INTRODUCCIÓN A LA ECONOMÍA POSITIVA

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T. W. Hutchison 

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Este texto es la introducción al libro "Economía Positiva y Objetivos de Política Económica" ('Positive' Economics and Policy Objectives) de 1971, publicado en España por la Editorial Vicens-Vives.

Hutchison, T.W.: "Introducción a la Economía Positiva" en Textos Selectos de EUMEDNET.

 

El progreso de los conocimientos económicos durante las dos o tres últimas décadas no ha llevado a un mayor acuerdo sobre sus aplicaciones a la política económica, o, en todo caso, sobre ciertos aspectos cruciales de la misma. La cuestión, o conjunto de cuestiones, de hasta qué punto el conocimiento "objetivo", libre de preconcepciones "subjetivas", éticas o políticas, de parcialidades ideológicas o de "juicios de valor", es posible en el mundo social y económico, puede parecer uno de esos perennes tópicos filosóficos sobre los que nunca parece alcanzarse algo semejante a una solución satisfactoria para todo el mundo. Sin embargo, incluso los tópicos filosóficos quizá debieran ser revisados de vez en cuando. Y, durante la última década, como veremos más adelante, lo que a lo largo de un siglo se ha convertido en el punto de vista más o menos ortodoxo, o casi ortodoxo, de esta cuestión ha sido puesto en duda por una ola de críticas escépticas. Una distinguida autoridad en la materia ha declarado recientemente que "a pesar de Cairnes, Max Weber, Pigou, etc., el principio de la Wertfreiheit precisa más que nunca de una defensa valiente".(1) No es una defensa valiente lo que intento llevar a cabo, sino simplemente discutir a fondo la cuestión. En cualquier caso, el desacuerdo en torno a la misma, en vez de menguar, parece ir en aumento desde hace algún tiempo a esta parte, tanto en alcance como en intensidad, abundando las opiniones autorizadas rotundamente contradictorias. Así, por ejemplo, Friedman ha declarado que "la economía puede ser y en parte lo es, una ciencia positiva... La economía positiva es independiente, en principio, de cualquier posición ética o de cualesquiera juicios normativos". (2) Myrdal, por otro lado, insiste en que "jamás ha existido una 'ciencia social desinteresada', y que, por razones lógicas, no puede existir...; nuestros conceptos están cargados de valores... no pueden ser definidos sino es en términos de valoraciones políticas".(3) Smithies sostiene que "difícilmente ninguna teoría económica puede ser considerada ideológicamente neutral",(4) mientras que Stigler señala que "no parece necesario replegarse al terreno familiar para demostrar que la economía como ciencia positiva es éticamente -y por tanto políticamente- neutral".(5)

Posiblemente, si se procediese a una elucidación total de estas proposiciones, el aparente abismo existente entre ellas resultaría ser una pequeña diferencia de conceptos o de terminología. Pero es difícil decir hasta qué punto esto es cierto, ya que tales pronunciamientos, categóricos y amplios, suelen expresarse como obiter dicta, en un párrafo preliminar o algo equivalente, sin el reconocimiento de la necesidad de justificarlos o de la existencia de serias opiniones diametralmente opuestas.

Con respecto a esto Schumpeter nos dice que "el problema epistemológico en sí, ni es difícil, ni muy interesante, y puede ser resuelto en pocas palabras... (6) Tal vez sea así, si el "problema epistemológico" se define en forma suficientemente estricta, y ciertamente, acostumbra a ser despachado en muy. pocas palabras por los economistas contemporáneos. Desgraciadamente, y tal como hemos visto, sus pocas palabras son susceptibles de ser totalmente contradictorias.(7)

 

