HACIA UNA CONCEPTUALIZACIÓN DEL VALOR II

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Adela Garzón Pérez
Jorge Garcés Ferrer
Universidad de Valencia

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REINTERPRETACIÓN PSICOLÓGICA DEL VALOR

Una de las preocupaciones centrales de la ciencia psicológica ha sido encontrar un principio explicativo unificador de los diversos fenómenos de la actuación humana.  Desde que surge la Psicología como ciencia se han propuesto unidades o principios explicativos tan diferentes como los de facultades, instintos, impulsos, hábitos, necesidades, actitudes, etc.
Durante los siglos XVII y XVIII prevaleció la doctrina psicológica de las facultades, que pretendía dar una explicación global y unificadora de la naturaleza humana. Ésta se concibió como una unidad configurada por la existencia de diversas capacidades (potencias o facultades): memoria, atención, razón, etc.  Las diferencias individuales se atribuían a la fuerza de los «poderes de la mente», las cuales eran universales, innatas e independientes unas de otras.  Con posterioridad, en el siglo XIX, con los desarrollos, por un lado, de la Fisiología y, por otro, del pensamiento evolucionista darwinista, la Psicología o teoría de las facultades se sustituyó por una Psicología de corte más fisiológico, donde los conceptos centrales se relacionarían con los de instintos, hábitos e impulsos.
El desarrollo en Alemania de una Psicología experimentalista, cercana a los avances y desarrollo metodológicos de la Fisiología y la difusión de la teoría evolucionista en la Psicología inglesa, permitieron que la Psicología rompiera con su tradición especulativa y filosófica, y posibilitaron su acercamiento a las ciencias naturales: el pensamiento darwinista hizo posible la explicación de la acción humana a partir de los mismos mecanismos y principios que se utilizaban para explicar la conducta animal.  Psicólogos del mundo anglosajón (W.  James, MeDougall, etc.) incorporaron el concepto de instinto para explicar la complejidad de la acción humana.
El desarrollo de dos nuevas orientaciones psicológicas, la Psicología del Aprendizaje y la Psicología de la Personalidad, propició la aparición de un nuevo concepto que incorpora algunas de las características del instinto (activación del organismo y orientación de la conducta), y resuelve algunos de los aspectos problemáticos del mismo en su aplicación a la conducta humana: su carácter innato y estereotipado.  Este nuevo concepto es el de motivación.  Es un constructo psicológico que permite explicar los aspectos dinámicos y directivos de la conducta humana.  Desde la Psicología del Aprendizaje y la Psicología de la Motivación, el concepto de instinto como principio explicativo es sustituido por otros como los de necesidades, impulsos, tensión, etc.


