EL FEUDALISMO

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El feudalismo
El Sacro Imperio Románico Germánico
Los Mongoles antes de Gengis Khan
La caída del Imperio Romano de Oriente

La Crisis de la sociedad feudal

 

ORIGENES Y EVOLUCION DEL FEUDALISMO

INTRODUCCIÓN 
Fue un sistema contractual de relaciones políticas y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental durante la alta edad media. El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar, contrato sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones entre los señores y sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras con el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.

 

ORÍGENES
Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente pusieron también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios, formados con guerreros que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un botín. Vivían de la tierra y combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez. Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el Pajarero de Germania, cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir a sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran acciones de caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total seguridad esto ocurrió en el siglo XI. Véase Orden de caballería.

Origen del sistema: Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía años de práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le otorgó fincas (explotadas por braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas tierras, denominadas 'beneficios', eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos, a su vez, fueron llamados 'vasallos' (término derivado de una palabra gaélica que significaba sirviente). Sin embargo, los vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios se rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que seguían a la corte. Con la desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos personajes poderosos se esforzaron por constituir sus propios grupos de vasallos dotados de montura, a los que ofrecían beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados más pobres se vieron obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío de los más poderosos, recibiendo a cambio los beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos sirvieran a sus señores.

Feudalismo clásico Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es denominada feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue sólo hacia el año 1000 cuando el término 'feudo' comenzó a emplearse en sustitución de 'beneficio' este cambio de términos refleja una evolución en la institución. A partir de este momento se aceptaba de forma unánime que las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y pagara un impuesto de herencia llamado 'socorro'. El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino también un juramento especial de homenaje al señor feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el feudalismo se convirtió en una institución tanto política como militar, basada en una relación contractual entre dos personas individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.

Causas de la aparición del sistema feudal La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta situación; al contrario, la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en la autoridad de una sola persona y no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de señores individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier autoridad soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores renunciaban a parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la dirección de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su utilidad local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías.

 

PLENITUD
El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales. España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII, al igual que el sur de Francia, el norte de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samurais japoneses los que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los sogunes de la familia Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa occidental.

Características

En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe soberano -bien el rey, el duque, el marqués o el conde- que la recibía "de nadie sino de Dios". El príncipe cedía los feudos a sus barones, los cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que prestaban su ayuda política y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus feudos a caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la extensión de las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida por el rey. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.

Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que "el señor de mi señor no es mi señor" de ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran juramento de fidelidad.

Obligaciones del vasallo

La prestación militar era fundamental en el feudalismo, pero estaba lejos de ser la única obligación del vasallo para con su señor. Cuando el señor era propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos que lo guarnecieran, en una prestación denominada 'custodia del castillo'. El señor también esperaba de sus vasallos que le atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que afectaban a otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus vasallos le ofrecieran ayuda financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre los señores y sus vasallos por los servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la Carta Magna definió las obligaciones de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar ayuda económica al monarca salvo en tres ocasiones: en el matrimonio de su hija mayor, en el nombramiento como caballero de su primogénito y para el pago del rescate del propio rey. En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda extraordinaria: la financiación de una Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar como consejeros condujo a los vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las decisiones del señor que les afectaran en cuestiones militares, alianzas matrimoniales, creación de impuestos o juicios legales.

Herencia y tutela

Otro aspecto del feudalismo que requirió una regulación fue la sucesión de los feudos. Cuando éstos se hicieron hereditarios, el señor estableció un impuesto de herencia llamado 'socorro'. Su cuantía fue en ocasiones motivo de conflictos. La Carta Magna estableció el socorro en 100 libras por barón y 5 libras por caballero; en todo caso, la tasa varió según el feudo. Los señores se reservaron el derecho de asegurarse que el propietario del feudo fuese leal y cumplidor de sus obligaciones. Si un vasallo moría y dejaba a un heredero mayor de edad y buen caballero, el señor no tenía por qué objetar su sucesión. Sin embargo, si el hijo era menor de edad o si el heredero era mujer, el señor podía asumir el control del feudo hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la heredera se casara con un hombre que tuviera su aprobación. De este modo surgió el derecho señorial de tutela de los herederos menores de edad o de las herederas y el derecho de vigilar sobre el matrimonio de éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor se eligiera a sí mismo como marido. La viuda de un vasallo tenía derecho a una pensión de por vida sobre el feudo de su marido (por lo general un tercio de su valor) lo que también llevaba a provocar el interés del señor por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En algunos feudos el señor tenía pleno derecho para controlar estas segundas nupcias. En el caso de muerte de un vasallo sin sucesores directos, la relación de los herederos con el señor variaban: los hermanos fueron normalmente aceptados como herederos, no así los primos. Si los herederos no eran aceptados por el señor, la propiedad del feudo revertía en éste, que así recuperaba el pleno control sobre el feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o cederlo a cualquier caballero en un nuevo vasallaje.

Ruptura del contrato

Dado el carácter contractual de las relaciones feudales cualquier acción irregular cometida por las partes podía originar la ruptura del contrato. Cuando el vasallo no llevaba a cabo las prestaciones exigidas, el señor podía acusarle, en su corte, ante sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a su par, entonces el señor tenía la facultad de confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control directo. Si el vasallo intentaba defender su tierra, el señor podía declararle la guerra para recuperar el control del feudo confiscado. El hecho de que los pares del vasallo le declararan culpable implicaba que moral y legalmente estaban obligados a cumplir su juramento y pocos vasallos podían mantener una guerra contra su señor y todos sus pares. En el caso contrario, si el vasallo consideraba que su señor no cumplía con sus obligaciones, podía desafiarle -esto es, romper formalmente su confianza- y declarar que no le consideraría por más tiempo como su señor, si bien podía seguir conservando el feudo como dominio propio o convertirse en vasallo de otro señor. Puesto que en ocasiones el señor consideraba el desafío como una rebelión, los vasallos desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar preparados para una guerra que podían perder.

Autoridad real Los monarcas, durante toda la época feudal, tenían otras fuentes de autoridad además de su señorío feudal. El renacimiento del saber clásico supuso el resurgimiento del Derecho romano, con su tradición de poderosos gobernantes y de la administración territorial. La Iglesia consideraba que los gobernantes lo eran por la gracia de Dios y estaban revestidos de un derecho sagrado. El florecimiento del comercio y de la industria dio lugar al desarrollo de las ciudades y a la aparición de una incipiente burguesía, la cual exigió a los príncipes que mantuvieran la libertad y el orden necesarios para el desarrollo de la actividad comercial. Esa población urbana también demandó un papel en el gobierno de las ciudades para mantener su riqueza. En Italia se organizaron comunidades que arrebataron el control del país a la nobleza feudal que incluso fue forzada a residir en algunas de las urbes. Las ciudades situadas al norte de los Alpes enviaron representantes a los consejos reales y desarrollaron instituciones parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones de gobierno, al igual que la nobleza feudal. Con los impuestos que obtuvieron de las ciudades, los príncipes pudieron contratar sirvientes civiles y soldados profesionales. De este modo pudieron imponer su voluntad sobre el feudo y hacerse más independientes del servicio de sus vasallos.

 

DECADENCIA
 El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, 'tasas por escudo') a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que normalmente tenían una duración de meses o años. Este 'feudalismo bastardo' estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.

Fuente Consultada: Enciclopedia Encarta 2000

 

El Sacro Imperio Románico Germánico

Historia Medieval Tomo II Editorial Kapeluz                       

El Sacro Imperio Romano Germánico (en alemán: Heiliges Römisches Reich Deutscher Nation «Sacro Imperio Romano de Nación Alemana»; o Sacrum Romanum Imperium Nationis Germaniae en latín) fue la unión política de un conglomerado de estados de Europa Central, que se mantuvo desde la Edad Media hasta inicios de la Edad Contemporánea. Formado en 962 de la parte oriental de las tres en que se repartió el reino franco de Carlomagno en 843 mediante el Tratado de Verdún, el Sacro Imperio fue la entidad predominante de Europa central durante casi un milenio, hasta su disolución en 1806 por Napoleón I.

A partir del imperio de Carlomagno, Alemania quedó anarquizada y dividida en numerosos Estados independientes: entre ellos se destacaban los grandes Ducados de SAJONIA, TURINGIA, FRANCONIA, SuARIA, BAVIERA y LORENA, además de las importantes provincias fronterizas o Marcas del Este (AUSTRIA), de BOHEMIA y del BRANDEBURGO.

Sabemos también cómo los Señores feudales, a la muerte de Luis EL Niño, último descendiente de Carlomagno, se pusieron de acuerdo y en el año 910 eligieron como rey a CONRADO, DUQUE DE FRANCONIA, comenzando así a gobernar el país reyes alemanes.

Y ya desde un comienzo, tanto este monarca como su sucesor, ENRIQUE, DUQUE de SAJONIA, llamado el “Pajarero” por su afición a la caza de aves, estuvieron en perpetua lucha contra los Señores. Sólo el siguiente monarca pudo cimentar verdaderamente la grandeza de Alemania.

OTON EL GRANDE: Este príncipe, tan notable como Carlomagno, llegó al trono en el año 940, y resuelto a lograr la unidad del país, pasó los primeros años sometiendo a diversos príncipes, logrando finalmente que todos reconocieran su dependencia al reino.

Luego hizo frente a varias amenazas exteriores: contuvo con gran energía varias incursiones de los normandos y de los eslavos, e incluso salvó a Europa de los húngaros, destrozándolos en la batalla de Lech.

Más tarde tuvo que intervenir en Italia. Este país, desde la muerte de Carlomagno se hallaba en el mayor desorden, dividido en innumerables principados  enemistados entre sí, y, además, devastado por los árabes, húngaros y normandos que lo saqueaban a su  gusto.

Otón llegó a la península en el año 960 llamado por ADELÁIDA, reina de la Lombardía, que había sido destronada por varios príncipes sublevados: la repuso en el trono y luego se casó con ella, convirtiéndose así en soberano del norte de Italia.

EL NUEVO IMPERIO: Poco después, Otón volvió nuevamente a Italia. Los príncipes feudales se habían alzado contra el Papa JUAN XII y éste de inmediato solicitó su ayuda. El rey entró en Roma en el 962, repuso al Pontífice en sus funciones y luego en una solemne ceremonia fue coronado como Emperador de Occidente

Así, por segunda vez, la Iglesia restauraba el Imperio, con- el fin de conseguir la unidad del Continente.

El Emperador y el Papa serían las dos columnas de la nueva Europa Cristiana y se apoyarían mutuamente para imponer el orden en esos tiempos tan calamitosos. Ambos se juraban fidelidad: el Emperador sería el protector de la Cristiandad, y el Papa, por su parte, sólo podía ser elegido contando con su aprobación.

Lamentablemente estas buenas intenciones no se cumplieron, por el contrario, comenzó desde entonces una lucha que duró más de 200 años para dilucidar la superioridad del Papa o del Emperador: finalmente concluyó con el aniquilamiento político de ambos.

Ya desde los primeros momentos hubo complicaciones: durante los cien primeros años ocuparon el trono imperial varios excelentes monarcas, pero que tuvieron la constante pretensión de intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, creyéndose los dueños de la Cristiandad, en vez de sus defensores.

