LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO

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Max Weber

Título original: Gesammelte Aufsatze zur Religionssoziologie

Volumen I, págs. 1-206

Traducción: José Chávez Martínez.

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INDICE

Introducción

 

PRIMERA PARTE: 

El problema

I. Confesión y estructura social

II. El espíritu del capitalismo

III. Concepción luterana de la profesión: Tema de nuestra investigación

 

SEGUNDA PARTE

La ética profesional del protestantismo ascético

I. Los fundamentos religiosos del ascetismo laico

II. La relación entre el ascetismo y el espíritu capitalista

 


 

INTRODUCCION

         Si alguien perteneciente a la civilización moderna europea se propone indagar alguna cuestión que concierne a la historia universal, es lógico e inevitable que trate de considerar el asunto de este modo: ¿qué serie de circunstancias ha determinado que sólo sea en Occidente donde hayan surgido ciertos sorprendentes hechos culturales (ésta es, por lo menos, la impresión que nos producen con frecuencia), los cuales parecen señalar un rumbo evolutivo de validez y alcance universal?

            Es únicamente en los países occidentales donde existe “ciencia” en aquella etapa de su desarrollo aceptada como “válida”. También en otros lugares, como: India, China, Babilonia, Egipto, ha existido el conocimiento empírico, el examen acerca de los problemas del mundo y de la vida, filosofía de visos racionalistas y hasta teológicos (aunque la creación de una teología sistemática haya sido obra del cristianismo, bajo el influjo del espíritu helénico; en el Islam y en alguna que otra secta india únicamente se hallan atisbos), conocimientos y observaciones tan hondos como agudos. Mas, la astronomía babilónica, igual que cualquier otra, requería de la fundamentación matemática, la cual les fue dada por los helenos, siendo precisamente lo más sorprendente ante el avance logrado por la astrología, en especial entre los babilonios. A la geometría le hizo falta la “demostración” racional, herencia también del espíritu helénico, creador de la mecánica y la física. Las ciencias naturales de la India estaban desprovistas de experiencia racional (debida al Renacimiento, salvando alguno que otro efímero indicio de la antigüedad) y del laboratorio moderno. Por esta razón, la medicina (tan evolucionada en la India, en las cuestiones empírico técnicas), no contó con ninguna base biológica ni bioquímica en particular. De las civilizaciones occidentales ninguna ha tenido conocimiento acerca de la química racional. La historiografía china, que logró gran incremento, careció del pragma tucididiano. En la India hubo precursores de Maquiavelo; sin embargo, la teoría asiática del Estado se encuentra falta de una sistematización similar a la aristotélica y de toda clase de conceptos racionales. Fuera de Occidente no hay una ciencia jurídica racional, no obstante todos los resquicios que puedan encontrarse en la India (Escuela de Mimamsa), a pesar de todas las amplias codificaciones y de todos los libros jurídicos, indios o no, pues no había la posibilidad de recurrir a esquemas y categorías estrictamente jurídicas del Derecho romano, así como de todo el Derecho occidental nutrido por él. Aparte de Occidente, en otro lugar no se conoce nada semejante al Derecho canónico.

            Con el arte acontece lo mismo. Posiblemente, el oído musical estuvo desarrollado con mucha más delicadeza en otros pueblos que en la actualidad. Como quiera que sea, no era menos preciso que el nuestro. La polifonía era conocida de todos los pueblos, así como no les eran extraños los distintos compases e instrumentación, igual que los intervalos tónicos racionales; sin embargo, tan solo en Occidente ha existido la música armónica racional, esto es: contrapunto, armonía; asimismo, la composición musical basada en los tres tritonos y la tercera armónica; además, la cromática y la armonía nuestras (conocidas, en verdad, racionalmente desde el Renacimiento, como factores de la armonización); y la orquesta actual con su correspondiente cuarteto de cuerdas como núcleo, la organización del conjunto de instrumentos de viento, el bajo básico, el pentagrama (que facilita la composición y ejecución de las obras musicales modernas y sostiene su duración a través del tiempo), las sonatas, sinfonías y óperas (no obstante que siempre ha existido música de programa y que la totalidad de los músicos han utilizado, como medio de expresión musical, tanto el matizado como la alteración de tonos y la cromática) y, como medios de ejecución, los actuales instrumentos primordiales, esto es: el órgano, el piano y los violines.