Valores, subjetivismo axiológico y Psicología

El pensamiento axiológico, desarrollado desde la mitad del siglo XIX, que conceptúa el valor como un hecho psicológico, una vivencia o experiencia subjetiva que presupone una actividad preferencial en el sujeto que valora, tiene en la ciencia psicológica su reinterpretación y relectura: esta traducción de las tesis axiológicas subjetivas se produce precisamente en el marco de la Psicología de la Motivación: fue el abandono de la doctrina de las facultades de la Psicología Filosófica y el abandono de la teoría de los instintos lo que permitió a la Psicología elaborar constructos psicológicos que podían explicar el carácter preferencial y propositivo (dirección a metas) de la conducta humana.  Precisamente la dimensión preferencial y propositiva de la acción humana es uno de los aspectos centrales que puso de relieve la axiología subjetiva del siglo XIX.
En este sentido, no puede extrañar que las primeras interpretaciones psicológicas del estudio de los valores establecieran una relación directa entre el valor y una serie de conceptos psicológicos que destacan aspectos del concepto y definición del valor de las tesis subjetivas: deseo, necesidad, interés, etc.: todos ellos están enmarcados dentro de la llamada Psicología de la Motivación.  Es más, siguiendo este razonamiento podríamos apuntar hacia la tesis de que la problemática de los valores iniciada desde planteamientos filosóficos tiene una lectura y una traducción psicológicas.  Los aspectos orientativos, vivenciales y preferenciales del valor tienen una terminología específica dentro de la Psicología: la motivación.
Así pues, se puede insinuar, en contra posición a la idea tan extendida de que los valores no han sido una problemática central en la ciencia psicológica, que la problemática axiológica en torno a la naturaleza de los valores se incorporó ya en los inicios de la Psicología Científica; ahora bien, por un lado, su introducción se realizó desde una terminología diferente: la de la motivación humana, en la medida en que ello evitaba las críticas de los lazos de la Psicología con el pensamiento filosófico.  En este sentido, y, por otro lado, pensamos que los valores no se confundieron con los conceptos de necesidad, interés, motivos (una segunda idea muy divulgada), sino que éstos recogían la conceptualización de los valores que se había hecho desde una orientación axiológica de amplia tradición: el subjetivismo.
Un argumento de autoridad en favor de nuestra tesis sobre que el estudio de los valores ha estado presente en el desarrollo de la Psicología es el texto editado por Maslow y Sorokin (1959), que recopila el pensamiento de muy diferentes autores sobre la problemática de los valores.  El texto New knowledge in human values es exponente de la preocupación en el mundo intelectual de mitad del siglo XX por la aparente ausencia de un sistema de valores en las sociedades modernas y desarrolladas. 0, de otro modo, es reflejo de la preocupación por la transformación moral del hombre moderno.
Por otro lado, el texto es el resultado de la primera conferencia científica sobre valores, organizada por la «Research Society for Creative Altruism», de Massachusetts, que tuvo lugar a finales del año 1957.  Ello es manifestación de la preocupación del mundo científico por los avatares sociales (revueltas, cambios, institución de las democracias occidentales), los cambios económicos (modernización, revolución tecnológica) y los fenómenos políticos (los horrores de la Primera Guerra Mundial, la revolución soviética, holocaustos étnicos, Segunda Guerra Mundial, etc.), que originaron lo que muchos han denominado crisis de valores: la transformación moral del hombre (Sorokin, 1959).
Parece importante señalar este argumento de autoridad porque pone de manifiesto no sólo que el tema de los valores, bajo otra terminología, ha sido un problema de la existencia humana planteado en las ciencias sociales, y en concreto en la Psicología, sino porque también revela el cambio que el estudio de los valores va a tener con su incorporación a las ciencias sociales: los valores empiezan a fundamentarse en las condiciones sociales de la naturaleza humana.  Se abandona el enfoque especulativo y filosófico para adoptar una actitud más empírica: los valores se conceptúan a partir de las condiciones sociales e históricas en las que el hombre actúa.  Quizá el impacto de los avatares políticos y sociales que mencionamos haya sido un factor importante en este nuevo modo de abordar el tema de los valores.


Concepción humanista de los valores

Las primeras interpretaciones psicológicas del concepto del valor que, como hemos dicho, recogen las tesis axiológicas de corte subjetivo pueden integrarse dentro de una de las orientaciones desarrolladas en los inicios de la Psicología Científica: las interpretaciones o concepciones humanistas (Welsskopf, 1959).
La visión humanista de los valores parte de la idea de que éstos sólo pueden comprenderse dentro del marco de la naturaleza de la propia experiencia y existencia humana.  Esta idea es también compartida por otro tipo de orientación psicológica: la concepción naturalista.  Sin embargo, ambas difieren en el significado que le dan a la experiencia humana.  Para la Psicología humanista, la existencia humana trasciende el mundo de los hechos y realidades empíricas.  El hombre, a través de su imaginación, pensamiento, deseos, etc., trasciende el mundo de lo real, de lo existente, y en este sentido los valores deben conceptuarse a partir de esta capacidad inherente a la propia naturaleza humana.
Para las interpretaciones humanistas, la experiencia y la realidad humana incluyen no sólo los hechos psicológicos que tienen un correlato físico y empírico, sino también aquellas experiencias psicológicas que no pueden derivarse directamente de lo real, de los hechos observables y que le posibilitan trascender tanto sus condiciones sociales concretas como su propia entidad presente.
Para las interpretaciones humanistas existe un concepto que explica esa capacidad del sujeto de trascender la realidad y que fundamenta el concepto de valor: es el de autorrealización o autocumplimiento, en cuanto que expresa la tendencia del hombre a expresarse a sí mismo integrando el mundo de los hechos, de la realidad concreta con el mundo de los valores; es decir, es la integración de las realizaciones y de los proyectos.  La autorrealización es la unificación de esos dos mundos y antinomias: hechos y valores, y va acompañada de sentimientos de armonía, satisfacción, salud psicológica, sentimientos de identidad, creatividad, etc.
Autores como Maslow, Goldstein y Fromm utilizan este concepto para expresar la existencia de un sistema de valores que trasciende la realidad concreta y unifica lo que el hombre es con lo que puede (potencialidad) y quiere llegar a ser, posibilitando así el cumplimiento de la autorrealización.  Los valores no son más que la manifestación de esa tendencia del ser humano a expresarse y realizar sus potencialidades.  En este sentido tienen su fundamento y significación en el marco de la naturaleza intrínseca del ser humano.
Las teorizaciones de Maslow (1959) sobre la construcción psicológica de una teoría de los valores podrían interpretarse, dentro de este marco o concepción humanista, en la medida en que parte de la idea de que los valores están fundamentados en la propia naturaleza humana y en cuanto que plantea que el carácter definitorio de esta última es ante todo la realización y el cumplimiento de las capacidades y potencialidades del ser humano.
En Maslow puede encontrarse una relación directa entre necesidades, salud psicológica, valores y autorrealización.  Son precisamente las necesidades del ser humano las que orientan y regulan su orientación preferencial y conductual, tanto en relación con su propio desarrollo como con el entorno social en que se realiza.

