LA MUERTE

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Permanecemos indiferentes a ciertas realidades y rehuimos determinadas experiencias, en especial la de la muerte.
Stalin dijo que la muerte de una persona es una tragedia pero que un millón de muertos es sólo una cifra.
Cuando se torna demasiado insoportable la idea del hambre en Bangladesh, en Camboya o en la India, nos apartamos del asunto, contentándonos con enviar algunas prendas de ropa o aumentando nuestra limosna en la colecta del domingo.
En la actualidad, la mayoría de los campesinos envían sus animales al matadero en donde son muertos mediante técnicas modernas, después congelados en el mismo lugar.
En el siglo XIX sólo llegaban a los 15 años menos del 50% de los niños nacidos vivos. Así, las familias se hallaban en contacto frecuente con la muerte. La estructura familiar era también muy diferente entonces. Los miembros de la “gran familia” vivían juntos y, consiguientemente, asistían mucho más a menudo a la muerte de un pariente o de un conocido. Y como la muerte se producía con frecuencia, los contactos con ella eran numerosos.
Cuando alguien moría, eran los mismos miembros de la familia quienes amortajaban el cadáver, fabricaban el ataúd y cavaban la tumba. El cuerpo del difunto quedaba expuesto en el salón familiar. Una vez concluido el velatorio, era natural que los parientes y amigos durmieran en la casa en que reposaba el cadáver de la persona amada.
Como ya no tenemos contactos tan directos con la muerte, nos resultaría difícil comportarnos ante ella con la misma naturalidad. Por el contrario, las generaciones jóvenes, actuales y futuras que no han tenido las mismas experiencias, creen que la muerte se halla reservada a los viejos.
Erikson (1963) afirma (cap. 1) que la integridad del Sí, opuesta a la capacidad o la incapacidad de aceptar la muerte inminente de otro o la propia, constituiría la última fase de la evolución ontogenética. Esta noción se emparenta, en ciertos aspectos, con la del estadio final, que es el de la aceptación de la muerte, descrito por Kubler - Ross (1969).

Por su parte, Dylan Thomas aconseja luchar en vez de aceptar:

“Do not go gentle into that Good Night,
Rage, rage against the dying of the light...”

“No aceptes mansamente la noche,

pelea contra la muerte de la luz...”

 

La evolución de las causas de muerte durante la vida.
Charcot (1867) señalaba que las personas de edad parecen inmunizadas contra ciertas enfermedades. Al envejecer el organismo se debilita y ya no es capaz de recobrarse de una manera adecuada. Finalmente, ciertas enfermedades parecen afectar en forma específica a las personas de edad y rara vez a los jóvenes. Tal vez la Medicina consiga un día curar las enfermedades crónicas y propias de la vejez, tal como ha logrado combatir las enfermedades infecciosas y de otro género que antes acababan con los jóvenes.

 