LA REFORMA ECLESIÁSTICA-Nicolás II: Por ese mismo tiempo, la Sede Pontificia Romana se hallaba gravemente comprometida. Hasta Carlomagno, los Papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma; luego, con el feudalismo, cayeron bajo la influencia de los señores; y ahora, bajo el Imperio, debían contar con la aprobación de los Soberanos. De esta manera se originaron los graves problemas, algunos tratados en este sitio.

Evidentemente so necesitaba una doble reforma: independizar la Iglesia de la influencia de los emperadores, y renovar la disciplina interna. Ambas cosas se consiguieron en muy poco tiempo.

En el año 1059 fue elegido Papa Nicolás II, quien de inmediato y sorpresivamente reglamentó la elección de los futuros Pontífices: en adelante los elegirían los cardenales, sin necesidad de la aprobación del Emperador. La medida fue muy alabada, pero parecía constituir un desafío al poder Imperial.

De acuerdo al nuevo sistema aprobado, en el año 1073 fue elegido Papa el monje cluniacense HILDEBRANDO, quien tomó el nombre de Gregorio VII: fue el personaje destinado a ser el gran reformador y una de las figuras cumbres de la Iglesia.

Hombre culto y muy piadoso aunque sumamente enérgico, Gregorio desde el comienzo de su gobierno se sintió llamado no sólo a purificar la Iglesia de todas sus fallas, sino además a imponer la Supremacía Pontificia sobre todos los reyes y príncipes cristianos.

De inmediato Convocó un Concilio que aprobó sus famosas reformas: bajo pena de excomunión se prohibió a los civiles entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia y Conceder cargos eclesiásticos. Igualmente se penaba a los clérigos que los aceptaban o que- vivían casados.

Al mismo tiempo, numerosos Legados Pontificios se desplazaron por toda Europa controlando el cumplimiento de estas directivas y deponiendo a los transgresores. Entonces fue cuando intervino en la lucha el Emperador.

Ocupaba el trono imperial Enrique IV, príncipe prepotente y ambicioso, poco dispuesto a perder sus privilegios. En un principio desconoció las órdenes pontificias y siguió confiriendo dignidades eclesiásticas como si nada hubiera pasado. El Papa Gregorio le envió amistosos avisos y luego protestas más enérgicas. Finalmente, se vio en la necesidad de excomulgarlo, y —cosa nunca vista— lo destituyó de emperador.

El resultado fue tremendo: los príncipes alemanes se reunieron en Tribur y apoyaron al Papa desligándose del soberano.

Entonces Enrique, viéndose perdido, se dirigió a Canosa, en el norte de Italia, en donde se encontraba el Papa, para pedirle el levantamiento del castigo. Gregorio, luego de tres días de espera, le concedió el perdón y lo restituyó en el trono. 5u triunfo había sido completo.

Con todo, la lucha aun prosiguió unos años hasta que con el "Concordato de Worms” se llegó a un acuerdo: el Papa y el Emperador reconocían su mutua independencia en sus respectivas esferas.

 

La Iglesia de Cristo

EL CRISTIANISMO SE PROPAGA

Cuando Jesús fue crucificado, el colegio de los apóstoles se encontraba disperso. Judas había muerto y solamente Juan se hallaba al pie de la cruz. El miedo había impulsado a Pedro a negar al Maestro, y a los demás a esconderse. Sin embargo, poco tiempo antes de su Ascensión, Jesús había dicho a sus apóstoles: "Seréis testigos míos en Jerusalén, en la Judea, en Samaria, y en todos los confines de la tierra." Después de su Resurrección los volvió a reunir y después de haber presenciado la Ascensión de Jesús, los apóstoles ya no se volvieron a separar. Pedro, como jefe de la Iglesia, propuso a la asamblea elegir un apóstol que sustituyese al traidor Judas, y fue designado Matías.

 

CALVINO

Fue el primero en comprender que la autoridad en materia religiosa no era menos importante por el hecho de haber sacudido la autoridad papal, y aunque admitía el libre examen y la supresión del sacerdocio, impuso la suya incluso a los que se revelaban ante el poder de Roma. En Ginebra dominaba un terror que no habían inspirado jamás los muros de Letrán. En Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Europa entera, Calvino imponía la ley entre los protestantes. Se mostró contrario al humanismo y declaró la guerra al espíritu moderno en todas sus manifestaciones: científicas, artísticas, literarias y contra la naturaleza humana, viciada por el pecado. Los calvinistas fueron iconoclastas, enemigos de las artes plásticas y de toda diversión.

En tiempo de Cromwell, en Inglaterra, degeneraron en una verdadera manía contra todo lo que significaba placer, por sencillo que fuese. El sistema teológico de Calvino es el más duro que ha podido concebir inteligencia cristiana. Empieza negando la libertad y todo valor a las buenas obras. Según él, habiendo quedado nuestra naturaleza corrompida por el pecado original, es imposible que de ella proceda cosa alguna que no esté también pervertida. El hombre es ciego en su entendimiento, vicioso en su corazón y cautivo de su libertad encadenada. Por otra parte, si Dios decreta la salvación de unos y la ruina de los demás, si prohíbe a todos el pecado, a la vez y secretamente, quiere que algunos pequen para tener que condenarlos; porque, en fin de cuentas, tiene que haber condenados para "ilustrar su gloria". La Inquisición calvinista de Ginebra fue, posiblemente, la más cruel de su tiempo.

 

EL CAMINO DE DAMASCO

 Saulo, aunque luego ciudadano romano, era judío, de la tribu de Benjamín, y había nacido en Tarso, en el Asia Menor. Estudió en Jerusalén para ser doctor de la Ley. De temperamento ardiente y arrebatado, se declaró defensor de la tradición mosaica y enemigo irreconciliable de Jesús y de las nuevas doctrinas. Se dice que había participado en el martirio de San Esteban. Devastaba la Iglesia, entraba en las casas y arrastraba a las prisiones a cuantos fieles encontraba. Su odio le movió a dirigirse a Damasco, en Siria, provisto de una carta del Sumo Sacerdote, porque la que se le autorizaba para traer cargados de cadenas a cuantos judíos se hubiesen hecho cristianos.

Mas la gracia divina le aguardaba en el camino y cerca de Damasco una luz vivísima le derribó en tierra, y oyó una voz poderosa que le decía: "¡Saulo, Saulo" ¿Por qué me persigues?" Saulo se levantó, pero tuvo que ser conducido por los que le acompañaban, pues estaba ciego y pasó tres días sin comer ni beber cosa alguna. Había en Damasco un cristiano llamado Ananías, a quien el Señor se le apareció y le dijo: "Vete al barrio que se llama Recto y pregunta por un hombre de nombre Salo de Tarso y dile que es el instrumento escogido para llevar mi nombre a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel." Ananías obedeció; encontró a Saulo, le impuso las manos, le devolvió la vista y le bautizó. Estos hechos ocurrían hacia el año 34 d. de J.C. El nuevo discípulo, Pablo, lleno de un celo ardiente se puso a predicar en las sinagogas de Damasco y a declarar que Jesús era el Mesías. Pero los judíos, exasperados, quisieron darle muerte, y Pablo se retiró a Arabia, donde vivió tres años en el retiro y en la oración antes de emprender sus famosos viajes.

El cristianismo continuaba progresando en Judea, Samaria y Galilea. Pedro, como vicario de Jesucristo, empezó a visitar las nuevas misiones establecidas por todas partes. Los cristianos de Jerusalén, a quienes la persecución había obligado a dispersarse, habían llegado hasta la isla de Chipre, Fenicia y la lejana ciudad de Antioquía, que era entonces la capital de Siria. Los apóstoles enviaron a esta ciudad a Bernabé, cristiano celoso e inteligente. Allí fue donde se dio por primera vez a los fieles el nombre de cristianos.

La Palestina estaba entonces administrada por Herodes Agripa. Los emperadores romanos le habían devuelto el título de rey y, para hacerse agradable a los judíos, decretó una persecución de la que el apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan Evangelista, fue su primera víctima, haciéndole decapitar, y encarceló a Pedro, en Jerusalén, para darle muerte después de la fiesta de Pascua, pero un ángel le liberó y se refugió en la casa de Juan Marcos, el futuro evangelista, donde se hallaban reunidos numerosos cristianos. Los grandes perseguidores de la Iglesia naciente en los primeros tiempos, fueron los judíos.

Uno de los problemas más graves que se suscitó en el seno de las cristiandades formadas en pueblos gentiles, era la de si éstos debían someterse también a la ley mosaica al hacerse cristianos. Muchos judíos entendían que sí, pero esto repugnaba a los nuevos conversos. Pedro decidió en sentido negativo con estas palabras: "¿Por qué tentáis a Dios queriendo imponerles un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?" Entonces la asamblea decidió que no debía molestarse a los paganos que se convertían al cristianismo, ni exigir de ellos la práctica de los ritos exteriores de la ley mosaica.

El cristianismo se extendía, y maravilla comprobar cuánto viajó Pablo en su apostolado. Después de haber atravesado la Siria del norte, se dirigió hacia el noroeste del Asia Menor, a través de la meseta central, y llegó a la pequeña ciudad del Tróades, situada a orillas del Mediterráneo. Luego estuvo en Macedonia y en Atenas, donde sintió una profunda tristeza, viendo hasta qué punto estaba sumergida en la idolatría. "Atenienses -les habló en la plaza pública- veo que sois los más religiosos de los hombres, porque examinando vuestros objetos sagrados he encontrado entre tantos dioses un altar sobre el que está escrito: Al Dios desconocido. Ese a quien adoráis sin conocerle, yo os lo vengo anunciando. Es Cristo."

 

EL CONCILIO DE TRENTO Y SAN IGNACIO

 La sacudida que en la Iglesia produjo la herejía protestante provocó una intensa reacción en el mundo católico. La figura del Monje Lutero encontró su oponente en la ascética severa del español Ignacio de Loyola, militar herido en Pamplona y a quien Dios inspiró la creación de una milicia de Cristo, una Compañía de Jesús saturada de espíritu de obediencia al papado, de servicio y de trabajo. Los jesuitas introdujeron en el seno de la Iglesia católica un estilo de vida y de acción. Fueron los principales impulsores del espíritu que animó el Concilio de Trento. Éste se desarrolló a lo largo de 25 sesiones entre los años 1545 y 1563.

Posiblemente es el más importante de la Iglesia y en él se estructuró en forma clara y definida todo lo referente a las Sagradas Escrituras, los sacramentos, en especial la Eucaristía, la ordenación del sacerdocio y la teoría de la justificación. El género de vida que San Ignacio ideó rompía los antiguos moldes y abría una nueva época a la acción apostólica. Sin coro, sin hábitos monacales, sin austeridades excesivas, con gran interés por los estudios, demostró un gran espíritu práctico en sus reglamentaciones. Su regla fundamental es el examen del alma y su unión con Dios por la total consagración del hombre al Creador. Todo Ad Maiorem Dei Gloriam. Adelantándose muchos años a las tendencias más modernas de la Psicología, San Ignacio escribió los Ejercicios Espirituales, verdadero camino de análisis y de introspección, en los cuales el alma se encuentra a sí misma y, como consecuencia, a Dios.

 

LA EDAD MEDIA

 La decadencia y el hundimiento del Imperio Romano no arrastraron consigo a la Iglesia; al contrario, con su desaparición resultó singularmente fortalecida. Los bárbaros que invadieron Europa no tardaron en convertirse a la verdadera fe. San León impresionó, con su serena dignidad, al propio Atila, y cuando aquéllos se asentaron y constituyeron monarquías en distintos países, no tardaron en convertirse al cristianismo. De un lado, la Iglesia tenía que pulir y elevar aquella sociedad demasiado dura, batalladora y cruel; de otra parte, no tardó en surgir un peligro más terrible aún: las huestes de Mahoma.