Así, el autor señala: «Las necesidades básicas o valores básicos pueden entenderse tanto como medios y como fines hacia un único objetivo-fin.  El fin último es el autocumplimiento y la autorrealización del propio sí mismo» (1959, p. 124).
Plantea al mismo tiempo la existencia de una jerarquía u ordenamiento de los valores en la medida en que existe una jerarquía de necesidades que irían de las más básicas (de autoconservación) hasta las llamadas necesidades psicológicas interacción social, exploración del mundo exterior, etc.). Tal jerarquía de necesidades o valores presupone una interdependencia entre las mismas que marca tanto su fuerza e intensidad como su prioridad: sólo en la medida en que las necesidades más básicas son realizadas y satisfechas (determinadas por factores biológicos y constitucionales) pueden entonces aparecer y realizarse las necesidades superiores.
Por otro lado, Maslow señala que mientras las necesidades y valores más básicos son universales y comunes a diferentes individuos y culturas, las necesidades de nivel superior muestran mayor grado de diferenciación entre los individuos y entre las culturas.  La jerarquía de necesidades planteada por Maslow señala cinco grandes categorías:

1.      Necesidades biológicas (sueño, alimentación, etc.).
2.      Necesidades de conservación en el medio ambiente (regulación de las condiciones externas, clima, etc.).
3.      Necesidades de interacción (relación con otros, tipos y modos de relación, convivencia).
4.      Necesidades de exploración del mundo exterior (curiosidad, interés, experiencia estética).
5.      Necesidades espirituales (experiencia religiosa y amor en contraposición a la dominación y el poder, etc.).

Los valores o necesidades más superiores o últimas no son reductibles.  Maslow los denomina valores ónticos (1962): es decir, valores-metas que son intrínsecos a la propia naturaleza humana: son los valores del ser.  En su libro Religions, value and Peak Experiencies, enumera una lista de valores ónticos entre los que señala la belleza, la perfección, la verdad, etc.  Dentro de su teoría de la personalidad, estos valores son metanecesidades.  Cuando una persona no logra alcanzarlos se produce la ausencia de salud psicológica, dando lugar, según su terminología, a la metapatología.

El concepto de autorrealización no es sólo un estado psicológico, sino fundamentalmente un proceso dinámico por el que las personas logran realizar sus propias potencialidades a través de las elecciones que en el curso de la vida efectúan y que tienen que ver tanto con él mismo o su identidad, como con el mundo y entorno de relación social.
Para Maslow, como para otros psicólogos de esta orientación humanista, la actualización como valor último está estrechamente relacionada con la salud psicológica en la medida en que desarrolla o conlleva un estado vital de armonía, un¡dad de personalidad, expresividad espontánea, etc.  Así enumera una serie de indicadores de la salud psicológica y, por tanto, de la autorrealización:

-       Mayor claridad y percepción eficiente de la realidad.
-       Mayor apertura a la experiencia.
-       Integración y unicidad de la persona.
-       Espontaneidad y expresividad.
-       Un sí mismo (selt) real, una identidad firme y una autonomía.
-       Objetividad incrementada, trascendencia del self.
-       Mayor creatividad.
-       Habilidad para integrar lo concreto y lo abstracto, los procesos de cognición primarios y secundarios.
- Una estructura o talante democrático,
- Capacidad para amar, etc.