La muerte en cuanto concepto y acontecimiento.
Resulta además muy difícil separar a la muerte de la no-muerte y a la vida de la no-vida. Aunque quepa oponer la ausencia a la presencia, la distinción comporta por añadidura tres dimensiones: psicológica, social y física (Kastelbaum y Aisemberg, 1972).
Tener 70 años es un poco como vivir en un campo de batalla y ver morir a los amigos, sabiendo que muy pronto llegar{a nuestro turno. El sentimiento de sobrevivir a la muerte de los demás se parece a la trágica experiencia de los sobrevivientes de Hiroshima.
La segunda forma de muerte psicológica es aquélla con la que nos tropezamos en presencia de un ser que se halla psicológicamente ausente. Éste es el caso de los psicóticos y de los dementes que nos parecen extraños y, en cierta manera inhumanos como los “muertos que andan” de las antiguas películas de horror. Su mirada está vacía y resultan difíciles de abordar. La demencia y la psicosis son mucho más frecuentes en las personas de edad que en los jóvenes; {esto equivale a decir que la muerte psicológica se encuentra con harta frecuencia asociada a la vejez.
La tercera forma de muerte psicológica proviene de la alienación completa del Sí, un tanto como si se viviera en un sueño. El hecho de que muchas personas de edad vivan aisladas o internadas en una residencia puede suscitar en ellas una especie de muerte psicológica que sería consecuente con la esterilidad de la soledad.
A la muerte psicológica se añade la muerte social, la forma final de la muerte psicológica. Esta alienación puede sobrevenir en las personas de edad cuando los familiares cambian de domicilio y se alejan, cuando mueren los semejantes o cuando desaparece el entorno familiar a consecuencia de una transformación urbana. Como los ancianos ya no desempeñan papeles activos en la sociedad, se encuentran carentes de estructuras de apoyo y pueden consiguientemente desarrollar sentimientos de “anomia”. Tales sentimientos pueden inducir a la persona en cuestión a sentir que ya no forma parte de su entorno inmediato. Los casos de ostracismo oficial (v.g. excomunión) u oficioso (v.g. internamiento en una residencia) representan, probablemente, las formas más extremas o radicales de muerte social.
Ya no se consideran hoy como índices suficientes de la muerte la interrupción de la respiración, de los latidos del corazón y la del reflejo pupilar. Ante la diversidad de las técnicas empleadas para registrar unas respuestas fisiológicas, se ha vuelto, por el contrario, muy compleja la determinación exacta del momento de la muerte. (EEG; electroencefalograma).
Riley y otros (1968) han demostrado, sin embargo, que existe una relación significativa entre las dos siguientes visiones negativas de la muerte: 1) que la muerte sobreviene siempre demasiado pronto y 2) que morir es sufrir. Han comprobado, no obstante, que estas percepciones negativas disminuían a medida que se elevaba el nivel de educación.
La debilidad de los sujetos próximos a morir parece indicar que la muerte estaría precedida por el agotamiento de una determinada energía vital ligada a la energía del Yo y a su integridad.
El sitio en donde tiene lugar el fallecimiento ya no es el mismo de antes. Hemos relegado la muerte a los hospitales  y, en consecuencia, despersonalizado el acontecimiento. Antaño se convocaba a la familia a la cabecera del moribundo mientras que ahora, generalmente, se ruega que abandonen la habitación. El dicho popular afirma que es mejor morir de pie que en el hospital, en donde el ambiente resulta física, espiritual y psicológicamente aséptico.

 

El proceso mortal.
Kubler - Ross(1969) plantean cinco estadios en el proceso de la muerte. El primero se caracteriza por la denegación:” No, yo no, esto no es cierto!”. El segundo estadio se caracteriza por sentimientos mixtos de cólera, envidia y resentimiento: “¿Porqué yo? Es un estadio egoísta. El tercer estadio es el del regateo; el moribundo implora a Dios que prolongue su vida o que disminuya su dolor. El cuarto estadio es de depresión; el moribundo comienza a comprender que es inútil luchar. Se caracteriza por una resignación triste que aún no es aceptación. La aceptación sólo sobreviene en el estadio final cuando la persona acepta por fin su muerte inminente, sin placer, sin resignación, pero con calma.
Cuatro elementos principales determinan las reacciones de cada uno ante la inminencia de su muerte:
1.-  La historia y las características personales.
2.-  El contexto en el que aparece el enfermo.
3.-  El curso de la enfermedad.
4.-  La naturaleza de la propia enfermedad.
La mayoría de los moribundos sufren reacciones emotivas como la cólera, la culpabilidad, la vergüenza y el pesar ante su propia muerte. El pesar resulta especialmente intenso porque no se pierde a un solo ser amado sino a todos los seres amados (Kubler - Ross, 1969).
Los miembros de la familia deberían mostrarse particularmente sensibles a las reacciones emotivas del moribundo y comprender que no se hallan dirigidos contra ellos sino más bien contra su estado (es decir, su muerte inminente).
Glaser y Strauss (1967) identifican seis modalidades:
1.-  La muerte súbita.
2.-  La espera breve.
3.-  La espera prolongada.
4.-  El plazo corto.
5.-  La sentencia aplazada.
6.-  El pronóstico de vaivén.
Cada modalidad suscita diferentes reacciones. La muerte súbita no permite a la víctima ni a la familia prepararse para el acontecimiento y el paciente carece de posibilidad alguna de reaccionar al respecto. La espera prolongada es la que hace posible la elaboración más considerable de las reacciones emotivas.
Como el hospital es, por lo común, el lugar en donde se desarrolla la fase final de la enfermedad, Glaser y Strauss (1965) han identificado cuatro tipos de contextos hospitalarios, según la manera de abordar el tema de la muerte. Son los siguientes:
1.-  La ignorancia.
2.-  La sospecha.
3.-  El silencio cómplice.
4.-  La lucidez.
Nos referimos a la ignorancia cuando ni el personal, ni el enfermo, ni su familia, admiten la inminencia de la muerte.
Kubler - Ross (1969), la describen como un estado precario que provoca que la mínima palabra, el menor gesto puedan inducir al paciente a sospechar la gravedad de su estado. A la crueldad y a la injusticia de este comportamiento respecto a los moribundos, se añade la inquietud inútil que puede provocar en los demás enfermos y en sus familias, quienes corren el riesgo de considerar como propios los signos de muerte que aprecian en torno de ellos.
En el silencio cómplice,  las dos partes evitan hablar del tema.
La lucidez rechaza todas las evasivas y no evita mirar cara a cara a la muerte.
La ignorancia tiene su origen en la inexperiencia, ya que los enfermos carecen de cualquier experiencia respecto de la muerte. Desde el momento de nuestro nacimiento, caminamos lentamente hacia la muerte y nada hay tan seguro como el hecho de que moriremos.
La muerte puede parecer deseable, sobre todo cuando el sufrimiento es grande, porque pondrá fin a un doloroso capítulo de la vida. Sin embargo, y gracias a los progresos de la tecnología médica, las muertes dolorosas son cada vez más raras y hay muchas razones para creer que la mayoría de nosotros moriremos de una enfermedad crónica, conscientes de la aproximación de la muerte, pero sin experimentar sufrimientos intolerables. Es importante reconocer las reacciones individuales ante la inminencia de la muerte.

