LOS PREJUICIOS IDEOLÓGICOS

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Alain de Benoist

Traducción: Santyago Rivas 

 

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Hace un tiempo, los managers norteamericanos demandaban ante toda propuesta: "¿Es esto constructivo?". Hoy en día, los ideólogos a la moda se interrogan en cada instante: "¿Es esto destructivo?"

Raymond Ruyer, profesor en la universidad de Nancy, es autor de numerosas obras de filosofía (Dios de las religiones, Dios de la ciencia; filosofía del valor; etc.), así como de numerosos ensayos sobre sociopolítica, entre los que hay que destacar Los prejuicios ideológicos.

Suele decirse que las ideologías están en decadencia. Para la escuela neoliberal, al contrario, aun permanecen virulentas. Los dos términos no son contradictorios. La vida política, que fue su terreno de elección, se escapa más y más a la ideología, pues la dirección del Estado tiende a subordinarla a la economía y a la "técnica". Pero lo que la ideología pierde en un lugar lo encuentra en otro sitio. Sus "dominios de intervención" se multiplican: universidad, literatura, cine, urbanismo, costumbres. Las ideologías negativas anuncian sin embargo un "milenio culturalista". Se manifiestan en la realidad de la vida cotidiana. Son, por otra parte, las más temibles.

La utopía se lanza a la promoción de los antivalores. Se beneficia del esnobismo de las masas y el atractivo instintivo de los "marginales". La utopía se desborda en un mar de afirmaciones contradictorias, pero, naufrago en su certeza, el individuo no sabe a quién dar la razón. No sufre una falta de información, sino más bien un exceso de informaciones, entre las cuales no sabe, o no puede, discriminar, perdiendo el sentido de la importancia relativa. Despistado, en perpetuo sock, abdica y pierde el pie, tropieza –víctima de las "técnicas de asombro". Pero ninguna sociedad puede vivir sin valores y sin normas. Que sean o no relativas no es lo importante: la sensibilidad humana no puede percibir cuatro dimensiones al mismo tiempo; siempre existe un relativo que, para ella, tiene valor absoluto. Y sus normas están más allá de toda demostración.

<<Intente –comenta Raymond Ruyer– demostrar a un millón de personas a que prueben, por razones demostrativas, que la Gioconda es una obra maestra de la pintura. Intente usted demostrar a un millón de personas que el canibalismo es un acto abominable>>.

En cada instante, en cada momento, el hombre se ve obligado a elegir entre prioridades igualmente deseables. Prioridades que no pueden coincidir al mismo tiempo. Toda elección implica sus consecuencias: <<El hombre se somete a las leyes del género como el marino acata las leyes de la navegación>>.

<<Se puede tener a la vez riqueza y salud, pero es imposible transformar la plaza de la Concordia en garaje sin afectar a su estética. Es imposible desear a la vez la prosperidad y la vida del bohemio poético; el orden eficaz y la indisciplina pintoresca. Los pintores saben que, si buscan en su obra un efecto de claroscuro, deben renunciar al colorismo. Una economía productiva es indiferente a la justa repartición. El máximo de igualdad política no coincide con el máximo de libertad, etc.>>.

Existe, así, una contradicción entre la crítica, por lo demás justificada, de los daños de la producción a todo coste, y la reivindicación de una elevación más general del nivel de vida: <<reclamar un coche para todos, habitáculos "decentes", libros y discos casi gratuitos, es como reclamar fábricas con trabajo a la carta>>.

Las ideologías, también ellas, reposan sobre valores. Pero al ser sistemas "firmes", transforman sus mitos en "conceptos". Es decir, se racionalizan y devienen pseudociencias.

El procedimiento de Karl Marx, cuando afirma el carácter "científico" de El Capital, no difiere mucho del de Platón al fundar sus utopías cosmopolitas en la geometría y la aritmosofía. Solamente se pretende impresionar, enmascarar el carácter irracional de sus afirmaciones. Lo mismo puede decirse de Freud, con su "ciencia del inconsciente", de Philippe Sollers y su "ciencia de los signos" (y sus capítulos del tipo: "el rol epistemológico del punto y coma en Althusser", con sus diagramas, curvas de frecuencia, etc.). Sin hablar de las "ciencias humanas", las cuales, como las "ciencias ocultas", no tienen de ciencia más que el nombre. Porque la ciencia no es una cuestión de medios.