En resumen, la autorrealización como valor último es un constructo psicológico que incorpora diferentes aspectos de esa tendencia del sujeto humano a desarrollar al máximo sus potencialidades.  El papel del ambiente, de las condiciones sociales y culturales es el de crear una situación que permite o no a las personas llegar a conseguir ese último valor, y no son simplemente un mecanismo de control y frustración de las tendencias del hombre hacia su autorrealización.  En este sentido, es evidente que la concepción de los valores en el pensamiento de Maslow es o puede situarse dentro de las coordenadas de un fenómeno psicológico de carácter motivacional e individual, que se relaciona con el desarrollo y cumplimiento de las propias capacidades y potencialidades humanas.
En una línea similar a la de Maslow, ien cuanto sus implicaciones para la concepción psicológica del valor, se puede situar el pensamiento de Goldstein (1959).  En contraposición a la Psicología asociacionista y elementalista de los años treinta, Goldstein señala la necesidad de construir una teoría integradora de la actuación humana.  No obstante, es cierto que su teoría, al igual que la de Maslow, es más una actitud, un programa, que un cuerpo conceptual sistematizado y operacionalizable.
Goldstein rechaza las tesis naturalistas de que la supervivencia sea el valor último de la actuación humana: para la actualización y el desarrollo de la naturaleza esencial del ser humano es importante la supervivencia en cuanto que garantiza la mera existencia, pero no es esencial para el desarrollo de las potencialidades humanas.  Los valores son conseguir el desarrollo de sus potencialidades (Goldstein, 1959).  En este sentido, los valores no se relacionan con contenidos específicos ni son inherentes a objetos, situaciones o personas, sino que son la expresión y vivencia de una adecuación entre la naturaleza de¡ hombre y la naturaleza del mundo.
Se puede decir que Goldstein mantiene una concepción interaccionista de los valores en cuanto son un constructo psicológico que describe y explica el modo en el que el sujeto se relaciona con su medio (ambiental y social).  La autorrealización es el valor último que supone la perfecta armonía y adecuación entre las capacidades del hombre y las exigencias del mundo. Tanto las condiciones biológicas (de supervivencia) como las condiciones u organización social son factores importantes en el desarrollo de la autorrealizacion, pero de ningún modo son valores en sí mismos, sino sólo en la medida en que facilitan o inhiben el logro de la actualización de las potencialidades del hombre.
Desde una orientación psicológica diferente, E. Fromm comparte algunos de los fundamentos teóricos de la concepción humanista de los valores.  Para Fromm (1959), los valores sólo tienen sentido dentro del marco de las condiciones de la existencia humana: para llegar a una teoría de los valores es necesario conocer las características y condiciones del ser humano.  En definitiva, una teoría de los valores pasa por la construcción de una teoría psicológica de la actuación humana.  Otro aspecto que comparte con la concepción humanista de los valores es la idea de que la existencia y la experiencia humanas trascienden la mera realidad del presente, de los hechos concretos y observables; sin embargo, E. Fromm destaca la necesidad del hombre de llegar a desarrollar su propia identidad personal o individuación: la conciencia de la propia individualidad.  La necesidad de un sentido de identidad personal es una de las condiciones fundamentales de la existencia humana, y la conducta orientativa del hombre se fundamenta en esa búsqueda de identidad (J.  Burillo, 1985).
Los valores están así relacionados con las formas en que tal necesidad o necesidades de la naturaleza humana se concretan: así, la necesidad de relacionarse con otros puede realizarse por medio de la sumisión, la dominación o el amor (independencia, autonomía e integridad).  La tendencia a la trascendencia puede desarrollarse mediante la creatividad o la destrucción.  Sólo el amor y la creatividad llevarían al logro de esa necesidad de ¡dentidad y autonomía.  Por último, el tercer aspecto que comparte con Maslow y Goldstein es que la satisfacción adecuada de tales necesidades existenciales supone una conducta orientativa (valores) determinada, que conlleva un estado de salud psicológica.
En resumen, se puede plantear que una de las orientaciones teóricas iniciales en la interpretación psicológica de los valores se enmarca dentro de:

1.      Una concepción holística, global de la naturaleza humana.
2.      Un planteamiento general de que la existencia humana no se agota en el mundo de los hechos y de las condiciones del presente, sino que trasciende dicha realidad a través de la experiencia interna.
3.      Un marco o concepción motivacional (la conducta humana está orientada, es propositiva: autorrealizacion, necesidades, identidad) e individual.  La actuación humana es propositiva y a la vez su orientación es fundamentalmente individual, sin que ello presuponga que los factores y condiciones sociales no tengan un papel central.
4.      Un postulado sobre que las condiciones tanto biológicas (de supervivencia, conservación, etc.) como sociales y culturales son factores que intervienen en la conducta orientativa del hombre, pero en ningún momento pueden verse como el fundamento de los valores.