¿Es esto, acaso, muy importante? Ciertamente importa al especialista en metodología o al filósofo interesado en la. "luz" tanto o más que en el "fruto". Y quizá también importe a los que están básicamente interesados en el "fruto". Pues a pesar de que la cuestión de los juicios de valor políticos y éticos, y de la subjetividad parcialista, en economía es algo parecido a un perenne rompecabezas filosófico, atañe directamente al potencial "fructífero" de la economía, o a sus aplicaciones prácticas a las distintas políticas. Si se desea que las aplicaciones de la teoría económica a la política pública no se limiten a colocar en orden de batalla, en una jerga impresionantemente persuasiva y seudotécnica, los puntos de vista rivales, políticamente hablando; o si la discusión de las distintas políticas, por parte de los economistas, ha de consistir en algo más que una pugna .de tipos opuestos de propaganda política, arropadas con un lenguaje esotérico, entonces se impone alcanzar un área de consenso, en cierto sentido, o, lo que es lo mismo, un terreno "objetivo". No cabe duda de que resultará mucho más difícil alcanzar tal área o grado de consenso razonable acerca de las distintas políticas si no existe acuerdo, o incluso claridad, no sólo sobre qué premisas de valor y presupuestos políticos y éticos están aplicándose y, en este caso, en qué puntos, sino también sobre si o hasta qué punto, dichos presupuestos son necesarios o están siendo, en realidad, incluidos en el razonamiento; o sobre si están siendo innecesaria, o incluso "ilegítimamente", introducidos; o hasta qué punto son políticamente neutrales o aparecen exentas de toda apreciación subjetiva las teorías económicas que están siendo aplicadas.

La aplicación práctica del saber económico gira, hasta cierto punto, en torno a estas cuestiones, las cuales, como ya hemos visto, reciben respuestas totalmente contradictorias. Pero acaso esto tamp6co importase desde un punto de vista práctico -aun cuando no deja de ser desconcertante intelectualmente hablando si se llegase, como mínimo, a un razonable grado de consenso, y, a partir de ahí, se alcanzara un rango o "autoridad" objetiva sobre cuestiones de política 'económica, o si la naturaleza de tales desacuerdos fuese lo suficientemente clara y delimitada. Pero no parece ser este el caso.

Las divergencias entre los economistas sobre problemas teóricos, y todavía más sobre las distintas políticas económicas; ha sido perenne y proverbial: "Las diferencias de opinión entre los economistas han sido frecuente motivo de queja", escribió Malthus en 1827. (8) Cabía esperar, quizá, que el enorme volumen de material empírico y estadístico que se ha ido acumulando desde hace algunas décadas, mitigase los desacuerdos, o redujera su amplitud, a base de reducir el elemento puramente especulativo, pero esto apenas parece haber ocurrido. Sir Robert Hall no se dejó ganar por la exageración o el alarmismo cuando calificó de inquietante, en su discurso presidencial a la Royal Economic Society (1959), "el que existan grandes diferencias de opinión entre los economistas sobre aspectos fundamentales de la política económica".(9) Lo que sería inquietante, y en realidad lo es, es la falta de claridad con respecto a la naturaleza misma de dichas diferencias, o con respecto a la clase de cuestiones a cuyo alrededor giran.

Usualmente se intenta analizar las divergencias que separan a los economistas sobre las distintas políticas, mediante la aplicación de la dicotomía entre diferencias "positivas", en cuanto a los efectos predichos de las distintas políticas, y diferencias "normativas", en cuanto a los desiderata u objetivos de las políticas (estas últimas sujetas a diferentes juicios de valor, políticos o éticos). "Aunque los filósofos estuvieran de acuerdo en los hechos", escribió J. N. Keynes, "pueden llegar a soluciones opuestas... pues disienten sobre cuál ha de ser el auténtico ideal de la sociedad humana".(10) Las divergencias con respecto a las recomendaciones políticas pueden deberse, bien a divergencias sobre las funciones de posibilidad o sobre las funciones de preferencias, bien a divergencias en las creencias o en las actitudes (o, como es lógico, a ambas). Quizá sea interesante señalar -aun cuando no insinuamos que deba concedérsele demasiada importancia- que las generalizaciones en términos de dicha dicotomía, por lo que respecta a la naturaleza de las divergencias entre economistas sobre las distintas políticas económicas, muestran también una gran divergencia, e incluso hay el más completo desacuerdo con respecto a la naturaleza de los desacuerdos. Así, por ejemplo, Friedman, en 1953, aventuró el juicio de que:

