contrario, si se persiste en obtener un crecimiento anómalo en un punto, la naturaleza cederá después de alguna protesta, pero en tanto que ejecuta la tarea que se le ha impuesta, descuidará alguna otra importante. No debe olvidarse jamás que las fuerzas vitales son limitadas en cada época de la vida y que sólo es razonable esperar de ellas cierta suma de resultados. En el niño y en el joven es apremiante y diverso el empleo de estas fuerzas . Como anteriormente dijimos, es preciso subvenir al reemplazo cotidiano de los tejidos que el ejercicio físico destruye; al de los tejidos cerebrales que se gastan con los estudios del día; al crecimiento del cuerpo y al desarrollo del cerebro, y por último, a las pérdidas de fuerzas que resultan de la digestión de la gran cantidad de alimentos necesaria a todo este trabajo. Ahora bien; preciso es desviar la fuerza de alguna de sus direcciones para impulsarla en otra. Esto es lo que el razonamiento muestra a priori ; y la experiencia a poteriori. Sabe todo el mundo que el exceso de trabajo corporal disminuye el poder del espíritu;. que la postración transitoria producida por precipitados esfuerzos o por una jornada de diez leguas empereza la inteligencia; que después de un mes de viaje a pie, sin intervalos de reposo, es tan grande la inercia mental, que se necesitan muchos años para reponerse de ella, y que, en los campesinos que consumen su vida en el trabajo muscular, la actividad intelectual es sumamente escasa. Es también verdad familiar que, durante los accesos de súbito crecimiento que se presentan algunas veces en la infancia, hay signos en eI niño de una doble postración física y moral. El hecho de que un violento ejercicio muscular después de la comida interrumpe la digestión, y el de que los. niños puestos al trabajo en edad temprana son raquíticos, manifiestan de igual modo que el exceso de actividad en. un lado implica la disminución de actividad en otros Ahora bien; la ley, clara en los casos extremos, lo es en todos los casos y siempre. Esas perniciosas dislocaciones de la fuerza vital se operan tan ciertamente cuando se verifican de un modo insensible y continuo como cuando son violentas y repentinas. Por lo tanto, si en la juventud la cantidad de fuerza que se aplica al trabajo mental traspasa los límites impuestos por

 

La Naturaleza, la cantidad de fuerzas que se reservan para otras necesidades es inferior a éstas y se producen inevitablemente males de una especie u otra. Examinemos con brevedad cuáles son los principales.

Sí la actividad cerebral no es excesiva sino en pequeño grado, la reacción en el desarrollo del cuerpo será moderada, influyendo poco en la estatura o en la cualidad de los tejidos; si bien sus efectos, aunque escasos, serán inevitables. porque la cantidad de sangre que afluye al cerebro durante cl trabajo mental y en el período subsiguiente de reparación del tejido cerebral, esa sangre, que en otro caso habría circulado en los miembros y en las vísceras, queda en el indicado perdida para el crecimiento, perdida para la conservación y renovación de los tejidos del cuerpo. Dada la certeza de esta retención física, la cuestión se reduce a saber si la ventaja que reporta la cultura forzada del espíritu supera la desventaja que lleva consigo; más claro, si la falta de talla o la carencia de perfección de formas que constituye la fuerza y la solidez del cuerpo está compensada por el exceso de conocimientos adquiridos.

 