Dentro de estas interpretaciones psicológicas y desde el contexto de la Psicología de la Motivación y de la Personalidad, el cuestionario sobre valores elaborado por Allport y Vernon es quizá el intento de operacionalización que más repercusiones ha tenido, aun cuando su concepción implícita de los valores como motivos o intereses haya sido fuertemente criticada en los desarrollos posteriores.


Los valores como intereses

Allport, influido por el pensamiento del filósofo alemán E. Spranger (1922), recoge la tipología que éste hizo de patrones o categorías diferenciales de conductas orientativas y que le llevó a establecer una categorización o modelos de hombre: teórico (racional, lógico), económico (utilitario, hedonista), estético (belleza, armonía), social (relaciones personales y sociales), político (poder, dominio), y religioso (unidad, trascendencia).  A partir de esta clasificación de Spranger, Allport y Vernon (1931), y, con posterioridad, Allport, Vernon y Lindzey (1960) elaboraron un cuestionario denominado Study of Values para analizar los juicios preferenciales y medir el grado en que éstos estaban determinados por los diferentes tipos de valores e intereses.  El cuestionario consta de 30 elecciones en su primera parte y de 15 en la segunda, que tienen relación con el contenido de la tipología de valores establecida por Spranger.
Para Allport, dichos tipos son esquemas de comprensión que representan los tipos ideales (valores), los modos preferenciales de orientarse en el mundo que unifican la personalidad de la persona humana.
El llamado tipo teórico hace referencia a un conjunto de valores e intereses que expresan la preferencia de las personas por el mundo de las ideas y del conocimiento.  Son personas orientadas hacia la búsqueda de la verdad.  Su motivo central es el conocimiento y la comprensión intelectual del mundo.
En el llamado modelo económico, la persona se orienta preferencialmente por aquello que es útil.  Este tipo de valor o interés se fundamenta o tiene su origen en la satisfacción de necesidades corporales, pero incluye también necesidades sociales y económicas: es la búsqueda del triunfo del conocimiento aplicado y práctico.
El modelo estético se orienta fundamentalmente por el valor de la armonía y la forma.  Valora y vivencia su relación con las personas, los objetos y las situaciones desde el punto de vista de la belleza, la armonía, etc.  Tiende al individualismo y a la autosuficiencia, no le interesa tanto el conocimiento como su forma de expresión y la vivencia del mismo.
Para el modelo de hombre social, el valor central y último es el de las relaciones con otras personas.  Este modelo de hombre en su forma más pura es aquel que se olvida de su propia conveniencia, y es en consecuencia bueno y altruista.
El hombre político está guiado por la búsqueda y obtención de poder.  Su conducta está siempre orientada por el dominio y el poder: son personas altamente competitivas; buscan el prestigio y el reconocimiento social.
Por último, el modelo religioso se rige y se orienta ante todo por la búsqueda de la unidad.  Se identifica con una entidad sobrenatural Y superior a través de la cual vivencia el valor de unidad.
En cada uno de estos modelos existe un valor o interés central que orienta las pautas preferenciales y desarrolla un estilo personal, no sólo de relacionarse con el mundo, sino también de interpretarlo.  Allport conceptúa los valores dentro del marco de las fuerzas motivacionales que regulan los patrones preferenciales de conducta.  Contienen elementos tanto cognitivos (en cuanto que presuponen esquemas interpretativos del mundo) como evaluativos y conductuales, aun cuando hace mayor hincapié en las dimensiones motivacionales (interés).  Así, señala: una vez que se ha formado un sistema de intereses, éste no sólo crea una situación tensional que puede ser suscitada con facilidad y conducir a una conducta manifiesta [ ... ], sino que también actúa como un agente silencioso que selecciona y dirige todo el comportamiento vinculado a él» (Allport, 1937, p. 219).  Los valores son, pues, fuerzas motivacionales centrales en el desarrollo de la dinámica de la conducta y tienen un papel central en la configuración unificada de la personalidad.
Para Allport, uno de los aspectos más interesantes de la tipología establecida por Spranger es que permite la observación y medición de la conducta orientativa de los sujetos: permite realizar estudios empíricos y ver en qué grado una persona o grupo participa en una o varias de tales orientaciones de valores.  Así, en algunos de los estudios comparativos con diferentes muestras, realizados por Allport y Vernon, se ha puesto de manifiesto la tendencia a producirse constelaciones o covariaciones entre las seis categorías de orientación de valores: parece que existen relaciones entre los valores teóricos y los estéticos; por otro lado, entre los económicos y políticos, y, por último, entre los sociales y los religiosos.
En esta línea son también interesantes los estudios empíricos que inició el mismo Allport para analizar las posibles relaciones entre prejuicio Y orientación de valor religioso.  No vamos a introducirnos en esta problemática de las relaciones entre actitudes, comportamientos sociales y orientaciones de valor; no obstante, nos parece interesante señalarlos en la medida en que son un indicador de la nueva interpretación de la axiología o estudio de los valores que se está realizando paulatinamente desde el punto de vista de las ciencias sociales: la nueva interpretación de los valores como un constructo interdependiente y relacionado con otras estructuras y procesos que configuran la naturaleza y la actuación humanas.
De algún modo, las ciencias sociales han posibilitado dos fenómenos que son importantes, tanto para construir una teoría científica de los valores como para los propios conceptos teóricos explicativos de la acción social:

