LA MITOLOGÍA CLÁSICA EN LA OBRA LÍRICA DE JOSÉ DE ESPRONCEDA

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José Antonio González Salgado 

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La recreación mitológica es una de las características más sobresalientes de la lírica del período literario neoclásico, y no solo en lo que se refiere a la simbología del mito como ejemplo de virtudes y conducta (símiles ocasionales, imágenes mitológicas que contribuyen a elevar el tono poético, etc.), sino también en la propia descripción de sucesos clásicos o en narraciones cuyo eje temático es la explicación de episodios protagonizados por dioses o héroes de la Antigüedad. A lo largo del siglo XVIII son habituales las composiciones líricas en que las referencias míticas explícitas constituyen la trama central del poema1; en el siglo XIX, sin embargo, esa tradición de culto literario a los mitos clásicos y al mundo grecolatino en general parece truncarse. La presencia de dioses, héroes y elementos relacionados con las antiguas Grecia y Roma va siendo cada vez menor a lo largo de la centuria2. Espronceda, paladín del Romanticismo español, no permaneció ajeno a esta tendencia.

 

BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE JOSÉ DE ESPRONCEDA

José Ignacio Javier Oriol de la Encarnación3 nació el 25 de marzo de 1808 en Almendralejo ( Badajoz). Su niñez transcurrió en Madrid, donde recibió las enseñanzas de Alberto Lista. A los 17 años de edad fue condenado a cinco años de reclusión en el convento de San Francisco (Guadalajara), por su pertenencia a la Sociedad Numantina, organización política y secreta que reprobaba la actuación de Fernando VII. Emigró a Portugal, Inglaterra y Francia, pero regresó a Madrid en 1833 aprovechando la amnistía decretada por la reina María Cristina.

Tras un breve paso por la Guardia de Corps, de donde fue expulsado, se le desterró de Madrid por un incidente protagonizado en un banquete al leer unos versos considerados subversivos. Cumplió su condena en Cuéllar, donde escribió su novela histórica Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar.

Vuelve a Madrid a finales de 1833, vende su novela por 6.000 reales al editor Manuel Delgado y comienza a publicar poemas y diversos artículos en la revista El Siglo, de la que fue fundador junto a otros personajes ilustres de la época (Antonio Ros de Olano, Ventura de la Vega, García de Villalta y Bernardino Núñez de Arenas).

El 25 de abril de 1834 se estrena en Madrid su comedia Ni el tío ni el sobrino, en la que colaboró también su amigo Antonio Ros de Olano. Sus primeros pasos como dramaturgo resultaron un fracaso, ya que la obra no contó con el beneplácito del público.

Su actividad literaria se intensificó entre 1835 y 1837 con la publicación de numerosos poemas en las principales revistas de la época. En El Artista dio a conocer el Pelayo y la Canción del Pirata; en La Revista Española, El mendigo, El verdugo, El reo de muerte y El canto del cruzado; en El Español, una primera versión del Estudiante de Salamanca.

En 1838, en colaboración con Eugenio Moreno López, estrena una nueva pieza dramática: Amor venga sus agravios. Las críticas, en esta ocasión, tampoco resultaron positivas: «Amor venga sus agravios ha obtenido aplausos y logrado sus momentos de favor..., señalados con aplausos inequívocos; pero de nada o de poco sirven las bellezas de detalle en las obras dramáticas cuando no se ha podido vencer la gran dificultad que consiste en formar un todo proporcionado, verosímil, interesante y que no choque abiertamente con las costumbres de la escena para donde se escribe»4.

En 1840 se publica su primer libro de poesías y el primer canto del Diablo Mundo. Por aquel entonces Espronceda era considerado ya miembro destacado del Romanticismo español. En palabras de Narciso Alonso-Cortés: «Se ha dicho más de una vez que Espronceda no alcanzó fama de poeta hasta la publicación de su tomo de Poesías en 1840. Ello es un error crasísimo. Cuando se publicó la Canción del Pirata hacía ya largo tiempo que la opinión le consideraba como predilecto de Apolo»5.

Tres meses después de ser elegido diputado por Almería en las Cortes, Espronceda muere en Madrid a los 34 años de edad. Su obra dramática Blanca de Borbón, comenzada durante su residencia en Inglaterra, permaneció inédita hasta que su hija Blanca la editó en 1870.

 

TRATAMIENTO DE LOS MITOS CLÁSICOS

En Espronceda el tema mítico no se explica en pormenor en ningún caso. No existe ni un solo poema en el que la recreación mitológica constituya el núcleo temático. Todas las ocasiones en que aparecen personajes de la Mitología se reducen a meras alusiones genéricas o superficiales al mito como elemento de ornato poético, a citas eruditas o símiles ocasionales.

