POR LA CIENCIA

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Morín Edgar,
“Por la ciencia”,artículos aparecidos en Le Monde, 5, 6, 7 y 8 de enero de 1982,

e incluídos en Morín E, “Ciencia con conciencia”, Anthropos, Editorial del Hombre.

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I. La ciencia-problema

 

Desde hace tres siglos, la ciencia se dedicó a probar sus virtudes de verificación y descubrimiento respecto de los otros tipos de conocimiento, e indudablemente ha producido un fabulosos progreso en tal sentido. La ciencia puede resolver enigmas (es elucidante), satisfacer necesidades sociales y se revela como triunfante.

Sin embargo, esta ciencia plantea problemas graves en relación al conocimiento que produce, la acción que determina y la sociedad que transforma, pues con esa ciencia se puede sojuzgar a las personas y hasta aniquilar la humanidad. Lejos de separar una ciencia buena y una mala, debemos poder concebir la ciencia en toda su complejidad.

 

El lado malo

 

Se pueden mencionar cinco rasgos negativos del conocimiento científico:

1) La superespecialización, que implica la compartimentación y fragmentación del saber.

2) Las ciencias naturales excluyen el espíritu y la cultura y están disociadas de las ciencias del hombre.

3) Las ciencias sociales están muy especializadas y no alcanzan por ello a darnos una visión integral e interdisciplinaria del hombre mostrándolo como una realidad fragmentada.

4) La tendencia a la fragmentación, disyunción y esoterización del saber científico lleva a su anonimización, o sea, a convertirlo en un banco de datos que puede ser manipulado de cualquier forma, por ejemplo por el Estado. La ciencia deja de ser pensada y discutida.

5) Los poderes creados por la ciencia escapan al control de los mismos científicos, como lo indica el uso de la energía nuclear o la ingeniería genética por otros centros de poder.

Cuanto más crece la ciencia más crece la ignorancia, sus aspectos nocivos y la dificultad para controlar los efectos del conocimiento.

 

Una era histórica

 

Las interretroacciones entre los desarrollos científicos, técnicos, sociológicos, etc., son cada vez más estrechas y múltiples. Estas interrrelaciones se establecen entre cuatro cosas: ciencia, técnica, sociedad y Estado.

Por ejemplo la ciencia es experimental y como tal lleva a diseñar técnicas de manipulación, que luego serán utilizadas por el Estado para influír sobre la sociedad. Así, la técnica producida por la ciencia transforma la sociedad, y una sociedad tecnologizada a su vez transforma la propia ciencia.

 

Una doble tarea ciega

 

La ciencia está en el corazón de la sociedad y aunque se distingue muy bien de ella, es inseparable de la misma, o sea, todas las ciencias, incluso las físicas y biológicas, son sociales. No debe olvidarse sin embargo que todo lo antroposocial tiene un origen biofísico.

Es allí donde hay una doble tarea ciega: la ciencia natural no tiene ningún medio para concebirse como realidad social, y la ciencia antroposocial no tiene ningún medio para concebirse en su raíz biofísica. Más profundamente, la ciencia no controla su propia estructura de pensamiento: no puede conocerse ni pensarse a sí mísma. El científico puede reflexionar sobre su ciencia pero es una reflexión extracientífica que no tiene las virtudes verificadoras de la ciencia.

 

II. La verdad de la ciencia

 

El espíritu científico no puede pensarse a sí mísmo en tanto crea que el conocimiento científico es el reflejo de lo real. No obstante, numerosos autores (Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend) consideran que la ciencia tiene una zona ciega no científica, pero indispensable para su desarrollo, lo que implica que en rigor las teorías científicas no reflejan la realidad: son construcciones o invenciones que continuamente se están abandonando y creándose otras nuevas.

El conocimiento científico progresa en el plano empírico por aumento de las “verdades”, y en el plano teórico por eliminación de errores. El juego de la ciencia no es el juego de la posesión y ampliación de la verdad, sino el juego donde el combate por la verdad se confunde con la lucha contra el error.

 

La incertidumbre/certidumbre

 

El conocimiento científico es cierto pues se funda en datos verificados y puede hacer predicciones correctas, pero no por ello avanza hacia una gran certidumbre pues continuamente enfrenta el misterio de los infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, punto en el cual crecen las incertidumbres.

 

La regla del juego

 

Así, la ciencia no es sólo una acumulación de verdades verdaderas. Como indica Popper, es un campo donde se combaten las teorías. Este combate tiene sus reglas de juego: el respeto por los datos de la realidad, y la obediencia a criterios de coherencia lógica.

Pero de ello no debe suponerse que la ciencia está libre de las ideologías y cosmovisiones que la están determinando. El científico no es un hombre superior: tiene la misma propensión al error, especialmente en ciencias como la sociología donde la verificación experimental es casi imposible.

Lo que debe salvaguardarse para mantener la vida de la ciencia es la pluralidad conflictiva en el seno de un juego que obedece a reglas empírico-lógicas.

Surge así la necesidad de una ciencia capaz de reflexionar sobre sí mísma. Estamos en el alba de un esfuerzo de largo alcanza que requiere desarrollos nuevos, con el fin de permitir que la actividad científica pueda reflexionar sobre ella misma, es decir, autoinvestigarse, hacer una meta-ciencia.