1.      Por un lado, el que los valores no puedan concebirse como algo independiente y ajeno al resto de los procesos del desarrollo humano (individual y social).  Cada vez más, las ciencias sociales están construyendo un concepto del valor que no puede separarse, o no tiene significado si no es en el marco de otros procesos, mecanismos y estructuras psicológicas y sociales.
2.      Y, por otro, las ciencias sociales han posibilitado la traducción operativo de los planteamientos axiológicos iniciales haciendo hincapié en su interconexión, más o menos directa (no presupone causalidad), con la conducta personal y colectiva.  En este sentido, los valores pueden entenderse, en términos generales, como actos empíricos preferenciales.

La escala de valores de Allport y Vernon propició la aparición de estudios psicológicos empíricos del sistema de valores: Luria (1937) realizó un análisis factorial de dicha escala y obtuvo cuatro factores fundamentales que concuerdan básicamente con las dimensiones o tipología de valores formulada inicialmente por Spranger: un primer factor de sociabilidad y altruismo; un segundo factor que aglutina los tipos de orientación económica y política; los dos restantes se corresponden con los modelos teórico y religioso.
En 1932 Thurstone encontró relaciones entre algunos factores de diferentes escalas de intereses, por un lado, y, por otro, la tipología de Spranger y el cuestionario de Allport y Vernon.  Formuló cuatro categorías de intereses: interés por la ciencia, por el lenguaje, por las personas, y por los negocios.
En esta misma línea de proliferación de estudios empíricos relacionados con la conducta orientativa y su relación con el comportamiento, se puede situar un área de investigación muy clásica en la Psicología social: la percepción social, en la que psicólogos sociales y psicólogos experimentales han desarrollado trabajos que ponen de manifiesto la influencia de los sistemas de valores en los procesos de percepción.

 

Los modelos naturalistas en la concepción del valor

Otra aproximación teórica en el pensamiento moderno, y que también quedó reflejada en la conferencia sobre valores, realizada por la "Research Society for Creative Altruism", está más cercana al pensamiento naturalista y a los intentos de aplicar la Filosofía y la metodología de las Ciencias Sociales al estudio del hombre.
Como señalábamos con anterioridad, esta aproximación teórica comparte con la concepción humanista el postulado de que los valores no pueden plantearse fuera del contexto de la realidad y existencia humana.  Sin embargo, difieren en el concepto de la misma: para los naturalistas, los hechos empíricos son lo único que configura la existencia humana, los que definen la naturaleza y existencia del hombre; cualquier otro tipo de fenómeno (pensamiento, imaginación, deseos, etc.) debe ser ratificado por los datos empíricos, por la observación factual.  En contraposición a las tesis humanistas, el valor u orientación preferencial central y definitorio de la existencia humana va a ser la supervivencia.  En este sentido, los valores aparecen como instrumentos de evolución: el mismo Skinner señalaba la supervivencia como el valor supremo en la conducta humana.
Planteamientos de autores como Bronowski, Margenau o el mismo A. Moles pueden integrarse dentro de esta tendencia.  Este último representa una de las tendencias actuales en el estudio de los valores que integra éstos dentro del estudio y problemática de calidad de vida.  Se puede pensar que el tema de la supervivencia como valor se ha reinterpretado en el pensamiento actual como un problema de la calidad de vida.  A. Moles (1959) plantea dicha problemática desde un punto de vista antropocéntrico, en el sentido de que la relaciona con los valores subjetivos del individuo o los juicios valorativos y preferenciales sobre las condiciones ambientales y los patrones conductuales que va desarrollando: la reactividad que las condiciones externas generan en los individuos.
Para Moles, el valor podría entenderse operacionalmente como el grado de satisfacción que las condiciones ambientales producen en los individuos.  Tal satisfacción guarda relación tanto con la obtención de metas como con la realización de actos y con la percepción individual o colectiva sobre la medida en que las condiciones ambientales inhiben o posibilitan el poder y control sobre la naturaleza, aumentan la libertad, etc. (en definitiva, lo que él mismo denomina percepción de la calidad del ambiente vital). ,
Partiendo de esta formulación general sobre el concepto o interpretación de la calidad de vida, Moles intenta construir una interpretación de los factores del medio ambiental (físico y social), recogiendo la jerarquía de necesidades (valores) de Maslow y quitándole esta ideología humanista que la sustenta.  Construye una tipología o categorías de la calidad de vida (basadas en la jerarquía de necesidades de Maslow) y establece unos índices globales de medida de la misma.