Cuando el exceso de trabajo intelectual es mayor, los inconvenientes que origina son más graves, recayendo. no sólo en el complejo desarrollo del cuerpo, sino en la misma estructura del cerebro. Es ley fisiológica observada primeramente por Isidoro Saint Hilaire, y cerca de la cual Lewes ha llamado la atención en su tratado respecto a los enanos y gigantes, el hecho de existir oposición entre el crecimiento y el desenvolvimiento. Por crecimiento debe entenderse aquí desarrollo en volumen; por desenvolvimiento, desarrollo en estructura , exigiendo la ley citada que toda gran actividad desplegada a favor del uno vaya acompañada de una inercia equivalente en perjuicio del otro. La oruga y la crisálida nos ofrecen, un ejemplo familiar de este hecho. En la primera hay un rapidísimo desarrollo de volumen, pero la estructura es la misma cuando este comienza que al concluir; en la segunda el volumen no aumenta; por el contrario, disminuye de peso durante esta fase de su existencia, pero el desenvolvimiento orgánico se opera con extraordinaria actividad. El antagonismo, claro aquí, no lo es tanto en los seres superiores, porque ambos progresos se efectúan en ellos simultáneamente. Pero lo vemos, no obstante, en nuestra especie, por el contraste entre los dos sexos. La mujer se desenvuelve rápidamente bajo la doble relación física y moral, pero acaba más pronto su evolución orgánica; el hombre se desarrollaron más lentitud física y moralmente, pero su evolución se prolonga por más tiempo y recorre más fases. A la edad en que la primera goza de sus facultades completas, el segundo, cuyas fuerzas vitales han sido dirigidas al crecimiento de la estatura, es comparativamente imperfecto bajo la relación de la escritura. Ahora bien; esta ley se aplica a cada parte del organismo lo propio que al todo. El desenvolvimiento de un órgano bajo la relación de la estructura, cuando se verifica con rapidez anómala, implica una suspensión de su desenvolvimiento bajo la relación del volumen, lo que tiene lugar tanto en los órganos cerebrales como en los demás. El cerebro, que es relativamente voluminoso durante la infancia, pero imperfecto como organización, se organizará, si se le obliga a un trabajo excesivo, con mucha actividad; pero el resultado será que no alcance ni la perfección ni las dimensiones a que hubiese llegado siguiendo el orden natural de su desarrollo. Esta es una de las causas, tal vez la causa principal, de que los niños precoces y los jóvenes que durante cierto tiempo no reconocen rivales se estacionen repentinamente, defraudando las grandes esperanzas fundadas en ellos por sus padres.

 

Pero estos resultados desastrosos del exceso de cultura tal vez son inferiores a los efectos producidos en la salud en general.

Recientes descubrimientos realizados en fisiología han demostrado cuán inmensa es la influencia del cerebro en todos los órganos del cuerpo. La digestión, la circulación, y por lo tanto todas las funciones orgánicas, son profundamente modificadas por la excitación cerebral; Quien, como nosotros, haya visto repetir la experiencia hecha primeramente por Weber para mostrar los efectos que se determinan excitando el nervio vagus, que une el cerebro a las vísceras; quien haya visto súbitamente interrumpida la acción del corazón por la excitación de este nervio y reaparecer cuando dicha excitación cesa, y volverse a detener cuando la excitación se reproduce, tendrá idea de la influencia deprimente que el cerebro fatigado ejerce en el cuerpo. Los efectos fisiológicamente así explicados son confirmados por la experiencia de todos los días. No hay nadie que no haya observado las palpitaciones que subsiguen a la esperanza. al miedo, a la cólera, a la alergia; nadie que no haya sentido la fatiga que acompaña a la acción del corazón cuando estas emociones son violentas. Y aunque muchas personas no hayan experimentado esta excitación hasta el punto en que produce sincopes y desvanecimientos, sin embargo, sabido es de todos que éstos son una de sus consecuencias. Igualmente nos es familiar el hecho de que las perturbaciones digestivas resultan de la excitación cerebral, cuando traspasa cienos límites. El dolor extremo o la extrema alegría llevan consigo Ja pérdida del apetito; así, cuando alguno de estos dos estados del espíritu sobreviene después de la comida, sucede a menudo que el estómago arroja los alimentos que había recibido, o ¡os digiere con gran dificultad. Y como lo atestiguará todo el que haya hecho trabajar mucho a su cerebro, algunas veces basta la actividad intelectual, cuando es excesiva1 para que se produzcan los mismos efectos.

 

Ahora bien, la relación entre el cerebro y el cuerpo, tan evidente en estos casos extremos, no es menos verdadera en los demás. A la manera que las excitaciones cerebrales violentas y pasajeras ocasionan perturbaciones viscerales también pasajeras y violentas, asilas excitaciones débiles, pero continuas, producen perturbaciones viscerales menos graves, pero crónicas. No es esta una simple deducción, es verdad que confirmará cualquier médico, y de la que nosotros mismos podemos testificar por efecto de triste y larga experiencia. Son frecuentemente necesarios muchos anos de reposo para que desaparezcan las enfermedades originadas, bajo formas y grados diversos, por el abuso prolongado del trabajo cerebral. A veces, el órgano más afectado es el cora- zón, y se presentan como síntomas las palpitaciones habituales , el pulso débil, la disminución del número de latidos de setenta y dos a cincuenta , y aun menos. Otras, el órgano que sufre más es el estómago, y sobrevienen dispepsias, que convienen la vida en un tormento y que sólo a la larga desaparecen. En muchos casos, se resienten a la vez el corazón y el estómago. Casi siempre el sueño es cono y entrecortado, y generalmente hay más o menos depresión mental .

