SOBRE LAS CAUSAS OCASIONALES DE LA NEUROSIS

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Sigmund Freud
1912
«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica) 

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EN el presente estudio nos proponemos exponer, basándonos en la observación empírica, las modificaciones que deciden la emergencia de una enfermedad neurótica en los sujetos a ella predispuestos. Trátase, por tanto, en realidad, de las causas ocasionales en la enfermedad más que de sus formas. La presente exposición conjunta de las causas patológicas ocasionales se diferencia de otras análogas en el hecho de referir todas las modificaciones enumeradas a la libido del individuo. EI psicoanálisis hubo de revelarnos ya en los destinos de la libido el factor decisivo de la salud y la enfermedad nerviosa. Tampoco tenemos por qué dedicar en este estudio lugar ninguno al concepto de la disposición, pues la investigación psicoanalítica nos ha hecho posible señalar la génesis de la disposición neurótica en la evolución de la libido y referir los factores que en ella actúan a variedades congénitas de la constitución sexual y a influjos del mundo exterior experimentados en la temprana infancia.

 

        a) La ocasión más próxima y más fácilmente comprobable y comprensible de la emergencia de una enfermedad neurótica hemos de verla en aquel factor exterior, al que puede darse en general el nombre de frustración. EI individuo conservaba la salud mientras su necesidad de amor era satisfecha por un objeto real del mundo exterior, y contrae una neurosis en cuanto pierde tal objeto y no encuentra una sustitución del mismo. La felicidad coincide aquí con la salud, y la desgracia, con la neurosis. La curación depende, más que del médico, del Destino, que puede ofrecer al sujeto una sustitución de la satisfacción perdida.

 

        Por tanto la posibilidad de enfermar comienza para este tipo -en el que hemos de incluir a la mayoría de los hombres- con la abstinencia, circunstancia que nos da la medida de la importancia de las restricciones culturales de la satisfacción en la causación de las neurosis. La frustración ejerce una influencia patógena, provocando el estancamiento de la libido y sometiendo al individuo a una prueba, consistente en ver cuánto tiempo podrá resistir tal incremento de la tensión psíquica y qué caminos elegirá para descargarse de ella. Ante la frustración real de la satisfacción no existen sino dos posibilidades de mantenerse sano: transformar la tensión psíquica en una acción orientada hacia el mundo exterior, que acabe por lograr de él una satisfacción real de la libido, o renunciar a la satisfacción libidinosa, sublimar la libido estancada y utilizarla para alcanzar fines distintos de los eróticos y ajenos, por tanto, a la prohibición. EI hecho de que la desdicha no coincida realmente con la neurosis, y el de que la frustración no sea el único factor que decida sobre la salud y la enfermedad del individuo a ella sujeto, nos indica que ambas posibilidades tienen efecto real en los destinos de los hombres. El efecto inmediato de la frustración es el de despertar la actividad de los factores dispositivos, ineficaces hasta entonces.

 

        Cuando tales factores se hallan intensamente desarrollados surge el peligro de que la. libido quede introvertida. Se aparta de la realidad, a la cual despoja la frustración de todo su valor, y se orienta hacia la vida de la fantasía, en la que crea nuevos deseos y reanima las huellas de deseos anteriores olvidados. A consecuencia de la íntima relación de la actividad imaginativa con el material infantil reprimido e inconsciente, existente en todo individuo, y merced al régimen de excepción del que goza la vida imaginativa con respecto a la «prueba de la realidad», la libido puede retroceder aún más atrás, encontrar regresivamente caminos infantiles y tender a los fines a ellos correspondientes. Cuando estas tendencias, incompatibles con el estado actual de la individualidad, adquieren suficiente intensidad, surge el conflicto entre ellas, y la otra parte de la personalidad que ha permanecido en contacto con la realidad. Este conflicto se resuelve en una producción de síntomas desenlazándose así con la emergencia de una enfermedad manifiesta. EI hecho de haber tenido todo este proceso su punto de partida en la frustración real se refleja una vez más en la circunstancia de que aquellos síntomas con los cuales se alcanza de nuevo el terreno de la realidad, no son sino satisfacciones sustitutivas.