            En cuanto al arco en ojiva, éste fue ideado en la antigüedad, en Asia, como motivo decorativo; parece ser, también, que en Oriente no ignoraban la bóveda esquifada. Mas, fuera de Occidente, no se tenía idea de la utilización racional de la bóveda gótica, para valerse de ella al distribuir y abovedar espacios erigidos libremente y, en especial, como principio constructivo de colosales obras y como base de un estilo que, de hecho, fue aplicado tanto a la escultura como a la pintura creativa propia de la Edad Media. Claro está que tampoco existe (pese a que el Oriente facilitó los fundamentos técnicos) esa solución a la problemática de las cúpulas y esa especie de “clásica” racionalización del arte en general (debida al uso de la perspectiva y la luz en la pintura), cuya creación pertenece al Renacimiento. En China se produjo el arte tipográfico; pero, sólo a Occidente le es dado ser la cuna de una literatura impresa, destinada a la prensa y las revistas. En China y en el Islam se han fundado escuelas superiores de todo linaje, inclusive con la máxima similitud a las universidades y academias. Por lo que respecta al cultivo sistematizado y racional de las especialidades científicas, la enseñanza del “especialista” como factor destacado en la cultura, sólo el Occidente los ha forjado. Asimismo, el funcionario especializado, piedra angular del Estado y de la economía moderna en Europa, es producto occidental, en tanto qué en otra parte a este funcionario especializado no se le ha dado nunca tanta importancia para el orden social. Es evidente que el “funcionario”, inclusive el de referencia, es un producto muy antiguo en las más diversas culturas. Pero, ningún país en época alguna se ha visto, de modo tan inexorable, sentenciado como Occidente a recluir todos los básicos supuestos de orden político, económico y técnico en las hormas angostas de una organización de funcionarios especializados, ya sea estatales, técnicos comerciales y, en especial, jurídicos, como titulares de las más trascendentales acciones de la vida social.

            De igual modo ha sido muy amplia la organización estamentaria de las corporaciones políticas y sociales; pero, únicamente Europa ha sabido del Estado estamentario: rex et regnum, con el significado occidental. Y, claro está, tan solo el Occidente ha establecido parlamentos con “representantes del pueblo”, elegidos con periodicidad, demagogos y líderes que gobiernan en calidad de ministros responsables ante dicho parlamento, si bien es natural que en todo el mundo ha habido “partidos” en el sentido de organizaciones ambiciosas de conquista o con la pretensión de ejercer influjo en el poder. El Occidente es, también, el único que ha conocido el “Estado” como organización política, en base a una “constitución” establecida, a un Derecho estatuido y con una administración a cargo de funcionarios especializados, conducida por reglas racionales positivas: las “leyes”. Todo esto, fuera de Occidente, se ha conocido de modo rudimentario, carente siempre en este fundamental acoplamiento de los decisivos elementos que le son peculiares.

            Así acontece con respecto al poder de mayor importancia en nuestra vida moderna, el capitalismo.

            Tanto el deseo de lucro, como la tendencia a enriquecerse, en especial monetariamente hasta el máximo, no guardan ninguna relación con el capitalismo Más bien son tendencias que se encuentran en estratos sociales como son ya los camareros, o ya los médicos, cocheros, artistas, mujeres mundanas, funcionarios corruptibles, jugadores, pordioseros, soldados, ladrones o los “cruzados”: en all sorts and conditions of men, en todos los tiempos, así como en todos los rincones de la tierra, en cualquier situación que ofrezca una objetiva posibilidad de conseguir un fin de lucro. Se hace necesario abandonar de una vez por todas una concepción tan elemental e ingenua del capitalismo, con el que no tiene ningún nexo (y menos aún con su “espíritu”) la “ambición”, aunque sea sin límites; en el sentido opuesto, el capitalismo debería ser considerado, justamente, como una sujeción o, al menos, como la moderación racional de este instinto desmedido de lucro. El capitalismo se identifica, ciertamente, con el deseo de la ganancia, que había de lograrse con el trabajo capitalista, continua y racional, ganancia siempre renovada, la rentabilidad”. Y así dentro de una ordenación capitalista de la economía, cualquier esfuerzo individual no encaminado al posible logro de una ganancia se estrellará sin remedio.

