ÉTICA, POLÍTICA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

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Carlos Álvarez Teijeiro
Doctor en Comunicación Social, España.
Docente de la Universidad Austral de Buenos Aires

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CENTRALIDAD DEMOCRÁTICA DE LA CIUDADANÍA, DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y DE LA PRENSA. PROMESAS Y EXTRAVÍOS

 

Tanto en la época romana posterior a la era de Augusto como en nuestros días, la vida pública parece haberse reducido a una obligación formal. Habría que remontarse hasta la polis griega o la Roma clásica para encontrar un escenario en el que la condición ciudadana implicara una valoración prioritaria de la dimensión política, en el que pudiese reconocerse en la afirmación 'cives romanus sum' "un hecho mucho más profundo, más envolvente que el que significa en nuestro tiempo el dato jurídico de la nacionalidad".

De acuerdo con Sennett, la conjunción de los procesos citados trajo consigo una vuelta a lo privado junto con una relegación de la dimensión pública, que comienza a ser considerada como moralmente inferior. Este retorno al mundo de la privacidad, ya previsto por Tocqueville, cuando afirma que el individualismo estaba llamado a convertirse en uno de los rasgos más característicos de las sociedades democráticas, y que es juzgado ahora como 'degradación de la vida pública', puede constatarse igualmente en procesos que van desde las externas modificaciones experimentadas en la fisonomía urbanística de las grandes ciudades, como señala Augé, hasta las internas transformaciones de la intimidad y la identidad del yo, como señalan Elias o Giddens.

Tal visión pesimista del ciudadano de los países industrializados es abonada por los datos de las bajas cifras de afiliación a partidos políticos y sindicatos, los altos porcentajes de abstención electoral (porcentajes que, en los Estados Unidos de Norteamérica, llegan casi al 50 por ciento del censo) o la muy débil participación en los diversos mecanismos, a través de los cuales se articulan la presencia y control ciudadanos en la vida pública de la democracia.

Además, a ello se añaden -como correlato de esta actitud de desapego y desinterés hacia la 'res publica'- ciertas tendencias que indican una creciente falta de información acerca de las grandes cuestiones públicas, el desconocimiento de los líderes políticos, sus proyectos y programas, y la ignorancia de la naturaleza y modo de funcionamiento del sistema político y del lugar que en él ocupa el ciudadano.

En el mismo sentido, pero ideológicamente opuestos, habrán de expresarse algunos de los representantes de la Escuela de Frankfurt, para quienes la 'industria cultural' reduce al 'ciudadano' a la censurable categoría de 'consumidor', convertido en mera "coartada de la industria de las diversiones", dando lugar con ello a que el discurso de los medios -en una inflación cuantitativa- termina por sustituir su propio contenido.

Como se ve, no faltan voces que -ideológica e históricamente distantes- aspiran a vincular el auge y la crisis del sistema político democrático con la trayectoria particular de la institución de los medios de comunicación. Sin embargo, según Sfez, la recurrencia contemporánea al tema de la comunicación no puede sino explicarse como una suerte de empresa desesperada con la que se busca encontrar un elemento capaz de mantener el consenso cuando ya se han perdido tanto los criterios de legitimidad como los factores tradicionales de integración social.

Si esto es así, si el sistema de medios ha dejado de cumplir sus funciones originarias, quizás resulte de alguna ayuda el examen de aquella obra primera de Jürgen Habermas en la que de manera más específica aparece trazada la génesis histórica de la esfera pública burguesa. Con este recurso se busca comprender el papel desempeñado por los medios de comunicación en ese proceso y, muy especialmente, por la prensa escrita, al tiempo que se examinan críticamente las razones aducidas por el autor para explicar por qué los contemporáneos medios de comunicación no siempre están en condiciones de atender, de manera satisfactoria, a sus funciones institucionales y a las expectativas públicas vinculadas con ellas.