Las disputas entre el Pontificado y el Imperio, la codicia excesiva del feudalismo, la suma pobreza de las clases necesitadas y el abandono total de las artes del espíritu fueron cuestiones que la Iglesia tuvo que considerar y resolver. En la Edad Media, la Iglesia cristiana adquirió su plenitud. En primer lugar, no aparece ya como un pequeño grupo que inquieta al Estado, ya no se cobija bajo la tutela del Imperio Romano, erigido sin su concurso, sino que surge vigorosa y expansiva, hasta el punto de encerrar dentro de su seno la familia, las naciones, la sociedad civil y la vida pública. En segundo lugar, la piedad se hace más humana, el culto material adquiere proporciones sorprendentes y el corazón de los fieles late al impulso de una nueva ternura para con los santos, para con la Virgen y para con la Humanidad de Cristo.

En tercer lugar, la doctrina va definiéndose con creciente precisión y reviste la forma de un sistema coherente merced al esfuerzo realizado por la Escolástica. Estos tres rasgos del cristianismo medieval son solidarios. Por eso la aversión a la Escolástica, la rebelión contra el poder eclesiástico y el desprecio de la piedad externa en nombre de un culto puramente espiritual, serán los tres hechos que señalarán el fin de la Edad Media.

 

LA GRAN PRUEBA

 La Buena Nueva se había extendido por todo el Mediterráneo. Pedro se hallaba en Roma; Santiago había llegado hasta España; Tomás, hasta la India. Estaba próxima la gran prueba del fuego y de la sangre: las persecuciones. Nerón, emperador de Roma, bajo la acusación de que los cristianos habían incendiado la ciudad, decretó la primera el año 64. Con diversos intervalos, hasta el 313, se sucedieron diez persecuciones, cada una de las cuales tuvo sus características. Tertuliano llegó a escribir: "Si se desborda el Tíbet, si hay sequía, si nuestras tropas son derrotadas... ¡los cristianos a los leones!" El mundo pagano, y menos aún los emperadores, no podían comprender la profunda revolución representada por la doctrina de Cristo.

Donde imperaban el vicio, el despotismo, la esclavitud, el lujo desenfrenado al lado de la miseria, no cabía, por ser mentes no iluminadas por la gracia, que se considerara hermano al esclavo sobre el cual el dueño tenía incluso derecho de vida y de muerte. Hubo momentos en que bastaba la simple acusación de ser cristiano, de haberse reunido con ellos en las catacumbas o de haber realizado el signo de la cruz, para terminar en el Circo Máximo. Los romanos culpados de seguir la nueva fe eran decapitados, los esclavos morían crucificados y los hombres libres eran lanzados a las fieras. En algunos casos, después de sufrir tortura, se destinaban a las minas, donde morían lentamente. Sin embargo, el número de fieles aumentaba por momentos y este hecho ocurría tanto si la furia de las persecuciones menguaba como si volvían a recrudecerse con más fuerza. Al terminar una persecución, se comprobaba que el número de fieles era mayor.

Sería imposible contar los innumerables actos heroicos ocurridos. Uno de los más nobles y hermosos fue el de la Legión Tebana, denominada así por ser oriunda de Tebas. Sus componentes eran todos cristianos y como se negaran a sacrificar a los dioses antes de entrar en batalla, fueron diezmados, es decir, murió uno de cada diez. Como este castigo no bastara para hacerles abjurar, se exterminó completamente dicha legión, compuesta de unos 6.000 hombres. Pedro, muerto en la cruz cabeza abajo, y Pablo, decapitado por ser ciudadano romano, fueron dos de los primeros mártires. Uno tras otro murieron los apóstoles, y Juan, que era el más joven, sobrevivió a todos. En tiempo de Constantino, se produjo un hecho prodigioso que terminó definitivamente con la persecución de los cristianos. Cuando las legiones se preparaban para dar la batalla de Puente Milvio, aparecieron bajo los rayos del sol poniente una cruz y unas letras, que decían: In hoc signo vincis. Todos los soldados fueron testigos de este hecho maravilloso. Entonces Constantino mandó poner una cruz en el lábaro y al día siguiente las fuerzas romanas obtuvieron la victoria. En aquella fecha, año 313, se publicó el Edicto de Milán, por el cual los cristianos tuvieron libertad de practicar su religión. Años más tarde, el Imperio se convertía al cristianismo.

 

LA IGLESIA HASTA HOY

 El siglo XVII vio los campos del cristianismo bien delimitados. De un aparte el protestantismo, plenamente disidente, sin posibilidades inmediatas de reintegración a la fidelidad de Roma. De otra, la Iglesia católica, con una estructura concreta y con la figura del Papa notablemente robustecida. Las figuras cumbres de aquella época surgieron en diversos campos. Fundadoras como Santa Teresa de Jesús; reformadores como Pío V, San Carlos Borromeo y San Pedro de Alcántara; místicos como San Juan de la Cruz y apóstoles misioneros como San Francisco Javier, sin olvidar héroes de la caridad al estilo de San Juan de Dios y, posteriormente, San Vicente de Paúl.

Las herejías, menos virulentas que en siglos anteriores, también aparecieron en especial en Francia, donde los jansenitas de Port-Royal sostenían que el hombre no es libre para salvarse o condenarse. Otra vez se ponía de manifiesto el gran problema de la predestinación que tanto eco tuvo en la literatura (El condenado por desconfiado, incluso en Don Juan Tenorio). La tesis de la predestinación que impulsaba a la desesperanza de salvarse, tuvo que ser condenada por la Iglesia.

Al mismo tiempo, los soberanos absolutistas de francia (galicismo) y de España (regalismo) tendían a crear un catolicismo nacionalista con un gran predominio e influencia de poder civil. El avance conseguido por San Ignacio y Trento se iba a ver frenado y casi detenido por la aparición de la Enciclopedia y la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII. La incredulidad, el ateísmo y la indiferencia religiosa fueron los grandes enemigos de la fe en el alborear del siglo pasado. Ya no se luchaba, como en tiempos del emperador Carlos, por una idea religiosa, errónea o verdadera, sino que se combatía, de palabra o por la espada, entre creer o no creer.

La ironía de Voltaire y el naturalismo de Rousseau, nacidos en el ambiente disipado, vicioso y decadente de la corte de Luis XIV (época de los "libertinos") preparó la gran revolución del 14 de julio. Los enciclopedistas, algunos de los cuales se declaraban simplemente ateos, prepararon la venida del liberalismo. Es bien sabido que los soldados de Napoleón lo desparramaron por toda Europa y los Estados nacidos después de Waterloo llevaban en su interior el germen de una revolución política, pero con raíces antirreligiosas indudables. Pío VII tuvo que sufrir el enfrentarse con Napoleón I, que deseaba obtener el divorcio de Josefina. Durante 14 meses estuvo preso, pero finalmente el pontífice regresó a Roma y años más tarde el emperador de los franceses moría en una isla perdida en el Atlántico Sur. Al comenzar el siglo XX el Papa se consideraba voluntariamente preso en el Vaticano desde el momento en que al constituirse el reino de Italia, las tropas de Víctor Manuel habían disuelto los Estados pontífices.

Esta situación anómala fue resuelta en 1929 gracias al Tratado de Letrán por el cual se constituía el territorio de la Santa Sede, o Vaticano. En el campo político y social tres grandes tendencias se manifestaban entonces con claridad; el viejo liberalismo convertido en defensor de los derechos de la personalidad e individualidad en contra del poder abusivo del Estado; los movimientos ultranacionalistas denominados corrientemente "fascismo", por haber sido el duce el primero en manifestarse, y las tendencias socialistas extremadas que con el nombre genérico de "comunismo" predicaban una dictadura del proletariado y el Estado. Nada pudo hacer el pontificado para evitar las guerras mundiales de 1914 y 1939, salvo cooperar al socorro de prisioneros y personas desplazadas. El siglo XX se presentó con el signo de lo social.

La doctrina católica sobre el trabajo fue expuesta ya con claridad por León XIII en su encíclica Rerum Novarum y subrayado por Pío XI en la titulada Quadragésimo Anno. Caracteriza a la Iglesia de la segunda mitad del siglo el elevamiento del papel del clero nativo; la cooperación seglar a la obra apostólica; el incremento del culto a María, manifestado por el realce de Lourdes y Fátima; el movimiento provocado por el Año Santo de 1950; la situación especial de los católicos en los países comunistas, que dio lugar a la "Iglesia del Silencio" y el proceso de "aggiornamiento", es decir, la adaptación de la estructura eclesiástica a las necesidades de la sociedad. La actitud de los sucesores del Papa Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II pusieron de manifiesto el interés que despierta el movimiento católico incluso en los medios no confesionales y la realización del Concilio Ecuménico demostró el profundo interés de la Iglesia en las renovaciones de sus métodos para llegar a los grandes sectores de la población moderna.

 

LA VIDA CRISTIANA EN LA EDAD MEDIA

 La fe llenaba todos los aspectos de la vida medieval. No sólo las diócesis y las iglesias tenían sus santos protectores, sino también los gremios de artes y oficios. Las ceremonias de la nobleza, como la vela de las armas, la bendición de la espada, etc., dieron a la caballería, institución típicamente medieval, un sentido místico y cristiano. En las Galias, la consagración, que desde Pepino el Breve hizo del rey el ungido del Señor, imprimió a la realeza un carácter eminentemente religioso, del cual se derivaba una innegable autoridad, pero también una gran responsabilidad. El Estado y la Iglesia marcharon íntimamente unidos.

En concilios mixtos, nobles y obispos colaboraron en la codificación ya desde tiempos de Carlomagno. La "tregua de Dios", generalmente respetada y la pena de excomunión sirvieron para refrenar los impulsos demasiado bélicos de una época exaltada. Fue aquella una época de piedad externa: devoción a las reliquias, peregrinaciones a Tierra Santa, a Santiago y a Roma; mas, por encima de todo, aquélla se manifestó en el grandioso movimiento de las Cruzadas que se estudia en el tomo V de esta obra. Las catedrales construidas por y para el pueblo fueron verdaderas Biblias, disertaciones teológicas en piedra. El florecimiento de la pintura y la escultura va ligado íntimamente a la Religión, sobre todo en Italia, Francia y España. Hasta el Renacimiento los artistas de estos países raramente se atrevían a pintar temas profanos. El teatro, por ejemplo, nació de una necesidad religiosa, la de mostrar al pueblo en forma viva los grandes hechos evangélicos.

El simbolismo culminaba en los menores detalles. Así, en las representaciones de la Pasión, Jesús y el buen ladrón vestían túnicas blancas, mientras el mal ladrón llevaba una vestimenta negra, reflejo de su alma. La Escolástica, impulsada por el genio de Santo Tomás de Aquino, el auge de las universidades, la creación de órdenes hospitalarias, etc., demuestran que la Iglesia había llegado a una plenitud en la que su doctrina informaba la vida de las naciones. En el siglo XIII, la Escolástica alcanzó su apogeo. No se concebía que pudiera existir un pensamiento que no concordara por entero con la Fe. La autoridad de la Iglesia, reflejo de la verdad divina, era el supremo testimonio. Santo Tomás entendía que todas las ciencias prestan su ayuda a la ciencia sagrada como los vasallos al soberano. La doctrina de Averroes, según la cual una misma cosa podría ser verdadera desde el punto de vista teológico, y falsa desde el punto de vista filosófico, no se concebía.