            Antes que nada hemos de definir con una precisión algo mayor de lo que comúnmente suele hacerse, qué es un acto de “economía capitalista”. Esto significa, para nosotros, un acto que se apoya en la expectativa de una ganancia producto del juego de recíprocas posibilidades de cambio, en clásicas probabilidades pacíficas lucrativas. El hecho formal de enriquecerse, actual mente, o adquirir algo por medios violentos tiene leyes propias y no siempre es oportuno (aunque no sea prohibitivo) situarlo bajo la misma categoría que la actividad enfocada en último término hacia la posibilidad de lograr una ganancia en el cambio. (1) Al desear racionalmente el lucro de índole capitalista, la correspondiente actividad se basa en un cálculo de capital, esto es: se integra en una serie planeada de verdaderas prestaciones provechosas o particulares, como medio adquisitivo, de modo que el valor de los bienes estimables monetarios (o el valor de apreciación calculado con periodicidad de la riqueza valorable en moneda, de una empresa estable), en el balance final deberá superar al “capital”, digamos al valor estimativo de los medios adquisitivos reales que fueron aplicados para la adquisición por cambio, que deberá, por consiguiente, aumentar sin interferir con la existencia de la empresa. Bien se trate de mercancías in natura entregadas en consignación a un comerciante en ruta, cuyo producto puede derivar, por su parte, en otras tantas mercan cías in natura, o se trate de una fábrica cuyos inmuebles, máquinas y reservas en dinero, así como las materias primas y los productos elaborados totalmente o a medias significan créditos a los cuales corresponden sus respectivas obligaciones. Lo determinan te, de hecho, es el cálculo efectuado con el capital en moneda, así sea por la mediación de la moderna contabilidad o del más simple modo y rudimentario que fuere: al iniciarse se elaborará un primer presupuesto; asimismo, otros cálculos antes de dar de terminados pasos, seguidos de otros al controlar e inquirir la conveniencia de los ya efectuados; finalmente, se procederá a una liquidación, quedando fijada la “ganancia”. El presupuesto inicial de una consignación, por ejemplo, determina el valor monetario convencional de los bienes entregados (de no consistir ya éstos en dinero) y su liquidación será el valor estimativo último, en el cual se basará el reparto de las pérdidas y las ganancias; y, de obrar racionalmente el consignatario, habrá un cálculo previo en cada acción determinada, emprendida por él. En ocasiones, ocurre que falta, ciertamente, todo cálculo y estimación exactos, procediéndose por evaluaciones aproximadas o de modo puramente tradicional y convencional, y ello acontece en toda forma de empresa capitalista, inclusive hoy, cuando las circunstancias no exigen la elaboración de cálculos precisos; sin embargo, ello no lo altera en lo más puro, antes bien únicamente el grado de racionalidad de las tareas capitalistas.

            Es importante sentar que lo determinante de la acción eco nómica estriba en no prescindir nunca del cálculo relativo al valor monetario invertido y la ganancia final, ya sea efectuada de la manera más primitiva. Visto así, no ha dejado de haber capitalismo y empresas capitalistas (con más o menos racionalización, inclusive, del cálculo del capital) en todas las naciones civilizadas del orbe, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos: en China, India, Babilonia, Egipto, en la antigüedad helénica, en la Edad Media y en la Moderna; y podemos decir que además de haber empresas aisladas, hubo economías que propiciaron el incesante desarrollo de nuevas empresas capita listas, comprendidas también las industrias fijas (no obstante que el comercio lejos de constituir, precisamente, una empresa estable, era, por el contrario, una adición de empresas aisladas, y tan solo de una manera paulatina, por ramas, que se iba enlazando en conexión orgánica en la labor de aquellos comerciantes de más categoría). Como quiera que sea, la empresa capita lista y el empresario capitalista (se entiende estable, no como empresario ocasional) son el resultado de tiempos muy remotos, y han estado siempre esparcidos por todos los ámbitos.

            Veamos, ahora, en Occidente: el capitalismo adquiere una categoría y unas formas, así como características y direcciones des conocidas absolutamente en otras esferas. Es bien sabido que nunca dejó de haber en todo el mundo mercaderes, ya sea al mayoreo o al por menor, locales o interlocales, negociaciones de préstamos de todas categorías, bancos con funciones de distinta índole (aunque parecidas en lo fundamental a las que había en nuestro siglo XVI); asimismo, han abarcado siempre mucho los empréstitos navales, las consignaciones, los negocios y las asociaciones comanditarias. Ahora bien, en todas las haciendas monetarias que han existido, de las corporaciones públicas, ha surgido el capitalismo —en Babilonia, Grecia, India, China, Roma.. . — que da en préstamo su dinero para el financiamiento de guerras y piraterías, para toda clase de suministros y construcciones, o que interviene como empresario colonial en la política allende los mares; también como comprador o cultivador de plantaciones mediante esclavos o trabajadores a quienes oprimió directa o indirectamente; asimismo, que arrienda grandes haciendas, cargos o, primordialmente, impuestos; se dedica a subvencionar a los jefes de partido con fines electorales o a los condotieros para provocar guerras civiles; o que interviene, en último termino, como “especulador” en toda clase de aventuras financieras. Esta clase de empresario, “capitalista aventurero”, ha existido en todas partes del mundo. Exceptuando los negocios crediticios y bancarios, y del comercio, sus posibilidades fueron siempre de• índole irracional y especulativa; se basaban tanto en la adquisición por la violencia, ya fuera el despojo efectuado en guerra, en un momento dado, como el despojo interminable y fiscal al lucrar con el trabajo de sus subordinados a quienes explotaban miserablemente.