 

Hacer comestibles a los hippies

Los pretendidos "sabios" hacen desconfiar al resto del personal cuando se proclaman los "únicos", los "verdaderos sabios". La ciencia, por naturaleza, es abierta y revisable. Las pseudociencias, al contrario, son alérgicas a toda contradicción. Segregan la dictadura del pensamiento.

<<Los progresistas neófitos –escribe Raymond Ruyer– son expertos en dictar moral a todo el mundo en nombre de las ideologías a la moda. Son severos en su rol. Los enemigos de las leyes y de la policía son terribles policías jurídicos, moralistas severos tan desprovistos de humor como los profetas y, como todos los profetas, prontos a condenar lo que no comprenden>>.

Por lo general, tal paso se estrella contra la sanción de la realidad. La "ciencia" del marxismo está construida en su totalidad sobre un análisis pretendidamente riguroso de los hechos económicos. Pero cuando los comunistas han capturado el poder sus mayores errores han sido de tipo económico. Entre los izquierdistas, este espectáculo (entre otros) ha suscitado un verdadero "odio hacia la economía". Y es que la economía implica organización; esto es, orden, jerarquía, eficacia y racionalidad.

Para denunciar el "reino de los poderosos", los fumadores de porros de Taïzé recurrieron, naturalmente, a los profetas bíblicos y a los padres de la Iglesia. <<Los primeros apóstoles y sectarios de Cristo –observa Raymond Ruyer– fueron muy semejantes a los jóvenes de las "comunas" de California>>.

 

El tema de la "felicidad"

El autor, pasando revista a las ideologías que hacen estragos en el mundo, insiste particularmente en los daños de la ideología racista, la cual distingue del etnicismo y del eugenismo. <<Si la historia rechaza el racismo –escribe–, no ha rechazado al eugenismo, ni la importancia del factor biológico de los individuos en una población o una etnia. No rechaza la existencia de relaciones recíprocas entre las culturas y sus soportes biológicos. No rechaza lo que podemos denominar "etnicismo"; es decir, la doctrina que aboga por la preservación de las comunidades culturales y del arraigo, en el sentido de Simone Weil, y de los individuos en las comunidades (…) La historia muestra, al contrario, que las sociedades más brillantes han usado su soporte racial o étnico, y han destruido a sus élites por diversos procesos, principalmente por la desnatalización y la esterilización de las élites>>.

Raymond Ruyer ataca igualmente a la ideología "antirracista", la cual, por una curiosa paradoja, está completamente limpia de cualquier consideración científica y objetiva>>.

¿No es contradictorio afirmar, por una parte, que todos los hombres son semejantes en lo esencial e insistir, por la otra, en el "derecho a la diferencia" y la suerte de las minorías? O a la inversa: <<No se pueden evitar los etnocidios cuando se ignora el concepto de etnia>>.

<<En nombre de la igualdad religiosa de las almas, las religiones proselitistas y sus misioneros han combatido las costumbres "chocantes", también las que tenían un valor eugénico y social, así como los mitos vitalizantes, etc. En nombre del igualitarismo humanista, las ideologías racionalistas han hecho exactamente lo mismo. Los marxistas, o los neodemócratas, hacen lo mismo>>.

Conclusión: <<Un racismo inteligente, con un claro sentido sobre la diversidad de las etnias, es menos nocivo que un antirracismo intemperante, nivelador y asimilador>>.