 

        b) El segundo tipo de la causa ocasional de la enfermedad no es en modo alguno tan evidente como el primero, y sólo pudo ser descubierto por medio de penetrantes estudios enlazados a la teoría de los complejos de la escuela de Zurich. El individuo no enferma aquí a consecuencia de una modificación del mundo exterior, que sustituye la prohibición a la satisfacción, sino a consecuencia de un esfuerzo interior para lograr la satisfacción accesible a la realidad. Enferma a consecuencia de una tentativa de adaptarse a la realidad y cumplir las exigencias reales, labor a la cual se oponen en él invencibles obstáculos internos.

 

        Es conveniente diferenciar con toda exactitud estos dos tipos, con mayor precisión, desde luego, de la que la observación nos ofrece. En el primer tipo hallamos, ante todo, una modificación del mundo exterior, y en el segundo, una modificación interna. Según el tipo primero, se enferma a consecuencia de un suceso; según el segundo, a consecuencia de un proceso evolutivo. En el primer caso se plantea el problema de renunciar a la satisfacción, y el individuo enferma a causa de su incapacidad de resistencia; en el segundo caso, el problema planteado es el de cambiar una satisfacción por otra, y el sujeto fracasa en esta labor a causa de su propia falta de flexibilidad. En el segundo caso, el conflicto aparece planteado entre la tendencia del sujeto a continuar siendo idéntico a sí mismo y la de transformarse conforme a nuevas intenciones y nuevas exigencias de la realidad; en el caso primero no surge hasta que la libido ha elegido otras posibilidades de satisfacción que resultan incompatibles. El papel de conflicto y de la fijación anterior de la libido son en el segundo tipo mucho menos evidentes que en el primero, en el cual tales fijaciones inutilizables sólo pueden surgir a consecuencia de la frustración exterior.

 

        Un joven que ha venido satisfaciendo su libido por medio de fantasías, cuyo desenlace era la masturbación, y que quiere ahora permutar este régimen, cercano al autoerotismo, por la elección real de objeto. Una muchacha que ha ofrendado todo su cariño al padre o al hermano, y que al ser pretendida por un hombre deberá transformar en conscientes sus deseos libidinosos, hasta entonces incestuosos e inconscientes. Una mujer que quisiera renunciar a sus tendencias polígamas y a sus fantasías de prostitución para constituirse en fiel compañera de su marido y madre intachable de su hijo. Todos estos sujetos enferman a causa de tan loables aspiraciones cuando las fijaciones anteriores de su libido son suficientemente fuertes para oponerse a un desplazamiento, actuando de nuevo aquí con carácter decisivo la disposición constitucional y las experiencias infantiles. Sufren, por decirlo así, el destino de aquel arbolito de la conocida fábula de Grimm que quiso tener otras hojas. Desde el punto de vista higiénico, que naturalmente no es el único al que aquí hemos de atender, habríamos de limitarnos a desearles que continuaran siendo tan faltos de desarrollo, tan inferiores y tan inútiles como lo eran antes de su enfermedad. La modificación a que tienden los enfermos, pero que no logran en absoluto o sólo muy incompletamente, supone regularmente un progreso en el sentido de la vida real. No sucede así desde el punto de vista ético.

 

        Vemos, en efecto, que los hombres enferman con igual frecuencia cuando se apartan de un ideal que cuando se esfuerzan en alcanzarlo.