 

El miedo a la muerte y a los moribundos.
Los psicólogos establecen una distinción importante entre el miedo y la angustia; el miedo tiene un objeto del que carece la angustia. Como la muerte es un estado que sólo nos imaginamos bastante mal, nuestra reacción ante ésta se aproxima más a la angustia que al miedo. Las diferentes formas que reviste la angustia ante la muerte pueden, sin embargo, parecerse al miedo, cuando se refieren a situaciones o a objetos precisos.
El malestar que experimentamos ante un moribundo o un muerto, al igual que en presencia de objetos fúnebres, proviene del hecho de que nos obligan a tomar conciencia de nuestra propia condición de mortales. Como los ancianos se hallan próximos a la muerte, nos alejamos de ellos. Peor aún, los ancianos se sienten alienados porque creen que ser viejo implica ser un moribundo.
Es triste. Nos impide acercarnos a ellos y atender a los moribundos, tarea que nos haría posible prepararnos para nuestra propia muerte. Descuidamos, pues, nuestras propias necesidades y las de los demás en el mismo momento en que resultan más acuciantes. Si es triste que deben morir los ancianos, aún lo es más que se vean obligados a vivir en el aislamiento, separados de los seres queridos y extraños a sí mismos.

 

El miedo a nuestra propia muerte.
Nuestros propios contactos profesionales con las personas de edad suelen indicar que éstas temen menos la muerte que:
1.-  Al internamiento en una residencia.
2.-  A la enfermedad prolongada.
3.-  al dolor y el sufrimiento.
4.-  Al crimen.

Los temores que acompañan al proceso mortal.
1.-  No podré sentir ya nada.
2.-  No estoy seguro de lo que me sucederá si hay otra vida después de la .muerte.
3.-  Tengo miedo de lo que le pase a mi cuerpo después de la muerte.
4.-  Ya no podré cuidar de los míos.
5.-  Mi muerte podría causar dolor a mis familiares y amigos.
6.-  Es el final de todos mis proyectos.
7.-  Mi muerte podría ser dolorosa.
La causa del mayor disgusto es el pensamiento de provocar dolor a los demás.
Según Brantner (1970), el miedo a morir se resume en tres temores fundamentales:
1.-  El miedo a morir solo.
2.-  El miedo a morir en la oscuridad.
3.-  El miedo a sufrir.
No existe hoy razón alguna para dejar que alguien muera solo, como no sea la indiferencia de los parientes, de los amigos o de las personas en general. Hay servicios de ayuda mutua telefónica, para tranquilizar a las personas de edad que viven solas y que temen caer y no poder levantarse o que tienen miedo de morir aisladas y de que sólo se descubra su cadáver cuando haya comenzado a descomponerse. Gracias a los progresos en neurofisiología y farmacología, en la mayoría de los casos cabe eliminar o aliviar el sufrimiento. El único inconveniente de los analgésicos consiste en que nublan la conciencia cuando son suministrados en dosis fuertes. El riesgo de toxicomanía (apetencia morbosa por las sustancias tóxicas) carece evidentemente de fundamento en la fase terminal de una enfermedad, aunque, por desgracia, preocupe a veces al personal sanitario.