            El caso es, que el capitalismo de los iniciadores, el de todos los grandes especuladores, colonial y financiero, en la paz y, sobre todo, el que especula con las guerras, no dejan de llevar impreso este sello en la actualidad real del Occidente, y ahora, como entonces, ciertas partes (no todas) del gran comercio universal están aún cerca de esa clase de capitalismo. Pero, en Occidente existe un tipo de capitalismo desconocido en cualquier otra parte del mundo: la organización racional-capitalista del trabajo básicamente libre. En cualquier otro lugar no existen más que atisbos, embriones de ello. Hasta la organización del trabajo mediante los siervos en las plantaciones y en los ergástulos de la antigüedad, se logró un bajo nivel de racionalidad, aún menor en el régimen de prestaciones personales o en las factorías instaladas en patrimonios particulares o en las industrias domésticas de los terratenientes, que utilizaban el trabajo de sus siervos o clientes, en la naciente Edad Moderna.

            Aparte de Occidente no más se encuentran dispersas “industrias domésticas” auténticas, fundamentadas en el trabajo libre; y el empleo universal de jornaleros no ha redundado en ninguna parte, dejando a salvo excepciones muy raras y particulares (sin duda muy diferentes de las modernas empresas industriales, en especial, en los monopolios estatales), a la creación de manufacturas, ni tan solo a una organización racional del artesano, como las hubo en el medievo. Sin embargo, la organización industrial racional, la que mide las posibilidades de los mercados y no permite la especulación irracional o política, no es la sola manifestación del capitalismo de Occidente. La organización racional moderna del capitalismo europeo no se hubiera logrado sin la intervención de dos factores determinantes de su evolución: la bifurcación de la economía doméstica y la industria (que actualmente es un principio básico de la vida económica de hoy) y la consecuente contabilidad racional. En otros siglos (el bazar oriental o los ergástulos de diferentes países) ya se llevaba a efecto la separación material de la tienda o el taller y la vivienda; en el Asia oriental, el Oriente y en la antigüedad se encuentran por igual capitalistas con contabilidad propia. Pero todo esto, comparándolo con la autonomía de los establecimientos industriales modernos, ofrece carácter rudimentario, ya que está falto completamente de los supuestos de dicha autonomía, esto es: la contabilidad racional y la separación jurídica entre el patrimonio industrial y los patrimonios individuales; o, en caso de existir, es de modo totalmente primitivo. (2) En otros lugares, el movimiento evolutivo se ha inclinado hacia los establecimientos industriales que se han desligado de una importante economía doméstica (del oikos) real o señorial. Esta propensión, de acuerdo con lo ya observado por Rodbertus, es a la inversa de la occidental, no obstante la apariencia de sus analogías.