        Fuera de estas diferencias, los dos tipos de adquisición de la enfermedad arriba descritos coinciden en lo esencial y pueden ser fácilmente fundidos en uno solo. La adquisición de la enfermedad a causa de la frustración queda también integrada en el punto de vista de la incapacidad de adaptación a la realidad en aquellos casos en los que la realidad niega la satisfacción de la libido. La adquisición de la enfermedad bajo las circunstancias del segundo tipo nos conduce directamente a un caso especial de la frustración. La realidad no niega en él toda satisfacción, pero sí aquella que el individuo declara ser la única posible para él, y la frustración no parte directamente del mundo exterior, sino primariamente de ciertas tendencias del yo, aunque siga siendo, de todos modos, el factor común y principal. A consecuencia del conflicto que surge inmediatamente en el segundo tipo, las dos clases de satisfacción, tanto la habitual como aquella otra a la cual aspira el individuo, quedan igualmente coartadas, constituyéndose, como en el primer tipo, un estancamiento de la libido con todas sus consecuencias.

 

        Los procesos psíquicos conducentes a la producción de síntomas resultan más claramente visibles en el segundo tipo, puesto que las fijaciones patógenas existían ya de antemano y no han tenido que constituirse.

        En la mayoría de los casos existía ya una cierta introversión de la libido, y el hecho de que la evolución no haya recorrido aún todo su camino ahorra una parte de la regresión a lo infantil.

 

        c) El tipo siguiente, que describiremos con el nombre de adquisición de la enfermedad por inhibición del desarrollo, se nos muestra como una exageración del segundo tipo, o sea de la adquisición a causa de las exigencias de la realidad. Su diferenciación no responde a una necesidad teórica, pero sí a poderosos motivos prácticos, pues se trata de personas que enferman en cuanto traspasan la edad de la irresponsabilidad infantil, no habiendo alcanzado, por tanto, nunca una fase de salud; esto es, de una completa capacidad funcional y de goce. La parte esencial del proceso de la disposición se transparenta claramente en estos casos. La libido no ha abandonado nunca las fijaciones infantiles; las exigencias de la realidad no quedan planteadas de una vez al individuo total o parcialmente llegado a la maduración, sino que van emergiendo paralelamente al curso de su vida, variando naturalmente de continuo con la edad del sujeto. El conflicto cede su puesto a la insuficiencia; pero nuestra experiencia general nos fuerza a suponer también en estos casos una tendencia a dominar las fijaciones infantiles, pues en caso contrario el desenlace del proceso no sería nunca la neurosis, sino tan sólo un infantilismo estacionario.

 

        d) Del mismo modo que el tercer tipo hubo de presentarnos casi aislada la disposición, el cuarto nos señala en primer término otro factor, cuya acción puede comprobarse en todos los casos, no siendo, por tanto, difícil confundirlo con otros. Vemos, en efecto, enfermar a individuos que venían gozando de plena salud, que no han visto alterada su vida por suceso ninguno nuevo y cuyas relaciones con el mundo exterior no han experimentado modificación alguna, de manera que la adquisición de la enfermedad parece presentar en ellos un carácter espontáneo. Pero al examinar con mayor detención tales casos acabamos por descubrir la existencia de una modificación a la que hemos de atribuir máxima importancia en la adquisición de la enfermedad. A consecuencia de haber alcanzado el sujeto cierto período de su vida y en conexión con determinados procesos biológicos regulares, la cantidad de libido integrada en su economía psíquica ha experimentado un incremento suficiente por sí solo para trastornar el equilibrio de la salud y establecer las condiciones de la neurosis. Como es sabido, este incremento de la libido, generalmente repentino, se enlaza con regularidad a la pubertad, a la menopausia y a determinadas edades de la mujer, pudiendo darse también en algunos sujetos otras periodicidades desconocidas. El factor primario es aquí el estancamiento de la libido, el cual se hace patógeno a consecuencia de la frustración relativa, impuesta por el mundo exterior, que habría permitido la satisfacción de aspiraciones libidinosas menos intensas. La libido, insatisfecha y estancada, puede forzar entonces los caminos de la regresión y provocar los mismos conflictos que la frustración externa absoluta. Se nos advierte así la imposibilidad de prescindir del factor cuantitativo en la investigación de las causas ocasionales de la neurosis. Todos los demás factores, la frustración, la fijación y la coerción del desarrollo, permanecen ineficaces mientras no actúan sobre la libido, provocando su estancamiento y elevando en cierta medida su nivel. Esta magnitud de la libido que nos parece imprescindible para provocar una acción patógena, no es, desde luego, mensurable, y sólo nos es posible postularla una vez surgido el resultado patológico. Sólo en un sentido podemos determinarla más precisamente. Podemos suponer que no se trata de una cantidad absoluta sino de la proporción entre el conjunto eficiente de libido y aquella cantidad de libido que el yo individual puede dominar; esto es, mantener en tensión, sublimar o utilizar directamente. De este modo un incremento relativo de la cantidad de la libido podrá provocar los mismos efectos que un incremento absoluto. Una debilitación del yo consecutiva a una enfermedad orgánica o motivada por una tensión de todas sus energías podrá, pues, provocar la emergencia de neurosis, que de otro modo hubieran permanecido latentes, a pesar de la disposición.