 

La influencia de los factores culturales en la experiencia de la muerte.
Siete factores principales influyen ahora en la experiencia de la muerte:
1.-  La urbanización.
2.-  El declive de la religión.
3.-  La evolución de la tecnología médica.
4.-  El paso de la familia numerosa a la familia nuclear.
5.-  Las modificaciones epidemiológicas.
6.-  El advenimiento de la era atómica.
7.-  La evolución de las prácticas y de las costumbres fúnebres.
Si se perpetúa la nueva costumbre de la muerte en el hospital en vez de en casa, convendrá adoptar algunas medidas:
1.-  Prever unos hospitales o unos servicios especiales en ellos que estén expresamente reservados a los moribundos.
2.-  Modificar la concepción actual de los hospitales a fin de que sean sensibles a las necesidades de los moribundos, suponiendo, evidentemente, que la mayor parte de esta clientela estará integrada por ancianos.
Instituciones de este tipo en mundo entero tienen como objetivos proporcionar humanidad y estimular la lucidez. La atmósfera que reina es abierta y cordial y el marco material no reviste el lúgubre aspecto propio  de las instituciones hospitalarias, sin que se descuide el lado práctico. Por el contrario, el personal de los hospicios no intenta heroicas intervenciones médicas para demorar el momento de la muerte y sólo se aceptan enfermos cuando están en  su fase terminal.
Algunos poseen guardería para los hijos del personal y se invita a las familias a que traigan a los hijos y a los nietos. Los horarios de visita son muy flexibles y adaptados a las necesidades de la familia y del enfermo más que a las del personal.
Pueden compartir sus últimos días con sus íntimos comunicándose en forma sincera y decorosa con ellos.
También se ha implementado un vasto programa de cuidados domiciliarios, cuyo objetivo estriba en proporcionar los medios necesarios a las familias que desean mantener en casa a sus parientes moribundos.
Si se pretende mejorar las condiciones de los enfermos en fase terminal cabe prever, además de los hospicios, otros tipos de intervención que se acomoden a las normas de la Medicina tradicional. El primer paso a dar consistiría en mejorar la calidad de la formación y de la experiencia del personal sanitario, sobre todo en cuanto a las necesidades psicológicas de los moribundos.
Convendría, entre otras cosas, asesorar a las familias para que se sientan mejor preparadas y más naturales ante sus parientes moribundos. Sería también preciso que se generalizara un empleo adecuado de los analgésicos, con el fin de lograr un justo equilibrio entre el alivio del dolor y el mantenimiento de la conciencia.
Habría que tomar más en consideración la necesidad de soledad y de intimidad de los moribundos. Todas estas medidas demandan un cambio de actitud.

 

Algunas cuestiones contemporáneas.
· El suicidio.
Test de Robins, West y Murphy sobre sus causas.
1.-  El suicidio se halla ligado a la falta de integración social.
2.-  El suicidio se encuentra en una relación inversamente proporcional a la violencia.
3.-  La probabilidad de suicidio aumenta entre los que han frecuentado la compañía de personas que han tratado de quitarse la vida.
4.-  La frecuencia del suicidio aumenta entre los ancianos que poseen una fuerte ética protestante centrada en la realización individual orientada hacia el futuro.
5.-  Se hallan asociadas al suicidio las ideas recibidas según las cuales los ancianos se ven obligados a rechazar los placeres de la vida y a abandonar sus papeles sociales.
6.- La probabilidad de suicidio aumenta con el sentido de la responsabilidad individual que incrementa el sentimiento de culpa y la depresión.
7.-  La tasa de suicidio se eleva con la insatisfacción en la vida cotidiana y profesional.
8.-  Las tasas elevadas de suicidio se explican por la elección de un sistema de valores laicos en vez de religiosos, ya que en el primero se autoriza el suicidio en ciertas condiciones.
9.-  El suicidio es más frecuente entre las personas afectadas por una lesión cerebral, sobre todo en presencia del alcoholismo.
10.-  Las tasas elevadas de suicidio se hallan asociadas a la depresión.

· La eutanasia.
Si a veces quiere decir procurar una “buena” muerte, designa por lo general el “homicidio por piedad”. En el sentido de “homicidio por piedad”, la eutanasia constituye una cierta forma de ayuda al moribundo. Podemos distinguir:
1.-  Eutanasia directa y voluntaria.
2.-  Eutanasia indirecta y voluntaria.
3.-  Eutanasia directa e involuntaria.
4.-  Eutanasia indirecta e involuntaria.

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