Igualmente nocivas son las "filosofías de la felicidad", con sus armas de doble filo: el amor por los "buenos" y la culpabilización de los "pecadores". Porque el amor no tiene sentido ni grandeza cuando no es individual, cuando no se ama a alguien o a algo. Colectivo e "ideológico", el amor es siempre totalitario: amar a todo el mundo es no amar a persona alguna. En nombre del amor subrayaba Nietzsche, se han hecho los mayores daños a la humanidad. Proudhon, cuyo socialismo se enmarcaba en una concepción romana de la justicia, decía: <<El amor siempre me ha parecido un tanto ridículo>>. Raymond Ruyer precisa: <<El amor no es ni ecónomo ni economista. Cuando el amor reina, la propiedad se esfuma. El amor no tiene ley, está más allá de las leyes, es enemigo de las leyes y del orden. Su única norma es la fidelidad a los otros. El amor es anarquista, en el mismo sentido en que alguien le reprochó a San Vicente de Paul de propagar, sobre todo, el desorden. Es sabido que en casa de los grandes amantes siempre reina un desorden a veces escandaloso>>.

Las epidemias ideológicas no suelen propagarse por medio de herejías, sino más bien por desarrollo doctrinal –por contagio, por intoxicación, por imitación. Pero también por medios que le son propios, comenzando por el terrorismo intelectual: <<Si usted rechaza la verdad del psicoanálisis, es porque usted es víctima de sus propios complejos. Si usted rechaza admirar a Xenakis es porque usted habría sido capaz de asesinar a Mozart>>.

También existe el "chantaje por analogía": <<La pobreza de Van Gogh continua enriqueciendo a legiones de pintores sin talento; el proceso a Baudelaire por la publicación de Las flores del mal sigue siendo excusa para los marchantes de pornografía; la precariedad de los laboratorios de Pasteur y Ramón y Cajal es una mina de oro para los investigadores actuales, sobre todo para los piden fondos y fondos y solamente son capaces de redescubrir la fórmula de la pólvora>>. A este respecto, los media juegan un papel ambiguo: <<Agitan a las masas, a la vez, por y en contra del conservadurismo social. Excitan al receptor contra el orden social y a continuación le incitan a continuar con su vida pequeño burguesa>>. Tiran la piedra y esconden la mano, condenan los bombardeos y fabrican explosivos en serie.

En fin, existe en los "virus ideológicos" –como en las células cancerígenas– un principio autoagravante. Es lo que distingue, afirma Raymond Ruyer, la demagogia de espíritu de la simple demagogia política: el hecho de <<sugerir, incitar, despertar los caracteres negativos que, una vez activos, brotan por sí solos, como brotan las espigas en La Mancha>>.

Como remedio a las "epidemias", Raymond Ruyer propone una <<comisión de fraudes intelectuales>> que obligue a los mercaderes de venenos cerebrales, como a los fabricantes de cigarrillos, a etiquetar sus productos con el aviso siguiente: <<Peligroso para la salud mental y social>>. Más práctico, también propone un programa de salud diaria para el cuerpo y para la mente: mens sana in corpore sano, gimnasia y buen criterio.

 

Las leyes de la oferta y la demanda ideológicas

Pero, en definitiva, ¿qué es una ideología? Toda posible definición de "ideología" es por necesidad arbitraria, pues engloba en sí un factor ideológico. El definiens forma parte del definiendum. Este problema es el que se esfuerza en solucionar un representante de la corriente liberal: Jean Baechler.

Para Baechler, la ideología se presenta como <<un conjunto de representaciones mentales que aparecen cuando los hombres unen lazos entre sí>>. Se puede entonces definir la ideología como <<los estados de conciencia ligados a la acción política>>. Esto significa que no puede separarse la política de la ideología, ni menos soñar con una política "pura": una política no ideológica ya no sería una política. La ideología es <<la manera en que los hombres piensan, hablan y escriben, desde el punto de vista de la política>>.