 

III. Estamos viviendo una revolución científica?

 

Desde principios del siglo XX el conocimiento científico está renovándose con el surgimiento de nuevas teorías revolucionarias que ponen en tela de juicio el pensamiento simplificador previo basado en la reducción (reducir toda la realidad unificando lo diverso o múltiple) y en la disyunción (separar o aislar los objetos unos de otros y del observador y el entorno, y separar o aislar las disciplinas unas de otras).

 

La alternativa mutilante

 

El pensamiento simplificador mutila el conocimiento: o bien hace una disyunción (por ejemplo el vitalismo se niega a ver la determinación físico-química de lo viviente), o bien hace una reducción (reduce la complejidad de la vida a una serie de reacciones físico-químicas).

 

La crisis del principio clásico de explicación

 

Este principio clásico sostenía la idea de un universo totalmente determinista, pero desde el siglo XIX entra en crsis al comenzar a advertirse complejidades (no debidas a la simple apariencia o a nuesta ignorancia: la realidad ‘era’ realmente compleja) y contradicciones en lo real, y advertirse que la realidad con el observador forman una unidad interrelacionada.

El propio progreso del conocimiento científico necesita que el observador se incluya en su observación, que el concepto se incluya en su concepción, en suma, que el sujeto se introduzca de forma autocrítica y autorreflexiva en su conocimiento de los objetos.

 

Por un principio de complejidad

 

Morín sostiene la necesidad de plantear un principio de complejidad, más rico que el principio de simplificación basado en la disyunción / reducción, y que considere la comunicación entre el objeto y su entorno, la cosa observada y el observador.

Este principio de complejidad se esfuerza en abrir y desarrollar por doquier el diálogo entre orden, desorden y organización para concebir, en su especificidad, en cada nivel, los fenómenos físicos, biológicos y humanos. Busca integrar estos niveles intentando una visión poliscópica. Se trata también de buscar la comunicación entre los objetos y los sujetos que conciben esos objetos, generando un pensamiento apto para afrontar la complejidad de lo real que al mismo tiempo permita que la ciencia reflexione sobre sí mísma.

 

IV. Propuestas para la investigación

 

Por todo lo dicho, resulta deseable que se definan y reconozcan las siguientes tres orientaciones complementarias en la investigación científica:

 

1)      Que los caracteres institucionales (tecno-burocráticos) de la ciencia no ahoguen, sino que den cuerpo a sus caracteres aventureros. Por ejemplo, se observa que el mandarinato (designación de investigadores) y el sindicato (de investigadores) tienden a ocultar y reprimir la actividad de exploración, de cuestionamiento, de riesgo o aventura del investigador.

2)      Que los científicos estén capacitados para auto-investigarse, o sea que la ciencia pueda auto-estudiarse.

3)      Que se ayude o estimule a los procesos que permitan que la revolución científica en curso realice la transformación de las estructuras de pensamiento.

 

Un sistema inoptimizable

 

Este sistema de designaciones mencionado en el punto 1) tiende a designar como investigador no solo a los investigadores originales sino también a los fieles al sistema de los “señores feudales” de la institución, aunque no tengan el espíritu aventurero del científico.

Es realmente difícil elaborar un sistema que al mismo tiempo que gestione el funcionamiento de la comunidad científica,  permita la expresión de la libertad, la originalidad y la invención. Sabemos que un espíritu creativo, liberal, puede ejercer un “despotismo ilustrado” que favorezca la libertad y la creación, pero también sabemos que no podemos institucionalizar el principio del despotismo ilustrado; por el contrario, para evitar los peligros más graves del poder incontrolado, tenemos que instituír comisiones.

 

Proteger la desviación

 

La enorme máquina tecnoburocrática ofrece solamente inconvenientes. Solo cuando ella fracasa comienza a desarrollarse la innovación y la libertad de pensamiento, pero tampoco podemos esperar a que ella fracase ni tampoco crear un sistema ideal totalmente optimizable.

La solución pasaría por proteger la desviación, proteger y cuidar a quienes producen innovaciones, a quienes son creadores, creando un campo propicio para la discusión y el debate. Los esfuerzos debieran entonces dirigirse a: a) mantener y desarrollar un pluralismo teórico (ideológico, filosófico) en todas las comisiones e instituciones científicas, y b) proteger la desviación, tolerar o favorecer las desviaciones en el seno de programas e instituciones, aún a riesgo de que lo original sea simplemente extravagante.

 

Los dos dioses

 

Hoy el problema no es tanto dominar la naturaleza como “dominar el dominio de la naturaleza”, es decir, dominar o controlar el poder de la ciencia para dominar la naturaleza, ya que hoy en día parace estar descontrolado con el riesgo de llevarnos a la aniquilación.

Ello supondrá un control de los ciudadanos sobre el Estado que los controla y una recuperación del control por parte de los científicos sobre las consecuencias de aquello que crean. Esto último requiere una reforma en el modo de pensar, lo que a su vez depende de otras reformas.

Todo científico sirve al menos a dos dioses: la ética del conocimiento, que exige que se sacrifique todo a la sed de conocer, y el dios de la ética cívica y humana, la cual debe poder hoy recuperarse.

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