En realidad, no se concibe que tal cosa pueda ocurrir y en este sentido se declaró la Iglesia, sustentando siempre la primacía de la Teología sobre todo otro saber. La Escolástica sostenía que la Ciencia y la Fe no pueden sino estar de acuerdo, pero con predominio de esta última. Fue una época de intelectualismo exagerado si bien muy reducido, de grandes movimientos de piedad unidos a crueldades incomprensibles; suma pobreza y fastuosa ostentación. En la actualidad, aún leemos y meditamos un libro escrito en el siglo XIV por un alemán, llamado Tomás de Kempis. Lo denominó Imitación de Cristo, y los conceptos y consideraciones en él vertidos que se centran en un desprecio total de los bienes terrenos, del mundo y los placeres para alcanzar la unión con Cristo, no han perdido actualidad a pesar de los seis siglos transcurridos desde la publicación de este famoso libro. Las violentas luchas por las investiduras; los conflictos entre güelfos y gibelinos, tendientes a debilitar el poder pontificio; la triste escisión de la Iglesia oriental en el siglo IX; el cautiverio de Babilonia, al trasladarse la corte papal a Avignon durante cuyo período hubo un momento en que la cristiandad conoció a tres papas simultáneamente, preparaban una crisis, un cambio del que la Iglesia debía salir más fortalecida.

 

LA VIDA MONASTICA

 En Occidente comenzó por ser una imitación de la que se practicaba en Egipto. Así, aparecen las primeras fundaciones de San Martín en Francia hacia el año 360. Una de las características más destacadas de la Edad Media fue el monaquismo. El espíritu religioso incrementó el número de monjes hasta llegar a cifras muy notables. La labor de piedad, estudio, trabajo manual, austeridad y recogimiento que llevaron a cabo fueron para aquella época violenta, islas de cultura y espiritualidad, de auténtica civilización. San Benito de Nursia, en el siglo VI, conocía la vida eremítica por haberla practicado con todo rigor, pero dulcificó la regla prescribiendo a los monjes un vestido adecuado, suficiente alimentación y un sueño reparador (cerca de ocho horas), abrevió el tiempo de rezo y propuso un plan de vida en el que la oración y el trabajo se complementaban. En la regla benedictina estaba previsto y ordenado todo: las atribuciones del abad, la distribución de los oficios divinos, el empleo del tiempo, la liturgia, la corrección de las faltas, etc. Los monjes estaban juntos en el coro, en el refectorio, en el dormitorio y en el trabajo, formando como una gran familia.

La sociedad bárbara, propensa a la crueldad y a la violencia, recibió el influjo pacificador de los monasterios, aunque en muchos casos éstos decayeron y se convirtieron en plazas feudales con todos sus defectos, pero siempre por haber abandonado la regla cediendo a los placeres mundanos. En el siglo X surgió una corriente reformadora cuyo origen radicó en Cluny, en la Borgoña. A los cluniacenses siguieron los camaldulenses, los agustinos y, sobre todo, los cartujos, nacidos en la Chartreuse, en el obispado de Reims, caracterizados por la severidad de su regla, cuya austeridad ha llegado hasta nuestros días. Más adelante, ya en el siglo XII, surgieron dos grandes reformadores impulsados por un mismo ideal religioso, pero enfrentados a dos hechos diversos. Santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, tuvo que luchar duramente para combatir la herejía albigense que se había apoderado de gran parte de Francia.

Con la palabra y el rosario, el santo español consiguió vencer a los herejes creando al mismo tiempo un movimiento de purificación dentro de la Iglesia. Los contrastes más violentos se dieron en la Edad Media. Junto a obispos feudales, más atentos a la administración de sus dilatadas tierras que a la difusión del Evangelio, surgieron figuras que llevaron el ideal de Cristo hasta lo sublime. El santo más notable en este aspecto es, sin duda, San Francisco de Asís, el poverello italiano que hablaba a los pajarillos y llamaba hermanos al sol, a la muerte y al viento. Los franciscanos fueron una de las más importantes órdenes mendicantes en las cuales el voto de pobreza era fundamental.

Este santo introdujo en la Iglesia el concepto de obediencia más íntimo y universal, enraizado con el que se practicaba en los monasterios de los primeros siglos del cristianismo, y también contribuyó a reforzar la sumisión al poder del Papa. Posteriormente, las órdenes religiosas proliferaron notablemente. Aparecieron los carmelitas, los trinitarios y los mercedarios, éstos fundados especialmente para la redención de cautivos gracias a la fe de San Pedro Nolasco, San Raimundo de Peñafort, y el rey Jaime I el Conquistador.

 

LOS COMIENZOS DE LA REBELDIA

 En los siglos XII y XIII había surgido una herejía llamada catarismo o de los albigenses. Diseminados por Alemania, Bélgica, España y Francia meridional, los albigenses creían en la existencia de dos dioses contrarios, el uno principio del bien y el otro principio del mal. Para ellos, Jesús era uno de tantos espíritus emanados de la sustancia divina. Rechazaban la gracia, los sacramentos, el culto de la cruz y de los santos, las imágenes y reliquias y el sacrifico de la misa; sustituyéndolos todo con el consolementum, que era una especie de bautismo. Su moral era austera: abstinencia absoluta de toda comida de animales a excepción de pescado, virginidad perpetua, horror a la mentira y al juramento, inviolable fidelidad a la secta. Algunos llegaron a prohibir el matrimonio, alcanzando extremos de una severidad inconcebible. No admitían la liturgia cristiana, basándose en que Cristo sólo había enseñado una oración, el Padrenuestro. Condenaban la guerra y llegaban a discutir la autoridad del estado, pretextando que Jesús había proclamado a los fieles libres del censo romano, y con la supresión total del juramento, minaban la sociedad feudal en uno de sus principios esenciales.

La predicación de Santo Domingo de Guzmán, la cruzada de Simón de Montfort, la institución y funcionamiento de la Inquisición, cortaron los vuelos de este anarquismo místico, pero la herejía albigense había dejado dos semillas: el pretendido retorno al Evangelio y la reprobación de toda autoridad no abonada por suficientes títulos de virtud. La autoridad de los papas y el poder real de San Luis hicieron que la herejía quedara cercenada. Mas el día en que la autoridad del estado vino a menos, y surgieron disensiones entre los soberanos de la cristiandad, dichos gérmenes hicieron posible la aparición del protestantismo. La estancia de los papas en Avignon, el Cisma de Occidente, fue un nuevo y terrible golpe contra el crédito del Pontificado, convirtiéndolo en blanco de acres censuras por sus abusos y por su docilidad a las exigencias de la política francesa. Sin embargo, la fe aún se conservaba profundamente arraigada y nadie se atrevía a poner en duda la misión de la Iglesia, viendo en el cisma un castigo de Dios por los pecados de los fieles. De un lado se dieron figuras heroicas y sublimes, como la de Juana de Arco, en Francia, quemada viva a instancias de los ingleses por hereje, y santificada más tarde por Roma. Pero los movimientos heterodoxos fueron muchos.

En Inglaterra surgió Juan Wiclef, precursor de la Reforma, el cual sostenía que la única regla de la fe era la Biblia. Juan Huss, profesor de la Universidad de Drage, se hizo eco, en el centro de Europa, de las doctrinas rebeldes de Wiclef. Un aire de polémica y crítica barría la cristiandad. En Florencia, el fraile Savonarola predicaba la extrema pobreza y el retorno al Evangelio en forma tan dura que le llevó a desobedecer al Papa Alejandro VI y murió en la hoguera. El mundo presentía y preparaba el Renacimiento y con él la prueba más dura para la Iglesia católica. Mientras tanto, Colón, al frente de un puñado de españoles, descubría el Nuevo Mundo, que empezó a ser evangelizado por hombres llenos de fe.

 

LOS CRISTIANOS NO CATOLICOS

 Más de la mitad de los seguidores de Cristo que hoy existen en el mundo profesan la religión católica, y los que no se sienten obligados a obedecer la autoridad del Papa se hallan divididos en varias ramas. En el siglo VI los egipcios y los etíopes abrazaron el cristianismo cayendo en la herejía monofisita que sostenía la naturaleza divina de Jesús con exclusión de la naturaleza humana. Ante la invasión musulmana el 90% de la población egipcia fue convirtiéndose al credo mahometano, pero aún existen en el país, y sobre todo en Etiopía, numerosos cristianos coptos. La separación de la Iglesia oriental a raíz del Cisma que se inició en el siglo IX y se hizo definitivo en el XI ha dado lugar a una gran masa de cristianos que en el dogma y en la práctica del culto poco se diferencian de los católicos. Cuando los turcos conquistaron Constantinopla, una parte de cismáticos quedó englobada en el imperio musulmán, especialmente los que vivían en Grecia, mientras otros se sintieron atraídos por la Iglesia ortodoxa rusa, cuyo corazón estaba en Moscú, a quien llamaban "la tercera y última Roma", pues la segunda era la perdida Constantinopla. La Iglesia ortodoxa rusa sufrió diferentes vicisitudes y persecuciones. Con la liberación de Grecia y los Balcanes del dominio musulmán resultaron de este modo la Iglesia cismática renaciente y la ortodoxa perseguida. En la actualidad ambas tienen vida independiente y sus contactos con Roma son cada día más cordiales y frecuentes, habiéndose arribado al levantamiento de las excomulgaciones mutuas y a la supresión de los términos "heréticos" y "cismáticos" en sus relaciones.

Los protestantes, que predominan en el Norte de Europa y Norteamérica, se hallan divididos en numerosas sectas y confesiones. No es posible dibujar hoy un mapa confesional en un país como los Estados Unidos. Católicos y protestantes se hallan tan mezclados que no hay divisiones ni es posible asegurar cuál de las dos confesiones tiene mayor número de adeptos. Pero mientras los católicos mantienen la fe y la unidad de Roma, los protestantes se encuentran ramificados en innumerables "iglesias".

 

LOS PRIMEROS TIEMPOS DE LA IGLESIA

La difusión del cristianismo aparece como un auténtico milagro, ya que en poco tiempo se extendió hasta los últimos rincones del Imperio y gozó de cierta protección oficial. Desde los primeros tiempos fue preciso luchar esforzadamente para mantener la pureza de la fe pues las herejías surgieron ya en los primeros siglos. Los maniqueos pretendían demostrar la existencia de dos principios iguales, el Bien y el Mal, adaptando ciertas religiones persas a la tesis cristiana. Los montanistas aseguraban que así como el Antiguo Testamento fue la religión del Padre y el cristianismo era la religión del Hijo, debía venir otra religión del Espíritu Santo, más dura y severa. Más tarde los arrianos, los pelagianos y otros, pusieron en peligro la rectitud del dogma. La iglesia, a través de veinte siglos, ha tenido que esforzarse para mantener un equilibrio entre dos tendencias extremistas; una la que niega la divinidad a Jesús y, en general, destruye todo vínculo religioso dejando al hombre en completa libertad. Otra no menos peligrosa (arrianistas, albigenses, etc.), viene a predicar una religión tan dura y tan intolerante que resulta inhumana. En Alejandría floreció la sabiduría cristiana en tiempos de los primeros Padres de la Iglesia. Los denominados "griegos" y los "latinos", como Tertuliano, asentaron las bases de una filosofía cristiana y las piedras fundamentales del dogma. San Clemente de Alejandría, Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo, y sobre todo San Agustín, fueron, junto con los romanos pontífices, los grandes continuadores de la obra de los apóstoles. El primer Concilio Ecuménico se reunió en Nicea el año 325. En sus sesiones se debatieron muchos puntos que afectaban al dogma y a la disciplina, pero el tema fundamental fue la refutación de la herejía de Arrio, el cual sostenía, entre otras razones, que el Hijo no era igual al Padre. De los 318 obispos asistentes 300 condenaron rotundamente el arrianismo. Uno de los paladines de aquel concilio fue el obispo español Osio.