"... a menudo en el mundo Occidental, y sobre todo en los Estados Unidos, las divergencias sobre política económica, entre ciudadanos desinteresados, se deben más a la diversidad de predicciones acerca de las consecuencias económicas que se derivarían de adoptar unas determinadas medidas -divergencias que pueden ser eliminadas en principio mediante el progreso de la economía positiva- que a diferencias fundamentales en los valores básicos." (11)

 

Podrí~ esperarse que si las diferencias se refirieran simplemente a las hipótesis "positivas", sin actitudes políticas ni de otra clase alguna mantenidas en forma poco crítica tras ellas, modelándolas y endureciéndolas, se hubiese llegado más bien más a menudo a un paciente acuerdo para diferir, pendiente de ulterior comprobación y evidencia empírica, en vez del mantenimiento persistente y aparentemente irreconciliable de las posiciones conflictivas.

Devons, sin embargo, en 1961, ve las divergencias sobre las políticas de forma muy distinta:

"Las discusiones entre economistas en pro o en contra de una determinada política, pueden explicarse más precisamente en términos de política que de economía. Se convierten en enfrentamientos vulgares y poco edificantes, en el curso -de los cuales cada facción elige aquellos elementos especiales, o aquella formulación .

particular del problema que conduce a la conclusión que patrocina." (12)

Las diferencias en el tiempo y lugar explican, hasta cierto punto, el contraste existente entre las generalizaciones de Friedman y las de Devons. Por una serie de razones demasiado especulativas como para examinarlas aquí, Friedman quizá esté completamente acertado con respecto a los desacuerdos políticos de los economistas de los Estados Unidos, mientras que Devons quizá lo esté en el caso de la Gran Bretaña. (13) (La misma diferencia en el tiempo, entre 1953 y 1961, puede ser importante, pues Devons parece referirse sobre todo a las controversias que surgieron entre los economistas británicos durante la década de 1950 sobre estabilidad de precios, empleo y tasas de crecimiento.)

De todas formas, la dicotomía entre proposiciones normativas y positivas no es tan sólo una cuestión filosófica o lógica. Posee un considerable significado político toda vez que podríamos considerarla como la línea divisoria entre aquellas cuestiones sobre las que

corresponde al experto pronunciarse, siempre y cuando sea capaz de hacerlo --esto es, sobre la predicción de las consecuencias derivadas de las distintas políticas y las valoraciones y elecciones de los distintos objetivos, que podríamos considerar como prerrogativa de los ciudadanos y de los políticos. Las funciones de preferencia -aun cuando pueden requerir alguna ayuda para su formulación son de la incumbencia de los ciudadanos y de los políticos, mientras que los expertos técnicos tienen la misión de señalar, con todo el consenso que puedan reunir, las funciones, de posibilidad. 'Si opinamos que es políticamente deseable mantener dentro de ciertos límites el papel que debe desempeñar el experto -los cuales, aunque no sean precisos, sean como mínimo lo suficientemente claros-, debemos hacer un esfuerzo por mantener la distinción normativo-positiva tan tajantemente clara como sea posible, y esto es cada vez más importante debido a que los asesores, y los consejos y comisiones económicas, juegan un papel cada vez más prominente. El total abandono de la distinción tornaría desesperanzadamente confuso el papel del experto en las decisiones políticas. La distinción, siempre y cuando pueda ser trazada, juega un papel vital en la discusión pública de las distintas políticas, discusión ésta que es básica en todo progreso democrático sano. En aquellos países democráticos donde se proyecta llevar a cabo políticas económicas más ambiciosas, es esencial que exista, con vistas a una acción efectiva, un mínimo consenso básico referente a lo distribuido -si se trata, por ejemplo, de cargas y beneficios distributivos- basado en "hechos" históricos, estadística y "objetivos" .