            Todas estas características del capitalismo occidental deben su importancia, en lo presente, a su nexo con la organización capitalista del trabajo. Así acontece referente a la llamada “comercialización”, con la cual está estrechamente vinculado el desenvolvimiento conseguido merced a los títulos de crédito y la especulación racionalizada en las Bolsas, ya que, sin organización capitalista del trabajo, todo esto, inclusive la tendencia a la comercialización, suponiendo que ello fuera tan posible, no tendría, sin probabilidad alguna, un alcance similar al que existe en la actualidad. Un cálculo preciso —base de todo lo demás— únicamente tiene posibilidades fundamentado en el trabajo libre y, siendo que el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional del trabajo, así tampoco, debido a ello, ha existido un socialismo racional. Es evidente que tal como el mundo ha experimentado la economía ciudadana, la política municipal de abastecimientos, el mercantilismo y la política providencialista de los mandatarios absolutos, los razonamientos, la economía planificada, el proteccionismo y la teoría del laissez faire (en China), ha experimentado, también, economías de regímenes comunistas y socialistas de distinta índole: comunismo en el hogar, en la religión o militar, socialismo de Estado (en Egipto), monopolio de los cárteles e instituciones de consumido res de todo tipo. Sin embargo,- así como fuera de Occidente faltan los conceptos de “burgués” y de “burguesía” (no obstante que en todas partes han surgido privilegios municipales para el comercio, gremios, guildas y un sinfín de distinciones jurídicas entre la ciudad y el campo en las formas más diversas), de igual modo faltaba el “proletariado” como clase; y tenía que faltar, precisamente porque se carecía de organización racional del trabajo libre como industria. Nunca ha dejado de existir la “lucha de clases” entre deudores y acreedores, entre latifundistas y menesterosos, entre el siervo de la gleba y el amo de la tierra, entre el comerciante y el consumidor o el terrateniente. Mas, la lucha tan peculiar de los tiempos medievales de Occidente entre los trabajadores a domicilio y aquellos que les explotan en su trabajo, casi no se ha vislumbrado en otros lugares. Únicamente en el mundo occidental se produce la moderna oposición entre el gran empresario y el jornalero libre. Es por eso que en parte alguna ha sido posible el planteamiento de un problema del cariz que determina la presencia del socialismo.

            En una historia universal de la cultura, vista desde el ángulo puramente económico, el problema vital no es, por lo tanto, en definitiva, el correspondiente al desenvolvimiento de la actividad capitalista (variable únicamente en cuanto a la forma), empezando por el tipo capitalista aventurero y comercial, del capitalismo que especula con la guerra, la política y la administración, hasta sus formas actuales de la economía; por el contrario, más pronto es aquel que dio origen al capitalismo industrial burgués con su organización racional del trabajo libre; dicho en otros términos, el del origen de la burguesía occidental con su peculiar aspecto que, sin duda, conserva conexión muy estrecha con los indicios de la organización capitalista del trabajo, pese a que, evidentemente, no es idéntica a la misma, ya que, antes de haberse desenvuelto el capitalismo en Occidente ya había la presencia de “burgueses”, en el sentido estamentario (hacemos hincapié en que se trata de sólo en Occidente). Esto supuesto, el capitalismo moderno ha recibido un determinante influjo en su evolución por parte de los adelantos de la técnica; su racionalidad, actualmente, se encuentra, de manera sustancial, condicionada por las posibilidades técnicas de realizar un cálculo con precisión; esto es, por las posibilidades de la ciencia occidental, especialmente de las ciencias naturales precisas y racionales, con fundamento matemático y experimental. El progreso de estas ciencias, por su parte, y aun de la técnica basada en ellas debe gran estímulo a la aplicación que, con objetivos económicos, hace de ellas el capitalismo, por las posibilidades de ganancia que brinda. Se dio el caso igualmente de que los indios calcularon con unidades, se ejercitaron en el álgebra y descubrieron el sistema de los números de posición, lo cual fue utilizado al punto por los occidentales en provecho del capitalismo acaba do de nacer; en cambio, no supieron crear las modernas formas del cálculo y la forma cómo efectuar los balances. Tanto los comienzos de la matemática como la mecánica no estuvieron condicionados por intereses capitalistas, sin embargo la aplicación técnica de los conocimientos científicos (determinante para el orden de vida de nuestras masas) estuvo, naturalmente, condicionado por los resultados económicos que eran de desear en Occidente, por ese concreto medio; y ello se debe, claro está, a las peculiaridades del orden social de Occidente. En consecuencia, cabe preguntarnos a qué factores de esas peculiaridades, ya que, indudablemente, todas no tenían la misma importancia. En primer término, podemos mencionar: la condición racional del Derecho y la administración, puesto que el capitalismo industrial moderno racional requiere tanto de los elementos técnicos de cálculo del trabajo, como de un Derecho previsible y una administración conducida por reglas clásicas. Sin ello no deja de ser factible el capitalismo aventurero, comercial y especulador, así como toda clase de capitalismo político, si bien no hay posibilidades para la industria racional privada con capital fijo y cálculo seguro. Así, pues, tan solo el Occidente ha brindado a la vida económica un Derecho y una administración dotándolos de esta exactitud clásica técnico-jurídica. Por esta razón es necesario, ahora, preguntarse: ¿cuál es la causa de la existencia de dicho Derecho? No cabe duda que, en otras circunstancias, los intereses capitalistas colaboraron a allanar el camino a la dominación de los juristas (ilustrados en el Derecho racional) en el ámbito de la justicia y la administración; sin embargo, no constituyeron, en absoluto, el único o dominante factor. Y, en cualquier caso, este Derecho no puede considerarse un producto de aquellos intereses. En esta evolución actuaron, también, otras fuerzas y es interesante averiguar el por qué los intereses capita listas no actuaron en el mismo sentido en China. Asimismo, ¿no encauza el progreso en el plano científico, artístico, político o económico por la misma ruta de la racionalización que es atributo propio del occidental?