 

La iglesia Feudal

La Iglesia ocupó un lugar destacado en las instituciones de la Edad Media. Fue la guía espiritual de la época. A pesar de su importancia, no pudo mantenerse al margen del sistema vigente: ella también se “feudalízó, proceso que le originó diversos dificultades. Sus altas jerarquías recibían feudos de manos de los señores nobles o del emperador. Esto implicaba que debían rendir juramento de fidelidad y convertirse en vasallos de personas ajenas a la Iglesia. Era corriente entonces que el emperador o los señores feudales nombraran obispos y párrocos, y les otorgaran los bienes temporales tanto como los espirituales. Esto originó una descentralización eclesiástica.

A estos problemas internos se sumó una serie de conflictos y controversias con el alto clero de Bizancio. La Iglesia de Oriente tomó el nombre de Ortodoxa y desconoció fa autoridad del Papa. Estos hechos sellaron la ruptura, es decir el Cisma de Oriente, la separación definitiva de la Iglesia de Bizancio y la Iglesia romana.

Del seno de la Iglesia Católica surgió entonces un movimiento reformador que tuvo como objetivos principales poner fin a la intromisión del poder laico en los asuntos religiosos y mejorar el clima espiritual del momento.

Las reformas fueron impulsadas por el Papado y por el clero regular.

El vigor de las órdenes monásticas: En el siglo X surgieron con gran vigor nuevos órdenes monásticas, que intentaron luchar contra los males que aquejaban a la Iglesia. Desde los monasterios se predicaba el renunciamiento a las vanidades del mundo como una de las condiciones para salvar el alma.

La reforma de los conventos partió de Francia. El 11 de noviembre del año 910, el duque de Aquitania, conocido como Guillermo el Piadoso, fundó un monasterio en la localidad de Cluny y lo puso bajo la protección directa del Papa, sustrayéndola de la autoridad del obispo local. Se formó entonces una orden religiosa, la cluniacense, que observaba con mucho cuidado a regla de San Benito:

la combinación del trabajo manual con la oración, la recitación de los Salmos, el respeto por el silencio y la confesión pública de los pecados.

La orden cluniacense comenzó a condenar en forma sistemática ¡a vinculación entre Iglesia-Estado; especialmente en referencia a la situación en Alemania, donde los obispos eran “semifuncionarios” del emperador. Para los monjes de Cluny, la función más importante que tenía que cumplir la Iglesia en la Tierra era la salvación del alma y para ello necesitaba estar libre de la intromisión estatal. Se debía terminar con la compraventa de cargos eclesiásticos. Desde Cluny surgió entonces la idea de que el poder laico debía estar subordinado al poder moral de los eclesiásticos.

La actividad que esta orden desarrolló rehabilitò el espíritu religioso en la opinión pública. De esta orden surgieron muchos clérigos notables, como Hlldebrando que luego se convirtió en el papa Gregorio VII. (Ver Reformas Eclesiásticas de Gregorio VII)

En el siglo XI surgió otro movimiento reformista en Cister, bosque de Francia, en donde el abad Roberto con algunos de sus religiosos se instalaron para fundar un monasterio. Aplicaron también con respeto las reglas de San Benito. Desde allí se desarrollé una orden religiosa de tal magnitud que no tardó en hacerse célebre. Los monjes cístercenses tomaron el nombre de bernardos, en honor de uno de sus clérigos más destacados, San Bernardo. La influencia de Cister y Cluny no se limité al ámbito religioso; también fueron los creadores de estilos arquitectónicos propios.

El movimiento monástico no se detuvo. En los siglos posteriores surgieron nuevas órdenes, como los franciscanos y los dominicos.

A comienzos del siglo XIII un religioso italiano, San Francisco de Asís, fundó la orden de los Frailes Menores, luego llamada franciscanos. Predicó dos virtudes primordiales: la fe y la caridad, a través del ejemplo de una vida humilde, y con la renuncia a las riquezas que le brindaba su familia. La orden franciscana fue muy popular y se convirtió en una de las más fecundas instituciones del catolicismo.

En el mismo siglo Santo Domingo de Guzmán fundó la orden de los Predicadores, considerada como una de las más importantes órdenes mendicantes.

El objetivo de Santo Domingo fue la necesidad de combatir la herejía (desviación de la interpretación del dogma católico, no sólo con la palabra sino con la conducta y las obras. Los dominicos renunciaban a los bienes terrenales, concebían el estudio como una forma esencial para concretar sus aspiraciones religiosas: sus claustros fueron verdaderos aulas de ciencias. Los monasterios se convirtieron de esta manera en centros importantísimos de la vida en esa época.

 

El mundo artístico e intelectual de la Alta Edad Media

En la Baja Edad Media la cultura está en manos de la Iglesia, pese a la cada vez mayor presión por parte de los municipios. Los estudiantes universitarios son considerados a todos los efectos como clérigos menores, y en caso de que cometan algún delito o deban rendir cuentas ante la justicia son siempre juzgados por tribunales eclesiásticos, no civiles.

La Alta Edad Media fue una época de estupenda vitalidad artística e intelectual. El periodo fue testigo del crecimiento de las instituciones educativas, un renacimiento del interés por la cultura antigua, un despertar del pensamiento teológico, el resurgimiento de la ley, el desarrollo de una literatura vernácula y una explosión de actividad en el arte y la arquitectura. Si bien los monjes continuaron desempeñando un importante papel en la vida intelectual, cada vez más el clérigo secular, las ciudades y las cortes (fueran de reyes, príncipes o altos funcionarios eclesiásticos) comenzaron a ejercer una nueva influencia. De importancia especial fueron las nuevas expresiones que surgieron en los pueblos y ciudades.

Surgimiento de las Universidades

Las universidades, tal como las conocemos con profesorado, estudiantes y grados académicos fue un producto de la Alta Edad Media. La palabra universidad se deriva de la palabra latina universitas, que significa corporación o gremio, y hacía referencia a un gremio de maestros o estudiantes. Las universidades medievales eran gremios educativos o corporaciones que formaban a individuos instruidos y capacitados.

 

LOS ORÍGENES DE LAS UNIVERSIDADES

Productos de la Alta Edad Media, las universidades proporcionaron a los estudiantes educación artística liberal básica y la oportunidad de continuar estudiando leyes, medicina o teología. Los cursos se enseñaban en latín, principalmente por maestros que leían de libros. No había exámenes en los cursos individuales, pero los estudiantes tenían que pasar un examen oral completo para obtener un grado.

La educación en la Alta Edad Media descansaba, sobre todo, en el clero, es decir, en los monjes. Aunque las escuelas monásticas fueron centros de aprendizaje desde el siglo IX, fueron rebasadas en el curso del siglo XI por las escuelas catedralicias, organizadas por el clero secular (monástico). Las escuelas catedralicias se extendieron con rapidez en el siglo XI. Había veinte en el año 900, pero para el año 1000, su número había crecido cuando menos hasta doscientas, ya que cada ciudad catedralicia se sentía obligada a establecer una. Las más famosas fueron las de Chartres, Reims, París, Laon y Soissons, todas ubicadas en Francia que era, en verdad, el centro intelectual de Europa en el siglo XII. Aunque el propósito principal de la escuela catedralicia era educar a los sacerdotes para ser hombres de Dios más letrados, también atrajeron a otros individuos que deseaban contar con alguna educación, pero no querían ordenarse sacerdotes. Muchos administradores universitarios tuvieron títulos como los de canciller, preboste y decano, originalmente utilizados para los funcionarios de los capítulos de la catedral.

La primera universidad europea apareció en Bolonia, Italia (a menos que uno esté de acuerdo de conceder esta distinción a la primera escuela de medicina, establecida con anterioridad en Salerno Italia). La fundación de la Universidad de Bolonia coincidió con la renovación del interés por el derecho romano sobre todo por el redescubrimiento del Código de Derecho Civil de Justiniano (véase la opción Renacimiento del derecho romano) En el siglo XII un gran maestro, como lrnerio (1088-1125) podía atraer a estudiantes de toda Europa. La mayoría de ellos eran seglares, a menudo individuos de edad que desempeñaban funciones de administradores de los reyes y príncipes, y estaban deseosos de aprender más sobre derecho para aplicar sus conocimientos en sus profesiones.

Para protegerse, los estudiantes de Bolonia formaron un gremio, o universitas, que el emperador Federico Barbarroja reconoció y al cual le dio una cédula en 1158. Aunque el cuerpo docente también se organizó como grupo, la universitas de estudiantes de Bolonia tuvo mayor influencia. Obtuvo, por parte de las autoridades locales, una promesa de libertad para los estudiantes, regulé el precio de los libros y del hospedaje y, además, determiné los estudios> las cuotas y el profesionalismo de los maestros. Se multaba a los profesores si faltaban a una clase o comenzaban tarde sus lecciones. La Universidad de Bolonia siguió siendo la mejor escuela de leyes de Europa durante la Edad Media.

En el norte de Europa, la Universidad de París se convirtió en la primera universidad prestigiosa. Varios maestros —que habían recibido su licencia para enseñar de la escuela catedralicia de Notre Dame, de París— comenzaron a aceptar estudiantes extra por una paga. A finales del siglo XII estos maestros de París formaron una universitas, o gremio de maestros. En 1200, el rey de Francia Felipe Augusto reconoció de manera oficial la existencia de la Universidad de París. La Universidad de Oxford, en Inglaterra, se organizó según el modelo de la de Paris, y apareció por primera vez en 1208. Una migración de académicos de Oxford, ocurrida en 1209, condujo a la fundación de la Universidad de Cambridge. En la Alta Edad Media los reyes> papas y príncipes rivalizaron en la fundación de nuevas universidades. A finales de la Edad Media había ochenta universidades en Europa, la mayoría de ellas localizadas en Inglaterra, Francia, Italia y Alemania

 

Arquitectura románica: ‘Un blanco manto de iglesias”

Los siglos XI y XII atestiguaron una explosión en la actividad constructora, tanto pública como privada. La edificación de castillos y de iglesias absorbió la mayor parte del excedente de los recursos de la sociedad medieval y, al mismo tiempo, reflejó sus preocupaciones básicas: Dios y la guerra. Las iglesias fueron, por mucho, los más conspicuos de los edificios públicos. Como un cronista del siglo XI comentó:

Al acercarse el 1000, la gente de todo el mundo, pero sobre todo de Italia y Francia, comenzó a reconstruir sus iglesias. Aunque la mayor parte de ellas ya estaban construidas y no necesitaban grandes cambios. Las naciones cristianas rivalizaban entre sí por tener los edificios más bellos. Uno podría decir que el mundo estaba sacudiéndose, deshaciéndose de sus viejas vestiduras y ataviándose con un blanco manto de iglesia. Así, casi todas las catedrales y monasterios consagrados a diversos santos —e, incluso, las pequeñas capillas de las villas— eran reconstruidas por los fieles más hermosamente.