Así, algunos indicadores de las necesidades biológicas y de conservación los reinterpreta a través de características del ambiente espacial, conservación del mundo exterior, homeostasis del mundo extensión, riqueza y estabilidad del medio ambiente, preservación y mantenimiento del mismo.  Dentro del grupo de necesidades de interacción social estarían los siguientes indicadores: disponibilidad y potencialidad de interacción en los diversos ambientes, modos de interacción, sistema de telecomunicaciones, polución y control social (seguridad contra la violencia social, sistemas de defensa, etc.). Por último, en la constelación de necesidades de exploración del mundo exterior señala índices como: fuentes de contactos, diversidad y riqueza de las interacciones, posibilidades
y mantenimiento de las mismas, etc.
La calidad de vida guarda relación tanto con las valoraciones del individuo sobre las potencialidades y riqueza del medio ambiente como con los modelos de comportamiento de los individuos que se derivan.  En resumen, es un intento de reinterpretar el modelo de necesidades de Maslow quitándole todo el contenido ideológico-humanista, y canalizando el tema de los valores por la problemática de las posibilidades que la calidad de vida ofrece a los individuos.  En el fondo puede también verse como un modelo actual de comprender el tema de la supervivencia.  De un modo u otro, lo que es claro es su definición conductual y reactiva de los sistemas orientativos de los sujetos humanos

En un sentido similar, es decir, la concepción de los valores a partir de realidades empíricas y de condiciones ambientales, puede interpretarse la analogía que Pelechano (1982) establece entre refuerzo y valores; sostiene esta analogía en relación a que: tanto uno como otro se derivan de procesos de aprendizaje; una vez que se han establecido, controlan u orientan las conductas específicas; su carácter es estable, sin que ello suponga la imposibilidad de cambios.  Así, podría formularse la tentativa teórica de asimilar los valores a refuerzos secundarios, aprendidos en la medida que llega 1 n a controlar la conducta [ ... ] y su relación con ella no es ni directa, ni lineal» (1982, P. 10).  Otro aspecto que señala para establecer dicha tentativa teórica es su dimensión de relatividad en el sentido de que ni los valores ni los refuerzos son universales, ni tampoco invariantes.
En resumen, desde esta interpretación teórica naturalista de los valores se establece una equivalencia funcional de éstos con la Psicología del refuerzo, en cuanto que ambos:

1.      Son procesos que ejercen control direccional de la conducta.
2.      Ambos se fundamentan en las condiciones ambientales y a partir de procesos de aprendizaje.
3.      Tienen una relación compleja (no lineal) con las conductas específicas.  Refuerzo y valor están mediatizados por estructuras cognitivas de elaboración y representación.

La conclusión es que dicha equivalencia funcional puede dar sentido a que, a partir de la Psicología del aprendizaje, en la medida que ha desarrollado un conjunto de leyes y mecanismos por las que las conductas pueden ser aprendidas y modificadas, se construya una metodología de trabajo para el estudio científico de los valores y, sobre todo, del cambio de valores.


Interpretaciones desde lo biológico y genético

Por último, otra tendencia de acercamiento psicológico al estudio de los valores está integrada por autores que, desde muy diferentes disciplinas y orientaciones, intentan proporcionar o fundamentar algunas dimensiones biológicas y genéticas en el proceso de adquisición de sistemas de valores.