            Es obvio que en cada uno de estos casos, se trata de un “racionalismo” específico y peculiar de la civilización de Occidente. Pues bien, a través de estos dos vocablos podremos comprender hechos muy diversos, que habremos de analizar en seguida. Existen, verbigracia, “racionalizaciones” de la contemplación mística (esto es, de una actividad, la cual, si la vemos desde otras esferas vitales, constituye algo singularmente “irracional”), así como existen en lo que concierne a la economía, la técnica, el trabajo científico, la educación, la guerra, la justicia y la administración. Aparte de que todas y cada una de dichas esferas pueden ser “racionalizadas” según el ángulo desde donde se les mire, teniendo en cuenta que lo que podemos considerar “racional” en uno, puede parecer “irracional” en otro. En todas las esferas de la vida y en todas partes se han llevado a cabo, pues, procesos de racionalización. Lo peculiar de su diferencia histórica y cultural es, justamente, cuál o cuáles de dichas esferas fueron racionalizadas en su momento y desde qué punto de vista. Por consiguiente, lo primordial es conocer las características particulares del racionalismo occidental, así como, dentro de éste, es decir, del moderno, explicar sus orígenes. Para que la investigación tenga éxito, habrá que distinguir especialmente las condiciones económicas, valorando la importancia fundamental de la economía; sin embargo, no deberá descuidarse el conocimiento de la relación causal inversa, ya que el racionalismo económico depende en su nacimiento, lo mismo de la técnica y el Derecho racionales, que de la capacidad del hombre para determinadas clases de conducta racional. Si esta conducta hubo topado con trabas psicológicas, la racionalización de la economía debió luchar, asimismo, con la oposición de ciertas resistencias de orden interno. En cuanto a lo pasado, entre los factores de formación de mayor importancia de la conducta se encuentran: la fe en los poderes mágicos y piadosos y el consiguiente concepto de la obligación moral. En su momento oportuno, habremos de hablar de ello con la amplitud requerida.