 

Considérese, pues , cuán grande debe ser el daño causado a los niños y a los jóvenes por la exagerada excitación de las facultades intelectuales. A todo ejercicio cerebral que exceda de la medida impuesta por la Naturaleza seguirá inevitablemente una perturbación constitucional mayor o menor, y aunque no llegue a ocasionar enfermedades positivas, determinará un lento decaimiento. ¿cómo será posible que se termine felizmente el desarrollo físico, siendo escaso el apetito deficiente la digestión y la circulación débil? El cumplimiento ordenado y perfecto de las funciones orgánicas depende de la afluencia a cada órgano de sangre rica. Sin la indispensable cantidad de sangre abundante en principios nutritivos, ninguna glándula, ninguna membrana funcionará, como es debido,- faltando la sangre, ningún nervio, ningún músculo, ninguna víscera, desempeñará sus funciones, faltando la sangre o no siendo esta buena, no será ni regular ni suficiente el crecimiento. Considérese, pues, cuanto no serán de temer las consecuencias cuando. hallándose el estómago débil, latiendo el corazón con dificultad, sólo forman y envían una sangre pobre, poco abundante y que circula con lentitud, a miembros que tienen que desarrollarse y no, como han de reconocerlo todos los que estudian esta materia, el decaimiento único es resultado del exceso en el estudio véase cuán censurable es el sistema de trabajo intelectual exagerado.

 

Hasta desde el punto de vista de la ciencia que se trata de adquirir, el sistema es erróneo, porque el espíritu , como el cuerpo, es incapaz de asimilar una gran cantidad de alimentos y no tarda en desechar los que de cierta medida exceden los conocimientos ni adquiridos, lejos de llegar a ser piedras del edificio intelectual, no pasan de la memoria en donde mueren con los exámenes , en perspectiva de los cuales fueron aprendidos. Es también erróneo dicho sistema, porque inspira repugnancia hacia el estudio. Sea por efecto de la asociación de ideas, sea por el estado cerebral que tras de si deja engendra frecuentemente verdadera aversión hacia los libros y en vez del hábito de educación espontánea a que conduce la cultura racional, sobreviene más tarde cierta tendencia a retrogradar. Es erróneo asimismo, porque supone que la adquisición de conocimientos es el todo, y olvida que la organización de ellos es lo más importante , y para conseguirla se requieren dos cosas a saber: tiempo y trabajo espontáneo del pensamiento. Como observa Humboldt, hablando del progreso de la inteligencia en general, tía interpretación de la Naturaleza se oscurece cuando la descripción decae por la aglomeración de gran número de hechos aislados.: pues de igual suerte se entorpece el progreso de la inteligencia individual por la aglomeración de conocimientos mal digeridos. No estriba el valor en los conocimientos amasados en el cerebro, como en el cuerpo no consiste en la grasa, sino en los conocimientos convertidos en músculos del espíritu. El error del sistema que combatimos es más profundo todavía. Aunque fuese adecuado el desarrollo verdadero de la inteligencia, que no lo es, aún sería malo; porque, según hemos demostrado es perjudicial al vigor físico , necesario para la cultura intelectual constituya una ventaja en el combate de la vida. Aquellos que. en su preocupación exclusiva de desarrollar el espíritu descuidan los intereses del cuerpo; no tienen en cuenta que el éxito en el mundo depende más de la energía que de los conocimientos adquiridos, y que es ir en busca de la propia derrota el arruinar su constitución. La voluntad perseverante, la infatigable actividad, debidas al vigor de la parte física, compensan hasta importantes lagunas de la educa- ción, y cuando van reunidas a esa cultura suficiente, que es posible obtener sin perjuicio de la salud aseguran al que las posee fácil victoria sobre competidores debilitados por el estudio excesivo. Una máquina relativamente pequeña y mal construida, pero que marche a alta presión, ejecutará más trabajo que otra grande y mejor acabada que no marche sino a una presión baja; pero, ¿no es locura, después de terminada la máquina, estropear la caldera hasta el extremo de que no pueda producir vapor?