Así, Sperry (1982) plantea las implicaciones que el desarrollo de la neurofisiología y los cambios actuales en los conceptos de mente y conciencia tienen para la interpretación científica de la conducta orientativa o axiológica de individuos y colectivos.  Fundamentalmente, hace hincapié en cómo los avances de la neurofisiología han posibilitado la interpretación y elaboración de información como marcos de referencia y de conocimiento que van a canalizar las prioridades axiológicas del hombre.  Marcos de referencia que son <selecciones preferenciales» en la conceptualización y visión del mundo y no meras realidades empíricas: el procesamiento que clásicamente se denominó de arriba-abajo ha permitido esta nueva visión de los procesos cognitivos-evaluativos del ser humano.
Sperry parte de la idea de que los valores pueden entenderse como denominadores comunes y universales de la naturaleza humana: es decir, determinantes universales de cualquier toma de decisión, e entendiendo que esta última es un pro eso valorativo y de elección de alternativas.  Ahora bien, cualquier estudio de los valores, entendidos en este sentido, está estrechamente relacionado con conceptos tales como conciencia de uno mismo, experiencia consciente, elaboración de información en la medida que éstos desempeñan un papel central y directivo en la configuración de patrones de excitación cerebral: en definitiva, que la visión del mundo que conlleva una actividad cerebral a niveles físico-químicos y fisiológicos está reemplazada por otras formas y mecanismos de control que surgen de los niveles del procesamiento mental consciente.  Desde los nuevos desarrollos de la neurociencia, el control causal que la Fisiología había situado en los niveles estrictamente físicos se sitúa ahora en el procesamiento de arriba-abajo, o, si se quiere, en la determinación de la conciencia subjetiva, consciente y cognitiva.  Una implicación de esta nueva visión de entender las relaciones mente-cuerpo o mente-cerebro es romper con el determinismo fisicalista (el procesamiento de abajo-arriba) de las posiciones naturalistas en el campo de la neurociencia.
Desde su posición epistemológica de un monismo mentalista, Sperry (1977) señala el carácter interno y de experiencia consciente que tienen los marcos preferenciales de los sujetos y apunta a las posibles implicaciones que el desarrollo de una ciencia como conocimiento, y no como mera técnica, puede tener no sólo para el estudio científico de los valores, sino también para la propia concepción epistemológica de la ciencia y de la naturaleza humanas.
Por último, desde el campo del estudio de las actitudes sociales, autores como Eysenck y Rokeach han intentado construir una interpretación psicológica de los valores, pero así como el último llega a una concepción cognitivo-motivacional de los valores, Eysenck se centra en plantear abiertamente la problemática de las bases genéticas, entre otros factores, que fundamentan los sistemas de valores.  Dejaremos las formulaciones de Rokeach de momento y nos centraremos en analizar las interpretaciones geneticistas formuladas por Eysenck.
En la medida en que los intereses, actitudes y valores pueden interpretarse desde el marco de la Psicología de la personalidad como variables o dimensiones, es perfectamente lícito formular la existencia de posibles determinantes genéticos de los mismos.  Algunos estudios de Eysenck (1978) se han dirigido a fundamentar la tesis de la posibilidad de que los factores genéticos pueden explicar parte de las diferencias individuales encontradas en sus actitudes sociales y valores (Belloch, 1985).

La fundamentación genética de los valores se manifiesta a través de variables de personalidad.  En esta línea podrían establecerse relaciones entre extraversión y sistema de valores prácticos y orientados hacia lo social, mientras que la introversión fundamentaría un sistema de valores teórico y no orientado socialmente (hacia lo exterior, las relaciones sociales, etc.). Las diferencias individuales en la dimensión de estabilidad-neuroticismo, según Eysenck (1982), tienen una fundamentación en la actividad de¡ Sistema Nervioso (sistema límbico), mientras que las diferencias de extraversión-introversión se deberían a la actividad diferencial de la formación reticular (los introvertidos con alto nivel de activación en contraposición a la activación menor de los extrovertidos).
La formulación de Eysenck es biosocial en cuanto que sostiene una interdependencia de factores genéticos, variables o dimensiones de personalidad, y condiciones ambientales en la configuración de las conductas axiológicas y preferenciales del ser humano.
En resumen, se puede decir que la problemática axiológica iniciada en el siglo XIX ha sido incorporada a las ciencias sociales, y en concreto a la Psicología, posibilitando una reinterpretación de la concepción de los valores.  La nueva lectura de dicha problemática tiene algunos aspectos generales, al margen de las diferentes concepciones desde las que se ha planteado: por un lado, la traducción empírica de las formulaciones subjetivas y objetivas de la axiología, y, por otro, su incorporación al contexto de la naturaleza y dimensiones de la conducta humana en su sentido más genérico y amplio.  Al margen de las diferentes interpretaciones, los valores se entienden como marcos preferenciales empíricos.  En las primeras interpretaciones psicológicas, tales marcos preferenciales se han formulado desde una psicología individual y un contexto afectivo-motivacional.

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