            Este libro consta de dos trabajos elaborados hace algún tiempo, los cuales pretenden aproximarse en un punto determinado, de suma importancia, a la médula menos accesible de la disyuntiva: la determinación del influjo de ciertos ideales religiosos en la constitución de una “mentalidad económica” —de un ethos económico, apegándonos al caso preciso de los nexos de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético. En consecuencia, habremos de concretarnos a mostrar aquí uno de los perfiles de la relación causalista. Los trabajos posteriores acerca de la “ética económica” de las religiones pretenden presentar los dos aspectos de dicha relación (en virtud de que resulta necesario para hallar el punto comparativo con el desarrollo de Occidente que más lejos habremos de examinar), destacando los nexos que las religiones más importantes que han existido en el mundo guardan con la economía y la estructura social del medio en que vieron la primera luz, ya que solamente así es posible declarar cuáles son por azar los elementos de la ética económica religiosa de Occidente imputables a dichas circunstancias sociológicas, características de occidente y no de otros ámbitos. Por lo tanto, estos estudios no pretenden desarrollar un análisis vasto o esquemático de la civilización, sólo que se circunscriben expresamente a señalar lo que en cada cultura se manifestó en pugna, al igual como lo hizo antes, frente la civilización occidental y en ellos seleccionaremos algunas consideraciones que se nos antojan de especial interés, en la creencia de que no hallamos factible seguir otro procedimiento para alcanzar nuestro objetivo. Sin embargo, para evitar equívocos, creemos conveniente insistir en dicha limitación del fin que nos hemos propuesto. Aún existe un aspecto más acerca del cual es necesario precaver al desorientado, en cuanto al alcance de este estudio. Naturalmente, tanto el sinólogo, como el egiptólogo, el semitista y el indólogo nada encontrarán de nuevo en sus páginas. Esto sí, nuestro ferviente anhelo es que ninguno de ellos dé en nuestro trabajo con algo que pudiere parecerle positivamente falso. El autor no alcanza a saber hasta dónde ha siquiera conseguido aproximarse a este anhelo, por cuanto que ello es factible para aquel que no está versado en la materia. Es fácil entender que quien debe valerse de traducciones, aparte de que en aquello escrito directamente en una misma lengua ha de valorar previamente, recurriendo a las fuentes de absoluta validez, documentales, literarias o monumentales por la bibliografía de los especialistas, en incesante controversia entre sí, y sin que pueda juzgar de por sí acerca de su valor, tiene sobrados motivos para sentirse más que cohibido por lo que concierne al escaso mérito de su aportación: con tanta más razón por cuanto es aún muy reducido (especialmente con respecto a China) el monto de traducciones de las “fuentes” efectivas (documentos, inscripciones), tomando en cuenta, primordialmente, lo mucho más que existe y tiene trascendencia. El resultado es el valor estrictamente transitorio de la labor, en especial por lo que corresponde a Asia. (3) El juicio definitivo únicamente lo pueden emitir los especialistas. Mas, si nos hemos decidido a emprenderla, se debe, claro está, a que no lo hicieron los especialistas con este concreto y desde este preciso ángulo en que nosotros estamos situados. Así, pues, son estudios destinados a una “superación” en mayor medida y más profundo sentido de lo que hasta ahora es común en la literatura científica. Indistintamente, en ellos no se ha podido evitar, por más que debamos lamentarlo, la prolongada irrupción requerida para propósitos comparativos, en otras especialidades; no obstante, ya que era imprescindible, es necesario deducir el resultado de una previa resignación, por más abnegada, ante el probable efecto. El especialista cree que en la actualidad es posible abstenerse o degradar a la categoría de “trabajo subalterno”, aceptable para aficionados, toda moda o ensayismo. No obstante, a los diletantes se les debe algo en la mayor parte de las ciencias, inclusive, algunas veces, opiniones acertadas y valiosas. Pero, el diletantismo, en cuanto a principio de la ciencia, sería su fracaso absoluto. Aquel que desee ver “cosas”, que vaya al cine: ahí se las exhibirán copiosamente, hasta de manera literaria, precisamente acerca de cuestiones como las de referencia. (4)

            Claro está que una mentalidad de esta índole se halla de raíz alejada de los moderados propósitos de nuestro estudio, enteramente empírico. Permítasenos añadir que quien desee “sermones”, vaya a los conventículos. No es nuestra intención dedicar una palabra siquiera a discutir la relación de valor que pueda existir entre las distintas culturas examinadas comparativamente. No queremos decir con esto que el hombre que se ocupe de tales problemas, los cuales marcan la trayectoria seguida por los destinos de la humanidad, sienta una fría indiferencia; será un acierto, sin embargo, que guarde para sí sus pequeños juicios, sus propias observaciones, como suele hacer al contemplar el mar o las montañas, si es que no se considera con dotes de artista o de profecía. En la mayor parte de los demás casos, el hecho de recurrir con frecuencia a la “intuición” indica, por lo regular, una proximidad al objeto, que ha de ser juzgado de la misma manera que la actitud similar frente al individuo.

            Nos vemos precisados, ahora, a justificar el por qué no nos hemos valido de la investigación etnográfica, siendo que parecía imprescindible debido su actual estado, antes que nada, para ex poner con la máxima amplitud el religioso espíritu asiático. Hay que tener en cuenta que las posibilidades humanas de trabajo son limitadas, y, no obstante, aquí era preciso hacer referencia a los nexos de la ética religiosa de aquellas capas sociales que en cada nación encarnaban la respectiva cultura. Y el caso es, exactamente, que se trata de los ascendientes debidos a su conducta, los cuales, por sus peculiaridades, no pueden ser capta dos más que estableciendo confrontaciones etnográfico-folclóricas. Manifestamos, pues, reiteradamente, que en nuestra labor queda al descubierto una laguna, contra la cual puede el etnógrafo objetar con toda razón. En algún trabajo sistemático que trate de la sociología de las religiones, confío en que podré compensar en parte esta laguna, pues, de haberlo intentado aquí, habría sobrecargado demasiado el espacio disponible para este estudio cuyos fines son mucho más modestos, resignándome con realzar del modo más claro posible los puntos confrontables con las religiones profesadas en Occidente.