 

El sistema de que se trata es asimismo erróneo porque implica una falsa concepción de la felicidad en la vida. Suponiendo que favoreciese el éxito en la sociedad, en vez de facilitar derrotas y defecciones, aparejarla al hombre en una salud enfermiza, un azote del que no podría indemnizarle ninguna ventaja humana ¿De qué te sirven las riquezas si van acompañadas de continuos sufrimientos? ¿Qué valen las distinciones sociales si por ellas se ha vuelto hipocondríaco? ¿Será necesario repetir que la digestión fácil, el pulso enérgico, el carácter alegre, son bienes exteriores cuya falta nada puede compensar? las enfermedades crónicas nublan los más bellos horizontes; pero la vivacidad del espíritu, el buen humor que da la salud, doran basta la desgracia. En suma, sostenemos que esa cultura forzada es viciosa bajo todos conceptos: viciosa, porque sólo contribu- ye para que el hombre adquiera conocimientos que no tarda en perder; viciosa, porque descuida la organización de los conocimientos, que vale más que los conocimientos mismos; viciosa, por que destruye o mengua el vigor, sin cl cual es inútil toda educación intelectual; viciosa, porque altera la salud, lo que nada compensa, y en este estado son doblemente amargas las desgracias.

 

Los efectos de este sistema de cultura forzada son aún peores en la mujer que en el hombre. Como están privadas casi por completo de esos vigorosos y agradables ejercicios corporales que en los muchachos mitigan los inconvenientes del estudio excesivo, experimentan sus efectos en toda su intensidad. De aquí proviene que tan pocas de entre ellas sean robustas y bien formadas. En esas jóvenes pálidas de angulosas formas, de pecho deprimido que pueblan los salones de Londres, vemos los efectos de la aplicación rigurosa, que no interrumpen ¡os juegos propios de la edad ; y tal decadencia física dificulta su éxito en el mundo en mayor medida que sus talentos lo favorecen. Las madres, preocupadas con el afán de hacer agradables a sus hijas, no podían haber escogido peor medio que el de sacrificar su cuerpo a su espíritu. O no se dan cuenta de los gustos de los hombres, o se equivocan acerca de ellos por extraña manera, los hombres se preocupan poco de hallar erudición en las mujeres; a lo que atienden es a la belleza, al buen carácter y al recto sentido. ¿ Cuáles son las conquistas que ha hecho ninguna mujer por sus vastos conocimientos en la historia? ¿Qué hombre ha caído rendido a los pies de ninguna señorita por saber ésta el italiano? ¿En dónde está el Edwin que haya jurado amor a alguna Angelita porque ella poseyese él alemán? En cambio son grandes y verdaderos alicientes, que atraen miradas de admiración, unas mejillas rosadas, unos ojos brillantes, un rostro ovalado. La alegría y el buen humor que engendra la exuberancia de salud ha estrechado muchos lazos y formado no pocos matrimonios. Todo el mundo sabe de casos en los cuales la perfección de las formas ha inspirado por si sola pasiones irresistibles; pero pocas personas habrán visto que haya excitado tales sentimientos la instrucción de una joven que carezca de méritos físicos y morales. La verdad es que de todos los elementos. que se combinan en el pecho de un hombre para producir la compleja emoción que se llama amor, los más poderosos son los que nacen de las ventajas exteriores, viniendo en segundo lugar los engendrados por las cualidades morales, los cuales todavía dependen menos de la instrucción adquirida que de las facultades naturales, tales como la vivacidad del espíritu, la agudeza, la penetración.

 

Si alguien conceptúa que esta afirmación es inexacta y que se infiere una injuria al carácter del hombre suponiéndole dominado por motivos semejantes, replicaremos que apenas sabe lo que se dice al dudar así de la sabiduría del orden divino. Aunque el sentido de este orden no fuera 'visible, deberíamos estar seguros de que existía para algún objeto importante. Pero este sentido es claro para las personas reflexivas. Cuando se recuerda que uno de los fines de la Naturaleza o más bien, el fin supremo, es la mayor ventaja de la posteridad; cuando se observa que, en la que a esta atañe, será inteligencia cultivada, acompañada de una débil constitución física, carece de valor, ya que los descendientes de la persona que posea aquélla perecerán por falta de salud en la primera o segunda generación y que, por el contrario, un cuerpo hermoso y robusto; aunque no vaya acompañado de ningún talento, merece ser conservado, porque la inteligencia podrá desarrollarse indefinidamente en las generaciones sucesivas, vemos cuan importante en ese equilibrio de los instintos que anteriormente hemos apuntado . Pero prescindiendo de la ventaja unida a este equilibrio, ¿no es insensato persistir en un sistema que destruye la salud de las niñas por el afán de cargar su memoria? Edúqueselas de una manera tan distinguida como sea posible, ya que la educación más completa será la mejor, siempre que no sobrevengan alteraciones de la salud (y aquí observaremos que se poda alcanzar un nivel suficientemente elevado si se cultivara menos la memoria de papagayo, si se tuviera más en cuenta el desarrollo de las verdaderas facultades humanas y si la educación se continuara en este período de tiempo perdido que se extiende desde la salida de la escuela hasta el matrimonio); pero cultivar las facultades intelectuales en la forma y medida que se hace, ocasionando la decadencia física, es ir contra el fin mismo de todos los esfuerzos, de todos los sacrificios, de todos los cuidados de la educación. Sometiendo sus hijos a este sistema de alta presión, destruyen los es frecuentemente su porvenir. Además de imponerles las angustias, la tristeza, las incapacidades que acompañan a la mala salud. frecuentemente los condenan al celibato.