Las formulaciones políticas pueden alcanzar una decena de "núcleos", que Jean Baechler asimila las "pasiones". El núcleo, escribe, <<es aquello que permanece cuando se hace abstracción de todas las formulaciones; lo que resta cuando se elimina toda formulación; es decir, las simples palabras, las simples ideas o las pulsiones psíquicas>> (opinión que remite a la doctrina de los "residuos" de Pareto). Estas "pulsiones psíquicas" dotadas de una realidad independiente. Baechler enumera estos <<"quantum" de energía psíquica que alcanzan conciencia de sí mismos>> del modo siguiente: la aspiración a la libertad (que conduce al liberalismo y también al anarquismo), la voluntad de poder (prometeismo, cientificismo, expansionismo), la avaricia (productivismo), la vanidad (elitismo, nacionalismo), la envidia (socialismo, colectivismo), el gusto por la obediencia (integrismo, conservadurismo), el amor (pacifismo), la rebelión (revolucionarismo), el odio (nihilismo), el placer (ludismo), etc.

Así, la ideología, <<núcleo no verbal cuyo modo de existencia es verbal>>, es inevitable porque corresponde, de una parte, a la acción política como modo de solución de los conflictos resultantes de la pluralidad de elecciones, que es una ce las características específicas del ser humano; y, por la otra parte, a la orientación significativa (por medio de un discurso) de las pasiones elementales hacia los valores recibidos –un hecho también específico del hombre, en el sentido en que es un "añadido a la naturaleza" y, de hecho, un equivalente a la cultura.

Jean Baechler estudia a continuación la psicología del discurso ideológico, su naturaleza y sus funciones, las leyes de la oferta y la demanda ideológica, el consumo de ideologías, los núcleos, los sistemas, etc. En fin, intenta evaluar no la veracidad o la cualidad moral de las ideologías (una ideología no es verdadera ni falsa, ni benigna ni malvada según su naturaleza), sino su eficacia respectiva, medida <<según la probabilidad más o menos grande de satisfacer un número más o menos grande de pasiones presentes en un número más o menos grande de individuos en el seno de una sociedad dada>>.

Según Baechler, <<la palma se la lleva indiscutiblemente el nacionalismo>>, seguidos por el socialismo y el liberalismo. En cuanto al fascismo, Jean Baechler estima que su suerte está ligada, en la actualidad, a una cierta evolución del izquierdismo: las dos ideologías comparten, pero desde puntos de vista opuestos, la denuncia de una cierta modernidad, de la sociedad de consumo, de la burocracia, del gregarismo, así como la exaltación de valores lúdicos y heroicos. <<El izquierdismo –escribe– se ha estancado en el apoyo sobre las fuerzas marginales y en la expresión de un vocabulario marxista chocante a la mayoría. Pero un futuro avatar puede tener éxito con esta estrategia>>.

Y precisa: <<A riesgo de la pena de los corazones tiernos y de las bellas almas, el paralelismo entre los propósitos de la república de Weimar y de los años sesenta es total a nivel de los principios; solamente ha cambiado el revestimiento verbal. Y el nacionalismo, se dirá, ¿qué tiene en evidencia con el izquierdismo? Yo soy de la opinión que tiene una evidencia por accidente, no por naturaleza. Una ley histórica quiere que las comunidades naturales terminen de perfilarse en el nivel en que la guerra entre comunidades es posible. Durante siglos, en Occidente, este nivel se ha fijado en la nación, como anteriormente se fijó en el feudo o en el principado. Pero, después de 1945, la guerra ha quedado excluida a nivel de las naciones europeas, en razón de las modificaciones del sistema diplomático-estratégico. Cuando un nivel queda descalificado, se nota un doble movimiento. Una parte de las energías se fija sobre el nivel inferior, en un intento de hacer revivir las comunidades abolidas por la historia. De hecho, una fracción del izquierdismo actual intenta resucitar los antiguos principados. Este movimiento es designado con el término de etnismo o etnicismo. Otra parte aguarda intentando acceder a un nivel superior. La constitución de una Europa política o de una Atlántida facilitaría al izquierdismo un punto de fijación. Llegado ese momento, la antimodernidad conocerá un nuevo avatar, designado por una nueva palabra>>.

 

¿"Evacuar" la ideología?