La prensa, como órgano crítico de ese nuevo público, se convierte así en 'fourth state', según la conocida expresión de Macaulay en la que afirma que "la galería del Parlamento en la que se sientan los periodistas se ha convertido en el cuarto poder del reino", poder que vendría a completar la tripartita división de poderes con la que Montesquieu culmina lo ya parcialmente sostenido por Locke.

Con la abolición de la 'Licensing Act', no sólo la publicidad burguesa comienza a desempeñar funciones políticas al convertir a la prensa en ese instrumento que impele ahora a que las decisiones políticas sean tomadas ante la nueva tribuna del público, sino que irá cobrando forma de consenso, en el seno de la teoría democrática liberal que va desde Montesquieu hasta los 'Founding Fathers' norteamericanos, la idea de que se hace necesaria una prensa libre y crítica como un componente esencial del sistema político.

La prensa vendría a situarse como la prolongación del Parlamento y como un elemento indispensable de la publicidad política y del 'right to know' de los ciudadanos, hasta el extremo de que llegará a considerarse que, sin ella, se haría imposible la transparencia en la que esencialmente debiera consistir un régimen democrático de gobierno, aquel en el que nadie posee ni el monopolio de la verdad ni el monopolio de la virtud y que se funda en la libertad.

Gracias a la actividad de la prensa, actividad que hará posibles las crecientes funciones de control político desempeñadas por el público raciocinante, las discusiones parlamentarias terminarán por convertirse en asunto de interés público. Este proceso traerá consigo el tránsito desde la 'opinion' a la 'public opinion' en la medida en que, merced a la publicidad de ciertos temas facilitada por la prensa misma, la opinión del público raciocinante deja de ser ya una simple 'opinion', equiparable a la mera 'inclination', para vincularse con las "reflexiones privadas acerca de los asuntos públicos y con la discusión pública de éstos".

Al decisivo papel desempeñado por la prensa en este proceso se añade, además, la influencia política de la formulación teórica de la 'Publizität' ilustrada, tal y como aparece en la filosofía del derecho y en la filosofía de la historia de Kant. Para el filósofo de Könnisberg, la publicidad hace las veces del vínculo capaz de armonizar la política y la moral, y esto tanto al modo de "principio de la ordenación jurídica" como al modo de "método de la ilustración".

La situación actual es aquella en la que "la publicidad es funcional tanto a la manipulación del público como a la legitimación ante él. La publicidad crítica es desplazada por la publicidad manipuladora". El deterioro del principio crítico de la publicidad significará, entre otras cosas, y por lo que al público (mediatizado) se refiere, que a éste sólo se lo reclame para aclamar una decisión y no para discutirla.

Pero el verdadero problema radica en que los medios de comunicación se hayan convertido en empresas con fines prioritariamente comerciales, y que necesiten de una específica protección política para alcanzar tales fines, lo cual los sitúa cada vez más ligados con el poder y el dinero, modos no discursivos de coordinación, y menos con la acción comunicativa.

En síntesis, que la dependencia económica de los medios de comunicación como instituciones de la publicidad no hace sino abrir de par en par las puertas a una publicidad crecientemente manipulada, publicidad en la que funciona -más que una opinión pública- "un plebiscito dispuesto a la aclamación". Así, "la conexión comunicativa de un público raciocinante constituido por personas privadas ha sido cortada; la opinión pública que otrora surgía de esa conexión ha sido en parte descompuesta en opiniones informales de personas privadas sin público, y en parte en opiniones formales de las instituciones publicísticamente activas. El público no está ya solicitado a través de la comunicación pública, sino que a través de la comunicación de las opiniones públicamente manifestadas, el público de las personas privadas no organizadas es reclamado por la notoriedad pública 'representativa' o manipulativamente desarrollada. En cambio, una opinión pública en el sentido estricto de la palabra sólo puede producirse en la medida en que los dos ámbitos comunicativos sean mediados por el ámbito de la notoriedad pública crítica".

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