            Por último, habré de exponer algo, también, acerca del aspecto antropológico del problema. Si sólo en Occidente, comprendidas las esferas de la conducta que se desarrollan en apariencias de mutua independencia hallamos determinados tipos de racionalización, es de suponer que el fundamento está, por su parte, en específicas cualidades de herencia. El autor confiesa que está dispuesto a una justipreciación muy elevada del valor biológica mente heredado; sin embargo, pese a que reconoce las aportaciones de suma importancia llevadas a cabo por la investigación antropológica, declara, también, no haber visto ninguna ruta que le de a comprender o que le indique, casi, aproximadamente, el como, cuanto y dónde de su participación en el proceso seguido.     Habrá de ser, justamente, uno de los temas de toda labor sociológica o histórica el descubrimiento, en la medida de las posibilidades, acerca de los influjos y conexiones causalísticos que revelen a satisfacción el modo de reaccionar frente al sino y el ambiente. Llegado el caso, habrá que esperar resultados satisfactorios, inclusive para el dilema que nos ocupa y más aún cuan do la neurología y la psicología comparativa de las razas, que ya en la actualidad resultan prometedoras, surjan de la fase primera en la que todavía se hallan. (5) Entretanto, creo que se carece de fundamento. Aludir a la “herencia” me hace entender que sería negarse al conocimiento, tal vez factible actualmente, y desviar el problema a factores que por el momento no son aún conocidos.

 

Notas:

1. En esta cuestión y en algunas más, me desprendo de quien fue mi respetado maestro Lujo Brentano (en cuanto a la obra que más adelante habré de mencionar). Por de pronto, mi discrepancia estriba en la terminología; pero sostengo otras de carácter objetivo. A mi entender no sería conveniente invo lucrar en una sola categoría algo tan heterogéneo como el lucro adquirido a costa de la explotación y la ganancia, que ritúa la dirección de un complejo industrial y aún más señalar como espíritu del capitalismo, en contraposición a otros métodos de lucro, todo afán de lograr dinero, pues los conceptos se extravían y con respecto a lo primero se imposibilita poner de relieve aquello que caracteriza el capitalismo de Occidente ante las demás formas capitalistas. G. Simmel en su Philosophie des Geldes (Filosofía del dinero) se excede también al confrontar la “economía del dinero” y el “capitalismo”, con lo cual su propia demostración objetiva queda vulnerada. Por su parte W. Sombart, particularmente en la postrera edición de su bellísima obra magna, acerca del capitalismo, relativa a Occidente, y a la organización racional del trabajo (de sumo interés a mi juicio para dilucidar el problema), se presenta muy postergado en beneficio de los demás elementos del movimiento progresivo que de continuo han surgido en la humanidad.

2. No hay que formarse un juicio en extremo tajante acerca de esta oposición. El capitalismo encauzado en un sentido político (principalmente el des tinado al arriendo de impuestos) dió origen tanto en la Antigüedad clásica como oriental (comprendida la China y la India) a determinadas formas raciona les de industrias fijas con una contabilidad (de la que únicamente tenemos noticias incompletas y deficientes), cuyo carácter racional es evidente sin duda alguna. Baste como ejemplo la institución de los bancos, originada, en la mayor parte de los casos, de intereses políticos derivados de las guerras. Podemos citar el Banco de Inglaterra. Ello se evidenció cuando se produjo la pugna individualista por parte de Paterson, promoter por excelencia, con los afiliados al Directorio los cuales definieron su perseverante postura, sin que tardaran en ser significados como the Puritan usurers of  Grocers’ Hall, así corno por la frustración política en las finanzas de aquel Banco “tan sólido” al instituirse la Fundación South-Sea. El antagonismo no es tan inflexible, si bien existe. No ha habido promoters ni financiers, por muy grandes que sean, entendidos lo suficiente para instaurar agrupaciones racionales de trabajo; tampoco los hubo entre los representativos clásicos del capitalismo financiero a la par que político. Me refiero a los judíos, gente de índole distinta (opinando, como de costumbre, de manera general, a excepción de casos solitarios) a quienes se les debe atribuir la obra.

3. Mis conocimientos hebraicos son, por igual, insuficientes.

4. Está por demás decir que no aludo a encuestas como, verbigracia, la de Jaspers, en su obra (Psychologie der Weltanschaungen —Psicología de las concepciones del mundo—, 1919) o bien a Klages, en su Charakterologie y otros ensayos similares, en la inteligencia que en cuanto se apoyan al decidirse, constituye precisamente, el primer punto disconforme en lo que se refiere a nuestro estudio. Mas, no es este el momento de entablar con ellos una polémica.

5. No ha muchos años, escuché un juicio semejante emitido por un notable psiquiatra.

 

continuación

Primera edición 1979

Novena edición 1991

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