Esta mínima presencia de la Mitología en la lírica de Espronceda se explica perfectamente teniendo en cuenta el contexto literario en el que se desarrolla su obra y los propios planteamientos teóricos del autor de Almendralejo.

Respecto al contexto literario (y cultural, en general) hay que destacar que durante el Romanticismo se consideraba que el Cristianismo era fuente de mayor inspiración que la Mitología grecolatina, por lo que esta última sólo podía tener una presencia anecdótica en la literatura. Según Vicente Cristóbal hay que contar «con algunas reacciones de rechazo a la tradición clásica a favor de otros valores culturales más inmediatos, como es el caso, especialmente en España, del Romanticismo, orientado a lo natural, a lo espontáneo y subjetivo, en detrimento de lo grecolatino, que precisamente por haber sido modélico durante los siglos precedentes, se entendía como una coacción y como una norma que esclavizaba»6.

Por otra parte, los estudios en los que se analizaba la Mitología desde una óptica más o menos científica tampoco contribuían a exaltar el significado objetivo de la Antigüedad clásica. En los manuales mitográficos españoles del siglo XIX se resaltaba la idea de las falacias de la antigua religión griega en contraposición con la verdad absoluta del Cristianismo. Juan Miró, por ejemplo, exponía que «el estudio de la Mitología es más útil de lo que generalmente se cree; pues en primer lugar, poniendo a la vista del cristiano las deidades vergonzosas a que tributaban culto las naciones más sabias y civilizadas de la tierra antes de difundirse por ellas la divina luz del Evangelio, le obliga a dar nuevas gracias a su criador por haberle preservado de caer en errores semejantes»7. En la misma línea se expresa Cecilia Böhl de Fáber cuando, dirigiéndose a los niños, dice: «Ya tenéis una idea exacta de la Mitología y habéis visto a qué extremos de insensatez son arrastrados los hombres cuando llega a faltarles para las cosas del cielo la antorcha de la fe»8.

Respecto a los planteamientos teóricos de los que parte Espronceda para desarrollar su creación estética hay que tener presente, sobre todo, el rechazo manifiesto a la tiranía de los modelos clásicos. En un artículo titulado «Poesía», publicado en la revista El Siglo en 1834, Espronceda expone sus teorías sobre la influencia de la Antigüedad clásica y la postura que el escritor romántico debe adoptar9:

 

Estamos seguros de que algunos de nuestros lectores, con cuyas opiniones literarias chocaron abiertamente las que como profesión de fe manifestamos en nuestro prospecto, al tropezar en las columnas de nuestro segundo número con un artículo de ... literatura, ¡Ya están aquí!, exclamarán: Ya están aquí esos románticos con su moderna escuela ..., oigámoslos desatinar. Si en vez del par de columnas que tenemos a nuestra disposición para esta materia pudiera llenar nuestra pluma páginas y páginas, trataríamos esta cuestión con el espacio y claridad que su interés exige: probaríamos que la moderna escuela es la suya, la nacida en el siglo XVII, la que prescribe la imitación de los antiguos, que no imitaron a nadie; la clásica, en fin, pues clásica hay que llamarla para podernos entender; deduciríamos de esto que la que nosotros profesamos es la antigua, la única, la naturaleza, sí, pero no con el manto, el casco y el politeísmo, sino con la modificación; más diremos, con la total mutación que la han hecho sufrir los nuevos usos, costumbres, ideas, sensaciones; en fin, el triunfo y establecimiento del Cristianismo; haríamos ver que, lejos de despreciar los modelos de la antigüedad, como se nos supone, en ellos fundamos nuestra doctrina, pero estudiando y entendiendo no con el sentido absoluto que los clásicos lo entienden, sino en otro relativo, racional y filosófico. Al ver a Homero cantar el sitio de Troya, a Virgilio la fundación de Roma, parécenos oírles decir a la posteridad: «Cantad como nosotros... Cantad vuestras Troyas, vuestras Romas, vuestros héroes y vuestros dioses. ¿Tan estéril ha sido vuestra naturaleza que para presentar ejemplos de valor y virtud tenéis que retroceder veinte siglos?». Al oír esto nuestra imaginación exaltada tiende en derredor la vista, y cantando al Cid, a Gonzalo, a Cortés y a los héroes de Zaragoza y tantas hazañas nuestras, con su fisonomía propia, no vestidas a la griega o a la romana, creemos seguir, más atinada y filosóficamente que los clásicos el verdadero espíritu de los modelos de la antigüedad.