Hay mucho de verdadero en estas consideraciones, pero el análisis de partida de Jean Baechler es también más o menos ambiguo. Por una parte, reconoce que puede disociarse la política de la ideología (puesto que son obligatoriamente recíprocas: si toda política es ideológica, explícitamente o no, toda ideología entraña una política); por otra parte, Baechler deplora esta presencia de las ideologías, subestimando su influencia real. En buena lógica, intenta decir que el mejor sistema posible de gobierno es el sistema menos ideológico, es decir el menos político posible. Estamos ante una contradicción en los términos: no se puede "evacuar" la dimensión política de las sociedades; al contrario, si se "despolitiza" la autoridad del Estado, entonces la política resurgirá en otros dominios, y comenzará a invadirlo todo.

La reducción de la ideología a un cierto número de "núcleos", que serían las pasiones, no es del todo satisfactoria. Baechler está seguro de que las <<invariancias consustanciales a la psique humana>> cumplen un rol en la formulación de los sistemas ideológicos. Pero estas invariancias no bastan para describir la noción de <<estados de conciencia>>. Es también necesario tener en cuenta la existencia de mentalidades colectivas, de la existencia de una pluraridad de "formas de espíritu" que determinan visiones del mundo "ideológicas", sobre las cuales las pasiones ejercen una acción real, pero secundaria (de hecho, según Baechler, el estudio de la ideología sería un anexo de la psicología de los sentimientos). Baechler tiene razón en señalar que la especificidad del hombre, con relación a los animales, reside en <<el ensanchamiento del campo de las posibilidades y la misma posibilidad de elección entre esas posibilidades>> (<<La característica fundamental del hombre está en la pluralidad de sus elecciones. Esta posibilidad de elecciones funda la posibilidad de desacuerdos y divergencias, y por ende del conflicto>>; por ello, <<la esencia de lo político). Pero se olvida de añadir, según las épocas y los lugares, la configuración colectiva del "campo de lo posible" se presenta, potencialmente al menos, bajo formas diferentes, de tal forma que los "estados de conciencia" derivan de diferentes formas constitutivas del ver y de percibir el mundo.

En fin, la oposición entre "lo ideológico", que sería el dominio de las subjetividades y las pasiones, y la "ciencia", dominio de las certidumbres y de los hechos, no encierra en sí más que una parte de la verdad. Esta distinción reposa sobre la ilusión de la objetividad absoluta del proceso científico. Ahora bien, la perspectiva científica, que es una perspectiva del mundo (entre otras posibles), está lejos de encontrarse al abrigo de las ideologías, desde el momento en que no tiene en sí su propio fin, sino que es un medio al servicio de los hombres y de las sociedades constituidas por hombres. La ciencia, necesariamente, se dota de sentidos diferentes, casi siempre contradictorios. Por ello, en cierto nivel, contrariamente a lo que dice Jean Baechler, no es absurdo, por ejemplo, hablar, como lo hacen los teóricos marxistas, de "genética proletaria" y de "genética burguesa", porque el modo en que los hechos son organizados para hacerlos significativos cuenta tanto como los hechos mismos, y de este modo dependen ellos también, de "estados de conciencia" y de pasiones.

Epistemológicamente hablando, la ciencia no eliminada nada, finalmente, de la subjetividad. Por precisas que puedan ser nuestras apreciaciones científicas de la realidad siempre serán efectuadas a partir de nuestra posición particular en el mundo –y sabemos que la apariencia con que se revela el objeto observado depende también de la posición del observador.

Por lo demás, tal como lo demostró Karl Popper, no existen las "verdades científicas absolutas": solamente podemos hablar de proposiciones científicas consideradas verdaderas porque todavía no han sido refutadas. La idea de una ciencia total y completa no es una idea científica. Incluso Jean Baechler reconoce que <<Por el momento y por un futuro indeterminado, la ciencia debe coexistir con otras construcciones mentales>>.

Tal como escribe Oswald Spengler (El hombre y la técnica, 1958), toda teoría científica, en Occidente al menos, es a la vez, <<un mito relativo a la interpretación de las fuerzas de la naturaleza>> y una hipótesis de trabajo cuyo objeto es desvelar los secretos del universo a fin de hacerlos utilizables para fines determinados –de ahí el desarrollo de los métodos matemáticos y de experimentación.

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