Bóveda cilíndrica. Los siglos XI y XIII fueron testigos de una intensa actividad en la construcción de iglesias. Al utilizar la forma de la basílica los maestros constructores remplazaron los techos planos de madera por grandes cúpulas de piedra conocidas como bóvedas de cañón o bóvedas cilíndricas. Corno esta fotografía de una iglesia románica de Viena lo evidencia, la bóveda de cañón limitaba el tamaño de una iglesia y dejaba poco espacio para las ventanas.

Cientos de nuevas catedrales, abadías e iglesias de peregrinación —así como miles de iglesias parroquiales de las villas rurales— se construyeron en los siglos XI y XII. La extraordinaria actividad constructiva reflejó tanto la cultura religiosa revivida como la riqueza incrementada de la época, gracias a la agricultura, el comercio y el crecimiento de las ciudades.

Las catedrales del siglo XI y XII se construyeron con un estilo verdaderamente internacional: el estilo románico. La construcción de las iglesias exigió los servicios de maestros constructores profesionales, cuya contratación a lo largo de toda Europa garantizó una homogeneidad internacional de las características básicas. Ejemplos sobresalientes de las iglesias románicas pueden encontrarse en Alemania, Francia y España.

Las iglesias románicas se construían normalmente en la forma de basílica rectangular, utilizada en la construcción de iglesias durante el Imperio Romano tardío. Los constructores románicos hicieron una importante innovación al reemplazar el antiguo techo de madera plano por una enorme bóveda de piedra, llamada bóveda de cañón o cilíndrica, o con una bóveda en cruz, en la que se intersecaban dos bóvedas cilíndricas (una bóveda no es más que un techo curvo de mampostería). Este último tipo de bóveda se utilizó al añadirse un brazo de crucero para formar un plano de iglesia en forma de cruz. Aunque las bóvedas cilíndricas y las de cruz eran difíciles de construir desde un punto de vista técnico, se les consideró más agradables estéticamente y técnicamente más eficientes, y tenían una fina acústica.

Debido a que las bóvedas de piedra eran sumamente pesadas, las iglesias románicas exigían pilares y muros masivos para soportarlas. Esto dejaba poco espacio para las ventanas, lo cual las hacía notoriamente oscuras en su interior. Sus enormes muros y pilares confirieron a las iglesias románicas la impresión de fortalezas. De hecho, los muros masivos y las estrechas ventanas también fueron característicos de la arquitectura de los castillos de ese periodo.

 

La Catedral Gótica

Comenzada en el siglo XII y perfeccionada en el siglo XIII, la catedral gótica sigue siendo uno de los grandes triunfos artísticos de la Alta Edad Media. Encumbrándose casi como si fuese a tocar el cielo, fue un símbolo apropiado de la preocupación de las gentes del medioevo respecto a Dios.

Dos innovaciones fundamentales del siglo XII posibilitaron la existencia de las catedrales góticas. La combinación de las bóvedas acanaladas y de los arcos punteados reemplazaron las bóvedas cilíndricas de las iglesias románicas y permitió a los constructores hacer que las iglesias góticas fuesen más altas que sus contrapartes románicas. La utilización de los arcos punteados y de las bóvedas acanaladas creó una sensación de movimiento ascendente, una sensación de ingravidez vertical que implicaba la energía de Dios. Otra innovación técnica también resultó importante. El contrafuerte, básicamente un pilar de piedra muy arqueado que se construía fuera de los muros, posibilitó la distribución del peso de los techos abovedados de la iglesia en dirección hacia abajo y hacia afuera, lo cual eliminaba los pesados muros utilizados en las iglesias románicas, como soporte del peso de las enormes bóvedas cilíndricas. Por tanto, las catedrales góticas se construyeron con muros delgados que se complementaban con magníficos vitrales, lo cual creaba un juego de luces en su interior, que variaba con el Sol en diferentes momentos del día.

Los artesanos medievales de los siglos XII y XIII perfeccionaron en arte de los vitrales. Pequeñas piezas de vidrio se teñían con brillantes colores como joyas. Esta preocupación por la luz coloreada en las catedrales góticas no fue accidental, sino que fue ejecutada por gente inspirada en la creencia de que la luz natural era un símbolo de la divina luz de Dios. La luz es invisible, pero permite a la gente ver; de esta misma forma, Dios es invisible, pero su existencia permite que el mundo de la materia exista. Los que estaban anonadados por el significado místico de la luz también estaban impresionados por el significado místico del número. Las proporciones de las catedrales góticas se basaron en razones matemáticas cuyos constructores creían que se derivaban de la escuela antigua griega de Pitágoras, y que expresaban la armonía intrínseca del mundo tal y como la estableció su creador.

La primera catedral enteramente gótica fue la iglesia de la abadía de Saint-Denis, cerca de París, surgida de la inspiración de Suger (el famoso abad del monasterio que ejerció ese cargo de 1122 a 1151) y que se construyó entre 1os años 1140 y 1150. A pesar de que el estilo gótico fue un producto del norte de Francia, a mediados del siglo XIII la arquitectura gótica francesa se había diseminado en Inglaterra, España y Alemania, de hecho a casi toda Europa. Este estilo gótico francés tuvo sus expresiones más brillantes en las catedrales de París (Notre Dame), Reims, Amiens y Chartres.

La catedral gótica supuso el trabajo de una comunidad completa. Todas las clases contribuían en su construcción. Se recolectaba dinero de la gente acaudalada de la villa que había prosperado gracias al nuevo comercio y a las industrias recientes, así como de los reyes y nobles. Los maestros albañiles, que eran arquitectos e ingenieros, diseñaban las catedrales. Delineaban los planos y supervisaban el trabajo de construcción. A los mamposteros y a otros artesanos se les pagaba un salario diario y proporcionaban la mano de obra especializada para construir las catedrales. De hecho, estas construcciones fueron las primeras estructuras monumentales importantes construidas por una mano de obra libre y asalariada.

La construcción de las catedrales a menudo se convirtió en una competencia cerrada, en la medida en que las comunidades rivalizaban entre sí para tener una torre más alta; rivalidad que, en ocasiones, terminaba en desastre. La catedral de Beauvais, en el norte de Francia, se derrumbó en 1284 tras alcanzar una altura de ciento cincuenta y siete pies. Las catedrales góticas también dependieron de la fe de la comunidad. Después de todo, a menudo se necesitaban dos o más generaciones para terminar una catedral; por lo que la primera generación de constructores debía comenzar, a sabiendas de que tal vez no vivirían para ver completado el proyecto. Pero, lo más significativo de todo, es que una catedral gótica simbolizaba la principal preocupación de una comunidad cristiana medieval, su dedicación a un ideal espiritual. Como hemos observado, el edificio más grande de una era refleja los valores de su sociedad. La catedral gótica, con sus torres que subían hacia el cielo, dio testimonio de una era en la que el impulso espiritual aún subyacía en la mayor parte de la existencia. Los vitrales de las catedrales góticas son notorios por la belleza y variedad de sus colores.

Fuente Consultada: Civilizaciones del Occidente- Volumen A Jackson Spielvogel

Mientras en Occidente la invasión de los bárbaros terminó con la unidad política, en Oriente, el Imperio Romano se mantuvo intacto y sobrevivió durante mil años más. Constantinopla, su capital, emplazada en la antigua colonia griega de Bizancio, contaba con una excelente situación económica que le permitió mantener un ejército bien dotado y una administración eficaz. Con estos elementos consiguió superar y desviar los ataques exteriores. La historia del Imperio Romano de Oriente comenzó en el año 395, cuando Teodosio el Grande dividió el imperio entre sus dos hijos, y a Arcadio le asignó el bizantino. En el siglo VI surgió un emperador que soñó con unificar el antiguo Imperio Romano y dedicó sus esfuerzos a lograrlo.

 

Justiniano

Justiniano: “la renovación imperial” Justiniano (527-565), que pertenecía a una dinastía de origen macedónico, considerada a Bizancio como la única sucesora legítima de la grandeza de Roma. Intentó recuperar la unidad romana y para ello atendió dos aspectos fundamentales: la reconquisto de los territorios occidentales y el fortalecimiento del poder real.

En el año 527, al morir el viejo, emperador Justiniano, le sucedió su sobrino. Justiniano. Pertenecía a una humilde familia de campesinos macedónicos, pero poseía gran talento: era sumamente culto y de gran inclinación artística, aunque carecía de energía suficiente. Estaba casado con la célebre TEODORA, mujer de fama escandalosa, pero dotada de extraordinario talento e indomable voluntad. A ella debió Justiniano. gran parte del éxito de su gobierno.

Apenas llegados al trono, el sueño de la pareja imperial fue volver a resucitar el antiguo Imperio Romano. Y para integrarlo, Justiniano planeó numerosas campañas, sirviéndose de los dos militares más grandes de su época, los generales BELISARIO y NARSES

• Comenzó invadiendo el norte de África y apoderándose, en el año 533, del reino que allí habían establecido Los Vándalos.

• Luego sus tropas cruzaron el estrecho y atacaron a los Visigodos, adueñándose de toda la zona sur de España.

• Después emprendió lo más difícil: la reconquista de Italia, dominada en ese entonces por los Ostrogodos. La guerra fue larga y costosa, pero en el 553 los orientales eran dueños de toda la península.

Así estuvieron a un paso de reconstruir el antiguo Imperio: todo el Mediterraneo era nuevamente un ‘lago romano”, y sólo faltaba reconquistar las Galias y las provincias del Danubio.

Pero este sueño no pudo realizarse: en él otro extremo del imperio se habían levantado, una vez mas, los eternos enemigos de los romanos:

Los Persas:

• Los Persas estaban viviendo un período de esplendor, y acaudillados por su rey CÓSROES, obtuvieronn varios triunfos frente a los generales de JUSTINIANO. La lucha se suspendió cuando el emperador se comprometió a pagarles un tributo anual.

• Además, por ese mismo tiempo, a través de la Macedonia se venía abriendo paso nuevas tribus asiáticas: los Avaros y los Búlgaros; en algunas oportunidades llegaron casi basta las murallas de la capital, y costó mucho hacerlos retroceder.

Todos estos contratiempos impidieron que JUSTINIANO realizara su proyecto. Sin embargo tuvo aún mayor mérito al fijar definitivamente las leyes romanas: el Derecho Romano.

 

EL CODIGO JUSTINIANO: En cuanto a la organización interna, Justiniano dispuso una gran codificación del derecho romano, que contribuía, además, al basamento de su poder. En el año 528 ordenó elaborar un Código que recogía todos los decretos imperiales que se habían redactado a partir del Edicto Perpetuo de Adriano,

A poco de subir al trono, el emperador encargó a su amigo el gran jurista TRIBONIANO que revisara todas las Leyes Romanas a partir del Edicto Perpetuo de Adriano, las armonizara con el cristianismo y finalmente las ordenara por materias. Y en el año 530 promulgó el famoso CÓDIGO que de inmediato se transformó en la base jurídica del Imperio y de todo el Occidente.

Poco después, esta obra se completó 0con una colección de opinión y sentencias de los más famosos jueces romanos, las PANDECTAS,. Digesto, y además un manual para los estudiantes de abogacía, INSTITUTAS. Finalmente, le añadió las NOVELAS, es decir las ley nuevas promulgadas durante su gobierno.