Esta larga cita constituye la verdadera profesión de fe del Romanticismo respecto al tratamiento de la cultura clásica. Pero aún hay más; en otro artículo publicado en El Artista en 1835, bajo el título de «El pastor Clasiquino», Espronceda realiza un ataque directo contra quienes continuaban apelando a los clásicos grecolatinos para hacer literatura. El artículo no tiene desperdicio ni por el estilo en que está construido ni por el contenido que transmite el autor en él10:

 

EL PASTOR CLASIQUINO

Y estaba el pastor clasiquino, sencillo y cándido, recordando los amores de su ingrata Clori, en un valle pacífico, al margen de un arroyuelo cristalino, sin pensar (¡oh!, ¡quién pudiera hacer otro tanto!) en la guerra de Navarra y embebecido en contemplar el manso rebaño, símbolo suyo: «Églogas -decía-, venid en auxilio mío aquí donde la máquina preñada (es decir, el cañón) y el sonoro tubo (la trompeta) no vinieron a turbar mis solaces. Pajiza choza mía. Ni yo te dejaría si toda una ciudad me fuera dada».

Y era lo bueno que el inocente Clasiquino vivía en una de las calles de Madrid y pretendía al mismo tiempo un empleo en la Real Hacienda.

¡Lo que es tener imaginación! Su Clori no era nada menos que un ama de llaves de genio pertinaz y rabioso que con él vivía y le llenaba de apodos y vituperios a todas horas; su mayoral, el ministro, que ya de tiempo antiguo, los llaman así los clasiquistas por aquello del Mayoral Jovino, y su pacífico valle la Secretaría o el Prado, que para Clasiquino es lo mismo.

Nada como las reglas de Aristóteles, solía también decir Clasiquino a veces, que, aunque pastor, había leído más de una vez las reglas del Estagirita. «¡La naturaleza! La naturaleza es menester hermosearla. Nada debe ser lo que es, sino lo que debiera ser». Y aquí sacaba un texto griego, porque era consumado helenista, y como sabía hablar en prosa y verso, continuaba:

«Sí, por el Pan que rige mi manada he de yo hacer ver al mundo que esa caterva de poetas noveles, idólatras de los miserables Calderón, Shakespeare y comparsa, son inmorales, y no saben escribir una égloga ... ¿qué digo, una égloga?, ni cometer siquiera la figura llamada onomatopeya».

Y con esto se levantó con aire de triunfo y ademán orgulloso, arreglándose los anteojos, que ya tenía al extremo de la dilatada nariz caídos, despertó las ovejuelas que se habían dormido,

de pacer olvidadas escuchando

Y Clasiquino, paso tras paso, se recogió a su majada, tenaz en su empeño de seguir hecho borrego mientras le durase la vida.

El elemento de resonancias míticas más utilizado por Espronceda en su obra lírica es el nombre de los vientos. Su poesía se encuentra repleta de aquilones y céfiros, y, en menor medida, de bóreas y ábregos.

 

¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío

Secas y leves hojas desprendidas,

Que en círculo se mecen

Y al furor de Aquilón desaparecen.

(Himno al Sol)

Blanca, flotante nube, que en la umbría

Noche, en alas del Céfiro se mece,

Su airosa ropa desplegada al viento,

Semeja en su callado movimiento.

(El estudiante de Salamanca, Parte cuarta)

Las silfas, ninfas y musas, sin personificar prácticamente nunca, suelen aparecer en las comparaciones o en las metáforas como símiles ocasionales para ilustrar distintas situaciones personales.

 

Y sílfidas y ondinas

Por reina de los mares

Con plácidos cantares

A par te aclamarán.

(El pescador)

A ti de las musas

Alumno querido

Mi dulce Villalta

Mis versos te envío.

(A don José García de Villalta)

Es el amor que al mismo amor adora,

El que creó las sílfidas y ondinas,

La sacra ninfa que bordando mora

Debajo de las aguas cristalinas.

(El Diablo Mundo, «Canto a Teresa»)

Los teónimos (Baco, Febo, Minerva, Hércules, Parca) son presentados como prototipos, exaltando su valor simbólico y las cualidades que se les atribuyen, aunque a veces no se recurre a un mito concreto, sino que se reducen a una nominación general (divinidad, diosa, deidades de la hermosura).

 

Viendo aquel tagarote con espanto

Que con salvaje júbilo le mira,

Que le acaricia rudo,

Hércules sin pudor, Sansón desnudo.

(El Diablo Mundo, «Canto III»)

¡Ojalá pronto le abraces,

Y le ciñas las coronas

Que de laurel a los héroes

Tejen Minerva y Belona.

(A la señora de Torrijos)

Genios de amor, deidades de la hermosura,

Don de la juventud, nuevas creaciones

Que en el primer placer el alma pura

Llueve desde su cielo de ilusiones.

(El Diablo Mundo, «Canto IV»)

Los topónimos mitológicos (Olimpo, Averno, Tártaro) proporcionan el encuadre romántico más adecuado para ciertos pasajes de la obra de Espronceda.