Sin embargo, la dicotomía entre creencias positivas en relación a los efectos predichos de las distintas políticas, y las actitudes normativas referentes a objetivos políticos alternativos, no parece haber sido aplicada con demasiado éxito a la rápida solución de los desacuerdos o a la clarificación de los puntos en cuestión. De hecho, tal dicotomía no es de aplicación tan fácil y automática en el campo de la política económica como parecen haberlo supuesto algunas de sus exposiciones más simplistas.

 

La dicotomía entre proposiciones normativas y positivas,. y el supuesto.. de que ambas pueden y deben ser clara y nítidamente aplicadas, fue casi un principio básico de la metodología "ortodoxa" de la economía durante un siglo, desde Nassau Senior y J. S. MilI hasta Robbins y. Friedman, pasando por Cairnes, J. N. Keynes, Pareto y Max Weber. Jamás disfrutó de la exclusiva aceptación y ascendiente de un dogma enteramente ortodoxo. Siempre hubo críticos y disidentes que rechazaron bien la posibilidad, bien la oportunidad, de que los economistas permaneciesen en .el lado positivo de la línea, o incluso la posibilidad de trazar tal línea, y asimismo las divergencias fueron numerosas, tanto en su aplicación como en su interpretación. Pero parece como si de algún tiempo a esta parte existiese una ola masiva de criticas o de escepticismo por parte de autores importantes, que quizá sea la más amplia desde que Senior y J. S. MilI trazaron por vez primera la distinción. Intentaremos examinar la historia de esta evolución en el capítulo siguiente. Por el momento, deseamos únicamente insistir en que la formulación y defensa de la distinción es tan sólo uno de los posibles puntos de partida, y que su aplicación precisa un análisis y disciplina constantes. Expongamos brevemente dos de las razones por las cuales el mantenimiento de la distinción no es tan fácil o automático como parecen haber supuesto sus partidarios clásicos, ortodoxos o semiortodoxos, y neóclásicos.

En primer lugar, el análisis neoclásico de la elección -tanto si se trata de bienes de consumo, de bienes de producción, como de las distintas políticas gubernamentales (en términos de "bienestar")se ocupó casi por completo de elecciones en condiciones de certeza, omitiendo toda situación de incertidumbre y actitudes inciertas. En los modelos simplificados que excluyen la incertidumbre, resulta mucho más fácil trazar una simple línea divisoria, con respecto a la elección de políticas, entre las funciones positivas del pronosticador y la función normativa, valorativa, del que elige. No es necesariamente imposible trazar tal distinción cuando las predicciones son muy inciertas y las elecciones y valoraciones se establecen entre consecuencias u objetivos muy inciertos -aun cuando algunas autoridades en la materia así parecen creerlo-. Pero, como veremos más adelante, la distinción no es tan automáticamente tajante con respecto a determinadas elecciones del mundo real altamente inciertas, como ocurre con el simplificado modelo de "certeza" neo clásico y, por otro lado, resulta más difícil trazar la línea divisoria entre los deberes del experto y las funciones de la autoridad pública responsable de la política económica.