Así, por obra de Justiniano, Roma continuo rigiendo al mundo sus leyes, casi hasta nuestro siglo. También tuvo tiempo este gran emperador para dar un fantástico impulso a las artes: en Constantinopla se multiplicaron los palacios los templos ‘más espléndidos del mundo, y su Corte Imperial fue más fastuosa y brillante que hasta entonces se había conocido.

Pero entre todas las obras sobresalió, sin discusión, la Catedral Santa Sofía (imagen): su lujo y su esplendor en mármoles, mosaicos y pedreria constituyeron el símbolo de la gloria del Imperio.

En Bizancio el poder del emperador era absoluto, no tenía ningún límite de carácter constitucional. La Iglesia también estaba halo su autoridad, existía el cesaropapismo. En Occidente, en cambio, la Iglesia mantuvo su independencia respecto del Estado.

Cesaropapismo: intromisión del poder político en las cuestiones eclesiásticas, “el César es el jefe del Estado y el jefe de la Iglesia”. Justiniano intervenía activamente en la religión: designaba a los prelados, resolvía cuestiones de fe, componía cantos litúrgicos

Los territorios recuperados por Justiniano se perdieron para el imperio luego de su muerte.

Y A fines del siglo VI, los lombardos invadieron Italia y los visigodos restablecieron su poderío en las costas de España.

En el siglo VII, un nuevo poder, el de los árabes y el Islam, le arrebató extensos territorios (Egipto, Siria, Palestina y Africa). A partir del siglo IX se instalaron en los Balcanes pueblos de origen eslavo (croatas y serbios).

El Imperio Bizantino quedó limitado al dominio del Asia Menor; su límite Norte era Tracia. Igualmente, con períodos de esplendor y decadencia, Constantinopla fue la única gran ciudad” de la Edad Media; heredera del esplendor y la vida animada de Roma, logró mantenerse independiente hasta el siglo XV, cuando fue conquistada por el poder turco.

Constantinopla: “un gran centro comercial’
La actividad básica de la economía bizantina fue agricultura, complementada con una importante actividad artesanal. En las ciudades del imperio se desarrollaron las industrias textiles, la cerámica, la orfebrería, el mosaico Constantinopla, por su privilegiada situación geográfica comerciaba con el Norte, Oriente y Occidente. Actuaban en realidad, como intermediaria comercial, compra de productos de Oriente, generalmente de luto (especies piedras preciosas, oro) y los vendía en Occidente. Constantinopla se convirtió de este modo en un centro comercial muy importante; su moneda de oro, bezante, fue muy utilizada.

La cultura bizantina: punto de unión entre Oriente y Occidente Podríamos definirla como una cultura síntesis en la que confluyeron diferentes aportes: los grecorromanos, los cristianos y los orientales. Constantinopla fue el centro de una civilización que perduró hasta el siglo XV y que actuó como depositaria y salvadora de la tradición de la antigüedad clásica. En Bizancio se preservó gran parte de las obras literarias de griegos y romanos. Justiniano realizó también una importante codificación de las leyes romanas. Además del Código ya mencionado que recogía los decretos imperiales, su labor continuó con:

Y El Digesto o Pandectas: reunía los textos de los juristas romanos importantes.

Las Institutos: destinadas a los estudiantes, contenían los principios básicos del derecho. Y Las Novelas: consunto de leyes nuevas.

El Imperio Bizantino desempeñó además un papel importante en la difusión del cristianismo y la cultura grecorromana en la zona de los Balcanes y las estepas rusas. En suma, fue “el punto de unión” entre Oriente y Occidente.

Las artes
En ellas podemos advertir las influencias griegas (en el equilibrio y la armonía de las formas orientales y en el predominio del gusto por la decoración) y cristianas (en la elección de temas como la glorificación de Cristo, la Virgen y los apóstoles).

La arquitectura bizantina fue su más bella expresión. Los ejemplos más importantes son la catedral de Santa Sofía, de Constantinopla y la iglesia de San Vital, en Ravena. Su particularidad es el uso de la cúpula en la construcción de las iglesias.

La pintura y la escultura fueron concebidas en Bizancio como artes accesorias o complementarias de la arquitectura. Trabajaron sobre todo los mosaicos para la decoración (paredes y bóvedas). En cambio, se destacaron en las llamadas artes industriales’: la fabricación de joyas y toda clase de objetos suntuarios, realizados con oro, plata y piedras preciosas; los tejidos de seda; los bordados y las encuadernaciones, muy apreciadas en las regiones con las que comerciaban.

 

EL ESCUDO DE EUROPA: Uno de los grandes méritos del Imperio de Oriente fue que durante toda la Edad Media, mientras las jóvenes naciones europeas completaban su formación, Bizancio les sirvió’ de escudo parando los golpes de los pueblos bárbaros que Asia, vuelta a vuelta, lanzaba contra el Mediterráneo: persas, bulgaros, árabes y turcos. Estos últimos fueron sus más feroces enemigos.

Al final, tras ocho siglos de lucha, la decadencia de Bizancio se fue acentuando. Hacia el año 1400 se presentía el desenlace: los emperadores Paleólogos se reconocieron vasallos de los Sultanes Turcos, y medio siglo después, en 1453, las tropas de Mahomet II (imagen)  entraron a degüello en Bizancio. Así concluyó el Imperio de Oriente. Pero para entonces, Europa, ya mayor de edad, estaba preparada para hacer frente a las bordas asiáticas.

Este pueblo nómada de las estepas eurasiáticas fundó en el siglo XIII, bajo el liderazgo de Gengis Khan, el mayor imperio de la historia.

Eran una tribus de jinetes nómadas de las estepas del Asia Central,  su lugar de origen coincide aproximadamente en la actualidad con la república de Mongolia y las franjas meridionales de Siberia. En el siglo XIII, bajo el liderazgo de Gengis Khan protagonizaron un movimiento de expansión de tal magnitud, que el imperio mongol llagó a extenderse desde China por el Este, a Rusia y el imperio islámico por el Oeste.

Los Mongoles antes de Gengis Khan

Los pueblos mongoles pertenecen al amplio grupo de pueblos mongoloides, del que también forman parte chinos, japoneses, coreanos, thais, etc. Su medio geográfico configuró una forma de vida nómada, basada en el pastoreo de cabras, ovejas y caballos, muy similar a la de otros pueblos esteparios, como los turcos y los tunguses (manchúes), con los que también comparten una filiación lingüística (lenguas uralo-altaicas). Parece que su hábitat original se situaba en las llanuras al sureste del lago Baikal, aunque algunos grupos se extendieron al norte del mismo, en la taiga siberiana, donde vivían de la caza. Su forma de vida motivó la extremada sencillez de las sociedades mongolas. Agrupados en tribus, vivían en tiendas que transportaban consigo en sus desplazamientos en busca de nuevos pastos, no practicaban la agricultura ni tenían ciudades o asentamientos permanentes. El chamanismo y la veneración de los fenómenos naturales constituían sus principales prácticas religiosas.

Estas circunstancias motivaron el que los mongoles raramente fundaran Estados, aunque se dieron algunas excepciones. Como otros pueblos nómadas, los mongoles eran excelentes arqueros y jinetes. Convertidos en una fuerza guerrera, su extremada movilidad y velocidad hacía de ellos una seria amenaza para cualquier ejército. Gracias a ello consiguieron fundar efímeros Estados en diversas épocas, como el reino de Yen (siglo IV), el imperio juan-juan (siglos V y VI) o el de los kihtan (siglos X y XI) al norte de China, o el de los kara-kitai (siglos XI y XII) en Asia Central. A causa de la inestabilidad interna y de la presión de otros nómadas, frecuentemente azuzados por el imperio chino, estos Estados solían desaparecer rápidamente, y las tribus mongolas volvían a su existencia errante.

Gengis Khan

En 1196 Temuyin, un jefe de clan mongol, fue elegido khan o kan (soberano) por una asamblea de las tribus. En pocos años sometió a su autoridad a todas las tribus turcas y mongolas que vivían en torno al Baikal, y en 1206 fue proclamado khagan (soberano supremo) por todas las comunidades, y adoptó el nombre de Gengis Khan (soberano universal). Organizó su nuevo Estado sobre dos pilares. El ejército fue dividido en tres tipos de fuerzas: una caballería pesada para romper las formaciones enemigas, una caballería ligera (la especialidad mongola), que con sus continuos y rápidos ataques y retiradas hostigaba y debilitaba al enemigo hasta vencerlo, y cuerpos auxiliares de ingenieros e infantería, normalmente reclutados entre los pueblos sometidos, y empleados en los asedios de ciudades. Los hombres eran repartidos en nuevas unidades, rompiendo las tradicionales agrupaciones tribales, lo que daba cohesión al conjunto, reforzado por la presencia de los 10.000 bahadur, la guardia personal del Khan. La movilidad y sobriedad de este ejército y la organización de un eficaz sistema de correos (yam) permitían desplazar rápidamente grandes contingentes de tropas a lo largo de enormes distancias y concentrarlas por sorpresa contra el enemigo, con efectos devastadores.

Por otro lado, la yasa era la ley imperial que daba cohesión y organizaba el conjunto de las Instituciones del Imperio. La soberanía era electiva dentro de la familia de Gengis Khan, cuyos miembros acaparaban los máximos poderes civiles y militares. La cancillería imperial y el tribunal supremo eran dirigidos por mongoles. El Imperio se dividía en distritos militares, y los jefes del ejército, miembros del gran consejo imperial, se encargaban también de la administración, auxiliados por una numerosa y eficiente burocracia, escogida entre los pueblos sometidos.

Con estos elementos, los mongoles emprendieron una espectacular serie de conquistas. En 1209 sometieron el reino tungús de Xixia, después conquistaron el norte de China hasta Pekín (1215). Gengis Khan obtuvo el vasallaje pacífico de los kara-kitai (1218) y atravesó sus tierras en 1221 para conquistar el sultanato turco musulmán de Jwarizm (noreste de Irán). Combinando la tolerancia con las poblaciones sometidas pacíficamente y la mayor crueldad con los enemigos vencidos, convirtió el terror en un arma tan eficaz como su ejército. Sus lugartenientes Subotay y Djebe realizaron una incursión al sur de Rusia, venciendo a os cumanos y los rusos en Kalka, en 1223.

 

Sus primeros sucesores

A la muerte de Gengis Khan (1227) el imperio, que se extendía desde Manchuria hasta el mar Caspio, estaba repartido entre su hijos, bajo la soberanía del Gran Khan. En 1229 la asamblea de los nobles mongoles eligió para este puesto a Ogodei. este continuó las conquistas mientras organizaba el imperio, estableciendo ¡a capital en Karakorum (1235). El imperio Km del norte de China fue totalmente conquistado (1234), así como gran parte de Persia (1239). Batu, sobrino de Ogodei, acompañado por Subotay y Mangu, marchó sobre Occidente, destruyendo a los búlgaros del Volga (1236), aplastando a los rúsos y tomando Kiev (1240). Atacó entonces Polonia, Hungría y Alemania, llegando hasta el Adriático (1241). Pero cuando iba a atacar Viena, la noticia de la muerte de Ogodei le hizo volver rápidamente a Karakorum para defender sus derechos al trono. Tras un periodo de minorías y regencias (1241-51), durante el reinado de Mangu Khan (1251-59) el imperio alcanzó su máxima extensión. Su hermano Hulagu, gobernador de Persia, acabó con la secta de los asesinos (1256) y conquistó todo Irak, ejecutando al último califa de Bagdad (1258), pero fue vencido por los mamelucos de Egipto en Am Yalut (1260).