 

De los disueltos miembros huye airada,

Dando un gemido de mortal despecho,

Aquel alma feroz, y vuela impía

Del negro Averno a la región sombría

(El Pelayo, «Batalla de Guadalete»)

Y luego entre nubes

Listadas de cintas

De nácar y fuego

Le vi a las divinas

Moradas alzarse

Do un trono erigían

Allá en el Olimpo.

(A Anfriso)

 

BIBLIOGRAFÍA

ALONSO-CORTÉS, Narciso: Espronceda. Ilustraciones biográficas y críticas, Valladolid, 1942.

CRISTÓBAL, Vicente: «La literatura clásica desde nuestra cultura contemporánea», en F. J. GÓMEZ ESPELOSÍN y J. GÓMEZ-PANTOJA (eds.): Pautas para una seducción, Alcalá de Henares, Universidad, 1990, pp. 225-239.

CRISTÓBAL, Vicente: «Los manuales mitográficos del siglo XIX en España», Comunicación presentada al IX Coloquio Internacional de Filología Griega, Madrid, UNED, 4-7 de marzo de 1998.

ESPRONCEDA, José de: Obras completas, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 72, Madrid, Atlas, 1954 (Edición, prólogo y notas de Jorge Campos). Todas las referencias a los pasajes de la obra lírica de Espronceda proceden de esta edición.

ESPRONCEDA, José de: El Diablo Mundo. El estudiante de Salamanca, Madrid, Alianza, 1966.

GARCÍA GUAL, Carlos: Introducción a la mitología griega, Madrid, Alianza, 1992.

GARCÍA MERCADAL, José: Historia del Romanticismo en España, Barcelona, Labor, 1943.

GRIMAL, Pierre: Diccionario de la mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, 1982.

HUMBERT, Juan: Mitología griega y romana, Barcelona, Gustavo Gili, 1988.

LÓPEZ FÉREZ, Juan Antonio (ed.): La épica griega y su influencia en la literatura española, Madrid, Ediciones Clásicas, 1994.

RICHEPIN, M. Juan: Nueva mitología griega y romana, 2 vols., Barcelona, Musa, 1990.

SANTANA HENRÍQUEZ, Germán: «Elementos míticos grecolatinos en el teatro costumbrista del siglo XIX», Comunicación presentada al IX Coloquio Internacional de Filología Griega, Madrid, UNED, 4-7 de marzo de 1998.

VELA, J.: «Drama histórico y mitos clásicos en algunos autores románticos del siglo XIX», Comunicación presentada al IX Coloquio Internacional de Filología Griega, Madrid, UNED, 4-7 de marzo de 1998.

VILLARRUBIA MEDINA, Antonio: «Los mitos clásicos en algunos poetas románticos (Gustavo Adolfo Bécquer y otros escritores)», Comunicación presentada al IX Coloquio Internacional de Filología Griega, Madrid, UNED, 4-7 de marzo de 1998.

 

NOTAS

1     Recuérdense, por ejemplo, la «Fábula de Alfeo y Aretusa» de José Antonio Porcel y Salamanca, o la «Elegía a las Musas» de Leandro Fernández de Moratín.

2     Lo cual no quiere decir que no haya autores que recurran en mayor medida a la Mitología o que, en alguna obra en concreto, utilicen las recreaciones mitológicas con mayor profusión que sus coetáneos.

3     Tal es el nombre con que fue bautizado, según reza en el archivo parroquial de la Iglesia de Nuestra Señora de la Purificación de Almendralejo.

4    El Eco del Comercio, 29 de septiembre de 1838. Cito por J. Campos (ed.), Obras completas de José de Espronceda, Madrid, Atlas, 1954, p. XXV.

5     N. Alonso-Cortés, Espronceda. Ilustraciones biográficas y críticas. Valladolid, 1942, p. 14.

6     V. Cristóbal, «La literatura clásica desde nuestra cultura contemporánea», en F. J. Gómez Espelosín y J. Gómez Pantoja (eds.), Pautas para una seducción, Alcalá de Henares, Universidad, 1990, pp. 225-226.

7     J. Miró, Curso de Mitología, Cádiz, 1846. Cito por V. Cristóbal, «Los manuales mitográficos del siglo XIX en España», Comunicación presentada en el IX Coloquio Internacional de Filología Griega, Madrid, UNED, 1998, p. 10.

    C. Böhl de Fáber (Fernán Caballero), La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia, Barcelona, 1867. Cito por V. Cristóbal, «Los manuales...», op. cit., p. 11.

9     El Siglo, núm. 2, 24 de enero de 1834, pp. 3-4.

10  El Artista, entrega XII, año 1835, pp. 251-252.

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