 

Resulta de lo dicho que la educación física de los niños es defectuosa bajo todos aspectos. lo es por la insuficiencia de la alimentación, por la influencia del vestido, por la influencia del ejercicio al menos en lo referente a las niñas y por el exceso de aplicación mental este régimen, considerado en su conjunto, es extraordinariamente exigente. Pide mucho y da poco. En la manera como dirige y aplica las fuerzas vitales, toma indiscretamente la vida del adulto como ideal de la vida del joven. Desconoce la verdad de que si en el feto se emplea toda la vitalidad en el crecimiento, si en los primeros altos de la vida se dirige al mismo objeto, de suerte tal que apenas queda parte de ella para la acción física y mental, el crecimiento continúa siendo en la infancia y la juventud el objeto dominante, al cual deben estar subordinados todos tos demás. En interés del crecimiento, es preciso dar muchas fuerzas al organismo y sustraerle pocas. Es necesario disminuir la actividad corporal e intelectual en proporción de la rapidez con que el individuo crece, y no aumentarla sino en lo futuro y a medida que va dejando de crecer. La razón de ser de nuestra educación de alta presión estriba en que Esta es producto natural de la clase de civilización porque atravesamos. En los tiempos primitivos. cuando atacarse y defenderse era la primera de las actividades sociales, constituía el vigor corporal el desiderátum de la educación: educación que en esta época era casi exclusivamente física. Cuidábanse entonces poco de la cultura del espíritu, y hasta más tarde, en los tiempos feudales, se la trataba con menosprecio Pero hoy que impera en el mundo un estado de paz relativa; hoy que la fuerza muscular apenas sirve más que para los trabajos manuales y que el éxito en la vida depende casi por completo de la inteligencia, nuestra educación es casi exclusivamente intelectual. En vez de atender al cuerpo y de olvidar el espíritu , atendemos a este y olvidamos a aquél.

Estos puntos de vista son erróneos ambos. No hemos comprendido aún la verdad de que puesto que la vida física sirve de sostén a ti moral, no debemos desarrollar esta a expensas de la primera las dos concepciones de la educación, la antigua y la moderna, deben combinarse. Quizás nada contribuirá tanto a apresurar el momento en que el cuerpo y el espíritu sean objeto de cuidados semejantes, como la difusión de esta creencia: <que la conservación de la salud es uno de nuestros deberes». Pocos parecen comprender que exista algo en el mundo que pueda recibir el nombre de moralidad física. En general, las acciones y palabras de los hombres implican la idea de que les es lícito tratar su cuerpo como mejor les parezca. Los males que se irrogan por su rebelión contra las leyes de la Naturaleza los consideran como accidentes, no como efectos de su conducta más o menos viciosa. Aunque las funestas consecuencias de su conducta sean en ellos y en sus descendientes tan deplorables como las del crimen, no se creen criminales, si no antes bien, los seres más inocentes del mundo. Es cierto que en los casos de embriaguez se reconoce lo que hay de vicioso en la trasgresión; pero nadie deduce de ello, al parecer, que sí en esta trasgresión de las leyes de la higiene hay verdadera falta. no la hay menor en todas las transgresiones de la misma naturaleza. La verdad es que todo el daño impuesto voluntariamente a la salud en un pecado físico. Cuando todo el mundo esté de ello convencido, entonces, y no antes, probablemente, la educaci6n física de la juventud alcanzará la atención que con justicia reclama.

 

BIBLIOGRAFIA

Ensayos Sobre Pedagogía - Herbert Spencer

Traductor. Mariano Fernández Enguita

 

UNIVERSIDAD ABIERTA

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