En segundo lugar, en el campo de la economía, los tipos más importantes de "juicios de valor", principios o presupuestos políticos y éticos, prejuicios ideológicos y parcialidad subjetiva, se ocupan, explícita o implícitamente, de favorecer o condenar los objetivos de política económica, en el sentido más amplio. Este es el punto de unión entre las dos partes en que hemos dividido el presente trabajo. El alcance de los objetivos de política económica ha llegado a ser, sobre todo durante la última década, poco más o menos, mucho más amplio, ambicioso y cuantitativamente preciso, y los distintos objetivos están más expuestos que antes a ser objeto de controversia. Se sigue de ello que en la discusión de las distintas políticas económicas, los juicios de valor o las funciones de preferencia, que precisan lógicamente una formulación explícita a fin de evitar toda confusión, son mucho más complejos y elaborados que cuando, desde Senior a Robbins, se desarrolló la distinción semiortodoxa entre lo normativo y lo positivo, y que cuando las distintas políticas tendían a tener un ámbito mucho más "microeconómico". En consecuencia, la enunciación explícita de los juicios de valor o de las funciones de preferencia se ha convertido en una tarea mucho más complicada y ardua y, cuando no se hace como es debido, engendra no sólo desacuerdo sino también confusión. Intentaremos asimismo hacer un examen histórico del desarrollo de los objetivos de política o funciones de preferencia.

Espero que sea útil dedicar un poco de tiempo y espacio a explicar, desde una perspectiva histórica, cómo se ha llegado a la presente situación. De todos modos, ésta es la historia de cuestiones todavía por dilucidar o en vías de desarrollarse Y no la de cuestiones resueltas. Por lo que se refiere al problema objeto del .presente estudio, intentamos tan sólo promover una mayor claridad, no la esperanza de una solución definitiva Y concisa, y la ilustración que proyecta la perspectiva histórica, si puede conseguirse, contribuirá., sin duda, a dicha clarificación.

 

Notas

1. G. Haberler, American Economic Review, marzo de 1963, p. 145.

2. Ensayos sobre Econom{a Positiva, op. cit., 1967, p. 9.

3. Value in Social Theory, editado por P. Streeten, 1958, p. 1.

4. Economics and Public Policy, Brookings Lectures, 1954, 1955, p. 2.

5. Quarterly ]ournal of Economics, noviembre de 1959, p. 522.

6. History of Economic Ana/ysis, 1954, p. 805. Debo admitir que veinticinco años atrás dije sobre este tema que "por lo que a los científicos se refiere, la controversia casi ha dejado de tener sentido", The Significance and Basic Postulates of Economic Theory, p.154.

7. Otra de las cuestiones fundamentales que se deriva de la aplicación de la economía a las distintas olíticas sobre la cual son corrientes los puntos de vista contradictorios, de la que nunca (o casi nunca) se habla, y a la que nos referimos más adelante (ver 1.a parte, capítulo 2, párrafo 8), es la de la predicción. Jewkes, por ejemplo, rechaza la "predicción como actividad propia de la ciencia económica", y sostiene que "la pretensión de los economistas de que poseen autoridad en el campo de la predicción debe ser falsa", mientras que Friedman mantiene, en cambio, que la predicción es "el objetivo último" de la economía como "ciencia positiva", y que "la teoría ha de ser juzgada en función de su poder de predicción". Tampoco resulta fácil saber en este caso si esta contraposición de puntos de vista es tan fundamental como parece a primera vista. Véase para ello la conferencia de Jewkes en Economics and Pub/ic Policy, Brooking Lectures, 1954, 1955, pp. 82-83, Y la obra de Friedman, Ensayos sobre Economía Positiva, op. cit., pp. 13-14.

8. T. R. Malthus, Definitions in Polítical Economy, 1827, p. VII.

9. Economic Journal, diciembre de 1959, p. 647.

10. The Scope and Method ofPolítical Economy, 1890, p. 52.

11. Ensayos sobre Economía Positiva, p. 11. Suponemos que el concepto "ciudadanos desinteresados", que podría ser definido de forma muy distinta, no se aplica únicamente a aquellos ciudadanos que comparten un determinado conjunto de valores -lo que tornaría más o menos tautológica la generalización de Friedman-.

12. Essays in Economics, 1961, p. 18.

13. "Si bien las opiniones sobre los fines quizá se hallen más divididas en Gran Bretaña, las opiniones sobre los medios se hallan seguramente más divididas en los Estados Unidos." P. A. Samuelson, Problems of the American Economy, Stamp Memorial Lecture,1961.1962. p.13 n.

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