 

Kublai Khan y la disgregación del Imperio

Kublai, otro hermano de Mongu, encargado de la conquista del Imperio chino de los Song, fue elegido Gran Khan (1260-1294). En seguida trasladó su capital a Pekín, llamada Kanbalik. Desde allí completó la conquista de toda China (1279) y envió expediciones contra Japón, Indochina e Indonesia. Bajo su reinado y el de sus sucesores, el Imperio chino-mongol alcanzó una gran prosperidad, gracias al orden interno y a que la tolerancia y la pax mongolica impuestas sobre gran parte de Asia favorecían enormemente el intercambio de ideas y mercancías. Fue en esta época cuando el famoso viajero veneciano Marco Polo llegó a la corte del Gran Khan, donde recibió cargos y honores. También llegaron otros comerciantes y misioneros, como el franciscano Ruysbroek.

Pero también en esta época comenzó la disolución del inmenso Imperio. La smización del Khan y de la dinastía Yuan por él fundada hizo que otros miembros de la familia se rebelaran contra su autoridad. Su nieto Kaidu fundó un kanato independiente en Asia central, que sólo fue sometido por Timur (1295-1307), sucesor de Kubiai, que no pudo impedir sin embargo la pérdida de control sobre los khanatos o khanatos occidentales. La misma dinastía Yuan fue derrocada en China por los Ming (1368) y sus descendientes se retiraron de nuevo a Mongolia.

 

Los khanatos de Asia central y occidental

A partir de 1260 el imperio se había convertido en una federación de khanatos, bajo la soberanía cada vez mas teórica del Gran Khan, frecuentemente enfrentados entre sí.

En Asia central, el kanato de Yagatay, tras una fase de expansión, comenzó su declive a la muerte de Kaidu (1301), mientras se turquizaba e islamizaba progresivamente. Tras sufrir el embate de Tamerlán (finales del siglo XIV) y la presión de los rusos, se dividió en varios khanatos que fueron progresivamente absorbidos por el Imperio ruso (siglos XVI-XX).

Al oeste, el khanato de Quipcap o de la Horda de Oro, en Siberia occidental, impuso su autoridad a los principados rusos y llegó a amenazar Bizancio. Islamizado superficialmente, se alió con los mamelucos, ayudando a su victoria en Am Yalut. Debilitado por la rebeldía de los príncipes de Moscú (1380) y la derrotalrente a lamerlán (1395), perdió definitivamente el control sobre Moscovia en 1480, y se escindió en los khanatos de Kazán, Astrakán y Crimea. El último de ellos logró resistir el expansionismo ruso hasta fines del siglo XVIII

Las conquistas de Hulagu en Persia llevaron a la fundación del Imperio de los llkharies o Iljanes. Éstos, tras algunos intentos de alianza con la cristiandad europea contra los mamelucos y los príncipes musulmanes de Siria, acabaron convirtiéndose también al islam a finales del siglo XIII. Esto no impidió la disgregación de su imperio a la muerte de Abu Said (1335).

 

Los timuríes

En 1360, el turco islamizado Tamerlán (Timur Lenk, «el cojo») se proclamó descendiente de Gengis Khan y unificó a las tribus turcas y mongolas de Asia central. En una serie de campañas devastadoras sometió a su autoridad toda Persia, el khanato de Quipcap (1396), el norte de la India (1399) y el sultanato otomano de Asia Menor (1402). Pero a su muerte (1405), su gran Imperio, con capital en Samarcanda, se desintegró rápidamente.

Un descendiente suyo, Babar, fundó en 1506 el Imperio mogol de la India, que gobernaría durante dos siglos la mayor parte del subcontinente, hasta su sometimiento por los ingleses entre los siglos XVIII y XIX

La caída del imperio romano de oriente

Mientras que en Europa Occidental el feudalismo decaía con la afirmación de los monarcas nacionales, en Europa oriental se sentía la amenaza de nuevas invasiones procedentes de Asia. que reiteradamente pretendían conquistar también el Imperio Bizantino.

En el siglo XII, los mongoles, pastores guerreros y nómades del Norte de China, organizaron un importante imperio que se extendió por Rusia, Siria y el Norte de India. Su fundador fue Gengis Kan (1154-1227), guerrero y conquistador de temible fama por las devastaciones que sembraba a su paso.

En el siglo XIII, el emperador Tamerlán logró la conquista del resto de India, Persia. Mesopotamia y Asia Menor. Gran importancia para la historia del Medioevo occidental tuvo la irrupción de otro pueblo asiático: los turcos. Procedentes del Turquestán, el pueblo turco había descendido en el siglo IX al califato de Bagdad., donde se asenté. Con el tiempo, los turcos lograron derrocar a la dinastía de los Abásidas y fundar la propia con Otmán I, el Victorioso.  Por él se conoció a los turcos con el nombre de otomanos.

Los turcos otomanos habían surgido como un pequeño estado en el Noroeste de Anatolia, tras el hundimiento del sultanato Rum. Reciben su nombre de su organizador, Otmán I, y consiguieron unidad y fuerza a las órdenes de Orján, el hijo de Otman. Su empuje se debió en parte al apoyo de los "gazi", guerreros musulmanes que practicaban la jihad (la guerra santa se denomina en turco "gaza"), dispuestos a luchar contra el imperio bizantino.

A partir de allí comenzaron una expansión que los llevó en el siglo XV a poseer vastos territorios en Europa. Asia y África. En 1453, su objetivo fue lograr una nueva capital. Para ello, se dirigieron a Constantinopla y la conquistaron luego de dos meses de resistencia.

 

Mohamed II

Al comenzar el siglo XV el imperio Bizantino estaba reducido a la ciudad de Constantinopla y a una pequeña área al norte de ella. Los turcos rodearon Constantinopla y pidieron su rendición, pero los turcos no pudieron mantener el asedio por haber sido atacados por el conquistador mongol de Asia Central Tamerlán Timur (1402). Finalmente en 1453 el sultán Mohamed II conquistó Constantinopla.

Mohamed II convirtió a la ciudad en nueva sede de su residencia y la llamó Estambul. De esta manera, luego de diez siglos de supervivencia., desapareció el Imperio Romano de Oriente. Su caída fue elegida por los historiadores como hito para determinar el fin de la Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna. Los bizantinos sobrevivientes, al emigrar a Occidente, llevaron consigo la tradición cultural grecorromana que se había conservado en Constantinopla y contribuyeron a despertar uno de los sucesos más importantes de a modernidad: el Renacimiento cultural y artístico de los siglos XV y XVI.

 

LA CRISIS DE LA SOCIEDAD FEUDAL

En el siglo XIV se produjo una crisis que afecté profundamente a la sociedad feudal europea. La crisis comenzó con la disminución de la población agrícola por agotamiento de las tierras y la imposibilidad técnica de resolver el problema. Esto trajo como consecuencia la escasez y la carestía de los alimentos. Se generalizaron las hambrunas, agravadas por muchos años de malas cosechas a causa del desmejoramiento del clima. Las malas condiciones de alimentación e higiene de la población facilitaron la difusión de epidemias. La peste negra, que afecté a Europa a partir de 1348, diezmó a millones de europeos. La disminución de la población se agravé —todavía más— a consecuencia de las guerras que se prolongaron por muchos años a través de todo el continente.

Esta crisis afecté las relaciones entre los señores feudales y los siervos. La población campesina de los señoríos disminuyó y para los señores fue cada vez más difícil obtener los tributos de sus siervos o retenerlos en sus tierras.

La necesidad de solucionar estos problemas originé muchos de los cambios que se produjeron en la sociedad europea en los siglos XV y XVI.

La búsqueda de lo nuevo y la reafirmación de lo viejo eran dos fuerzas que actuaban en sentido contrario: la expansión del comercio y del poder económico de los burgueses, junto con las revueltas de los campesinos disconformes con su nivel de vida, eran dos fuerzas sociales que acentuaban la crisis del feudalismo. La aristocracia de los señores, principales beneficiarios del orden feudal, reaccionó para conservar sus privilegios. De este conflicto entre dos fuerzas opuestas fue surgiendo el mundo moderno.

Los cambios que se produjeron a partir del siglo XV no siguieron una dirección única. Modificar una sociedad tan rígida como la feudal no resulté fácil. Muchos europeos actuaron en favor de ese cambio, pero otros tenían fuertes intereses para que el antiguo orden se mantuviera.

 

Las nuevas formas de organizar el trabajo rural y urbano
A lo largo del siglo XV la agricultura europea se reconstituyó. Muchas de las tierras abandonadas durante la crisis del siglo XIV fueron puestas otra vez en producción y se incorporaron otras nuevas. Una gran novedad fue que los productos rurales se convirtieron en una atracción para los hombres de negocios, quienes comenzaron a invertir su dinero en la compra de tierras. La comercialización de esos productos tuvo un gran impulso debido al aumento de sus precios. La producción rural comenzó a ser vista como un negocio, como una fuente de enriquecimiento, por parte de algunos comerciantes urbanos y propietarios de tierras.
El país europeo en el que más se notaron estos cambios fue Inglaterra. Muchos propietarios se interesaron por comercializar lo que se producía en sus tierras. Esto los llevó a introducir innovaciones técnicas para aumentar la productividad. En muchos casos los adelantos técnicos provocaban desocupación, ya que reducían la necesidad de mano de obra. Por lo tanto, gran cantidad de campesinos se vieron obligados a abandonar sus tierras, condenados a refugiarse en los bosques o a emigrar a las ciudades para hallar un modo de subsistencia.

Estas transformaciones en la producción agrícola hicieron más profunda la desorganización de la sociedad feudal.
Un cambio fundamental comenzó a gestarse en la Europa de los siglos XV y XVI. El trabajo rural, orientado hasta entonces exclusivamente hacia la autosubsistencia, comenzó a organizarse en una forma diferente, orientada hacia el comercio. Los señores se propusieron obtener un excedente de producción cada vez mayor para venderlo en el mercado. Pero la economía continuó siendo básicamente agrícola: permanecieron los señoríos y [os campesinos sobrevivieron tan pobremente como antes. Estas transformaciones comenzaron en los campos ingleses.
En las ciudades la mayor parte de la producción artesanal siguió contro
lada por los gremios. Con su rígida estructura de maestros oficiales y apren­dices, los gremios fijaban los precios, la cantidad y la calidad de los productos. Pero a partir del siglo XVI en algunas ciudades europeas hubo cambios en la producción artesanal. Algunos gremios —entre ellos el textil— comenzaron a producir mayor cantidad de artículos de menor calidad y me­nor valor que los que producían anteriormente. Los artesanos de Inglaterra y Flandes se especializaron en la producción de paños de lana, mientras que las ciudades italianas mantuvieron su producción de telas de seda de alta calidad. La lana para la producción de paños provenía de las zonas rurales de Inglaterra y España, en donde cada vez fue mayor la extensión de tierras dedicadas a la cría de ovejas.
Otro cambio que permitió aumentar el volumen de la producción artesanal para el mercado fue que algunos comerciantes urbanos emplearon como mano de obra artesanos que vivían en las zonas rurales. Producían distintos tipos de manufacturas y luego esta producción era vendida por esos comerciantes en los mercados urbanos. Así el trabajo urbano se relacionaba con el rural: el crecimiento del comercio en las ciudades provocó modificaciones en la economía rural. 

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