 

        La importancia que hemos de reconocer a la cantidad de libido en la causación de la enfermedad coincide a maravilla con dos de los principios analíticos de la teoría de las neurosis. En primer lugar, con el de que las neurosis nacen del conflicto entre el yo y la libido, y en segundo, con el que afirma que entre las condiciones de la salud y las de la neurosis no existe diferencia cualitativa alguna, resultando que los sanos han de luchar también por alcanzar el dominio sobre su libido, si bien lo consiguen más perfectamente.

 

        Sólo nos quedan ya por decir algunas palabras sobre la relación de los tipos descritos con nuestra experiencia clínica.

        Considerando la serie de enfermos cuyo análisis nos ocupa actualmente, he de concluir que ninguno de ellos corresponde a uno de tales tipos de adquisición en forma pura. En todos ellos puede comprobarse más bien la acción conjunta de la frustración, la incapacidad de adaptación a las exigencias de la realidad y la inhibición del desarrollo. Por último, y como ya indicamos antes, no puede prescindirse en ningún caso de los afectos de la cuantía de libido. He comprobado también que en muchos de mis pacientes la enfermedad había surgido en distintas fases, separadas por intervalos de salud, y que cada una de estas fases podía referirse a un tipo distinto de adquisición. Así, pues, la diferenciación de los cuatro tipos descritos no tiene gran valor teórico. Trátase tan sólo de los distintos caminos conducentes a la constitución de cierta constelación patógena en la economía anímica, o sea de un estancamiento de la libido contra el cual el yo no posee medios suficientes para defenderse sin sufrir algún daño. Pero la situación misma sólo se hace patógena a consecuencia de un factor cuantitativo, no constituye en modo alguno una novedad para la vida anímica ni ha sido creada por la emergencia de una «causa patológica».

        En cambio, sí reconocemos a nuestra diferencia un cierto valor práctico. Los tipos descritos aparecen algunas veces en forma pura. El tercero y el cuarto no hubieran atraído nunca nuestra atención si no hubiera constituido para algunos individuos la única causa ocasional de su enfermedad. EI primer tipo nos revela el poderoso influjo del mundo exterior, y el segundo, la influencia, no menos importante, de la idiosincrasia del individuo, que se opone a tal influjo. La Patología no podía resolver el problema de las causas ocasionales de las neurosis mientras hubo de limitarse simplemente a investigar si tales afecciones eran de naturaleza endógena o exógena. A todas las observaciones que señalan la importancia de la abstinencia (en su más amplio sentido) como causa ocasional había que oponerles la objeción de que muchas personas soportaban sin enfermar los mismos destinos. Pero si quería considerar como factor esencial de la salud o la enfermedad la idiosincrasia del individuo, tropezaba con el hecho de que muchos individuos dotados de una idiosincrasia desfavorable podían mantenerse perfectamente sanos mientras les era permitido conservarla. El psicoanálisis nos ha conducido a prescindir de las estériles antítesis establecidas entre los factores externos y los internos, entre el destino del individuo y su constitución, y nos ha enseñado a ver la causa de la adquisición de las neurosis en una determinada situación psíquica susceptible de ser establecida por diversos caminos.

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